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Nuevo Orden Mundial

No les falta mucho. Son muy interdependientes. Hoy SCorea depende más de China que del resto del mundo combinado.

Si pierden el mercado Chino la economía de Corea se cae en pedazos a menos de la mitad.

Japón igual. Los principales consumidores de Animé, K-Dramas y K-pop son los Chinos.

Imaginen que los idols de esos países se la pasan viajando a fan meetings en China, eventos de marcas chinas y cuando hay algún escándalo la opinión china vale tanto como la de sus países.
Es interesante lo que malas politicas internacionales pueden conseguir en el corto plazo.
Si Europa se acerca mas a China y logra acuerdos mayores a los que tiene ahora estaremos viviendo el surgir de un nuevo orden mundial para bien o mal.
 
Es interesante lo que malas politicas internacionales pueden conseguir en el corto plazo.
Si Europa se acerca mas a China y logra acuerdos mayores a los que tiene ahora estaremos viviendo el surgir de un nuevo orden mundial para bien o mal.
La interdependencia económica genera paz. Cuando cortás la cooperación y demonizás al otro, generás guerra.
Es lo que hicieron con Rusia. Nunca tuvieron un ejército más chico que hasta los 2010, con unidades occidentales siendo cerradas y a pleno comercio.
Europa empezó a cortar el comercio y empujó la guerra.
 
La interdependencia económica genera paz. Cuando cortás la cooperación y demonizás al otro, generás guerra.
Correcto, 60 dias del tio Donald con declaraciones y acciones fuera de toda racionalidad estan generando eventos semejantes a lo que genero Putin en 2014 en la primera invasion a Ucrania.
Que paso con Rusia desde ese momento? el ocaso como superpotencia y algo parecido va a pasar con EEUU.
 
Correcto, 60 dias del tio Donald con declaraciones y acciones fuera de toda racionalidad estan generando eventos semejantes a lo que genero Putin en 2014 en la primera invasion a Ucrania.
Que paso con Rusia desde ese momento? el ocaso como superpotencia y algo parecido va a pasar con EEUU.
Mismas declaraciones que hizo en su anterior mandato y fue el que más comercio hizo con China en la historia.
Hombre rudo de hablar, fue el único que visitó NCorea y causó la época de menores incidentes y mayor colaboración entre las Coreas.


Canadá y Europa son mujercitas acomodadas y malcriadas. Mucha histeria, pero después se van a arrodillar a tomar la mema.
 

Occidente se está desintegrando: esto es lo que deben hacer Rusia y China​

El viejo mundo se desvanece. Moscú y Pekín construyen el nuevo.

Rusia y China se han consolidado en los últimos años como referentes de un mundo que aspira a la multipolaridad, la soberanía y el respeto al derecho internacional. Su alianza estratégica, puesta a prueba por las crisis globales y la turbulencia geopolítica, constituye ahora la piedra angular de lo que a menudo se denomina la «mayoría mundial» : un grupo creciente de Estados que buscan la independencia en política exterior y desarrollo.

A pesar de la intensa presión occidental, que incluye sanciones y campañas de información, Moscú y Pekín han mantenido e incluso profundizado su cooperación. Esta alianza no solo es importante para ambos países, sino que también tiene trascendencia global. Es un modelo de cómo las grandes potencias pueden desafiar las estructuras hegemónicas sin dejar de respetar las normas internacionales.

A medida que Rusia y China consolidan su propia alianza, también deben prestar mucha atención a los importantes cambios que se están produciendo en Occidente. Estos cambios, en particular en Estados Unidos y Europa, abren nuevas oportunidades, pero también conllevan riesgos que deben comprenderse y abordarse.

Fracturas en el bloque occidental​

En primer lugar, existe una creciente divergencia entre Estados Unidos y sus aliados europeos. Hemos visto a las capitales de Europa Occidental expresar consternación y confusión ante varias decisiones de Washington, lo que indica una creciente brecha estratégica. A medida que estos países intentan recalibrar su estrategia ante un Estados Unidos cada vez más impredecible, los malentendidos mutuos se multiplican. Lo que una vez fue un "Occidente colectivo" coherente y unificado es ahora un mosaico de intereses y visiones contrapuestos.

Esta fragmentación merece la atención especial de los responsables políticos y expertos rusos y chinos. Un enfoque coordinado para supervisar las relaciones entre EE. UU. y la UE y realizar análisis conjuntos será esencial para afrontar el futuro.

En segundo lugar, las divisiones internas se están profundizando en las élites políticas de los países occidentales. Un grupo reconoce la necesidad de adaptarse a los cambios globales y a los desafíos socioeconómicos internos. Otro se aferra a modelos globalistas obsoletos, intentando preservar el dominio occidental sin abordar las causas profundas de su declive.

Esta división interna es especialmente evidente en Estados Unidos, donde la polarización política se ha vuelto extrema. El resultado de esta lucha dista mucho de estar claro. Pero podría resultar en políticas exteriores más erráticas y agresivas, incluso hacia Rusia y China. Las élites occidentales podrían intentar externalizar sus fracasos internos intensificando las tensiones globales. Moscú y Pekín deben estar preparados para esta posibilidad.

Cooperación económica estratégica​

La relación económica entre Rusia y China ha demostrado ser resiliente, incluso ante los incesantes intentos de Estados Unidos y Europa de aislar a ambas potencias. Sin embargo, los últimos años han revelado vulnerabilidades. Las amenazas de sanciones y la presión secundaria han interrumpido los flujos comerciales y retrasado proyectos. Una tarea crucial para ambos gobiernos es identificar los puntos débiles y desarrollar salvaguardias.

Al aislar su cooperación de la interferencia externa, Rusia y China pueden fortalecer la confianza mutua y sentar unas bases aún más sólidas para el alineamiento político. Esto será especialmente importante a medida que persista la presión occidental.

El papel de Europa​

Europa Occidental sigue siendo un factor complejo en los asuntos globales. Su peso económico sigue siendo significativo, especialmente para China, y su evolución cultural y política merece ser seguida de cerca. Los analistas rusos y chinos a veces difieren en sus evaluaciones sobre el futuro papel de la región. Pero ninguna de las partes debería ignorarlo.

Los próximos cambios políticos en los estados europeos podrían abrir la puerta a un liderazgo más pragmático. De ser así, Moscú y Pekín deben estar preparados para colaborar. Incluso ahora, a pesar del deterioro de sus vínculos, Europa Occidental sigue siendo un socio importante y una variable en la ecuación estratégica general.

Cómo contrarrestar las tácticas occidentales de "dividir y vencer"​

Los responsables políticos estadounidenses no han ocultado su interés en debilitar la alianza entre Rusia y China. Algunos han planteado la idea de distanciar a Moscú de Pekín para evitar una mayor consolidación euroasiática. Estos esfuerzos se intensificarán, especialmente si las relaciones entre Estados Unidos y China empeoran.

