Por el Brigadier (R) Alberto Simari
La pregunta a formularse es, ¿qué me impulsa a escribir
sobre la idea de la muerte?
La educación militar que tanto preocupa a quienes se
encuentran abocados a reformar los planes de los Institutos
de Formación, por lo menos en lo que ha trascendido,
no contempla lo referente a la templanza espiritual
que debe ser patrimonio indiscutido de las personas que
tienen vocación y aspiran a ser militares.
Nadie se preguntó, ¿qué motiva a un combatiente a
enfrentar la muerte? El tiempo de vuelo desde el continente
a Malvinas, para enfrentar al enemigo, invita a reflexionar
y a evaluar las posibilidades de regresar con vida.
Decolaban 4 aviones y cuando regresaban de la misión
eran tres, dos o uno, quién podría asegurar su regreso,
después salir en otra misión con las mismas posibilidades
y dedicarse al anochecer a desarmar la cama de los que
no regresaron porque habían realizado su último vuelo. Al
principio el dormitorio apenas si alcanzaba, no había lugar
entre las camas, cada día que pasaba quedaba más espacio.
Los que estaban en la isla para su defensa disponían,
aun, de más tiempo para pensar en la muerte y el abandono
de su familia. El mar fue cementerio para quienes
navegaban dispuestos a ofrecer lo más preciado del ser
humano, su vida, por defender nuestra soberanía.
Nadie se preguntó, ¿por qué la Armada, la Fuerza Aérea
y el Ejército disponían de hombres dispuestos a dar su
vida en cumplimiento de un mandato vocacional que
siempre encarnó la idea de la muerte en defensa de la
Nación? El mar, la tierra y el cielo eran el escenario de
su coraje y allí cedieron su lugar y acallaron todos los
sentimientos, dando el testimonio de una formación que
los impulsaba, con la fuerza de las convicciones, a combatir
con una entrega total de todo lo que un soldado
puede ofrecer por su país.
El combatiente puede estar muy bien preparado en el
empleo del arma que debe usar pero, si bien eso es muy
importante, debe por sobre todas las cosas estar convencido
de que la causa que defiende demanda hasta
su muerte. El que se educa para defender su país debe
poseer valores espirituales que aseguren el cumplimiento
de su compromiso. El cuestionado espíritu de cuerpo
es fundamental y qué decir del coraje que tiene quien
cree en su trascendencia.
Los griegos prestaban mucha atención a las palabras de
uno de sus sabios… “la vida del sabio debe ser la meditación
de la muerte”. La guerra es una realidad constante
de la historia humana, ¿alguien lo puede negar? Lo
más conveniente es ver la realidad y tratar de ubicarse
dentro de ella de la mejor forma posible. La vida de un
militar debe ser la preparación de su alma, siempre, en
todo momento, para la suprema gloria de morir defendiendo
su país. La vocación militar guarda estrecha relación
con la idea de la muerte.
La idea de la muerte constituye el eje y centro de la educación
militar. A los jóvenes se los educa en la universidad
y colegios para que sepan vivir. Al cadete se lo
educa para que sepa morir. A unos se les enseña cómo
enfrentar la vida, lograr una profesión, hacer una carrera
brillante, ocupar posiciones en la vida social, etc. Al militar
se lo debe educar para que cumpla con la finalidad
de su profesión, no se lo forma para saber cómo ganar
dinero, se lo debe alejar de todas las preocupaciones
ordinarias, concentrando su atención en una preparación
adecuada para que sepa morir.
San Agustín, Obispo de Hipona, príncipe de la Iglesia
Católica, nos dejó escritas sus reflexiones sobre la guerra…
se pregunta: “Si nadie se plantea el problema de su
existencia… es un fenómeno cultural… La paz completa
es imposible de alcanzar en la tierra”. Al conceptualizar
sobre las mismas, dice: “Las guerras son justas e injustas”
y son parte de la condición de las sociedades humanas,
en las cuales, desgraciadamente los hombres no
encuentran la posibilidad de una solución para sus problemas
y dificultades sin recurrir al uso de las armas. El
enfrentamiento no consiste únicamente en tener una
muerte heroica, sino también, y nadie lo podrá negar, en
saberla dar con valentía y dureza. La guerra no se puede
hacer sino con el firme deseo de triunfar y la victoria no
se puede obtener sin sacrificar vidas humanas.
El día que se encuentre en peligro la dignidad y la honra
de la Argentina entonces el hombre preparado para
sacrificar hasta su vida sabrá afrontar la muerte. La Paz
es la finalidad, aunque para lograrla sea necesario saber
matar y saber morir. La Patria cuyo símbolo es la bandera
es llevada con arrogancia por el brazo del militar porque
los ciudadanos tienen fe en su espíritu de sacrificio
y porque va a defender una existencia que es la de su
pueblo y un ideal que es el alma de la Nación.
