Para los historiadores no hay nada más fascinante que detectar una coincidencia o una oposición en el espacio, pero más o menos al mismo tiempo. ¿Fue sólo coincidencia, por ejemplo, que Estados nuevos pero en rápido crecimiento como Alemania, Japón, Italia y los Estados Unidos alcanzaran "la mayoría de edad" al mismo tiempo, después de 1870? ¿Y no fue una extraña oposición que en los años entre ambas guerras la cultura política de Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos fuera tan pacifista, mientras que en Alemania, Italia y Japón imperaba un ánimo tan agresivo y militarista que hizo que la Segunda Guerra Mundial fuera inevitable?
Retrocedamos en el tiempo y analicemos una de las oposiciones más raras de la historia universal. En las primeras décadas del siglo XV el gran almirante chino Cheng Ho dirigió una serie de expediciones marítimas sorprendentes más allá del Estrecho de Malacca, en el Océano «índico, hasta en la costa oriental de África. En aquel momento, nada podía compararse con la flota china.
Sin embargo, unos diez años después las empresas marítimas habían llegado a su fin debido a que las autoridades de Beijing no querían desviar recursos necesarios para combatir la amenaza manchuriana en el norte y a que les preocupaba que una sociedad de mercado abierto y vinculada al mar pudiera socavar su poder.
Al otro lado del globo, exploradores y pescadores de Portugal, Galicia, Bretaña y el sudoeste de Inglaterra avanzaban y llegaban a Terranova, las Azores, la costa occidental de África.
Mientras se desmantelaban las grandes flotas chinas por orden imperial, Europa occidental empezaba a extenderse hacia mundos "nuevos", llenos de culturas y pueblos antiguos y notables, hacia el continente americano, África, Asia y el Pacífico. Todo lugar vulnerable a la fuerza naval y militar occidental corría peligro. Por sobre todas las cosas, tal como nos enseñó el capitán naval estadounidense A. T. Mahan hace más de un siglo en su libro clásico "La influencia del poder naval en la historia", de 1890, Occidente consideraba que las flotas eran la clave de la influencia global.
Volvamos entonces al mundo actual complejo, fragmentado y difícil de entender. Lo más interesante —y es algo que no cubre ninguno de los grandes medios del mundo— es que tiene lugar otra notable oposición global que comprende, como hace seis siglos, grandes diferencias en lo que piensan los países europeos y los asiáticos respecto de la importancia del poder marítimo en la actualidad y en el futuro.
Quiero aclarar que no me refiero aquí a la actitud de los Estados Unidos (y en especial de la actual Casa Blanca) en lo relativo al poder naval. Este país, que tiene una capacidad de proyección de fuerza marítima relativa que probablemente exceda la de la Marina británica de 1815, planea reforzar su poderío naval.
Tampoco me refiero a la Rusia de Vladimir Putin. La Marina rusa sufrió muchos golpes duros, grandes reducciones de personal y de gastos, así como la obsolescencia de sus barcos de guerra en el transcurso de los últimos veinticinco años. Sin embargo, no cabe duda de que se está recuperando. Podrá no tener la fuerza relativa de la Marina soviética en su momento de apogeo, en los años 70 y 80, pero Rusia considera que tiene que ser fuerte en el mar para desempeñar un papel importante en los asuntos internacionales.
Lo mismo piensan los gobiernos de las economías en rápido crecimiento del Este y el Sur de Asia. En este momento, por ejemplo, Corea del Sur construye tres grandes destructores que desplazan más de siete mil toneladas y cuentan con armamento extremadamente poderoso. ¡Es evidente que no están pensados para evitar que los pequeños submarinos de Corea del Norte se escurran por la costa!
Sin embargo, tal como destacan los coreanos, su vecino, Japón, que es mucho más poderoso, está reforzando aun más su fuerza naval. Los japoneses, por su parte, apuntarán al veloz crecimiento de la Marina china, que ya posee 71 destructores y fragatas, además de 58 submarinos (en comparación con 18 submarinos de Japón). Pero la escalada naval china se encuentra apenas en sus primeras etapas, como lo estaba, por ejemplo, la Marina estadounidense en la década de 1890.