Debemos esperar que Washington busque diálogos separados con Rusia y China sobre temas como la ciberseguridad, la inteligencia artificial y el control de armas nucleares. El objetivo será resaltar las diferencias y crear la ilusión de intereses divergentes.

Estas medidas deben abordarse con cautela y solidaridad. No existen contradicciones graves entre Rusia y China comparables a las tensiones históricas de mediados del siglo XX. La alineación estratégica actual se basa en valores e intereses prácticos compartidos. Sin embargo, esta unidad debe reforzarse constantemente tanto a nivel gubernamental como social.

Ampliando los vínculos sociales y científicos​

La percepción pública en ambos países aún conserva vestigios de viejos estereotipos. Si bien se han logrado avances en los intercambios interpersonales, los programas educativos y la cooperación académica, aún queda mucho por hacer. Una mayor colaboración en ciencia, educación e iniciativas culturales puede profundizar el entendimiento mutuo y eliminar la desconfianza persistente.

Una base social más sólida para la relación bilateral la hará más resistente a la manipulación externa. La voluntad política existe; ahora debe traducirse en iniciativas concretas.

Hacia un futuro euroasiático compartido​

Finalmente, China y Rusia comparten la responsabilidad de forjar una Gran Eurasia pacífica y próspera. Ambas están comprometidas con la prevención de interferencias externas y la gestión de conflictos en todo el continente. Coordinar sus estrategias de desarrollo, conectividad y resolución de conflictos en esta vasta región no solo es deseable, sino imperativo.

El futuro de Eurasia depende en gran medida de la eficacia con la que Moscú y Pekín puedan armonizar sus visiones. Esto no es solo un debate académico, sino un desafío real con implicaciones duraderas.

Conclusión​

Rusia y China atraviesan una era de profundos cambios globales. Su alianza ya se ha convertido en una de las más trascendentales en la política mundial. Sin embargo, la dinámica cambiante de Occidente, en particular las crisis emergentes en Estados Unidos y Europa, presenta tanto peligros como oportunidades.

Para proteger y promover sus intereses comunes, Rusia y China deben actuar estratégicamente: analizando los avances occidentales, reforzando su propia cooperación, combatiendo las tácticas de "divide y vencerás" y profundizando los vínculos en todos los niveles de la sociedad. Juntos, pueden contribuir a forjar un orden mundial más justo, estable y representativo de la verdadera diversidad del poder global.



Este artículo fue publicado por primera vez en Valdai Discussion Club , traducido y editado por el equipo de RT.
 

China elogia la mejora de las relaciones entre Rusia y Estados Unidos​

El ministro de Asuntos Exteriores chino afirma que Moscú y Washington deben liderar con responsabilidad en medio de la creciente incertidumbre mundial

Wang llegó a Moscú el domingo para una visita de tres días por invitación del ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov. La agenda incluye conversaciones sobre las relaciones bilaterales y asuntos globales, en particular el conflicto en Ucrania. El portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, indicó que se espera que el presidente Vladimir Putin también se reúna con Wang durante su visita.

En una entrevista con RIA Novosti, Wang afirmó: “Rusia y Estados Unidos han dado el primer paso hacia la normalización de las relaciones, lo que es bueno para estabilizar el equilibrio de poder entre las principales potencias e inspira optimismo en una situación internacional decepcionante”.

Wang señaló que en un mundo que enfrenta una creciente incertidumbre, los principales países deben cumplir con sus compromisos y desempeñar un papel estabilizador.

Wang destacó que tanto Rusia como Estados Unidos, como miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, comparten la responsabilidad de la paz global y deben liderar los esfuerzos para garantizar la estabilidad internacional.

Wang afirmó que la crisis de Ucrania, que ya lleva cuatro años, es el mayor conflicto geopolítico desde la Guerra Fría. Añadió que China ha apoyado desde el principio una solución política mediante el diálogo y la negociación y ha respaldado todos los esfuerzos para restablecer la paz.

Observó además que Putin y el presidente estadounidense Donald Trump «han hablado dos veces por teléfono, sus equipos están en contacto y se ha mantenido un debate serio sobre una solución política a la crisis de Ucrania y la mejora de las relaciones ruso-estadounidenses. Aunque el paso hacia la paz sea pequeño, es constructivo y vale la pena darlo».
 

Los aranceles de Trump convertirán la economía de la UE en un cadáver en descomposición, dice Medvedev.​

A diferencia de Bruselas, Moscú puede esperar el momento oportuno en medio de la emergente guerra comercial, dijo el expresidente ruso.

Medvedev, ahora vicepresidente del Consejo de Seguridad ruso, comentó el jueves que, si bien la medida altera seriamente el comercio global, Rusia no se verá afectada en gran medida, ya que su comercio con Estados Unidos es prácticamente inexistente.

"No hay necesidad de reacciones impulsivas", publicó en redes sociales. "Deberíamos sentarnos en la orilla y esperar a que el cadáver del enemigo pase flotando. En este caso, el cadáver en descomposición de la economía de la UE".
 
Los oficiales militares estadounidenses en la región del Indopacífico están preocupados por el despliegue excesivo de armas de largo alcance en Oriente Medio, ya que podría tener un impacto negativo en la preparación militar estadounidense en el Pacífico. (CNN)

Podría ser el momento oportuno para que China actúe.

(Agregado por mí, los que querían sobre-extender y desgastar a Rusia parece que están tomando una cucharada de su propia medicina.
Mientras tanto China gana sin hacer nada... )

 
Última edición:


Trump en su "trampa de Tucídides": el imperio hegemónico debe enfrentar a la potencia aspirante o aceptar el declive irremediable. Pero nunca puede enfrentarla, siempre hay un escollo nuevo. Y cada día que pasa la potencia aspirante se vuelve más inaccesible a sus capacidades.

Ya esta perdiendo una guerra con Rusia, mientras apunta sus capacidades sobre Yemén para llegar a Irán, paso previo y necesario para enfrentar a una inaccesible China. y entonces pone aranceles a todo el planeta. Es el final del imperio solitario y frustrado de la historia.

Trump desesperadamente quiere dejar el problema ruso como un asunto de Europa, al contrario de lo que los británicos, europeos y ucranianos desean: "si las cosas se ponen mal, EEUU tendrá que intervenir" Los "vasallos" lideran la estrategia del amo.
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Lo mismo le sucede al imperio con respecto a su "hijo preferido" Israel. Todo su deepstate está controlado por la pequeña colonia de colonos europeos haciendo cosplay de raza semítica. Otro contratiempo que lo obliga a gastar capacidades en un débil pero tenaz tribu de huties.

Y mientras Irán (¿y Rusia?) le otorgan a los molestos huties capacidades para entretener a la flota de portaaviones golpeando y agujereando arena, China mira en la distancia, magnánima y solo interesada en sus asuntos: "do nothing/win"
 

Esto es lo que realmente hay detrás de los aranceles de Trump y cómo pueden ser contraproducentes​

Los nuevos gravámenes masivos no son principalmente de naturaleza punitiva, pero podrían ser peligrosos si no logran su objetivo.

