Acciones varias de las distintas guerras

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Buzos hallan un submarino portaminas alemán en el mar del Norte


Screenshot folkebladetlemvig.dk
Un grupo de buzos de Dinamarca ha descubierto un submarino de la Primera Guerra Mundial en el fondo del mar del Norte. Lo han identificado como el minador U78 de la Marina Imperial de Alemania, construido en 1916.
El periódico danés 'Lemvig Folkebladet' estableció que el sumergible alemán, con unos 40 tripulantes a bordo, participó en los combates por el dominio del Atlántico. Fue alcanzado por un torpedo lanzado por los británicos y hundido en octubre de 1918, ya en los estertores de la guerra.
"Probablemente es uno de los últimos submarinos que se pueden encontrar en estas aguas", dijo al rotativo uno de los buzos que descubrió las costilla metálicas de la nave durante una reciente inmersión. Precisó que el submarino yace cerca de un escollo perteneciente a Dinamarca.
SEPA MÁS: RT estrena una grabación única de naves y aviones hundidos
Las autoridades han programado extraer del mar este verano el aparato hundido. El Museo de Guerra de la localidad danesa de Thyboron quiere exponerlo como parte de su colección permanente.
http://actualidad.rt.com/actualidad/174950-buzos-submarino-hallazgo-dinamarca-museo
 

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El escuadrón perdido


En la mañana del 15 de julio de 1942, desde una base secreta del ejército de los EEUU en Groenlandia, seis aviones de combate P-38 “Relámpago” y dos gigantescos bombarderos B-17 “Fortaleza Volante” despegan con destino a Gran Bretaña para unirse a la guerra contra Hitler. Una vez sobre los hielos polares, el escuadrón se topa con una terrible tempestad. Da la vuelta pero la situación en la base es aún peor, así que tampoco pueden regresar.
Transcurren noventa minutos de tensa espera, volando a ciegas en mitad de la tormenta, hasta que el escuadrón encuentra un claro entre las nubes. Apenas les queda combustible para veinte minutos más. Su única esperanza es aterrizar sobre el hielo de Groenlandia; no saben dónde se encuentran, únicamente que están a dos horas de vuelo del aeropuerto más cercano.

Uno tras otro, los seis “Relámpagos” prueban suerte sin saber si la espesura del hielo aguantará su peso. Aterrizan sin desplegar el tren de aterrizaje, caen sobre la panza y se deslizan en la nieve con alguna dificultad, aunque nadie resulta herido. Los dos bombarderos B-17 aguantan en el aire durante cuarenta minutos más, deben descargar todo el combustible hasta que el peso sea mínimo y disminuya el riesgo de quebrar el hielo. Una hora más tarde, tras una difícil maniobra, los dos bombarderos se encuentran junto a sus compañeros sobre el hielo de Groenlandia.
Los veinticinco hombres, perdidos en mitad de la nada, reúnen sus provisiones y se las ingenian para calentarse con los restos de un motor. Después de tres días incomunicados, a temperaturas bajo cero, llega un mensaje de morse desde la base confirmando su posición. Aún deben aguantar siete días más, hasta que un equipo de rescate aparece en el horizonte. Es un grupo de soldados aliados que han atravesado el hielo con trineos y perros hasta encontrarles. La mañana del 25 de julio de 1942, los componentes del escuadrón parten dejando los aviones en el mismo lugar perdido de Groenlandia donde han aterrizado.
En los años siguientes a la II Guerra Mundial, pocas personas se acordaron ocasionalmente del legendario ‘Escuadrón Perdido’ de 1942, y no fue hasta 1980 que alguien pensó en una misión de rescate. El comerciante de aviones estadounidense Patrick Epps le dijo a su amigo, el arquitecto Richard Taylor, que los aviones estarían como nuevos. “Todo lo que tenemos que hacer es quitar la nieve de las alas, abastecerlos de combustible, levantarlos y volarlos hacia el poniente. Así de fácil”.

