Personal Argentino en zona de combate

Silvia Barrera: el relato de la veterana que salvó vidas a bordo del Irízar durante Malvinas



Madre de cuatro hijos e instrumentadora quirúrgica de profesión, a los 23 años se anotó como voluntaria para viajar a las Islas Malvinas. Embarcada en el rompehielos ARA Almirante Irízar, permaneció dentro de la zona de conflicto desde 8 al 18 de junio de 1982. En la actualidad, se desempeña como encargada de Ceremonial del Hospital Militar Central y se dedica a dar charlas y organizar congresos en todo el país para difundir su experiencia. Cuando habla, no lo hace en singular sino en un "nosotros" que incluye al resto de sus compañeras. "Según la ley, se consideran veteranos aquellos que se han desempeñado dentro del teatro de operaciones de Malvinas. En nuestro caso, fuimos reconocidas oficialmente once mujeres. Seis de ellas –Susana Maza, Cecilia Ricchieri, Norma Navarro, María Marta Lemme, María Angélica Sendes y yo– pertenecientes al Ejército Argentino cumplimos funciones embarcadas en el buque ARA Almirante Irízar", relata.
Al preguntarle sobre qué es lo peor de la guerra, no duda en afirmar: "Lo más doloroso es el después, la indiferencia, los detalles de la vida cotidiana. En mi caso, por ejemplo, aunque soy la instrumentadora más antigua del hospital y la mujer más condecorada de las FF. AA., tengo que pelear por un lugar en el estacionamiento del hospital. Sé que es algo menor, pero evidencia la falta de reconocimiento".

–¿Cómo comenzó esta historia?
–A partir del inicio de la guerra, el Hospital Militar Central –adonde todas habíamos ingresado en 1980– fue designado como cabecera de la sanidad. Nosotras soñábamos con participar pero, ante la orden de que solo podía viajar a la zona de conflicto el personal militar, quedamos excluidas. Sin embargo, a medida que pasaron los días se dieron cuenta de que necesitaban gente capacitada para preparar los quirófanos, ya que los enfermeros del Ejército carecían de experiencia y todavía no se había recibido la primera camada de mujeres. Así surgió la convocatoria para las instrumentadoras. La urgencia era tal que nos anotamos un día y viajamos al siguiente.

A los 23 años Silvia Barrera se anotó como voluntaria para viajar a las Islas Malvinas. Foto: Gentileza S.B.
–¿Qué dijeron sus familiares ante esta noticia?
–En mi caso, como vengo de familia militar, no hubo ninguna resistencia. Mi papá se emocionó y lo primero que hizo fue ir a comprar una máquina de fotos y diez rollos para que registrara todo. Unas pocas de esas fotografías que pude esconder entre la ropa son las que conservo hoy, después de que los ingleses nos sacaran las cámaras.

–¿Les dieron equipamiento especial para viajar a una zona tan inhóspita?
–No, porque toda la ropa del Hospital ya la habían llevado a las islas y, entre lo que quedaba, no había ropa de mujer. O sea que viajamos con ropa de verano en pleno junio y, por ejemplo, con borceguíes número 40, cuando calzábamos 38.
No había ropa de mujer. Viajamos con ropa de verano en pleno junio y, por ejemplo, con borceguíes número 40, cuando calzábamos 38.​
–¿Cómo fueron las primeras experiencias al llegar a una región militarizada?
–Al desembarcar en Río Gallegos, la primera sorpresa fue que nadie nos esperaba, porque no se había informado de nuestra llegada. Nos sentimos realmente desamparadas: éramos las únicas mujeres, vestidas de verde, entre un montón de hombres que nos miraban asombrados y nos ignoraban. Empezamos a deambular por el aeropuerto sin obtener respuesta hasta que por casualidad encontramos un médico conocido que nos llevó al Hospital Militar de la ciudad. Otra decepción fue cuando nos impidieron la entrada hasta que lograron confirmar quiénes éramos. El siguiente destino fue un galpón de la Fuerza Aérea, donde unos helicópteros nos trasladaron hasta el buque Almirante Irízar.
–¿Fueron mejor recibidas en el barco?
–No, al contrario. Cuando el jefe de cubierta vio que éramos mujeres, se puso como loco y empezó a discutir con sus camaradas acerca de qué hacer con nosotras, se planteaban que éramos muy jóvenes, que representábamos una complicación, entre otras cosas. Por último y gracias a la intervención del comandante del barco, la situación se calmó. Esa tarde nos dieron instrucción y, llegada la noche y para resarcirnos de los malos momentos pasados, nos prepararon una picada de bienvenida. Por último, nos asignaron un camarote con tres camas para las seis.

Silvia (a la derecha) junto a sus compañeras en Río Gallegos previo a embarcarse en el ARA Irízar. Foto: Gentileza S. B.
–¿Cómo era la estructura sanitaria del Irízar?
–Estaba muy bien equipado. Tenía dos quirófanos grandes; uno "sucio", que es el nombre que se le da al que recibe pacientes con alguna infección; y otro, para traumatología. Durante nuestra primera noche debimos dedicarnos a armarlos, es decir, a organizar en cajas los instrumentos para las distintas cirugías y esterilizar el material. Es una tarea específica y, hasta nuestra llegada, solo había 19 médicos de la Armada como personal de sanidad.
Al desembarcar en Río Gallegos, la primera sorpresa fue que nadie nos esperaba, porque no se había informado de nuestra llegada. Nos sentimos desamparadas: éramos las únicas mujeres entre un montón de hombres que nos miraban asombrados y nos ignoraban.​
–¿Con qué medios sanitarios contaban los ingleses?
–Tenían un barco hospital muy grande, el Uganda, y tres más chicos, que recorrían las islas recogiendo a los heridos. Nosotros, además del Irízar, contábamos con el buque ARA Bahía Paraíso y tres pesqueros chiquitos que cumplían la función de ambulancia. Todos, siguiendo las normas de la Convención de Ginebra, pintados de blanco con la cruz roja.
–¿Colaboraban entre sí en lo referido a la atención médica o a la provisión de insumos?
–Sí. Había establecida una zona franca donde paraban todos los buques hospital y se realizaba el intercambio de heridos. También, de ser necesario, se prestaba ayuda; por ejemplo, nosotros les donamos sangre y medicamentos a los ingleses; y en el Bahía Paraíso atendieron a algunos heridos británicos.
–En Puerto Argentino se había establecido un hospital. ¿Por qué no fueron designadas para trabajar allí?
–Era lo que queríamos, pero no lo logramos por un tecnicismo: no nos habían dado "grado militar". Después de mucho discutir, decidieron que los heridos fueran atendidos en el barco. La mitad de los médicos bajó a tierra y el resto permaneció embarcado.
A partir de las 17:00 comenzaban los bombardeos británicos, señal para nosotros de que llegarían en helicóptero los heridos desde Puerto Argentino.​
–¿Cómo era la actividad cotidiana?
–A diario, a partir de las 17:00 –porque anochecía y ellos contaban con visores nocturnos–, comenzaban los bombardeos británicos, señal para nosotros de que llegarían en helicóptero los heridos desde Puerto Argentino. Esa metodología, utilizada hasta que fue inviable por el desmejoramiento de las condiciones meteorológicas, fue sustituida por barquitos pesqueros que trasladaban a los heridos hasta el buque, donde eran subidos en gomones y con redes. Eran maniobras muy complicadas para pacientes en recuperación, que debían muchas veces volver a ser intervenidos. Fueron diez días en los que prácticamente no dormimos. Llegamos a hacer cirugías con una oscilación de 45 grados, atados los profesionales y pacientes, para movernos al mismo ritmo.
–¿Hay un cálculo acerca de la cantidad de heridos que atendieron?

