Ya son 58 los movimientos que luchan por su autonomía; en la semana anterior Cataluña, Escocia y Flandes dieron pasos en esa dirección.
ARÍS.- En 1940, pocos meses después de iniciada la Segunda Guerra Mundial, Europa asistió al nacimiento oficial del movimiento valón, primera organización independentista moderna del continente.
Desde entonces, irrigados por viejas reivindicaciones de identidad, conflictos armados, dictaduras y crisis económicas, otros 58 movimientos y partidos similares germinaron en el espacio europeo. Un territorio cuyos dirigentes curiosamente se esfuerzan desde hace 61 años en orientarse hacia la unión política y económica.
Albania, Alemania, Bélgica, Bosnia, Croacia, Dinamarca, España, Francia, Finlandia, Gran Bretaña e Italia cobijan en su seno uno o varios de esos movimientos. Algunos piden la autonomía, otros piden la unión con otro país, la mayoría reclama la independencia. El último de ellos, el Partido Federalista Normando, nació en Francia en 2009.
La semana pasada no fue una excepción. En menos de siete días, tres regiones importantes manifestaron sus diferencias y expresaron claramente su anhelo de emancipación.
El Parlamento español bloqueó el martes pasado la organización de un referéndum en Cataluña sobre su independencia, aunque las elecciones anticipadas del 25 de noviembre podrían dar una mayoría absoluta a los separatistas de Convergencia y Unión (CiU), que gobierna actualmente con el apoyo de pequeñas formaciones.
El domingo pasado, la Nueva Alianza Flamenca (N-VA), que defiende la división de Bélgica, obtuvo un rotundo éxito en las elecciones municipales. Su líder, Bart de Wever, será el próximo alcalde de Amberes, capital de esa rica región de lengua holandesa.
Al día siguiente, el jefe del gobierno autónomo de Escocia, el nacionalista Alex Salmond, y el primer ministro británico, David Cameron, firmaron un acuerdo sobre las condiciones de organización en 2014 de un referendo de autodeterminación en Escocia, que podría concluir con el estallido de la unión política con la corona inglesa, después de tres siglos.
Si a esos movimientos centrífugos se agrega la autonomía obtenida en España por el País Vasco, la obsesión independentista que habita a la xenófoba Liga del Norte en Italia septentrional o los atentados separatistas que sobresaltan cotidianamente la vida de los pobladores corsos, es fácil imaginar las pasiones que agitan la vida del Viejo Continente. Pasiones inevitablemente atizadas por una crisis económica que no tiene visos de terminar.
Para muchos, los brotes cada vez más frecuentes de nacionalismo y de regionalismo demuestran que la gangrena de la crisis de la deuda ha ganado la arquitectura política de la Unión Europea (UE).
La victoria de De Wever en Amberes refleja el rechazo de los poco más de seis millones de belgas flamencos que no entienden por qué los impuestos de su opulenta región deberían subsidiar a los 4,5 millones de francófonos que habitan el país.
La situación se repite en España, donde los catalanes afirman que la transferencia de sus impuestos hacia las regiones hispanas más pobres está llevándolos a la ruina.
Foto: LA NACION Es verdad, el nacionalismo flamenco no comenzó con la crisis. Tampoco el separatismo catalán o vasco. Pero sería inocente pensar que el viento que exacerba desde hace algunos meses a esos movimientos es totalmente independiente de las turbulencias que atraviesa Europa desde hace tres años. "Aunque no sea la causa, la crisis de la deuda ha sido un acelerador", reconoce el politólogo Pascal Boniface, fundador del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas (IRIS). "La historia sirve para recordarnos que las crisis de la deuda pública tienen sistemáticamente consecuencias políticas. Uno de esos períodos terminó con la monarquía en 1789", agrega.
Esto no quiere decir que el aumento sensible de sentimientos separatistas vaya a concluir necesariamente con la emergencia de nuevos países europeos.
Primero porque hay muchas más diferencias que similitudes entre esos movimientos. El apoyo a la independencia en Escocia oscila en torno al 30%, una tendencia que no se ha modificado en varios años. En Cataluña, el 41% de los habitantes son favorables a una independencia total, según un sondeo publicado en septiembre. En Córcega, los independentistas son minoritarios. Tal vez por eso tratan de hacerse oír a bombazos.
Segundo, porque es difícil imaginar un pequeño país -por rico que sea- sobreviviendo dentro de Europa sin formar parte de la UE, después de haber conocido sus beneficios, sobre todo en la eurozona. Así sería porque, aunque los tratados europeos fomentan la libre determinación de los pueblos, el acta constitutiva de la UE establece que el bloque "debe fomentar la unión".
"Por esa razón, los 27 no sólo harían todo lo posible para evitar la división de un país miembro, sino que la oveja descarriada debería iniciar un nuevo proceso de adhesión", explica la jurista Anne Levade, directora del Centro de Investigaciones Comunitarias (Cerco-Cde). Un proceso que no sería nada fácil? "Según los textos, si Cataluña decidiera independizarse para luego incorporarse nuevamente al bloque, España tendría derecho a veto", señala Levade.
Como es habitual en la política europea, hasta que la realidad los obligue a tomar posición los dirigentes del bloque prefieren no pronunciarse. Así lo confirmó esta semana la vocero de la Comisión Europea (CE), Pia Ahrenkilde: "El órgano ejecutivo de la UE no tomará posición a menos que algún gobierno así lo requiera". En todo caso, las erupciones periódicas de nacionalismo y separatismo son el reflejo exacto de lo que sucede en Europa. Los países ricos como Alemania, Holanda o Finlandia son cada vez más reacios a transferir fondos "para pagar -explican- por el laxismo de los países del Sur"..
la nacion
ARÍS.- En 1940, pocos meses después de iniciada la Segunda Guerra Mundial, Europa asistió al nacimiento oficial del movimiento valón, primera organización independentista moderna del continente.