Pero volvamos ahora a la escena europea. Aquí la tendencia parece ser la opuesta, dado que se recortan los presupuestos navales y (dado el inexorable aumento del costo de los sistemas de armas y del personal) se reducen las dimensiones actuales de las flotas.
El caso más publicitado es la noticia de que la Marina británica planearía reducir buena parte de su flota de destructores y fragatas (que son sólo 25, una cantidad inferior a la mitad del total de Japón).
Indignados, los legisladores conservadores exigen un debate parlamentario sobre el hecho de que el gasto británico en defensa representa un porcentaje menor del PBI que en cualquier otra época desde la década del 30, y todos sabemos lo que eso implica. El presupuesto naval francés tampoco crece demasiado, y las flotas de Alemania, Italia, España y Holanda también son objeto de un estricto control. Pero en Europa nadie presta atención a la carrera naval que tiene lugar en Asia. Y en Asia nadie presta atención a la reducción del poder marítimo que tiene lugar en Europa.
Eso lleva a una última pregunta obvia: ¿Qué es lo que piensan sobre el futuro del mundo los planificadores estratégicos navales de un continente que no piensan los planificadores del otro? ¿Por qué la televisión pública china transmite programas sobre el ascenso de la flota de Isabel I al mismo tiempo que el Ministerio de Defensa británico desecha barcos de guerra cuyos nombres tienen una historia de 400 años?
Los estrategas de sillón se apresuran a dar muchas respuestas a esa pregunta: por ejemplo, que es más probable que en el futuro haya más conflictos entre países asiáticos que en Europa Occidental; que China está decidida a quebrar la hegemonía estratégica estadounidense en el Pacífico occidental y que todos los demás están asustados ante la escalada militar china, y que, en todo caso, esas economías en rápido crecimiento pueden darse el lujo de pagar tanto armas como manteca. Todo eso puede ser verdad. Pero la realidad es que, en una era de grandes incertidumbres geopolíticas, los principales países europeos ignoran la antigua máxima isabelina de que hay que ver el palo en el ojo propio. No es lo más indicado.
Copyright Clarín y Tribuna Media Services, 2007. Traducción de Joaquín Ibarburu.
Retrocedamos en el tiempo y analicemos una de las oposiciones más raras de la historia universal. En las primeras décadas del siglo XV el gran almirante chino Cheng Ho dirigió una serie de expediciones marítimas sorprendentes más allá del Estrecho de Malacca, en el Océano «índico, hasta en la costa oriental de África. En aquel momento, nada podía compararse con la flota china.
Sin embargo, unos diez años después las empresas marítimas habían llegado a su fin debido a que las autoridades de Beijing no querían desviar recursos necesarios para combatir la amenaza manchuriana en el norte y a que les preocupaba que una sociedad de mercado abierto y vinculada al mar pudiera socavar su poder.
Al otro lado del globo, exploradores y pescadores de Portugal, Galicia, Bretaña y el sudoeste de Inglaterra avanzaban y llegaban a Terranova, las Azores, la costa occidental de África.
Mientras se desmantelaban las grandes flotas chinas por orden imperial, Europa occidental empezaba a extenderse hacia mundos "nuevos", llenos de culturas y pueblos antiguos y notables, hacia el continente americano, África, Asia y el Pacífico. Todo lugar vulnerable a la fuerza naval y militar occidental corría peligro. Por sobre todas las cosas, tal como nos enseñó el capitán naval estadounidense A. T. Mahan hace más de un siglo en su libro clásico "La influencia del poder naval en la historia", de 1890, Occidente consideraba que las flotas eran la clave de la influencia global.
Volvamos entonces al mundo actual complejo, fragmentado y difícil de entender. Lo más interesante —y es algo que no cubre ninguno de los grandes medios del mundo— es que tiene lugar otra notable oposición global que comprende, como hace seis siglos, grandes diferencias en lo que piensan los países europeos y los asiáticos respecto de la importancia del poder marítimo en la actualidad y en el futuro.