–No lo sé con exactitud. Puedo decir que el buque tenía 250 camas y trajimos al continente 370 heridos. El cese del fuego se firmó el 14 de junio, pero nosotros quedamos "prisioneros" en el Irízar hasta el 18, fecha en que nos permitieron volver al continente. Pese a que fueron cuatro días en los que el barco estuvo cargado de heridos, la verdad es que los ingleses fueron respetuosos y nos permitieron evacuar a periodistas, camarógrafos, curas y todo el apoyo de combate civil, que debía salir para no ser tomados prisioneros.

Una de las pocas fotos que pudo conservar antes de la requisa de los ingleses. Foto: Gentileza S.B.
–¿Qué se hacía con los muertos?
–En el Irízar, se metían en cámaras para ser trasladados a Comodoro Rivadavia. En el caso del buque Bahía Paraíso, debido a que no contaba con la infraestructura necesaria, los fallecidos fueron tirados al mar después de realizar la ceremonia correspondiente.
–¿Cómo fue el regreso?
–Antes de bajar del barco en Comodoro Rivadavia, debimos firmar un documento en el que nos comprometíamos a no contar nada de lo vivido. Mientras a los soldados los trasladaban en micro a las distintas unidades, a nosotras nos enviaron a un hotel alejado, al cuidado de dos oficiales de inteligencia, con seguridad para que no tuviéramos contacto con nadie. Finalmente, logramos despegarnos de ellos y nos fuimos al centro de la ciudad a ver a nuestros heridos y a comer pizza. La consecuencia fue que al día siguiente nos dejaran recluidas en el aeropuerto local hasta abordar el avión de regreso. Fue un viaje extraño porque, pese a que el avión estaba lleno de militares que volvían de las islas, nadie nos dirigió la palabra. Llegamos al Palomar el domingo 20 de junio a eso de las 23:00 y, al día siguiente, nos presentamos a trabajar en el hospital, donde vivimos la misma indiferencia. A la distancia, creo que debimos pelear contra el prejuicio de hombres que no estaban preparados para reconocer el trabajo de las mujeres.
Debimos pelear contra el prejuicio de hombres que no estaban preparados para reconocer el trabajo de las mujeres.​
–¿Cuándo fue que comenzaron a sentirse reconocidas?
–En 2002 fuimos las primeras en recibir el premio a las mujeres destacadas del Ejército, distinción instituida ese año. En 2012 nos dieron el reconocimiento oficial como Veteranas de Guerra y en 2014 fuimos condecoradas por el Estado con la Medalla al Valor. Según nos dijeron, dentro de la historia de las FF. AA., después de las mujeres que participaron de las guerras de la Independencia, somos las más reconocidas. Pese a ello, durante décadas no nos incluyeron en los actos ni en los homenajes.
–Una de las consecuencias inevitables de los conflictos bélicos es el estrés postraumático. ¿Lo sufrieron?
–Sí. Hace un par de años, los estudios realizados en el Centro de Salud "Veteranos de Malvinas" comprobaron que ninguno de nosotros se acuerda de la vida cotidiana en el buque. La rutina se nos borró de la mente, solo recordamos el día de la llegada y nuestra actividad profesional. Por otra parte, tenemos serios problemas para dormir. Y lo peor: todas las veteranas padecemos algún tipo de cáncer.
–¿Es un tema cerrado en su vida?

–De ningún modo, ni en la mía ni en la de ningún veterano. Hace unos días se planteó la discusión acerca de si nosotros seguimos peleando o no. Las opiniones estaban divididas. Yo creo que seguimos peleando otras batallas y me pregunto qué va a pasar cuando ya no estemos para seguir contando la verdad de lo que vivimos.
*La versión original de esta nota será publicada en la Revista DEF N. 128
 

rodrigocarra

RED OBSERVADORES DEL AIRE
Al parecer no han corregido lo de los cuerpos tirados al mar.
Una verdadera tontería muy difícil de creer.
No faltará el que lo vincule con la dictadura del PRN.
Saludos
 
Al parecer no han corregido lo de los cuerpos tirados al mar.
Una verdadera tontería muy difícil de creer.
No faltará el que lo vincule con la dictadura del PRN.
Saludos

Si es cierto,
aparentemente es esta mujer la que dice eso. Un disparate. Lo más probable es que haya sido algún rumor de la época. y esta mujer se quedó con eso.
Esos errores son MUY recurrente en los relatos de VGM que no fueron testigo de un evento. Pero en aquel momento escucharon algún rumor, que por supuesto lo creyeron, y listo se quedaron con esa información.
 

BQ1982

Veterano Guerra de Malvinas
Respecto a la enfermera Barrera en Noticias relativas al conflicto esta aclarado el tema
Estimados foristas quiero aclarar un poco el relato de la enfermera barrera. no está en discusión su carácter de vgm, pero de ahí a decir que a nuestros Héroes heridos que fueron trasladados al Buque Hospital Bahía Paraíso y que fallecían, como el buque no tenía Cámara Frigorífica los tiraban al mar es una mentira. Contacté con el Jefe de cirugía del Bahía Paraíso y con el Bioquímico que también estaba a bordo y me confirmaron que el buque tenía cámara frigorífica y que los que fallecieron fueron depositados en la cámara frigorífica. Creo que esta enfermera tiene amnesia, y también el hecho de ser vgm no le da más derechos sino más deberes. Será porque no puede estacionar el automóvil en el estacionamiento del Hospital?. El Jefe de cirugía del Bahía Paraíso ya se contactó con la periodista del diario Infobae para que se rectifique la noticia y a la revista que lo va a publicar. Verán que he escrito el nombre y vgm con minúscula y me estoy conteniendo para no poner términos groseros. Como leí en algún lado el ser VGM no se compra, no se hereda, se lo gana en el frente de batalla y por otra parte ser VGM ES UNA RESPONSABILIDAD.
Abrazo malvinero Roberto
 

BQ1982

Veterano Guerra de Malvinas
Sobre la nota de InfoBae: Silvia Barrera: el relato de la Veterana...
De: Silvia Barrera ([email protected])
Buenos días, ante la nota de InfoBae quiero que se aclare que apenas publicada, sin mi correccion, hubo inconsistencias en el relato. Por eso emití por las redes sociales una fe de erratas. me gustaría que se publique:
-Nosotras no recibimos la medalla al valor en combate, porque no somos combatientes, recibimos la de mujer destacada en el ejército.
-Las estadísticas del personal atendido están mostrando que 4 de cada 6 sufre alguna patología cardiaca, cancerígena o ACV.

-Que el Buque Alte Irizar tenía cámaras de frio para traslado de cadáveres.

-Que hable del buque Bahía Paraíso contando una pregunta que me hicieron el día del desfile del 9 jul, no asegurando la ceremonia mortuoria, cosa imposible porque yo no estuve allí.