Un caza P-38 hallado bajo 75 metros de hielo, “La chica del glaciar”
Pero no fue así de fácil. Costó muchos años, mucho dinero y varias expediciones fallidas hasta que tuvieron el primer indicio real. Los investigadores quedaron estupefactos al comprobar, tras introducir durante meses el tubo de sondeo, que los aviones se encontraban a 75 metros de profundidad.
En apenas 50 años, se había formado sobre ellos una fabulosa capa de hielo. Taylor y Epps volvieron en 1990 con un aparato llamado “super-ardillla”, que bombeaba agua caliente al excavar. Encontraron los B-17 y algunos “Relámpagos” que habían quedado en simple chatarra. Finalmente, en 1992, después de muchas semanas, lograron recuperar uno de los cazas menos dañados y trasladarlo a EEUU, donde hoy, tras una concienzuda restauración, vuela con el nombre de “Glacier Girl” (la chica del glaciar).
Por cierto, los aviones fueron encontrados bajo el hielo en la posición exacta en que aterrizaron, salvo que se habían desplazado (por la corriente glaciar) más de tres kilómetros desde su ubicación original
http://www.hipermegared.net/2008/10/18/el-escuadron-perdido/#more-967
 

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Hablan las 860.000 alemanas víctimas de abusos de los aliados
'Yo, la hija del enemigo'
  • 'Éramos el recuerdo vivo de la vergüenza', dice Ute, 69 años, hija de un oficial americano
  • Mi madre era la **** de Tommy y a mí me llamaban el mono', recuerda Horst, con 67 años
  • Al menos 200.000 niños nacieron de soldados occidentales, y 300.000 de rusos

Ute Baur-Timmerbrink junto a su madre.


Se llama Ute, nació en los meses posteriores al final de la II Guerra Mundial y creció sin saber quién era su verdadero padre. Es una de los denominados niños de ocupación, fruto de las violaciones o del sexo fugaz entre los soldados de las tropas aliadas y las mujeres del bando perdedor. "Éramos el recuerdo vivo de la humillación y de la vergüenza", dice, "sobre nuestras madres siempre permaneció el desprecio y la sospecha. Y nosotros no entendimos nada hasta muchos años después", explica, todavía afanada, a sus 69 años, en comprender una niñez marcada por el desamor y la sospecha.
A medida que el Tercer Reich se desmoronaba y la II Guerra Mundial avanzaba hacia su final, las tropas de ocupación se hicieron con el territorio y clavaron la bandera con especial saña en las mujeres alemanas y austriacas. Los soldados aliados perpetraron impunemente 860.000 violaciones, según ha documentado recientemente la historiadora Miriam Gebhardt. Imposible contabilizar, además, las relaciones sexuales a cambio de pan o chocolate, en un contexto de hambre desesperada de muchas familias. Quizá, en el mejor de los casos, algunos de ellos llegaron a tomarle cariño a una novia alemana a la que olvidaron tras volver a casa. Y fruto del paso de aquellas tropas por suelo alemán nacieron en 1945 y 1946 cientos de miles de niños criados entre el desprecio y el tabú.
"Mi madre nunca me lo contó, pero siempre sospeché que algo no concordaba, que algo no encajaba en mi familia. Era evidente que mi padre me trataba diferente a como el resto de los padres trataban a sus hijos, pero yo no sabía por qué", relata hoy, todavía conteniendo la emoción, Ute Baur-Timmerbrink, que sólo conoció su verdadero origen cuando cumplió 52 años. "Tras la guerra, mi padre austríaco estuvo meses retenido en un campo de prisioneros y durante ese tiempo sucedió lo de mi padre americano", intenta hilvanar su historia, "y cuando por fin fue liberado y pudo regresar a casa se encontró conmigo, tuvo que confrontar el hecho: yo, la hija del enemigo".
