LA LIMPIEZA HA COMENZADO: Comey Acusado, Soros en la Mira y el Estado Profundo en Colapso
La acusación contra James Comey, exdirector del FBI, es mucho más que la justicia finalmente actuando: es un punto de inflexión. Representa el inicio de un verdadero proceso de desmantelamiento del sector público estadounidense, que durante décadas ha sido secuestrado por la izquierda para censurar y perseguir a los conservadores.
Cuando Donald Trump ganó las elecciones de 2016, el estado profundo reaccionó de inmediato. Utilizó todo el aparato institucional construido durante décadas para intentar derrocar al presidente y sofocar el movimiento populista, todo bajo el pretexto de "proteger la democracia".
La narrativa de la "colusión rusa" fue la pieza central de esta estrategia. Crearon una mentira para justificar una superestructura de censura: las universidades comenzaron a proporcionar la "base científica" para suprimir opiniones contrarias al establishment, mientras que los laboratorios de "investigación" y las agencias de verificación de datos se convirtieron en verdaderos Ministerios de la Verdad, con la ayuda de las grandes tecnológicas. La prensa, igualmente cooptada, mantuvo una campaña sistemática de desprestigio contra Trump y los conservadores, ocultando la corrupción moral y financiera de la izquierda.
El Departamento de Justicia, el FBI, la NSA y la CIA fueron utilizados como armas judiciales y de inteligencia para perseguir a los opositores. La investigación sobre la "colusión rusa" se centró en decenas de personas vinculadas al primer gobierno de Trump y le ató las manos.
La pandemia encajó a la perfección con este proyecto autoritario. Sirvió de justificación para ampliar poderes, consolidar mecanismos de manipulación y legitimar las elecciones de 2020, las más manipuladas en la historia de Estados Unidos. Un candidato en un estado claramente debilitado fue ascendido a la Casa Blanca para servir como la cara moderada de un gobierno extremista y totalitario.
La revuelta popular contra estas maniobras sucias estalló el 6 de enero y se utilizó inmediatamente como pretexto para intensificar la represión. El sistema llegó incluso a perseguir al propio expresidente, utilizando fiscales radicales y jueces militantes, en una completa subversión de la justicia.
Sin embargo, la República estadounidense resistió. A diferencia de Brasil, no fue completamente capturada por el establishment autoritario. Incluso bajo una campaña de odio y desprestigio sin precedentes, Trump siguió siendo competitivo y aprendió la lección: ahora, en su segundo mandato, está haciendo lo que debería haber hecho desde el principio: desmantelar el aparato estatal.
La acusación contra James Comey es un paso crucial tras el anuncio de la investigación sobre George Soros, el mayor financista del caos global, incluyendo su apoyo a grupos radicales de Antifa, finalmente clasificados como organizaciones terroristas por la administración Trump. No es casualidad que intentaran arrestar a Trump y, al fracasar, intentaran asesinarlo al menos dos veces. Representa la mayor amenaza para el proyecto totalitario globalista que ha estado corroyendo a Occidente.
La acusación contra James Comey, exdirector del FBI, es mucho más que la justicia finalmente actuando: es un punto de inflexión. Representa el inicio de un verdadero proceso de desmantelamiento del sector público estadounidense, que durante décadas ha sido secuestrado por la izquierda para censurar y perseguir a los conservadores.
Cuando Donald Trump ganó las elecciones de 2016, el estado profundo reaccionó de inmediato. Utilizó todo el aparato institucional construido durante décadas para intentar derrocar al presidente y sofocar el movimiento populista, todo bajo el pretexto de "proteger la democracia".
La narrativa de la "colusión rusa" fue la pieza central de esta estrategia. Crearon una mentira para justificar una superestructura de censura: las universidades comenzaron a proporcionar la "base científica" para suprimir opiniones contrarias al establishment, mientras que los laboratorios de "investigación" y las agencias de verificación de datos se convirtieron en verdaderos Ministerios de la Verdad, con la ayuda de las grandes tecnológicas. La prensa, igualmente cooptada, mantuvo una campaña sistemática de desprestigio contra Trump y los conservadores, ocultando la corrupción moral y financiera de la izquierda.
El Departamento de Justicia, el FBI, la NSA y la CIA fueron utilizados como armas judiciales y de inteligencia para perseguir a los opositores. La investigación sobre la "colusión rusa" se centró en decenas de personas vinculadas al primer gobierno de Trump y le ató las manos.
La pandemia encajó a la perfección con este proyecto autoritario. Sirvió de justificación para ampliar poderes, consolidar mecanismos de manipulación y legitimar las elecciones de 2020, las más manipuladas en la historia de Estados Unidos. Un candidato en un estado claramente debilitado fue ascendido a la Casa Blanca para servir como la cara moderada de un gobierno extremista y totalitario.
La revuelta popular contra estas maniobras sucias estalló el 6 de enero y se utilizó inmediatamente como pretexto para intensificar la represión. El sistema llegó incluso a perseguir al propio expresidente, utilizando fiscales radicales y jueces militantes, en una completa subversión de la justicia.
Sin embargo, la República estadounidense resistió. A diferencia de Brasil, no fue completamente capturada por el establishment autoritario. Incluso bajo una campaña de odio y desprestigio sin precedentes, Trump siguió siendo competitivo y aprendió la lección: ahora, en su segundo mandato, está haciendo lo que debería haber hecho desde el principio: desmantelar el aparato estatal.
La acusación contra James Comey es un paso crucial tras el anuncio de la investigación sobre George Soros, el mayor financista del caos global, incluyendo su apoyo a grupos radicales de Antifa, finalmente clasificados como organizaciones terroristas por la administración Trump. No es casualidad que intentaran arrestar a Trump y, al fracasar, intentaran asesinarlo al menos dos veces. Representa la mayor amenaza para el proyecto totalitario globalista que ha estado corroyendo a Occidente.