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Noticias del Ejército de Colombia

Caballero Negro

Colaborador
“Me niego a arrodillarme”: coronel Hernán Mejía

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Testimonio desesperado de un alto militar quien desde la cárcel acusa movidas turbias que comprometen a Santos y Sergio Jaramillo a quienes califica de traidores

Al Coronel Hernán Mejía, no le dieron permiso de salir de su prisión militar para presentar en la Feria del libro su testimonio: Me niego a arrodillarme, con prólogo de Plinio Apuleyo Mendoza y editado por Oveja Negra. Allí comenzó la polémica que llevó a que el libro se agotara en su primera edición.

El coronel del Ejército, condenado a 19 años de cárcel por ejecuciones extrajudiciales (falsos positivos) y nexos con los paramilitares cuando estaba al frente del batallón La Popa, en Valledupar, en 2007 no pudo darle la cara a sus lectores que lo esperaban, así que no tuvo más opción que grabar en prisión un corto video que se proyectó en el evento.

Son muchos los que piensan, con el Presidente Uribe a la cabeza y Plinio Apuleyo, que detrás de esta condena hubo una injusticia, tesis que defiende el autor quien describe complicadas situaciones dentro del alto militar con las que logra conmover y sembrar inquietudes y dudas.

El libro tiene la forma de una carta testimonial en el que el coronel se dirige a su padre –quien también fue militar– para narrarle que nunca deshonró al Ejército y que su penosa historia (“De héroe a villano”) es realmente una tragedia de vida en la que él es la víctima de dos poderosos personajes “Judas” de la vida nacional: el hoy presidente Juan Manuel Santos, y su mano derecha en el Ministerio de Defensa, Sergio Jaramillo, hoy alto Comisionado de Paz.

Este es el capítulo XI del libro, en el que Mejía narra sus encuentros y desencuentros con Santos y Jaramillo en 2007, cuando su vida de destacado militar tocó fin y pasó a ser un presidiario condenado por decenas de crímenes:

LA GRAN TRAICIÓN. ¿QUIÉN ES EL ENEMIGO
DE LOS SOLDADOS?


Nunca sabréis quienes son vuestros
Amigos hasta que caigáis en
la desgracia.

Napoleón

Es agotador, porque se enrabia la sangre y se enceguecen de tristeza las pupilas. Se arruga el alma, al escribir sobre la traición y sus implicaciones para un pueblo. Desde Judas que entregó por unas monedas a Jesús, quien lo contaba entre sus discípulos preferidos, hasta los integrantes del actual gobierno colombiano, que eran los más cercanos en el mandato de Álvaro Uribe Vélez, y le voltearon la espalda en el instante mismo de asumir el poder de la Nación. Pasaron dos mil años entre este par de monumentos a la deslealtad y ocurrieron muchas traiciones mortales que afearon el rumbo de la historia. Definitivamente las personas no cambian, simplemente fingen que lo hacen para lograr sus propósitos.

No encuentro cómo dejar plasmado lo que repite muchas veces la historia en sus pasajes, y es que las ratas abominables que se volvieron contra sus otrora benefactores, no merecieron jamás por parte de la sociedad indulto ni clemencia. Sin embargo, esos seres mezquinos aparecen frecuentemente como protagonistas del transcurrir humano. He apreciado en las sagradas escrituras que Jesús perdonó muchos pecados de muchos seres, pero es evidente que Judas se ahorcó el mismo día que vendió a su líder y las monedas cayeron bajo los pies cuando el cuerpo se balanceaba en un árbol. La traición no tiene perdón de Dios.

Cada noticia de lo que ocurre hoy en mi nación es la recriminación cruda por no haber seguido los consejos de mis viejos. Cuán equivocado estaba en la construcción del edificio de mi vida. Aún no puedo explicarles a mis pequeños hijos que su padre fue un soldado que los abandonó para entregarlo todo en una misión ingrata por la patria.

No he sido capaz de explicarles a mis hombres por qué, sin haber sido vencido jamás en los campos de batalla, sin haber fallado como líder en los más cruentos combates contra los terroristas por el bien de un país, sin haber tenido un solo segundo de conducta ilícita; he sido aniquilado por el Estado que defendí. Ese Estado que se alió hoy con los más sanguinarios delincuentes, movido por extrañas fuerzas políticas formando un diabólico dúo, destrozó la dignidad, el honor y la esperanza de la República, y con ello mató en vida a los mejores soldados y sus familias.

Eran más de tres décadas en las filas castrenses cuando inició este infernal episodio que ha roto en mil pedazos mi alma. Es muy angustioso descubrir que por tanto tiempo me utilizaron y me engañaron como a muchos de los soldados, y que los altos dignatarios del poder político y judicial son más corruptos, más cobardes, más traicioneros y más criminales que todos los terroristas juntos.

Precisamente hoy, mientras escribo estas líneas, aparecen en los medios las encuestas sobre la credibilidad de la sociedad en las instituciones. El Ejército es la más querida y confiable de todas, por encima del ochenta por ciento. Las peores, las más rechazadas por su evidente corrupción y traición a los compatriotas son el Congreso Nacional, la Justicia y la Guerrilla.

Entonces, cómo asimilar que esos repudiados por corruptos y marcados con el sello de la desconfianza de la Nación, tengan prisioneros injustamente a los más queridos por un pueblo.

Esa es una leve muestra de que en Colombia no importa lo que sienten los ciudadanos cuando el poder lo ostentan los mismos sin escrúpulos desde hace dos siglos.

Era enero y despegaba el 2007, llevaba más de siete meses sin ver a mi esposa, a mi madre y mis hijos. La última navidad la había pasado muy lejos. Era el comandante de una emblemática Brigada de combate terrestre que estaba incrustada en otro mundo, en las selvas amazónicas. Lideraba allí tres mil hombres que sacrificaban diariamente su vida en la guerra contrainsurgente, para salvar la de millones de compatriotas que ni siquiera se enterarían de su existencia y de su heroico sacrificio. Mientras tanto en la capital, en el propio Ministerio de la Defensa, ya se tramaba, ya se cocinaba la última parte de la brutal traición contra el Ejército.

Era martes en la noche. Recién llegaba al puesto de mando de mi brigada en Santana, Putumayo, ubicado dentro de la jungla exótica y silenciosa, pero muy estratégicamente diseñado para controlar y apoyar las operaciones militares en la región. Venía cansado de supervigilar las maniobras de mi poderosa Unidad en la frontera sur del país; estuve varios días motivando a mis hombres para el cumplimiento de la ardua misión. Bajé del helicóptero y recibí la información de mi inmediato subalterno, el coronel Alfonso Murillo, jefe del Estado Mayor de la Unidad Operativa Menor.

El coronel algo preocupado se me presentó y en una sola frase selló el futuro de su comandante. Debía comunicarme inmediatamente con el comandante del Ejército.

Creí en ese momento, como soldado, haber considerado mentalmente todas las posibilidades de por qué me llamaba ese día y a esa hora, el comandante de mi Ejército, pero estaba equivocado y la incertidumbre se agigantó cuando telefónicamente sin más palabras me dijo que me presentara en la sede del Comando del Ejército, en la capital, a primera hora del día siguiente. Le informé, con la cortesía acostumbrada, que no tenía disponible ningún medio de transporte que me permitiera cumplir tal orden, ante lo cual me dijo que enviaría de inmediato el avión asignado a él, y así sucedió.

Ese detalle fue peor para mi presionada imaginación. Lo sentí como una puntilla en mi cerebro. No tenía ni idea para qué era requerida en esa forma tan urgente mi presentación ante el alto mando. Lo más acertado que me permitía deducir era que se trataba de aspectos operacionales secretos sobre las maniobras contra el secretariado de las Farc en la frontera sur del país.

A las siete de la mañana del miércoles, estaba yo perfectamente uniformado en el imponente despacho del comandante del Ejército, general Mario Montoya Uribe. Luego de hacer mi presentación marcial ante el comandante de la Fuerza, me hizo seguir a su despacho. Nadie más se encontraba allí, lo que me desconcertó. No me preguntó por las operaciones, no me preguntó por mi Unidad Militar, solamente dijo:

–Hernán Mejía Gutiérrez, usted a partir del momento está relevado del mando de su brigada, del comando de las tropas especiales y de la dirección de todas las operaciones militares. No sé aún que pasó, pero según el ministro de Defensa Juan Manuel Santos, viene un escándalo de proporciones internacionales y usted hace parte de él.

Fue un mazazo sobre mi cabeza, era como si un mundo enloquecido girara en mi mente a mil kilómetros por hora. No podía asimilar aún la frase de mi comandante. Solo atiné a decir:

–Mi general, ¿cuál escándalo?, ¿de qué se trata esto? Yo soy un soldado limpio, yo no he actuado mal jamás.

El comandante de la Fuerza respondió sin mirarme:

–Mire, Hernán Mejía, vaya descanse con su familia estos días y se presenta aquí el lunes para asignarle un nuevo cargo.

Le respondí conmocionado si debía ir a entregarle la brigada a mi reemplazo como era lo legal y reglamentario. Me contestó que no era necesario, que todo ya estaba hecho. Eso me dolió más, me retorcía de rabia e indefensión. Me dijo que agradeciera que él había intercedido, porque la orden del ministro Juan Manuel Santos Calderón era echarme de la institución.

Es una triste pero comprobada verdad que muchos de los generales de hoy, como los políticos desde siempre, aprendieron a decir palabras perfectamente convincentes pero difíciles de creer. También los subalternos hoy tienen perfectamente claro que sus jefes muchas veces no son sinceros y por tanto indignos de la confianza de sus hombres.