Los padres austríacos de Ute no le dijeron nunca nada acerca de aquel oficial estadounidense en cuya casa había estado trabajando como sirvienta su madre, durante los meses de ocupación. Sobre aquella circunstancia se instaló un pesado silencio que nadie rompía a las claras, ni familiares, ni vecinos ni en la escuela. "Los otros chicos me trataban mal, me apartaban y se burlaban, pero yo pensaba que era por mí. No tenía idea de qué era lo que ocasionaba todo aquello", dice, entresacando recuerdos de una rutina escolar que dejaría en pequeñez insignificante lo que hoy entendemos por moobing .
"Teníamos que decir nuestro apellido y cuando me tocaba el turno se reían y volvían a preguntarme", recuerda, entrecerrando los ojos. "No, di el nombre de tu padre, insistían una y otra vez. Y yo tuve una salida pueril, contesté que no tenía apellido y que no tenía padre. Entonces intervino el profesor y dijo con mucha sorna que eso no podía ser, que todos tenemos un padre y sólo uno. Hubo una carcajada general. Yo no lo entendía, pero a pesar de ello me hirió profundamente".
Cuando cumplió 52 años, Ute recibió la llamada telefónica de la hija de una amiga de su madre y llevó la conversación hacia el asunto que le roía por dentro desde la infancia, aquella sospecha que había ido cobrando forma con la edad y sobre la que sus padres, ya fallecidos, se habían negado siempre a hacer ningún comentario. "Ella lo negó todo, incluso insinuó que eran imaginaciones mías, pero por la noche volvió a llamarme y, llorando, lo reconoció", describe el momento en que supo en realidad quién era. "Lo sabíamos todos menos tú, me dijo".
A raíz de aquella conversación, Ute fue horneando interiormente el proyecto de dar con su verdadero padre en EEUU. Dado que se trataba de un oficial, le llevó solamente unos meses averiguar su nombre y la dirección actual. "Primero dijo que no recordaba a mi madre, después lo reconoció y hemos llegado a intercambiar cartas. No es un padre, tal y como yo entiendo, pero al menos le he hecho saber mi existencia", describe la relación. "Él hizo allí su vida, se casó y tuvo otros hijos, por lo que mi aparición era incómoda después de tanto tiempo", trata de justificarlo tras admitir que, cuando ella le propuso viajar a Norteamérica para conocerse personalmente, las cartas se espaciaron y la relación se enfrió.
Ute Baur-Timmerbrink ha ayudado a muchos otros de los denominados niños de la ocupación a intentar encontrar a su auténtico padre. Y para ello ha tenido que romper con el tabú que aún reina en la sociedad alemana, 70 años después de finalizar la II Guerra Mundial. "Somos cientos de miles, pero aun así no es un asunto del que quiera hablar la opinión pública, que siempre ha preferido el silencio", reprocha. "Y no sólo aquí. También he llegado a conocer casos en Polonia, en Grecia..., incluso en España hay quién se pregunta quién fue ese padre de la Legión Cóndor que estuvo allí al principio de la Guerra Civil", sugiere.
No hay cifras oficiales. A través de una red de búsqueda que se aglutina en torno a la web GI Trace y que se reúne en el foro Born of war international network, Ute ha tenido la oportunidad de contactar con muchos de aquellos niños y de hacerse una idea de la magnitud del fenómeno. Calcula que hay al menos 200.000 niños nacidos en la parte de Alemania controlada por los Aliados occidentales, a los que habría que sumar unos 300.000 hijos de soldados del ejército soviético. El historiador Ilko Sacha Kowalczuk, que calcula efectivamente 300.000 embarazos fruto de violaciones por parte de los rusos en la Alemania de postguerra, considera sin embargo que el 80% de ellos terminó en aborto.

