Some in Washington see Moscow as a “junior partner” to be drawn away from Beijing’s orbit and into its own
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¿Rusia corre el riesgo de convertirse en un “satélite” de China?
Algunos en Washington ven a Moscú como un “socio menor” que hay que alejar de la órbita de Beijing y llevar a la suya.
Por Ivan Zuenko , investigador principal del Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad MGIMO (Moscú)
Los expertos occidentales hablan a menudo de que Rusia se ha convertido en un "socio menor" de China e incluso en un "estado vasallo". Esta narrativa ha dominado casi todos los debates occidentales sobre las relaciones entre Rusia y China durante mucho tiempo.
Es cierto que en las últimas décadas los vínculos entre China y Rusia se han desarrollado de forma dinámica. Tras el inicio del conflicto en Ucrania, cuando los países occidentales intentaron "cancelar" a Rusia cortando los vínculos económicos y culturales con ella, la importancia de Pekín como aliado económico y político de Moscú ha crecido sin lugar a dudas. Quienes creen que China y Rusia tienen una relación de líder-seguidor utilizan este tipo de argumentos para demostrar que Rusia no tiene otra alternativa que someterse a China.
Otro argumento popular a favor de esta teoría es la diferencia en el tamaño de la población y la economía de los dos países (la población de China es diez veces mayor que la de Rusia, y lo mismo ocurre con su economía). Si bien esto es cierto en términos estadísticos, reducir las complejidades de las relaciones interestatales a meras estadísticas es una tontería o una simplificación deliberada. En primer lugar, Rusia mantiene una ventaja decisiva en otras áreas, como el potencial militar y estratégico. Y en segundo lugar, no hay muchos ejemplos en el mundo (excepto la hegemonía estadounidense) en los que una nación haya podido utilizar su influencia económica como herramienta para controlar la política exterior. Aunque en términos comerciales, China domina los mercados asiático y africano, vemos pocas pruebas de dominación en lo que respecta a la política exterior.
Pensemos en Corea del Norte, el único país que tiene una alianza político-militar con China. Las diferencias en el tamaño y el desarrollo de las dos naciones (así como la dependencia económica de Corea del Norte respecto de China) son evidentes; sin embargo, Pekín no dicta las acciones de Pyongyang en términos de política interna o internacional. A pesar de su amistad con China, los dirigentes norcoreanos afirman constantemente su independencia. La asociación político-militar de Corea del Norte con Rusia, contra la cual Pekín no pudo protestar, es un fuerte testimonio de su autonomía. Por lo tanto, la influencia potencial de China sobre Rusia –una nación mucho más grande y más fuerte que Corea del Norte– parece bastante improbable.
Intentar desacreditar la noción del estatus de "vasallo" de Rusia en relación con China parece una pérdida de tiempo. Es mucho más interesante reflexionar sobre si China realmente quiere convertirse en el "hermano mayor" de Rusia y si Occidente debería preocuparse por este resultado en lo que respecta a las relaciones entre Rusia y China.
La perspectiva estadounidense
El secretario de Estado norteamericano, Marco Rubio, ha
declarado recientemente que
“los rusos se han vuelto cada vez más dependientes de los chinos y eso no es bueno para Estados Unidos ni para la estabilidad mundial”. Esto significa que Estados Unidos cree que Rusia puede perder su autonomía estratégica debido a su relación con China. Además, Estados Unidos ve esto como una amenaza directa a sus propios intereses estratégicos, lo que sugiere una posible coalición entre Moscú y Pekín contra Washington.
Los recientes intentos del presidente estadounidense Donald Trump de normalizar las relaciones con Moscú se interpretan como un intento de reproducir el “efecto Nixon”, pero a la inversa. A principios de los años 1970, la visita del entonces presidente Richard Nixon a China fortaleció las relaciones entre Estados Unidos y China en un contexto de oposición compartida a la Unión Soviética. Ahora se cree que la diplomacia estadounidense podría alejar a Rusia de China, lo que permitiría a Estados Unidos asestarle un golpe estratégico.
Sin embargo, esta comparación no resiste un análisis minucioso. En primer lugar, durante los años 70, China y la URSS ya estaban en un estado de enfrentamiento; las acciones de Nixon no provocaron ese enfrentamiento, pero él aprovechó las circunstancias favorables para abrir el mercado chino a Estados Unidos y ganar influencia en la lucha contra la URSS. Hoy, ni Rusia ni China quieren distanciarse de Estados Unidos. Si alguien tiene la culpa de su alianza más estrecha, es el propio Estados Unidos, que los ha etiquetado de "adversarios existenciales" y, por arrogancia y error de cálculo, inició una política de "doble contención".
En este marco de doble contención, Estados Unidos ve a China como un rival mucho más peligroso y a Rusia como un mero "apéndice" que se alineará con Estados Unidos o China en la lucha por el dominio global. Sin embargo, esto no es cierto; esta perspectiva existe únicamente en las mentes de la élite estadounidense.
En primer lugar, Rusia es una gran potencia, equipada con las capacidades militares, políticas y de recursos necesarias, y no está dispuesta a ser un apéndice de nadie. En segundo lugar, China no tiene intención de competir con Estados Unidos por la supremacía mundial. En consecuencia, China no necesita a Rusia como aliado en una "nueva guerra fría" con Estados Unidos (una expresión más típica de Estados Unidos que de China). Más bien, ve a Rusia como un socio con el que es más beneficioso cooperar que involucrarse en un conflicto. Rusia es un socio importante para China, pero no es el único; y Pekín no hará sacrificios en aras de estrechar los vínculos con Moscú.