Por incomprensión de la Sra periodista o por haberme expresado mal, se publicó. sin poder modificar ese error.

Solicito se publique esta fe de erratas, por la credibilidad de 37 años de mi relato, avalado por mis fotos.

desde ya agradezco la publicación.

Hospital Militar Central
-Ceremonial: 4576-5657 - Int. 9470
“VGM” Silvia Barrera

Soy desconfiado por naturaleza y si pasaba, pasaba
 

thunder

Veterano Guerra de Malvinas
Miembro del Staff
Moderador
Me resulta curioso lo de los cuerpos al mar.
No es un tema que te puedas confundir teniendo en cuenta lo que implica y además si se hacía ceremonia y depósito en el mar.-
Esto pudo haber sido verificado en las listas de bajas producto y no producto de combate contrastando con su lugar de descanso.-
Y si, muy raro.
 

BQ1982

Veterano Guerra de Malvinas
Estimado thunder
La enfermera Barrera se desdijo de lo que había dicho en Infobae y por supuesto siempre son los periodistas los culpables, según ella, pues interpretaron mal sus dichos. También dice en una parte que le dieron la medalla al valor y luego lo niega, y otra tantas barbaridades, no te parece extraño tantos errores del periodista?. Los buques hospitales, al igual que los demás buques de guerra, tenían cámaras frigoríficas los héroes fallecidos eran depositados en ellas para luego ser desembarcados con todo respeto y honras en el puerto de Ushuaia. Esta información me la confirmó el entonces Jefe de Cirugía del buque. Hay que mantener el rigor histórico de la Gesta de Malvinas y respetar a los que ofrendaron su vida a la patria sin dudar.
 

thunder

Veterano Guerra de Malvinas
Miembro del Staff
Moderador
Estimadisimo camarada, exactamente. Raro no, rarísimo.
Seguro el periodista la tiene grabada. Que lindo aparezca la grabación.
Un absurdo.
Abrazo
 
Del informe de campaña del Bahía Paraíso (disponible para su consulta pública en Casa Amarilla):

- Día 4 de mayo:
1010 horas se recuperó 1° balsa con 17 sobrevivientes.
1050 horas se recuperó 2° balsa con 11 sobrevivientes.
1115 horas se recuperó 3° balsa con 23 sobrevivientes.
1150 horas se recuperó 4° balsa con 18 sobrevivientes.
1200 horas se trasladan en helicóptero Alouette tres heridos con quemaduras graves y un cadáver del destructor ARA Piedrabuena al buque.
1250 horas se rescata 5° balsa con 4 cadáveres.
1410 horas se rescata 6° balsa con 3 cadáveres.
- Día 5 de mayo:
1153 horas se rescata 7° balsa con 7 cadáveres.
- Día 8 de mayo:
1058 horas se trasladan dos cadáveres recogidos por el buque de la Armada chilena Piloto Pardo.
De los tres heridos por quemaduras trasladados del ARA Piedrabuena, fallece el CI A MR 346788 Felipe Gallo.
- Día 9 de mayo:
0100 horas el buque atraca en el muelle de combustible de Ushuaia. Por la mañana se evacúan los sobrevivientes con destino a la Base Naval Puerto Belgrano.
- Día 10 de mayo:
0600 horas se retiran del buque los dieciocho féretros con destino a la zona de Puerto Belgrano, por vía aérea.
 
La historia del médico tandilense Carlos Bertini que estuvo en el buque hospital que en Malvinas intercambió heridos y donó sangre argentina al enemigo

Las historias detrás de lo que fue la Guerra de Malvinas siguen presentes, a pesar de los 37 años que separan al tiempo presente con el conflicto bélico con el Reino Unido. La periodista Loreley Gaffoglio de Infobae realizó una extensa crónica sobre la labor de los profesionales de la salud en el “Bravo Uno”, el buque hospital que en Malvinas intercambió heridos y, entre otros datos simbólicos, donó sangre argentina al enemigo. Compartimos a continuación la nota:
La alerta del naufragio irrumpió a la altura de Comodoro Rivadavia. Era la madrugada del 3 de mayo. Los vientos huracanados con olas de 8 metros como azotes de concreto tornaban la derrota en una auténtica pesadilla. Había urgencia, desazón y espíritu de cuerpo. El Bravo Uno emprendía su bautismo sanitario tras la masacre: debía socorrer a los náufragos y atender a los heridos del Crucero General Belgrano.

La primera comunicación a bordo tronó en los altoparlantes como imperativo de supervivencia. El comandante Ismael García le ordenaba a la tripulación recién embarcada –28 oficiales médicos, entre cardiólogos, cirujanos, traumatólogos, radiólogos y anestesistas junto a 58 suboficiales enfermeros– permanecer en las cubiertas superiores. Todos debían moverse por arriba de la línea de flotación del casco.

En aquel hospital flotante la amenaza no eran los latigazos de un mar 7, sino el acecho de los submarinos nucleares británicos. El ARA Bahía Paraíso podía ser otra presa fácil. Un tiro al pato de torpedo; otro estrago.

Hacía solo tres meses que se había estrenado para cumplir un propósito distinto: arrimar la logística y a la gente a las 7 bases argentinas del continente blanco. Había nacido en los astilleros de La Boca como imponente transporte polar y en su primera campaña antártica ya había cruzado con éxito dos veces el Círculo Polar.


El casco lucía todavía su color original: un naranja estridente, aunque ahora revistiera como buque hospital. Al igual que se hermano mayor, el rompehielos ARA Irízar, que cumplió idénticas funciones en Malvinas, al comienzo lo identificaron con seis cruces rojas pintadas de apuro para evitar las bombas y los torpedos. Pero el Bahía Paraíso había sido especialmente reconvertido por ingenieros navales en tiempo récord para desplegar funciones sanitarias en combate. Sin artillería, se lo vació de pertrechos bélicos. Aunque aún le restaba la aprobación oficial de la Cruz Roja Internacional para que operara sin riesgos al amparo de la Convención de Ginebra.

El B1 (Bravo Uno), tal las siglas “esculpidas” en su casco, era fácilmente detectable en aguas abiertas. Su actuación en el mar austral desconcertaba al enemigo: venía de apoyar la recuperación de las Georgias del Sur como buque de guerra y de trasladar a los prisioneros ingleses -22 Royal Marines y 14 científicos- desde Grytviken hasta Tierra del Fuego.

Pero lo cierto es que el noble coloso -130 m de eslora- se estrenaba como el primer hospital flotante de América Latina. Aún en el mar, podía competir a la par del más renovado de los hospitales porteños: fue acondicionado con tres quirófanos de alta complejidad, una gran sala de terapia intensiva, otra de cuidados intermedios, una amplia enfermería, laboratorio, Rayos X y podía albergar en sus bodegas, preparadas como sala de internación, hasta 320 heridos.
La hazaña para equipar de cero al buque hospital fue un trabajo mancomunado de enfermeras, enfermeros y médicos navales que durante jornadas de 17 horas trabajaron a la par. Ellas cargaban entre dos por las planchadas los tubos de oxígeno, las mesas de cirugía, los respiradores y el resto de los equipos.

