Acciones varias de las distintas guerras

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Los curiosos «hombres torpedo» que se lanzaban contra los buques nazis y japoneses
Este mayo ha fallecido Tony Eldridge, el soldado británico que dirigió el último ataque submarino de este tipo

D.T.
Dos buzos, sobre un «Chariot»
A pesar de que la tecnología armamentística alemana en la Segunda Guerra Mundial ha pasado a la Historia por su ingenio y su originalidad (no es para menos, pues intentaron crear, entre otras cosas, una bomba espacial), lo cierto es que los nazis no fueron los únicos que usaron su ingenio para ganar la guerra. Otro de los ejércitos que trató de crear todo tipo de cachivaches más propios de una película de ciencia ficción que de la realidad fue el británico, el cual diseñó (haciendo uso de una idea italiana) un curioso torpedo tripulado para acabar con buques enemigos. Con todo, su misión no era kamikaze, pues se buscaba que los dos buceadores que lo manejaban salieran de él antes de la detonación.
La historia de estos valientes torpedos humanos británicos ha vuelto a salir a la luz después de que, a principios de mayo, falleciera a los 91 años Tony Eldridge, el soldado que se encargó de dirigir el último ataque de estas armas durante la Segunda Guerra Mundial. La operación fue, allá por 1944, todo un éxito, pues él y sus tres compañeros lograron enviar al fondo del mar nada menos que a dos navíos nipones en las inmediaciones del puerto de Phuket (Tailandia). Toda una heroicidad para la Royal Navy.
Los torpedos humanos
Para encontrar el origen de los torpedos humanos es necesario retroceder en el tiempo hasta los comienzos del S.XX, época en la que los italianos empezaron a coquetear con la idea de crear una bomba tripulada por combatientes. Esta se materializó aproximadamente en la década de los 20, momento en que la marina de este país lo usó por primera vez (y con gran éxito) contra los Astro-Húngaros. Posteriormente, el invento sería adoptado por la Royal Navy, donde fueron conocidos como «Chariots».
Su funcionamiento era relativamente sencillo, aunque sumamente peligroso para los pilotos. Y es que, la idea era crear un pequeño submarino (de unos 10 metros de largo y 1 de diámetro) cargado con un explosivo magnético y tripulado por dos buzos. Éstos, curiosamente, iban equipados con el aparatoso traje de submarinismo tan característico durante la Segunda Guerra Mundial.
Tras salir de los buques «nodriza» (normalmente en plena noche, para evitar ser vistos) los tripulantes de los «Chariots» navegaban lentamente hasta los navíos enemigos, depositaban la bomba y –tras activar el temporizador- salían por patas. Todo ello, sabedores del peligro que corrían. En primer lugar, por la posibilidad de ser descubiertos y, en segundo término, debido a que llevaban una ingente cantidad de explosivos entre las piernas.
El ataque a Phuket, ejemplo de la perfección
El ataque a Phuket que protagonizó el británico (ya fallecido) fue un ejemplo de perfección. Concretamente, se sucedió el 27 de octubre de 1944 cuando el subteniente Eldridge (recién ascendido, por cierto) y su número dos, el suboficial Sidney Woollcott, recibieron la orden de asaltar este puerto tailandés ocupado por los japoneses. Junto a ellos, a su vez, se envió al suboficial W. S. Smith y al marinero Bert Brown. Los primeros viajarían en el «Chariot» «Tiny» y los segundos, por su parte, en el «Slasher». Las máquinas en las que iban montados contaban con una autonomía de entre cinco y seis horas y alcanzaban una velocidad de hasta cuatro nudos y medio.
Aquella noche, según señala el diario «The Telegraph», lucía la Luna llena, una contrariedad, pues ofrecía la suficiente luz a los enemigos como para detectar a los «Chariots». «En la noche del ataque, Butch y yo nos vestimos y nos dirigimos hacia el torpedo, llevábamos nuestras armas personales, mapas de seda, brújulas cosidas a nuestra ropa y una cápsula de cianuro», explicaba el fallecido británico en el susodicho diario británico antes de dejar este mundo,
Aquel ataque suponía el colofón a un entrenamiento de semanas tanto en el agua como en la selva de Sri Lanka (donde se les había enseñado a sobrevivir solos). «Cuando nos lanzamos al agua, esta estaba tibia, clara. Era muy diferente a las heladas aguas del Reino Unido en las que nos habíamos entrenado. Salimos sobre las 22:00 horas y llegamos al barco enemigo a las 00:30. Cuando estas pilotando un “Chariot” bajo el agua ves muy poco. Estuvimos fuera del agua hasta que vimos el barco japonés. Entonces nos sumergimos hasta que llegamos al casco, que estaba cubierto de percebes», añadía el veterano.
Al llegar, los dos submarinistas trataron de unir el explosivo al casco, pero este estaba tan sucio que fue imposible. Los imanes no se adherían. Por ello, decidieron ubicarlo con una abrazadera a la quilla. Una vez listo, conectaron el temporizador seis horas más tarde. Así pues, a las 6:32, y bajo el grito de «¡Allá va!» de uno de los oficiales del buque «nodriza», el navío enemigo japonés explotó. Lo mismo sucedió con el que habían asaltado sus compañeros que, además se hundió rápidamente. Habían mandado al fondo del mar a dos bajeles y lo habían hecho sin una sola baja. Posteriormente, el gobierno británico les hizo llegar sus pertinentes condecoraciones por este acto de valentía… a través del correo.
ABC.es
 

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¿Qué buscaban los últimos soldados de Hitler en el Ártico?


ww2.dsm.museum
Fueron 11 los últimos militares nazis que se rindieron en la II Guerra Mundial. Sucedió cuatro meses después de que Alemania capitulase ante los aliados, en la perdida isla de Spitzbergen, en el océano Glacial Ártico.
El 3 de septiembre de 1945, un grupo de alemanes encabezados por Wilhelm Dege se rindió al capitán del buque noruego Blassel, dedicado a la caza de focas. De este modo se dio por terminada su misión secreta de un año en el Ártico destinada a recoger datos meteorológicos para el Tercer Reich.
"La información meteorológica tenía una importancia vital, tanto para los alemanes como para los aliados. Hitler fijó posteriormente el momento de atacar en las Ardenas a partir de la información que le llegó de la estación meteorológica de las islas Spitzbergen. (…) Sin la información meteorológica no se entendería buena parte de las decisiones que se tomaron a lo largo de la guerra", comentó al diario 'ABC' el historiador y periodista Jesús Hernández, que reúne los detalles de lo sucedido en su libro 'Pequeñas grandes historias de la Segunda Guerra Mundial'.
El primer intento de los nazis de instalarse en la región ártica tuvo lugar en 1943, pero su base en Groenlandia fue arrasada por el Ejército estadounidense. Sin embargo, el Gobierno de Adolf Hitler no abandonó sus planes. Esta vez la operación Haudegen ('estocada') fue tan secreta que el llamamiento a voluntarios para participar no decía nada más que "una misión muy especial en una zona muy fría", destaca Hernández.
Para prepararse para las bajas temperaturas, los 70 militares que se presentaron voluntarios para el experimento recibieron entrenamiento en los Alpes. Una vez seleccionado un equipo final de 10 miembros, se les designó como jefe al geógrafo y geólogo Wilhelm Dege. En septiembre de 1944 el grupo llegó a la isla deshabitada de Spitzbergen. Su tarea fue enviar periódicamente información atmosférica a Alemania sin ser descubiertos.
Tras instalar la base, una serie de barracones prefabricados que solo hubo que bajar del buque, los 11 se pusieron mano a la obra. Pero la misión prevista para, al mínimo, 3 años, se terminó mucho antes. Al recibir en mayo de 1945 la noticia sobre el suicidio de Hitler, Dege comunicó a los aliados que rendía la base. Sin embargo, tuvieron que esperar cuatro meses hasta que un barco pesquero civil 'aceptase' su capitulación y los recogiera. De este modo, los 11 hombres se convirtieron en los últimos nazis en rendirse de la II Guerra Mundial.
http://actualidad.rt.com/actualidad/175733-historia-ultimos-soldados-hitler-artico
 

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El absurdo y secreto plan de Canadá para invadir EE.UU. tras la Primera Guerra Mundial