Desde entonces, irrigados por viejas reivindicaciones de identidad, conflictos armados, dictaduras y crisis económicas, otros 58 movimientos y partidos similares germinaron en el espacio europeo. Un territorio cuyos dirigentes curiosamente se esfuerzan desde hace 61 años en orientarse hacia la unión política y económica.
Albania, Alemania, Bélgica, Bosnia, Croacia, Dinamarca, España, Francia, Finlandia, Gran Bretaña e Italia cobijan en su seno uno o varios de esos movimientos. Algunos piden la autonomía, otros piden la unión con otro país, la mayoría reclama la independencia. El último de ellos, el Partido Federalista Normando, nació en Francia en 2009.
La semana pasada no fue una excepción. En menos de siete días, tres regiones importantes manifestaron sus diferencias y expresaron claramente su anhelo de emancipación.
El Parlamento español bloqueó el martes pasado la organización de un referéndum en Cataluña sobre su independencia, aunque las elecciones anticipadas del 25 de noviembre podrían dar una mayoría absoluta a los separatistas de Convergencia y Unión (CiU), que gobierna actualmente con el apoyo de pequeñas formaciones.
El domingo pasado, la Nueva Alianza Flamenca (N-VA), que defiende la división de Bélgica, obtuvo un rotundo éxito en las elecciones municipales. Su líder, Bart de Wever, será el próximo alcalde de Amberes, capital de esa rica región de lengua holandesa.
Al día siguiente, el jefe del gobierno autónomo de Escocia, el nacionalista Alex Salmond, y el primer ministro británico, David Cameron, firmaron un acuerdo sobre las condiciones de organización en 2014 de un referendo de autodeterminación en Escocia, que podría concluir con el estallido de la unión política con la corona inglesa, después de tres siglos.
Si a esos movimientos centrífugos se agrega la autonomía obtenida en España por el País Vasco, la obsesión independentista que habita a la xenófoba Liga del Norte en Italia septentrional o los atentados separatistas que sobresaltan cotidianamente la vida de los pobladores corsos, es fácil imaginar las pasiones que agitan la vida del Viejo Continente. Pasiones inevitablemente atizadas por una crisis económica que no tiene visos de terminar.
Para muchos, los brotes cada vez más frecuentes de nacionalismo y de regionalismo demuestran que la gangrena de la crisis de la deuda ha ganado la arquitectura política de la Unión Europea (UE).
La victoria de De Wever en Amberes refleja el rechazo de los poco más de seis millones de belgas flamencos que no entienden por qué los impuestos de su opulenta región deberían subsidiar a los 4,5 millones de francófonos que habitan el país.
La situación se repite en España, donde los catalanes afirman que la transferencia de sus impuestos hacia las regiones hispanas más pobres está llevándolos a la ruina.
Foto: LA NACION Es verdad, el nacionalismo flamenco no comenzó con la crisis. Tampoco el separatismo catalán o vasco. Pero sería inocente pensar que el viento que exacerba desde hace algunos meses a esos movimientos es totalmente independiente de las turbulencias que atraviesa Europa desde hace tres años. "Aunque no sea la causa, la crisis de la deuda ha sido un acelerador", reconoce el politólogo Pascal Boniface, fundador del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas (IRIS). "La historia sirve para recordarnos que las crisis de la deuda pública tienen sistemáticamente consecuencias políticas. Uno de esos períodos terminó con la monarquía en 1789", agrega.
Esto no quiere decir que el aumento sensible de sentimientos separatistas vaya a concluir necesariamente con la emergencia de nuevos países europeos.
Primero porque hay muchas más diferencias que similitudes entre esos movimientos. El apoyo a la independencia en Escocia oscila en torno al 30%, una tendencia que no se ha modificado en varios años. En Cataluña, el 41% de los habitantes son favorables a una independencia total, según un sondeo publicado en septiembre. En Córcega, los independentistas son minoritarios. Tal vez por eso tratan de hacerse oír a bombazos.
Segundo, porque es difícil imaginar un pequeño país -por rico que sea- sobreviviendo dentro de Europa sin formar parte de la UE, después de haber conocido sus beneficios, sobre todo en la eurozona. Así sería porque, aunque los tratados europeos fomentan la libre determinación de los pueblos, el acta constitutiva de la UE establece que el bloque "debe fomentar la unión".
"Por esa razón, los 27 no sólo harían todo lo posible para evitar la división de un país miembro, sino que la oveja descarriada debería iniciar un nuevo proceso de adhesión", explica la jurista Anne Levade, directora del Centro de Investigaciones Comunitarias (Cerco-Cde). Un proceso que no sería nada fácil? "Según los textos, si Cataluña decidiera independizarse para luego incorporarse nuevamente al bloque, España tendría derecho a veto", señala Levade.
Como es habitual en la política europea, hasta que la realidad los obligue a tomar posición los dirigentes del bloque prefieren no pronunciarse. Así lo confirmó esta semana la vocero de la Comisión Europea (CE), Pia Ahrenkilde: "El órgano ejecutivo de la UE no tomará posición a menos que algún gobierno así lo requiera". En todo caso, las erupciones periódicas de nacionalismo y separatismo son el reflejo exacto de lo que sucede en Europa. Los países ricos como Alemania, Holanda o Finlandia son cada vez más reacios a transferir fondos "para pagar -explican- por el laxismo de los países del Sur"..
la nacion