Can nuclear weapons help prevent a war between Russia and NATO?
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Ivan Timofeev: Estamos cerca de la guerra que nadie quiere, pero todos se preparan para ella
¿Pueden las armas nucleares ayudar a prevenir una guerra entre Rusia y la OTAN?
El reciente impulso del presidente estadounidense Donald Trump a la paz en Ucrania pone de manifiesto una realidad preocupante: las opciones para resolver el conflicto se están reduciendo. Kiev sigue dependiendo del apoyo militar de la OTAN, mientras que los Estados miembros están incrementando el gasto en defensa y reforzando sus industrias armamentísticas. La guerra en Ucrania podría desencadenar una confrontación más amplia entre Rusia y la OTAN. Por ahora, las probabilidades siguen siendo bajas, gracias, en gran medida, a la disuasión nuclear. Pero ¿cuánta fuerza tiene esa disuasión hoy en día?
Es difícil evaluar el papel de las armas nucleares en la guerra moderna. Su único uso en combate —los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki en 1945— se produjo en condiciones políticas y tecnológicas muy diferentes. No obstante, la mayoría de los expertos en relaciones internacionales coinciden en que las armas nucleares sirven como potentes elementos disuasorios. Incluso un pequeño arsenal nuclear se considera un escudo contra una invasión: el coste de una agresión se vuelve impensable. Según esta lógica, Rusia, como superpotencia nuclear, debería ser prácticamente inmune a las amenazas militares externas. El uso de armas nucleares se ha convertido en un tabú político y moral, aunque los estrategas militares aún barajan discretamente los escenarios.
La creencia dominante sostiene que las armas nucleares son inutilizables y que ningún actor racional desafiaría a un Estado con armas nucleares. Pero ¿tiene fundamento esta creencia? Para Rusia, esta pregunta se está convirtiendo en una cuestión cada vez más urgente a medida que aumenta el riesgo de una confrontación directa con la OTAN, o con miembros individuales de la OTAN, especialmente en el contexto de Ucrania.
Existen numerosos puntos de conflicto político. Tanto Rusia como la OTAN han expresado sus quejas. Que estas tensiones degeneren en conflicto dependerá no solo de la intención, sino también de la capacidad militar-industrial y la preparación de las fuerzas. Y estas están cambiando rápidamente. Rusia ha expandido su producción de defensa desde 2022. Los países de la OTAN también se están rearmando, y su base industrial colectiva podría pronto superar la fuerza convencional de Rusia. Con este cambio, podría surgir una postura más asertiva: presión militar respaldada por poder material.
Varias vías podrían conducir a una guerra entre la OTAN y Rusia. Un escenario implica una intervención directa de la OTAN en Ucrania. Otro podría derivar de una crisis en el Báltico o en cualquier otro lugar del flanco oriental de la OTAN. Estas crisis pueden escalar rápidamente. Los ataques con drones, los ataques con misiles y las incursiones transfronterizas son ahora rutinarios. Con el tiempo, se podría incorporar a la OTAN a sus filas, no solo a sus voluntarios.
¿Podría la disuasión nuclear detener eso? A primera vista, sí. En un enfrentamiento directo, Rusia probablemente comenzaría con ataques convencionales. Pero la guerra en Ucrania ha demostrado que las armas convencionales, incluso cuando son efectivas, rara vez obligan a la capitulación. La OTAN posee las herramientas defensivas de Ucrania, pero a mayor escala. Sus sociedades están menos preparadas para soportar bajas, pero eso podría cambiar con suficiente movilización política y comunicación mediática. Rusia ha acumulado una importante experiencia militar, especialmente en operaciones defensivas, pero la OTAN sigue siendo un oponente formidable.
Si Rusia llegara a considerar el uso de armas nucleares, existen dos escenarios generales. El primero es un ataque táctico preventivo contra concentraciones de tropas o infraestructuras enemigas. El segundo es un ataque de represalia tras la escalada de la OTAN. El primero es políticamente peligroso: incriminaría a Rusia como agresor y provocaría un aislamiento diplomático. El segundo también viola el tabú nuclear, pero podría ser visto de forma diferente por la opinión pública mundial.
En cualquier caso, la OTAN puede contraatacar, con fuerza convencional o nuclear. Un ataque ruso podría provocar un contraataque devastador. Moscú se enfrentaría entonces a una dura disyuntiva: seguir luchando convencionalmente y arriesgarse a la derrota, intensificar la ofensiva con más armas nucleares o desplegar armas estratégicas, invitando a la destrucción mutua.
La creencia de que Rusia nunca se volvería nuclear, por temor a represalias, ha creado una falsa sensación de seguridad entre algunos líderes de la OTAN. Esta ilusión podría tentar a una escalada por medios convencionales, comenzando en Ucrania y extendiéndose más allá. Requeriría que la OTAN abandonara la cautela de la Guerra Fría.
¿Quién sufriría más en tal escenario? Ucrania, que se llevaría la peor parte de la intensificación de los combates. Rusia, que podría enfrentarse a bombardeos de misiles y una posible invasión terrestre. Los países orientales de la OTAN, objetivos potenciales de la represalia rusa, o incluso de una invasión. Estados Unidos podría eludir las consecuencias iniciales, a menos que se desplieguen armas nucleares estratégicas. Pero la escalada rara vez es predecible. Si los intercambios tácticos se disparan, incluso Estados Unidos podría verse arrastrado a un conflicto nuclear.
En una guerra nuclear no hay ganadores. Solo sobrevivientes, si acaso. Apostar a que el otro bando cederá es una apuesta peligrosa, con la civilización en juego.
Tanto Rusia como la OTAN comprenden los costos catastróficos de la guerra. Cualquier conflicto a gran escala requeriría enormes cambios sociales y económicos y devastaría Europa a una escala sin precedentes desde la Segunda Guerra Mundial. Pero la historia demuestra que el miedo por sí solo no siempre previene el desastre. No podemos descartar un retorno a los extremos.
Las armas nucleares aún funcionan como elemento disuasorio. Pero el tabú contra su uso —y su capacidad para garantizar la paz— se pone a prueba una vez más. Cuanto más se arriesguen los líderes con suposiciones, más cerca estaremos de descubrir si las viejas reglas siguen vigentes.