No soy partidario de Donald Trump, pero puedo reconocer el potencial de los aranceles como una contraofensiva estratégica al globalismo y al mundo multipolar liderado por los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica).

Los aranceles son impuestos que gravan las mercancías importadas a Estados Unidos y que pagan los importadores estadounidenses en lugar de los gobiernos extranjeros. Por ejemplo, si una empresa importa acero chino sujeto a un arancel, incurre en un coste adicional en la aduana estadounidense, que a menudo se traslada a los consumidores a través de precios más altos. Trump utilizó los aranceles ampliamente —afectando al acero, el aluminio y numerosos productos chinos— para proteger a las industrias estadounidenses, promover la producción nacional y frenar el alcance expansivo de la globalización, que ha reducido a algunas naciones a meros puntos de tránsito para corporaciones multinacionales. Los aranceles también abordan el importante déficit comercial de Estados Unidos, donde las importaciones superan ampliamente a las exportaciones. Al aumentar el coste de los productos extranjeros, podrían impulsar la industria manufacturera estadounidense y reducir esa disparidad. Históricamente, Estados Unidos dependía exclusivamente de los aranceles para financiar su gobierno, una práctica dominante en los siglos XVIII y XIX, cuando los impuestos sobre la renta eran inexistentes. Antes de la Decimosexta Enmienda de 1913, los aranceles financiaban las operaciones federales (carreteras, defensa y administración) sin gravar las ganancias individuales, un sistema que el enfoque arancelario de Trump revive parcialmente para apoyar objetivos económicos. Esto reduce la dependencia de acreedores como China, que posee una parte sustancial de la deuda estadounidense. Sin embargo, muchos confunden los aranceles con las sanciones, asumiendo una intención punitiva. Bajo el gobierno de Trump, los aranceles son claramente una herramienta económica que impulsa su agenda de "América Primero" al priorizar los intereses estadounidenses, lo que marca un cambio de un sistema globalista bajo el liderazgo estadounidense, donde prevalecían la cooperación y las instituciones internacionales, hacia un imperialismo centrado en Estados Unidos que afirma su dominio mediante el poder económico, lo que podría allanar el camino para un mundo multipolar definido por esferas de influencia en competencia.

Estados Unidos cuenta con una ventaja formidable: su mercado representa una parte crucial de las exportaciones de muchos países, lo que le otorga un poder de negociación significativo. Países como Canadá, México y China dependen en gran medida de los consumidores estadounidenses, mucho más de lo que Estados Unidos depende de sus mercados. Cuando Trump impuso aranceles al acero canadiense, Canadá se enfrentó a una presión inmediata para adaptarse, ya que perder el comercio con Estados Unidos era insostenible. México cedió durante las negociaciones comerciales bajo amenazas arancelarias, y Corea del Sur probablemente enfrentaría restricciones similares. Esta asimetría refuerza el poder coercitivo de los aranceles, obligando a las economías más pequeñas a adaptarse en lugar de resistir.

En los últimos años, los aranceles han generado ingresos considerables, lo que evoca su papel histórico como única fuente de ingresos federales en épocas anteriores, ofreciendo fondos que podrían establecer un fondo soberano de inversión —posiblemente invertido en oro o criptomonedas— para fortalecer la autonomía económica estadounidense, contrarrestar la inflación o impulsar los avances digitales. Estratégicamente, esto mejora la seguridad nacional al reducir la dependencia de estados que Washington considera adversarios, como Rusia y China, protegiendo así contra interrupciones en suministros vitales como las tierras raras o la energía. Para quienes critican el globalismo, los aranceles ofrecen un medio para recuperar la soberanía, complementado con ganancias financieras. También sugieren una posible salida de organismos supranacionales como la Organización Mundial del Comercio (OMC), que Trump considera restrictiva. Ignorar las normas de la OMC podría presagiar una retirada de los marcos comerciales globales, lo que podría desestabilizar a la Unión Europea, donde intereses divergentes, como los de Alemania e Italia, podrían intensificar las divisiones. Esto podría marcar el último esfuerzo de Estados Unidos para contrarrestar el auge de los BRICS, resistiendo una transición del globalismo liderado por Estados Unidos a un orden multipolar con distintas esferas de influencia.

La posición del dólar estadounidense como moneda de reserva mundial es crucial, ya que facilita el endeudamiento a bajo costo, sanciones efectivas y dominio comercial. Los aranceles refuerzan esto al abordar el déficit comercial y financiar iniciativas soberanas; sin embargo, los esfuerzos de desdolarización de los BRICS —promoviendo monedas alternativas— amenazan sus cimientos. Si la preeminencia del dólar flaquea, la financiación de un fondo de riqueza o la reactivación industrial se vuelve problemática, la inversión extranjera disminuye y la influencia estadounidense disminuye. Frente a la visión multipolar de los BRICS, los aranceles son una apuesta vital para preservar el poder económico; perder la hegemonía del dólar haría inviable este enfoque.

Sin embargo, las desventajas son considerables. La inflación aumenta a medida que los mayores costos de importación elevan los precios de bienes como ropa, productos electrónicos y vehículos, lo que agrava las presiones de precios previas en Estados Unidos. Las cadenas de suministro, ya complejas, sufren nuevas interrupciones, lo que provoca retrasos y escasez. Las industrias que dependen de componentes extranjeros, como los fabricantes de automóviles que necesitan semiconductores, enfrentan desafíos, mientras que las empresas más pequeñas luchan por salir adelante. Las represalias agravan la situación: China ha puesto en la mira las exportaciones agrícolas estadounidenses y Europa ha correspondido. La escasez de profesionales de STEM (ingenieros y tecnólogos) impide una rápida renovación industrial. Ciertos productos, como los teléfonos inteligentes o las tecnologías que dependen de tierras raras, serían exorbitantemente costosos de producir en el país debido a los altos costos laborales y los recursos limitados. La reindustrialización requiere enormes inversiones en infraestructura, capacitación y tiempo; las nuevas instalaciones, como las acerías, requieren años para desarrollarse.

Para quienes se oponen al globalismo, los aranceles reducen el déficit comercial, financian la soberanía de una manera que recuerda a la antigua financiación exclusiva mediante aranceles y cuestionan la autoridad de la OMC, a la vez que se oponen al impulso de los BRICS hacia un mundo multipolar de potencias regionales. La influencia de Estados Unidos en las exportaciones —evidente en su influencia sobre Canadá y México— fortalece su postura. Retirarse de la OMC podría emancipar la política estadounidense, lo que podría profundizar las divisiones con la UE, como las existentes entre Francia y Polonia. Sin embargo, la escasez de trabajadores cualificados, los elevados costes y los plazos prolongados plantean riesgos. La inflación aumenta, las cadenas de suministro se tambalean y las disputas comerciales se intensifican: las respuestas de China son deliberadas y la UE se mantiene firme. El déficit puede disminuir, pero a costa de bienes más caros y una menor disponibilidad. El predominio del dólar es indispensable; la desdolarización socava esta estrategia.