En 1920 un teniente coronel presentó un informe militar tan irracional que sus copias fueron quemadas

wikimedia
Oficiales de la policía montada del Canadá
Puede que Canadá cuente con una extensión similar a la de sus vecinos del sur pero, a día de hoy, resultaría llamativo que se planteara invadir Estados Unidos. Y es que, la potencia militar de ambos parece incomparable y ambas regiones siempre han parecido unas aliadas inseparables. La realidad, sin embargo, era diferente en 1920, y así lo demuestra el que un teniente coronel del ejército canadiense ideara un plan secreto para (en caso de guerra) conquistar militarmente varias ciudades norteamericanas. Con todo, el informe presentado fue tan absurdo que una buena parte de sus copias fueron quemadas para que nunca se dieran a conocer.
Los detalles sobre esta descabellada misión del país de la policía montada han sido desvelados por el escritor Kevin Lippert en su nuevo libro «War Plan Red» («Plan de Guerra Rojo»). El texto –del cual se ha hecho eco la versión digital del diario «The Washington Post»- narra pormenorizadamente los conflictos de ambos países a lo largo de la Historia e, incluso, alguna que otra misión de espionaje que se lanzaron mutuamente (una de ellas, protagonizadas por el famoso aviador Charles Lindbergh).
Un plan descabellado
Este extraño plan fue ideado en los años 20 por el teniente coronel James «Buste» Brown quien, sabedor de la deuda que su país tenía con Estados Unidos tras la Primera Guerra Mundial (unos 22 billones de dólares de la época), barajó la posibilidad de que ambas regiones entraran en guerra. Así pues, creó el «Defense Sceheme No. 1», un informe secreto según el cual aconsejaba llevar a cabo una serie de ataques relámpago sobre varias ciudades norteamericanas.
Entre las diferentes regiones sobre las que se haría esta ofensiva fugaz, el plan destacaba las de Seattle, Portland, Minneapolis y Detroit (relativamente cercanas al territorio canadiense). A su vez, la idea era que las tropas asaltaran –de este a oeste- diferentes enclaves a lo largo de toda la frontera extendiendo el límite del país. Según determina el propio libro, el plan fue precedido de una visita del propio Brown a Vermont disfrazado. Al regresar, señaló en un informe que los hombres de la zona eran «gordos y perezosos» y el ataque sería factible.
Lo curioso es que, según el libro, esta gigantesca operación únicamente se había ideado para ganar tiempo hasta que Gran Bretaña llegase a la zona en ayuda de Canadá. Ese sería el verdadero momento de la ofensiva total. Parece que el plan no fue recibido demasiado bien por los mandos, pues quemaron todas sus copias a causa de la vergüenza que les suponía que alguien lo encontrase. Al parecer, Estados Unidos nunca se enteró de esta absurda idea.
El «Plan Rojo»
Puede parecer que Brown se extralimitó en sus funciones, pero lo cierto es que –por su parte- Estados Unidos también planeó una gigantesca operación a comienzos del S.XX (y perfeccionado cuatro años antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial) para conquistar Canadá. Su idea era apoderarse de Halifax (una ciudad ubicada en la costa, cerca de Nueva York) y desde allí invadir Montreal y Vermont. Por aquel entonces, incluso el aviador Lindbergh llevó a cabo una misión de espionaje fotográfico sobre la bahía de Hudson para ayudar a dar forma a este plan.
ABC.es
 

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The Last Battle of WWII was fought almost a week after the War had Officially ended
So wide was the scope and scale of the Second World War, that even after the death of Adolf Hitler, and an unconditional surrender of Nazi forces, there were still isolated battles being fought across Europe. The last battle of the Worst War in human history, took place in Balkans between Nazi Collaborators and Yugoslav Partisans.
Nazi decision makers had a very spread out plan for the occupied territories, they sought the like-minded entities in the region and took them under Nazi wings. Throughout Balkans Adolf Hitler had ordered the formation of a number of small Armies to help Nazi cause in case of an Allied attack. One such columns of collaborators started its journey through Yugoslavia, aiming to cross the border and enter British controlled Austria. The plan was well laid out, but odds were against the collaborators and their dream of crossing into Austria was shattered by the Partisan Army.
The actual conflict started on May 14 when a strong column of Wehrmacht, Croatians, Serbian and Montenegrin Nazi sympathizers approached the border posts of Yugoslav Partisan Army. Although General Alexander Lohr had already surrendered to another section of Partisans on May 9 after being totally outnumbered and besieged by the Partisan Army. However, a strong column of 30,000 men broke off from the surrendering Army and decided to give the crossing a go. Just after 9 am on May 14 1945 fighting started between the groups and continued throughout the day. There were sessions of firing and shelling throughout the night going into the morning of May 15. The battle stopped after the arrival of 20 British tanks, and negotiation began. Nazi collaborators were not ready to accept any other condition but a permission to cross, but British Army made it pretty clear that they could not allow this to happen and that an unconditional surrender is the only possible solution for the collaborators. Eventually around 4pm white flags started rising from the columns and Partisans took control of the whole situation.
During the 24 hours of intense fighting more then 310 Nazi collaborators died and 250 were badly wounded. Causalities on the Partisan side were considerably low with less than a hundred dead and wounded, the Sputnik News reports.
The official surrender of the Germany took place on 7th of May, while the last Nazi column surrendered on 15th of May after a bloody stand off with the Allies.
https://www.warhistoryonline.com/wa...-week-after-the-war-had-officially-ended.html
 

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Images U.S. Women in WWII
Women in World War II took on a variety of roles from country to country. World War II involved global conflict on an unprecedented scale; the absolute urgency of mobilizing the entire population made the expansion of the role of women inevitable. The hard skilled labor of women was symbolized in the United States by the concept of Rosie the Riveter, a woman factory laborer performing what was previously considered man’s work.
With this expanded horizon of opportunity and confidence, and with the extended skill base that many women could now give to paid and voluntary employment, women’s roles in World War II were even more extensive than in the First World War. By 1945, more than 2.2 million women were working in the war industries, building ships, aircraft, vehicles, and weaponry. Women also worked in factories, munitions plants and farms, and also drove trucks, provided logistic support for soldiers and entered professional areas of work that were previously the preserve of men. In the Allied countries thousands of women enlisted as nurses serving on the front lines. Thousands of others joined defensive militias at home and there was a great increase in the number of women serving for the military itself, particularly in the Soviet Union’s Red Army.

Two women conduct marksmanship training at Roosevelt High School, Los Angeles, Calif., circa August 1942. The Victory Corps taught marksmanship to encourage girls to be proficient in handling firearms. (National Archives photo)

U.S. Marine Corps Women’s Reservists observe a demonstration by a Marine Corps flamethrower team, Camp Lejeune, N.C. (U.S. Marine Corps photo)

Privates Neta Irene Farrell and Genevieve Evers, members of the first class of the U.S. Marine Corps Women’s Reserve, position a depth charge as they prepare to load and arm it in the bay of a plane, Quantico, Va. (U.S. Marine Corps photo)
Women mechanics work on a U.S. Army Air Forces airplane. (National Archives photo)
Women Air Force Service Pilots (WASPs) check the schedule for target towing duty. (U.S. Air Force photo)

A group of U.S. Marine Corps Women’s Reservists work on a PBJ, the Navy designation of the B-25 Mitchell, at Cherry Point, N.C., March 9, 1945. (U.S. Marine Corps photo)
U.S. Marine Corps Women’s Reserve Sgt. Mary G. Rine and U.S. Marine Corps Sgt. Milton R. Wuerth direct air traffic, El Toro Marine Air Base, Calif. (U.S. Marine Corps photo)
U.S. Marine Corps Women’s Reserve Sgt. Mary G. Rine and U.S. Marine Corps Sgt. Milton R. Wuerth direct air traffic, El Toro Marine Air Base, Calif. (U.S. Marine Corps photo)

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During World War II, approximately 400,000 U.S. women served with the armed forces and more than 460 — some sources say the figure is closer to 543 — lost their lives as a result of the war, including 16 from enemy fire. Women became officially recognized as a permanent part of the U.S. armed forces after the war with the passing of the Women’s Armed Services Integration Act of 1948

Women work at a West Coast airplane factory in May 1942. (National Archives photo)
Women work at a West Coast airplane factory in May 1942. (National Archives photo)
Members of the 6888th Central Postal Directory Battalion take part in a parade ceremony in honor of Joan d’Arc, Rouen, France, May 27, 1945. They were the first African-American women to serve in U.S. military operations overseas, delivering a massive backlog of mail to G.I.s. (National Archives photo)
Members of the 6888th Central Postal Directory Battalion take part in a parade ceremony in honor of Joan d’Arc, Rouen, France, May 27, 1945. They were the first African-American women to serve in U.S. military operations overseas, delivering a massive backlog of mail to G.I.s. (National Archives photo)
Women pick cotton for the U.S. Crop Corps in 1943. With so many men away in the military, women went to work in the fields, probably not always with a smile on their faces. (National Archives photo)