Horst en 1948. Pudo conocer a su padre verdadero cuando ya era abuelo.
Los niños que sí nacieron han tardado toda una vida en componer su auténtica historia, como en el caso de Ute. "Cuando mi madre murió en 1974, no recibió entierro cristiano y me dijeron que era porque durante la guerra había apostatado, una mentira que removió mi fe religiosa. Y sólo cuando murió mi padre encontré entre sus papeles pruebas de que había pertenecido al partido nazi, a pesar de que en vida me lo había negado reiteradamente. Pero lo que más daño me hizo fueron sus constantes discusiones, cuando yo era todavía muy pequeña, que tenían que ver conmigo pero que no alcanzaba a entender, y relacionadas con aquel eterno reproche de mi padre a mi madre: lo que hiciste en Austria".
En algunos casos, la búsqueda ha terminado con el hallazgo de una familia en el otro extremo del mundo, como la de Horst Emrich, cuya infancia fue un rosario de sufrimiento pero que en los últimos años de su vida ha encontrado un final feliz. "Mi madre era la **** de Tommy y a mí me llamaban el mono", resume los insultos que escuchó a menudo de niño. Tommy era el apodo que se le daba en la Alemania de postguerra a los soldados anglosajones, aunque su padre, Luis Guzmán, era de Puerto Rico.
"Mi madre me sacó adelante sola, cosiendo a cambio de café o patatas, lo que le daban, sin recibir ayuda económica de nadie y despreciada por todos", lamenta. "Era una mujer dulce y muy sacrificada. Me contó que mi padre se había marchado de Alemania sin saber que iba a tener un hijo, y yo siempre me había preguntado si estaría todavía vivo y qué pasaría si tuviera la oportunidad de conocerle".
Uno de sus nietos, que se maneja mucho mejor que él con los ordenadores, realizó el año pasado la búsqueda y obtuvo el contacto de Luz Irma, una hermana cuya existencia ha descubierto Horst a los 67 años. Las primeras conexiones por Skype fueron tan emocionantes como caóticas. Luz Irma sólo habla español, pero por gestos hizo entender a Horst su reconocimiento. El parecido, a simple vista, era extraordinario.
Cuando Horst voló a Puerto Rico para asistir al 92º cumpleaños de su padre, toda la familia Guzmán le estaba esperando en el aeropuerto. La avanzada edad impide hoy a su progenitor dar muchas explicaciones, la cuestión idiomática lo hace aún más difícil, pero el calor del recibimiento ha suplido cualquier explicación y, según él reconoce, ha cambiado su vida para siempre. "La ha cambiado por completo", dice, "ahora siento una paz y una serenidad que nunca antes había sentido. Solamente lloro porque mi madre no viva para ver esto".
La mayoría de las búsquedas, sin embargo, no concluye con éxito porque las madres no denunciaron las violaciones ni registraron a los niños con datos fidedignos. "Siempre por temor a ser repudiadas e incluso por miedo a que las autoridades alemanas o austríacas vinieran un día y se llevasen a su hijo a algún tipo de institución", asegura Ute Baur-Timmerbrink, insistiendo en la confusión sobre su propia identidad que la mayoría de aquellos niños sufrieron por haber crecido atrapados en una telaraña de mentiras.
La existencia de estos niños ha permanecido en silencio desde entonces. Sólo en marzo de 2013 las universidades alemanas de Leipzig y de Greifswald se interesaron por primera vez por ellos y realizaron un estudio a partir 146 casos comprobados. Las conclusiones hablaban de maltrato psicológico generalizado, de marginación y de exclusión social. El grupo presentaba un nivel formativo y de ingresos muy por debajo de la media alemana, posiblemente como consecuencia de haber tenido posibilidades muy reducidas también respecto a la media. Y entre ellos se daba un alto índice de segundos estudios. "La mayoría de nosotros obtuvimos una formación muy precaria y después, con el paso de los años y ya por nuestros propios medios, nos procuramos unos segundos estudios para intentar mejorar nuestra situación laboral", explica Ute.
El estudio también constató desequilibrios psicológicos. Se trata de personas que nunca supieron exactamente si nacieron de una violación, algún tipo de relación de conveniencia o de un amor fugaz en tiempos convulsos. Arrastraron además las heridas psicológicas de sus madres, como muestra el caso de Marlis Gitt.
El 23 de abril de 1945 llegó a la localidad alemana de Frankfurt Oder la división 370 de la 69 armada rusa. El 93% de la ciudad había sido destruida por los bombardeos y los oficiales se instalaron, a falta de otro techo, en las viviendas mejor conservadas. Así fue como el capitán Grischa Gordjenko llegó a la casa de un solo dormitorio en la que se refugiaban la señora Gitt y su hija de 20 años. En marzo de 1946, con un embarazo ya avanzado, la madre de Marlis acudió a la estación de trenes para decir adiós al capitán, al que nunca volvió a ver. Sus reiterados intentos de suicidio marcaron la infancia y juventud de la niña, que hoy sigue preguntándose si hubo una violación o si fue una relación consentida, quizá por la necesidad de protección y por el pan diario que garantizaba un oficial ruso. En todo caso, el ejército soviético tenía normas claras al respecto: cero reconocimientos de paternidad, cero permisos de matrimonio con alemanas.
La madre de Marlis se casaría después con un joven policía. El matrimonio no duró mucho, pero ella creció pensando que aquel era su padre. Al igual que Ute, ha tardado toda una vida en desentrañar el tejido de mentiras y medias verdades sobre su origen y sobre su verdadera identidad, que explica las grandes dificultades que ha arrastrado a lo largo de su vida y que no es otra que el estigma de ser "hija del enemigo".
elmundo.es
 

