Operación Soberanía 1978

Willypicapiedra

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EL LAUDO ARBITRAL

Éste es sin duda unos de los capítulos más trascendentales en el desarrollo del conflicto, ya que, por mucho tiempo, se pensó que esta sería la solución definitiva al conflicto que tanto desgaste había significado para las Cancillerías argentina y chilena desde comienzos del siglo XX. Desgraciadamente, como es bien sabido, no fue así.

Sin embargo, no fue fácil llegar hasta estas instancias. Chile debió lidiar con las constantes negativas argentinas de presentar el tema a Su Majestad Británica.

En el presente capítulo se expondrán el camino que se debió seguir para convencer a Argentina, el contenido del laudo y la reacción argentina.

3.1 El Camino hacia la Aceptación Argentina del Arbitraje: Como se mencionara en el capítulo anterior, el 11 de diciembre de 1967, el gobierno del presidente Frei decidió presentar el conflicto a Su Majestad Británica, quien, en su calidad de árbitro, dirimiría el asunto.

Para ello, la Cancillería chilena entregó al embajador de Argentina en Chile una nota en que se le informaba a él y a la Cancillería de su país que Chile daba por terminadas las conversaciones en torno al conflicto suscitado en las costas fueguinas y que pediría el arbitraje de Su Majestad Británica, amparándose en el Tratado General de Límites de 1902.

Paralelamente a lo anterior, el embajador de Chile en Inglaterra, don Víctor Santa Cruz, hacía la presentación pertinente al gobierno británico.

El rechazo argentino a la medida no se hizo esperar y, diez días después de la presentación del caso, el 21 de diciembre, el Consejo de Seguridad Nacional de Argentina acordó por unanimidad rechazar la mediación británica, por considerarla “improcedente e injustificada por cuanto en los últimos 75 años ambos países convinieron reiteradamente que procurarían la solución de sus litigios por medio de negociaciones directas o a través de la Corte Internacional de La Haya”. Además, Argentina se negaba a aceptar como árbitro a Gran Bretaña por el hecho de que en los mapas británicos oficiales aparecían las islas en litigio como territorio chileno.

Posteriormente, el 23 de diciembre, el Canciller argentino, don Nicanor Costa Méndez, hizo entrega de una nota de reclamo al embajador chileno en Argentina, don Hernán Videla Lira, en la cual se intentaba justificar jurídicamente el rechazo en sí.

La justificación giraba, principalmente, en torno a tres ejes:

a) El arbitraje afectaba la constitución argentina.

b) Las negociaciones comenzadas en 1964 aún estaban pendientes.

c) El Tratado General de Límites de 1902 era inaplicable en este caso por cuanto ambas naciones habían intentado llegar a formas de solución diferentes al arbitraje de Su Majestad Británica, pero se olvidaban los argentinos de que ninguno de esos intentos de acuerdo había prosperado y, por lo tanto, el Tratado de 1902 gozaba de plena vigencia.

Tiempo después, Argentina invitó a Chile a proseguir las conversaciones, pero la moción fue desestimada por Frei, por considerar que, históricamente, las conversaciones no habían hecho más que ahondar el conflicto, por lo tanto no quedaban más recursos que el arbitraje.

De ahí en más, se llevó a cabo un proceso en que el presidente Frei debió sortear las dificultades planteadas por Argentina y tratar de convencer a los trasandinos de que el recurso del arbitraje era absolutamente válido y que debían sumarse al proceso iniciado por Chile el 11 de diciembre.

Lentamente, el accionar de la Cancillería fue dando sus frutos, los cuales se concretaron en la reunión de los presidentes Frei y Juan Carlos Onganía efectuada en diciembre de 1970.

En la reunión el tema Beagle no fue tratado específicamente, pero sí se sentaron las bases para un entendimiento futuro. Estas consistieron básicamente en el apoyo dado al Tratado de 1902 y a la vía de solución jurídica de los conflictos.

Se ha considerado que esa cuasi omisión de un tema tan importante como el Beagle, obedece a una maniobra electoral cuidadosamente estudiada por Frei y su Canciller, Gabriel Valdés.

Resulta que 1970 fue un año de elecciones en Chile, entonces Frei y Valdés habrían estimado que, en caso de que se hubiera expuesto el conflicto a una verdadera discusión, podría haberse dado el caso de que la posición chilena saliera perjudicada, dado lo firme de la posición argentina, lo que habría influido negativamente en la candidatura del oficialista Radomiro Tomic, que cada vez se veía más desplazado por la opción de la Unidad Popular, Salvador Allende.

Pese a todo y producto de un gran trabajo de la política exterior de Chile, en los meses de octubre y noviembre de 1970, se llegó a un salomónico acuerdo que debía ser la solución definitiva conflicto del canal Beagle.

En términos generales se acordó respetar el Tratado de 1902, con la salvedad de que la comisión arbitral sería formada por integrantes de la Corte Internacional de Justicia de La Haya. Esta comisión, después de elaborar su dictamen, debería entregar los resultados a Su Majestad Británica, quien podía ratificar o rechazar la sentencia de la comisión pero no modificarla. Una vez ratificada la resolución, esta adquiría la condición de inapelable y su cumplimiento estaba confiado al honor de las naciones litigantes.

3.2 Desarrollo del Juicio Arbitral, el Laudo y el Rechazo Argentino: Unos meses después de la reunión entre Frei y Onganía, en Chile asumió el presidente electo, don Salvador Allende Gossens. Mientras tanto, en Argentina, el gobierno de Onganía fue depuesto y asumió el general Alejandro Lanusse.

Lo distante de las posiciones políticas de cada uno -Allende era socialista y Lanusse, francamente derechista- hizo pensar que las relaciones entre ambos países se deteriorarían, sin embargo no fue así y Allende recibió, a mediados de junio de 1971, una cordial visita del nuevo Canciller argentino, don Luis María de Pablo Pardo.

En Santiago, de Pablo se reunió con su par chileno y se dispusieron a afinar algunos detalles del acuerdo al que habían llegado Frei y Onganía.

El resultado final de la reunión consistió en que “cada país propusiera al árbitro una pregunta, petición o teoría que aquél consignaría separadamente y sin alterarla y las dos presentaciones constituirían el asunto controvertido, que cada parte tendría libertad para redactar”.

Posteriormente, ambos países designaron a sus respectivos agentes. Chile escogió a los embajadores José Miguel Barros y Álvaro Bunster, mientras que Argentina hizo lo propio con los embajadores Ernesto de la Guardia y Julio Barboza.

El 22 de julio, los embajadores chilenos y argentinos se reunieron en Londres, en el Foreign Office de ese país y procedieron a firmar el importante documento que daba inicio al proceso arbitral.

Además, cada país formó un grupo de juristas internacionales, que se encargarían de la defensa ante el tribunal.

Los juristas elegidos por Chile fueron los profesores británicos Sir Humphrey Waldock, de la Universidad de Oxford; Mr. Elihu Lauterpacht, de la Universidad de Cambridge y Prosper Weil, de la Universidad de París, sin embargo, Waldock y Lauterpacht debieron abandonar el staff jurídico por la necesidad de atender otros asuntos, por lo que fueron reemplazados por el profesor Jean Brownlie, de la Universidad de Oxford y el chileno Julio Philippi.

La defensa argentina fue encargada a los señores Roberto Ago, Roberto Jennings y el profesor francés Reuter.

El juicio se llevó a cabo en dos etapas. La primera consistió en la simultánea presentación escrita del caso. La segunda parte consistió en la defensa oral de las partes. Como es lógico suponer, estas dos partes se desarrollaron íntegramente en inglés.

Las posiciones tomadas por cada país se pueden resumir de la siguiente manera:

a) Argentina pidió que se fijara un límite que partiera en el meridiano que divide Tierra del Fuego, en un punto ubicado en el centro del canal Beagle y se extendería hacia el este hasta el extremo noreste de la isla de Navarino, donde bajaría al sureste entre Navarino y la isla Picton, para continuar por el paso Goree y prolongándose hacia el sur. Las islas estarían en territorio argentino, así como también, las islas e islotes adyacentes. El argumento argentino consistió en establecer que las islas Nueva Picton y Lennox no estarían al sur del canal Beagle, sino en el océano Atlántico.

b) Chile pidió que se declararan chilenas las islas Nueva Picton y Lennox, por cuanto le habían sido concedidas en el Tratado de 1881, al igual que las islas e islotes dentro del canal, próximos a su ribera sur.

Una vez terminadas las presentaciones el tribunal arbitral se constituyó en sesiones secretas con el fin elaborar el dictamen que sería presentado a Su Majestad la Reina Isabel II de Gran Bretaña.

Finalmente, el 18 de febrero de 1977, la resolución estuvo lista y fue presentada a la reina Isabel II, quien la sancionó el 18 de abril del mismo año y, el 2 de mayo, notificó a las partes la sentencia, que tenía carácter definitivo.

La decisión de la corte arbitral fue unánime y fundamentada y, en definitiva, estableció “que pertenecen a la República de Chile las islas Picton, Nueva y Lennox, conjuntamente con los islotes y rocas adyacentes a ellas(...), a la República Argentina el título a todas las islas, islotes, arrecifes, bancos y bajíos que estén situados al norte de dicha línea roja, y a la República de Chile, el de los que estén situados al sur de ella”.

Es decir, en lo fundamental, la Corte había acogido las posiciones planteadas por los representantes chilenos.

Al mismo tiempo de entregar su dictamen, el tribunal fijó un plazo de nueve meses para que los países dieran cumplimiento cabal del fallo.

Lo anterior obedecía a la necesidad de que representantes de ambas naciones se reunieran con el fin de analizar los alcances del laudo y su aplicabilidad práctica.

En Chile la noticia fue recibida con tranquilidad. El sentir nacional fue representado por el gobierno militar, presidido por el general de Ejército Augusto Pinochet Ugarte, que se apresuró en comunicar que cumpliría fielmente el laudo arbitral, como era de esperar.

Mientras tanto, en Argentina, el gobierno de la Casa Rosada, presidido por el, también militar, general Jorge Rafael Videla, manifestó que estudiaría profundamente el fallo antes de emitir cualquier comentario al respecto, pero que, en todo caso, ningún compromiso obligaba a aceptar aquello que afectase los intereses vitales de Argentina, o bien, dañara derechos de soberanía que no hubiesen sido sometidos al estudio del árbitro.

Los comentarios de la Casa Rosada dieron pie a una intensa campaña de prensa que instaba al gobierno argentino a rechazar el laudo, pero esta campaña fue detenida por el propio presidente Videla, al declarar, el 14 de mayo, que su gobierno no tenía interés en ensuciar la limpia tradición que tenía su país de respeto a los tratados que ha suscrito. Es entendible esta declaración, en vista de que hacía sólo ocho días, Videla había invitado a Pinochet a Buenos Aires, con el fin de conversar sobre la delimitación de aguas marítimas sudoccidentales, haciendo uso de los nueve meses que se dio de plazo para poner en práctica lo dictaminado por el laudo arbitral. Pinochet aceptó dicha invitación.

La reunión se llevó a cabo entre los días 21 y 22 de julio en Buenos Aires y entre el 17 y 20 de octubre de 1977 en Santiago de Chile.

De las reuniones no se pudo sacar nada en limpio. La razón de ello, como declararía más tarde Julio Philippi, miembro de la comitiva, radicó en que Argentina pretendía poner en tela de juicio la soberanía chilena sobre las islas al sur del Beagle.

Es más, Videla, para cuando se efectuó la reunión, ya había cambiado su discurso de respeto al laudo al declarar que, antes de aceptar la decisión de la Corte Arbitral, debía existir la seguridad de que Argentina no sufriría menoscabos en sus derechos y no se comprometerían los intereses vitales de la nación, es decir, Argentina se encaminaba al rechazo del laudo.

Siguieron la senda trazada por Videla una gran cantidad de integrantes del gobierno y de las Fuerzas Armadas argentinos.

Por ejemplo, el almirante Julio Torti declaró, el 26 de julio de 1977, que, además de rechazar el laudo, había que negociar rápidamente con los chilenos para que se produjera la total devolución de las tierras fueguinas que ocupaba Chile y que le pertenecían, según él, a Argentina.