Women war correspondents working in the European Theater of Operations, Feb. 1, 1943. From left to right: Mary Welch, Time and Life; Dixie Tighe, International News Service; Kathleen Harriman, Newsweek; Helen Kirkpatrick, Chicago Daily News; Lee Miller, Vogue; and Tania Long, New York Times. (U.S. Army photo)

U.S. Army nurses who have arrived in France after working in field hospitals in England and Egypt for three years pose for a photo, Aug. 12, 1944. (National Archives photo) U.S. Army nurses who have arrived in France after working in field hospitals in England and Egypt for three years pose for a photo, Aug. 12, 1944. (National Archives photo)
 

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Cuando los nazis quemaron vivos a cientos de mujeres y niños con lanzallamas

El exteniente de las SS Gerhard Sommer, de 93 años y acusado de participar en la masacre de Sant-Anna di Stazzema, podría no se procesado por tener Alzhéimer

Archivo ABC
Varios miembros de las fuerzas germanas desfilan ante la cámara
El 12 de agosto de 1944, hace aproximadamente 71 años, un grupo de alemanes cometió una de las masacres de civiles más bárbaras de la Segunda Guerra Mundial al asesinar a sangre fría a unos 560 civiles (la mayoría mujeres y niños) en la Toscana (ubicada al oeste de Italia). Los métodos usados para acabar con sus vidas estremecieron al país entero y –tras la contienda- dieron la vuelta al mundo, pues algunos fallecieron quemados vivos mediante lanzallamas.
Pasados los años, en 2005 un tribunal italiano condenó «in absentia» (sin que estuvieran presentes) a 10 miembros de las temibles SS por su relación con esta masacre. Entre ellos se hallaba el teniente de la 16º «Panzergrenadier-Division Reichsführer-SS» Gerhard Sommer, quien –en la actualidad y a sus 93 años de edad- podría evitar ser juzgado de nuevo (y tras ser absuelto por falta de pruebas) en Alemania e ir a la cárcel por padecer Alzhéimer. Así lo ha afirmado el diario germano «Bild», donde se ha hecho referencia a que este anciano podría ser declarado «no apto» para el proceso.
Una matanza sin parangón
Aquel asesinato masivo sin precedentes se sucedió el 12 de agosto de 1944. Por entonces, las tropas alemanas andaban en plena retirada del país ante el desembarco y posterior avance de los aliados al sur del país (el cual había comenzado en 1943). En esas andaban cuando, al parecer, varios combatientes del 35 batallón de la 16º división de la «Panzergrenadier-Division Reichsführer-SS» llegaron a la villa de Sant-Anna di Stazzema (ubicada en la Toscana).
Tras asentarse en el lugar, reunieron a 560 de los habitantes de la región en una plaza -la mayoría mujeres y niños (estos últimos, más de un centenar)- y los asesinaron a sangre fría. Las víctimas, según el diario «The Independent», fueron acribilladas con subfusiles, golpeadas y, en determinados casos, quemadas vivas por los alemanes mediante lanzallamas. A su vez, y según determina la versión digital del susodicho periódico, algunos fueron obligados a arrodillarse y rezar frente a una iglesia cercana antes de recibir un disparo.
Juicios y acusados
Tras el final de la guerra, y en el marco de los juicios que se iniciaron en los años posteriores contra los nazis, se inició un proceso contra Sommer y otros tantos combatientes presentes aquel día. Éste culminó en 2005 cuando un tribunal italiano condenó a 10 de ellos (entre ellos, nuestro protagonista) «in absentia» (sin que ellos estuviesen presentes) por asesinato o cómplice del mismo. Sin embargo, y tal y como determina el canal de radio germano «Deutsche Welle», en 2012 se declaró que no había pruebas suficientes para reafirmar esta decisión.
Es por ello que, a día de hoy, sigue el juicio contra varios de ellos, entre los que destaca Sommer, ahora de 93 años. Sin embargo, el antiguo teniente (calificado como uno de los nazis más buscados) podría evitar someterse a este proceso penal debido a que padece Alzhéimer y no es apto para ello.
Así lo han determinado los fiscales de Neubrandenburg, quienes señalaron el jueves que su demencia era demasiado severa para poder siquiera declarar. Así pues, el alemán podría eludir la acusación de haber ordenado la matanza de, al menos, 342 personas (que hayan podido demostrarse). De momento, parece que Sommer –que actualmente vive en una residencia para ancianos- deberá esperar hasta la semana que viene para saber si será juzgado o no.
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El enigma del soldado desconocido que desapareció en Pearl Harbor

Tras el ataque se perdió la pista del estadounidense Edwin Hopkins. Ahora, 74 años después, sus restos han sido encontrados y serán repatriados hasta su hogar

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El USS Oklahoma, buque en el que navegaba Hopkins y que se fue a pique en 15 minutos
Han pasado unos 74 años desde que el estadounidense Edwin Hopkins desapareció sin dejar rastro después de que los japoneses atacaran Pearl Harbor. El que aquel 7 de diciembre de 1941 los nipones enviaran al fondo del mar el buque en el que navegaba (el «USS Oklahoma») hizo suponer a sus familiares, amigos y al propio gobierno de los Estados Unidos que había fallecido. Sin embargo, esto no se corroboró hasta el pasado 2008, cuando se analizaron una serie de esqueletos en una tumba común de varios marineros y se halló su cuerpo. Ahora, 6 veranos después de aquella noticia, su familia ha logrado finalmente que los restos de aquel joven vuelvan hasta su hogar de una vez por todas.
La triste historia de este marinero, tal y como afirma la versión digital de la cadena «BBC», empezó cuando Estados Unidos comenzó a alistar una ingente cantidad de combatientes después de que los nazis tomaran, en menos de un mes, Francia. Fue en ese momento cuando el hermano mayor de Hopkins y uno de sus primos decidieron unirse a la marina para combatir en una guerra que, según se barruntaba, podría atravesar el charco más pronto que tarde. Edwin siguió su camino al cumplir los 18.
Meses después, el más pequeño de los Hopkins presentes en el ejército fue destinado en el «USS Oklahoma», un acorazado de la clase Nevada que había participado en la Primera Guerra Mundial. Desde allí, Edwin envió una postal con la fotografía del buque a su familia. Estaba orgulloso de servir en él. «En la carta decía que había subido al Oklahoma con rumbo a Hawái. Se la mandó a su madre y eso fue todo», señala, en declaraciones recogidas por la cadena británica Tom Gray, uno de sus primos.
En 1941, la suerte de Hopkins se tornó negra, pues el Oklahoma se hallaba amarrado cerca de la base de Pearl Harbor, la cual fua atacada por la fuerza aérea japonesa el 7 de diciembre. Aquella jornada, el «USS Oklahoma» fue el primer buque impactado por las bombas niponas y se hundió en el fondo de las aguas en menos de 15 minutos. «Edwin era un bombero de tercera clase y, seguramente, se encontraba en lo más profundo de la bodega del barco cuando fue torpedeado. Eso fue lo último que supimos de él» finaliza Grey.
A partir de ese momento, Edwin desapareció de la faz de la Tierra. Lo mismo pasó con otros tantos de los 429 oficiales y suboficiales que fallecieron –presuntamente- a bordo del «USS Oklahoma». Muchos de ellos, de hecho, no serían hallados hasta las posteriores partidas de rescate de los cadáveres que se realizaron entre 1942 y 1944 y, de esos, el ejército tan solo identificó 35. Esto provocó que siempre hubiera un atisbo de esperanza en la familia Hopkins, que pensó que Edwin podría estar vivo y recuperándose en algún hospital. Falsas esperanzas, pues su hijo había muerto.
La vuelta al hogar
Esta intriga continuó viva hasta 2008, año en que un veterano de Pearl Harbor inició una investigación sobre los cuerpos y descubrió que varios habían sido enterrados en el Cementerio Naval Halawa, de Hawái, y trasladados posteriormente hasta el Cementerio Nacional de los Caídos de Punchbowl, en Honolulu. Sin embargo, el gobierno tuvo por entonces problemas legales y no pudo (o no quiso, según las familias) realizar la identificación de los restos. Por el contrario, se limitó a inhumarlos en grandes fosas bajo la siguiente lápida: «Soldados desconocidos».
Sin embargo, la familia de Edwing logró, tras varios años de litigios, desenterrar los restos del que creían que podía ser Edwin y confirmar su identidad. Una pequeña victoria nada menos que seis décadas después. «Cuando mis primos se enteraron, a todos se les cayeron las lágrimas porque fue algo increíble. La hermana menor de mi padre tiene 88 años, ella es la única persona viva que conoció a Edwin. Cuando le conté se echó a llorar, no lo podía creer», afirma Grey.
Desde ese momento, los Hopkins siguieron luchando para poder trasladar a los restos de Edwin a su ciudad natal, algo que lograron el pasado mes de abril después de que el Departamento de Defensa ordenara exhumar los restos de más de 400 marinos fallecidos en el «USS Oklahoma» con la finalidad de identificarles y enterrarles. Ahora, ya solo es cuestión de tiempo que el combatiente regrese, por fin, a su hogar.
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Honras a la 9, la brigada española que liberó a París de los nazis
Felipe y Letizia, en un acto en la capital gala.Los reyes de España recordaron en la capital francesa a los republicanos autores de esa gesta, en 1944.