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El amanecer de la última ofensiva
El historiador británico regresa en su nuevo libro a la II Guerra Mundial para retratar con precisión la batalla de las Ardenas




Un blindado alemán avanza sobre la nieve durante la batalla de las Ardenas. / Cordon Press
Sábado, 16 de diciembre. A las 05.20 horas del 16 de diciembre, diez minutos antes de la hora cero, abrió fuego la artillería del VI Ejército Panzer de Sepp Dietrich. En su afán por librarse del frío helado de la nieve húmeda durante las dieciséis horas de oscuridad la mayor parte de los soldados estadounidenses dormía en las granjas, cabañas de guardabosques, pajares y establos para las vacas diseminados por la zona. No estaba previsto que amaneciera hasta las 08.30. A lo largo de casi todo el frente, al sur del bosque de Monschau, el terreno recordaba al del bosque de Hürtgen, con espesas arboledas, gargantas rocosas, pequeños arroyos, pocos caminos y senderos y cortafuegos saturados de agua, en los que el barro llegaba a alcanzar tal profundidad que resultaban casi intransitables para los vehículos.
Hitler se jugó su última carta en el invierno de 1944 con un feroz ataque sobre el frente occidental
Los comandantes de la artillería alemana, sabiendo que los soldados estadounidenses preferían permanecer a cubierto, apuntaban siempre sus cañones hacia los edificios. A los centinelas les habían dicho que no se quedaran nunca en las casas al lado de la puerta. Debían meterse en un pozo de tirador a corta distancia del edificio para defenderlo en caso de que se produjeran ataques por sorpresa de los alemanes. Al ver aquellos destellos en el horizonte, que semejaban relámpagos de una tormenta de verano, los centinelas corrieron a despertar a los que dormían en el interior. Pero hasta que las bombas no empezaron a estallar a su alrededor, no se produjo el comprensible revuelo de hombres que, dominados por el pánico, intentaban salir de sus sacos de dormir y agarrar de cualquier manera el equipo, el casco y las armas.
Ya antes había habido otros bombardeos extraños, pero aquel era mucho más intenso. Los pocos civiles, que habían recibido autorización para permanecer en la zona de vanguardia para cuidar su ganado, quedaron aterrorizados al ver cómo las bombas incendiaban los pajares repletos de heno y las llamas se extendían rápidamente a sus casas. Incapaces de controlar el fuego, salieron huyendo con sus familias hacia la retaguardia. Algunos resultaron muertos durante el bombardeo. En la pequeña población de Manderfeld, perdieron la vida cinco personas, entre ellos tres niños pequeños.

Ardenas 1944, la última apuesta de hitler. Editorial Crítica. Traducción: Teófilo de Lozoya y Juan Rabasseda. 574 páginas. 27,90 euros (papel), 14, 99 euros (electrónico).
Al sur, en el sector del frente correspondiente al V Ejército Panzer, las baterías de artillería seguían en silencio. Manteuffel no había hecho caso de la insistencia de Hitler en efectuar una preparación artillera prolongada. Consideraba que una barrera de fuego semejante era “un concepto de la I Guerra Mundial y que estaba completamente fuera de lugar en las Ardenas, en vista de lo escasamente guarnecidas que estaban las líneas... Semejante plan no habría sido más que un toque de alarma para las fuerzas estadounidenses y las habría alertado del ataque que vendría a continuación, en cuanto se hiciera de día”. Pocos días antes, Manteuffel se había colado de incógnito detrás de las líneas enemigas para reconocer el profundo valle del río Our y el del río Sauer, en su extremo más meridional. El Sauer era “un obstáculo significativo debido a lo escarpado de sus riberas y los escasos puntos por los que era posible vadearlo”.
Era verdad que se había conseguido el efecto sorpresa, pero lo que realmente necesitaban los alemanes era ímpetu para transformar la sorpresa en miedo paralizante
Preguntó luego a sus soldados y a sus oficiales por los hábitos de los estadounidenses que tenían enfrente. Como los “amis” se retiraban en cuanto anochecía a sus casas y sus pajares, y no volvían a sus posiciones hasta una hora antes de que amaneciera, decidió cruzar el río e infiltrarse en sus líneas sin despertarlos. Hasta que no dio comienzo realmente el ataque su ejército no utilizó reflectores, lanzando sus rayos de luz contra las nubes bajas para crear el efecto de una luna llena artificial. Esto permitió a las vanguardias de su infantería abrirse camino en la oscuridad de los bosques. Mientras tanto, sus batallones de ingenieros habían empezado a tender puentes sobre el río Our, para que pudieran adelantarse sus tres divisiones acorazadas, la 116ª, la 2ª y la Panzer Lehr.
Del modo taxativo que era habitual en él, Hitler había establecido que las divisiones de infantería efectuaran el avance de tal modo que las valiosísimas divisiones panzer llegaran intactas a los puentes del Mosa. Los primeros informes que llegaron al Adlerhorst no pudieron ser más halagüeños. Jodl comunicó a Hitler “que se ha conseguido una sorpresa total”. Era verdad que se había conseguido el efecto sorpresa, pero lo que realmente necesitaban los alemanes era ímpetu para transformar la sorpresa en miedo paralizante. Algunos soldados estadounidenses perdieron la cabeza e intentaron salvarse como pudieran. En muchos casos, los civiles, aterrados, les suplicaron que les permitieran acompañarlos. Por otra parte, algunos integrantes de la minoría de lengua alemana que seguía siendo leal al Reich contemplaban aquellas escenas de caos con satisfacción mal disimulada. “Si en algunos lugares dominó el pánico —informaba un oficial de la 99ª División—, en otros pudo verse un valor supremo”. Esos gestos de valor extraordinario ralentizarían la ofensiva alemana con unas consecuencias trascendentales.
elpais.es
 