Noté claramente que el comandante del Ejército tenía algo más al respecto, que no me había dicho toda la verdad. Salí del despacho nublado, sin entender nada, estaba en el máximo grado de aturdimiento posible. No supe con quién hablar, debía ir a casa, contarle a mi familia lo ocurrido, pero ¿qué era lo ocurrido? Tampoco tenía respuesta. Pasaron horas, siglos, mientras buscaba organizar las ideas. De todas formas, no lo pude hacer, le faltaban muchas piezas al rompecabezas.

La noche de ese miércoles fue un infierno. Sentí más presión que en los momentos del último atentado en mi contra, cuando los terroristas atacaron con explosivos el vehículo en que me desplazaba por la Sierra Nevada y volé medio muerto o medio vivo por los aires, venciendo la gravedad herida y rasgando el viento con mi sangre.

Esta sensación era mucho peor. A mi mente concurrían locuras y fantasmas. ¿Qué fue lo que hice tan grave?, ¿cuál era la causa de todo ese laberinto? Pasarían varios años de tragedia, de infamia y soledad en prisión para entenderlo.

Muy temprano, el jueves veinticinco de enero de 2007, salí con mi familia para la sede del Club Militar “Las Mercedes”, en Melgar, una población cálida, distante cien kilómetros de la capital en la vía hacia el sur, en el departamento del Tolima.

Muy cerca de ese Club de oficiales, a menos de cinco minutos en carro, se encuentra el gran fuerte de Tolemaida. Es el centro de entrenamiento militar más completo de la Nación, la catedral de los mejores guerreros de América. Allí funcionan la Escuela de Lanceros, la Escuela de Paracaidismo de Combate, la Brigada de Helicópteros y, antes, los famosos batallones aerotransportados Colombia, Bogotá y Rifles.

El prestigio de Tolemaida es legendario por su rigor en la preparación de las Unidades élite y porque desde allá egresan los mejores combatientes del mundo.

Mi cerebro funcionaba al máximo de revoluciones cuando pasamos frente de la guardia imponente del fuerte Tolemaida. Mientras conducía la pequeña camioneta, trataba de distraer y hacer sentir bien a mis niños, contándoles cuántas veces hice parte como alumno y como instructor en aquella guarnición. Ellos aún no conocían la situación y no tenía por qué amargarles el mágico momento. Además, yo tampoco tenía una idea nítida del asunto. Quería encontrar respuestas en mi cabeza.

Lo que sí tenía bien claro, y eso me tranquilizaba, era que mi conciencia estaba limpia, que nunca había actuado mal.

Llegamos a la sede campestre del club, me instalé con mi esposa e hijos en una espaciosa y fresca cabaña. Llevaba casi un año sin verlos y una eternidad sin compartir con ellos unos días. Le di gracias a Dios por aquellos momentos, pero seguía pensando en el porqué de todo.

Transcurrió el jueves en plena alegría. Era como si estuviera recuperando mil años perdidos de mi hogar; a veces estuve distante, escudriñando en el firmamento qué era lo que acontecía conmigo, y qué pasaría después, pero unas sonrisas y el abrazo cálido y simultáneo de mis tres hijitos me regresaban felizmente a tierra.

Viernes. No eran aún las siete de la mañana. Estaba tratando de jugar tenis con mi hijo mayor; nunca supiste padre que son tres mis retoños, esos nietos que no conociste. El mayorcito tenía entonces siete años y los mellizos cinco años. Les hablo mucho de mis antepasados, les cuento de la gran lucha que diste viejo por la vida, de tu recia manera de existir, de esos inquebrantables principios innegociables, de su pulcra manera de vestir, muchas veces de lino blanco, de la lección tan valerosa en los últimos momentos de tu existir. Les mostré en algunas ocasiones la carta que me dejaste con esa letra palma impecable y les digo cuánto te admiré, cuánto te respeto y cuánto te he necesitado.

Estaba en la cancha de polvo de ladrillo y a esa hora, recibo una llamada al teléfono móvil; era el general Montoya Uribe, el comandante del Ejército:

–Hola, Hernán Mejía. ¿Qué hace?, ¿dónde está?

Inmediatamente repliqué:

–Descansando con mi familia, mi general. Estoy en el club militar de “Las Mercedes”.

Esa respuesta, inexplicablemente para mí, descompuso al general comandante del Ejército. Cambió radicalmente el tono de voz:

– ¿Qué hace allá, Mejía? No la vaya a embarrar. Mire que podemos manejar las cosas, no se le ocurra hacer una locura.

Ahí, menos entendí la situación; quedé perdido, no sabía qué palabra pronunciar. Antes de que me repusiera, el general Montoya gritó:

–Ya envío un helicóptero y se regresa inmediatamente a la capital.

–Como ordene, mi general.

En pocos minutos mi familia me vio partir de nuevo. Esposa e hijos se quedaron solos, sin explicación, sin abrazo. Debieron suspender violentamente ese lapso de vida y de sonrisa, arreglaron las cuentas en el club, empacaron incluso mi ropa y regresaron llenos de intranquilidad unas horas después. Yo fui transportado al aeropuerto militar de la capital, y luego al Comando de la Fuerza donde me esperaba el general, el comandante de mi Ejército. Eran casi las diez de la mañana.

Ese viernes veintiséis de enero de 2007 fue lento. Ya habían ocurrido muchas cosas y eran hasta ahora las diez de la mañana. En el despacho del comandante de mi Ejército el ambiente estaba enrarecido, o por lo menos así lo percibí. El general sin mirarme a los ojos me dijo:

–Hernán Mejía, ¿está tranquilo?

Le dije:

–No. Cuénteme, mi general, qué es lo que pasa.

Ahora sí me miró. No encontraba palabras; no sé hoy si era capacidad histriónica o realmente le dolía. Se mostraba abatido, y atinó a decir con voz muy baja:

–Hernán, en pocos minutos el ministro Santos saldrá en una rueda de prensa con los medios de comunicación desde el Club militar de “Las Mercedes”. Todo lo que hablará será contra usted, le hará públicamente acusaciones terribles.

Luego agregó:

–Dejemos que todo se enfríe y lo manejaremos, Mejía. Usted sabe que en este país rápidamente un escándalo tapa el otro. Vaya descanse sin salir de la ciudad, por si lo necesito.

Fui educado para ser fuerte, pero jamás estuve preparado para esos instantes, y creo que nadie lo está. La sensación es horrible. Fue como si mi cerebro y mi corazón se enfrentaran a un choque descomunal que requería de toda su capacidad de respuesta o explotarían en mil pedazos.

En ese instante solo me quedó claro que era un plan siniestro. Que cuando el general de mi Ejército se entera de que estoy en el club militar de “Las Mercedes”, se desconcierta y siente que yo he descubierto la patraña. Se imagina que reaccionaré allí mismo porque el ministro Santos Calderón y yo coincidiríamos en el mismo lugar; porque ignorando todo, estaba con mi familia en el cadalso que en secreto me habían preparado.

He cavilado mucho, si tal vez fue mejor así. Creo que Dios evitó que esta historia hubiera cambiado radicalmente en aquel día de deshonor.

Llegué desolado a la casa. Mi pequeña familia había arribado pocos minutos antes. No alcancé a prepararlos, no era capaz de organizar mis ideas, no asimilaba cómo estaba ocurriendo esa catástrofe. Eran las once y cincuenta minutos de la mañana de ese mismo viernes veintiséis de enero de 2007 que duró mil años; en todos los canales nacionales el flash informativo: “El ministro de la Defensa Juan Manuel Santos Calderón hace graves denuncias contra un alto oficial del Ejército desde la sede del Club militar de “Las Mercedes” (…). Ese oficial de grado coronel es Hernán Mejía Gutiérrez, quien se desempeñaba hasta hace pocos días como comandante de las Unidades élite de Combate anti Subversivo en el sur del país”.

En ese momento, la institucionalidad que siempre defendí me asesinó brutalmente. Cada palabra en los medios era una estocada en mi corazón de soldado; el arma homicida esgrimida por Juan Manuel Santos fue la prensa, y esta se prestó gustosa para el crimen.

Meses después, varios periodistas conocidos que estuvieron allí, me relataron cómo los habían convocado a Tolemaida con mentiras sobre la compra de helicópteros; y ante la negativa a asistir, les anunciaron que saldría una bomba. Me describieron estos comunicadores, cómo el viceministro Sergio Jaramillo Caro repartía entre ellos un panfleto con atroces falsedades incriminándome en hechos que jamás cometí.

Puedo aseverar que la educación recibida en el seno de mi hogar fue estricta. Se basaba en los principios intransables de la moral, la fidelidad de sentimientos y la decencia. Aquellos preceptos no negociables que se heredan del hogar y que no pueden aprenderse en las escuelas y universidades.

En el Ejército y en los cursos de combate me entrenaron para las inclemencias de la guerra; pero que alguien me diga cómo se prepara uno para esta maldad. Cómo se hace para dar el primer paso, luego de ser decapitado a mansalva por el ministro de la Defensa en un espectáculo transmitido en directo. Díganme la forma de encontrar las mejores palabras, libres de rencor, pero llenas de sentido, para mirar a los ojos a mis pequeños hijos que estaban estupefactos y derrumbados, y explicarles que todo era

un error que pronto se aclararía, y que su papá no era el monstruo que el ministro Santos Calderón acababa de describir.

Luego, casi en minutos, debí correr hasta la clínica “Reina Sofía”, no muy lejos de mi casa, porque mi madre, tu esposa, viejo, tu compañera de la vida, mi linda vieja, había sufrido un paro cardiorrespiratorio ante la noticia del ministro Juan Manuel Santos y se encontraba en una sala de reanimación. Allí debía tratar de explicarles a propios y extraños lo que yo mismo aún no entendía. No sé todavía cómo sobreviví en aquel día. Mi Dios nuevamente estuvo ahí, silencioso, aterrado también, observando la prueba.
 

