Imaginemos que entramos en guerra con Israel, y se da la situacion que adjunto a continuacion que salio publicada en La Nacion.
En pie de guerra: argentinos en el ejército israelí
Son apenas un puñado, pero sus vivencias representan las de muchos que, desde nuestro país, llegaron a Israel y debieron enrolarse en las fuerzas armadas, donde se enfrentaron a situaciones límite. Testimonios de jóvenes que aprendieron a convivir diariamente con el dolor
Gaby agarra la foto de sí mismo, aunque no cree que ése pueda ser él mismo; el mismo que poco tiempo antes se rompía las cuerdas vocales en la popular de River, o aquel flaco alto, tatuado, que se limpiaba los labios de cerveza cuando la Quilmes rubia, bien fresca, le llegaba en la rondita con los amigos de Villa Crespo. Al fin, Gaby se reconoce a sí mismo con una mirada perforante. Viste en la imagen el uniforme de combatiente del ejército de Israel. Con la mano izquierda aguanta los tres kilos de un rifle M-16: es la instantánea que configura el mosaico cotidiano en las calles de Tel Aviv, Jerusalén o Haifa. Posa como un hombre de guerra, un Rambo argento en Medio Oriente. De pronto, sin pensarlo, se dice a sí mismo en voz alta: "Yo era una máquina de matar".
Este diseñador informático de 29 años prestó su pellejo y su alma al Tzahal, las fuerzas de defensa israelíes (Tzavá Haganá Le Israel, el nombre por extenso, en hebreo) durante dos años. Se fue a vivir a un kibutz (comunidad agraria socialista) en marzo de 2001 y, como la ley del Estado judío manda, tuvo que enrolarse a las fuerzas armadas al poco tiempo de arribar. Era el inicio de la segunda Intifada, el levantamiento popular palestino. Su metro noventa, su impecable estado atlético y su inagotable energía lo condujeron a las tropas de elite del cuerpo de infantería. El puso pecho, se calzó las botas y marchó firme al frente: incursionó en los territorios palestinos en Gaza y Cisjordania, y hasta enfrentó a los tiros a terroristas de la Jihad Islámica y las milicias de Hamas. La muerte le pasó a centímetros.
¿Quién carajo me mandó a meterme ahí?, vuelve a preguntarse en el sofá de un departamento en Villa Crespo, durante una reciente visita familiar al país.
Por fortuna, Gaby no padeció shocks postraumáticos ni tuvo ningún tipo de secuelas físicas ni psicológicas. Y eso que, en Israel, abundan las historias de instituciones psiquiátricas posejército. Muchos jóvenes, en la edad de las borracheras y el sexo apurado, tuvieron que apretar varias veces el gatillo con un ser humano en la mira. Por eso, es de esperar que al hablar de su paso por la Tzavá, a Gaby se le hiera su fibra más fina. No responde si tuvo que disparar a un palestino y pide, por favor, que no se publique su nombre completo. Tampoco quiere dar los pormenores del escuadrón al que perteneció y se niega tajantemente a que su rostro salga impreso. El álbum de fotos se cierra y ya no se volverá a abrir.
De los 80 mil argentinos que viven en Israel, la mayor parte de los varones tuvieron que hacer la Tzavá desde los años 70, cuando comenzó el mayor flujo migratorio de nuestro país hacia las tierras israelíes, con mucho desierto y rodeadas de pueblos árabes. Muchos de ellos atravesaron un trance semejante, o mayor que el de Gaby, en guerras como las de Iom Kipur (1973) y las de Líbano (1982 y 2006), así como en el frente palestino (primera Intifada, entre 1987 y 1993, y la segunda, desde 2000). Claro que en las fuerzas armadas israelíes no todos acaban siendo soldados combatientes (krabiim), sino que la gran mayoría desarrolla tareas logísticas o administrativas, como las mujeres. Para algunos que no dan un buen perfil físico, su trabajo durante el servicio no es más que pintar piedras en los caminos. Pero a todos, eso sí, les garantizan entre uno y tres años (ver aparte) de maratones en plena madrugada invernal en la montaña.
"¿Si tuve miedo de morir? No. Casi siempre estuve bien acompañado, con un equipo que me protegía, muy bien entrenado. Yo participé de muchas detenciones a domicilio en hogares palestinos por las noches. Cuando se trataba de terrorista de medio o alto rango, el comando iba más armado y los riesgos sí que eran superiores", cuenta Gaby, más distendido, pero siempre cuidando los pormenores del relato. Si bien no firmó ninguna cláusula de confidencialidad en el Tzahal, sabe muy bien que la información militar es secreto de Estado en Israel.
No quiere hablar mucho más de la cuestión; sólo agregará unas pocas palabras: "En los shtajim (territorios palestinos) tenés otro chip en la cabeza. No te parás a pensar, no tenés conciencia de lo que estás haciendo. Acatás órdenes y punto. Sos una máquina".
Un amigo de Gaby también se sienta a contar sus anécdotas con la condición de que su nombre tampoco trascienda. Sus padres se exiliaron en Israel en 1976, por la dictadura militar. El nació dos años después en Ashkelon, a 60 kilómetros de Gaza. De chiquito volvió a la Argentina y de adolescente, en 1999, hizo aliyá (volvió a su tierra) con un grupo de jóvenes sionistas. Le tocaron dos años de servicio y recaló, a pedido, en Shirion (división de tanques) porque ahí tenía otros amigos argentinos. El se tomó la experiencia de otra forma. "Yo lo vivía como si fuera una película. En el combate es pura adrenalina. Hay como una fantasía de ficción: estás vestido de verde, tenés un arma, te subís a un tanque... ¿¡Cuándo en tu vida te subís a un tanque!? Es raro, porque uno en la Argentina asocia el ejército con la represión."
El relata con detalle sus recuerdos más intensos. Por ejemplo, cuando en una incursión nocturna en Kalkilya (Cisjordania), su ametralladora 05 y tres automáticos Mags 3 de su tanque mataron a un líder de un grupo integrista palestino. "Fue un shock; era un silencio espantoso al volver con el grupo. Pero teníamos que hacerlo. Me sentí muy mal. Dispararle a alguien es te-rri-ble. Yo solo nunca pude hacerlo -confiesa-. Yo era un inconsciente, tomé riesgos, pero nunca tuve miedo real de morir. Eso sí, la Tzavá me cambió la vida."
Otro recuerdo suyo de máxima tensión ocurrió en una base lindera con Gaza. Un hombre cruzó la cerca y comenzó a acercarse a él. Fue cuando tuvo que aplicar el protocolo. "Le advertí varias veces que detuviera la marcha, disparé al cielo... Y el tipo seguía. Me quería morir. Estaba autorizado a dispararle a los pies, porque podía tratarse de un terrorista, pero no pude y le hice una toma de karate para dominarlo", cuenta. Al final, todo fue un malentendido: ese palestino estaba autorizado para circular por ahí, pero en la base no lo sabían.
Fuente:
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1041307