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Miembros del Ejército cuidan a un perro que fue herido durante los combates. Cabe destacar que se desconoce la cantidad de animales que resultaron heridos durante el conflicto, pero se asume que muchos murieron debido a los bombardeos que hubo.
 

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Un soldado alemán tras ser capturado

El soldado alemán luego de haber sido capturado.


Un soldado alemán es capturado y escoltado por un militar ruso. No se sabe dónde fue tomada esta foto, pero se calcula que fue durante la batalla de Stalingrado, la cual ocurrió entre el 23 de agosto de 1942 y el 2 de febrero de 1943. El enfrentamiento dejó 108.000 prisioneros alemanes.
 

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Un avión al principio del conflicto

Un avión defectuoso es revisado.


Muchos aviones que se utilizaron durante la Segunda Guerra Mundial utilizaban tecnología de la Primera Guerra Mundial. En la imagen se observa un aeroplano impulsado por hélice que está dañado y es revisado por varios miembros del Ejército.
 

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Soldados descansando

Dos soldados norteamericanos descansan en Francia.


Luego de que los Aliados recuperaran París, tras la histórica invasión de Normandía, los soldados franceses, estadounidenses e ingleses avanzaron hacia el norte para ingresar a Alemania. En la imagen, dos soldados estadounidenses descansan a la par de unos niños franceses.
 

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Destrucción en las ciudades

Grandes ciudades europeas quedaron destruidas.


Militares ingresan a una ciudad que quedó destruida completamente tras los bombardeos en su contra. Los escombros dificultaban mucho el ingreso al lugar, en donde después de las explosiones aún se libraban los combates. Los países europeos tardaron muchos años en reconstruir las ciudades que quedaron destruidas.
 

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La Torre Eiffel alemana

La Torre Eiffel también fue conquistada por los alemanes.


La Torre Eiffel también fue conquistada por los alemanes tras la invasión que hicieron enFrancia. En la imagen se observa que sobre el monumento francés se escribieron las letras:Deutschland siegt auf allen fronten, que significa “Alemania es victorioso en todos los frentes
 

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Los tiburones voladores

Los aviones fueron pintados durante la Segunda Guerra Mundial.


Imagen de varios aviones que volaban durante la Segunda Guerra Mundial pintados comotiburones. Cabe mencionar que la tradición de pintar los aeroplanos inició durante la Primera Guerra Mundial, uno de los pilotos más conocidos en este sentido es el Barón Rojo.
 

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Prisioneros alemanes

Imagen de los prisioneros alemanes.


Luego de ganar la guerra muchos alemanes fueron capturados, de hecho se confirmaron muchos casos de militares que se quitaron la vida para evitar ser prisioneros. En la imagen se puede ver a muchos soldados de la Schutzstaffel (SS) luego de haber sido encarcelados por los ejércitos Aliados.
 

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Explosión en una ciudad

Una ciudad europea durante un bombardeo.


Un fotógrafo captó el momento en el que una ciudad europea es bombardeada durante laSegunda Guerra Mundial. En la imagen se observa la fuerte iluminación que ocasionaba cada explosión. Actualmente se desconoce qué ciudad era la que estaba siendo atacada.
 