La pregunta a formularse es, ¿qué me impulsa a escribir
sobre la idea de la muerte?
La educación militar que tanto preocupa a quienes se
encuentran abocados a reformar los planes de los Institutos
de Formación, por lo menos en lo que ha trascendido,
no contempla lo referente a la templanza espiritual
que debe ser patrimonio indiscutido de las personas que
tienen vocación y aspiran a ser militares.
Nadie se preguntó, ¿qué motiva a un combatiente a
enfrentar la muerte? El tiempo de vuelo desde el continente
a Malvinas, para enfrentar al enemigo, invita a reflexionar
y a evaluar las posibilidades de regresar con vida.
Decolaban 4 aviones y cuando regresaban de la misión
eran tres, dos o uno, quién podría asegurar su regreso,
después salir en otra misión con las mismas posibilidades
y dedicarse al anochecer a desarmar la cama de los que
no regresaron porque habían realizado su último vuelo. Al
principio el dormitorio apenas si alcanzaba, no había lugar
entre las camas, cada día que pasaba quedaba más espacio.
Los que estaban en la isla para su defensa disponían,
aun, de más tiempo para pensar en la muerte y el abandono
de su familia. El mar fue cementerio para quienes
navegaban dispuestos a ofrecer lo más preciado del ser
humano, su vida, por defender nuestra soberanía.
Nadie se preguntó, ¿por qué la Armada, la Fuerza Aérea
y el Ejército disponían de hombres dispuestos a dar su
vida en cumplimiento de un mandato vocacional que
siempre encarnó la idea de la muerte en defensa de la
Nación? El mar, la tierra y el cielo eran el escenario de
su coraje y allí cedieron su lugar y acallaron todos los
sentimientos, dando el testimonio de una formación que
los impulsaba, con la fuerza de las convicciones, a combatir
con una entrega total de todo lo que un soldado
puede ofrecer por su país.
El combatiente puede estar muy bien preparado en el
empleo del arma que debe usar pero, si bien eso es muy
importante, debe por sobre todas las cosas estar convencido
de que la causa que defiende demanda hasta
su muerte. El que se educa para defender su país debe
poseer valores espirituales que aseguren el cumplimiento
de su compromiso. El cuestionado espíritu de cuerpo
es fundamental y qué decir del coraje que tiene quien
cree en su trascendencia.
Los griegos prestaban mucha atención a las palabras de
uno de sus sabios… “la vida del sabio debe ser la meditación
de la muerte”. La guerra es una realidad constante
de la historia humana, ¿alguien lo puede negar? Lo
más conveniente es ver la realidad y tratar de ubicarse
dentro de ella de la mejor forma posible. La vida de un
militar debe ser la preparación de su alma, siempre, en
todo momento, para la suprema gloria de morir defendiendo
su país. La vocación militar guarda estrecha relación
con la idea de la muerte.
La idea de la muerte constituye el eje y centro de la educación
militar. A los jóvenes se los educa en la universidad
y colegios para que sepan vivir. Al cadete se lo
educa para que sepa morir. A unos se les enseña cómo
enfrentar la vida, lograr una profesión, hacer una carrera
brillante, ocupar posiciones en la vida social, etc. Al militar
se lo debe educar para que cumpla con la finalidad
de su profesión, no se lo forma para saber cómo ganar
dinero, se lo debe alejar de todas las preocupaciones
ordinarias, concentrando su atención en una preparación
adecuada para que sepa morir.
San Agustín, Obispo de Hipona, príncipe de la Iglesia
Católica, nos dejó escritas sus reflexiones sobre la guerra…
se pregunta: “Si nadie se plantea el problema de su
existencia… es un fenómeno cultural… La paz completa
es imposible de alcanzar en la tierra”. Al conceptualizar
sobre las mismas, dice: “Las guerras son justas e injustas”
y son parte de la condición de las sociedades humanas,
en las cuales, desgraciadamente los hombres no
encuentran la posibilidad de una solución para sus problemas
y dificultades sin recurrir al uso de las armas. El
enfrentamiento no consiste únicamente en tener una
muerte heroica, sino también, y nadie lo podrá negar, en
saberla dar con valentía y dureza. La guerra no se puede
hacer sino con el firme deseo de triunfar y la victoria no
se puede obtener sin sacrificar vidas humanas.
El día que se encuentre en peligro la dignidad y la honra
de la Argentina entonces el hombre preparado para
sacrificar hasta su vida sabrá afrontar la muerte. La Paz
es la finalidad, aunque para lograrla sea necesario saber
matar y saber morir. La Patria cuyo símbolo es la bandera
es llevada con arrogancia por el brazo del militar porque
los ciudadanos tienen fe en su espíritu de sacrificio
y porque va a defender una existencia que es la de su
pueblo y un ideal que es el alma de la Nación.