Caballero Negro

Colaborador
Regresé ya entrada la noche. Venia caminando en medio de una horrible sensación de abatimiento. Me esperaban en la puerta de la casa los dos soldados y el suboficial de mi seguridad. Fue otro sorbo amargo para rematar el día, como si no hubiera sido suficiente. El nuevo comandante de la Brigada, mi reemplazo, mi subalterno, el coronel Rigoberto Martín, ordenaba quitarme inmediatamente el esquema que cuidaba la familia y el vehículo asignado. Les agradecí a esos compañeros sus leales servicios. Los despedí con gratitud porque cumplieron la misión y entré en mi refugio. Intenté la mejor sonrisa para mi esposa y mis pequeños; necesitaba tranquilizarlos pero inexorablemente ese día había destrozado para siempre mi vida.

El sábado desde la madrugada, el teléfono de mi residencia repicaba sin descanso, llamada tras llamada. Era el turno de los medios escritos en la horrible novela. Cada pariente, amigo o curioso, o por qué no decirlo, enemigo satisfecho, me hacía saber la versión que acababa de leer:

En la edición 1.291 de la revista Semana, dirigida por Alejandro Santos Rubino, sobrino del ministro de Defensa, apareció en la portada mi fotografía con el título, en grandes caracteres, DE HÉROE A VILLANO y un subtítulo que decía: Uno de los oficiales más condecorados del Ejército ganó sus medallas gracias a una alianza macabra con Jorge 40..

En el periódico diario El Tiempo se titulaba en la primera página: “Cae el coronel estrella del Ejército”.

En la revista Cambio, se desplegaba un artículo que decía “El coronel Mejía no va más”.

Era ni más ni menos como estar en un campo de batalla, de pie, porque jamás arrodillado, recibiendo ráfagas y sintiendo los impactos que se alojaban destrozando tus carnes y tu espíritu. Estaba sin armas, sin cómo responder, porque el fuego provenía de los que creía amigos, las propias tropas, el Estado al que había servido.

Aquel sábado fue eterno también. Lo soporté en silencio, sin opinar, sin entender; no salí de mi casa, estuve como resguardándome de una tempestad que no amainaba. No me llamó nadie de la cúpula de mi Ejército por la sencilla razón de que ellos ya sabían la emboscada; ya me habían entregado para morir en ella. Aún no sé, qué se debe hacer en esas circunstancias, pero sí sé, que no se lo deseo a nadie.

Llegó el domingo 28 de enero de 2007. Era un día soleado para todos y gris opaco para mí. Había desconectado el teléfono desde la medianoche anterior; quería retornar a la vida normal, creí que podría vivir.

Fui caminando hasta un supermercado Carulla en la avenida 116 con autopista norte a comprar algunas cosas; de pronto noté que la gente me miraba como si estuviera sin ropa. Se susurraban los unos a los otros, no entendía la razón. Segundos después encontré el motivo; cerca de las cajas registradoras de pago había revisteros y allí reposaban ejemplares de la última edición deSemana. Algunas personas la ojeaban mientras hacían la cola para pagar sus compras. En la portada a página completa mi foto con el titular que en segundos destruyó treinta años de servicios a la patria y me convirtió, porque sí, de soldado en hampón. Salí de allí presuroso, triste y sin comprar nada.

Hacia el mediodía, decidí, a pesar de todo, ir a almorzar con mi familia. Le sugerí a mí esposa un restaurante típico, no tan conocido, en el sector de Chapinero, barrio tradicional de la ciudad. En una mesa apartada y medio oculta nos acomodamos. Había un televisor en una columna y estaba iniciando el noticiero del mediodía. Nuevamente la noticia era la denuncia del ministro de Defensa, Juan Manuel Santos contra el coronel Hernán Mejía. Puse atención, grabé para siempre en mi mente y mi corazón las palabras y las imágenes; las acusaciones eran atroces y descabelladas. Manifestó el ministro, entre otras cosas, que todo había sido conocido y consultado con el comandante general de las Fuerzas Militares y el comandante del Ejército. Traté, con la cara entre las manos y los codos apoyados sobre la mesa, de buscar en mi cabeza el origen de la macabra imputación. Rondaba y rondaba en mi cerebro, sin parar, el porqué, si mis comandantes de muchos años lo sabían, nunca me dijeron nada.

Tras unos minutos, se acercaron a nuestra mesa unas cinco personas ya de edad, uno de ellos dijo: “Coronel, usted es un héroe, nosotros creemos en usted, Dios lo ayudará para librar esta nueva batalla”, me abrazó fuerte, luego las personas que estaban en el restaurante empezaron a aplaudir, fue lindo pero doloroso, no pude evitar que se humedecieran mis ojos, también los de mi valiente esposa y los de mis desconcertados hijitos. Ese fue el preludio de la más ******* de las pesadillas para un ciudadano inocente.

Pasó el fin de semana, lo sobreviví con la familia, sin una voz de apoyo o un aliento de la institución a la cual le entregué mi vida. Era el último lunes de enero de 2007. Antes de las seis de la mañana estaba uniformado en la antesala del despacho del comandante de mi Ejército. Ese día era la reunión del Estado Mayor, asisten todos los generales y coroneles que asesoran al Comandante; es un acontecimiento solemne, es tensionante, es marcial. Es una ceremonia que muchas veces decide el destino de aquellos guerreros sin padrino.

Yo estaba de pie junto a la puerta. Caía de repente sobre mí otro desplante miserable. Los generales y coroneles que hicieron presencia en el recinto voltearon la cabeza hacia otro lado o miraron al piso para evitar mi saludo. El segundo comandante de la Fuerza, un buen oficial, un general bajo cuyo mando vencimos en difíciles batallas en las fronteras del sur, me extendió la mano. Fue el único. Me ordenó colocar una silla en el rincón más apartado del salón, lejos de la mesa de reunión. Qué momento tan triste, muchos de los que allí estaban debían sus ascensos o medallas a las tareas de guerra efectuadas por mis hombres y yo. Todos me conocían. Le rogué en esos instantes a Dios para que me diera la fortaleza de no flaquear, de no quebrar mi voz, de hablar sin odio pero con claridad.

El general Mario Montoya Uribe ingresó raudo al salón, se descargó sobre la silla principal en la cabeza de la mesa, recorrió con mirada intimidante y ceño fruncido a cada integrante del Estado Mayor, como revistando su presentación personal. Era su característica forma de verificar que los intimidaba porque sabía que no lo apreciaban ni lo admiraban.

Ordenó el general comandante de la fuerza tomar asiento y soltó, como ignorando mi presencia: “El fin de semana se ha presentado un hecho bochornoso para la institución. El propio ministro de la Defensa ha hecho públicamente graves denuncias contra un coronel del Ejército. Como era mi responsabilidad, he relevado del mando y he traído hasta aquí al oficial. ¿Qué puede decir al respecto, coronel Hernán Mejía? Tiene cinco minutos para que nos explique la situación”.

Que son cinco minutos para resumir treinta años de sacrificio honesto por la Nación. Cinco minutos para responder a una orquestada patraña que el comandante del Ejército conocía con mucha antelación. Él sabía que me habían escogido de manera ******* para el fusilamiento y se prestó a ello sin siquiera averiguar los antecedentes.

Me puse de pie con una mezcla de temor y de ira. Miré a cada uno buscándoles los ojos, pero se escabulleron simulando que estaban muy concentrados tomando notas. Respiré profundo, te llamé, padre, con mi corazón para que estuvieras ahí, sosteniendo a tu hijo herido gravemente por la espalda:

—Agradezco, mi General, que me permita esta oportunidad. Antes que todo les quiero decir a los señores generales, a los señores coroneles aquí presentes, que su gesto de evitar mi saludo al entrar a esta sala, de darme tratamiento de enfermo infecto contagioso, lo asumo como un acto de cobardía de su parte. Es como si dejaran a un hombre mortalmente herido en el campo de batalla, abandonado a su suerte. Claro que muchos aquí ignoran lo que es una batalla y entonces estoy hablando de lo que no saben. Pero igual, todos aquí me conocen, saben quién soy y he sido. En segundo lugar, quiero recordarles que soy soldado de este glorioso Ejército desde los catorce años, que no ingresé desde niño a las filas de la institución, treinta años atrás, para ser un delincuente. No tengo nada de qué avergonzarme, ni ante Dios, ni ante mi patria, ni ante mis hijos y que mi Ejército no tiene por qué avergonzarse del coronel Hernán Mejía Gutiérrez. Soy inocente de todas y cada una de esas terribles acusaciones y lucharé por la verdad hasta el último suspiro, así se vaya mi vida en ello”.

Se hizo un silencio que me agradó a pesar de todo.

–Ahora solicito permiso para retirarme, debo acudir a la Fiscalía y a la Procuraduría para colocarme a disposición de las autoridades.

Abandoné rápido ese recinto que creía sagrado. Confieso que no quería estar allá; respiré un aire de intriga, de traición y de cobardía en aquellos momentos. Me sentí en el Capitolio Nacional o en el campamento del Enemigo agazapado entre las selvas. No se notó la diferencia.

Había llamado el día anterior a un gran abogado, un maestro del derecho penal, y ante todo un hombre que conocía mi origen, sabía quién era mi familia. Considero que así es más fácil creer y asumir la defensa de una persona. El me acompañó antes de las doce del día a la Fiscalía General de la Nación a presentarme y dejar por escrito mi entera disposición de atender los probables requerimientos de la justicia a raíz de las noticias emitidas en diferentes medios. Igual procedimiento hicimos ante la Procuraduría.

