EL DIA-D -NUEVO ANIVERSARIO-

Evento fundamental de la Historia Militar contemporanea, supuso el comienzo del fin de los delirios de Adolf Hitler. Siendo hoy 5 de Junio, me pareció interesante refrescar aspectos de los prolegomenos del Dia D. Para ello transcribo el capitulo denominado "La Decision", del libro "El Dia D" de Anthony Beevor.
"....Southwick House es un grandioso edificio de estilo regencia, con una
fachada de estuco y una entrada porticada. A unos ocho kilómetros al
sur, la base naval de Portsmouth y los fondeaderos que se extendían
más allá aparecían repletos de naves de distintos tamaños y tipos: grisáceos
buques de guerra, barcos de transporte y centenares de lanchas
de desembarco, todos ellos amarrados unos a otros. El Día D se había
fijado para el lunes, 5 de junio, y las labores de carga ya habían dado
comienzo.
En tiempos de paz, Southwick habría podido ser perfectamente
el escenario de una de las fiestas de Agatha Christie, pero la Marina
Real británica había tomado posesión de la mansión en 1940. Sus
hermosos jardines de antaño y el bosque con los que éstos limitaban
se veían asolados ahora por la presencia de un sinfín de barracones
para soldados, tiendas de campaña y caminos de ceniza. Era el cuartel
general del almirante sir Bertram Ramsay, comandante en jefe de
las fuerzas navales para la invasión de Europa, así como el puesto de
mando avanzado del SHAEF (Supreme Headquarters AUied
Expedi-tionary Forcé, «Cuartel General Supremo de las Fuerzas
Expedicionarias Aliadas»). Las baterías antiaéreas situadas en las
estribaciones de Portsdown tenían la misión de defender la zona, así
como un arsenal naval a los pies de la montaña, de posibles ataques
de la Luftwaffe.
El sur de Inglaterra había sufrido una ola de calor y la consecuente
sequía. El 29 de mayo se habían alcanzado elevadas temperaturas,
inusuales en esa época del año, pero el equipo meteorológico al servicio
del cuartel general del general Dwight D. Eisenhower enseguida
empezaría a inquietarse. El grupo estaba bajo las órdenes del Dr. James
Stagg, un escocés alto y flaco, de rostro severo y con un acicalado
bigote. Stagg, el máximo experto en meteorología del país en la vida
civil, acababa de ser nombrado capitán de grupo de la RAF con el fin
de que gozara de la autoridad necesaria en un ambiente militar poco
acostumbrado a los intrusos.
Desde abril, Eisenhower había estado probando a Stagg y a su
equipo exigiéndoles previsiones meteorológicas para tres días que debían
consignarse todos los lunes para ser contrastadas posteriormente
con la realidad. El jueves 1 de junio, un día antes del fijado para que
los buques de guerra zarparan de Scapa Flow, en el noroeste de Escocia,
las estaciones meteorológicas indicaron que se estaban formando
áreas de depresión al norte del Atlántico. La marejada en el canal de
la Mancha podía mandar a pique las lanchas de desembarco, por no
hablar del pernicioso efecto que habría podido tener en los soldados
apiñados a bordo de ellas. Las nubes bajas y la mala visibilidad suponían
otra gran amenaza, pues las operaciones de desembarco dependían
de la habilidad de las fuerzas aéreas y navales aliadas para hacer
destruir la artillería y las posiciones defensivas de los alemanes en la
costa. El embarque de los ciento treinta mil efectivos que formaban
la primera tanda de la operación había comenzado y debía concluirse
en dos días.
Stagg sufría en sus carnes la falta de acuerdo entre los departamentos
meteorológicos de británicos y estadounidenses. Ambos recibían
los mismos informes de las estaciones meteorológicas, pero los
análisis que hacían de estos datos uno y otro departamento sencillamente
no coincidían. Incapaz de admitir una cosa así, se vio obligado
a decir al general de división Harold R. Bull, jefe auxiliar del Estado
Mayor de Eisenhower, que «la situación es compleja y difícil».
«¡Por amor de Dios, Stagg!», exclamó iracundo Bull. «Resuélvalo
mañana por la mañana antes de presentarse a la reunión con el
comandante supremo. El general Eisenhower está preocupadísimo.»