Después, el 3 de agosto, el almirante Emilio Massera, miembro de la Junta de Gobierno Argentina, declaró que las FF.AA. Argentinas estaban preparadas para “evitar cualquier mutilación geográfica de la nación en su área de responsabilidad”.

Así, sucesivamente, las declaraciones de uniformados argentinos fueron adquiriendo un cariz más duro. Un ejemplo de ello lo constituye el mismo almirante Massera, quien, el 2 de enero de 1978, expresó que Argentina tenía una decisión tomada con respecto al tema Beagle, “a partir de la cual no será impunemente menoscabada la soberanía argentina”.

Dos días después de las declaraciones de Massera, el gobierno de Videla convocó a la Casa Rosada a un grupo de juristas con el fin de estudiar y redactar el texto de rechazo del laudo.

El día 20 de enero, mientras en Chile se celebraba el Día del Roto Chileno y se recordaba el triunfo de las fuerzas del general Bulnes en la Batalla de Yungay, en Argentina, específicamente en la ciudad de Mendoza, se reunieron los presidentes Pinochet y Videla. Los dos generales eran “amigos personales y conciliadores, pero ubicados en opuestos extremos de la línea de sus respectivos planteamientos en la región austral”.

En la reunión, que duró casi todo el día, no se llegó a acuerdo alguno, por el contrario, sólo sirvió para que se endurecieran más las posiciones, cuando el general Pinochet dijo que desestimaba toda posibilidad de que se llevara a cabo el condominio en las islas de la región austral sugerido por Argentina, y el general Videla comunicó a Pinochet que Argentina se aprestaba a declarar nulo el fallo, debido a que “adolecía de errores geográficos e históricos”.

Videla -esta vez- no quiso borrar con la mano izquierda lo que había escrito con la derecha y, el 25 de enero de 1978, a través del Canciller Oscar Montes, procedió a declarar insanablemente nula la decisión de la Corte Arbitral. Además se negaba a aceptar ningún tipo de soberanía que Chile se arrogara invocando el laudo arbitral.

El proceder argentino desde que se publicara el contenido y resolución del laudo de Su Majestad Británica coincidió con el pésimo momento por el que atravesaban las relaciones internacionales de Chile, debido a los acontecimientos que habían ocurrido en el país desde el 11 de septiembre de 1973, cuando las FF.AA. y de orden depusieron el gobierno de la Unidad Popular, ganándose con ello el aislamiento de los países del bloque marxista -a excepción de China- y el deterioro de las relaciones con la mayoría de las naciones democráticas de occidente. De hecho, la opinión pública internacional y la prensa mundial poco o nada habló del tema y de la actitud argentina.

Lo anterior trae a la memoria el anuncio de los descubrimientos del aventurero Julio Popper, hechas cuando Chile atravesaba una difícil situación interna: la Revolución de 1891, con lo que pretendía adjudicarle a Argentina nuevos territorios.

Es decir, es posible inferir que Argentina, históricamente, ha intentado arrebatarle a Chile lo que no le pertenece, aprovechándose de situaciones coyunturales que viviera el país. Pasó en 1891 con la Revolución, mencionada en el párrafo anterior, y pasó en 1978 con las malas relaciones internacionales por las que atravesaba el país con gran parte del orbe, originadas por otro conflicto interno que fue el pronunciamiento militar de 1973.

Pero, en todo caso, más importantes que las motivaciones de la declaración de nulidad del fallo, fueron las consecuencias que trajo la misma.

Y es que, el desconocimiento del fallo dejó a Argentina y Chile a un paso de una guerra como nunca antes se había presenciado en la historia de ambos países.

Como se verá en el próximo capítulo, esta situación dio paso a una serie de conversaciones, intentos de acuerdos, diligencias diplomáticas, gestiones de las Cancillerías, etc., pero, por otro lado, originó una fuerte movilización de tropas, duros entrenamientos bélicos, hostilidades entre los países, en fin, una serie de acontecimientos que indicaban que la guerra estaba cerca, más cerca que nunca.

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LA GUERRA QUE ESTUVO MÁS CERCA QUE NUNCA

Como se ha dicho, la negativa argentina de aceptar el laudo arbitral, dejó a dos países hermanos a un paso de un enfrentamiento armado de consecuencias insospechadas. Los vientos de guerra fueron adquiriendo poder después de la reunión en Mendoza de los presidentes Videla y Pinochet, en que ambos mandatarios demostraron lo rígidas que eran sus posiciones y lo poco dispuestos que estaban a ceder en pos de un acuerdo que evitara el choque bélico.

Lo anterior significó para Chile que se debieran extremar los recursos diplomáticos para llegar a un acuerdo, pero era imposible desconocer que la guerra era muy probable que se diera, por lo que, al mismo tiempo de las gestiones diplomáticas, las FF.AA. fueron sometidas a un duro entrenamiento con miras a defender la soberanía de Chile.

Mientras, en Argentina, importantes sectores apoyaban el enfrentamiento armado como única solución al conflicto, apoyándose principalmente en la supuesta superioridad bélica de que gozaban argentinos sobre chilenos.

Pero, ¿era tan efectiva esa supuesta superioridad?, ¿habrían ganado los argentinos esa guerra?, ¿habría sido una guerra corta o larga?, ¿cuáles fueron los recursos que debió emplear la Cancillería de Chile para evitar la guerra?. En fin, son muchas las interrogantes que se abren al momento de analizar un hecho que no se llevó a cabo, pero es eso mismo lo que lo hace tan interesante.

En el desarrollo de este capítulo, se intentará responder esas interrogantes y, también, analizar el desenlace de este dilatado conflicto.

4.1 La Situación Militar de Cada País: Los vientos de guerra obligaron a diversos analistas militares, periodistas e historiadores a analizar la situación militar de cada país, con el fin de ver cuáles serían las consecuencias de una eventual guerra entre Chile y una Argentina, militarmente, muy poderosa.

El Ejército de Chile, cuyo comandante en jefe era el general Augusto Pinochet, cualitativamente, no estaba en mal pie para enfrentar una guerra: tradicionalmente, Chile se ha jactado de tener los mejores soldados de latinoamérica y no había problemas en demostrarlo. Pero, cuantitativamente, el Ejército de Chile estaba muy por debajo de sus pares argentinos.

Los números son claros al respecto: Chile contaba con ochenta mil efectivos y Argentina, con ciento treinta y cinco mil hombres en sus filas. Por otro lado, la proporción de tanques también favorecía a los trasandinos, ya que, por cada cuatro tanques chilenos, había nueve argentinos.

Además, Chile, al ser un país tan angosto, carecía de lo que se denomina profundidad estratégica, lo que no permite grandes movimientos de retaguardia.

La defensa chilena en la zona austral estaba a cargo del general Nilo Floody. Él ha sido enfático al señalar que la superioridad numérica argentina no significaba, necesariamente, una derrota segura para los chilenos, debido a que hay que considerar las posiciones que ocupaban las tropas chilenas y argentinas. Según Floody, es mucho más fácil planificar y llevar a cabo una defensa en territorio propio que una ofensiva en espacio ajeno. En otras palabras, Chile tenía ese aspecto a favor. El Ejército de Chile planteaba su defensa en territorio propio, donde cada metro cuadrado de terreno estaba organizado y las distancias de tiro estaban calculadas.

Por desgracia, la Fuerza Aérea de Chile no podía sacar cuentas tan alegres.

La rama más débil de las FF.AA. era la Fuerza Aérea de Chile(FACh). Su situación era precaria, no sólo en cuanto a lo bélico, sino también a lo institucional. El comandante en jefe de la FACh, general Gustavo Leigh, producto de constantes pugnas con sus compañeros de la Junta de Gobierno, fue retirado de su cargo en ella y, por ende, fue llamado a retiro de la FACh. A él se le adhirieron, haciendo causa común, diecisiete generales, debiendo reemplazar a Leigh en el mando institucional y en la Junta de Gobierno el general Fernando Matthei.

En lo netamente militar, la situación era tan mala o peor que la institucional. Argentina era ampliamente superior a Chile en ese aspecto, producto de un plan de modernización de la Fuerza Aérea de Argentina, que había dejado a Chile una generación atrás con aviones subsónicos. Las compras argentinas significaron para su Fuerza Aérea nuevos interceptores, Jaggers israelíes, A-4 estadounidenses y Bombarderos Canberra ingleses.

Por su lado Chile sólo había hecho la compra de doce F-5, que son buenos cazas de combate, pero incapaces de trasladar armamento ofensivo. Además, los Hawker Hunter, los mismos que participaron en el bombardeo al Palacio de La Moneda, estaban llegando a los últimos días de su vida útil. Como si lo anterior fuera poco, Chile no contaba con buen inteligencia aérea, radares ni artillería antiaérea.

Matthei es gráfico al hablar de la mala posición en que se encontraba la FACh: “La situación de Chile era de una desventaja enorme. A esto se agrega el hecho de que Argentina tiene una gran profundidad(...). Nosotros somos un país estrecho y en ninguna parte de la frontera está a más de unos pocos minutos de vuelo de un avión moderno de combate. Es decir, no teníamos posibilidad de detectar un ataque aéreo a tiempo y de enfrentarlo. Una vez que cruzaban la cordillera, estaban encima de nosotros(...). Además, Argentina tenía la iniciativa(...) y en aviación, ese golpe de sorpresa puede ser fatal”.

Quizá la única ventaja de Chile estaba en la Armada, comandada por el almirante José Toribio Merino. Esta ventaja radicaba en que a lo largo de los últimos años, la Armada se había llevado la mayor parte del presupuesto de defensa, con lo que se compraron, entre otras naves, las fragatas Lynch y Condell y los submarinos Ryan y Hyatt llegando a tener una escuadra realmente moderna a escala latinoamericana, lo que fue un importante factor disuasivo de la guerra con Argentina.

A cargo de la escuadra estaba el almirante Raúl López Silva.

Por su parte, la flota de guerra argentina estaba en una posición ciertamente peor que la de Chile, por el hecho de no contar con buenos puertos abrigados en la zona e conflicto. Lo anterior cobra gran importancia al considerar que el poder naval se obtiene del producto fuerza por posición, es decir, no se obtiene nada teniendo buenos buques de guerra si no hay buenas bases navales que le dieran soporte a esas embarcaciones y a su tripulación. Afortunadamente, Chile tenía las dos cosas. Argentina, en cambio, sólo tenía buques de relativa calidad, pero no tenía buenas bases militares. Las únicas bases eran la Isla de los Estados y Ushuaia, pero no eran buenas bases, al carecer ambas de costas quebrantas que le dieran a la Marina Argentina puertos naturales que protegieran a sus naves, o que permitía que las embarcaciones chilenas pudieran hundir, fácilmente la flota argentina con disparos a costa.

El único aspecto en que la Marina argentina superaba a la chilena era la posesión de un portaaviones, el 25 de mayo, capaz de transportar quince aviones y, según muchos, de desequilibrar el conflicto naval en favor de Argentina. Sin embargo era importante considerar un factor que condicionaba el uso del portaaviones que es el borrascoso Mar de Drake y el inhóspito clima de la zona, factor que también sería de vital importancia en el desenlace final del conflicto. El mismo almirante López se preocupa de dejar en claro que “el despegar de un portaaviones, a pesar del entrenamiento que pudieran haber tenido, en condiciones de muy mal tiempo se hace prácticamente imposible”.

En todo caso, Argentina tenía un importantísimo factor que jugaba en su favor pero no era de carácter militar, sino político. Este consistía en el aislamiento del que había sido víctima Chile después del pronunciamiento militar de 1973, antes mencionado en el capítulo 3: la enmienda Kennedy y el boicot internacional habían prohibido la venta de armamento a Chile.

Lo anterior afectaba principalmente a la FACh, y, en cierto grado, al Ejército que eran las ramas más débiles de las FF.AA., por lo que eran las que más necesitaban reforzarse.

Quedó un último recurso que fue el recurrir al mercado negro y comprar armamento con sobreprecio, opción que no era de todo agrado de Pinochet, pero esa era la situación y había que acomodarse a ella.

Además, la necesidad creó el órgano: se empezaron a fabricar armamentos, a reparar aviones, etc., algo nunca antes visto en Chile.