Cuando todo estuvo listo para zarpar, sobrevino la frustración. A las 30 enfermeras navales las desembarcaron. “Quizás fue para protegerlas. Íbamos a una guerra pero con la misión de producir altas médicas y no bajas. Pero todos nos conmovimos cuando las bajaron. Ellas eran indispensables. Y a nuestro plantel de cirujanos su ausencia nos provocó un gran trastorno. No contábamos con instrumentadoras ni personal capacitado en la esterilización. Las mesas de cirugía al principio fueron un caos y en distintas oleadas debimos instruir en altamar a los cabos enfermeros para que las suplieran”.

El que recrea la operatoria de la Sanidad en Combate -todo un capítulo relegado de la Guerra de Malvinas-, esel actual jefe del Departamento de Cirugía Plástica del Hospital Pirovano, el doctor Carlos Bertini. Tandilense, con 28 años, el entonces teniente de fragata, cirujano general, cumplía el rol de clasificar heridos en uno de los dos puestos de recepción del buque hospital: el hangar de los helicópteros Puma.

La dimensión de la tarea de un equipo médico cuyo promedio de edad no superaba los 25 años, fue titánica: durante el mes de su actuación, en cuatro viajes sucesivos desde el continente hacia el archipiélago, el Bahía Paraíso atendió a un total de 231 pacientes. De ellos, 129 fueron heridos en combate recogidos en distintos puntos de las islas. Otros 94 trasbordados desde el buque hospital inglés HMS Uganda, que operaba secundado por tres navíos ambulancias.

Bajo los estruendos de los bombardeos, el Bravo Uno socorrió a los náufragos del mercante Río Carcarañá y del ARA Bahía Buen Suceso. Su equipo médico realizó a bordo 203 curaciones, 23 cirugías generales, 29 cirugías traumatológicas, 6 amputaciones.

También al finalizar la guerra le tocó otra misión ingrata: evacuar, abrigar y contener a 1984 combatientes, en su traslado hasta Puerto Belgrano.

Esos fríos números le valieron al buque y a su tripulación la condecoración por Operaciones en Combate. Y la invitación, años después, para que el jefe de Sanidad, el capitán de corbeta y cirujano general, Pascual Pelicari, y el comandante del buque, el capitán Ismael García, compartieran su experiencia en Inglaterra y Estados Unidos.


El Belgrano, un antes y un después

“De todos los sucesos que vivimos, el que nos marcó para siempre fue el rescate de seis balsas con 72 sobrevivientes y 18 cuerpos de la tripulación del ARA Belgrano. La muerte es natural para un médico, pero ellos eran nuestros camaradas de armas y ofrendaron lo más sagrado: su vida por la Patria”, comienza a relatar Bertini.

“Llegamos dos días después del hundimiento porque veníamos de Comodoro Rivadavia. Los aviones Neptune sobrevolaban por sectores y nos marcaban las posiciones dispersas de las balsas. Estábamos a mitad de camino entre la Antártida y la Isla de los Estados. Las balsas se habían derivado muchísimo por la tormenta y las corrientes marinas. Las primeras 24 horas fueron de una emoción muy difícil de describir, cuando las divisábamos y los socorrían los buzos tácticos. Había heridos, quebrados, quemados y empetrolados y todos padecían principios de hipotermia. El reencuentro con ellos era a puro abrazo y llanto”.

Al médico hay un primer recuerdo que aún lo desgarra: al segundo día de rescate, el 6 de mayo, en las balsas sólo hallaban muertos.


Sucedía en las que menos tripulantes había porque el calor humano fue una de las claves de supervivencia. Pero la escena más estremecedora sucedió apenas clareaba: “Arriba del techo naranja de la balsa, vimos a un camarada, el guardamarina Gerardo Sevilla, aferrado a su linterna, todavía encendida. Al acercarnos, fue devastador porque tanto él como los otros compañeros dentro, todos habían muerto de hipotermia. Fue una escena que superó la tragedia. Primero porque con nosotros venía el teniente contador Fernando Ismael Santos, uno de sus compañeros de promoción que enseguida lo reconoció al verlo. Luego, porque concluimos que en la noche, Sevilla claramente nos veía y con sus últimas fuerzas nos hacía señales con su linterna. Y así murió el guardiamarina: peleando esperanzado por su vida”.
-¿Cómo se elaboran esas vivencias?

-No se elaboran, dejan marcas. Porque hay formas y formas de morir. Queda el respeto de los que lo hicieron con gloria. Esos 18 cuerpos que nosotros trasladamos hasta Ushuaia para que fueran entregados a sus familias. Y lo hicimos con un cuidado reverencial. En algún artículo leímos con asombro el disparate de alguien que dijo que el Bahía Paraíso arrojaba los cuerpos al mar, cuando fui yo, entre otros tantos médicos, el encargado de acondicionarlos. Hay detalles que es mejor ahorrarse… Pero estuvimos varios días implementando un sinnúmero de métodos hasta que por fin pudimos entregarlos, ya que venían en posición fetal, con rigor mortis, alojados en la cámara frigorífica. Me parece importante aclarar este punto para que no hayan dudas: después de nuestro trabajo de identificación y registro, vino la policía forense para completar las huellas dactilares y una empresa mortuoria se encargó del traslado de los cuerpos y entrega a los familiares. Pongo mucho énfasis en esto porque para todos nosotros ellos fueron los primeros héroes que vimos en vivo y en directo.

-¿Cómo continuaron las tareas de sanidad?

–En Tierra del Fuego se embarcaron dos veedores europeos de la Cruz Roja e impusieron que el buque se pintara íntegramente de blanco con las cruces reglamentarias. Y eso fue un alivio porque el riesgo de un ataque, en un buque en continuo movimiento disminuía. De todas formas en el primer viaje ya directamente hacia Puerto Argentino, dos helicópteros Sea Lynx nos rodearon. Uno a popa y otro a proa y por radio en español nos ordenaron: “Detengan su marcha. Inspección”. Descendieron ocho británicos fuertemente armados y nos requisaron durante horas todo el buque de punta a punta buscando armamento. Ellos sabían que el Bahía Paraíso había trasladado tropa a las Georgias, que estaba artillado con fuego antiaéreo y ahora reaparecía convertido en buque hospital. Les llamó la atención la cantidad de víveres que transportábamos, suficientes para abastecer a 10.000 hombres durante un mes. Pero a partir de ese ok, empezamos a ir y venir del continente a Malvinas.

-¿Cómo se organizó el trasbordo de heridos?

-Se estableció un área neutral de encuentro con el Uganda, el buque hospital inglés y esa estrategia fue luego incorporada como protocolo por la Cruz Roja en una de las dos adendas con la que contribuyó nuestro buque. La otra fue de identificación electrónica subácua. Hubo tres contactos directos con al menos dos intercambios de heridos que se combinaron por radio. Nosotros íbamos en el helicóptero Puma y nos ocupábamos del traslado. Del primero participé yo. Después de los combates en Darwin ellos tenían muchos heridos nuestros. También habían rescatad a pilotos nuestros abatidos por misiles y Harriers. Por la Convención de Ginebra los buques hospitales deben asistirse mutuamente. El trato con los médicos ingleses fue de extrema colaboración. Incluso ellos nos hicieron un recorrido por sus instalaciones sanitarias. Antes nos habían pedido asistencia en medicamentos. Les dimos lo que requerían: Valium y Epsilon, que es un tipo de coagulante. Pero lo más llamativo fueron los 100 dadores de sangre argentina que les entregamos porque ellos no tenían cómo abastecerse. Siempre me lo preguntan… y digo que sí, a algunos heridos ingleses los salvó la sangre argentina.