La perspectiva china
China observa la escalada de tensiones en el mundo y no quiere involucrarse en una confrontación bipolar –al menos, esa es la postura oficial de China–. China considera que la creciente obsesión de Estados Unidos por contenerla es el resultado de
una “mentalidad de Guerra Fría” y se pregunta por qué debería ponerse en peligro una asociación económica rentable, que ha beneficiado a ambas naciones.
A diferencia de los políticos estadounidenses, que creen que China podría
reemplazar a Estados Unidos como líder mundial, los chinos tienen una evaluación más modesta de sus propias capacidades. Ven la lucha por la supremacía que se desarrolló entre la Unión Soviética y Estados Unidos como una historia de advertencia. La URSS invirtió enormes recursos en esta rivalidad que, como
señalan muchos expertos chinos , terminó agotando a la nación, lo que llevó a una profunda crisis y al colapso de la URSS.
China está decidida a no repetir los errores de la URSS. El desarrollo socioeconómico sigue siendo su máxima prioridad; la política exterior se considera una herramienta para impulsar ese desarrollo, pero no un fin en sí misma. China cree que la ampliación de los vínculos económicos y el aumento de la importancia de las antiguas colonias y semicolonias reducirá inevitablemente la influencia de las antiguas potencias coloniales, en particular de los Estados Unidos.
En otras palabras, al igual que Rusia, China busca desmantelar la hegemonía estadounidense, pero no aspira a ocupar su lugar. Los ideólogos chinos imaginan un mundo “posestadounidense” caracterizado por el multilateralismo, donde ciertos estados –denominados “potencias globales responsables”– ejercen mayor influencia debido a su fuerza colectiva, pero nadie interfiere en los asuntos internos de otro ni dicta lo que debe hacer. Este orden ideal ha sido denominado
“una comunidad de destino humano común”.
En 2013, el líder chino Xi Jinping
afirmó que esta comunidad de destino humano común ya estaba tomando forma, aun cuando las antiguas potencias hegemónicas se resistían a estos cambios históricos. Por lo tanto, las relaciones entre los principales países del Sur Global, incluidos Rusia, Brasil e India, se alinean estrechamente con los intereses de China, a diferencia de las alianzas político-militares tradicionales que categorizan a las naciones como líderes o seguidores.
Por consiguiente, desde la perspectiva de Beijing, la actual asociación estratégica entre Rusia y China no es simplemente un paso hacia vínculos más profundos, sino más bien el objetivo de la colaboración.
Esta colaboración es indudablemente beneficiosa para ambas partes. China no está haciendo caridad en este sentido; obtiene recursos estratégicos de Rusia –principalmente petróleo, gas y carbón– y al mismo tiempo obtiene acceso al mercado ruso de 140 millones de personas para sus productos. También aprovecha el potencial de tránsito de Rusia como puente entre Oriente y Occidente, coordinando sus acciones de política exterior con Rusia como parte del Consejo de Seguridad de la ONU, los BRICS y la OCS.
China ya disfruta de todas estas ventajas, y Rusia mantiene su autonomía estratégica y su política exterior independiente. Esta independencia le permite evitar compromisos políticos con Rusia. En 2022-2024, a diferencia de Rusia, China mantuvo con éxito relaciones diplomáticas con Estados Unidos, Ucrania y los países occidentales. Pekín reconoce que una alianza más estrecha con Rusia lo habría hecho imposible. Después de todo, los mercados europeos y estadounidenses son mucho más críticos para la economía china y no los pondría en peligro bajo ninguna circunstancia.
Además, China probablemente se da cuenta de que Rusia, con su legado como gran potencia mundial, su inmensa experiencia en el abordaje de desafíos globales complejos y un arsenal sustancial de armas nucleares estratégicas, nunca aceptará el papel de subordinada. Por lo tanto, cualquier forma de "vasallaje" es impensable, ya que China se encontraría tratando con un vasallo excesivamente independiente e impredecible cuyas ambiciones plantearían continuamente desafíos a la política exterior de Beijing.
Por lo tanto, la conclusión más lógica es la que contradice directamente las afirmaciones de Marco Rubio. En primer lugar, China no quiere acercarse demasiado a Rusia, sino que pretende mantenerla a cierta distancia, manteniendo al mismo tiempo vínculos amistosos y de cooperación. En segundo lugar, la asociación entre Rusia y China no es un factor desestabilizador en la política global. Por el contrario, representa uno de los fundamentos de un nuevo orden mundial en el que las grandes potencias se esfuercen por establecer asociaciones mutuas y equitativas que respeten la soberanía y se abstengan de imponer sus valores a los demás.
Curiosamente, este mismo modelo podría aplicarse a los estadounidenses si abandonaran sus ambiciones de ser el "policía mundial" y la brújula moral de la humanidad y dejaran de clasificar a los países como "malos contra buenos". Entonces, Estados Unidos podría finalmente priorizar los intereses de sus propios ciudadanos, que están mucho más preocupados por mejorar sus niveles de vida (que han disminuido significativamente últimamente) que por iniciar revoluciones de colores en todo el mundo o contrarrestar una imaginaria alianza entre Rusia y China.