Placa. Los reyes Felipe y Letizia, con la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, ante el cartel que recuerda a los héroes de la Segunda Guerra./EFE

Desde el año 1944 hasta ahora, con sus más de 90 años a cuestas los que consiguieron sobrevivir, la Nueve, primera compañía de republicanos españoles que contribuyeron a la liberación de la capital francesa, fueron un misterio ignorado por sus propios liberados. Estos anarquistas y comunistas españoles tuvieron que esperar demasiados años para que el rey Felipe de España, pos moderno y monarca de posguerra, los homenajeara este miércoles por su hazaña. Inauguró durante su primera visita oficial a Francia el “Jardín de Combatientes de la Nueve” en el centro de París, cercano al imponente Hotel de Ville, que es la sede de la alcaldía de la ciudad, con su nombre.
Tardó tanto el homenaje y la indiferencia histórica de la república liberada que ninguno de los sobrevivientes pudo llegar al acto. El combatiente republicano Luis de Royo, 94 años, está gravemente enfermo y Rafael Gómez, con su misma edad, tiene a su mujer internada en el hospital. A ambos los recordó el rey, la reina asturiana Letizia, nieta de un republicano español que jamás lo ocultó, y especialmente, la alcaldesa de París, Ana Hidalgo. Una andaluza, hija de la inmigración, nacida en Chiclana, cerca de Cádiz, nacionalizada francesa, nieta de exilados republicanos. Una respetada política socialista francesa, hija de inmigrantes españoles, que conoce la historia que el presidente François Hollande recordó en su discurso, en la cena de gala de recepción a los reyes, el martes por la noche en el Palacio del Elíseo.
Junto a ella estaban otras dos mujeres que han contribuido a que la participación de los españoles en la liberación de París no pase al olvido de la historia ni que los jóvenes franceses sigan ignorando cuál fue su rol en esta gesta del siglo XX. Allí estaban Evelyn Mesquida, autora de “La Nueve. Los Españoles que liberaron París” y Colette Dronne- Flandrin, la hija del capitán Dronne, el jefe de La Nueve, a uien hasta ahora la historia oficial francesa le había dado la espalda. También en primera fila estaba el abanderado Roger Dore, 91 años, quien dijo que si sus compañeros no estaban, “es una mala señal”.
Por eso, Evelyn Mesquida llamó al 3 de junio del 2015 “el día del símbolo y reparación”. La vehemente alcalde de París pronunció su discurso en francés con frases en español y elogió al rey Felipe abiertamente.
“Esta monarquía encarna la joven España reconciliada”, dijo, emocionada. Reconoció la “amplitud” y la “personalidad” de Felipe VI.
“Usted es el rostro de esa España joven reconciliada, que ha pasado la página de sus horas oscuras y que el pueblo de París acoge hoy con los brazos abiertos”, dijo Ana Hidalgo al soberano en español. Ella es parte de esa generación que heredó los odios de la guerra civil española, las divisiones y los sufrimientos familiares, con su exilio en Francia, donde vivieron una vida tan modesta como discreta y oficialmente ignorada por los oficiales liberadores.
En el salón del Ayuntamiento, tras descubrir la placa, el rey Felipe rindió homenaje a los combatientes republicanos de La Nueve. “Este jardín será símbolo de la libertad y la tolerancia, dos de las grandes señas de identidad de París que han atraído a lo largo de décadas a algunos de mis compatriotas más destacados”, dijo el monarca español, que después habló fogosamente y en francés impecable de la Asamblea Nacional e hizo contrastar el espíritu de libertad de los franceses con los ataques terroristas fundamentalistas.
“El Jardín de la Nueve evoca un importante momento en la historia de la capital y de Francia en la lucha contra el totalitarismo”, concluyó.
¿Quienes eran esos valientes republicanos? “Los combatientes españoles eran hombres que habían luchado contra Franco durante la guerra civil y habían sido transportados a Africa del Norte. Los reclutan porque eran magníficos combatientes, experimentados y aguerridos. Los recluta Leclerc. Los españoles siempre estaban en la primera línea, en los peores momentos”, contó Maurice Courdesses, que tenia 20 años cuando escuchó en Limoges que París estaba siendo liberada y se unió a La Nueve en bicicleta. Así entraron en París el 24 de mayo de 1944.
“Fueron los primeros en reunirse con los parisinos aquí mismo, en la explanada del Ayunntamiento. Durante algunas horas, esos héroes, que apenas hablaban francés, encarnaron la aspiración de todo un pueblo. Ellos creían que eran americanos”, contó el abanderado Roger Dore, el único testigo de ese día histórico.
Bajo pompa republicana, el rey Felipe y la reina Letizia están en una visita oficial de 3 días en Francia, que había sido suspendida después del accidente de German Wings en los Alpes, donde murieron ciudadanos españoles. Almorzaron con Manuel Valls, un catalán nacionalizado francés, que es el primer ministro francés.
clarin
 

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Soldados rusos con amplificadores de sonido para escuchar los aviones en la Primera Guerra Mundial
 

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Operación Babylift: EU evacuó de Vietnam del Sur a 70 mil huérfanos en decenas de vuelos, en 1975
 

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Los aterrizajes más absurdos de los paracaidistas aliados en el Día D

El Desembarco de Normandía provocó decenas de curiosas situaciones. Desde soldados que se quedaron colgados de campanarios, hasta capellanes desesperados por haber perdido su misal durante el salto