Stagg regresó a su barracón, donde desplegó los mapas y volvió a consultar
a los otros departamentos.
Para Eisenhower había otras razones que provocaban ese «nerviosismo
previo al Día D». Aunque aparentemente tranquilo, con aquella
sonrisa franca con la que se dirigía y miraba a todo el mundo, independientemente
de su rango militar, el general fumaba por entonces
hasta cuatro cajetillas diarias de Camel. Encendía un cigarrillo, dejaba
que se consumiera en un cenicero, se levantaba de un salto, daba
vueltas y encendía otro. Ese estado de nerviosismo tampoco se veía
favorecido por la constante ingestión de tazas de café.
Posponer la invasión conllevaba un sinfín de riesgos. No se podía
encerrar a los ciento setenta y cinco mil soldados de las dos primeras
tandas de fuerzas invasoras en sus buques y lanchas de desembarco, en
medio de la marejada, sin que perdieran su espíritu de combate. A los
acorazados y a los convoyes que estaban a punto de bordear la costa
británica para adentrarse en el canal de la Mancha no se les podría hacer
dar la vuelta más de una vez sin que se vieran obligados a repostar.
Y la posibilidad de que los aviones de reconocimiento alemanes los
localizaran habría aumentado peligrosamente.
Mantener el secreto de la operación había sido en todo momento
la principal preocupación. Buena parte de la costa meridional de
Inglaterra estaba literalmente cubierta de campamentos militares
de forma alargada, llamados «salchichas», en los que las tropas de la
invasión permanecían supuestamente aisladas y sin contacto con el
mundo exterior. Sin embargo, numerosos soldados habían conseguido
pasar al otro lado de las alambradas para tomar una última copa en
el pub o encontrarse con sus novias y esposas. La posibilidad de que,
por una razón u otra, se produjeran infiltraciones era muy elevada.
Un general estadounidense de las fuerzas aéreas había sido enviado a
casa de forma deshonrosa por haber revelado la fecha de la Operación
Overlord en el curso de una fiesta en el Claridge. Y ahora había surgido
el temor de que en Fleet Street pudiera notarse la ausencia de los
periodistas británicos que habían sido invitados para acompañar a las
fuerzas invasoras.
Toda Gran Bretaña sabía que la llegada del Día D era inminente,
y también lo sabían los alemanes, pero debía evitarse a toda costa que
el enemigo se enterara de su fecha precisa y de dónde tendría lugar
el ataque. Desde el 17 de abril se había impuesto una estricta censura
en las comunicaciones de los diplomáticos extranjeros, y las salidas
y entradas al país estaban sometidas a rígidos controles. Por fortuna,
los servicios de seguridad británicos habían capturado a todos los
agentes de Berlín que operaban en Gran Bretaña. La mayoría de estos
agentes habían sido «engañados» para que transmitieran información
errónea a sus supervisores. Este sistema llamado «doble equis», controlado
por el Comité XX, tenía por objetivo provocar mucho «ruido»
y confusión como uno de los aspectos fundamentales de la llamada
Operación Fortitude («Fortaleza»). Fortitude fue la medida de diversión
más ambiciosa de la historia de la guerra, un proyecto de mayor
envergadura incluso que la maskirovka que por aquel entonces preparaba
el Ejército Rojo para ocultar el verdadero objetivo de la Operación
Bagration, la ofensiva militar de Stalin para rodear y aplastar en
verano de 1944 el Grupo de Ejércitos Centro de la Wehrmacht en
Bielorrusia.
La Operación Fortitude tenía varias facetas. Fortitude Norte,
con formaciones falsas en Escocia creadas a partir de un «4.° Ejército
Británico», fingía estar preparando un ataque contra Noruega para
mantener en este país a las divisiones alemanas destacadas en él. Fortitude
Sur, la de mayor envergadura, tenía por objetivo hacer creer al
enemigo que cualquier desembarco en Normandía era una medida de
diversión a gran escala para atraer a las reservas alemanas y alejarlas del
paso de Calais. La verdadera invasión se suponía que iba a tener lugar
durante la segunda quincena de julio entre Boulogne y el estuario del
Somme. Un hipotético «I Grupo de Ejército de los Estados Unidos» a
las órdenes del George S. Patton, el general más temido por los alemanes,
se jactaba de contar con once divisiones en el sureste de Inglaterra.