Luego del mediodía de ese mismo lunes, en el final de enero de 2007, como a las tres de la tarde, me encontraba en la oficina de la dirección de planeación del Ejército, una sección que había sido errónea y totalmente subestimada por el mando, a la cual asignaban los oficiales incómodos o innecesarios para que se aburrieran o completaran tiempo para el retiro. Hoy afortunadamente corrigieron esa tendencia y desde esa jefatura han emanado excelentes planes y proyecciones institucionales, que así no se cumplan y queden en el papel son una brújula para el futuro.

Estando allí me comunicaron que debía acudir inmediatamente al despacho del comandante del Ejército. Descendí rápidamente por las escalas un piso hasta la segunda planta. ¿Ahora qué otra cosa sería?

Llegué a la sala de espera y estaban en el lugar unos funcionarios del cuerpo de investigaciones de la Fiscalía, CTI; los identifico por sus overoles negros, sus accesorios y su notable deseo de parecer soldados. En la puerta, con llanto en los ojos, el comandante de mi Ejército, el general Mario Montoya, me dice:

–Hernán Mejía, malas noticias, han venido a capturarlo. El fiscal general de la Nación dispuso su traslado inmediato a la sede de la Fiscalía en el Búnker.

–No entiendo, mi general, yo hice presentación personal en la Fiscalía General hace dos horas y no existía siquiera denuncia en mi contra.

El comandante del Ejército se volvió hacia un señor que ya estaba sentado en la mesa de reunión dentro de la oficina, quien luego se identificó como el fiscal Carlos Arzayús.

–Este es el día más triste de mi vida – agregó mi general -; es una tragedia para el Ejército: vienen a llevarse detenido al mejor soldado de la patria, y lo hacen en mi Comando.

Por las mejillas del comandante de mi institución rodaron lágrimas. Tal vez eran verdaderas.

Les pedí a los funcionarios judiciales que esperaran por favor unos minutos mientras arribaba al lugar mi abogado, el doctor Óscar Lombana Trujillo. Son instantes de tristeza, de rabia, de infamia. Hacía pocas horas me había puesto a disposición de las autoridades y ellos ignorándolo, querían hacer el show. El plan era mostrar al coronel Hernán Mejía Gutiérrez amarrado delante de su país y de su Ejército.

Los medios de comunicación ya estaban emplazados convenientemente en la entrada del patíbulo de los soldados, el llamado Búnker de la Fiscalía. Ellos, dentro de la gran patraña en una política criminal sistemática, exaltan a los terroristas y promocionan la tragedia de los que cumplieron derrotando la amenaza en los combates.

Llegó presuroso el doctor Lombana hasta el despacho del comandante del Ejército y solicitó al fiscal que le mostrara la orden de captura. El fiscal Carlos Arzayús, como por salir del paso, dijo que ya la estaban enviando por fax desde la Fiscalía General al Comando del Ejército. Eso de por sí es anormal e ilegal. El doctor Lombana hace ver la irregularidad y le pide al general Mario Montoya que por favor llame al Fiscal General de la Nación, Mario Iguarán, pues es él quien él debe aclarar la situación. Pasaron tres eternas horas. Finalmente el fiscal General le responde al general comandante del Ejército; le manifestó que no existía ninguna orden de captura contra el Coronel Mejía, que ningún funcionario de su institución había emitido tal orden, que era un desagradable malentendido producto de rumores.

¿Cómo explicar este episodio? ¿Qué pretendían hacer conmigo? Es un interrogante que nueve años después a pesar de las peticiones y denuncias ante las autoridades, no se ha respondido.

Pasados tres años, tuve la oportunidad de coincidir en una diligencia judicial en los Juzgados Especializados con el fiscal Arzayús. Le pregunté por aquella situación y me respondió que la orden de capturarme ese día se la dio personalmente el fiscal general de la Nación, Mario Iguarán Arana; que si era del caso, lo llamara a declarar bajo la gravedad del juramento sobre ello. ¿Quién mintió y cuál era la verdadera intención de quienes en ese día me querían sacar encadenado? A pesar de las denuncias aún no se sabe.

Aquel día, el de la falsa orden de captura, regresé muy golpeado a casa, a las diez de la noche. Mis niños dormían, mi esposa aguardaba valiente pero intranquila; sin palabras se preguntaba qué estaba pasando con nuestras vidas.

Traté de organizar las frases para resumir el amargo día, pero el timbre aborrecido del teléfono me interrumpió; a esa hora es anormal que suene y por ello no suena, truena. Tomé el aparato y al otro lado sentí la voz del general Montoya, el comandante de mi Ejército:

–Coronel Hernán Mejía Gutiérrez, ¿cómo está?

–Totalmente consternado y desconcertado por los acontecimientos que se han producido, mi general.

–Bueno, usted es un soldado y debe sortear los vendavales, Hernán Mejía. Hace unos minutos se recibió información sobre un posible atentado contra usted en su casa, le acabo de asignar un apartamento fiscal, mueva a su familia para allá inmediatamente.

No hubo más palabras, ni explicaciones, ni nada. El general Mario Montoya colgó la llamada y mil sensaciones me invadieron. Todos los interrogantes, toda la furia se adueñó de mí espíritu, como si estuviera poseído por el infierno.

No entendía quién quería matarme de nuevo. ¡Si ya hacía tres días el ministro de la Defensa, Juan Manuel Santos Calderón, me había asesinado en rueda de prensa!

Con la espeluznante arrastrada a la picota pública, con el despliegue miserable de los medios de comunicación, todos los grupos ilegales me convirtieron en su objetivo. Era otra consecuencia lógica de la infamia. Solo atinaba a pensar que no podía permitir que tocaran a mi familia. Debería salvarla pero no sabía cómo ni de dónde vendrían los ataques. Eso me derrumbó sin darme cuenta.

Al amanecer, con autorización del Comando del Ejército, viajé para el norte del país, hasta Valledupar. Necesitaba tratar de recopilar copias de los documentos que acreditaban cada minuto de mi gestión como comandante del Batallón de artillería No 2 La “Popa” en esa región, cinco años atrás.

Era prioridad buscar el cabo suelto que habían empleado para retorcer la verdad y crear la gran patraña. Al mismo tiempo, mi familia adolorida intentaba acomodarse en un angosto apartamento de las Casas Fiscales del Cantón militar del Norte. Les tocó, a mi esposa y mis pequeños hijos de siete y cinco añitos, adaptarse a sobrevivir en el más mezquino de los ambientes; fueron permanente blanco de todas las humillaciones por parte de los otros niños y hasta de los mayores, quienes con el infame dedo acusador y destructor los arrinconaban más, los pisoteaban más y eso también envenenó mi alma.

Comenzaron a pasar días sin fin. Era un sufrimiento enfermizo ingresar al edificio del Comando del Ejército cada mañana. Me sentía tratado como un paria, no salía del pequeño cubículo asignado en el tercer piso.

Notaba claramente que nadie se sentía bien con mi presencia. Descubrí muy pronto que estaba solo para librar esa injusta guerra, asimilé que cada batalla haría hilachas mi vida, pero no tuve duda de que era necesario llegar hasta el final, porque la única herencia para los hijos de un soldado es el honor de su padre.

Desde el mismo comienzo de la siniestra y amarga pasada del destino, hice encarecida la solicitud para hablar personalmente con el ministro de la Defensa, Juan Manuel Santos. Pensé que si esa persona salió a arrasar mi vida en una rueda de prensa sin haberme visto jamás, debería conocerme de manera personal y entonces responderme con la verdad sobre el origen de todo.

Ese despacho del Ministerio de la Defensa, que una vez, hace mucho, fue el epicentro de la disciplina, de la estrategia de seguridad nacional y del porte militar, porque lo ocupaba el soldado más antiguo de la República, ahora es la sede principal de las campañas presidenciales. Desde 1990, el cargo de Ministro de la Defensa se convirtió en la plataforma de lanzamiento para los candidatos y por ende en una olla repleta de burocracia politiquera, que se justificaba diariamente con la sangre y el honor de muchos soldados en los campos de batalla.

Empezaron a llegar los hijos de muchos caciques políticos cobradores de favores, quienes recién graduados de las universidades eran contratados en extrañas asesorías sobre temas que no conocían y simultáneamente obtenían, sin méritos pero por orden del ministro de turno, becas para especializarse en el país y en el exterior por cuenta de los gastos de la guerra.

La lista de delfines que recorrieron ese fácil camino que necesariamente les quitaba oportunidades a oficiales y suboficiales que sí las merecían, es inmensa.

Se volvió muy extraño que un coronel arrimara hasta el despacho del Ministerio de la Defensa. Siempre alguien de esas odiosas oficinas estaba encargado de dilatar y obstaculizar las solicitudes de los militares. No hubo para esos días una sola persona, ni militar, ni civil que se atreviera a abordar el tema espinoso del coronel Hernán Mejía Gutiérrez; fueron mil peticiones para que alguien me dijera lo ocurrido.

Padre, ¿sabes cuánto tiempo transcurrió para lograr la entrevista con mi verdugo? Diez meses. El ministro Juan Manuel Santos Calderón no permitió que entrara mi abogado, como yo solicité. Coordinó la cita con su jefe de prensa, el periodista Fernando Barrero Chávez, y evitó los testigos como condición inexplicable para hacerme pasar. Nadie más asistió al encuentro.

Me recibió displicente a las diez de la mañana, haciéndome saber que tenía otro compromiso muy importante casi de inmediato, por lo cual no ocupó el puesto en el macizo escritorio.

El ministro Santos tenía puesta una camisa verde pálido con una corbata suelta de un azul muy oscuro, sin saco. Yo tenía puesto el uniforme camuflado con los distintivos de combate bordados en hilo negro.