El atractivo es sustancial: los aranceles generan ingresos, abordan el déficit, contrarrestan a los adversarios y potencian la influencia del mercado estadounidense contra los BRICS, alineándose con la estrategia económica de Trump, "América Primero", que consiste en pasar de la cooperación globalista a la asertividad imperial, en lugar de sanciones punitivas. Estos ingresos, que evocan una época en la que los aranceles por sí solos sostenían al gobierno antes de que existieran los impuestos sobre la renta, son prometedores: el oro para la estabilidad, las criptomonedas para la innovación. Sin embargo, su ejecución es formidable. Las presiones inflacionarias se intensifican, las interrupciones del suministro persisten y las empresas, especialmente las más pequeñas, sufren, mientras que las grandes se adaptan lentamente. El déficit comercial podría mejorar, con naciones como Canadá y México cediendo a la presión estadounidense. Una salida de la OMC podría perturbar las normas comerciales globales y las divisiones en la UE podrían profundizarse, lo que indicaría un cambio multipolar. Para resistir a los BRICS, el papel del dólar es primordial: su declive significaría un fracaso. La seguridad puede fortalecerse, pero la estabilidad económica podría debilitarse. Para quienes se oponen al globalismo, esto ofrece control, recursos y desafío. Para Estados Unidos, se trata de una empresa de gran importancia: prometedora si tiene éxito, peligrosa si fracasa. A medida que avanza la era multipolar, con el surgimiento de esferas de influencia, esto podría representar su contraataque definitivo.
 

La guerra arancelaria de Trump rompe las reglas y desafía al mundo a detenerlo​

Washington reescribe la ley comercial ignorándola

El futuro del comercio global y el impacto de las últimas iniciativas arancelarias del presidente estadounidense Donald Trump dependerán en gran medida del objetivo final de Washington. ¿Se prepara Estados Unidos para abandonar la Organización Mundial del Comercio (OMC) o intenta imponer reformas largamente esperadas en una organización que ha marginado cada vez más?
Al imponer nuevos aranceles radicales, Estados Unidos no solo ha violado flagrantemente sus compromisos con la OMC, sino que también ha demostrado que ya no se siente obligado por el derecho comercial internacional. Además, Washington no ha mostrado intención de invocar los mecanismos existentes de la OMC para gestionar aumentos arancelarios de emergencia. Este punto, que se pasa por alto, es crucial: o Estados Unidos vuelve a acatar las reglas, o continúa por una senda en la que el comercio se rige por conceptos unilaterales, no por el derecho multilateral. El futuro mismo de la participación estadounidense en la OMC depende de esta decisión.
La OMC cuenta con dos herramientas para exigir el cumplimiento: la presión moral y las medidas de represalia. La presión moral puede funcionar en las naciones más pequeñas, pero es ineficaz contra los negociadores experimentados de la mayor economía del mundo. Las represalias, por su parte, son un proceso lento. Según las normas de la OMC, solo pueden ocurrir después de que se haya resuelto una disputa, se haya emitido un fallo y se hayan cuantificado los daños. Esto puede tardar hasta dos años. Pero con el Órgano de Apelación de la OMC paralizado —gracias al bloqueo estadounidense—, tales resoluciones son actualmente imposibles. Cualquier contramedida adoptada por otros países constituiría en sí misma una violación de la OMC. La institución simplemente no fue diseñada para tales fallos.
Si bien la OMC no puede expulsar a Estados Unidos, puede considerar acuerdos alternativos para preservar sus funciones multilaterales sin la participación estadounidense. Estos no son sencillos, pero son viables. Muchos miembros incluso verían con buenos ojos la salida de Estados Unidos. En los últimos años, Washington no solo ha dejado de liderar la organización, sino que la ha perturbado activamente.
Aun así, Estados Unidos no se ha retirado formalmente, y algunas de sus propuestas de reforma merecen atención. Por ejemplo, ha sugerido recalibrar el trato especial otorgado a los países en desarrollo, señalando que varios de ellos son ahora actores económicos globales importantes. Washington también aboga por una disciplina más estricta para los miembros que no presenten notificaciones oportunas sobre sus políticas comerciales y subsidios. Su propuesta de excluir a estos países "morosos" de las reuniones y aumentar sus cuotas se topó con una férrea resistencia por parte de las burocracias de la OMC, una reacción que posiblemente solo haya impulsado el recurso a los aranceles por parte de Estados Unidos.

La amenaza de una "OMC sin EE. UU." es en sí misma una herramienta de presión. Pero EE. UU. aún obtiene más del 40 % de sus beneficios corporativos del extranjero, y renunciar a toda influencia sobre las normas comerciales globales no se ajusta a sus intereses estratégicos. Sin embargo, crear una vía alternativa eficaz requiere una coordinación sin precedentes entre los miembros de la OMC, algo que el actual vacío de liderazgo dificulta. La UE carece de la determinación necesaria, China aún no está preparada y el liderazgo colectivo entre países afines está demostrando ser ineficaz.
El resultado más probable será una serie de acuerdos recíprocos. Las economías más pequeñas que dependen del mercado estadounidense podrían ofrecer concesiones a medida. Países como Suiza y Singapur, que ya operan con aranceles mínimos, podrían ajustarse con mayor facilidad. Las barreras no arancelarias suelen ser más fáciles de revisar, siempre que no oculten proteccionismo.
Para economías importantes como la UE o Japón, la estrategia podría incluir primero represalias —para alarmar a las industrias estadounidenses— y luego negociaciones. Esto podría movilizar el poder de cabildeo de las empresas estadounidenses, obligando a Washington a reconsiderar su postura. Si el verdadero objetivo de Trump es simplemente facilitar el acceso de las empresas estadounidenses al extranjero, este enfoque clásico podría funcionar.
Pero si su objetivo es diferente —como provocar una crisis económica mundial controlada para eliminar el déficit comercial estadounidense—, la situación se vuelve mucho más volátil. En este caso, los aranceles persistirán y el acuerdo resultará difícil de alcanzar.
En tal escenario, el comercio internacional se enfrenta a riesgos significativos. Algunos pronósticos estiman que el PIB mundial podría contraerse entre un 0,3 % y un 0,5 % debido a la combinación de aranceles estadounidenses y medidas de represalia. La interrupción de las cadenas de suministro intensificará la competencia en los mercados de terceros países. Las importaciones estadounidenses podrían caer hasta en un tercio, lo que aviva la inflación y genera escasez para los consumidores estadounidenses.