Una serie de aviones de cartón piedra y de tanques hinchables, además
de doscientas cincuenta lanchas de desembarco falsas, contribuían a
crear ese espejismo. Se habían creado formaciones inventadas, como
la 2.a División Aerotransportada británica, junto con otras reales. Para
aumentar el efecto de ese espejismo, dos cuarteles generales militares
ficticios emitían constantemente mensajes por radio.
Uno de los principales agentes dobles que trabajó para los servicios
de inteligencia británicos en el marco de la Operación Fortitude
Sur fue un catalán, Juan Pujol, cuyo nombre en clave era «Garbo».
Junto con su agente de los servicios de seguridad, construyó una red
de veintisiete subagentes totalmente inventados y bombardeó la central
de inteligencia alemana en Madrid con informaciones minuciosamente
preparadas por Londres. Unos quinientos mensajes fueron
emitidos por radio en los meses anteriores al Día D. Esos comunicados
ofrecían una serie de detalles que poco a poco iban tejiendo el
entramado con el que el Comité de la Doble Equis quería persuadir a
los alemanes de que el gran ataque iba a tener lugar más adelante en
el paso de Calais.
También se idearon otras tretas con el fin de impedir que los alemanes
desplazaran a Normandía tropas procedentes de otros lugares
de Francia. La Operación Ironside tenía por objeto dar la sensación
de que dos semanas después de los primeros desembarcos se lanzaría
una segunda invasión en la costa occidental francesa directamente
desde los Estados Unidos y las Azores. Para que los alemanes siguieran
realizando conjeturas al respecto, y para impedir que desplazaran
a Normandía la 11.a División Acorazada, que se encontraba cerca
de Burdeos, una agente destinada en Gran Bretaña, que estaba debidamente
controlada, llamada «Bronx», envió el siguiente mensaje
cifrado a su supervisor alemán en el Banco Espirito Santo de Lisboa:
«Envoyez vite cinquante libres. J'ai besoin pour mon dentiste». Esto
significaba «que en torno al 15 de junio se llevará a cabo una operación
de desembarco en el golfo de Vizcaya». La Luftwaffe, que evidentemente
temía un desembarco en Bretaña, ordenó la destrucción
inmediata de cuatro aeródromos situados cerca de la costa.
Otro plan de diversión, la Operación Copperhead, se puso en marcha a finales
de mayo cuando un actor que guardaba un extraordinario parecido
con el general Montgomery, visitó Gibraltar y Argel, dando a entender
que se preparaba un ataque contra la costa del Mediterráneo.
Bletchley Park, el complejo secreto situado a unos noventa kilómetros
al noroeste de Londres dedicado a descifrar las comunicaciones
enemigas codificadas, adoptó a partir del 22 de mayo un nuevo
sistema de observación para la Operación Overlord. Sus expertos estaban
preparados para descifrar cualquier cosa importante en el momento
en que tuvieran noticia de ella. Gracias a esas interceptaciones
«Ultra», también eran capaces de comprobar el éxito de la desinfor-
mación elaborada por el Plan Fortitude y transmitida por los principales
agentes de la «Doble Equis», a saber, el citado Pujol, Dusko
Popov (alias Triciclo) y Román Garby-Czerniawksi. El 22 de abril se
descifró en Bletchley un comunicado alemán que identificaba al «4.°
Ejército», con su cuartel general cerca de Edimburgo y dos de sus
cuerpos en Stirling y Dundee. Otros mensajes ponían de manifiesto
que los alemanes creían que la División Lowland se estaba equipando
para lanzar un ataque contra Noruega.