-¿El Bravo Uno operó a algún inglés?

-No que yo recuerde mientras fuimos buque hospital. Antes, al regreso de las Georgias, sí se intervino en un brazo a un marine. Lo hizo un colega cirujano traumatólogo. El marine no se quería dejar operar por un médico argentino. Se le trasmitió la gravedad del cuadro a su jefe, ya que el brazo se le iba a gangrenar y corría riesgo de que se lo amputaran. El superior le ordenó que se dejara intervenir. Años después, agradecido, el inglés invitó a mi colega a Londres. Nosotros hacíamos distintos recorridos por las islas e íbamos embarcando a nuestros combatientes heridos. Tanto del hospital de Puerto Argentino, como de Bahía Fox, Puerto Howard y Bahía Elefante. También dejamos un médico nuestro en la isla Borbón. Hubo también atención psiquiátrica dentro del buque y algunos casos, pocos, por desnutrición. Pero la verdad es que a nosotros, en términos logísticos, nunca nos faltó nada. Incluso, cuando quisimos desembarcar más alimentos en Puerto Argentino nos dijeron que no era necesario. El problema era los lugares a los que por el aislamiento de los combates, los víveres no llegaban.

-¿Qué fue lo más estresante de su tarea?

-Al margen de lo del Belgrano, el bombardeo aeronaval permanente a la pista de Puerto Argentino. Porque como teniente de fragata médico en la guerra, yo cumplía la misión para la que estaba preparado. Y tampoco tuvimos ningún fallecido. Pero por los bombardeos uno podía entender el estrés de nuestros combatientes. En su mayoría, comenzaban a las 12 de la noche y cada 15 minutos hasta las 3 o 4 de la madrugada la artillería inglesa no les daba tregua a las posiciones argentinas. Era una manera de desgaste psicológico. Nosotros teníamos prohibido desembarcar. Y había una ventana acotada de tiempo para traer a los heridos. Eso se hacía en un 80 % con los helicópteros o con los pequeños buques del Apostadero como el Yehuín que se amadrinaba al nuestro. En el segundo de los viajes a Puerto Argentino un misil antirradar inglés pegó delante de nuestra proa. El radar Malvinas había apagado su circuito y el misil perdió el rumbo.

-¿Nunca pudo desembarcar en las islas?

-Teóricamente, no. Pero sí lo hice, subrepticiamente, casi como “polizón”. Nunca me hubiera perdonado no pisar Malvinas con el pabellón argentino flameando. Lo pude hacer y ese orgullo no me lo saca nadie. Por la noche, en una de las barcazas un camarada, Osvaldo Cidale, nos llevó a un cardiólogo y a mí a Puerto Argentino. Fue además un día histórico porque la gente del Apostadero estaba eufórica: habían lanzado desde una plataforma totalmente improvisada en tierra uno de los misiles Exocet mar-mar que terminó averiando a la fragata Glamorgan.

-¿Cómo se vivió la rendición?

-Nosotros estábamos en el continente y había una desazón generalizada. Fuimos hasta Puerto Groussac para embarcar a 1660 compatriotas prisioneros. Ahí me quedó grabada a fuego la imagen de un conscripto al que asistí y le procuré los elementos de aseo necesarios para que se diera una ducha caliente. No recuerdo su nombre, pero lo vi debajo de la ducha aferrado con una mano a la taza de mate cocido y con la otra a la galleta marinera que hacía nuestro panadero, Alberto Herrera. “Date la ducha tranquilo. Acá hay de todo. No te preocupes, que vas a poder comer”, le dije. Y se me deshizo el alma porque me respondió: “Pero doctor, ¿sabe hace cuánto que no como un pedacito de pan así?”. Donde él estaba no llegaba la comida. Y eso, en parte, fue porque los kelpers informaban sobre las posiciones argentinas, que luego eran emboscadas. El aislamiento y la desesperación a lo último eran tales que según me contaron mis colegas médicos en Puerto Argentino, hubo comida trasladada en ambulancias.

-¿Regresó a las islas?

-Sí, dos años atrás. Necesitaba cerrar ese círculo. Porque la falencia que yo tenía, era que si bien había vivido todo y recibido a los heridos, no había estado en el frente de batalla. En el lugar de la lucha cuerpo a cuerpo de nuestros soldados. Soy amigo personal de un exconscripto, Víctor Villagra-coordinaror hoy en el Gobierno de la Ciudad de un sistema de salud para veteranos de Malvinas- que había estado con los infantes de marina. Viajamos 11 infantes de la Compañía de Ametralladoras 12,7 que pelearon en Monte Tumbledown, Dos Hermanas, Monte Harriet y London. Recorrimos cada uno esos lugares y en cada pozo de zorro nos abrazamos y lloramos. Era una mezcla de euforia, de alegría y de tristeza. Porque esa es la sensación, creo yo, de los que estuvimos en el 82. No conozco ningún excombatiente que no sienta orgullo por haber estado allí. Por mi parte, yo puedo morir tranquilo.

En enero de 1989, el ARA Bahía Paraíso sucumbió en las gélidas aguas antárticas. Frente a la base estadounidense Palmer, en el continente blanco, una piedra desgarró su casco hasta la agonía. Había vuelto de Malvinas para seguir cumpliendo con su misión: el abastecimiento de las bases antárticas argentinas.

“Fue un buque de una nobleza singular”, lo recuerdan hoy sus tripulantes. Se hundió lentamente sin lamentar víctimas una insignia de la entrega en Malvinas y un noble buque antártico.
 

FerTrucco

Colaborador
La historia del médico tandilense Carlos Bertini que estuvo en el buque hospital que en Malvinas intercambió heridos y donó sangre argentina al enemigo

Las historias detrás de lo que fue la Guerra de Malvinas siguen presentes, a pesar de los 37 años que separan al tiempo presente con el conflicto bélico con el Reino Unido. La periodista Loreley Gaffoglio de Infobae realizó una extensa crónica sobre la labor de los profesionales de la salud en el “Bravo Uno”, el buque hospital que en Malvinas intercambió heridos y, entre otros datos simbólicos, donó sangre argentina al enemigo. Compartimos a continuación la nota:
La alerta del naufragio irrumpió a la altura de Comodoro Rivadavia. Era la madrugada del 3 de mayo. Los vientos huracanados con olas de 8 metros como azotes de concreto tornaban la derrota en una auténtica pesadilla. Había urgencia, desazón y espíritu de cuerpo. El Bravo Uno emprendía su bautismo sanitario tras la masacre: debía socorrer a los náufragos y atender a los heridos del Crucero General Belgrano.

La primera comunicación a bordo tronó en los altoparlantes como imperativo de supervivencia. El comandante Ismael García le ordenaba a la tripulación recién embarcada –28 oficiales médicos, entre cardiólogos, cirujanos, traumatólogos, radiólogos y anestesistas junto a 58 suboficiales enfermeros– permanecer en las cubiertas superiores. Todos debían moverse por arriba de la línea de flotación del casco.