El ingeniero y empresario Carlos Cardoen, en conjunto con la FACh, desarrolló una serie de armamentos pensados en que algún día la FACh tendría que usar aviones que no eran de guerra. De este tipo de armamentos destacaron las bombas de racimo, que consistía en agrupar una bomba pequeña -también desarrollada por Cardoen-, que se podían disparar individualmente de una vez el racimo entero.

Cardoen no sólo fabricó armamento para la FACh, sino también produjo minas antitanques y otros ingenios que en cierto grado, suplieron la falta de ayuda internacional.

Es decir, aquí se vio reflejada la pillería del chileno.

Junto con lo anterior, Chile consiguió el apoyo de naciones de oriente, por ejemplo, los Hawker Hunter que Inglaterra se negaba a reparar, fueron reparados en una nación asiática; las patrulleras que ayudaron a potenciar aún más la Marina, fueron suministradas por un país del medio oeste.

Además, a pesar de no ser productores de armamento sofisticado, Chile comenzó a construir rifles, fusiles y munición de infantería.

Por otro lado, Pinochet consideraba que la Marina no era suficiente por sí sola para ganar la guerra, por lo que sometió a su Ejército a un duro entrenamiento que significó que Chile tuviera un Ejército de infantería como nunca antes había habido en nuestro país.

4.2 Desarrollo y Consecuencias de una eventual Guerra: Dadas esas condiciones la guerra ciertamente habría tenido un resultado incierto.

De partida, muchos han señalado que, una vez iniciada la guerra, el conflicto podría haber pasado a mayores y haberse transformado en un conflicto latinoamericano, en que se contemplaba el ingreso de Perú, Bolivia, Ecuador y Brasil.

El ingreso de peruanos y bolivianos estaba contemplado por las FF.AA. de Chile en una hipótesis de guerra tradicionalmente manejada por ellos: la H.V.3. o Hipótesis Vecinal 3, en que se prevé que, una vez iniciada una guerra con alguno de nuestros vecinos, los otros dos podrían aprovecharse de la situación y declararle la guerra a Chile.

Esa teoría cobraba especial vigencia cuando se recordaba que hacia 1974 se produjo una gran tensión entre chilenos, peruanos y bolivianos, que impidió la aplicación de un acuerdo que le daba a Bolivia su ansiada salida al mar, lo que obligó a Chile a no descuidar el norte y la frontera debió ser minada completamente

Además, diversos analistas militares han señalado que a la guerra también podría haber ingresado Ecuador con el fin de recuperar territorios amazónicos arrebatados por Perú en 1942. De ahí el conflicto podía pasar a gran parte de Latinoamérica.

Sin embargo, es preciso considerar que un enfrentamiento armado de esas características habría sido funesto para Chile. Matthei se preocupa de dejarlo en claro al decir: “Nosotros tenemos claro que nuestras fuerzas difícilmente alcanzaban para luchar con Argentina. Una intervención de los otros dos países(...) habría sido difícil resistir”.

En lo netamente estratégico, se pensaba que Argentina planeaba la invasión directa de las islas y de la zona cercana a Puerto Williams, a través de un desembarco anfibio, pero también estaba el temor de que la invasión podía efectuarse simultáneamente en otros puntos de la frontera chileno-argentina con lo que se buscaba cortar el país en dos. Este ataque podía llevarse a cabo en cualquiera de las ciudades del sur donde los pasos fronterizos son bajos, por ejemplo, Temuco, Valdivia o Puerto Montt.

Por otro lado Chile planeaba un gancho de izquierda, consistente en penetrar territorio argentino por el norte con alguna de las tropas que esperaban el eventual ataque de bolivianos y peruanos. Lo anterior tenía como pretensión el canje de territorios que Chile podría eventualmente haber perdido en el sur.

En la zona de conflicto, los soldados atrincherados esperaban el ataque argentino, dispuestos a defender la soberanía de esta larga y angosta faja de tierra que se veía amenazada. Sin duda que no sería fácil desalojar a los soldados de ninguna de las islas en las que estaban apostados. En ellos se reencarnaba el espíritu heroico y patriótico de hombres como Bernardo O'Higgins, Arturo Prat y Eleuterio Ramírez.

El hombre a cargo de la Infantería de Marina en el austro era el almirante Pablo Wunderlich y sus órdenes eran resistir y nunca disparar el primer tiro, pese a que la infantería de marina es netamente ofensiva, lo que era bien sabido por Wunderlich. Es por esta razón que él consideraba que la actitud defensiva sería solamente inicial y, una vez que se hubieran declarado las hostilidades, además del gancho de izquierda por el norte, se estudiaba la posibilidad de pegar un gancho de derecha por el sur y apoderarse de Ushuaia y de la parte argentina de la isla grande de Tierra del Fuego.

De ahí en más las posibilidades se abrían para Chile. Muchos aseguran que, estando en posesión de Tierra del Fuego, era posible entrar en la patagonia argentina, donde se calculaba que habían cerca de quinientos mil hombres que esperaban a las tropas chilenas para adherírseles, lo que habría incrementado las filas chilenas en territorio argentino.

Pero, desafortunadamente, la guerra es como el box: el que pega primero, pega dos veces. Esto perjudicaba las pretensiones chilenas, ya que Argentina estaba obligada a dar el primer golpe, es decir, antes de planear una contraofensiva, Chile debía resistir muy bien la ofensiva argentina.

El almirantazgo de la Armada de Chile estaba consciente de lo anterior por lo que planeaban esperar el primer golpe argentino e impedir que este llegara a fondo, utilizando una buena defensa. Posteriormente venía el contragolpe chileno, en que sí se llegaría fondo, puesto que Argentina había dejado su guardia baja al atacar a Chile.

Con esto, Chile pretendía asegurarse una victoria en el mar que pretendía inhibir toda intención argentina de apoderarse de territorios chilenos insulares del austro.

Mientras tanto, el Ejército suponía que las fuerzas argentinas entrarían por Puerto Natales, desde donde avanzarían hacia el sur, hasta Punta Arenas. En esta ciudad, el Ejército de Chile iba a esperar a los argentinos donde se les daría dura lucha, hasta vencerlos. Al igual que la Armada, el Ejército pretendía derrotar a los argentinos en cualquiera de los puntos en que desarrollaran su ofensiva y de ahí, iniciar una contraofensiva.

En fin, el análisis de un hecho que no se llevó a cabo da para mucho. Lo cierto es que esta guerra habría tenido resultados inciertos, pero todo parece indicar que habría sido una verdadera “carnicería que por suerte no se llevó a cabo”. Una larga y sangrienta guerra para los dos países, pues, si bien Argentina tenía la iniciativa y podía destruir las principales ciudades y chilenas y ganar territorios, Chile habría hecho lo mismo o más, lo que habría significado una larga guerra de Infantería y finalmente “el Ejército chileno hubiera invadido Buenos Aires”.

Lo que sí queda claro es que en Chile nunca nadie se dejó amedrentar por las demostraciones de poder de las FF.AA. argentinas, al punto de que importantes personeros de gobierno daban por seguro un triunfo chileno, pero sin querer decir que habría sido fácil dicho triunfo o considerar la guerra como el mejor camino para darle solución al conflicto. Es el caso del Ministro de Relaciones Exteriores de Chile, don Hernán Cubillos Sallato quien dijo que, “Nosotros(el gobierno) sabíamos que en el mar podíamos ganar cualquier día. La Fuerza Aérea estaba débil. El Ejército se preparaba, bajo instrucciones del general Pinochet, a una larga guerra de infantería que al final también hubiéramos ganado. Yo nunca negocié pensando que si tenía que ir a una guerra la perdía”.

Las palabras son simplemente elocuentes.

4.3 Gestiones de la Cancillería de Chile para evitar la Guerra: Las relaciones internacionales de Chile pasaban por un pésimo momento, por las razones que ya han sido explicadas.

Además, el Ministerio de Relaciones Exteriores recibía duras críticas desde revistas como Qué Pasa, entre las que destacaban las de Hernán Cubillos Sallato, un ex-marino que había participado en la reposición de la baliza del islote Snipe y que se había dedicado a la diplomacia.

Con sus críticas, Cubillos pretendía que los militares entendieran que los civiles podían ser tan leales como ellos, en clara alusión a la militarización de la que eran víctima los principales ministerios de Chile.

La Junta de Gobierno entendió las críticas, lo que significó que el 20 de abril de 1978 jurara en Chile un nuevo gabinete que contaba con tres civiles, destacándose entre ellos Cubillos en la cartera de Relaciones Exteriores.

Cubillos inició rápidamente un proceso de desmilitarización del Ministerio, llamando a diplomáticos y civiles de peso para que trabajaran con él. Entre ellos es importante nombrar a don José Miguel Barros, don Francisco Orrego, don Pedro Daza y don Santiago Benadava.

En lo relativo al conflicto suscitado en el Beagle, la Cancillería tenía una tarea clara: Hacer cumplir a Argentina el laudo de Su Majestad Británica. Si había que negociar, se negociaría, pero sin entregar un sólo centímetro de tierra.

Además de lo anterior, Cubillos intentaba arduamente mejorar las relaciones con Estados Unidos, las potencias europeas y con el Vaticano, al ser éste considerado un eventual agente de paz.

Para lograr su objetivo, Cubillos debió esquivar un no despreciable escollo que era la tentación que tenían los militares de solucionar el asunto entre militares. Es por esta razón que Cubillos debió instruir a Pinochet de no proseguir con las conversaciones con Videla paralelas a las gestiones de la Cancillería, en especial después de la experiencia que había dejado la reunión de Mendoza.

Pero Pinochet se había comprometido a reunirse con Videla en Puerto Montt para intentar solucionar el tema. La reunión y los argumentos que debía exponer Pinochet fueron pautados por Cubillos, con el fin de enrielar el conflicto que se había escapado de las manos en Mendoza.

Finalmente, se acordó que el conflicto quedaría encargado a las cancillerías, con lo que quedaban suprimidas las conversaciones paralelas entre presidentes.

Se iniciaba, entonces, un largo y agotador proceso de conversaciones orientadas a evitar el enfrentamiento armado.

En Chile nunca hubo un verdadero ambiente de guerra, mientras que en Argentina ocurría lo diametralmente opuesto: se hacían ejercicios de oscurecimiento de ciudades y las tropas eran enviadas al sur con aspaviento.

Todo lo anterior apoyado por una xenofóbica prensa argentina de la que se percató Cubillos en uno de sus tantos viajes a Buenos Aires: “En Argentina había visto una prensa loca, con un gobierno loco, promoviendo la guerra con Chile, diciendo `las islas son nuestras', `el Beagle es nuestro', al punto de que el gobierno argentino tenía poca flexibilidad para moverse dentro de un ambiente que ya le había creado su propia prensa. A favor de la prensa chilena y de los periodistas chilenos yo tengo que decir que nunca me fallaron. Yo logré que la prensa se portara de una forma excelente sin un decreto de censura nada más que porque ellos sentían la responsabilidad patriótica que había en lo que estábamos haciendo”.

Posteriormente Cubillos vivió la locura argentina en Chile, en la visita que efectuó a Chile uno de los duros del Ejército argentino, el general Suárez Mason, quien le dijo a Cubillos: “¡Ministro!, usted no entiende nada de nada porque usted está buscando, con veinte mil artilugios, lograr la paz entre nosotros y usted no quiere entender que el Ejército Argentino necesita pelear una guerra limpia”.

Después de comentarios como este, la guerra se sentía muy cerca, por lo que los preparativos para una guerra que no tendría nada de limpia prosiguieron.

Por su parte, la Cancillería persistió en su afán de encontrar una solución que evitara una guerra que cada vez se veía más cerca. Las posibles soluciones iban desde llevar el conflicto a la Corte Internacional de Justicia de La Haya hasta pedir la intervención de una tercera nación amiga, alternativa que fue finalmente aceptada por Argentina.