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Soldado descansando

Un soldado descansa tras un combate.


Esta imagen, que fue repintada años después, fue tomada en los primeros años de la Segunda Guerra Mundial. El soldado está descansando luego de haber estado en un combate. En nuestros días se desconoce la identidad del militar.
 

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Agente de la SS

Un agente de la SS tras enterarse de la invasión a Berlín.


Luego de los múltiples intentos fallidos de Alemania por invadir Moscú, la Unión Soviética logró invadir Berlín. Pocas semanas más tarde Hitler se suicidaría en su búnker, un hecho que marcaría el fin de la guerra. Este agente de la SS reacciona tras enterarse de la invasión en la capital alemana.
 

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Una mirilla a través de la cual los guardias y los invitados pudieron acompañar la agonía de las personas que murieron en una cámara de gas en Mauthausen
 

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Descubren las crueles torturas que los americanos cometieron contra los nazis en Dachau

La carta de un médico presente en la liberación del campo ha desvelado la barbarie que se desató contra los miembros de las SS

AFP
Los soldados estadounidenses, tras la liberación del campo, supervisan a varios prisioneros mientras éstos cargan cadáveres
Este 2015 está siendo un año de tristes aniversarios en lo que a campos de concentración se refiere-. No es para menos pues, hace más de siete décadas, los soldados aliados liberaron una ingente cantidad de centros de exterminio donde los crueles soldados de las SS habían sometido a todo tipo de torturas a miles y miles de presos de todo el mundo (entre ellos, españoles).
No obstante, la llegada de los norteamericanos y soviéticos a estos recintos trajo consigo también una ola de barbarie ya que, traumatizados al ver los montones de cadáveres famélicos que se agolpaban en su interior y las pésimas condiciones de vida de los reos, asesinaron a sangre fría a varios centenares de nazis que no habían huído del lugar.
Se desconoce cuántos nazis fueron asesinados en Dachau
Eso, precisamente, fue lo que sucedió en el campo de Dachau (ubicado cerca de Munich) una vez que fue liberado el 30 de abril de 1945 por la 20ª División Blindada y la 45ª de Infantería del VII Ejército de los Estados Unidos. Y es que, en las jornadas posteriores los soldados estadounidenses se tomaron la justicia por su mano y torturaron cruelmente -y de multitud de formas- a los guardias de las SS. Algunas de ellas fueron tan horribles como arrojarles agua helada por encima y obligarles a hacer el saludo nazi durante horas para, finalmente, ejecutarles.
Estas prácticas aliadas han sido descubiertas, 70 años después, gracias a las cartas perdidas que el capitán del ejército norteamericano David Wilsey (un anestesista de 30 años de edad) envió a su mujer Emily el 8 de mayo de 1945. En ellas, el soldado afirma que vio como sus compañeros maltrataban y acababan con la vida de los germanos que se habían quedado en el campo para controlar a los presos. ¿La razón? En palabras suyas, «porque se merecían ser sacrificados».
Las misivas, que han salido a la luz gracias al diario «New Republic», han mostrado además lo lejos que puede llegar la venganza y el odio.
Un anestesista en el ejército
El capitán Wilsey fue uno de los miles de soldados estadounidenses y británicos que, tras el Desembarco de Normandía, avanzaron hacia Alemania con el objetivo de liberar a Europa del yugo nazi. En ese camino, se forjó un currículum intachable al intervenir en más de 5.000 procedimientos médicos, lo que le llevó a ganar una estrella de bronce.
Sin embargo, y aunque este combatiente convivía con la muerte y el dolor a diario (en un caso tuvo que salvar la vida a un pequeño que había pisado una mina y tenía una buena parte de su cuerpo destrozado), se quedó impactado al entrar en Dachau.
Y es que, una vez que atravesó la verja del campo de concentración, vio con sus propios ojos decenas de pilas de cadáveres esqueléticos que a los nazis no les había dado tiempo a quemar en los hornos. La barbarie conmocionó de tal forma a sus compañeros que, en las jornadas siguientes, se sucedió una ingente masacre de soldados alemanes (algo que quedó documentado y reconocido por su gobierno posteriormente y que costó a muchos oficiales su expulsión del ejército).
Sin embargo, hasta ahora no se conocían algunas de las torturas más crueles, las cueles han sido descubiertas gracias a las cartas de Wilsey. «Vi como capturaban a un soldado de las SS que habían torturado [las tropas americanas] y luego le dispararon con frialdad. Dios me perdone, pero lo vi sin que la emoción me perturbara después de saber las acciones que las bestias de las SS habían realizado», determina la misiva.
Para saber más: Veinte formas de vivir y morir en Mauthausen
En la misma carta, el capitán señala como los americanos obligaron a los miembros de las SS a hacer el saludo nazi con el brazo levantado durante horas e, incluso, les arrojaron agua helada después de desnudarles para luego acabar con ellos a tiros. En otra ocasión, afirma también que los americanos alinearon a 50 soldados alemanes y les ametrallaron sin previo aviso. Todo aquello le trajo consecuencias psicológicas tras la contienda.
A su vez, el norteamericano explica en los folios que todas aquellas tropelías eran aplaudidas e imitadas por los presos supervivientes, los cuales asesinaron a muchos miembros de las SS que les habían maltratado años atrás. «Una vez, un preso que había intentado escaparse fue atado por un miembro de las SS a un poste y, posteriormente, tres Dóbermans hambrientos fueron lanzados contra él. Le arrancaron la carne de los muslos y las tripas. Cientos de presos los vieron en posición de firmes. Lo primero que hicieron los presos tras la liberación del campo fue disparar a los perros y al adiestrador», señala el miltar en su misiva.