En aquel hospital flotante la amenaza no eran los latigazos de un mar 7, sino el acecho de los submarinos nucleares británicos. El ARA Bahía Paraíso podía ser otra presa fácil. Un tiro al pato de torpedo; otro estrago.

Hacía solo tres meses que se había estrenado para cumplir un propósito distinto: arrimar la logística y a la gente a las 7 bases argentinas del continente blanco. Había nacido en los astilleros de La Boca como imponente transporte polar y en su primera campaña antártica ya había cruzado con éxito dos veces el Círculo Polar.


El casco lucía todavía su color original: un naranja estridente, aunque ahora revistiera como buque hospital. Al igual que se hermano mayor, el rompehielos ARA Irízar, que cumplió idénticas funciones en Malvinas, al comienzo lo identificaron con seis cruces rojas pintadas de apuro para evitar las bombas y los torpedos. Pero el Bahía Paraíso había sido especialmente reconvertido por ingenieros navales en tiempo récord para desplegar funciones sanitarias en combate. Sin artillería, se lo vació de pertrechos bélicos. Aunque aún le restaba la aprobación oficial de la Cruz Roja Internacional para que operara sin riesgos al amparo de la Convención de Ginebra.

El B1 (Bravo Uno), tal las siglas “esculpidas” en su casco, era fácilmente detectable en aguas abiertas. Su actuación en el mar austral desconcertaba al enemigo: venía de apoyar la recuperación de las Georgias del Sur como buque de guerra y de trasladar a los prisioneros ingleses -22 Royal Marines y 14 científicos- desde Grytviken hasta Tierra del Fuego.

Pero lo cierto es que el noble coloso -130 m de eslora- se estrenaba como el primer hospital flotante de América Latina. Aún en el mar, podía competir a la par del más renovado de los hospitales porteños: fue acondicionado con tres quirófanos de alta complejidad, una gran sala de terapia intensiva, otra de cuidados intermedios, una amplia enfermería, laboratorio, Rayos X y podía albergar en sus bodegas, preparadas como sala de internación, hasta 320 heridos.
La hazaña para equipar de cero al buque hospital fue un trabajo mancomunado de enfermeras, enfermeros y médicos navales que durante jornadas de 17 horas trabajaron a la par. Ellas cargaban entre dos por las planchadas los tubos de oxígeno, las mesas de cirugía, los respiradores y el resto de los equipos.

Cuando todo estuvo listo para zarpar, sobrevino la frustración. A las 30 enfermeras navales las desembarcaron. “Quizás fue para protegerlas. Íbamos a una guerra pero con la misión de producir altas médicas y no bajas. Pero todos nos conmovimos cuando las bajaron. Ellas eran indispensables. Y a nuestro plantel de cirujanos su ausencia nos provocó un gran trastorno. No contábamos con instrumentadoras ni personal capacitado en la esterilización. Las mesas de cirugía al principio fueron un caos y en distintas oleadas debimos instruir en altamar a los cabos enfermeros para que las suplieran”.

El que recrea la operatoria de la Sanidad en Combate -todo un capítulo relegado de la Guerra de Malvinas-, esel actual jefe del Departamento de Cirugía Plástica del Hospital Pirovano, el doctor Carlos Bertini. Tandilense, con 28 años, el entonces teniente de fragata, cirujano general, cumplía el rol de clasificar heridos en uno de los dos puestos de recepción del buque hospital: el hangar de los helicópteros Puma.

La dimensión de la tarea de un equipo médico cuyo promedio de edad no superaba los 25 años, fue titánica: durante el mes de su actuación, en cuatro viajes sucesivos desde el continente hacia el archipiélago, el Bahía Paraíso atendió a un total de 231 pacientes. De ellos, 129 fueron heridos en combate recogidos en distintos puntos de las islas. Otros 94 trasbordados desde el buque hospital inglés HMS Uganda, que operaba secundado por tres navíos ambulancias.

Bajo los estruendos de los bombardeos, el Bravo Uno socorrió a los náufragos del mercante Río Carcarañá y del ARA Bahía Buen Suceso. Su equipo médico realizó a bordo 203 curaciones, 23 cirugías generales, 29 cirugías traumatológicas, 6 amputaciones.

También al finalizar la guerra le tocó otra misión ingrata: evacuar, abrigar y contener a 1984 combatientes, en su traslado hasta Puerto Belgrano.

Esos fríos números le valieron al buque y a su tripulación la condecoración por Operaciones en Combate. Y la invitación, años después, para que el jefe de Sanidad, el capitán de corbeta y cirujano general, Pascual Pelicari, y el comandante del buque, el capitán Ismael García, compartieran su experiencia en Inglaterra y Estados Unidos.


El Belgrano, un antes y un después

“De todos los sucesos que vivimos, el que nos marcó para siempre fue el rescate de seis balsas con 72 sobrevivientes y 18 cuerpos de la tripulación del ARA Belgrano. La muerte es natural para un médico, pero ellos eran nuestros camaradas de armas y ofrendaron lo más sagrado: su vida por la Patria”, comienza a relatar Bertini.

“Llegamos dos días después del hundimiento porque veníamos de Comodoro Rivadavia. Los aviones Neptune sobrevolaban por sectores y nos marcaban las posiciones dispersas de las balsas. Estábamos a mitad de camino entre la Antártida y la Isla de los Estados. Las balsas se habían derivado muchísimo por la tormenta y las corrientes marinas. Las primeras 24 horas fueron de una emoción muy difícil de describir, cuando las divisábamos y los socorrían los buzos tácticos. Había heridos, quebrados, quemados y empetrolados y todos padecían principios de hipotermia. El reencuentro con ellos era a puro abrazo y llanto”.

Al médico hay un primer recuerdo que aún lo desgarra: al segundo día de rescate, el 6 de mayo, en las balsas sólo hallaban muertos.


Sucedía en las que menos tripulantes había porque el calor humano fue una de las claves de supervivencia. Pero la escena más estremecedora sucedió apenas clareaba: “Arriba del techo naranja de la balsa, vimos a un camarada, el guardamarina Gerardo Sevilla, aferrado a su linterna, todavía encendida. Al acercarnos, fue devastador porque tanto él como los otros compañeros dentro, todos habían muerto de hipotermia. Fue una escena que superó la tragedia. Primero porque con nosotros venía el teniente contador Fernando Ismael Santos, uno de sus compañeros de promoción que enseguida lo reconoció al verlo. Luego, porque concluimos que en la noche, Sevilla claramente nos veía y con sus últimas fuerzas nos hacía señales con su linterna. Y así murió el guardiamarina: peleando esperanzado por su vida”.
-¿Cómo se elaboran esas vivencias?