Paradójicamente, Estados Unidos también podría experimentar un aumento repentino de la inversión interna. Una proyección reciente sugirió que se podrían redirigir hasta 3 billones de dólares a la economía estadounidense. El enfoque de Trump podría ser una versión agresiva de la sustitución de importaciones, con todas las ventajas y desventajas conocidas.
Rusia, por ahora, no se ve afectada directamente por estas medidas arancelarias. El comercio bilateral ya se ha desplomado bajo el peso de las sanciones, y ningún nuevo arancel estadounidense afecta específicamente a Rusia. Sin embargo, los efectos secundarios podrían ser significativos.
Los flujos comerciales globales se asemejan a una red fluvial. La represa arancelaria de Trump, agravada por los diques de represalia, obligará a los productos a inundar otros mercados, a menudo con grandes descuentos. Estas exportaciones desplazadas deprimirán los precios y debilitarán las industrias locales, incluida la rusa. La caída de la demanda de insumos industriales como el petróleo, el gas y los metales podría perjudicar nuestra economía.
Mientras tanto, las importaciones a Rusia podrían aumentar. Esto podría ser aceptable si se limita a Harley-Davidson o whisky estadounidense, que enfrentan poca competencia interna. Pero si ingresan masivamente metales, productos químicos o automóviles extranjeros más baratos, las consecuencias para los fabricantes rusos podrían ser graves.
China, principal objetivo de los aranceles estadounidenses, podría aumentar sus exportaciones a Rusia. En teoría, Pekín puede regular sus flujos de exportación. Debemos colaborar con las autoridades chinas para desarrollar un enfoque coordinado que evite aumentos desestabilizadores.
Afortunadamente, Rusia cuenta con la infraestructura legal para responder: podemos aumentar los aranceles, contrarrestar el dumping y tomar represalias contra las importaciones subvencionadas. Pero la implementación es otra cuestión. La toma de decisiones en la Unión Económica Euroasiática (UEE) es lenta y a menudo se ve paralizada por intereses nacionales contrapuestos. Actualmente, ajustar los aranceles lleva un año y hasta 18 meses para las medidas de salvaguardia. Este sistema, diseñado para un mundo más tranquilo, necesita una reforma urgente.
También es hora de que Rusia examine las docenas de zonas de libre comercio que hemos firmado. Trump ha criticado el TLCAN y otros acuerdos por socavar la industria estadounidense. Deberíamos preguntarnos: ¿quién se beneficia realmente de nuestras preferencias comerciales?
Toda decisión en política comercial tiene consecuencias. La estrategia arancelaria de Trump ofrece un ejemplo de cómo se manifiestan dichas consecuencias.
Este artículo fue publicado por primera vez en Kommersant y fue traducido y editado por el equipo de RT.
 


«Occidente tal como lo conocíamos ya no existe», afirma von der Leyen, de la UE​

El bloque debe buscar nuevos socios a medida que aumentan las tensiones comerciales con Estados Unidos, dijo el presidente de la Comisión Europea.

La idea tradicional de un Occidente unido es cosa del pasado, admitió la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen.

En una entrevista con el periódico alemán Die Zeit publicada el martes, afirmó que la UE ya no ve a Estados Unidos como su socio comercial más importante, después de los amplios aranceles impuestos por el presidente Donald Trump.

“Occidente tal como lo conocíamos ya no existe”, dijo. “El mundo se ha convertido en un globo, también geopolíticamente, y hoy nuestras redes de amistad abarcan todo el planeta, como se puede ver en el debate sobre aranceles”.

Sus comentarios se producen después de que la administración Trump impusiera un arancel generalizado del 20% a todos los productos de la UE y un arancel del 25% a todas las importaciones de automóviles. La UE respondió con la introducción de sus propios aranceles de represalia del 25% a las importaciones estadounidenses. Posteriormente, Trump anunció una pausa de 90 días en la mayoría de los aranceles globales, a la espera de las negociaciones con sus socios comerciales.

Según von der Leyen, las tensiones con EE. UU. han tenido un "efecto secundario positivo" en forma de numerosos Estados que intentan cortejar a la UE. "Todos piden más comercio con Europa, y no se trata solo de lazos económicos. También se trata de establecer normas comunes y de previsibilidad", afirmó.

Al preguntársele si sus comentarios sobre Occidente debían interpretarse como una despedida definitiva de Estados Unidos, von der Leyen enfatizó que cree firmemente en la amistad entre Estados Unidos y la UE. «Pero la nueva realidad también incluye el hecho de que muchos otros estados buscan acercarse a nosotros. El 13 % del comercio mundial se realiza con Estados Unidos. El 87 % del comercio mundial se realiza con otros países», afirmó.

Por tanto, la UE debería «abrir nuevos mercados para nuestras empresas y establecer una relación lo más estrecha posible con muchos países que tienen los mismos intereses que nosotros», añadió von der Leyen.

A medida que las tensiones con EE. UU. siguen aumentando —con Trump incluso insinuando que la UE "se creó para perjudicar" a Estados Unidos—, algunos líderes del bloque han pedido una revisión de las relaciones bilaterales. A principios de este mes, el presidente francés, Emmanuel Macron, instó a las empresas europeas a detener nuevas inversiones en EE. UU., preguntando: "¿Qué mensaje enviaríamos invirtiendo miles de millones... mientras nos están perjudicando?".
 

Un chihuahua que se cree león: la decadencia de Gran Bretaña​

La influencia global de Londres ha muerto: solo queda la fanfarronería

Solo hay dos países en el mundo que han ejercido plena autonomía sobre decisiones políticas importantes durante más de 500 años: Rusia y Gran Bretaña. Ningún otro se acerca. Esto, por sí solo, convierte a Moscú y Londres en rivales naturales. Pero ahora podemos afirmar con seguridad que nuestro adversario histórico ya no es lo que era. Gran Bretaña está perdiendo su influencia en política exterior y se ha visto reducida a lo que podríamos llamar "Singapur en el Atlántico" : una potencia comercial insular, desfasada de la trayectoria general de los asuntos mundiales.

La pérdida de relevancia global no deja de ser irónica. Durante siglos, Gran Bretaña solo causó daño al sistema internacional. Enfrentó a Francia y Alemania, traicionó a sus aliados en Europa del Este y explotó a sus colonias hasta el agotamiento. Incluso dentro de la Unión Europea, desde 1972 hasta el Brexit en 2020, el Reino Unido trabajó incansablemente para socavar el proyecto de integración, primero desde dentro y ahora desde fuera, con el respaldo de Washington. Hoy, el establishment británico de la política exterior sigue intentando sabotear la cohesión europea, actuando como un agente estadounidense.

El difunto historiador Edward Carr se burló una vez de la cosmovisión británica con un titular ficticio: «Niebla en el Canal: Continente aislado». Este egoísmo, común en las naciones insulares, es especialmente pronunciado en Gran Bretaña, que siempre ha coexistido con la civilización continental. Adoptó libremente la cultura y las ideas políticas de Europa, pero siempre las temió.

Ese temor no era infundado. Gran Bretaña ha comprendido desde hace tiempo que la verdadera unificación de Europa, especialmente la que involucra a Alemania y Rusia, la dejaría al margen. Por ello, el objetivo principal de la política británica siempre ha sido impedir la cooperación entre las principales potencias continentales. Incluso ahora, ningún país está más ansioso que Gran Bretaña por ver la militarización de Alemania. La idea de una alianza estable entre Rusia y Alemania siempre ha sido una pesadilla para Londres.