Las decodificaciones Ultra revelaron en mayo que los alemanes
habían realizado ejercicios de maniobras antiinvasión, basados en el
supuesto de que los desembarcos aliados iban a tener lugar entre
Os-tende y Boulogne. Finalmente, el 2 de junio, Bletchley consideró
que tenía los suficientes datos para emitir el siguiente comunicado:
«Las pruebas más recientes indican que el enemigo supone que los
aliados ya han finalizado todos los preparativos. Espera que un
primer desembarco tenga lugar en Normandía o en Bretaña, y que a
continuación se materialice el grueso de la operación en el paso de
Calais». Parecía que los alemanes habían mordido el anzuelo
creyéndose a pies juntiñas la información difundida por la Operación
Fortitude.
A primera hora del 2 de junio Eisenhower se subió a una caravana,
oculta en el parque de Southwick bajo redes de camuflaje. La llamaba
«mi carromato de circo», y cuando no estaba en una conferencia o
visitando a las tropas, intentaba relajarse leyendo novelas del oeste y
fumando echado en su camastro.
A las diez de la mañana de ese viernes, en la biblioteca de
Southwick House, Stagg presentó a Eisenhower y a los demás comandantes
en jefe allí reunidos los últimos partes meteorológicos.
Debido a las continuas diferencias entre sus colegas, en particular
los superoptimistas meteorólogos americanos del SHAEF, tuvo que
adoptar una actitud deifica en sus manifestaciones. Stagg sabía perfectamente
que en la reunión de la tarde debía dar una opinión firme
sobre el empeoramiento de las condiciones climatológicas durante el
fin de semana. La decisión de seguir adelante según lo previsto o posponer
el comienzo de la operación debía tomarse de inmediato.
En el curso de aquella reunión, el comandante en jefe del aire, el
mariscal sir Trafford Leigh-Mallory, trazó un plan «para establecer
un cinturón de rutas bombardeadas a través de ciudades y pueblos que
permita evitar o impedir el movimiento de las formaciones enemigas
». Preguntó si tenía libertad de acción, «visto el número de bajas de
civiles que se producirían». Eisenhower manifestó su aprobación por
considerarlo «una necesidad operacional». Se decidió el lanzamiento
de panfletos entre la población francesa para advertirla de lo que se
avecinaba.
La suerte que pudiera correr la población civil francesa era una más
de las muchas inquietudes. Como comandante supremo, Eisenhower
tenía que mantener un equilibrio entre las rivalidades políticas y personales,
sin dejar de imponer su autoridad dentro de la alianza. Caía
bien al mariscal de campo sir Alan Brooke, jefe del Estado Mayor
Imperial, y al general sir Bernard Montgomery, comandante en jefe
del XXI Grupo de Ejército, pero ninguno de estos dos militares británicos
lo tenía en alta consideración como soldado. «No cabe duda
de que Ike está dispuesto a hacer todo lo posible para que británicos y
americanos mantengan unas relaciones fluidas —escribiría Brooke en
su diario—, pero tampoco cabe la menor duda de que no sabe nada de
estrategia y de que no es muy adecuado para el cargo de comandante
supremo por lo que se refiere a la dirección de la guerra.» Al concluir
la contienda, Monty haría uno de sus característicos comentarios lacónicos
y mordaces a propósito de Eisenhower: «Un buen tío, pero
no un soldado»
Ni que decir tiene que esas opiniones eran absolutamente injustas.
Eisenhower demostró poseer un buen criterio en todas las decisiones
clave relacionadas con el desembarco de Normandía, y sus habilidades
diplomáticas lograron mantener unida una frágil coalición.
Esto solo ya supuso una notable hazaña. Más tarde el propio Brooke
reconocería que «la lente del nacionalismo distorsiona la perspectiva
del paisaje estratégico». Y con nadie, ni siquiera con el general
George C. Patton, resultaba tan difícil relacionarse como con Monty,
que trataba a su comandante supremo con poquísimo respeto. En
su primera entrevista llamó la atención a su superior por fumar en su
presencia. Eisenhower era un hombre demasiado grande para tomar
a mal ese tipo de cosas, pero muchos de sus subordinados americanos
pensaron que habría debido mostrarse más duro con el británico.
