Derruido
Colaborador
El nuevo juego internacional de caer sobre los recursos naturales
Por Silvia Pisani
Corresponsal en España
MADRID.- Si algo pude inquietar de modo razonable a la diplomacia argentina es que este movimiento de pinzas por el fondo del mar enturbie el trabajo que se viene haciendo con Gran Bretaña por las Malvinas.
Sería incómodo que así fuera. Porque si en algo hay coincidencia, es en que este renovado impulso por reclamar derechos en el fondo abisal del océano no responde al conflicto por las islas, sino que entronca, más bien, con un nuevo concepto de "seguridad" a partir de la posible explotación de recursos energéticos que hasta hace poco parecían inaccesibles.
Se trata de movimientos que van mucho más allá del reclamo por las Malvinas.
El primer indicio de la nueva cruzada se tuvo hace poco más de un mes. El 8 de agosto, dos submarinos rusos tripulados realizaron una auténtica proeza científica: se sumergieron a 4500 metros bajo el casco del Polo Norte y, sobre el lecho que nadie había horadado todavía, dejaron una bandera rusa. De titanio, resistente a la corrosión y envuelta en una cápsula protectora, para que dure y perdure.
Las fotos, generosamente distribuidas por Moscú, dieron la vuelta al mundo como una curiosidad. En numerosos despachos del poder, sin embargo, se encendieron las alarmas. ¿Qué pretende Rusia?
Algunos analistas europeos explicaron las intenciones de la Madre Rusia como un misilazo en la batalla, que ya empieza, por la explotación de recursos energéticos antes inaccesibles para la tecnología, y de valor impresionante. Por caso: se afirma que bajo el casquete polar hay reservas energéticas equivalentes a 10.000 millones de barriles de petróleo.
En el mejor de los casos, tras el esfuerzo del gobierno de Vladimir Putin cabalga el esfuerzo por recopilar pruebas que alimenten su pretensión de que el lecho polar le pertenece por tratarse -dice- de una prolongación de la plataforma continental siberiana.
En el escenario más duro -que también existe- lo que habría es una demostración de fuerza de la "aspiración" a controlar esos recursos y la capacidad para defender tal pretensión, como en una nueva Guerra Fría, pero energética.
"Rusia quiere volver a tener un papel como potencia mundial y por eso está calentando músculos. Ha plantado su bandera bajo el Polo Norte para dejar claras sus intenciones respecto al Artico y sus recursos naturales", decía, días atrás, el ex vicecanciller alemán Joshka Fischer.
"Hace años que la Rusia de Vladimir Putin envía señales claras de que ha dejado de ser el Estado debilitado, turbulento y dependiente de Occidente que se vio obligado a ser tras la caída de la Unión Soviética. Rusia vuelve a ser una nación orgullosa, con una forma de actuar cada vez más reconocible para los historiadores del zarismo y del comunismo", advirtió Paul Kennedy, del Departamento de Estudios sobre Seguridad Internacional de la Universidad de Yale.
Lo cierto es que Moscú movió una ficha y generó una cascada. Canadá, que controla la zona ártica bajo la cual se sumergió sin permiso la flota rusa, reaccionó con dureza. Anunció reclamos y -en lo que le concierne fronteras adentro- un refuerzo militar en la zona, con la construcción de nuevos submarinos.
Y por sabido que fuera en medios diplomáticos, lo que ahora se filtra desde Londres responde, al parecer, al mismo juego internacional: replegarse sobre los recursos naturales hasta ahora olvidados; caer sobre ellos, reclamarlos; pisar sobre ese mundo virgen y rico.