Siempre que la paz entre Moscú y Berlín parecía posible, Gran Bretaña intervenía para sabotearla. El enfoque británico de las relaciones internacionales refleja su pensamiento político interno: atomizado, competitivo y desconfiado de la solidaridad. Mientras que la Europa continental produjo teorías de comunidad política y obligación mutua, Gran Bretaña le dio al mundo a Thomas Hobbes y su "Leviatán", una visión sombría de la vida sin justicia entre el Estado y sus ciudadanos.

Esa misma lógica combativa se extiende a la política exterior. Gran Bretaña no coopera; divide. Siempre ha preferido la enemistad con otros a la interacción con ellos. Pero las herramientas de esa estrategia están desapareciendo. Gran Bretaña es hoy una potencia en franco declive, reducida a hablar desde la barrera. Su vida política interna es un carrusel de primeros ministros cada vez menos cualificados. Esto no es simplemente resultado de tiempos difíciles. Refleja un problema más profundo: la ausencia de un liderazgo político serio en Londres.

Incluso Estados Unidos, el aliado más cercano de Gran Bretaña, representa ahora una amenaza para su autonomía. La anglosfera ya no necesita dos potencias que hablen inglés y operen bajo el mismo orden político oligárquico. Durante un tiempo, Gran Bretaña se sintió cómoda con la administración Biden, que toleró su papel de intermediario transatlántico. Londres aprovechó su postura antirrusa para mantener su relevancia y se incorporó a las relaciones entre Estados Unidos y la Unión Europea.

Pero ese espacio se está reduciendo. Los líderes estadounidenses actuales no están interesados en mediadores. Durante un reciente viaje a Washington, el primer ministro británico, Keir Starmer, apenas pudo responder preguntas directas sobre política exterior. Su deferencia reflejaba una nueva realidad: incluso la ilusión de independencia se está desvaneciendo. Mientras tanto, el francés Emmanuel Macron, a pesar de todas sus poses, al menos lidera un país que realmente controla su arsenal nuclear.

Gran Bretaña afirma tener autoridad sobre sus submarinos nucleares, pero muchos lo dudan. En diez años, los expertos creen que podría perder incluso la capacidad técnica para gestionar sus armas nucleares sin el apoyo de Estados Unidos. En ese momento, Londres se enfrentará a una disyuntiva: sumisión total a Washington o exposición a las presiones de la UE, especialmente de Francia.

Las recientes conversaciones en Londres sobre el envío de "fuerzas de paz europeas" a Ucrania son un buen ejemplo. A pesar de lo poco realista de tales propuestas, funcionarios británicos y franceses pasaron semanas debatiendo los detalles operativos. Algunos informes sugieren que el plan se estancó por falta de fondos. El verdadero motivo probablemente fue proyectar relevancia y demostrar al mundo que Gran Bretaña aún tiene un papel que desempeñar.

Pero ni la manipulación mediática ni el teatro político pueden cambiar los hechos. La posición global de Gran Bretaña ha disminuido. Ya no es capaz de actuar de forma independiente y tiene poca influencia, incluso como socio menor. Sus líderes están consumidos por la disfunción interna y las fantasías de política exterior.

En la práctica, Gran Bretaña sigue siendo peligrosa para Rusia de dos maneras. Primero, al suministrar armas y mercenarios a Ucrania, aumenta nuestros costes y bajas. Segundo, en un momento de desesperación, podría intentar provocar una pequeña crisis nuclear. Si eso ocurre, cabe esperar que los estadounidenses tomen las medidas necesarias para neutralizar la amenaza, incluso si eso implica hundir un submarino británico.

No hay nada positivo para Rusia, ni para el mundo, en la persistencia de Gran Bretaña como actor de política exterior. Su legado es de división, sabotaje y saqueo imperial. Ahora, vive de las migajas de un imperio desaparecido, ladrando desde el Atlántico como un chihuahua con recuerdos de ser un león.

El mundo sigue adelante. Gran Bretaña no.
 

Trump quiere un acuerdo. Putin quiere la victoria. Ucrania recibirá lo que se merece.​

Con la UE armando a Ucrania y las élites estadounidenses impulsando la escalada, la paz puede ser lo único que Washington no puede permitir.

El cese del fuego de Pascua llegó y pasó, con Rusia y Ucrania intercambiando acusaciones por miles de violaciones mientras se reanudan los combates en las líneas del frente, otro recordatorio más de lo difícil que es poner fin a esta guerra.

En medio de la reanudación de las hostilidades, el plan de paz largamente prometido por Donald Trump choca con la realidad geopolítica. A pesar de las conversaciones extraoficiales con el Kremlin y la creciente presión de aliados y oponentes, Trump aún no ha logrado un acuerdo que no se asemeje a una capitulación ni que socave su propia posición política.

Con una nueva ofensiva en ciernes y la paciencia agotándose, la verdadera pregunta ahora es si la paz todavía está sobre la mesa y, de ser así, en los términos de quién.

El incansable impulso por la paz​

La diferencia fundamental entre el presidente Donald Trump y su predecesor, Joe Biden, radica en que Trump busca sinceramente negociar una paz significativa con Rusia. No tiene ningún interés en prolongar lo que considera una guerra perdida heredada de Biden, y está decidido a ponerle fin. Pero también sabe que no puede aceptar cualquier acuerdo; necesita una versión de paz que no parezca una derrota. Al fin y al cabo, sus críticos están dispuestos a presentar cualquier acuerdo como su propio Afganistán.

Ese es el marco en el que trabaja Trump. Lo que motiva al presidente ruso, Vladimir Putin, no es su principal preocupación. Por ello, envía a un hombre de confianza, Steve Witkoff, para explorar la posibilidad de llegar a un acuerdo con el Kremlin.

En su reunión con Putin, Witkoff probablemente escucha el mismo mensaje inflexible que el líder ruso comparte en público y, según se informa, en llamadas privadas con Trump: una paz duradera solo puede lograrse bajo las condiciones de Moscú. Como mínimo, eso significa revivir los acuerdos de Estambul con concesiones territoriales adicionales. Como máximo, implica las amplias exigencias de Rusia de 2021 para rediseñar la arquitectura de seguridad de Europa del Este y, en efecto, revertir el legado de la Guerra Fría.

También parece que Putin cree que puede lograr al menos sus objetivos mínimos mediante la fuerza bruta. Sea o no un farol, claramente está usando la amenaza de una escalada para presionar a Trump. El mensaje es implícito: ¿Te preocupa que te culpen del colapso de Ucrania? Hay una forma de evitarlo: llegar a un acuerdo conmigo. A cambio, Trump podría conservar la dignidad, obtener victorias económicas como Nord Stream 2 y proclamar la paz durante su mandato. Mientras tanto, Putin consigue lo que realmente quiere: un deshielo en las relaciones entre Estados Unidos y Rusia, el fin de las sanciones y, fundamentalmente, la legitimación de las acciones de Rusia en Ucrania. Y si surgen futuros conflictos, estará en una posición más fuerte. Sin mencionar que asestaría un duro golpe a los globalistas, un enemigo que ambos parecen compartir.