Permanecí de pie en silencio, en tanto él deambulaba contando los pasos por la espaciosa oficina para eludir mi mirada. Es una estrategia recomendada por los psicólogos a los inseguros para eludir la confrontación. Finalmente le dije:

–Señor ministro, el único motivo de estar aquí es que me digan la verdad, que me expliquen de donde salió la versión que usted dio a la prensa contra mí, que le digan al país de dónde proviene esta infamia. Usted tiene en su escritorio mi hoja de vida, yo no he tenido en mi carrera como soldado un segundo de conducta criminal.

El ministro ni siquiera me miró. Observando hacia otro lado a través del ventanal que daba a la plaza de armas interna, mientras se componía el nudo de la corbata azul, me manifestó:

–Coronel, estoy muy preocupado con su caso. Creo que ha ocurrido un error con la información. A mí me engañaron con los datos, es un lamentable episodio que solucionaré a mi regreso de los Estados Unidos. Le prometo aclarar la situación, mientras tanto vaya hablando con Marilú, la del CTI.

No fue más, no dijo más. Dio por terminada la reunión al tiempo que aparentemente verificaba la seguridad dispuesta para sus desplazamientos. No tenía idea quién era Marilú y menos porqué el ministro Santos la mencionaba. Después me enteré de que era la directora Nacional del Cuerpo Técnico de Investigaciones de la Fiscalía General y que tenía mucha relación con Fondelibertad, un organismo que manejaba millonarios fondos y se administraba como la caja menor del Ministerio de la Defensa.

Sin embargo, a pesar del desaire, tuve esperanzas porque en privado el futuro presidente había reconocido el error con el que destruyó muchas vidas. Da mucha rabia que un alto personaje tenga el poder para arruinar la vida de unos soldados inocentes y sus familias.

Salí del despacho del ministro Santos Calderón e inmediatamente me dirigí dos pisos arriba, dentro del mismo edificio, a la oficina del comandante general de las Fuerzas Militares. Me permitieron seguir a su despacho, luego de seis largas horas de antesala.

El general Fredy Padilla es un hombre inteligente; evidentemente no llegó a la cúspide por sus méritos como líder o soldado en las batallas, sino por sus dotes de político. Mi saludo marcial es fuerte y siempre fue así. Mi general me mira, me hace seguir y nos sentamos frente a frente en una sala de inmensas poltronas en cuero color vino tinto. Me conoce desde cuando yo era subteniente de artillería y él, capitán de ingenieros. Me habló en forma amigable pero sin comprometerse. Entonces le dije:

–Mi general, hablé hace unos minutos con el ministro Santos. He venido a ponerlo al tanto de la situación, ya que usted no me llamó. Solo quiero decirle que esto es una absoluta canallada. No sé de donde salió, pero lucharé hasta el fin por la verdad y por mi honor.

Hubo un silencio preocupante pero casi comprensible. El comandante general se incorporó y me dijo en su marcado acento costeño:

–Hernán Mejía Gutiérrez, yo sé quién eres tú. Te conozco desde hace mucho tiempo, se de tu valor y sobresaliente desempeño en muchas batallas; eres un héroe y vas a salir bien de esto. Te creo, pero no puedo hacer nada, yo soy el comandante general de las Fuerzas Militares y tengo que apoyar al ministro de la Defensa, Juan Manuel Santos. Espero entiendas mi posición.

Qué desolación tan inmensa sentí. Solamente me puse de pie y le dije:

–Gracias, mi general. Permiso, me retiro.

Abandoné rápido el edificio pero sin rumbo; no sabía adónde ir.

Tengo claro que si volviera a vivir esos momentos, sería igual; tal vez no sabría cómo actuar ni a quién acudir. Es la sensación extremadamente angustiosa que se debe sentir cuando no abre el paracaídas principal y se enreda la reserva; lástima que no conozco a nadie que haya sobrevivido para contarlo.

Tú, viejo, debes recordar mis accidentes en paracaidismo, cuando llegabas a la Base de Tolemaida, y me encontrabas enyesado con las piernas fracturadas y me regañabas. Pero en esas ocasiones siempre me funcionó la reserva.

Dentro de mi desasosiego, creí inocentemente que en esos momentos lo mejor era acudir a donde el comandante de mi Ejército, el general Montoya. Debía enterarlo de mi entrevista con el Ministro de Defensa y con el comandante general. Él nunca me hizo esperar para atenderme; de inmediato pasaba a su oficina; siempre me recibió sin prisa. En esa ocasión me preguntó cómo iba todo. Le narré entonces, detalladamente, lo que había acontecido en las entrevistas previas con el ministro Santos Calderón y con el general Padilla. Me observó y algo sorprendido por mis actividades osadas en busca de la verdad, pronunció la frase que finalmente constituyó el punto de partida para desenredar los oscuros nudos, tejidos de manera criminal:

–Todo eso está muy bien, pero dígame, Coronel Hernán Mejía Gutiérrez, si quiere de manera confidencial, ¿cuál es su problema con Sergio Jaramillo, porqué lo odia tanto ese señor?

–Mi general, ¿quién es Sergio Jaramillo? –respondí de inmediato–No lo conozco, no sé quién es, jamás he tratado persona alguna con ese nombre.

Mi general Montoya, fingiendo incredulidad, me observó fijamente a los ojos como confirmando mi respuesta y me dijo sin quitar la mirada:

–Mejía: es el Viceministro de la Defensa para los Derechos Humanos, y es él precisamente quien está organizando todo el complot contra usted.

Salí del Comando del Ejército sin entender nada. El túnel por el que había sido empujado era cada vez más oscuro, más frio y más lejana su luz final.

Decidí, como era lo lógico, como creo hubiera hecho un hombre de honor, buscar al viceministro Sergio Jaramillo en su despacho, que era contiguo al del ministro Santos Calderón. Poco había estado en esas dependencias. Llegué en mi uniforme camuflado. Ingresé hasta la recepción; todas las puertas estaban abiertas. Solo hasta ese día me enteré de que existían dos viceministros de la Defensa. Una secretaria amablemente me preguntó qué necesitaba y cuando le pedí el favor de anunciarme con el viceministro Sergio Jaramillo Caro, ella me solicitó que quién quería verlo. Cuando le dije que era el coronel Hernán Mejía Gutiérrez hubo un silencio extraño. Quienes estaban allí, no sé si asesores o secretarios, se miraron entre sí. La secretaria no hallaba cómo hacer. Después de que se cerraran varias puertas de oficinas, se acercó y me dijo, casi al oído, que el viceministro Jaramillo no se encontraba.

Me di cuenta que él estaba en una de las oficinas que cerraron, que se había escondido y ordenado a sus subalternos que lo negaran. Pienso que algún día veré de frente a ese personaje artífice ******* de mi tragedia. Sueño con ello.

Permanecí unos instantes ahí. Miraba a todos como buscando respuestas que no vendrían. De pronto un hombre joven, de cuidada presentación me tomó el brazo derecho y me dijo:

–Mi coronel Mejía Gutiérrez, es un honor conocerlo. Yo soy el Viceministro de la Defensa, Juan Carlos Pinzón. Siga, por favor, a mi oficina y hablamos.

Lo seguí en silencio y una vez traspasamos la puerta la cerró con seguro, me hizo sentar y se acomodó en un sillón frente a mí. Me contó que era hijo de un oficial a quien conocí varios años y grados atrás, y que estaba muy angustiado con mi caso. Me hizo ver que sabía muchas cosas de mi vida, de mi carrera. Me dije para mis adentros que era lógico, posiblemente habían estudiado al detalle el perfil completo del trofeo que entregarían.

Para resumir, esta persona trató de disculparse conmigo, pero sus términos me inquietaron infinitamente. Sus palabras aún taladran mi cerebro: “Mi Coronel, su cabeza la negociaron, era un momento coyuntural del país. Se requería aliviar la presión internacional por el tema de los Derechos Humanos, deberían entregar en bandeja a alguien, a un oficial reconocido. El montaje lo hizo el viceministro Sergio Jaramillo por disposición de Juan Manuel Santos Calderón. Luego, ellos se dieron cuenta de la brutal embarrada y ahora no saben cómo salir del embrollo. Necesitan al precio que sea encontrar algo contra usted para hundirlo y salvar su credibilidad”.

Abandoné el edificio del Ministerio de la Defensa totalmente desconcertado. Me parecía increíble que se jugara con la vida y el honor de los soldados para satisfacer intereses políticos. No podía creer que sacrificaran a unas personas inocentes cuyo único pecado era haber buscado la excelencia en el cumplimiento de su deber. El viceministro Juan Carlos Pinzón sería más tarde el Ministro de la Defensa y Sergio Jaramillo Caro el Alto Comisionado de Paz, cuando Juan Manuel Santos Calderón ostentara la presidencia de la República.

A partir de aquella mañana, mi corazón y mi mente comprendieron con desesperada indefensión que era víctima de la más absurda pero poderosa componenda. Asimilé con terror que quienes nos llevaban a la ruina a mí, a mis hombres y a nuestras familias, no eran los terroristas contra los que siempre combatimos, sino que el verdugo era el propio Estado que defendimos con lealtad hasta el máximo sacrificio.

La melancolía, cada día se prolongaba, era más deprimente cada despertar con el mundo encima sin razón, todo aquello acentuaba sin piedad las heridas del corazón.

Como si fuera parte de la tragedia, he podido percatarme, que los días más amargos de la vida siempre comenzaron con unas mañanas grises, opacas y melancólicas. El tiempo transcurrido durante mi muerte en vida, en la abominable prisión, ha mostrado muy nítidas las curvas oscuras del camino de los ruines para acceder y mantener el poder. No puedo creer que tuve que vivir esto para comprender que mis más descabellados presentimientos se quedaron cortos frente a la realidad que abraza mi país y ante todo, el futuro del glorioso Ejército.

Me agoto meditando y comparto la angustia con mis compañeros de prisión de saber si fue un gran error ser soldado. Concluir que haber sentido en lo más profundo del corazón los avatares y las angustias de una nación doblegada por el terrorismo y hacer parte de un ejército humilde pero noble y bravo, no estuvo bien.