Quiero aclarar que no me refiero aquí a la actitud de los Estados Unidos (y en especial de la actual Casa Blanca) en lo relativo al poder naval. Este país, que tiene una capacidad de proyección de fuerza marítima relativa que probablemente exceda la de la Marina británica de 1815, planea reforzar su poderío naval.
Tampoco me refiero a la Rusia de Vladimir Putin. La Marina rusa sufrió muchos golpes duros, grandes reducciones de personal y de gastos, así como la obsolescencia de sus barcos de guerra en el transcurso de los últimos veinticinco años. Sin embargo, no cabe duda de que se está recuperando. Podrá no tener la fuerza relativa de la Marina soviética en su momento de apogeo, en los años 70 y 80, pero Rusia considera que tiene que ser fuerte en el mar para desempeñar un papel importante en los asuntos internacionales.
Lo mismo piensan los gobiernos de las economías en rápido crecimiento del Este y el Sur de Asia. En este momento, por ejemplo, Corea del Sur construye tres grandes destructores que desplazan más de siete mil toneladas y cuentan con armamento extremadamente poderoso. ¡Es evidente que no están pensados para evitar que los pequeños submarinos de Corea del Norte se escurran por la costa!
Sin embargo, tal como destacan los coreanos, su vecino, Japón, que es mucho más poderoso, está reforzando aun más su fuerza naval. Los japoneses, por su parte, apuntarán al veloz crecimiento de la Marina china, que ya posee 71 destructores y fragatas, además de 58 submarinos (en comparación con 18 submarinos de Japón). Pero la escalada naval china se encuentra apenas en sus primeras etapas, como lo estaba, por ejemplo, la Marina estadounidense en la década de 1890.
Pero volvamos ahora a la escena europea. Aquí la tendencia parece ser la opuesta, dado que se recortan los presupuestos navales y (dado el inexorable aumento del costo de los sistemas de armas y del personal) se reducen las dimensiones actuales de las flotas.
El caso más publicitado es la noticia de que la Marina británica planearía reducir buena parte de su flota de destructores y fragatas (que son sólo 25, una cantidad inferior a la mitad del total de Japón).
Indignados, los legisladores conservadores exigen un debate parlamentario sobre el hecho de que el gasto británico en defensa representa un porcentaje menor del PBI que en cualquier otra época desde la década del 30, y todos sabemos lo que eso implica. El presupuesto naval francés tampoco crece demasiado, y las flotas de Alemania, Italia, España y Holanda también son objeto de un estricto control. Pero en Europa nadie presta atención a la carrera naval que tiene lugar en Asia. Y en Asia nadie presta atención a la reducción del poder marítimo que tiene lugar en Europa.
Eso lleva a una última pregunta obvia: ¿Qué es lo que piensan sobre el futuro del mundo los planificadores estratégicos navales de un continente que no piensan los planificadores del otro? ¿Por qué la televisión pública china transmite programas sobre el ascenso de la flota de Isabel I al mismo tiempo que el Ministerio de Defensa británico desecha barcos de guerra cuyos nombres tienen una historia de 400 años?
Los estrategas de sillón se apresuran a dar muchas respuestas a esa pregunta: por ejemplo, que es más probable que en el futuro haya más conflictos entre países asiáticos que en Europa Occidental; que China está decidida a quebrar la hegemonía estratégica estadounidense en el Pacífico occidental y que todos los demás están asustados ante la escalada militar china, y que, en todo caso, esas economías en rápido crecimiento pueden darse el lujo de pagar tanto armas como manteca. Todo eso puede ser verdad. Pero la realidad es que, en una era de grandes incertidumbres geopolíticas, los principales países europeos ignoran la antigua máxima isabelina de que hay que ver el palo en el ojo propio. No es lo más indicado.
Copyright Clarín y Tribuna Media Services, 2007. Traducción de Joaquín Ibarburu.