Lo que ocurrió, ya sea ayer o hoy (según dónde se lea este mensaje), es verdaderamente lamentable. Desde el primer momento se advirtió a Zelensky que no debía visitar a Trump; la Cancillería le comunicó, por distintos canales, que no era aconsejable hacerlo, ya que Trump había dejado claro que prefería reunirse primero con Putin. A pesar de esos avisos –incluso se le indicó, en tres ocasiones, que acudiera con la vestimenta apropiada– Zelensky decidió actuar a su manera.
Una vez en Estados Unidos, se reunió en privado con el Senado y mantuvo encuentros cerrados con demócratas, sin que la administración de Trump pareciera tomar medidas correctivas de inmediato. Luego, al presentarse en la Casa Blanca sin respetar el protocolo de etiqueta –faltando al respeto al anfitrión, al “dueño de casa”– se dejó en evidencia una grave falla diplomática. Es un error de novato: en diplomacia existen reglas claras, como ponerse la corbata, sonreír para las cámaras y resolver las diferencias a puertas cerradas. Zelensky, sin embargo, no supo adaptarse al contexto ni a la importancia del entorno en el que se encontraba.
Lo que resulta especialmente crítico es que, en medio de una guerra en la que Ucrania se enfrenta al segundo ejército más poderoso del mundo y necesita urgentemente el apoyo del primero, estas actitudes no solo son mal vistas, sino que pueden tener consecuencias muy graves. Insultar –o, mejor dicho, faltar al respeto– al principal aliado, el único que verdaderamente podría ayudar a salvar la situación, es algo inaceptable. Es como si, en el momento en que se precisa de ayuda, uno le “escupiera” al país que más lo respalda.
La situación se agrava aún más si uno toma en cuenta el panorama diplomático europeo. Mientras en discursos y conferencias se emiten mensajes de solidaridad –la Unión Europea, líderes como Josep Borrell, y otros de países como España, Francia, Alemania, Polonia, entre otros, proclaman su apoyo a Ucrania–, en la práctica, las acciones concretas son mínimas. Se imponen sanciones simbólicas, se organizan comisiones interminables y se generan miles de decretos, pero no se materializa ese apoyo en forma de tropas, equipamiento o la transferencia de activos económicos congelados que podrían ayudar de verdad a Ucrania.
La ironía es mayúscula: mientras se condena enérgicamente la agresión rusa, algunos países europeos continúan comprándole gas a Rusia. La Unión Europea, ese conjunto de convenios y discursos, carece de “dientes” para actuar con firmeza. Esa retórica grandilocuente contrasta brutalmente con la falta de acción real. En este escenario, Zelensky, al violar los protocolos básicos de la diplomacia, no solo arriesga su imagen personal, sino que debilita la posición de un país que ya está al borde del colapso.
Los xq que más me preocupa es que, mientras se generan discursos y se emiten miles de sanciones, la ayuda concreta –ya sea militar o económica– es escasa. La reciente situación en la Casa Blanca es un claro ejemplo de cómo los errores diplomáticos pueden tener consecuencias desastrosas, afectando no solo la imagen de un líder, sino también la capacidad de Ucrania para obtener el apoyo que tanto necesita en estos momentos críticos.
Pueden cuestionar si Rusia invade y anexa territorios de manera justa o injusta, pero lo que no se puede cuestionar es que es una potencia, al igual que Estados Unidos. Ellos se pasan los convenios según les convenga. ¿O acaso ya nos olvidamos del Memorando de Budapest? ¿Y qué hizo Inglaterra? Nada, porque los ingleses son quienes mejor entienden la diplomacia y saben qué hueso pueden roer y cuál no.
El mundo en el que vivimos no es la armonía de la ONU. Tus convicciones, ideas y posturas, para que sean escuchadas, deben estar respaldadas con dinero, pero sobre todo con un ejército fuerte. Si no consigo por las buenas, lo consigo por las malas. Eso es lo que hacen las potencias. Ucrania no lo es, y Zelensky parece no saber dónde está parado.