He hablado contigo sobre estos episodios padre, tratando de contarte sin odios cómo se orquestó la traición a tu hijo. Relatarte lentamente mis torturantes secretos me alivió mucho. Lo hice como si estuviera repasando en mis agendas sobre las que escribía sin falta a manera de diario y por eso discúlpame el desorden. En ellas, intencionalmente dejaba las esquinas de algunas hojas dobladas como indicando acontecimientos más traumáticos o muy diferentes. Años después las encontré y las recorro una y otra vez con la curiosidad y el asombro de que aún existieran, o de que tales circunstancias las hubiera plasmado yo mismo alguna vez.

En los días aciagos en que arañaba algunas letras y documentos para organizar mi defensa, apareció en los medios el gran escándalo mundial de la revelación de mensajes cifrados del gobierno de los Estados Unidos por parte del periodista Assange en los llamados “WikiLeaks”.

Fue una sorpresa encontrar que en aquellos archivos secretos alguno refería la conversación en 2007, de Sergio Jaramillo con el Embajador de los Estados Unidos en Colombia, respecto del caso de un coronel Mejía Gutiérrez.

Texto extraído del capítulo XI del Libro "Me niego a arrodillarme", con prólogo de Plinio Apuleyo Mendoza y editado por Oveja Negra.

Fuente: http://defensaydemocracia.blogspot.com.co/
 

Caballero Negro

Colaborador
Que duro lo que cuenta el Cnl Mejía Gutierrez.

Esa es la calaña de la gente que nos gobierna y de los que están negociando en la Habana con las farc. Así como el Coronel Mejía Gutiérrez hay miles de hombres de las FFMM inocentes, presos, con sus carreras arruinadas, despojados de todo honor y de sus familias, en estado de indefensión, siendo víctimas de la denominada "combinación de todas las formas de lucha", ya que los acaban judicialmente entre fiscales, ONG´s pro insurgentes poderosas que sacan multimillonarias indemnizaciones al Estado y un cartel de falsos testigos que ha salido a la luz pública.

Si quiere ver un poco más de cerca la trayectoria y en qué consistió la conspiración en contra del Coronel Mejía Gutierrez acá le dejo estos enlaces, la lectura es mucho más corta que la que coloqué arriba:

La inesperada pesadilla del coronel Mejía Gutiérrez

http://defensaydemocracia.blogspot.com.co/2014/09/la-inesperada-pesadilla-del-coronel.html

¿De héroe a villano? Coronel Mejía relata sus años de gloria y dolor

http://defensaydemocracia.blogspot.com.co/2014/09/de-heroe-villano-coronel-mejia-relata.html

Y acá otra historia de esas indignantes en contra de miembros del Ejército, es que todo es una mafia definitivamente:

http://defensaydemocracia.blogspot.com.co/2014/11/el-calvario-de-11-anos-del-coronel.html
 

Caballero Negro

Colaborador
Ejército de Colombia mantendrá su número de efectivos más allá de un posible acuerdo de paz con las FARC

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La negociación de paz que el Gobierno inició en Cuba a finales del 2012 con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) para acabar con el prolongado conflicto armado que ha dejado 220.000 muertos, generó temores de una reducción del número de integrantes del Ejército.

Bogotá. El Ejército de Colombia mantendrá a sus 235.000 efectivos en medio de su proceso de modernización, sin importar la posibilidad de que el Gobierno alcance un acuerdo de paz con la guerrilla de las FARC, dijo este martes un oficial de alto rango.

La negociación de paz que el Gobierno inició en Cuba a finales del 2012 con las izquierdistas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) para acabar con el prolongado conflicto armado que ha dejado 220.000 muertos, generó temores de una reducción del número de integrantes del Ejército.

Aunque las FARC firmen un acuerdo de paz y dejen las armas, los militares continuarán enfrentando a otro grupo rebelde más pequeño, el Ejército de Liberación Nacional, con el que aún no se inicia una negociación formal de paz, además de las bandas criminales dedicadas al narcotráfico y a la minería ilegal.

El general Alberto José Mejía defendió el proceso de transformación, al que catalogó como una necesidad producto de una iniciativa propia y no una imposición de las FARC como señalan sectores políticos que critican la negociación de paz.

"La transformación no es perder, no es reducción, no es menos soldados, es un fortalecimiento institucional", explicó el oficial.

El ministro de Defensa, Luis Carlos Villegas, dijo por su parte que con la transformación se destinarán más efectivos a la protección de las fronteras, al cuidado del medio ambiente, la atención de desastres e incluso la seguridad en las ciudades.

"Esta transformación es para fortalecer el Ejército. Tenemos un Ejército para la paz o para la guerra", sostuvo Villegas.

Autor:
Reuters
 

Caballero Negro

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Ojalá caigan cabezas por esto, que vergüenza! la falta de rigor profesional, de milicia, de disciplina entre otras cosas nos cuesta vidas. Que lamentable que en los medios más masivos esto no se publique.

Comandantes serán investigados por juerga en su campamento

 
Que lamentable que en los medios más masivos esto no se publique.

Es que la nota es bien amarillista, hablan mucho y no dicen nada! No aclaran si los soldados fueron emboscados en la cantina o en otro lugar. No indican si llevaban uniforme. Tampoco si llevaban armas o no llevaban, o si estaban de servicio o de permiso. Cual era la misión que tenían? Cuanto tiempo despues de haber bebido cayeron? En fin.. Nada!!
 

Caballero Negro

Colaborador
Es que la nota es bien amarillista, hablan mucho y no dicen nada! No aclaran si los soldados fueron emboscados en la cantina o en otro lugar. No indican si llevaban uniforme. Tampoco si llevaban armas o no llevaban, o si estaban de servicio o de permiso. Cual era la misión que tenían? Cuanto tiempo despues de haber bebido cayeron? En fin.. Nada!!

Es que Shomer la noticia no es nueva, esto ocurrió el año pasado, al rededor de un año, y fue un escándalo de grandes proporciones en su momento. No sé si publiqué la noticia en el tema de "noticias del conflicto Colombiano". En resumen fue una emboscada de las farc a un pelotón del Ejército en medio de la noche en un corregimiento en el norte del Cauca, los soldados estaban ubicados en una cancha de micro-fútbol pasando la noche.

Lo que sí se sabe es que hubo deficiencias en los protocolos de vigilancia y composición de la guardia, falta de rigor militar en el desarrollo de las labores que adelantaban en el área. Por ejemplo a estos hombres los comandaba un sub-oficial y no un oficial como estipula el manual de operaciones, entre otras deficiencias.

Los muertos fueron 11 o 12 según recuerdo, y el escándalo fue mayúsculo por las declaraciones de las viudas, porque aparentemente estábamos en medio de una tregua declarada por las farc y aun lo estamos pero siguen matando, extorsionando etc, también por la orden presidencial de interrumpir los bombardeos a estas estructuras criminales de las farc.

Lo que muestra esta nota, es que la Procuraduría General de la República una vez surtida una investigación de un año, corrobora las informaciones según las cuales hubo fallas de disciplina, en la ejecución de procedimientos y protocolos tipificados en manuales. Y aunque este noticiero sí produce una serie de notas que hay que tomar con pinzas, la Procuraduría es un organismo que no está tomado por el Ejecutivo y es bastante crítico con el tema de las negociaciones en la Habana y otras políticas y decisiones tomadas por el gobierno.
 
Seria bueno lograr leer el informe de la Procuraduría General de la República. Me apena que se difame a estos muchachos muertos para nada cuando las criticas deberían ser pura y únicamente dirigidas al Comandante en el área.

Saludos!
 

Caballero Negro

Colaborador
Seria bueno lograr leer el informe de la Procuraduría General de la República. Me apena que se difame a estos muchachos muertos para nada cuando las criticas deberían ser pura y únicamente dirigidas al Comandante en el área.

Saludos!

Evidentemente la responsabilidad es del Generalato y de los altos oficiales que tienen como jurisdicción el departamento del Cauca pero que se lavaron las manos, si hay faltas en la disciplina y los procedimientos es culpa de los que tienen mando. Yo hablaba alguna vez con un capitán y le preguntaba el motivo por el cual un Sargento comandaba a estos muchachos, él me decía palabras más palabras menos, que era porque a las FFAA las estaban conteniendo, las grandes fuerzas de tarea conjuntas como la Titan y Omega que atacaban las estructuras guerrilleras más poderosas como el columna móvil Teofilo Forero están prácticamente guardadas en los cuarteles.

Que cundía la desmoralización, que los oficiales preferían no salir al área porque de presentarse un combate y la consecuente muerte de algún bandido, lo más probable es que los oficiales fueran presos ya que las ONG´s y la Fiscalía tienen montados un cartel de testigos falsos muy poderoso. Y se quejaba por la falta de apoyo aéreo, que ni siquiera las plataformas que ejecutan labores de inteligencia estaban volando, y eso es como quitarle un brazo a un soldado.
 

Caballero Negro

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“No quiero una papayera sino una orquesta sinfónica”: General Mejía

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El general Alberto José Mejía le explicó a La Silla de qué se trata la transformación al Ejército y los efectos que ésta tendrá sobre sus roles. Fotografías por: Natalia Arenas

El martes, el comandante del Ejército, el general Alberto José Mejía, anunció la transformación del Ejército que entrará a regir a partir del próximo 7 de agosto. Es una reforma grande que busca preparar el Ejército para la eventual firma de la paz con las Farc y los retos que implica la salida de ese grupo armado del conflicto y el crecimiento de otros, como las bandas criminales.

La Silla entrevistó al General Mejía para entender de qué se trata este cambio.