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Imagen de archivo del desembarco de Normandía
Seis de junio de 1944. Fue en la noche de una jornada como hoy, aunque hace ya 71 años, cuando más de 24.000 paracaidistas aliados se subieron a sus aviones con el objetivo de cruzar las líneas enemigas y disgregarse por el norte de Francia. Una misión casi suicida que provocó miles de muertos y otros tantos heridos. Incertidumbre y valor. Desesperación y sentido del deber. Todo ello, y un inmenso carrusel de emociones más, es lo que sintieron estos héroes cuando partieron sabiendo que eran la punta de lanza de una gigantesca operación para liberar Francia del yugo nazi en la que participarían un total de 160.000 soldados. Un collar que llevaba apretando a la nación desde que cayó en manos de Hitler en 1940.
Pero el destino es inesperado y, en ocasiones, puede dar un revés de realidad a los héroes. Eso es –precisamente- lo que sucedió a muchos paracaidistas norteamericanos, canadienses y británicos que, tras recibir durante meses un arduo entrenamiento que les convirtió en auténticas máquinas de matar, vieron frustrados sus deseos de conquista y fama debido a la mala suerte. Y es que, la diosa fortuna hizo que muchos de ellos dieran con sus posaderas (tras un aterrizaje muy movido) en lugares tan inoportunos como campos de minas, gigantescas charcas en las que se ahogaron debido al peso que cargaban o, incluso, campanarios y árboles de los que se quedaron colgados sin poder moverse. Tampoco se libraron los capellanes de campaña, muchos de los cuales sintieron verdadero pavor cuando pisaron tierra y se percataron de que habían perdido su Biblia y su crucifijo en el salto.
Comienza la operación
Para hallar el origen del Desembarco de Normandía es necesario viajar en el tiempo hasta 1944. Por entonces la situación era bastante precaria para las tropas del «Führer» que, tras ser derrotadas en Stalingrado (en territorio Soviético) habían iniciado su retirada paulatina hacia Berlín en el este. Tan mal andaban las cosas para los nazis en ese frente que británicos, estadounidenses y canadienses se propusieron hincar el diente a Alemania abriendo un segundo frente por el oeste. Así pues, se acordó realizar hacer un desembarco a lo largo de toda la costa de Normandía para presionar el enemigo por dos flancos y que se viese obligado a dividir sus fuerzas. Una operación que, según explica el historiador Martin Gilbert en su libro «El desembarco de Normandía», llevaba urdiéndose desde 1940.
Una tarea sencilla de decir, pero de lo más dificultoso de hacer. Y es que, a pesar de que el monstruo nazi estaba herido, no andaba ni mucho menos fallecido. A su vez, Hitler no era estúpido y había ordenado a uno de sus más conocidos y reputados oficiales, Erwin Rommel –el «Zorro del desierto»- que organizase el denominado «Muro Atlántico» (las defensas de las playas de Normandía) para lograr detener el desembarco que se preveía inminente. Con tal objetivo, el militar -que se había dado de tortas contra Montgomery en el norte de África- preparó 6.500.000 minas y 500.000 obstáculos y organizó en la zona a casi 400.000 soldados de infantería y un número considerable de carros de combate.
La misión era vital. Lo que ganar con ella, mucho; aquello que perder, más todavía. Y es que, todos y cada uno de los combatientes sabían que, una vez sobre la tórrida arena gabacha, las posibilidades de sobrevivir eran menos que escasas. Pero no les importaba, pues eran hombres dispuestos a dejarse su existencia (en el sentido más literal de la palabra) para que «la France» pudiera volver a cantar aquello de «Liberté, égalité, fraternité». Eran unos héroes, que se podría decir en la actualidad. En especial los valerosos paracaidistas, los encargados de abrir camino en vanguardia a base de fusil, granada y gónadas.
Y es que, sus misiones eran de las más difíciles de la jornada. En primer lugar, debían tomar varias cabezas de puente alemanas ubicadas tras la primera línea de defensa situadas en las playas de Normandía. ¿El objetivo? Evitar que, cuando los nazis se percataran del guirigay que se había montado en la zona, enviasen a través de estas vías refuerzos para expulsar a los aliados. Así pues, debían defender hasta la muerte la zona para no comprometer a sus compañeros. Por otro lado, algunos recibieron también la orden de destruir posiciones de artillería nazis que, desde determinados puntos de retaguardia, podía dar más de un dolor de germanas a aquellos que desembarcaban desde los más de 7.000 buques y lanchas aliadas que se habían juntado en el Canal de la Mancha.
Los paracaidistas sin suerte
«Estáis a punto de embarcar en la Gran Cruzada para la que nos hemos estado preparando estos meses. Los ojos del mundo están sobre vosotros. Las esperanzas y oraciones de los amantes de la libertad en todas partes marchan con vosotros. […] Conseguiréis destruir la maquinaria de guerra alemana». Esta fue una parte de la carta que, en las últimas horas del 5 de junio de 1944, leyeron todos los paracaidistas aliados antes de iniciar su vuelo hacia Normandía. Su autor era el Comandante en Jefe de las fuerzas combinadas Dwight D. Eisenhower, y la verdad es que fue parco en palabras (pues escribió escasamente un folio). Con todo, sus subordinados no necesitaron más y, tras impregnarse de las palabras del militar al mando, se dispusieran a caer sobre Francia.
Sin embargo, lo que estos hombres no sabían es que, debido al intenso fuego de las baterías antiáereas alemanas, sus aviones se iban a desviar kilómetros y kilómetros de su ruta. Por tanto, fueron cientos los paracaidistas que aterrizaron en una zona que no habían estudiado y de la que no sabían nada. La situación se complicó cuando se percataron de que no podían hacer ningún ruido ni llamar la atención de los germanos, por lo que lo tendrían difícil para orientarse en aquella oscuridad llamando a sus compañeros o buscando un punto de referencia. En aquella situación, el capitán Anthony Windrum tiró por tierra todo su entrenamiento y, tras caer en un lugar desconocido, se limitó a plantarse en medio de una carretera (algo no demasiado aconsejable) y, como un motorista perdido, encender su linterna para ver un poste de identificación cercano. Contravino todas las órdenes y podría haber muerto, sí, pero se orientó. Tuvo suerte.
El soldado Raymond Batten, del 13º batallón británico, tuvo una fortuna similar. Y es que, este soldado cayó solo sobre una unidad alemana que se hallaba en un bosque. Con todo, el que su paracaídas se quedase colgado de un árbol consiguió entender su vida. «Batten oyó el tartamudeo de una ametralladora que estaba muy cerca. Un minuto después, sintió el crujido de los matorrales y los pasos lentos de alguien que se dirigía hacia él. Batten había perdido su metralleta en el descenso y no tenía pistola», explica Cornelius Ryan (presente en el Día D) en su obra «El día más largo». Tenso, decidió hacerse el muerto para salvar el pellejo, y, según parece, sus enemigos mordieron el anzuelo. «La figura simplemente se alejó», afirmó posteriormente el combatiente.
Algo parecido le pasó a John Steele, del 505º Regimiento de la 82ª División Aerotransportada norteamericana. Este soldado tuvo tan mala fortuna que no pudo evitar que su paracaídas acabase colgado del campanario de la iglesia de Ste.-Mére-Église, un pueblo en el que se había iniciado una auténtica lucha a muerte entre nazis y aliados. El combatiente fue testigo de todo aquello desde su privilegiada posición, aunque sabía que podía morir en cualquier momento si alguien se percataba de que estaba vivo.
«Intentó desasirse pero, sin saber cómo, su cuchillo cayó a la plaza. Steele decidió que su única esperanza pasaba por hacerse el muerto. Se hizo el muerto en sus arreos de manera tan real, que el teniente Willard Young, de la 82ª División, recordaría al cabo de los años al “paracaidista muerto que colgaba del campanario”. Permaneció en esa posición más de dos horas hasta que le hicieron prisionero los alemanes», determina el experto en su obra.
Tampoco anduvo muy suertudo el teniente Richard Hilborn, del 1er batallón canadiense. Y es que, a pesar de que las órdenes eran no hacer ruido y no llamar la atención del enemigo, cayó sobre un edificio dándose de bruces contra una gran cristalera. Lógicamente, el ventanal cedió, pero en el proceso hizo un ruido de mil demonios que alertó a todos los presentes en un amplio radio de acción. Con todo, no había alemanes en la zona (únicamente aliados) y el soldado pudo salir por su propio pie de la zona. Con todo, es seguro que, si sus superiores le hubiesen visto, habrían tomado medidas contra su torpeza, pues aquel estruendo revelaba no solo su posición, sino la de todos sus compañeros.
Tensión, minas y capellanes sin misales
Si por algo destacó el desembarco de los paracaidistas el Día D fue por la gran tensión acumulada que tomó a todos y cada uno de los combatientes. Así lo dejó claro el comandante Donald Wilkins -del 1er batallón canadiense- cuando, minutos después de aterrizar, se topó con una serie de figuras sentadas sobre un césped cercano. Su susto fue mayúsculo e, instantáneamente, se tiró al suelo para protegerse de los posibles enemigos. Sin embargo, los presuntos alemanes no se movieron. A los pocos minutos, el oficial hizo un leve ruido para lograr que se inmutaran. Nada. ¿Cuál era la razón?
Aquellas siluetas no eran más que estatuas de piedra. «Se levantó maldiciendo después de observarlas con detenimiento. Sus sospechas se confirmaron», determina el autor anglosajón.
Sin embargo, si hubo algo peor que llevarse un susto, fue lo que le ocurrió a cabo Louis Merlano, de la 101ª División norteamericana. Este combatiente tuvo la mala fortuna de caer sobre una explanada llena de minas (algo que se podía leer en un cartel cercano).
¿Qué hizo nuestro protagonista? Lejos de amedrentarse, le echó arrestos y corrió entre ellas. La fortuna quiso que aquella ruleta rusa tuviera éxito y, finalmente, logró saltar una verja y huir de la zona. Un golpe de suerte dentro de aquella increíble situación.
Otro de los peores aterrizajes, según explicaron posteriormente los presentes, fue el que protagonizó el capitán Francis Sampson, capellán de la 101ª División. Y es que, el sacerdote cayó sobre una marisma con tan mala suerte que perdió su misal y su crucifijo. «Sin hacer caso del fuego de ametralladora y mortero que comenzaba a llegar, se dirigió al sitio donde había caído y buceó repetidamente en busca del saco que contenía sus objetos de culto. Lo extrajo al quinto intento», añade Ryan. Tuvo más suerte que otros tantos que, al caer sobre una zona similar, se ahogaron en pocos palmos de agua debido a la ingente cantidad de peso que llevaban encima (unos 50 kilos) en equipo.
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Qué nación perdió más soldados en la Segunda Guerra Mundial?