El 12 de diciembre de 1978, Cubillos viajó a Buenos Aires para reunirse con su homólogo argentino, Carlos Washington Pastor, quien planteó en la reunión que el único mediador posible aceptado por Argentina era el Vaticano, condición que, a sorpresa de Pastor, fue aceptada por Cubillos. Argentina pensaba que Chile se negaría a la opción de la mediación papal por la dura lucha que había dado la Iglesia Católica al gobierno militar por las violaciones a los derechos humanos, pero no sucedió así y los cancilleres se aprestaban a firmar el documento con que ambos países solicitaban a Su Santidad el papa Juan Pablo II la mediación que desviara a este conflicto del curso de colisión que llevaba y se comprometían a no usar las armas en la zona mientras durase la mediación.

Sin embargo, los duros de las FF.AA. argentinas no parecían estar muy interesados en seguir la ruta trazada por Pastor.

Cuando Cubillos se dirigía al Ministerio de Relaciones Exteriores de Argentina para firmar el documento, recibió una llamada de un desolado Pastor en que le explicaba a Cubillos que la Junta de Gobierno había desautorizado al presidente Videla y a la gestión de Pastor y, por tanto, no había acuerdo. Esto demostró que en Argentina no se sabía a ciencia cierta quién mandaba a quién.

La nueva posición adoptada por los militares era exigir el corte del diálogo con Chile lo antes posible para que empezara el enfrentamiento armado al cual se habían preparado.

Como era de esperar, la prensa apoyaba lo anterior y promovía la guerra para frenar el avance de los “expansionistas” de Chile, olvidándose de que habían sido ellos los que habían desconocido el fallo de un tribunal cuyo dictamen estaba confiado al honor de las naciones.

Entre el 13 y el 22 de diciembre de 1978, Chile y Argentina vivieron el momento más tenso en sus relaciones.

El olor a guerra en el sur era fuertísimo. Los preparativos para la guerra estaban casi listos. Las trincheras a lo largo de toda la frontera desde Punta Dungeness hasta Punta Arenas estaban hechas. Miles de efectivos esperaban en sus puestos de tiro. Detrás de ellos estaban los vehículos blindados con sus respectivos caza tanques, esperando la ofensiva argentina.

A mediados de diciembre, la CIA le comunica al presidente de EE.UU., Jimmy Carter, que el enfrentamiento en el sur de América era inminente y, recién ahí, EE.UU. empezó a hacer gestiones para evitar la guerra. El embajador de EE.UU. en Chile le hizo entrega a Cubillos de fotografías de satélite en las que se mostraba el avance de las tropas argentinas hacia el oeste, hacia Chile, en todas las zonas de la frontera: norte, centro y sur. Al mismo tiempo EE.UU. le comunicaba al secretario general del Vaticano el profundo apoyo que tendrían de su parte si decidían intervenir en el conflicto.

El 20 de diciembre, Chile volvió a pedirle a Argentina que considerara la opción de llevar el conflicto a la Corte de La Haya, petición que fue negada casi el mismo día. Se pensaba que el enfrentamiento armado era casi un hecho y que Videla tenía la declaración de guerra en sus manos.

Tras la negativa argentina, la Cancillería debió utilizar su último recurso que era el lanzar una avalancha de gestiones diplomáticas que pretendían detener la guerra. Estas gestiones fueron enviar a la O.E.A. y a la O.N.U. sendas denuncias informando lo delicada de la situación.

Todos pensaban que el fracaso diplomático se había consumado y que no quedaba más que esperar la primera ofensiva argentina.

Los que pensaban así no se equivocaban. En Argentina, el Comando Supremo Político Militar pretendía poner en marcha el “Operativo Soberanía” el día 22 de diciembre de 1978 a las 22 horas. El plan era nocturno porque, con eso, Argentina pretendía sorprender a Chile. Este plan era desconocido por las FF.AA. chilenas, pero los movimientos eran cuidadosamente estudiados por radar, por lo que mucha sorpresa no iba a haber si es que Argentina decidía iniciar su ofensiva.

El 21 de diciembre, el Ministro del Interior de Chile, Sergio Fernández dejaba en orden todo lo necesario para poner al país en estado de Movilización General.

La tarde del 22 de diciembre, como estaba presupuestado, la flota de guerra argentina salía de su fondeadero de guerra en la Isla de los Estados, mientras que la escuadra chilena, hacía lo propio desde el Cabo de Hornos.

La flota chilena, en su actitud defensiva, esperaba a la argentina. La guerra estaba más cerca que nunca. Los marinos chilenos estaban en esto cuando los radares de la Armada de Chile registraron algo verdaderamente sorpresivo: la escuadra argentina cambiaba el rumbo que llevaba y se volvía a la isla de Los Estados. La razón fue que los borrascosos mares del austro habían mareado a gran parte de la tripulación de los barcos argentinos, por lo que no se encontraban en condiciones de enfrentar a los chilenos.

Además, coincidentemente, tras la petición de EE.UU., el papa había aceptado mediar en el conflicto, lo que convenció al presidente Videla de que la guerra no era la mejor solución al problema, por lo que, el mismo día 22 a las 18 horas, llamó a los generales y almirantes apostados en el sur, dándoles la orden de detener el “Operativo Soberanía”.

La paz había triunfado.

sigue...
 

Willypicapiedra

Miembro del Staff
Moderador
.LA MEDIACIÓN PAPAL

Después de que Chile y Argentina aceptaran llevar el asunto a la mediación de Su Santidad el papa Juan Pablo II, el Santo Padre procedió a designar su representante en la zona de conflicto. El elegido fue el cardenal Samoré

Consultado el cardenal acerca de en qué consistía la mediación papal, él contestó lo siguiente: “La mediación es la acción que generalmente solicitan las Partes en controversia, las cuales acuden a una tercera persona, amiga de ambas, para que actúe `en medio de ellas'; el mediador ejerce su actividad entre las dos Partes, deseando o intentando aproximarlas, procurando llevar sus posturas iniciales hacia una convergencia, conciliando hasta alcanzar un entendimiento.

La mediación, por lo tanto, no se tipifica como una forma de `imposición' sino como una forma de `sugerencia', de `consejo', de `exhortación' y de `propuestas' dirigidas a eliminar las divergencias, a superar los obstáculos, a descubrir puntos de concordancia que se presentan a las Partes, invitándolas a que lo hagan propios, con la finalidad de conseguir -al término de la mediación- el mayor bien general que, por lo mismo, representará también el bien de cada una de las Partes. Al término de la mediación, en efecto, no se puede hablar jamás de `vencedores' y `vencidos'. No los puede haber. Quienes tenían una controversia, un diferendo, al final de ella se estrechan fraternalmente las manos, convencidos de que sus posibles sacrificios valen la pena porque constituyen el precio razonable de ventajas muy superiores”.

Así, el 26 de diciembre de 1978 llegó a Argentina el cardenal Samoré e inició las gestiones que concluirían en un acuerdo de paz entre chilenos y argentinos.

Las negociaciones guiadas por la Santa Sede fueron arduas y difíciles, pero finalmente dieron sus frutos y el 29 de noviembre de 1984, después de casi seis años de mediación papal, se firmaba en el Vaticano el “Tratado de Paz y Amistad entre Chile y Argentina”, que fue sancionado el 2 de mayo en una solemne ceremonia presidida por Su Santidad el papa Juan Pablo II, en la que participaron los Cancilleres de ambas naciones.

En lo que respecta a la soberanía sobre las islas, a groso modo, la mediación de Su Santidad, no hizo más que repetir el laudo arbitral de Su Majestad Británica y sólo se limitó a extender el límite establecido en éste desde el Cabo San Pío hasta los 58° 21' de latitud sur y 67° 16' de longitud oeste.

En otras palabras, la mediación papal reconoció la soberanía chilena sobre el Canal Beagle y sus islas Nueva, Picton y Lennox, poniendo fin a cerca de noventa años de conflictos entre Chile y Argentina por este asunto.

6.PALABRAS FINALES

Al término de este trabajo, sería importante señalar lo afortunado que fueron argentinos y chilenos de haberse escapado de la guerra que los estaba abrazando con sus siniestros brazos.

Chilenos y argentinos recibieron una lección que fue el comprender que siempre hay que buscar soluciones a los conflictos, antes de entrar en guerra, por más “limpia” que ésta parezca.

Chile fue capaz de hacer que se respetara su soberanía sin disparar una sola bala, al tiempo de no entregar ni un sólo centímetro de tierra. Sin duda, un ejemplo de la alta calidad de nuestra diplomacia y de la altura de mira que tuvo el gobierno militar en Chile para manejar la situación.

Mucha gente considera que los militares aman la guerra, pero no es así. Por el contrario, la repudian. El presidente Pinochet fue un ejemplo de ello al manejar espléndidamente la crisis, al mantener a la población motivada y cohesionada, pero sin atemorizarla, lo que dio una imagen de unidad y fortaleza que ayudó a evitar la guerra.

Pero cabe ahora formular una pregunta: ¿Era necesario llegar a tal nivel de beligerancia antes de solucionar el conflicto?.

Claramente, no. Los hechos lo demuestran. El asunto se solucionó sin que se desatara la guerra.

El problema era que al otro lado de la cordillera había un país verdaderamente obsesionado por pelear una guerra y ganarla, pero con esto se buscaba en realidad tapar la dura crisis por la que atravesaba Argentina, con una economía triste y una Junta de gobierno que reprimía con severidad a los contrarios a su gobierno.

Lo importante ahora es entender que Chile y Argentina deben centrar sus esfuerzos para que nunca más se llegue a estos niveles de beligerancia y así evitar la guerra, una guerra que ahora nos parece lejana, pero ¿por cuánto tiempo?

Dios quiera que por siempre, pero hay que estar preparados. Pero esta preparación no puede significar que se deje de lado el intento de crear lazos de amistad entre estos países. Por el contrario, puede significar un estrechamiento de vínculos entre ellos, por ejemplo, las Marinas de Argentina y Chile están llevando a cabo un proyecto destinado desarrollar en conjunto barcos de guerra chileno-argentinos, lo que es un bello ejemplo de buena hermandad entre bandos que hace ya veintidós años estaban a punto de enfrentarse.

Veintidós años han pasado y, sin duda, se ha aprendido la lección.


BIBLIOGRAFÍA

EL BEAGLE, historia de una controversia. Sergio Villalobos R. Santiago 1979. Editorial Andrés Bello.

El Arbitraje del Beagle y la Actitud Argentina. Alberto Marín Madrid. Santiago, 1985. Ediciones Mogu.

Historia de las Fronteras de Chile. Santiago Benadava. Santiago, 1993. Editorial Universitaria.

Revista Diplomacia. Santiago, 1999.

1978, El año que vivimos en peligro. Informe Especial, TVN. Santiago, 1998.

http://www.argentina-rree.com

Largos saludos

Willy
 
WILLYPICAPIEDRA, es material de propaganda chilena, es ilustrativo de como ven las cosas, y como marcan antecedentes.
En lo militar segun ellos pasaron por ocultar informacion a su poblacion, y por otro a creer que la cosa era boxeo, con sus sucesivos ganchos de propaganda.
 
J

JULIO LUNA

el gas SARIN lo estaban desarrollando creo despues del 78, y como lo ivan a lanzar con la mano?ellos no tenian ninguna llegada estrategica, es muy dificil una hipotesis de conflicto con dos frentes, lo fue para Alemania, e incluso para USA, y de tres paises, no teniendo poblacion numerosa ni industria mas aun.

En 1978, la DINA planeó envenenar el agua de Buenos Aires
por Mónica González

La existencia de armas químicas de enorme potencial mortífero y del núcleo de inteligencia más secreto de la dictadura de Pinochet, quedaron al descubierto en Chile luego de que ayer fueran procesados dos ex jefes de inteligencia militar y dos miembros de la seguridad personal del ex dictador como responsables del asesinato de Eugenio Berríos, el químico de la policía secreta (DINA) que se ufanaba de que podía hacer desaparecer a los habitantes de Buenos Aires en sólo dos horas.

La decisión de la jueza Olga Pérez tuvo efectos en Uruguay, donde Berríos fue asesinado en abril de 1995, luego de haber sido ocultado por militares de ese país —en octubre de 1991— para escapar de la justicia chilena. La investigación revela que por lo menos tres oficiales uruguayos —dos de ellos en actividad— participaron en el secuestro y asesinato del químico.