Es el nuevo juego internacional. Y, según se lo lee desde aquí, es mucho más que una cuestión de hazaña científica. O, en lo que toca a la Argentina, del reclamo por las Malvinas. Aunque lo afecte. Reclamar derechos en el fondo del mar no responde al conflicto por las islas, sino que más bien se entronca con un nuevo concepto de seguridad
Por Silvia Pisani
Corresponsal en España
MADRID.- Si algo pude inquietar de modo razonable a la diplomacia argentina es que este movimiento de pinzas por el fondo del mar enturbie el trabajo que se viene haciendo con Gran Bretaña por las Malvinas.
Sería incómodo que así fuera. Porque si en algo hay coincidencia, es en que este renovado impulso por reclamar derechos en el fondo abisal del océano no responde al conflicto por las islas, sino que entronca, más bien, con un nuevo concepto de "seguridad" a partir de la posible explotación de recursos energéticos que hasta hace poco parecían inaccesibles.
Se trata de movimientos que van mucho más allá del reclamo por las Malvinas.
El primer indicio de la nueva cruzada se tuvo hace poco más de un mes. El 8 de agosto, dos submarinos rusos tripulados realizaron una auténtica proeza científica: se sumergieron a 4500 metros bajo el casco del Polo Norte y, sobre el lecho que nadie había horadado todavía, dejaron una bandera rusa. De titanio, resistente a la corrosión y envuelta en una cápsula protectora, para que dure y perdure.
Las fotos, generosamente distribuidas por Moscú, dieron la vuelta al mundo como una curiosidad. En numerosos despachos del poder, sin embargo, se encendieron las alarmas. ¿Qué pretende Rusia?
Algunos analistas europeos explicaron las intenciones de la Madre Rusia como un misilazo en la batalla, que ya empieza, por la explotación de recursos energéticos antes inaccesibles para la tecnología, y de valor impresionante. Por caso: se afirma que bajo el casquete polar hay reservas energéticas equivalentes a 10.000 millones de barriles de petróleo.
En el mejor de los casos, tras el esfuerzo del gobierno de Vladimir Putin cabalga el esfuerzo por recopilar pruebas que alimenten su pretensión de que el lecho polar le pertenece por tratarse -dice- de una prolongación de la plataforma continental siberiana.
En el escenario más duro -que también existe- lo que habría es una demostración de fuerza de la "aspiración" a controlar esos recursos y la capacidad para defender tal pretensión, como en una nueva Guerra Fría, pero energética.
"Rusia quiere volver a tener un papel como potencia mundial y por eso está calentando músculos. Ha plantado su bandera bajo el Polo Norte para dejar claras sus intenciones respecto al Artico y sus recursos naturales", decía, días atrás, el ex vicecanciller alemán Joshka Fischer.
"Hace años que la Rusia de Vladimir Putin envía señales claras de que ha dejado de ser el Estado debilitado, turbulento y dependiente de Occidente que se vio obligado a ser tras la caída de la Unión Soviética. Rusia vuelve a ser una nación orgullosa, con una forma de actuar cada vez más reconocible para los historiadores del zarismo y del comunismo", advirtió Paul Kennedy, del Departamento de Estudios sobre Seguridad Internacional de la Universidad de Yale.
Lo cierto es que Moscú movió una ficha y generó una cascada. Canadá, que controla la zona ártica bajo la cual se sumergió sin permiso la flota rusa, reaccionó con dureza. Anunció reclamos y -en lo que le concierne fronteras adentro- un refuerzo militar en la zona, con la construcción de nuevos submarinos.
Y por sabido que fuera en medios diplomáticos, lo que ahora se filtra desde Londres responde, al parecer, al mismo juego internacional: replegarse sobre los recursos naturales hasta ahora olvidados; caer sobre ellos, reclamarlos; pisar sobre ese mundo virgen y rico.
Es el nuevo juego internacional. Y, según se lo lee desde aquí, es mucho más que una cuestión de hazaña científica. O, en lo que toca a la Argentina, del reclamo por las Malvinas. Aunque lo afecte. Reclamar derechos en el fondo del mar no responde al conflicto por las islas, sino que más bien se entronca con un nuevo concepto de seguridad