La emboscada iraquí de la que Estados Unidos nunca habla
El 16 de enero de 1991, comenzó la Guerra del Golfo cuando una coalición internacional de 39 naciones respondió con contundencia a la invasión de Kuwait por parte de Irak. En las primeras horas, aviones de la coalición atacaron los sistemas de defensa aérea y las redes de mando de Irak, paralizando su capacidad de respuesta.
En aquel entonces, la Fuerza Aérea Iraquí era la sexta más grande del mundo. Pero en cuestión de días, se vio desbordada. Muchos aviones iraquíes se perdieron en las primeras horas del combate y cientos más fueron destruidos en tierra. Ante la casi total superioridad aérea de la coalición, Saddam Hussein ordenó una evacuación masiva de aeronaves iraquíes al vecino Irán, con la esperanza de preservarlas para el futuro.
Para bloquear las rutas de escape, la Fuerza Aérea estadounidense desplegó F-15 Eagles en patrulla a lo largo de la frontera iraní, atrapando a la Fuerza Aérea de Saddam dentro del país. En respuesta, Irak lanzó una ambiciosa contraoperación: la "Operación Samurra". El plan sentó las bases para un inusual enfrentamiento directo entre dos íconos de la Guerra Fría: el MiG-25 Foxbat y el F-15 Eagle.
El F-15 Eagle, construido por Estados Unidos, era un caza de vanguardia diseñado con aviónica, sistemas de radar y armas de precisión de última generación. Representó la cumbre de la doctrina occidental de superioridad aérea. El MiG-25 Foxbat, por otro lado, era un interceptor construido por la Unión Soviética. Para la década de 1990, estaba completamente anticuado, pero seguía siendo increíblemente rápido y peligroso en las manos adecuadas. Si el Eagle era refinado y sofisticado, el Foxbat era un instrumento de fuerza bruta.
Lo que siguió fue uno de los encuentros aéreos más sorprendentes de la Guerra del Golfo, con un desenlace que pocos podrían haber esperado.