Pero también repercutió en Argentina, ya que la investigación llevada a cabo por esta corresponsal revela que Berríos fue sacado de Chile en 1991 —cuando un juez que investigaba los crímenes de la DINA ordenaba su aprehensión—, para impedir que se conocieran las armas químicas y las toxinas que el ex agente elaboró.

"Este engendro (Berríos) entregó algunas ventajas bélicas a Chile que fueron eficientes y efectivas. Los argentinos sabían que en 1978, cuando estuvimos al borde de la guerra, entre otras cosas, se podía envenenar el agua de Buenos Aires y había una serie de acciones, y peores, que quizás se iban a cometer. Todo era por defendernos", afirmó a esta corresponsal uno de los oficiales procesados ayer.

El mismo oficial dijo que el químico "fue gestor también de la vacuna o el antídoto. ¿Y a ese huevón lo iban a pasar a la Argentina? Por eso, la institución (inteligencia del ejército) se preocupa en la negociación con los uruguayos de que quede absolutamente estipulado que acepten el 'paquete' con estas restricciones: Argentina. Y ellos aceptaron".

En la entrevista, el oficial afirma que los oficiales del ejército uruguayo que administraron la estadía clandestina de Berríos en ese país, y que manifestaban gran "odio por sus pares argentinos", habrían comenzado a explotar los conocimientos de Berríos para aumentar su potencial bélico.

Hasta ahora sólo se sabía con alguna certeza que la DINA elaboró gas Sarín en un laboratorio en Lo Curro, Santiago, bajo la dirección de Berríos. El Sarín, fabricado por los nazis, ataca el sistema nervioso y provoca un paro cardíaco sin dejar huellas. Lo usó la secta "Verdad Suprema" en un atentado en el Metro de Tokio, en marzo de 1995, que dejó 12 muertos y 6 mil heridos.

Otro de los secretos que portaba Berríos era qué se hizo con el Sarín luego de que en 1978 los contenedores con la carga mortal fueran trasladados al Complejo Químico e Industrial del ejército, en Talagante, al sur de Santiago. Según el estadounidense Saúl Landau, quien investiga la DINA desde 1976, cuando sus agentes asesinaron a Orlando Letelier, ex canciller de Salvador Allende en Washington, "a la CIA le preocupó mucho la producción de Sarín en Chile, pues este gas constituye una amenaza internacional ya que no se puede destruir. ¿Quién lo tiene ahora? Esa es la pregunta. Hay rumores de que el régimen de Pinochet lo vendió a Irak en los años 80. Y también hay quien dice que los israelíes tenían interés en comprarlo y que se preocuparon, al menos, de saber dónde estaba".

Una tesis explosiva que hoy —con las nuevas revelaciones— tiene otros sustentos. En ese cuadro vuelve a cobrar importancia la extraña muerte del otro hombre que sabía del Sarín: el coronel Gerardo Hubert, ex agente operativo de la DINA, quien apareció muerto en enero de 1992, el mismo año que desaparece Berríos, después de haber sido involucrado en un tráfico de armas a Croacia.

http://www.clarin.com/diario/2002/10/19/i-03104.htm
 

Chan!

Colaborador
A ver, señores... éso del envenanmiento del agua, es BOLAZO...
Alguien tiene la más remota idea acá de los procesos y estudios a los que se somete el agua de red para su distribución? Puro palabrerío sin sentido de priodistas y otros entes "alarmistas" que no tienen la más pálida idea de nada. Piensen en la ENOOOOORME cantidad de agua de la que están hablando. Que los agentes biológicos no podrían subsistir ante los procesos de clorificación y filtrado del agua. Que cualquier agente químico, por el inmenso volumen de agua del que hablamos, debería vertirse en camiones cisterna. Todo ésto, descontando que de por sí, el agua es CONSTANTEMENTE monitoreada y se le realizan análisis. Si alguien tiene alguna duda, pueden pasarse por la planta potabilizadora "San Martín" (si es que están en Buenos Aires) y ver cómo es todo el proceso.

Divagados saludos...
 

bagre

2º inspector de sentina
estimados foristas
curso de buceo a medio terminar, un bebe de tres meses, una casa en projecto y samore...gracias juan pablo...gracias...
prefiero no comentar hoy por hoy sobre las interminables listas de armamentos que traiamos de los tiros federales para cumplimentar la dotación...(mausers 1909...)
saludos
bagre
 
lo del gas SARIN, primero lo escuche que lo probaron con opositores politicos, por el 78, y un conocido de x fuerza, que la idea que tenian ellos (CHILE) era usarso sobre San Juan, con cohetes tipo RAYO(??) , pero desconocia que tuvieran un arma de tanto alcance, para mi fue un rumor de inteligencia usado a ambos lados.
 
J

JULIO LUNA

A ver, señores... éso del envenanmiento del agua, es BOLAZO...
Alguien tiene la más remota idea acá de los procesos y estudios a los que se somete el agua de red para su distribución? Puro palabrerío sin sentido de priodistas y otros entes "alarmistas" que no tienen la más pálida idea de nada. Piensen en la ENOOOOORME cantidad de agua de la que están hablando. Que los agentes biológicos no podrían subsistir ante los procesos de clorificación y filtrado del agua. Que cualquier agente químico, por el inmenso volumen de agua del que hablamos, debería vertirse en camiones cisterna. Todo ésto, descontando que de por sí, el agua es CONSTANTEMENTE monitoreada y se le realizan análisis. Si alguien tiene alguna duda, pueden pasarse por la planta potabilizadora "San Martín" (si es que están en Buenos Aires) y ver cómo es todo el proceso.

Divagados saludos...

Contaminar con bacilos botulínicos la central potabilizadora de agua si estallaba el conflicto, Así se desprende de las revelaciones que está arrojando el esclarecimiento por la Justicia chilena del asesinato en 1995 del padre de aquel plan, Eugenio Berrios, alias Hermes, científico que produjo armas químicas y bacteriológicas para la DINA.
Si el cloro en el agua los eliminaba o si se detectaban por análisis rutinarios no lo sé no soy químico , no parece ser un invento del periodismo porque citan una investigación judicial Chilena.Si el cloro los eliminaba era un plan bastante ******.:rofl::rofl:


Pdta.: De tener éxito seguro se iban a comer algún tipo de respuesta nuclear,
hacer bombas sucias es de lo más fácil teniendo el material.
 

Chan!

Colaborador
Contaminar con bacilos botulínicos la central potabilizadora de agua si estallaba el conflicto, Así se desprende de las revelaciones que está arrojando el esclarecimiento por la Justicia chilena del asesinato en 1995 del padre de aquel plan, Eugenio Berrios, alias Hermes, científico que produjo armas químicas y bacteriológicas para la DINA.
Si el cloro en el agua los eliminaba o si se detectaban por análisis rutinarios no lo sé no soy químico , no parece ser un invento del periodismo porque citan una investigación judicial Chilena.Si el cloro los eliminaba era un plan bastante ******.:rofl::rofl:


Pdta.: De tener éxito seguro se iban a comer algún tipo de respuesta nuclear,
hacer bombas sucias es de lo más fácil teniendo el material.

Consultalo con cualquier químico o experto en el tema. Los agentes químicos, se diluyen en una cantidad de agua tan grande como la que estamos hablando. Y los biológicos, muchos no resistirían la clirificación. Sino sirve éso, también está la filtración. Y como si o fuera suficiente, se le realizan controles activos al agua. No por nada, podemos tomar agua que sacan del ríos en los cuales se vierten desechos cloacales y otros...

Saludos!
 
Consultalo con cualquier químico o experto en el tema. Los agentes químicos, se diluyen en una cantidad de agua tan grande como la que estamos hablando. Y los biológicos, muchos no resistirían la clirificación. Sino sirve éso, también está la filtración. Y como si o fuera suficiente, se le realizan controles activos al agua. No por nada, podemos tomar agua que sacan del ríos en los cuales se vierten desechos cloacales y otros...

Saludos!

Sí, pero si la toxina se introduce en la red luego del proceso de purificación, lo que no es muy dificil, fuiste...

Y lo del quimico Berrios también aparece en el proceso judicial por el asesinado del general Prats.
 

Chan!

Colaborador
Cuál es la velocidad a la que el agua se distribuye en la red? Nuevamente, si es un agente químico, se "diluye" en ésa cantidad de agua. Si es bacteriológico, el agua sigue clorada incluso después del filtrado. Así llega a las casas. Además, los controles también son "Post-filtrado-purificación". Entonces, supongamos que ponen una bacteria que resiste el nivel de cloro... muy bien. A la velocidad que se distribuye el agua a través de la red, no tiene tiempo de multiplicarse en forma importante. Por consiguiente, los hogares afectados serían muy pocos en relación al total.
 
Articulo aparecido hoy en la revista "El Sabado" del diario El Mercurio


sábado 20 de diciembre de 2008




















Los mejores enemigos



Diciembre de 1978. Viernes 22. Argentina va a invadir Chile. Comenzará por tres islas en disputa: Picton, Lennox y Nueva, en el canal Beagle. No hay vuelta atrás. Miles de soldados esperan la orden para cruzar la frontera. Su transporte ha significado el movimiento militar más grande de la historia de ese país. Es la guerra, pura y dura. Treinta años después, algunos de esos soldados recuerdan para "Sábado" cómo un conflicto que nunca ocurrió bastó para cambiarles la vida, para mal y para siempre.


POR ALFREDO SEPÚLVEDA C.

Era muy simple. Disparar primero. No preguntar nada. Ni antes ni después.

Si cruzaban, claro, nosotros también trataríamos de matarlos a ellos. Pero ellos iban a dar el primer paso.

Eran jóvenes y venían a matarnos, pero también los estaban matando a ellos, y muy probablemente, algunos de ellos habían matado antes.

Tenían entre 18 y 25 años. Hoy bordean los cincuenta, y quieren que su gobierno los escuche, que se les trate igual como a los veteranos de las Malvinas, que les den pensiones y reconocimientos. Pero es difícil. Casi imposible.

Lo llamaron el "Operativo Soberanía". A diferencia de lo que ocurrió en Chile, estaba en todas partes. Los trenes con reclutas pasaban por los pueblos del interior y de la Patagonia. La gente salía a aplaudirlos.

El soldado Miguel Ángel Acosta tenía 19 años y pertenecía al Regimiento Motorizado Mecanizado 144 con base de Jujuy, en el norte de Argentina. Lo enviaron a estacionarse a un par de kilómetros del Paso Jama, por donde se cruza hacia San Pedro de Atacama. Era agosto de 1977. Estaría, con un grupo de 750 hombres, durante más de un año en un descampado frío, arenoso y ventoso. Sin bañarse.

"Éramos tratados salvajemente", asegura. "Era de los más chicos. Con una inocencia… Imagínese. En Jujuy, cuando veíamos extranjeros, era algo admirable. Y nos llevan allá y se nos exige minar el paso Jama. Teníamos que cavar un pozo de unos 70 cms. y poner allí las minas antitanque. Con movimiento a medio metro estallaban".

"Estábamos en un descampado que era todo arena", continúa. "Nos tapaba la carpa. Ese era el problema. Adiestramiento, cero. El FAL (fusil) no servía. Las balas eran viejas, la arena tapaba el caño del arma (…) El agua era salitrosa, no se podía tomar. Higienizarse era imposible, era muy fría. Y siempre nos daban palizas. Llegaba la noche y era juntarnos entre nosotros, charlar, queríamos que se terminara esto".

–¿Y por qué les daban palizas?

–Nosotros nos juntábamos a cierta hora de la noche, descansábamos, rezábamos. Por ahí pasaba un suboficial, le decíamos que queríamos la paz, entonces paliza va, paliza viene. O nos estaqueaban.

–¿Qué significa estaquear?

–Bueno, a uno lo atan de pie, de muñecas, y lo tiran al suelo, queda como Cristo por 24, 48 horas. A esto le llamaban el "baile vivo". Eran los manotazos, el estacamiento, el cepo.

–¿Cepo?

–En el cuello. Y la mandíbula superior atada a la parte superior también del cepo.

–¿Y por qué?

–Los oficiales nos decían que teníamos que matar, que la guerra había que ganarla. Pero no estábamos preparados. Nos querían mentalizar de mercenarios. Éramos rehenes de nuestro ejército, en nuestra patria, y recibíamos las peores palizas (…) Lo único que queríamos era que terminara".