-No se elaboran, dejan marcas. Porque hay formas y formas de morir. Queda el respeto de los que lo hicieron con gloria. Esos 18 cuerpos que nosotros trasladamos hasta Ushuaia para que fueran entregados a sus familias. Y lo hicimos con un cuidado reverencial. En algún artículo leímos con asombro el disparate de alguien que dijo que el Bahía Paraíso arrojaba los cuerpos al mar, cuando fui yo, entre otros tantos médicos, el encargado de acondicionarlos. Hay detalles que es mejor ahorrarse… Pero estuvimos varios días implementando un sinnúmero de métodos hasta que por fin pudimos entregarlos, ya que venían en posición fetal, con rigor mortis, alojados en la cámara frigorífica. Me parece importante aclarar este punto para que no hayan dudas: después de nuestro trabajo de identificación y registro, vino la policía forense para completar las huellas dactilares y una empresa mortuoria se encargó del traslado de los cuerpos y entrega a los familiares. Pongo mucho énfasis en esto porque para todos nosotros ellos fueron los primeros héroes que vimos en vivo y en directo.

-¿Cómo continuaron las tareas de sanidad?

–En Tierra del Fuego se embarcaron dos veedores europeos de la Cruz Roja e impusieron que el buque se pintara íntegramente de blanco con las cruces reglamentarias. Y eso fue un alivio porque el riesgo de un ataque, en un buque en continuo movimiento disminuía. De todas formas en el primer viaje ya directamente hacia Puerto Argentino, dos helicópteros Sea Lynx nos rodearon. Uno a popa y otro a proa y por radio en español nos ordenaron: “Detengan su marcha. Inspección”. Descendieron ocho británicos fuertemente armados y nos requisaron durante horas todo el buque de punta a punta buscando armamento. Ellos sabían que el Bahía Paraíso había trasladado tropa a las Georgias, que estaba artillado con fuego antiaéreo y ahora reaparecía convertido en buque hospital. Les llamó la atención la cantidad de víveres que transportábamos, suficientes para abastecer a 10.000 hombres durante un mes. Pero a partir de ese ok, empezamos a ir y venir del continente a Malvinas.

-¿Cómo se organizó el trasbordo de heridos?

-Se estableció un área neutral de encuentro con el Uganda, el buque hospital inglés y esa estrategia fue luego incorporada como protocolo por la Cruz Roja en una de las dos adendas con la que contribuyó nuestro buque. La otra fue de identificación electrónica subácua. Hubo tres contactos directos con al menos dos intercambios de heridos que se combinaron por radio. Nosotros íbamos en el helicóptero Puma y nos ocupábamos del traslado. Del primero participé yo. Después de los combates en Darwin ellos tenían muchos heridos nuestros. También habían rescatad a pilotos nuestros abatidos por misiles y Harriers. Por la Convención de Ginebra los buques hospitales deben asistirse mutuamente. El trato con los médicos ingleses fue de extrema colaboración. Incluso ellos nos hicieron un recorrido por sus instalaciones sanitarias. Antes nos habían pedido asistencia en medicamentos. Les dimos lo que requerían: Valium y Epsilon, que es un tipo de coagulante. Pero lo más llamativo fueron los 100 dadores de sangre argentina que les entregamos porque ellos no tenían cómo abastecerse. Siempre me lo preguntan… y digo que sí, a algunos heridos ingleses los salvó la sangre argentina.

-¿El Bravo Uno operó a algún inglés?

-No que yo recuerde mientras fuimos buque hospital. Antes, al regreso de las Georgias, sí se intervino en un brazo a un marine. Lo hizo un colega cirujano traumatólogo. El marine no se quería dejar operar por un médico argentino. Se le trasmitió la gravedad del cuadro a su jefe, ya que el brazo se le iba a gangrenar y corría riesgo de que se lo amputaran. El superior le ordenó que se dejara intervenir. Años después, agradecido, el inglés invitó a mi colega a Londres. Nosotros hacíamos distintos recorridos por las islas e íbamos embarcando a nuestros combatientes heridos. Tanto del hospital de Puerto Argentino, como de Bahía Fox, Puerto Howard y Bahía Elefante. También dejamos un médico nuestro en la isla Borbón. Hubo también atención psiquiátrica dentro del buque y algunos casos, pocos, por desnutrición. Pero la verdad es que a nosotros, en términos logísticos, nunca nos faltó nada. Incluso, cuando quisimos desembarcar más alimentos en Puerto Argentino nos dijeron que no era necesario. El problema era los lugares a los que por el aislamiento de los combates, los víveres no llegaban.

-¿Qué fue lo más estresante de su tarea?

-Al margen de lo del Belgrano, el bombardeo aeronaval permanente a la pista de Puerto Argentino. Porque como teniente de fragata médico en la guerra, yo cumplía la misión para la que estaba preparado. Y tampoco tuvimos ningún fallecido. Pero por los bombardeos uno podía entender el estrés de nuestros combatientes. En su mayoría, comenzaban a las 12 de la noche y cada 15 minutos hasta las 3 o 4 de la madrugada la artillería inglesa no les daba tregua a las posiciones argentinas. Era una manera de desgaste psicológico. Nosotros teníamos prohibido desembarcar. Y había una ventana acotada de tiempo para traer a los heridos. Eso se hacía en un 80 % con los helicópteros o con los pequeños buques del Apostadero como el Yehuín que se amadrinaba al nuestro. En el segundo de los viajes a Puerto Argentino un misil antirradar inglés pegó delante de nuestra proa. El radar Malvinas había apagado su circuito y el misil perdió el rumbo.

-¿Nunca pudo desembarcar en las islas?

-Teóricamente, no. Pero sí lo hice, subrepticiamente, casi como “polizón”. Nunca me hubiera perdonado no pisar Malvinas con el pabellón argentino flameando. Lo pude hacer y ese orgullo no me lo saca nadie. Por la noche, en una de las barcazas un camarada, Osvaldo Cidale, nos llevó a un cardiólogo y a mí a Puerto Argentino. Fue además un día histórico porque la gente del Apostadero estaba eufórica: habían lanzado desde una plataforma totalmente improvisada en tierra uno de los misiles Exocet mar-mar que terminó averiando a la fragata Glamorgan.

-¿Cómo se vivió la rendición?

-Nosotros estábamos en el continente y había una desazón generalizada. Fuimos hasta Puerto Groussac para embarcar a 1660 compatriotas prisioneros. Ahí me quedó grabada a fuego la imagen de un conscripto al que asistí y le procuré los elementos de aseo necesarios para que se diera una ducha caliente. No recuerdo su nombre, pero lo vi debajo de la ducha aferrado con una mano a la taza de mate cocido y con la otra a la galleta marinera que hacía nuestro panadero, Alberto Herrera. “Date la ducha tranquilo. Acá hay de todo. No te preocupes, que vas a poder comer”, le dije. Y se me deshizo el alma porque me respondió: “Pero doctor, ¿sabe hace cuánto que no como un pedacito de pan así?”. Donde él estaba no llegaba la comida. Y eso, en parte, fue porque los kelpers informaban sobre las posiciones argentinas, que luego eran emboscadas. El aislamiento y la desesperación a lo último eran tales que según me contaron mis colegas médicos en Puerto Argentino, hubo comida trasladada en ambulancias.

-¿Regresó a las islas?

