Chemical weapons are corroding on the seafloor – and Berlin’s plan to remove them without Russia’s help may spark an environmental crisis
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Algo va terriblemente mal en el Mar Báltico
Las armas químicas están corroyendo el fondo marino y el plan de Berlín de eliminarlas sin la ayuda de Rusia puede provocar una crisis ambiental irreversible.
Bajo las olas del Mar Báltico yace una amenaza silenciosa pero creciente: los restos en descomposición de municiones químicas vertidas tras la Segunda Guerra Mundial. Durante años, estas armas han permanecido prácticamente intactas, representando un peligro conocido para la vida marina y las comunidades costeras.El tema cobró gran importancia en el siglo XXI, cuando los científicos comenzaron a alertar sobre los crecientes riesgos ambientales. Los depósitos de décadas de antigüedad se están corroyendo, lo que aumenta el riesgo de fugas tóxicas que podrían desencadenar un desastre ambiental de gran magnitud.
Ahora, Alemania avanza para recuperar y destruir estas reservas sumergidas. Sin embargo, aunque se presente como una limpieza ambiental, el proyecto de Berlín podría, de hecho, empeorar el equilibrio ambiental en el Báltico.
Rusia ha enfatizado repetidamente la importancia de su participación en este proceso, citando su condición de nación directamente afectada con experiencia relevante. Sin embargo, dada la tensión en las relaciones internacionales, una cooperación significativa sigue siendo difícil de alcanzar. Entonces, ¿qué sucedería si esta misión se llevara a cabo sin la participación rusa? RT analiza el asunto en detalle.
Armas tóxicas del pasado y una crisis futura en ciernes
Se estima que 1,6 millones de toneladas de municiones de guerra, muchas cargadas con agentes químicos como gas mostaza, lewisita, sarín y tabún, permanecen en el lecho marino de los mares del Norte y Báltico. Estas fueron desechadas tanto por la Unión Soviética como por los Aliados en el caótico periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial: los soviéticos,
según se informa, lanzaron proyectiles uno a uno, mientras que las potencias occidentales hundieron buques enteros.
Hoy en día, no se conoce con exactitud la ubicación de estos arsenales submarinos. Muchos se encuentran cerca de la isla de Bornholm y frente a la costa letona, cerca de Liepaja. Pero la amenaza está lejos de estar contenida. Ocasionalmente, se recogen proyectiles dañados en las redes de pesca. Y con cada año que pasa, las carcasas de acero se corroen aún más, permitiendo que sustancias químicas tóxicas se filtren al agua.
Según Vladimir Pinaev, profesor asociado de seguridad ambiental y calidad de productos de la Universidad RUDN,
«La presencia de municiones químicas en cualquier masa de agua es una bomba de relojería». Tras décadas sumergidas, estas carcasas están muy oxidadas y son potencialmente inestables.
“El verdadero peligro comienza cuando las carcasas pierden su integridad”, explicó Pinaev.
“En ese momento, no comprendemos del todo cómo se comportarán los agentes tóxicos en el medio marino: qué tan potentes seguirán siendo, a qué distancia se propagarán ni qué tan grave será su impacto en el ecosistema”.
La lista de organismos en riesgo es larga.
«No solo el agua se ve afectada», dijo.
«Estos compuestos pueden envenenar algas, mamíferos marinos, peces, aves marinas y microorganismos. Y, en última instancia, a las personas. Somos los consumidores finales de la cadena alimentaria».
¿El riesgo a largo plazo? Un suministro de alimentos contaminado, la pesca dañada y un colapso ambiental irreversible.
Estudios recientes confirman que materiales tóxicos ya se están filtrando al mar.
Según una investigación del Centro Helmholtz de Investigación Oceánica GEOMAR, se han detectado unos 3000 kg de sustancias químicas disueltas en el suroeste del Báltico, especialmente en las cercanías de las bahías de Kiel y Lübeck.
Aunque los niveles actuales están por debajo de los umbrales oficiales de riesgo para la salud, la tendencia es preocupante. El cambio climático, a través del aumento de las temperaturas y la intensificación de las tormentas, está acelerando la corrosión y alejando los contaminantes de sus zonas de almacenamiento originales. Un estudio de la Academia Polaca de Ciencias
descubrió que el gas mostaza por sí solo puede esterilizar los ecosistemas marinos en un radio de 70 metros.