El profesor de historia y escritor cordobés Marcelo Karlen iba a saltar sobre Punta Arenas. Como Acosta, estaba recién salido del secundario. El servicio militar lo estaba efectuando en el regimiento 14 de paracaidistas.

"Nosotros íbamos a hacer la primera ofensiva. Íbamos a volar en Hércules desde Córdoba –que también era un objetivo estratégico del Ejército chileno– hasta Comodoro (Rivadavia). Desde allí hasta Río Gallegos. Y desde allí íbamos a saltar en Punta Arenas desde helicópteros o entrar como tropa. Una parte del regimiento ya había sido transportado a Gallegos. Nosotros estábamos en Córdoba esperando la orden. Pero la tensión era la misma. En tres horas íbamos a salir, volar y saltar sobre el enemigo e incluso detrás de sus líneas, para crearle un frente y una retaguardia".

–¿Cuántos eran?

–Tres mil paracaidistas.

–¿Y qué iban a hacer?

–La estrategia era un avance arrollador sobre Chile. Se confiaba que la correlación de fuerzas nos daría el triunfo. Querían lanzar 250 toneladas de bombas sobre ciudades chilenas. Conozco un comodoro, que no mencionaré, que voló en un Learjet, a baja altura, a las seis de la mañana, sobre bases chilenas. Querían "mojar la oreja" de los chilenos, o sea, hacer una acción desafiante que provocara la agresión de Chile. Una vez despertada, justificaría el ataque.

En un testimonio escrito que recogió el sitio web de la BBC en Argentina, Karlen describió lo que pasó el día que la guerra iba a empezar: "Esa mañana del 22 de diciembre habíamos firmado cada uno nuestro 'Testamento' obligatorio para nuestras familias, junto a una carta para nuestros padres en las que decíamos que 'estaba todo bien, que no se preocuparan...' Se nos repartieron las chapas identificatorias de nuestros 'futuros cadáveres' con grupo sanguíneo; celebramos una misa en donde se nos dió la extremaunción a todos –era el día de mi cumpleaños".

Como Karlen era de los mayores de su clase (cumplía 20 años), hizo un curso rápido de oficial. Quedó a cargo de aquellos que tenían 18 y 19 años. "En mi sentida condición de cristiano católico", escribe Karlen, "se me presentaba todo el tiempo un gran dilema: tener que matar o morir. ¡Porque la cosa era en serio! Sin ninguna duda. Y del otro lado de la cordillera, me figuraba yo que habría otro joven chileno –sin nombre ni rostro conocido– que iba a ser el que disparara contra mí y acabara con mi joven vida, o yo con la de él... Otro soldado igual que yo, que hablábamos el mismo idioma. Que, sin duda, también era católico, que tampoco quería estar allí, que sentía el mismo miedo y dilema, que también su arma había sido 'bendecida' por otro capellán militar igual al nuestro y en medio de nosotros había una estatua de un 'Cristo Redentor' parado y estático en la Cordillera de los Andes".

Los muertos de la frontera

Las historias de enfrentamientos entre chilenos y argentinos en esta guerra que no fue han corrido como mitos urbanos a ambos lados de la cordillera durante los últimos treinta años, que no han sido confirmados. Tal vez el testimonio más cercano a un reconocimiento de hostilidades no declaradas en esos días lo entrega el autor argentino experto en defensa Ricardo Burzaco en un artículo aparecido en la revista especializada Defensa y Seguridad sobre los submarinos argentinos que participaron en el conflicto. Burzaco relata que el día 22 el submarino argentino Salta estaban en la zona del Cabo de Hornos, cuando recibió un extenso mensaje en clave que no se alcanzó a procesar porque el oficial de periscopio detectó en ese momento un submarino, creen ellos, chileno.

"Ni bien el Salta pasa a plano profundo y sin el molesto ruido de los motores atmosféricos", continúa Burzaco, "el sonarista advierte el característico rumor de los venteos de los tanques de lastre que indican sin dudas que el submarino chileno pasa a inmersión. Ello evidencia que la nave argentina podría haber sido detectada".

Los argentinos sugirieron entonces a su comandante disparar los torpedos. Se lo plantearon dos veces. Entonces, dice Burzaco, "con tiempos intermedios de gran tensión imposibles de precisar, de pronto el sonarista advierte: '¡Alarma de torpedo!' (…) El Salta maniobra en evasión, pero a continuación el rumor de las hélices de un torpedo en corrida se desvanece".

¿Y el mensaje cifrado que no tuvieron tiempo de descifrar? Era, según Burzaco, la orden de regresar a la base porque la mediación papal se había aceptado.

En todo caso, la casi guerra tuvo muertos. Los que están documentados lo fueron por accidentes en la manipulación del material de guerra o por suicidios. Miguel Ángel Acosta, el soldado que minó el paso Jama, recuerda a dos compañeros de su regimiento, Agüero y Araya, que se suicidaron. "Los vio un suboficial y la tropa que hacía el recorrido. Estaban en los lugares en que estaban apostados". Se habían disparado con sus fusiles. Karlen menciona en su escrito a dos soldados: José Luis Luque, "con la cabeza y medio cuerpo destrozado por un PDF–40 (un fusil con munición antitanque) disparado por impericia"; y Pedro Burgener, "por un terrible error e imprudencia, y no de él precisamente". Hay otros testimonios indirectos, como el de un conocido de Karlen que asegura que en la zona de Mendoza, un soldado del telecomunicaciones que iba en un Unimog, se levantó y terminó decapitado por un puente que no vio.

E

ra muy simple. Disparar primero. No preguntar nada. Ni antes ni después.

Si cruzaban, claro, nosotros también trataríamos de matarlos a ellos. Pero ellos iban a dar el primer paso.

Eran jóvenes y venían a matarnos, pero también los estaban matando a ellos, y muy probablemente, algunos de ellos habían matado antes.

Tenían entre 18 y 25 años. Hoy bordean los cincuenta, y quieren que su gobierno los escuche, que se les trate igual como a los veteranos de las Malvinas, que les den pensiones y reconocimientos. Pero es difícil. Casi imposible.

Lo llamaron el "Operativo Soberanía". A diferencia de lo que ocurrió en Chile, estaba en todas partes. Los trenes con reclutas pasaban por los pueblos del interior y de la Patagonia. La gente salía a aplaudirlos.

El soldado Miguel Ángel Acosta tenía 19 años y pertenecía al Regimiento Motorizado Mecanizado 144 con base de Jujuy, en el norte de Argentina. Lo enviaron a estacionarse a un par de kilómetros del Paso Jama, por donde se cruza hacia San Pedro de Atacama. Era agosto de 1977. Estaría, con un grupo de 750 hombres, durante más de un año en un descampado frío, arenoso y ventoso. Sin bañarse.

"Éramos tratados salvajemente", asegura. "Era de los más chicos. Con una inocencia… Imagínese. En Jujuy, cuando veíamos extranjeros, era algo admirable. Y nos llevan allá y se nos exige minar el paso Jama. Teníamos que cavar un pozo de unos 70 cms. y poner allí las minas antitanque. Con movimiento a medio metro estallaban".

"Estábamos en un descampado que era todo arena", continúa. "Nos tapaba la carpa. Ese era el problema. Adiestramiento, cero. El FAL (fusil) no servía. Las balas eran viejas, la arena tapaba el caño del arma (…) El agua era salitrosa, no se podía tomar. Higienizarse era imposible, era muy fría. Y siempre nos daban palizas. Llegaba la noche y era juntarnos entre nosotros, charlar, queríamos que se terminara esto".

–¿Y por qué les daban palizas?

–Nosotros nos juntábamos a cierta hora de la noche, descansábamos, rezábamos. Por ahí pasaba un suboficial, le decíamos que queríamos la paz, entonces paliza va, paliza viene. O nos estaqueaban.

–¿Qué significa estaquear?

–Bueno, a uno lo atan de pie, de muñecas, y lo tiran al suelo, queda como Cristo por 24, 48 horas. A esto le llamaban el "baile vivo". Eran los manotazos, el estacamiento, el cepo.

–¿Cepo?

–En el cuello. Y la mandíbula superior atada a la parte superior también del cepo.

–¿Y por qué?

–Los oficiales nos decían que teníamos que matar, que la guerra había que ganarla. Pero no estábamos preparados. Nos querían mentalizar de mercenarios. Éramos rehenes de nuestro ejército, en nuestra patria, y recibíamos las peores palizas (…) Lo único que queríamos era que terminara".

El profesor de historia y escritor cordobés Marcelo Karlen iba a saltar sobre Punta Arenas. Como Acosta, estaba recién salido del secundario. El servicio militar lo estaba efectuando en el regimiento 14 de paracaidistas.

"Nosotros íbamos a hacer la primera ofensiva. Íbamos a volar en Hércules desde Córdoba –que también era un objetivo estratégico del Ejército chileno– hasta Comodoro (Rivadavia). Desde allí hasta Río Gallegos. Y desde allí íbamos a saltar en Punta Arenas desde helicópteros o entrar como tropa. Una parte del regimiento ya había sido transportado a Gallegos. Nosotros estábamos en Córdoba esperando la orden. Pero la tensión era la misma. En tres horas íbamos a salir, volar y saltar sobre el enemigo e incluso detrás de sus líneas, para crearle un frente y una retaguardia".

–¿Cuántos eran?

–Tres mil paracaidistas.

–¿Y qué iban a hacer?

–La estrategia era un avance arrollador sobre Chile. Se confiaba que la correlación de fuerzas nos daría el triunfo. Querían lanzar 250 toneladas de bombas sobre ciudades chilenas. Conozco un comodoro, que no mencionaré, que voló en un Learjet, a baja altura, a las seis de la mañana, sobre bases chilenas. Querían "mojar la oreja" de los chilenos, o sea, hacer una acción desafiante que provocara la agresión de Chile. Una vez despertada, justificaría el ataque.

En un testimonio escrito que recogió el sitio web de la BBC en Argentina, Karlen describió lo que pasó el día que la guerra iba a empezar: "Esa mañana del 22 de diciembre habíamos firmado cada uno nuestro 'Testamento' obligatorio para nuestras familias, junto a una carta para nuestros padres en las que decíamos que 'estaba todo bien, que no se preocuparan...' Se nos repartieron las chapas identificatorias de nuestros 'futuros cadáveres' con grupo sanguíneo; celebramos una misa en donde se nos dió la extremaunción a todos –era el día de mi cumpleaños".

Como Karlen era de los mayores de su clase (cumplía 20 años), hizo un curso rápido de oficial. Quedó a cargo de aquellos que tenían 18 y 19 años. "En mi sentida condición de cristiano católico", escribe Karlen, "se me presentaba todo el tiempo un gran dilema: tener que matar o morir. ¡Porque la cosa era en serio! Sin ninguna duda. Y del otro lado de la cordillera, me figuraba yo que habría otro joven chileno –sin nombre ni rostro conocido– que iba a ser el que disparara contra mí y acabara con mi joven vida, o yo con la de él... Otro soldado igual que yo, que hablábamos el mismo idioma. Que, sin duda, también era católico, que tampoco quería estar allí, que sentía el mismo miedo y dilema, que también su arma había sido 'bendecida' por otro capellán militar igual al nuestro y en medio de nosotros había una estatua de un 'Cristo Redentor' parado y estático en la Cordillera de los Andes".

Del Beagle a las Malvinas

Los soldados argentinos que fueron conscriptos y tenían la orden de invadir Chile se han organizado en una Asociación de Veteranos del Beagle. Están pidiendo que se les reconozca lo sufrido y se les entregue una pensión, tal como a los veteranos de las Malvinas. De hecho, muchos de ellos son también veteranos de las Malvinas. Pero el proceso para lograrlo ha sido rocoso y no muy optimista. Hay una piedra en el zapato. Se llama "Operativo Independencia".

Muchos de estos conscriptos argentinos, nacidos entre 1953 y 1958, participaron también en la represión contra el ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), la guerrilla que se instaló en la zona selvática de la provincia de Tucumán. La historia está allí: el operativo, en 1975, aún bajo el mandato virtual de la presidenta Isabel Perón, fue la primera vez en que los militares argentinos que después conformarían como "el proceso" ocuparon métodos que violentaban los derechos humanos.