-Sí, dos años atrás. Necesitaba cerrar ese círculo. Porque la falencia que yo tenía, era que si bien había vivido todo y recibido a los heridos, no había estado en el frente de batalla. En el lugar de la lucha cuerpo a cuerpo de nuestros soldados. Soy amigo personal de un exconscripto, Víctor Villagra-coordinaror hoy en el Gobierno de la Ciudad de un sistema de salud para veteranos de Malvinas- que había estado con los infantes de marina. Viajamos 11 infantes de la Compañía de Ametralladoras 12,7 que pelearon en Monte Tumbledown, Dos Hermanas, Monte Harriet y London. Recorrimos cada uno esos lugares y en cada pozo de zorro nos abrazamos y lloramos. Era una mezcla de euforia, de alegría y de tristeza. Porque esa es la sensación, creo yo, de los que estuvimos en el 82. No conozco ningún excombatiente que no sienta orgullo por haber estado allí. Por mi parte, yo puedo morir tranquilo.

En enero de 1989, el ARA Bahía Paraíso sucumbió en las gélidas aguas antárticas. Frente a la base estadounidense Palmer, en el continente blanco, una piedra desgarró su casco hasta la agonía. Había vuelto de Malvinas para seguir cumpliendo con su misión: el abastecimiento de las bases antárticas argentinas.

“Fue un buque de una nobleza singular”, lo recuerdan hoy sus tripulantes. Se hundió lentamente sin lamentar víctimas una insignia de la entrega en Malvinas y un noble buque antártico.

Remarco por lo que menciona de otra nota:

En algún artículo leímos con asombro el disparate de alguien que dijo que el Bahía Paraíso arrojaba los cuerpos al mar, cuando fui yo, entre otros tantos médicos, el encargado de acondicionarlos.

¿Qué necesidad tienen algunas charlatanas de hablar pavadas?
 
Gracias a BIAGUA y a Jorge MARTÍNEZ hemos recuperado un pedazo de nuestra historia!


FK-28 TC-53, accidentado Aerop. P. ARG., pista 08, 14-ABR, alrededor 12Hs., trasladando Autoridades. ARR largo, barrió tren de nariz, único Acc. Aviación Tte. en Conflicto.
Trip. 1er Piloto VCom. PUPEK.
2do. VCom. SOLER.
Mecav. CP. GAMBA Jorge.
Aux. Carga SM. PEREYRA Antonio +.

Personal que trabajó en reparación, Gpo Tec 1:
Ten SALAS MARTÍNEZ +
SM. SANTIAGO Orlando +
PC. BATISTA Antonio +
RONCHERI Alberto +
DELLAGIOVANA Pedro +
ARIGO Marcelo +

Traslado MLVS. -CRV, 28-ABR, 15:00Hs., en alerta roja, con tren ARR. trabado abajo, sin control dirección rueda de nariz.
Trip. 1er. Piloto Com. MARTÍNEZ Jorge, J. Gpo. 1 Tte. y J. Componente Tte. FAS.
2do. Cap. MIGUEZ Agustín.

Mecav. SP. SANTIAGO Orlando +
Aux. Carga SP. MUÑOZ Juan.
 
he tenido la poibiidad de contactarme con el Brigadier mayor retirado veterano de la guerra de Malvinas
Luis Edmundo Paris

les dejo un extracto:
-llega a PA el 12/04/82 con la misión de pilotar los aviones civiles.
-aviones civiles: Islander que volé y Varios Cessna 172.
-Hice varios vuelos Entre ese mismo 12 de abril y el 1 de mayo fecha en la cual fue destruido el avión
Calculo que me aproxime a las 30 horas aterrizando en varias pistas muy cortas que hay en el archipiélago o que había.
Establecimiento El Salvador, Bahia Fox, Darwin( varias veces), El frigorífico, Y otros campos muy cortos aproximadamente 360 m de largo muchos empezaban y terminaban en el mar.
 

BIGUA82

VETERANO DE GUERRA DE MALVINAS
Colaborador
he tenido la poibiidad de contactarme con el Brigadier mayor retirado veterano de la guerra de Malvinas
Luis Edmundo Paris

les dejo un extracto:
-llega a PA el 12/04/82 con la misión de pilotar los aviones civiles.
-aviones civiles: Islander que volé y Varios Cessna 172.
-Hice varios vuelos Entre ese mismo 12 de abril y el 1 de mayo fecha en la cual fue destruido el avión
Calculo que me aproxime a las 30 horas aterrizando en varias pistas muy cortas que hay en el archipiélago o que había.
Establecimiento El Salvador, Bahia Fox, Darwin( varias veces), El frigorífico, Y otros campos muy cortos aproximadamente 360 m de largo muchos empezaban y terminaban en el mar.
https://www.zona-militar.com/foros/...aa-en-la-bam-cóndor.25863/reply?quote=1055757
 
Me he encontrado con una incompatibilidad.....

EL Cap. Dovichi lo tenia como el responsable del escuadrón defensa de la BAM Malvinas, los soldados de la primer Brigada Aérea.

Sin embargo, de acuerdo a Rusticcini y Paris, el mencionado oficial voló los aviones civiles de la BAM Malvinas.

Entonces quien fue el jefe del escuadrón defensa de la Primer Brigada Aérea?
 
Última edición:
Escuadrilla de Servicio de la BAM Malvinas
dependiente del Escuadrón Base.

operando aviones civiles desde el 12 de abril

Cap DOVICHI________ herido el 01/05/1982
1er Ten ALTAMIRANO BERNAHOLA PEDRO AMBROSIO
1er Ten García (evacuado al continente a mediados de abril)
1 er Ten Zorreguieta
Ten Edmundo Paris


despues del 01/05, destruido los aviones civiles, se reorganizaron las funciones
-Ten Edmundo Paris: ROA, Atte del Jefe de Base, Oficial de tránsito Aéreo y Jefe del sistema de Seguridad por las noches fundamentalmente.
-Altamirano: ROA, Encargado de Comunicaciones.
 
Última edición:
Del libro de Ramon Garces

personal AA Pradera del ganso, IX Brigada aérea
  • Tte VALAZZA Darío _____J. Bat.
  • Alf FAVRE Arnaldo _____Ayte J. Bat.
  • S/Of Ppl FORNI Carlos __Radar ELTA
  • S/Of Aux DOMINA Carmelo ___Radar, técnico especializado

Fierro 1:

Cbo 1° GALANTI Ricardo ___J. Pza N° 1

S/C63 ATLAS Jorge Rubén

S/63 GARCES Ramon



Fierro 2:

Cbo 1° DEGIUSTI Diego ___J. Pza N° 2

S/C63 STANCATI Juan Carlos

S/63 CAILLOU Eduardo Gabriel



Fierro 3:

Cbo 1° CHICONI José ____J. Pza N° 3

S/C63 LUNA Francisco José

S/C63 SOSA Hugo



Fierro 4:

Cbo 1° GIANINI Elbio ___J. Pza N° 4

S/C63 CASTELLANOS Héctor

S/C63 VAUCHER Mario Enrique



Fierro 5:

Cbo HEREDIA Omar ___J. Pza N° 5

S/C63 OSHIRO Mario

S/C63 PINTOS Daniel



Fierro 6:

Cbo CORRADI Lorenzo ___J. Pza N° 6

S/C63 SERRANO José Ernesto

S/63 PIRIZ Juan Vicente



Radar

S/C63 ERRA Lucio



COMUNICACIONES

S/C63 ANTICO Marcelo Eduardo
 
Arriba