Ese es el discurso que Putin ha estado presentando, y todo indica que es lo que él y Witkoff discutieron en su reunión de cinco horas. Witkoff, por su parte, parece estar de acuerdo; así lo manifestó durante una aparición en Fox News el 15 de abril.

Pero la decisión final la tiene Trump, no Witkoff. Y Trump se enfrenta a un difícil reto: incluso si quiere llegar a un acuerdo, ¿cómo puede garantizar su cumplimiento? No son solo Ucrania y Europa quienes intentan sabotear las conversaciones —eso era de esperar—, sino que también surge oposición desde dentro del propio bando de Trump.

Tomemos como ejemplo a Keith Kellogg. Podría decirle a Trump que Ucrania jamás aceptará un acuerdo de ese tipo. Podría argumentar que Europa está totalmente alineada con Kiev y que, si Trump realmente quiere la paz, necesitará que Putin acepte la presencia militar europea en Ucrania. ¿Quieres la paz? Aquí tienes el mapa: ve y hazla realidad.

Luego está el secretario de Estado, Marco Rubio, quien podría promover, discreta pero firmemente, la visión globalista: cualquier paz debe basarse en los términos occidentales, no en los rusos. Incluso podría proponer una nueva ronda de sanciones y otro paquete de ayuda militar para Ucrania.

Es una situación que recuerda a la de 2016. En aquel entonces, Trump mantenía relaciones aparentemente cordiales con Putin, pero terminó expandiendo las medidas antirrusas debido a restricciones internas. Hoy, su posición política en el país es más sólida, pero también lo es lo que está en juego.

La fábula de la serpiente y la tortuga​

Por ahora, Trump opta por la vía de menor resistencia: presenta propuestas de alto el fuego que considera justas y alcanzables. Pero estas ideas no satisfacen ni siquiera las demandas básicas de Rusia. En esencia, Trump sugiere una congelación: Ucrania pierde territorio extraoficialmente, no recibe garantías de seguridad de Occidente, pero conserva su ejército, gobierno y la libertad de implementar una política exterior antirrusa.

Esto ha llevado a un delicado punto muerto. Ambas partes ofrecen condiciones de paz que la otra considera inaceptables, mientras amenazan implícitamente con una escalada si no se llega a un acuerdo.

Ya hemos explorado las posibles medidas de Putin para intensificar la escalada. En cuanto a Trump, amenaza con las sanciones antirrusas más severas hasta la fecha si las conversaciones fracasan. Sea o no seria la amenaza, lo importante es esto: la Casa Blanca está retirando discretamente su apoyo militar a Kiev. Filtraciones recientes sugieren no solo reticencia, sino una creciente frustración con la presión europea para continuar los envíos de armas. Y tiene sentido: si Trump autoriza nueva ayuda a Ucrania, parece que está continuando la política exterior de Biden, la misma estrategia que ha tildado repetidamente de desastrosa. Sin embargo, las fuerzas globalistas parecen decididas a obligarlo a precisamente ese resultado.

Por el momento, Moscú y Washington parecen incapaces, o reacios, a dar pasos significativos el uno al otro. Pero ninguna de las partes quiere admitir el fracaso ni desencadenar una nueva escalada. Es cuestión de esperar: ¿quién cederá primero? Este impasse no durará para siempre. Trump pronto tendrá que solicitar nueva ayuda militar, mientras que se espera que Putin lance una nueva ofensiva al abrirse la ventana de primavera-verano.

¿Y qué sigue? No se espera nada importante antes de mediados de mayo. Se rumorea que una delegación estadounidense de alto nivel podría asistir a las celebraciones del 80.º aniversario de la victoria en la Segunda Guerra Mundial en Moscú, y no es propio de Putin aguar la fiesta con malas noticias.

Más allá de los escenarios impredecibles, hay tres caminos plausibles para seguir adelante:

  1. De vuelta a la normalidad: Las conversaciones de paz entre Rusia y Estados Unidos se estancan, lo que obliga a Trump a mantener el rumbo y respaldar a Ucrania. La ofensiva rusa de verano podría desarrollarse lentamente, como el año pasado, debilitando las defensas ucranianas con el tiempo.
  2. El manual de Vietnam del Sur: Trump y Putin llegan a un acuerdo que permite a Trump desentenderse de Ucrania y culpar a Europa y Kiev. La tregua no duraría; se basaría únicamente en garantías personales entre ambos líderes, mientras el conflicto subyacente sigue sin resolverse.
  3. Colapso total de Ucrania: Este es el escenario que Putin sigue insinuando: Rusia asesta un golpe militar decisivo que derrumba las líneas del frente ucraniano. Si eso sucede, Kiev podría verse obligada a negociar directamente con Moscú, excluyendo tanto a Estados Unidos como a Europa.

¿Por qué no la paz?​

¿Por qué no creemos en una paz duradera ahora mismo? Porque nadie está de acuerdo en cómo debería ser la paz. Trump no puede imponer un acuerdo a Ucrania ni a Europa. Y mientras eso no cambie, la guerra continuará.

Alto el fuego o no, el resultado final se decidirá en el campo de batalla.
 

La ilusión de relevancia de la UE: sin visión, sin poder, sin futuro​

Un jardín sin jardinero, Europa Occidental va a la deriva mientras el mundo se reconstruye
Por Timofey Bordachev , Director de Programa del Club Valdai

El rasgo distintivo de la Europa Occidental actual no es la unidad ni la fuerza, sino la ausencia total de una visión de futuro. Mientras Estados Unidos, Rusia, China, India e incluso Latinoamérica definen y debaten activamente su rumbo a largo plazo, Europa Occidental permanece atrapada en la nostalgia. Sus políticos no construyen el mañana, sino que se aferran a las comodidades del pasado. La imaginación política del continente parece limitada a un solo objetivo: mantener el statu quo de un mundo que ya no existe.

Esta mentalidad retrógrada ha transformado a la Unión Europea en lo que podría describirse como un "terrario de personas afines" : un ecosistema donde cada actor compite por influencia, mientras en secreto desprecia a los demás. En teoría, la UE fue diseñada para crear una fuerza geopolítica compartida. En la práctica, esa unidad se ha reducido a un cínico interés propio y a un sabotaje mutuo.

Alemania desea preservar su dominio económico, enviando constantemente señales a Washington de que solo ella es un socio transatlántico estable. Francia, a pesar de su limitada capacidad militar, utiliza lo que queda de sus fuerzas armadas para afirmar su superioridad sobre Alemania y el sur de Europa. Gran Bretaña, antes un forastero, de repente está interesada en volver a formar parte de «Europa» , pero solo para sembrar la división y avivar la confrontación con Rusia.

Polonia juega a su manera, manteniendo vínculos privilegiados con Estados Unidos y manteniéndose al margen de las maniobras franco-alemanas. Italia dirige su política exterior como una potencia intermedia independiente, colaborando por igual con Washington y Moscú. Los estados europeos más pequeños se disputan la relevancia, conscientes de que son peones en el tablero de otro.