Miguel Ángel Acosta, antes de ser llevado al paso Jama, estuvo en Tucumán como conscripto, en un pueblo llamado Tafí Viejo. "Nos usaron como carnada", dice Acosta, "Ingresábamos a las villas, pateaban puertas a las 12 de la noche, una de la mañana, sin importar. El de pelo largo, desaparecía".

"Nosotros", dice Karlen, "fuimos los primeros en hacer el Servicio Militar con 18 años. Todos los anteriores, incluso los del 55, lo hicieron con 20. Entonces nosotros tuvimos que convivir con la clase 55, que estuvo combatiendo en Tucumán. Y estaba todos re locos. Venían como de Vietnam".

"Lo único bueno de todo esto", dice Acosta, "fue cuando nos dijeron que nos íbamos. Y las estrellas en la noche. Grandes. Lindas".





ALFREDO SEPÚLVEDA C..





Saludos
Lautaro
 
Otro articulo aparecido en la misma revista sobre el conflicto desde la optica de un niño de Punta Arenas



sábado 20 de diciembre de 2008




















Pesadilla infantil en Punta Arenas


En diciembre de 1978, la capital de la Duodécima Región era una ciudad acuartelada que esperaba en cualquier momento un bombardeo o una invasión. El miedo flotaba en las casas, calles, colegios y oficinas. Ésta no es la historia militar ni política del conflicto. Es la historia de un niño de 12 años enfrentado al horror de la guerra.


POR GAZI JALIL F.

Por esos días, llegó Martín Vargas a Punta Arenas.

La pelea con un boxeador local se realizó a tablero vuelto en el gimnasio municipal, una enorme construcción con columnas romanas frente al Estrecho de Magallanes, y al otro día fue comentario general. No por el resultado, sino porque graficó que todo el mundo sabía lo que estaba pasando.

Mi padre llegó con la historia a la casa: al tercer round, el locutor hace un extraño anuncio: que todos los bomberos presentes vayan urgente a sus unidades. Al quinto round, el mismo locutor hace un segundo llamado: que todos los carabineros de franco entre el público vuelvan a sus cuarteles, urgente. Al sexto, otro aviso: todos los reservistas y funcionarios de las Fuerzas Armadas que se presenten en sus respectivas unidades de inmediato. Cuando en el gimnasio apenas quedaba la mitad del público, uno de los presentes grita: "¡Martín, noquéalo rápido que va a empezar la guerra!".

La carcajada fue descomunal. Al round siguiente, Vargas ganó por KO.

Esa noche, mientras la gente volvía a sus casas –me contaría mi padre luego– no andaba un alma por las calles.

En el cine Gran Palace acababan de estrenar Grease, la película de John Travolta y Olivia Newton John, y mi mundo, a los 12 años, se repartía entre eso, el colegio y largas tardes en el Ipanema, una pequeña galería comercial que terminaba en un local de máquinas de flippers y videojuegos, el único que había en la ciudad.

De la guerra, ni una palabra aparecía en el diario, ni en la tele, ni en las radios, pero estaba: había entrado en nuestras casas, flotaba en las calles, en las oficinas, en los bares, en los colegios, se desplazaba de un lugar a otro en forma de rumor y todos tenían una historia que contar. Un compañero de curso decía que su padre, pescador de centollas, durante las noches trasladaba fusiles en su bote para los soldados. Otro contaba que en un paseo al Parque Japonés había encontrado cañones camuflados con mallas. Otro, que su familia había llenado el sótano con víveres y que en caso de que pasara algo se refugiarían allí. Y otro, que había visto los radares antiaéreos en el Cerro Mirador, que eran unos equipos israelíes que parecían observatorios astronómicos.

Y yo siempre contaba la misma historia: que hace unos días, camino al colegio, me había detenido ante una interminable caravana de camiones militares que bajaban desde el regimiento Pudeto. Uno y otro, y luego otro y otro y otro más; tantos, que perdí la cuenta. Pero no fue eso lo que me impresionó. Fue otra cosa: los rostros de los soldados que iban apretujados en esos camiones. Transmitían miedo. Eran jóvenes, los mismos que habían repletado la ciudad en los últimos días, que caminaban como fantasmas por la plaza, se juntaban en las esquinas a fumar y nos ocupaban los flippers del Ipanema. Uno podía notar que no eran de aquí: apenas soportaban el frío.

Esto lo recuerdo como una película. Y empieza así: Uno, dos, tres aviones pasando en perfecta formación sobre mi cabeza; cuatro, cinco, seis, y se pierden al otro lado del Estrecho; siete, ocho, nueve, y la gente se tapa los oídos porque pasan tan cerca, tan rápido, tan amenazantes; diez, once, doce, y algunas ventanas vibran con furia y todo el mundo tiene la vista pegada en el cielo, como si acabaran de ver una aparición de la Virgen, y los niños aplauden y se quedan viendo un buen rato más a ver si los Hawker Hunter, que nunca antes habían visto, pasan de vuelta.

Desde hacía varios meses el miedo, como una espesa niebla, se comenzaba a filtrar en la vida de Punta Arenas, una ciudad relativamente pequeña, con 90 mil habitantes, dos cines, un canal de TV, recién declarada Zona Franca y cuya calle principal, interrumpida por un par de edificios, se podía recorrer a pie en 10 minutos de ida y vuelta.

Eso hacía el día que vi los aviones. A pocos kilómetros, en alguna parte desconocida de la Patagonia, la guerra por las islas Nueva, Picton y Lennox estaba por estallar. Se podía presentir, no sólo por los vuelos rasantes ni por los buques camuflados que una mañana aparecieron meciéndose frente al muelle, sino porque una tarde de sol caminando por la parte alta de la ciudad vi pintada en el techo del Hospital Regional una gigantesca cruz roja sobre un fondo blanco.

Se lo conté a mi madre esa misma tarde:

-Es por si hay un ataque aéreo –me dijo-. Así los argentinos no bombardean el hospital.

Yo iba en octavo básico y era primera vez que escuchaba que estábamos en peligro. Un peligro real en una ciudad mansa, casi un pueblo, un punto colgando del mapa, demasiado lejos del resto del país. Una ciudad donde crecía un sentimiento casi fanático: un año antes se había estrenado una obra musical, Canto a Magallanes, una mezcla de canciones épicas y rezos que durante dos horas no hacían más que alabar a los pioneros y a los que vivíamos allí. Toda la ciudad vio la obra y salíamos orgullosos de vivir en Punta Arenas, convencidos de que no había mejor lugar en el mundo, de que estábamos en la tierra prometida.

Entonces, ¿por qué nos iban a atacar? De hecho, si venía alguien del norte (para los puntarenenses, todo el mundo es del norte), podría pensar que estaba en Argentina. La gente habla con un tono muy parecido, utiliza expresiones similares y en el comercio se vendían cientos de productos de ese país. En mi bolsillo llevaba chicles argentinos marca Bazooka y escondía trozos de Mantecol.

No era extraño. Entre Río Gallegos, en Argentina, y Punta Arenas -distantes a no más de dos horas en auto- continuamente iban y venían delegaciones deportivas, escolares y sociales. Había partidos de fútbol entre ambas ciudades, carreras de auto en Cabo Verde, un nutrido contrabando, y hasta un espectáculo internacional, el Festival de la Patagonia, en el que actuaban y competían grupos del otro lado de la frontera.

Muchos tenían familiares en Gallegos, casi todos habíamos pasado algunas vacaciones allá, y en mi casa mis padres escuchaban a Los Chalchaleros y Los Tucu Tucu, grupos folclóricos argentinos que eran furor en la ciudad.

Pero desde el día que vi los aviones, todo eso se evaporó.

Ese año había llegado la televisión a colores a las casas, y lo primero que vimos fue, precisamente, el Mundial de Argentina. También veíamos a Rex Humbart, el telepredicador que años después recorrería Chile hasta Punta Arenas invitado por Pinochet.

A veces escuchábamos radios argentinas, y sólo allí podíamos enterarnos de qué estaba pasando realmente. Había proclamas antichilenas, amenazas, advertencias, mientras en las radios de Punta Arenas sólo había música y programas de concursos que producían una curiosa calma en medio de la tormenta que nos rodeaba. Una día escuché varias veces un llamado de utilidad pública: se citaba a reunión extraordinaria a un club deportivo con un nombre que no recuerdo, porque no existía. La hora también era rara: a las 12 de la noche. Luego supe que eran mensajes en clave de acuartelamiento para los soldados.

–Tiene que haber comenzado la guerra –decían mis compañeros de curso.

Había una extendida idea de que en caso de enfrentamiento, los argentinos nos pasarían por encima y que se adueñarían de todo el sur del país. Bromeábamos con eso, decíamos que, al menos, ganaríamos mundiales de fútbol. Incluso había un chiste: un chileno se quedaba dormido y despertaba 10 años después y lo primero que preguntaba era qué había pasado con la guerra con Argentina y le contestaban que jamás les entregaríamos Talca.

Pero en diciembre, a pocos días de la Navidad, nadie se reía. La guerra había dejado de ser sólo una posibilidad. Ahora tenía fecha: entre Pascua y Año Nuevo. Pero todos estaban equivocados, la guerra iba a ser antes: el 22 de diciembre.

Un día antes, el 21, fue extraño. Varios de mis amigos no podían salir: estaban en sus casas ayudando a sus padres a cavar trincheras en el patio. Durante la mañana el intendente Nilo Floody –un militar que años después sería nombrado embajador en Israel– había citado a las juntas de vecinos al Teatro Municipal. Les dijo que la guerra era inminente, que era difícil que los tanques argentinos llegaran a Punta Arenas, pero que la población debía estar preparada para un ataque aéreo. Entonces, ante la mirada atónita de los presentes, empezó a enseñar con diagramas la mejor manera de construir trincheras en el patio, unas trincheras en forma de L, con tales dimensiones y tales características.

No todos le hicieron caso, porque muchos no creían que iba a estallar la guerra, o no lo querían creer. Pero otros estaban convencidos, así que llegaron a sus barrios a mostrar al resto de los vecinos cómo se cavaban trincheras.

Uno de mis amigos era hijo de un capitán de Ejército. Me contó que en la población militar en la que vivía quedaban pocos. Que la instrucción era que los familiares de los uniformados abandonaran Punta Arenas y luego dijo algo que yo ya sabía: que en el aeropuerto las ventanas estaban tapiadas. No se podía ver el despegue ni el aterrizaje de los aviones. Además, a bordo de los aviones los pasajeros tenían prohibido levantar la cortina de las ventanas hasta media hora después del despegue.

–Es para que no vean los hangares semienterrados que construyeron allí –me explicaba mi amigo, que sabía porque su padre le había contado.

Ese día caminamos por una ciudad que se movía tranquila, lenta, semidormida, y fuimos al muelle a ver los barcos de guerra. Ya no estaban.

–Zarparon hacia el sur –nos dijo el guardia.

No recuerdo que hayamos cavado una trinchera en nuestro patio, ni que hayamos juntado alimentos en la bodega. Mis padres no creían en la guerra. No había un plan de contingencia en mi familia, aunque escuchaba que en los supermercados estaban escaseando algunos alimentos y las pilas. Y que en las ferreterías ya no había palas ni picotas.

Hasta que llegó el día de la guerra. Pero no lo sabíamos. Mientras en el Beagle las escuadras de ambos países se mostraban los dientes, y en la frontera los soldados esperaban la orden de abrir fuego, en mi casa sonaba el teléfono. Era un amigo. Me dijo que durante la noche sus padres habían cargado canastos y cajas con víveres, linternas, velas, fósforos, todo lo que pudieron en la maleta del auto, un Chevy Nova naranjo.

–¿A dónde vamos a escapar en un Chevy Nova naranjo? –me decía.

Al rato, la noticia llegaba como un relámpago: el Papa Juan Pablo II aceptaba mediar en el conflicto. Lo escuchamos por la radio.

En los días que vinieron, las calles se llenaron de soldados felices, sin miedo. La gente los saludaba, les daban cigarrillos, amanecían borrachos en la plaza y, poco a poco, desaparecieron.

