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Colaborador
Un proyecto conjunto
Las reservas naturales militares
Las reservas naturales militares
Las Fuerzas Armadas mantienen tierras para su adiestramiento a lo largo y ancho del territorio nacional. Muchas con características naturales casi inalteradas. Ahora, a través de un convenio con el Ministerio de Defensa, han sido declaradas como reservas para su preservación. Detalles de su ubicación y posibilidades.
Por L.N./ Fotos: Gentileza Administración de Parques Nacionales y Fernando Calzada.
Era un viejo y largamente acariciado sueño de la Administración de Parques Nacionales. Desde larga data, la gente del ente gubernamental buscaba incorporar a su seno, terrenos de inestimable valor ambiental destinados al adiestramiento militar. El anhelo comenzó a concretarse con la incorporación a su directorio de Cristina Armata, delegada de la Comisión de Medio Ambiente del Ministerio de Defensa. Desde ese momento y encabezados por el titular de la entidad, ingeniero Héctor Espina, la hicieron partícipe de dicha quimera. Como resultado, el 14 de mayo de 2007 se firmó el convenio de cooperación para formalizar la figura de las Reservas Naturales Militares como un componente del Sistema Federal de Áreas Protegidas, entre el entonces presidente de la nación, Néstor Kirchner, y la ministra de Defensa, Nilda Garré.
Las cosas se sucedieron con la creación de un comité ejecutivo integrado por representantes de la cartera de Defensa, de Parques Nacionales, del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas y del Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea, que evaluó los sitios para su preservación sin desmedro de la función castrense.
Ya en el terreno, los especialistas se toparon con la primera sorpresa de las muchas que descubrieron en ese caminar por el país. “Los ecosistemas asignados a las Fuerzas Armadas para su adiestramiento se han mantenido con muchas menos alteraciones que los sometidos a la presión inmobiliaria, a usos residenciales o explotaciones agropecuarias y madereras”, explica el agrimensor Sergio Rossi, director general de Inmuebles e Infraestructura del Ministerio de Defensa. “El uso militar los preservó pasivamente y entonces, la idea fue convertirlos en una política activa de conservación minimizando el impacto de las maniobras, pero manteniendo ese objetivo”, sostiene. Además, el funcionario hace hincapié en un beneficio adicional. “Es algo que le resulta barato al Estado nacional porque en lugar de expropiar tierras, vuelca recursos para promover eficientes acciones en ese sentido”.
Contra la depredación
Con más de 150 años bajo control militar, especialmente del Ejército, esos terrenos ubicados estratégicamente a lo largo y ancho de Argentina, “se encuentran en un envidiable estado de conservación respecto de otros territorios nacionales porque están dedicados exclusivamente para el adiestramiento y nadie puede utilizarlos para otra cosa”, acota el coronel Claudio Montero, jefe del Comando de Ingenieros del Ejército, que representa a la Fuerza en aquel comité ejecutivo. “Además, por su flora y fauna son un interesante núcleo para ser aprovechados desde el punto de vista cultural, biológico y del medio ambiente. Encierran recursos naturales muy valiosos”. En ese sentido, la presencia de los uniformados para hacer prácticas de entrenamiento tiene, según el oficial superior, un condimento dual. “Por un lado, el hecho de ejercitarse en esos lugares da la sensación de presencia y por el otro, evita o disminuye la posibilidad de que sean utilizarlos para tareas inconvenientes como la depredación”. Y pone un ejemplo. En la zona selvática de Puerto Península, en Iguazú, de 8.000 hectáreas de extensión, un territorio virgen donde ya está establecida una RNM, está protegida una planta característica como es el palmito y la fauna en proceso de extinción.
Hace hincapié y lo repite, en que con esa figura no se les restringe su uso a las Fuerzas Armadas. “Los seguirán utilizando con determinadas medidas para que sean sustentables; o sea, que tengan la posibilidad de ser mantenidas a través del tiempo, como en las actuales condiciones”. Y revela un dato interesante. Con este sistema se intenta llegar al 5,7 por ciento del territorio nacional restringido como reserva. “Estamos encaminados a lograr ese porcentaje”, acota.
Más sorpresas
No van a tontas y locas. La gente de la APN primero identifica y confirma los valores y características de los ahora denominados Espacios Naturales de Interés para la Conservación (ENICS) y hasta sus testimonios culturales, como el descubrimiento de fósiles y pinturas rupestres, en algunos casos. “Por estar en manos militares siempre estuvieron vigilados y, valga la paradoja, por su utilización específica perduraron en el tiempo y, en algunos casos, son islas de conservación en un mar de modificaciones. Por eso están en muy buen estado”, expresa Raúl Chiesa, vocal del directorio de la entidad y uno de los cuatro representantes en el CE del convenio, junto con el ingeniero forestal Juan Duro y Bruno Carpinetti. Y aun en las zonas denominadas “áreas de sacrificio” para el adiestramiento. Las describe: “La necesidad de que la Fuerza Aérea tenga un lugar para el entrenamiento de los pilotos del avión Pucará, con asiento en Reconquista, Santa Fe, significó acceder a un predio de 2.600 hectáreas para hacer en 65 ó 70 esas prácticas. Ese lugar de fuerte afectación de la naturaleza, se balancea con el total de la superficie. Y si no estuviera protegida y destinada a la conservación, seguramente habría sido convertida en tabla rasa o en una plantación de soja”.
El ingeniero Duro apunta a la permanente colaboración “para ajustar pautas que ayuden a la preservación de los recursos naturales y al mejoramiento de los aspectos que estaban bien custodiados por los militares”. En ese sentido, detalla otras sorpresas con las que se toparon. “En Mar Chiquita hay un valioso pastizal que no se encuentra en otros lugares de la provincia de Buenos Aires”. En Puerto Península obtuvieron datos sobre una especie rara de una víbora yarará de la que no tenían referencias de que existiese y en el norte santafesino, el límite austral de la distribución del mono carayá.
Esfuerzo conjunto
Chiesa acota que “el primer desafío fue instalar algo en los lugares en que la APN no se interesaba para no sacarle su manejo a las Fuerzas Armadas. O sea, agregarle un carácter de áreas protegidas y lejos de temer alguna pérdida, asegurarlas en el tiempo compatibilizando dos actividades que parecen opuestas y no lo son”. En ese sentido, apunta a la fluida relación que establecieron con los hombres de uniforme. “Lejos de encontrar resistencia en los usuarios militares, nos acercaron propuestas que superaban nuestras mejores expectativas. Fuimos a lugares concretos, a relevar las próximas RNM a crearse, a visitar las grandes unidades de las que dependen y encontramos un acompañamiento entusiasta y en algunos casos, con decisiones tomadas en los propios cuarteles. Incluso, y con esa finalidad, nos propusieron ir a ver otras interesantes zonas que conocían. Tuvimos una gran comprensión sobre algo ajeno a su función específica y que lejos de hacernos difícil la tarea, nos ayudaron muchísimo”. Así, entre otros, encontraron amplios espacios destinados en épocas anteriores, a la cría de ganado mular para transporte de enseres bélicos en la montaña.
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