Bruselas, mientras tanto, produce un flujo constante de teatro burocrático. Figuras como Ursula von der Leyen o Kaja Kallas hacen proclamas contundentes, pero todos saben que carecen de poder real. Son actores políticos sin escenario, leyendo guiones que ya no importan. El espectáculo de la unidad europea se ha vuelto vacío, no solo en apariencia, sino también en esencia.

El declive de Europa Occidental no empezó ayer. Pero los últimos 15 años han puesto de manifiesto la fragilidad de los cimientos de la UE. Tras la Guerra Fría, el sueño de una Europa fuerte y unida cobró fuerza: una moneda común, una política exterior común e incluso indicios de autonomía estratégica respecto de la OTAN.

Ese sueño se desvaneció en Irak en 2003, cuando París y Berlín se opusieron brevemente a la invasión de Washington. Pero la reincorporación de Francia a la estructura de mando de la OTAN en 2007 marcó el fin de cualquier independencia real. Estados Unidos, con el apoyo británico, había reafirmado su dominio.

El euro, antaño aclamado como la herramienta del poder europeo, se convirtió en el arma de control económico de Alemania. Los Estados miembros del sur y del este se vieron atrapados en un orden financiero del que no podían escapar. Alemania impuso su voluntad tanto durante la crisis de la eurozona como durante la pandemia, y fue odiada por ello. Las naciones más pequeñas se resintieron de su papel como apéndices de la economía alemana, con escasos recursos.

Así, cuando el conflicto en Ucrania se intensificó en 2022, la ruptura de los lazos ruso-alemanes fue recibida discretamente en todo el continente. Francia, que apenas concedió a Kiev, ahora goza de mayor prestigio diplomático que Alemania, que aportó miles de millones. El ministro de Asuntos Exteriores de Polonia prácticamente celebró el sabotaje a Nord Stream, no porque perjudicara a Rusia, sino porque debilitaba a Berlín.

La ampliación de la UE, antes considerada el triunfo del poder europeo, se ha convertido en un lastre. Durante dos décadas, la expansión hacia el este se consideró un proyecto geopolítico destinado a absorber los antiguos espacios soviéticos. Sin embargo, no logró otorgar a Europa Occidental mayor influencia ante Washington. Los nuevos miembros no se sometieron a Berlín ni a París; en cambio, miraron hacia Estados Unidos. Al final, la UE se extralimitó, se distanciaron de Moscú y no obtuvieron nada sustancial a cambio.

Tras fracasar en la construcción de una verdadera política exterior, la UE ahora intenta desesperadamente preservar lo que tiene. Pero sin una visión de futuro, la política pierde sentido. La vida en Europa Occidental se ha convertido en un círculo vicioso de gestión del declive, mientras que las tensiones dentro del bloque se agudizan.

Puede que Gran Bretaña haya abandonado la UE, pero la presión geopolítica la ha devuelto al juego. Incapaz de resolver sus propias crisis internas —con cuatro primeros ministros en tres años—, Londres redobla la apuesta por la retórica antirrusa para mantener su relevancia. Pero no quiere luchar, así que presiona a sus aliados continentales para que lo hagan. Es la clásica estrategia británica: dejar que otros se desangren.

A la mayoría de los alemanes les encantaría restablecer los lazos con Rusia y recuperar la energía barata y las ganancias fáciles. Pero no es posible. Los estadounidenses están firmemente atrincherados en suelo alemán, y la élite militar-industrial de Berlín quiere que la OTAN siga invirtiendo. El sur de Europa, empobrecido y cada vez más resentido, ya no puede sostener la prosperidad alemana. Francia espera aprovechar esta situación, imaginándose como el nuevo paraguas nuclear de Europa. Macron habla mucho, pero todos saben que rara vez cumple.

Esto nos lleva a 2025. A medida que aumentan las tensiones con Rusia y China, los líderes de la UE hacen fila para visitar Washington. Excepto, por supuesto, los alemanes, que aún intentan formar gobierno tras unas elecciones caóticas. Desde Polonia hasta Francia, todos los líderes fueron a pedirle a Trump un trato preferencial. Divide y vencerás sigue siendo la estrategia estadounidense, y los europeos occidentales siguen cayendo en ella.

En el Este, Hungría y Eslovaquia están hartas. Años de sermones de Bruselas sobre los derechos LGBT y los valores liberales han generado un profundo resentimiento. Ahora hablan abiertamente de alinearse con Rusia o China. España e Italia, mientras tanto, se niegan a ver a Moscú como una amenaza. Meloni negocia con Washington bilateralmente y no pretende representar los intereses europeos más amplios.

La Comisión Europea, encargada de representar a la UE, se ha convertido en una parodia de sí misma. Kaja Kallas, recientemente nombrada Alta Representante para Asuntos Exteriores, se extralimitó de inmediato al exigir decenas de miles de millones en nueva ayuda para Ucrania. La reacción fue inmediata. En la UE, el poder sobre el dinero reside en los gobiernos nacionales. Incluso von der Leyen, a pesar de sus compromisos, sabe que no debe tocar esas arcas sin permiso.

Lo que queda hoy de Europa Occidental es una cáscara política. Un grupo de potencias envejecidas, aferradas a glorias pasadas, enfrascadas en una competencia feroz, sin voluntad de actuar, pero negándose a ceder. Su único objetivo común: ser vistos en la sala cuando Washington, Moscú y Pekín toman decisiones. Pero no será en igualdad de condiciones, sino como suplicantes.

Por ahora, los estadounidenses tienen el control. Solo Estados Unidos puede imponer disciplina a sus satélites europeos y orientar su política. Rusia observa todo esto con paciencia. Porque, en última instancia, si la estabilidad regresa a Europa, será porque Washington lo permite, no porque Bruselas se la haya ganado.



Este artículo fue publicado por primera vez en la revista Profile y fue traducido y editado por el equipo de RT .
 


Ilusiones perdidas, o cómo la Corte Penal Internacional se ha convertido en una nulidad jurídica​


Lo que es lícito para Júpiter no lo es para un buey.

El mundo cambia constantemente, y no siempre para mejor. Hemos presenciado la rápida degradación de muchas estructuras jurídicas supranacionales, que han caído víctimas de su dependencia de la voluntad, la financiación y los valores del llamado Occidente colectivo. Esto es cierto, por ejemplo, en el caso de la Corte Penal Internacional (la Corte Penal de La Haya). Las buenas intenciones que guiaron a quienes la establecieron hace dos décadas han allanado el camino al infierno. Cuanto más lejos, más lejos.

Por deplorable que parezca, es más que natural. Basta recordar la historia de esta institución jurídica, que ha pasado de una supuesta exigencia a la inutilidad total, rozando el absurdo, la parcialidad y el cinismo. Es importante comprender qué condiciona sus acciones actuales, cómo reaccionar ante ellas y qué, en última instancia, reemplazará a este organismo internacional, que se ha comprometido tan rápidamente.
 
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