Una infografía interactiva explica pormenorizadamente el número de fallecidos durante la contienda, su procedencia y la forma que tuvieron de expirar

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Grupo de soldados y oficiales polacos tomados prisioneros por los soviéticos durante la campaña de septiembre de 1939
Millones de muertos, un número mucho mayor de heridos y, si es posible, una cantidad aún superior de damnificados. La Segunda Guerra Mundial es, a día de hoy, uno de los conflictos de la Historia que más cadáveres ha dejado tras de sí. Pero… ¿Es posible saber cuántas personas murieron en esta contienda y por qué causas? Al parecer, sí. Así lo cree el cineasta Neil Halloran quien, en su último documental interactivo totalmente gratuito, presenta los horrores de esta contienda en forma de números.
Su investigación desentraña pormenorizadamente el cómo, cuándo y de dónde provenían los 40 millones de personas que fallecieron en la Segunda Guerra Mundial (22 de ellos, soldados y 18, civiles). Así pues, el documental desvela datos tan curiosos como el número de combatientes que dejaron este mundo en un frente concreto, el total aproximado de soldados que fallecieron de cada nación o, en términos civiles, cuántos judíos murieron en cada campo de concentración y de qué forma. Unos datos que su autor muestra en apenas 18 minutos.
Además de la dirección y los comentarios de Halloran, el vídeo (llamado «The Fallen of World War II») ha contado con varios investigadores y la colaboración de Andy Dollerson (a los mandos del sonido) y Altered Qualiea en la técnica. Tal y como puede verse en su página oficial, el vídeo tiene además una versión interactiva que permite al usuario bucear en estos truculentos datos. El corto, que se divide en varias partes, finaliza haciendo una comparativa entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial para determinar que el ultimo ha sido el mayor conflicto que ha vivido nuestra Historia
Los datos
En el documental, Halloran señala que la nación que más víctimas contó a nivel militar fue la Unión Soviética. Y es que, tuvo que llenar nada menos que 8.7 millones de atáudes -reconocidos por el gobierno- para sus soldados (tres veces más que la actual población de Madrid). El experto no se detiene en este punto, pues también señala que perdieron casi 1.000.000 en la batalla de Stalingrado (la contienda que cambió el curso de la guerra y detuvo el avance alemán). Los nazis no se quedaron atrás, pues se despidieron en el mismo lugar de 600.000 de sus combatientes (100.000 de ellos, hechos prisioneros).
Por otro lado, el documental nos muestra que, de los 405.000 soldados estadounidenses que murieron en la Segunda Guerra Mundial, la gran mayoría lo hicieron entre 1944 y 1945, algo que parece lógico si se considera que fue ese año en el que se realizó el Desembarco de Normandía. De ese total, 2.500 dejaron este mundo al desembarcar en la playa de Omaha, una de las más castigadas en esta operación. No fue menos duro el frente del Pacífico, donde 12.500 expiraron en la batalla de Okinawa contra los japoneses (5.000 de ellos debido a los kamikazes). Por el contrario, Polonia «solo» (si es que se puede usar este término) tuvo que lamentar la muerte de 200.000 combatientes.
A su vez, el documental revela datos tan curiosos como que la gran mayoría de naciones perdieron más población durante la ocupación alemana y sus continuas «purgas», que durante su resistencia al invasor (ya fuese este Alemania –en la gran mayoría de los casos- o la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas). Un claro ejemplo es que, de los polacos muertos, más de la mitad fueron asesinados tras la ocupación de las dos regiones anteriormente comentadas.
Halloran, además, hace un recuento del número de civiles a los que la Segunda Guerra Mundial segó la vida. De esos 18 millones, el cineasta afirma que más de 6 (un tercio) eran judíos. Los datos determinan, por otro lado, cuántas personas de ese total fueron asesinadas en los campos de concentración y en cuáles. Con todo, lo mejor es disfrutar del cortometraje para empaparse de la cantidad de familias destrozadas que dejó esta contienda.
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El absurdo plan nazi para deportar a todos los judíos de Europa a la isla de Madagascar
En el verano de 1940, Franz Rademacher elaboró un informe –bien recogido por la cúpula germana- en el que aconsejaba exiliar a esta región africana a «la raza inferior»

archivo ABC
La idea gustó mucho a Hitler, que llegó a comentarla en una reunión con Mussolini
Si algo ha trascendido de la Segunda Guerra Mundial es el ferviente odio que sentía Adolf Hitler por la raza judía, a la que consideraba culpable de organizar una gigantesca trama contra Alemania y de orquestar el tratado de Versalles (el cual dañó soberanamente a Alemania). Esta aversión provocó la creación de grandes operaciones como la «Solución Final» (el asesinato masivo de miles de personas) o la «Reubicación» (como decían los nazis) de otros tantos individuos en campos de concentración y exterminio.
Sin embargo, de entre todos estos crueles planes, uno de los más descabellados fue el ideado por Franz Rademacher (jefe de la Oficina de Relaciones Exteriores de Alemania) en verano de 1940. Fue en ese año cuando, para asombro de muchos, propuso enviar a todos los judíos de Europa a la isla de Madagascar (ubicada al sur de África). La idea –que fue vendida posteriormente como una gran muestra de generosidad de Adolf Hitler- planteaba la creación de un gigantesco gueto que abarcase toda la región y de cuya organización y «seguridad» se encargarían las SS. Así lo afirma la versión digital del canal Historia.
Nace un plan absurdo
El nacimiento de este plan se produjo, concretamente, un 3 de junio hace 75 años. Ese día –con la guerra avanzando a buen rito para la «Wehrmacht» (a la que le faltaba poco para conquistar Francia)- Rademacher envió una carta al alto mando nazi en la explicaba su, cuanto menos, curioso plan: «La victoria se acerca y Alemania debería posibilitar –en mi opinión tendría que ser un deber- que todos los judíos se marchasen fuera de Europa». Este documento era seguido de varios folios en los que el oficial determinaba la forma en que Alemania enviaría a miles de judíos a Madagascar.
El plan incluía la sustracción a los judíos de cualquier ciudadanía que pudiesen tener en Europa y de sus fortunas, que serían usadas para llevarles a este gueto del Índico. Una vez allí, podrían construir una colonia que se regiría por las normas de las SS (las tropas más ideologizadas del nazismo) para asegurar que su comportamiento sería aceptable. A su vez, Rademacher argumentaba que esta idea podría venderse como una gran muestra de generosidad por parte de Hitler. Sin duda, algo delirante. La idea, según afirmaba el oficial, era que el concepto de «judío» desapareciese de Europa.
La propuesta de Rademacher se hizo rápidamente hueco entre la cúpula nazi y fue apoyada por miembros del partido como Adolf Eichmann y Joachim von Ribbentrop. Hasta Hitler llegó a informar de ella a Benito Mussolini. Se tomó tan en serio, que los alemanes dejaron durante algunos meses de construir guetos para los judíos en media Europa, pues consideraban que serían trasladados hasta Madagascar. La noticia llegó hasta Adam Czerniakow, un funcionario que profesaba esta religión y que, según afirmó, oyó corroborarla a un alto oficial alemán.
Sin embargo, el «Plan Madagascar» -como era conocido-, terminó por estancarse cuando Gran Bretaña logró resistir la gigantesca operación germana para hacerse con sus tierras. ¿La razón? Hitler pretendía utilizar los buques de la «Royal Navy» para trasladar a los judíos hasta la isla africana. Al no poder disponer de ella debido a la resistencia inglesa, no tuvo más remedio que recular. Tampoco ayudó la falta de rutas marítimas y el bloqueo de éstas por los ingleses. Así pues, a finales de 1940 el plan fue olvidado. Dos años después, los hombres de Churchill desembarcaron en Madagascar tomando posesión de ella, lo que hizo que Hitler se despidiese de su gueto.
Una idea recurrente
A pesar de lo extraño que puede parecer, lo cierto es que la idea de usar Madagascar como una gigantesca cárcel no fue pionera del régimen nazi. El plan fue propuesto por primera vez en 1885 por el erudito alemán Paul de Lagarde, cuyos escritos tuvieron una gran influencia sobre el alemán. De hecho, en 1937 el gobierno polaco envió una delegación a la región para conocer su habitabilidad y dirimir si sería factible crear allí una nueva patria judía. La idea fue desestimada debido a las altas temperaturas.
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El absurdo plan nazi para deportar a todos los judíos de Europa a la isla de Madagascar
En el verano de 1940, Franz Rademacher elaboró un informe –bien recogido por la cúpula germana- en el que aconsejaba exiliar a esta región africana a «la raza inferior»