La Silla Vacía: Leyendo sus declaraciones, pareciera que le están apuntando a un Ejército multipropósito

Alberto José Mejía: Hay una política en el Plan de Desarrollo del Gobierno sobre la seguridad y la defensa que fue elaborada durante el período del exministro Juan Carlos Pinzón. Y ahora el ministro Villegas ha llegado a hacer un proceso de refinamiento de esa política para hacerla mucho más adaptable a la situación. Tenemos muy claro que esa política rige lo que nosotros hacemos: proteger la soberanía del territorio.

Pero el Gobierno nos ha dicho que nosotros no vamos a hacer solo eso, sino que vamos a seguir participando en el nivel interno hasta que se alcance una paz estable y duradera. Y vamos a tener que involucrarnos en el desarrollo del país, vamos a tener que participar en misiones internacionales (que es una orden del Presidente), y que tenemos que estar preparados para atender temas de desastres, medio ambiente y gestión del riesgo.

¿Cuál es la lógica detrás de esto?


AJM: Ese un portafolio muy amplio, son muchos roles. Y realmente, si Colombia tuviera instituciones muy fuertes para atender cada uno de esos temas no habría razón para estar nosotros involucrados. Pero es un toque de realismo.

¿En qué sentido?

AJM: Nosotros tenemos unas capacidades. Por ejemplo, en temas de desminado, llevamos 30 años desminando y tenemos una experiencia muy grande: ya despejamos cinco municipios completos que nos tomó cinco años hacerlo según estándares internacionales. Entonces, [nos han dicho] usen esta capacidad para seguir apoyando al país.

Este ejército multiroles no es solo en el caso de Colombia. Es el de Brasil, el de Chile, el de México, son los ejércitos de la Otan y de todo el mundo a los cuales sus países los están llevando al máximo desempeño de su capacidad.

Esta estructuración crea nuevas armas y además cambia la estructura del Estado mayor y lo divide. ¿Usted qué le diría a la gente que piensa que esto es una manera de ocupar a los coroneles y a los generales que sienten que se van a quedar sin puesto con el proceso de paz?

AJM: La verdad es que el Ejército actual es una pirámide muy cerrada. Los ejércitos modernos son como una meseta. Eso facilita los procesos de toma de decisiones. Aquí la carga laboral de comandante del Ejército es brutal. Usted tiene que tomar diez mil decisiones al día, firmar 20 mil papeles y al hacer esto usted no pocas veces termina enfocándose en lo táctico y no en lo estratégico.

Entonces lo que queremos es, a través de tres jefaturas de estado mayor, encargar a unos tomadores de decisiones de procesos. Uno que planea, otro que produce poder de combate y otro que pelea.

No estamos creando más puestos sino modernizandonos.

¿Es decir que el Estado Mayor se queda con el mismo número de personas pero especializadas?

AJM: Se mantiene igual pero con mayor talento. Hay un cambio fundamental en la administración del talento humano. No quiero una papayera sino una orquesta sinfónica en la que cada especialista toca perfecto un instrumento por 20 años. Si usted es un suboficial experto en ciberdefensa, usted tiene que especializarse en eso 20 años hasta que usted sea el más hiper mega crack en ese tema.

¿Y para qué crear cuatro nuevas armas?


AJM: Mire lo que pasa: Por ejemplo, a Fuerzas Especiales llega gente super talentosa y la entrenamos para cumplir cierto tipo de misiones. Por ejemplo, infiltraciones a gran altura. La inversión en ese tipo de capacidad vale plata. Y la persona, por ejemplo, es de caballería.

Esta persona después tiene que ir a hacer su curso, especializarse en caballería porque si no va a trabajar en caballería no puede ser comandante de una unidad de caballería. Entonces esa persona se sentía relegada, cuando es un super Mcgyver. Entonces se creó el arma de fuerzas especiales y todos estos talentos se mantienen en su capacidad. El máximo puesto de esa pirámide es ser comandante del comando conjunto de operaciones de las fuerzas militares con todo un plan de carrera para llegar allá.

Lo mismo pasa con Policía Militar y Acción Integral. Aplica para los que manejan máquinas, pavimentan, perforan pozos en La Guajira. Se necesita tener una preparación y no puedo graduarlo y decirle “usted va a ser panadero”.

¿Cómo van a preparar a la tropa para poder cumplir con estos propósitos?


AJM: En la planificación militar trabajamos por esfuerzos: principales, de apoyo y de contribución. La transformación está dividida en tres espacios de tiempo: la 1.0 que es del 2014 al 2018. La 2.0 que es del 2018 al 2022 y la 3.0 que va del 2022 al 2030.

El esfuerzo principal es que el acuerdo de paz sea exitoso. Desde que yo llegué a este cargo he establecido la máxima estratégica de que este proceso de paz no se vaya a caer por culpa del Ejército.

El 20 de julio vamos a cumplir un año de mostrarle al país que hemos sido los grandes protectores del proceso de paz. Ha sido dificilísimo. Con una operación mal concebida nos podemos tirar el proceso de paz en tres segundos.

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¿Está diciendo que ha habido un cese bilateral de facto?


AJM: Hemos tenido una gran responsabilidad en cumplir la misión teniendo el absoluto cuidado de no afectar el proceso de paz, de respetar los compromisos que ha adquirido nuestro gobierno

¿Cómo podría una operación militar haber dañado el proceso?

AJM: Por ejemplo, el Presidente dice que no se pueden bombardear los campamentos de las Farc pero nosotros también tenemos artillería de campaña que produce mayores efectos. Es decir, cañones que tienen una potencia inmensa. Hemos sido cuidadosos de no emplear este tipo de capacidades contra estos campamentos con el propósito de evitar que el proceso se pueda afectar.

Lo que sí hemos hecho es darle muy duro al enemigo en lo que tiene que ver con narcotráfico: llevamos récord de erradicación, récord de destrucción de laboratorios de base de coca y de destrucción de cristalizaderos, récord de incautación de insumos sólidos y líquidos, récord en minería ilegal, en atacar la extorsión y el contrabando que nosotros nunca habíamos estado metidos en temas de contrabando y estamos haciendo un esfuerzo extraordinario.

Pero también hay un récord en aumento de cultivos


AJM: En erradicación, la meta impuesta el año pasado por el sector este año la doblamos. Y de haberla doblado, la meta del año la vamos a cumplir el primero de julio. Pero ante el aumento de los cultivos de droga eso es un rasguño.

Hoy hay unos 100 mil soldados regulares y de esos, según un estudio de la Defensoría, el 81 por ciento de ellos vienen de familias en situación de pobreza y hay altos niveles de analfabetismo en la tropa. ¿Cómo reeducar al Ejército para cumplir esta cantidad de labores adicionales?

AJM: El Ejército tiene unos pilares, que yo llamo subsistemas de talento humano, de inteligencia, operaciones, logística, etc. Hemos hecho una evaluación que empezó en el 2011 que nos permite saber en cada subsistema cuáles son las debilidades, las fortalezas y las amenazas. Eso nos ha permitido orientar la estrategia y crear matrices de prioridades que nos permiten establecer qué debemos hacer primero.

Por supuesto que está el tema de entrenamiento, de educación, de doctrina. Ha sido un proceso de sacarle radiografías al Ejército. Y durante todo este tiempo yo he estado personalmente en este trabajo sin pensar que iba a llegar a esta posición.

¿Cuál es la inversión en educación que están haciendo, van a crear nuevas escuelas?

AJM: Tiene que ser un Ejército más preparado, más educado. Uno de mis libros de cabecera se llama El Soldado y el Estado, del profesor Samuel Huntington de la Universidad de Harvard. Él hace un análisis que dice que los más altos niveles de relación civiles y militares están dados de acuerdo al nivel de profesionalismo del Ejército. Entre más profesional sea, las relaciones con las instituciones democráticas y con el país son más fuertes. No es un descubrimiento de la Nasa pero sí soporta la importancia de la inversión en educación.

¿Y cuánto tienen previsto para eso?


AJM: Tenemos unos planes articulados. El Plan Diamante, que nace en el 2011 del Presidente Santos y el ministro Pinzón, y que inyecta una cantidad de recursos para que todas las fuerzas puedan capacitar a sus individuos, hombres y mujeres, en temas que son fundamentales para la construcción del futuro. Así como cuando Chile estaba en la dictadura y mandó a sus army boys a Chicago para prepararse, acá hicimos algo parecido de mandar nuestros army boysal exterior a prepararse y a adquirir una cantidad de conocimientos para llegar acá a ser una influencia transformadora dentro del ejército. Este proceso inicial fue una inversión de 20 mil millones de pesos que nos dio la capacidad de acceder a una cantidad de sitios.

¿Cuáles son los planes para los soldados rasos?

AJM: Estamos presentado una ley que ya pasó el primer debate para la unificación de un solo tipo de soldado. Yo digo, y de pronto no es políticamente correcto, que tal vez el único requisito para prestar el servicio militar es ser pobre. Eso a mi me atormenta. Queremos un servicio más universal.

Por eso, para ellos, los menos privilegiados, se reduce de 2 años a 18 meses. A los que prestan 12 meses se aumenta a 18 y queda estandarizado. Pero, más importante que eso, la idea es que ellos pasen de ganar 90 mil pesos al mes (de los cuales muchas veces le giran 50 mil a la mamá, ese es el nivel de pobreza) a que pasen a ganar 240 mil pesos con el objetivo de que lleguemos a un salario mínimo.

Parece que en toda esta reestructuración ustedes entran a hacer inclusive más labores que en principio son de la policía. ¿A qué se debe eso?

AJM: Sin saber si se firman los acuerdos, sin saber si el ELN entra al proceso, sin saber qué va a pasar con las banda criminales, tenemos que ser muy desconfiados porque la misión es proteger al pueblo colombiano.