Esa mañana fui al Ipanema. Un tibio sol iluminaba Punta Arenas.




GAZI JALIL F..




Este es el enlace (hay fotos tambien)


http://diario.elmercurio.com/2008/12/20/el_sabado/reportajes/noticias/686F5E65-9775-4124-A5EE-9E0F43826C03.htm?id={686F5E65-9775-4124-A5EE-9E0F43826C03}



Saludos
Lautaro
 
Una entrevista al capitan del sub chileno Simpson, el unico operativo para el 78, aparecida hoy en El Mercurio.



A 30 años de la cuasi guerra con Argentina, por primera vez
"Estaba autorizado para romper las hostilidades"

Al mando del "Simpson", el capitán de navío (r) Rubén Scheihing tuvo en 1978 la misión más difícil de su carrera: impedir por las armas la invasión argentina. Para ello debió enfrentar múltiples desventajas y el peso de una tarea en la que no tenía margen de error.

Iván Martinic

Hace exactamente 30 años, 81 chilenos aguardaban el inicio de la guerra metidos en un viejo tubo de hierro.

La tripulación del submarino "Simpson" tenía una orden perentoria del almirante José Toribio Merino: impedir por las armas cualquier intento de desembarco argentino en las islas del Beagle.

De máximo riesgo, la misión encerraba además dos problemas que la hacían casi suicida: el "Simpson" era un sumergible veterano de la II Guerra Mundial que difícilmente escaparía del contraataque enemigo; y tendría que enfrentar la hora "H", el inicio del ataque trasandino, en solitario. Este adverso escenario convirtió la extenuante patrulla de guerra del "Simpson" -duró casi 70 días- en uno de los capítulos más desconocidos de la tensión que a fines de 1978 estuvo a punto de enfrentar a Chile y Argentina. Treinta años después, el comandante de esa nave, el capitán de navío (r) Rubén Scheihing, revela los secretos de una misión en la que, reconoce, "envejecí algunos años".

Solo y sin snorkel

A comienzos de 1978, la Armada tenía cuatro submarinos, pero sólo tres disponibles. El "Thomson", gemelo del "Simpson", estaba desguazado, y los recién llegados "Hyatt" y "O'Brien" eran de los más modernos de la región.

La Flota de Mar (Flomar) de Argentina también tenía cuatro submarinos, pero todos operativos: dos estadounidenses de la II Guerra Mundial ("Santa Fe" y "Santiago del Estero") y dos 209 alemanes ("San Luis" y "Salta") recién comprados.

A fines de año, la ventaja argentina pasó de leve a mayúscula. El "O'Brien" entró a dique para mantención y al "Hyatt" le falló un motor. Tuvo que regresar a Talcahuano.

La noticia caló hondo en el "Simpson". Durante todo el año, y a medida que las negociaciones diplomáticas con Argentina se empantanaban, la tripulación había entrenado intensamente para repeler una eventual invasión. Ahora tendrían que hacerlo solos.

Y ése no era el único factor en contra. Por su antigüedad, la nave carecía de snorkel, una especie de tubo de escape retráctil que le permite navegar a 20 metros bajo la superficie usando sus motores diésel. Éstos, a su vez, recargan las baterías eléctricas, que son las que pueden llevarlo a silenciosos descensos de hasta 600 pies de profundidad.

Sin snorkel, el "Simpson" estaba obligado a emerger por períodos de hasta ocho horas para recargar baterías, haciéndose detectable para los radares o aviones enemigos.

En la práctica, el buque no podía sumergirse más de 24 horas, y a escasos cinco nudos por hora. Si había que evadir un ataque, las baterías se agotarían antes.

Scheihing recuerda que otra desventaja era el armamento. La "Enmienda Kennedy" había dejado a los submarinos chilenos con antiguos torpedos a vapor MK 14 y MK 27. Los argentinos tenían eléctricos MK 37, de más alcance y confiabilidad. "No había otra cosa. Si había que tirarles piedras, se les tiraban", explica.

Por eso, cuando recibió la orden de Merino, tomó el sistema de comunicación interna, leyó el mensaje a sus hombres y los arengó: "¡Esto significa que estamos viviendo, a partir de este instante, una situación de guerra con Argentina. Como todos sabemos, es posible que nos hundan, pero me comprometo con ustedes a que antes que eso suceda, a lo menos, nos llevaremos a dos de ellos!". Tras un momento de silencio, detalla el comandante, "se escuchó como un rugido en todo el submarino: '¡Viva Chile, m...!'".

Pero si atacaba por error, este oficial dejaría a Chile como país agresor y en una compleja perspectiva de cara a una negociación de paz.

"Fue una situación de guerra (...) Yo estaba autorizado para romper las hostilidades. ¡Imagínese! Era el primer contacto. La responsabilidad era tremenda. Primero, porque rompería las hostilidades, y segundo, porque pondría en jaque la seguridad del submarino, que es lo de menos cuando se trata de hundir al resto", explica.

¿Disparó el "Simpson"?

Ricardo Burzaco, experto argentino en el tema, publicó recientemente una investigación sobre las operaciones submarinas transandinas de 1978 en la revista Defensa y Seguridad.

Allí sostiene que el "Simpson" fue descubierto dos veces por sumergibles argentinos. Primero por el "Santiago del Estero", que lo encontró cargando baterías en la superficie, y luego por el "Salta", justo antes de la hora "H", que también lo divisó a nivel del mar. La máxima tensión reinante llevó a que el capitán argentino ordenara preparar torpedos.

Como no estaban en aguas argentinas, agrega Burzaco, el comandante argentino dudó en atacar. En ese momento el oficial sonarista lanzó una alarma de torpedo enemigo, por lo que ordenó una maniobra evasiva. Luego, el rumor de un supuesto proyectil chileno se desvaneció.

Tajante, Scheihing niega esta versión y asegura que el "Simpson" nunca tuvo contacto con adversarios. "No hubo lanzamiento. Nunca disparamos nada. Estábamos listos, pero le garantizo que no (disparamos)", sostiene.

Hacia el final de la patrulla, la tripulación del "Simpson" ya sentía el rigor de la tensión bélica. Los víveres eran escasos, no quedaban alimentos frescos y el aire dentro del submarino era pesado, mezcla de aceite y gases. Sólo podían bañarse -si limpiarse el cuerpo con una esponja mojada puede considerarse un baño- cada tres días. Sólo querían que el conflicto se zanjara de una vez, por las armas o por la paz.

La providencial conjunción de una tormenta con olas de hasta 15 metros, que retrasó la operación "Soberanía", y la mediación del Papa Juan Pablo II, sin embargo, terminarían por impedir el enfrentamiento. El "Simpson" pudo volver a su base.

El temporal que dilató la "Operación Soberanía"

"Nunca había visto un tiempo tan malo, estaba pésimo. Estaba tan malo que no había posibilidad de operaciones aéreas ni anfibias. De no haber mediado las condiciones de tiempo, y si los argentinos hubiesen cumplido el plan 'Soberanía', esto no se habría podido parar", concluye el vicealmirante (r) Hernán Rivera.

El "Prat", primer objetivo argentino

Si el "Simpson" abría fuego contra una invasión argentina, enseguida sería el turno del crucero "Prat", buque insignia de la Escuadra que debía disparar su artillería contra la flota de desembarco adversaria.

A bordo estaba el ahora vicealmirante (r) Hernán Rivera, por entonces jefe del estado mayor de la Escuadra.

Por su naturaleza, el "Prat" probablemente habría sido el primer objetivo de los ataques argentinos, tanto aéreos como marítimos y submarinos. En el buque insignia lo sabían, pero nadie, dice Rivera, manifestó temor. "En la gente nuestra no había ninguna duda. El espíritu era ir cuanto antes a la guerra y definir esta cuestión", sostiene.

La gran ventaja de la flota argentina, explica, era el portaaviones "25 de Mayo", que le daba supremacía aérea y hacía vulnerables a los buques chilenos.

La Escuadra chilena, agrega, tenía a su favor la cohesión alcanzada por las tripulaciones tras un año de intenso entrenamiento, la eficiencia de la aviación naval -informaba cada cuatro horas la posición de los buques argentinos- y el refugio natural que ofrecían los fondeaderos en los canales.

"Ellos sabían que estábamos en el sur, pero no sabían dónde (...) Los fondeaderos de guerra son lugares absolutamente camuflados donde es imposible ver los buques, ni siquiera sobrevolando", asegura Rivera.

Así, las naves chilenas lograban disimular falencias como la escasez de pertrechos, debido al embargo de Estados Unidos, y el hecho que la iniciativa estaba en manos de los argentinos.

Con todo, admite el retirado oficial, "el 'Prat' habría sufrido daños importantes como consecuencia del ataque de los aviones del '25 de Mayo'. Por eso nos colocamos en una disposición de combate en la que primero estaban los buques misileros, que en el fondo eran los que iban a decidir esta cuestión en el combate de superficie".

Rivera recuerda como el momento más crítico el 20 de diciembre de 1978, cuando recibieron la orden de salir al paso de la flota argentina. El vicealmirante Raúl López Silva, comandante en jefe de la Escuadra, reunió a los capitanes de todos los buques y les advirtió: "Señores, vamos a definir esta situación de una vez por todas. Se acabaron los ejercicios. La próxima vez que toque un zafarrancho de combate significa que estamos enfrentados a los argentinos".

Pocas horas después, cuando la Escuadra aún salía hacia el teatro de operaciones, sonó el citado zafarrancho. "Le prometo que nunca vi tanta rapidez para cubrir los puestos de combate", recuerda Rivera. La alarma, eso sí, resultó falsa. El "contacto" del sonar resultó ser una sonda estadounidense que recolectaba datos atmosféricos.

Así fue que ambas fuerzas llegaron a estar a unas 10 horas de poder atacarse con sus misiles, lo que fue impedido por la mediación papal. Rivera asegura que la Divina Providencia también hizo lo suyo, desatando un temporal que dilató la "Operación Soberanía", que debía comenzar tres días antes de la "Hora H" con la toma de unas pequeñas islas al sur del Beagle.

"Nunca había visto un tiempo tan malo, estaba pésimo. Estaba tan malo que no había posibilidad de operaciones aéreas ni anfibias. De no haber mediado las condiciones de tiempo, y si los argentinos hubiesen cumplido el plan 'Soberanía', esto no se habría podido parar", concluye.





A la guerraEn Valparaíso, el almirante José Toribio Merino despide a la Escuadra que parte al sur en 1978. Lo hizo a bordo del buque insignia, el crucero "Prat", que en teoría sería el primer objetivo de los ataques aéreos argentinos.
Foto:Archivo personal del vicealmirante (R) Hernán Rivera












saludos
Lautaro
 

TurcoRufa

Colaborador
Colaborador
IA-58 Púcara

El conflicto limítrofe con Chile:
Hacia fines de 1978, dictadura mediante, los distintos conflictos limítrofes con la República de Chile se agravaron. Por ese motivo, todos los Pucará disponibles, incluídos los del Centro de Ensayos en Vuelo (C.E.V.), con todo su personal, fueron desplegados al sur de Argentina. Concretamente, los Pucará se dividieron en dos escuadrones: En la BAM Santa Cruz, en la provincia del mismo nombre, y en la BAM Fuerte General Roca, en la provincia de Río Negro. Dichos despliegues se realizaron a principio de diciembre de ese mismo año. La oportuna intervención del Papa Juan Pablo II evitó el conflicto, razón por la cual los Pucará del G3A fueron replegados a Reconquista, en la provincia de Santa Fe, en forma gradual. La última sección (2 aviones) regresó proveniente de Santa Cruz a mediados de enero de 1979. Para esta fecha la disponibilidad de máquinas era mayor (alrededor de 20 aviones), siendo la cadencia de entregas por parte de la FMA de uno por mes. Si bien existe escasa información acerca del esquema de pintura utilizado, las poquísimas fotos en blanco y negro nos permiten deducir que los últimos aviones salidos de fábrica estaban pintados de manera completa de un gris medio, así lo muestra la figura del A-557, mientras los primeros todavía conservaban el metal natural.

http://www.choiquehobbies.com.ar/revista/notas/pucara2/Pucara2.htm
 
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