archivo ABC
La idea gustó mucho a Hitler, que llegó a comentarla en una reunión con Mussolini
Si algo ha trascendido de la Segunda Guerra Mundial es el ferviente odio que sentía Adolf Hitler por la raza judía, a la que consideraba culpable de organizar una gigantesca trama contra Alemania y de orquestar el tratado de Versalles (el cual dañó soberanamente a Alemania). Esta aversión provocó la creación de grandes operaciones como la «Solución Final» (el asesinato masivo de miles de personas) o la «Reubicación» (como decían los nazis) de otros tantos individuos en campos de concentración y exterminio.
Sin embargo, de entre todos estos crueles planes, uno de los más descabellados fue el ideado por Franz Rademacher (jefe de la Oficina de Relaciones Exteriores de Alemania) en verano de 1940. Fue en ese año cuando, para asombro de muchos, propuso enviar a todos los judíos de Europa a la isla de Madagascar (ubicada al sur de África). La idea –que fue vendida posteriormente como una gran muestra de generosidad de Adolf Hitler- planteaba la creación de un gigantesco gueto que abarcase toda la región y de cuya organización y «seguridad» se encargarían las SS. Así lo afirma la versión digital del canal Historia.
Nace un plan absurdo
El nacimiento de este plan se produjo, concretamente, un 3 de junio hace 75 años. Ese día –con la guerra avanzando a buen rito para la «Wehrmacht» (a la que le faltaba poco para conquistar Francia)- Rademacher envió una carta al alto mando nazi en la explicaba su, cuanto menos, curioso plan: «La victoria se acerca y Alemania debería posibilitar –en mi opinión tendría que ser un deber- que todos los judíos se marchasen fuera de Europa». Este documento era seguido de varios folios en los que el oficial determinaba la forma en que Alemania enviaría a miles de judíos a Madagascar.
El plan incluía la sustracción a los judíos de cualquier ciudadanía que pudiesen tener en Europa y de sus fortunas, que serían usadas para llevarles a este gueto del Índico. Una vez allí, podrían construir una colonia que se regiría por las normas de las SS (las tropas más ideologizadas del nazismo) para asegurar que su comportamiento sería aceptable. A su vez, Rademacher argumentaba que esta idea podría venderse como una gran muestra de generosidad por parte de Hitler. Sin duda, algo delirante. La idea, según afirmaba el oficial, era que el concepto de «judío» desapareciese de Europa.
La propuesta de Rademacher se hizo rápidamente hueco entre la cúpula nazi y fue apoyada por miembros del partido como Adolf Eichmann y Joachim von Ribbentrop. Hasta Hitler llegó a informar de ella a Benito Mussolini. Se tomó tan en serio, que los alemanes dejaron durante algunos meses de construir guetos para los judíos en media Europa, pues consideraban que serían trasladados hasta Madagascar. La noticia llegó hasta Adam Czerniakow, un funcionario que profesaba esta religión y que, según afirmó, oyó corroborarla a un alto oficial alemán.
Sin embargo, el «Plan Madagascar» -como era conocido-, terminó por estancarse cuando Gran Bretaña logró resistir la gigantesca operación germana para hacerse con sus tierras. ¿La razón? Hitler pretendía utilizar los buques de la «Royal Navy» para trasladar a los judíos hasta la isla africana. Al no poder disponer de ella debido a la resistencia inglesa, no tuvo más remedio que recular. Tampoco ayudó la falta de rutas marítimas y el bloqueo de éstas por los ingleses. Así pues, a finales de 1940 el plan fue olvidado. Dos años después, los hombres de Churchill desembarcaron en Madagascar tomando posesión de ella, lo que hizo que Hitler se despidiese de su gueto.
Una idea recurrente
A pesar de lo extraño que puede parecer, lo cierto es que la idea de usar Madagascar como una gigantesca cárcel no fue pionera del régimen nazi. El plan fue propuesto por primera vez en 1885 por el erudito alemán Paul de Lagarde, cuyos escritos tuvieron una gran influencia sobre el alemán. De hecho, en 1937 el gobierno polaco envió una delegación a la región para conocer su habitabilidad y dirimir si sería factible crear allí una nueva patria judía. La idea fue desestimada debido a las altas temperaturas.
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absurdo...o una idea alternativa para evitar la masacre de millones de personas?.
quizas...la idea era de salvarlos frente a la locura nazi.
 

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absurdo...o una idea alternativa para evitar la masacre de millones de personas?.
quizas...la idea era de salvarlos frente a la locura nazi.
O exterminarlos en el fin del mundo en esa epoca y quien se enteraba???
 
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Monte Cassino – a monument to German bravery




German Paratroopers turn every ruin in Cassino into a fortress. Defending it with MG-42 machine guns, mortars and even tanks.
On the 15th February, 1944, 1400 tons of high explosives were dropped by the Allied forces advancing upon Rome, on the Benedictine monastery of Monte Cassino. The aerial bombardment marked the beginning of one of the most amazing episodes of World War II – the defense of Monte Cassino by a numerically and technologically inferior force against massive enemy firepower and manpower.

As the dust settled on the ruins of what had once been one of the greatest cultural and religious landmarks on the European landscape, Fallschirmjäger (German paratroopers) began to move into the perfect cover conveniently created for them by the air raid. During the course of World War II, the Fallschirmjäger had been prominent in many notable engagements with Allied forces. From the assault on Fort Eben-Emael, to the invasion of Norway and the Battle of Crete, German paratroopers had played a singular role in German victories and had achieved a reputation for bravery and fortitude that had few equals.
While these campaigns were won during the early years of the war, when Germany was at the height of its power, it was in 1944, in the death throes of Axis power in Europe, that the Fallschirmjäger, spurred on not by the desire for conquest but by the need to stay the advance on their homeland, that, at Monte Cassino, they achieved their most noteworthy action which was to mark them for all time as being among the bravest of the brave.

Taking advantage of the surrounding ruins, the German paratroopers were able to conceal artillery, machine gun emplacements and mortars that would take a heavy toll on enemy assaults. On the 15th of February, British troops advanced on Monte Cassino and suffered a decisive setback when met by stiff resistance from the Fallschirmjäger, with a company of the 1st Battalion Royal Sussex Regiment taking over 50% casualties. On the 16th of February the Royal Sussex Regiment moved forward to the assault with an entire regiment of men. Once again the British were met with a determined resistance from the Fallschirmjäger and driven back to their own lines.

The following night, the 1st and 9th Gurkha Rifles and the 4th and 6th Rajputana Rifles attempted to assault Monte Cassino but were withdrawn after suffering appalling losses. Also on the 17th of February, the 28th Maori Battalion succeeded in advancing as far as the railroad in Cassino Town but were dislodged by a German armoured counterattack.

German Paratroopers with a heavy mortar.
On March 15th a large scale assault upon the German positions was signaled by the dropping of 750 tons of explosives and a massive artillery barrage that accounted for the loss of 150 German paratroopers. New Zealand and Rajputana soldiers were sent into the assault in the hopes that the paralyzing effect of the enormous bombardment would enable them to seize Monte Cassino while the Germans were still in a state of shock. To the dismay of the Allied command, the Fallschirmjäger fought back with such determination that the assault had to be called off. A surprise armoured assault upon Cassino four days later was also repulsed by an aggressive German counterattack that succeeded in destroying all the tanks the Allies had committed to the assault. By this stage, the Allies had lost over 4600 men killed or wounded.