Pero en la medida en que se va construyendo una paz estable y duradera, la aguja de esos roles y la de la organización va cambiando y por eso damos el salto a 2.0.

El 2.0 es un Ejército que deja de hacer unas tareas un poco de guerra no convencional y empieza a asumir otras tareas y en esa transición nosotros tenemos muy claro para qué está hecha cada fuerza.

Siempre pensé que al llegar a esta época tan cercana a la paz la extorsión iba a bajar y resulta que es todo lo contrario. Ahora, en vez de pensar en tener menos grupo anti extorsión y secuestro, necesitamos más. Pero eso no va a ser para siempre. Ese rol, en la etapa 2 o 3, según el escenario, debe pasar a la Policía Nacional.

¿Por qué es tan difícil decidir que la policía tenga la primacía como en toda sociedad sin guerra?

AJM: El país no puede esperar que esta transición sea así, que se firmó la paz y al otro día el cielo es rosado y solo pasan palomas blancas volando sobre Bogotá y todo es espectacular. Realmente vamos a tener que seguir confrontando un sistema de amenaza insistente.

La coca está creciendo, pésima noticia para el proceso de paz. Estos grupos se seguirán alimentando de estos cultivos. Debemos ser muy cuidadosos en los cambios pero cada grupo de planificación está en otro escenario. Por ejemplo el 3.0 es solamente el Ejército del futuro, es otro nivel.

¿La directiva 15 que permite bombardear bacrim es la aceptación de que fracasó la Policía y les toca a ustedes?

AJM: La asistencia a la Policía es hoy más clara y evidente que nunca. La verdad es que esta directiva 15 lo que hace es formalizar. Para grupos armados de tipo A, la prioridad es de la Policía y ésta podrá usar a las Fuerzas Militares en apoyo para atacarlos e, incluso, si se cumplen los protocolos del DIH, se puede emplear la capacidad militar: bombardear, entrar artillería, etc. Las tipo B y C, que son muchas más, siguen siendo esfuerzo principal de la Policía. Seguimos siendo un gran apoyo y tenemos la apertura mental para estar con ellos. Esto no los hace sentir a ellos menos o a nosotros más.

¿Usted no teme que esa militarización de la lucha contra las organizaciones criminales, que por ejemplo en México ha tenido unos efectos nefastos, vaya a terminar también cooptando a la Fuerza Pública acá?


AJM: Indudablemente, todo esto son riesgos que ya hemos vivido. El Estado colombiano no puede tener una caja de herramientas con el cuchillo, el martillo, la llave inglesa, con todos los juguetes y esta gente tomándose veredas, sembrando el pánico y aterrorizando a la población civil y el Estado con la caja guardada. Si no se aplica esa quimioterapia, puede fracasar el proceso de paz. Recordemos que el 50 por ciento de los procesos del mundo fracasan post acuerdo. Nosotros no podemos permitir eso. Los que son muy bravos y quieren que la guerra siga no van a dar a sus hijos para el servicio militar.

Uno tiene la sensación de que la función más básica de control territorial no está asegurada. ¿Tiene sentido dispersarse y abarcar mucho cuando lo más esencial no está asegurado?


AJM: Excelente pregunta. Nuestra respuesta, casi que de cajón, es que todo es diferencial. Cada región y cada sector es diferente. Lo que sí está claro es que si se firman los acuerdos, nosotros vamos a poder utilizar algunas tropas en regiones que hoy nos presentan el mayor reto.

¿Por ejemplo?

AJM: Mientras no se firme, yo no puedo dejar el Caquetá sin tropas. Allá no hay ELN pero yo no puedo sacar las tropas del Caquetá y llevármelas para Arauca porque allá tengo narcotráfico, extorsión, minería criminal, usurpación de tierras y una cantidad de temas que aún tenemos que atender. Pero el postacuerdo nos obliga a un nuevo concepto operacional.

Por eso está reunido ahora el Comité de Revisión Estratégica e Innovación CREI número 5, produciendo un nuevo plan de campaña. Termina Espada de Honor que era un concepto más de fuerza y entra a regir un nuevo plan que es más de estabilización y consolidación.

Esas regiones donde no hay un fuerte control territorial como Arauca, El Catatumbo, el sur de Bolívar, Chocó, Cauca y Nariño, van a recibir todo el empeño. Es más, ya lo empezamos a hacer por orden el Presidente.

¿Qué han comenzado a hacer?

AJM: En los últimos meses hemos movido cuatro batallones más -2 mil hombres- a Arauca precisamente, porque somos conscientes de que se necesita un mayor control territorial. El control territorial no es parar un soldado cada metro porque es imposible, Colombia es inmenso. Hay que cubrirlo con inteligencia, con apoyo de la red de cooperantes, aviones no tripulados, con combinación de medios y esfuerzos para poder tener un control militar de área efectivo.

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En términos de la doctrina, ¿qué estrategias hay para hacer que el chip mental cambie para dejar de ver el enemigo interno en cada movilización social?

AJM: En el tema de doctrina es bien importante decirles que, incluso he sido citado al Congreso y he recibido cuestionarios de congresistas que son de la izquierda colombiana, que preguntan sírvase informar dónde está y cómo está el manual de la doctrina de seguridad nacional y de la doctrina del enemigo interno.

Sabemos que es una herramienta política decir eso pero hemos revisado los manuales desde 1958 y no hay un solo manual que menciona enemigo interno o que mencione doctrina de seguridad nacional o cualquier cosa brutal, manual de desapariciones, manual de tortura. Nada de esas cosas existen.

Pero la idea del enemigo interno existen en la cultura institucional...


AJM: Yo no me atrevería a decir que existen en la cultura institucional pero claramente hay personas nuestras que simplemente han violado la ley. Y al violar la ley, han confirmado que estas apreciaciones de esas personas pueden tener algún asidero.

De todos modos es bien importante decirles que en la revisión de la doctrina que se está haciendo y que, a veces me han criticado incluso algunos retirados, está transversalizada con todo el tema de derechos humanos y el DIH. El Ejército ha dado saltos impresionantes.

¿Existe una doctrina contrainsurgente hoy en día?

AJM: Nosotros tenemos una doctrina de combate irregular. No se usa el término contraguerrilla ni contrainsurgencia ni se les llama con algún adjetivo como bandolero o bandido o zarrapastroso. Es una doctrina de combate irregular que es el producto de toda la experiencia de estos años de guerra. Sería una pérdida si hubiésemos hecho toda esta lucha y no tuviésemos manuales que nos digan cómo hacer la acción integral.

¿Y eso termina con la desaparición de la guerrilla?


AJM: No. Nosotros tenemos un concepto muy fuerte, muy interiorizado de que no podemos abandonar los territorios, de que tenemos que estar con la población, porque si hay espacios no gobernados, allí va a haber alguien, un señor de la guerra que va a estar allí tratando de vulnerar a las comunidades a través de la droga, la minería criminal, la extorsión, tratar de ponerlos contra la pared. El reto está en cómo cubrir todo. Por eso el Presidente ha dicho que el Ejército no se va a reducir en tamaño y presupuesto porque los números que tenemos están por debajo de lo requerido para tener un control del territorio.

Desapareciendo la guerrilla, ¿no sería lógico disminuir el número de soldados?

AJM: Fíjate que desaparece la guerrilla como marca, como las Farc, pero me estás diciendo que aumentó la coca. ¿Qué significa eso? Hoy hay más cocaína colombiana en Estados Unidos y volvimos a cifras del 2002. Eso quiere decir que hay más minicarteles, más bandidos, más tráfico de armas. Es todo un fenómeno que tiene nexos con el crimen transnacional y son vistos con una visión de negocio impresionante.

¿Cómo, dentro de esta estructuración, entra la parte de prepararse para la justicia transicional?

AJM: Es una línea estratégica de las Fuerzas Militares la transición a la paz. Se creó una empresa dedicada a la transición a la paz, se llama el Comando Estratégico de Transición que es lo que comanda mi general Flórez. Ese Coed tiene cuatro generales del Ejército, almirantes, generales de la Fuerza Aérea y de la Policía. Tiene coroneles de todas las fuerzas y un equipo multidisciplinario con abogados, economistas, antropólogos, sociólogos, politólogos, etc. Son un staff de 100 personas dedicado a construir la política en cada tema.

Está la política para la desmovilización, para el desarme, la reinserción, para una cantidad de temas que hacen parte del proceso como víctimas, memoria histórica, Comisión de la Verdad, todos estos temas. Estamos trabajando en todo este universo que es nuevo para nosotros.

¿Cómo se sienten frente a la Justicia Transicional?

AJM: En ese tema el Presidente ha sido muy generoso con nosotros porque nos da el trato de un Ejército que hizo la guerra dentro de la democracia. Las camisas de los ejércitos de dictaduras no nos sirven. Por eso es que tenemos plenipotenciarios como el general Mora y el general Naranjo y está la subcomisión técnica en Cuba. Por eso estamos en el proceso de toma de decisiones y hemos estado en cada letra y sílaba del acuerdo de justicia transicional.

Hay quienes no están de acuerdo, muy respetable, pero nosotros hemos trabajado bajo un principio muy claro y es que no vamos a repetir la historia de lo que nos pasó con el M19, así de sencillo.

Fíjense que es un Ejército que da un salto al fortalecimiento prioritario de las relaciones civiles y militares. En vez de estar criticando desde la última esquina de un cuartel, está entregando fuentes para pensar.

En todos estos campos lo que estamos es apoyando y participando con una visión absolutamente constructiva porque no le tenemos miedo a la paz. No podemos matar el tigre y asustarnos con el cuero. Ganar la guerra y asustarnos con la paz.

Fuente: http://lasillavacia.com/historia/no...sino-una-orquesta-sinf-nica-general-mej-55712
 
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