Presos en Dachau, tras la liberación del campo
EPA
Un capítulo aparte merece la mención que hace a los saqueos, pues explica que se generalizaron en todo el campo. Él, de hecho, robó un par de gemelos, así como banderas nazis y joyas que halló en el lugar para llevarlos a su casa como recuerdos. Aunque a día de hoy se desconoce dónde guardaban los alemanes esos utensilios, se supone que se los habían arrebatado a los presos del campo.
La barbarie contra las tropas alemanas del campo fue tal que algunos soldados americanos tuvieron que detener a sus compañeros para que no se rebajaran al nivel de los nazis. Eso fue lo que le sucedió con un comandante que, tras acabar con cuatro germanos, siguió disparando a sus cuerpos ya fallecidos durante minutos. Su histeria era tan palpable que un coronel tuvo que darle un culatazo para hacerle perder el sentido y que se tranquilizase.
ABC.es
 

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2013: TIGER IN THE TANK – Historians Find Body Of German War Hero Kurt Knispel
Apr 20, 2014

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The remains of a German soldier regarded as the world’s greatest ever tank ace have been found in a grave the Czech Republic.

The remains of Kurt Knispel – who was the tank warfare equivalent of what the Red Baron was to flight – were found by historians at the Moravian Museum in Vrbovec lying in an unmarked grave for German soldiers at a cemetery in Znojemsko.

After completing his apprenticeship in an automobile factory in 1940, Knispel applied to join the armoured branch of the German Army and was sent in to battle aged 20 in 1941.

With 168 confirmed and 195 unconfirmed kills Knispel was by far the most successful tank ace of the Second World War, even knocking out a T-34 at 3,000 metres. He fought in virtually every type of German tank as loader, gunner and commander, and was awarded the Iron Cross, First Class, after destroying his fiftieth enemy tank and the Tank Assault Badge in Gold after more than 100 tank battles.

When Knispel had destroyed 126 enemy tanks (with another 20 unconfirmed kills), he was awarded the German Cross in Gold. He became the only non-commissioned officer of the German tank arm to be named in a Wehrmacht communique. As the commander of a Tiger I and then a Tiger II, Knispel destroyed another 42 enemy tanks.



Though he was recommended for it four times, Knispel never received the coveted Knight’s Cross, a standard award for most other World War II German tank aces. But he was not keen for honours, and when there were conflicting claims for a destroyed enemy tank, Knispel always stepped back, always willing to credit success to someone else.

Knispel’s slow promotion is attributed to several conflicts with higher Nazi authorities and he once assaulted a senior officer whom he saw mistreating Soviet POWs.

He also had longer than allowed hair and a beard and a tattoo – the latter that was used to identify him when his body was found in an unmarked grave on the Czech-Austrian border.

Museum spokesman Eva Pankova said: “He was eventually identified by the a military tattoo on his neck.

“His remains will now be placed at the Central Cemetery of Honour.”
 
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