A German mortar crew, photo presumed taken in the ruins of the Abbey
Further attacks on Monte Cassino were delayed while the Allies massed troops for what was hoped would be an unstoppable offensive. On the 11th May, over 1600 artillery pieces commenced a massive barrage upon the German positions. Moroccan, Polish and American troops surged up the slopes of Monte Cassino with the paratroopers holding their positions and forcing them to into a brutal fight for every yard of contested ground. Soon, however, it became clear that the Allied advance threatened to cut off the German lines of supply and the Fallschirmjäger were ordered to withdraw to the fortified Hitler Line. When the final attack came on the 18th May, only 30 German soldiers, too wounded to be removed, were found in the ruins.

German troops captured by the New Zealanders at Cassino being held beside a Sherman tank.
Monte Cassino had finally fallen to the victorious Allies but the cost in men and material had been prodigious. The battle for Monte Cassino will be remembered in the annals of history as a testament to the bravery and determination of the German Fallschirmjäger, who, even in defeat, had nevertheless added to the military laurels of this elite body of soldiers.
 

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Heinrich Alexander Ludwing Peter zu Sayn-Wittgenstein , el príncipe que defendió a Alemania.

Nació en la ciudad de Copenhague en el año de 1916. Su nombre completo era el de príncipe Heinrich Alexander Ludwing Peter zu Sayn-Wittgenstein, siendo hijo del príncipe Gustav Alexander zu Sayn-Wittgenstein, y Walburga, la baronesa de Friesen. Un auténtico noble, descendiente del linaje de Graf Heinrich III, y de Ludwing Adolf Peter Graf von Sayn-Wittgensteion.

El padre de Heinrich fue un notable diplomático y ejerció su profesión en numerosos países a lo largo y ancho de Europa. Este tipo de vida hizo que su hijo adquiriera una mente abierta y sin perjuicios. Heinrich tuvo una delicada salud durante su infancia, además de una constitución débil, lo que hizo preocuparse a su entorno familiar al considerar que el niño no tendría una vida plena y satisfactoria. Esto, en lugar de desanimarle, le instó a superar tales obstáculos y tomar la resolución de realizar una gran cantidad de ejercicios diarios para superar su debilidad. Esta dedicación, y su afán de superación le acompañarian toda su vida.

Parecía que ese chico desgarbado no iba a llegar lejos, pero tanto en la escuela primaria, como en las Juventudes Hitlerianas, se encontró muy pronto desempeñando funciones de liderazgo como si en él fuera algo innato. Por supuesto, sus dotes le llevaron a cursar la carrera militar, alistándose en la Wehrmacht, formando pronto parte de un regimiento de caballería en Bamberg en la primavera de 1937. Sus dotes no pasaron desapercibidas y fue escalando posiciones rápidamente dentro del escalafón militar. Pronto la aviación le atrajo, y contra los deseos de la familia, se unió a la Luftwaffe, entrando en servicio en 1938. En una carta escrita a sus padres, les comentó que sería capaz de cumplir las expectativas puestas en él como piloto de igual manera que si hubiera estado en un regimiento de caballería. Sin tener que recurrir a sus lazos familiares y amigos de sus padres, y por supuesto a sus recursos económicos, se propuso ingresar cuanto antes en la escuela de aviación, antes de que sus padres se enteraran y echaran por tierra sus planes.

Fue aceptado en la escuela de aviación de Braunchweig, donde aprendió a volar. Durante las campañas de Francia e Inglaterra, participó en diversas misiones de combate como co-piloto y encargado del armamento.Durante el invierno de 1940 a 1941, el príncipe, ya como veterano, regresó a la escuela de pilotos y aprobó un examen para volar a ciegas (sin aparatos que guíen el vuelo). Después de aquello, Wittgenstein marchó al Frente del Este para tomar parte en la Operación Barbarroja y realizó más de 150 misiones de combate contra los soviéticos. En enero de 1942, se presentó voluntario para unirse a la unidad de cazas de combates nocturnos, un destino considerado poco prestigioso para un piloto de su categoría. Una posible explicación de que Wittgenstein se uniera a esta unidad, considerada de segunda categoría, tal vez se deba a su disconformidad de bombardear a la población civil, otra posible razón fuera que él sintiera una fuerte repulsión ante los ataques de los aliados contra la población germana, por lo que decidiera tomar cartas en el asunto luchando directamente contra pilotos que no dudaban en masacrar ciudades enteras.Su primera victoria con su nueva unidad fue contra un avión Bristol de la RAF sobre Blenheim en la noche de 6 al 7 de mayo de 1942. Fue muy pronto ascendido a Hauptmann (Capitán). El 7 de octubre de 1942, después de acumular 22 victorias, le fue concedida la Cruz de Caballero. El 3 de agosto de 1943, recibía las Hojas de Robles para su Cruz de Caballero tras abatir a 54 enemigos. Posteriormente marchó con su unidad de cazas nocturnos IV/NJG 5 a luchar contra los rusos, y comenzó a conseguir victoria tras victoria. Un poco más tarde volvió al frente del Oeste a luchar contra los ingleses en la batalla del Ruhr, consiguiendo más de 25 objetivos, logrando así una sólida reputación de "as". Wittgenstein era un modelo a seguir como oficial y piloto, alejándose mucho del estereotipo de oficial de origen noble, orgulloso, distante y hermético. Él era totalmente diferente. Era ambicioso y obsesivo hasta casi rayar el extremo. Era muy competidor, reminiscencias de su juventud y su afán de superación, sobre todo con su compañero Helmut Lent, con el cual competía por conseguir un mayor número de victorias. Sus compañeros siempre le consideraron un aristócrata con un alto sentido del deber, y responsable de defender su país hasta las últimas consecuencias. Era un noble, pero no un nazi. Luchaba por su país y familia, porque esta hundía sus raíces casi quinientos años en la historia de Alemania.Consiguió el mando de la 2ª unidad de cazas nocturnos (NJG-2) en enero de 1944, pero desafortunadamente su mando fue efímero, dado que murió en combate la noche del 21 de enero de 1944. Una vez más, y como no podía ser de otra forma, se le concedieron las Espadas para su Cruz de Caballero a título póstumo.

Según la historiadora Tatjana Metternich, Wittgenstein quiso matar a Hitler en el momento en el que el propio Hitler le iba a condecorar con la Cruz de Caballero, utilizando su arma reglamentaría, aunque no pudo llegar a cabo su magnicidio porque le obligaron a desprenderse de la misma antes de ser recibido por el Fürher. Con todo, a pesar de lo que pueda decir Metternich al respecto, no se puede probar de manera contundente esta anécdota y pertenece al mundo de las suposiciones. Heinrich acumuló 83 victorias (29 derribos soviéticos y 54 sobre aviones aliados), consiguiendo convertirse en el tercer mejor as de cazas nocturnos.
 

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Werner Baake un auténtico oficial alemán

Nació el 1 de noviembre de 1918 en Nordhausen. El 21 de noviembre Baake fue trasladado al Gruppe I de NJG 1 en Gilze-Rijn/Holland. En la noche del 11 de junio de 1943 derribó a sus dos primeros enemigos. En agosto de 1943 pertenecía al Gruppe operativo en Venlo y aumentó su cuenta de victorias al final del año a veintitrés aviones enemigos. El 22 de enero de 1944 se convirtió en el comandante del escuadrón de la 2ª Staffel y en la noche del 27 al 28 de enero de 1944 consigue su 24ª victoria al derribar de manera magistral un bombardero Lancaster de la RAF cerca de la presa de Urft pilotando un avión Messerschmitt 110 G-4.
Cuando obtuvo su 33ª victoria fue premiado con el ascenso a Primer Teniente, y para el 27 de julio de 1944 ya había sido condecorado con la Cruz de Caballero. El 2 de octubre de 1944 toma el mando del Gruppe I al ser su superior, Paul Foerster, derribado el 1 de octubre, mando que no perderá hasta el final de la guerra, siento el último comandante del Gruppe I. Consigue sus victorias más famosas en este periodo, junto a su operador de radio, más adelante ascendido a Sargento, Bettaque. Entre los éxitos de Baake destacan el derribo en una noche de un bombardero bimotor, un Mosquito 52, y un bimotor 9-Se-219-A.

Terminada la guerra, Baake trabajó como piloto de Lufthansa, hasta que falleció en un accidente el 15 de julio de 1964. Su amigo, Martin Drewes, en el boletín informativo de la ODR en el invierno de 1964, diría de él lo siguiente:

«Era un hombre que encarnó su profesión con entusiasmo, de hecho,
era un verdadero oficial de la Fuerza Aérea. El vuelo era para él la vida,
su carrera fue su vocación. Ahora, Dios le ha bendecido con una vida plena…»
 
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