El general Montgomery, pese a sus innumerables cualidades como
soldado de gran profesionalidad y excelente preparador de tropas, sufría
un narcisismo exacerbado, fruto seguramente de algún tipo de
complejo de inferioridad. En febrero, hablando de su célebre boina,
había hecho el siguiente comentario al secretario privado del rey Jorge
VI: «Mi gorra vale por tres divisiones. Los hombres pueden verla
a lo lejos. Y exclaman, "Allí está Monty", y entonces son capaces de
luchar contra cualquiera». Puede decirse que su autoestima resultaba
incluso cómica, y los americanos no eran los únicos que pensaban que
su reputación había sido hinchada por una prensa británica que lo adoraba.
«Monty —observaría Basil Liddell Hart—, probablemente goce
de mucha más popularidad entre los civiles que entre los soldados.»
Montgomery tenía un talento de actor extraordinario que normalmente
transmitía seguridad a sus hombres, aunque no siempre
obtenía una respuesta apasionada. En febrero, cuando comunicó a los
soldados del cuerpo de infantería ligera de Durham que iban a formar
parte de la primera oleada invasora, se oyeron fuertes murmullos de
queja. Acababan de regresar de combatir en el Mediterráneo, y se les
había concedido sólo un breve permiso para visitar a los suyos. Consideraban
que otras divisiones que no habían salido nunca de las islas
Británicas debían ir en su lugar. «Otra vez esos malditos Durhams»,
fue el comentario con el que reaccionó el general. «Siempre tienen
que ser ellos, esos malditos Durhams.». Cuando Montgomery abandonó
el lugar, se suponía que todos los soldados debían dirigirse a
la carretera para saludarlo al pasar, pero nadie se movió. Esta circunstancia
provocó mucho enfado y bochorno entre los oficiales de graduación superior.
Monty había tomado la determinación de que las tropas de veteranos
sirvieran de estímulo a las divisiones que no habían entrado
en combate, pero esta idea fue recibida con enojo por la mayor parte
de sus hombres del desierto. Habían estado luchando durante cuatro
años en tierras extranjeras y consideraban que ahora les tocaba com-
batir a otros, especialmente a los soldados de aquellas divisiones que
todavía no habían sido enviadas a ninguno de los escenarios del conflicto
armado. Varios regimientos del antiguo 8.° Ejército no habían
tenido la oportunidad de reencontrarse con los suyos en los últimos
seis años, y uno o dos de ellos habían estado fuera de Gran Bretaña
incluso más tiempo. Su enojo y su resentimiento estaban fuertemente
influenciados por los de sus esposas y novias.
La 1.a División de los Estados Unidos, llamada la «Gran Uno
Rojo», también mostró su descontentó cuando fue elegida para abrir
camino en el ataque a una playa, pero su experiencia era imprescindible
para la empresa. Un importante informe de evaluación emitido
el 8 de mayo había considerado «inadecuadas» a prácticamente todas
las demás formaciones americanas destinadas a la invasión.
Los oficiales estadounidenses de mayor rango eran incitados a la acción, y las
últimas semanas de adiestramiento intensivo no fueron desaprovechadas.
Eisenhower se sintió animado ante el espectacular progreso de los hombres, y en su interior, agradecido por la decisión de posponer la invasión de comienzos de mayo a principios de junio.
Había otros asuntos que provocaban tensiones en la estructura de
mandos aliada. El segundo de Eisenhower, el jefe del Aire, mariscal
sir Arthur Tedder, aborrecía a Montgomery, pero a su vez no era en
absoluto del agrado de Winston Churchill. El general Ornar Bradley,
comandante en jefe del l.er Ejército de los Estados Unidos, perteneciente
a una familia humilde de granjeros de Misuri, no tenía un
aspecto muy marcial que digamos, con su «expresión de palurdo» y
con sus gafas propiedad del Estado. Pero Bradley era «pragmático,
ecuánime, aparentemente poco ambicioso, algo torpe, poco dado a
extravagancias y a ostentaciones, y nunca sacaba a nadie de quicio»
Era, además, un comandante astuto, movido por la necesidad de ver
hechas las cosas que había que hacer. En apariencia era respetuoso
con Montgomery, pero no habría podido ser más distinto de él.
Bradley se llevaba muy bien con Eisenhower, pero no compartía
la tolerancia que mostraba su jefe con aquella bomba de relojería que
era George Patton. De hecho, apenas podía ocultar la fuerte descon-
fianza que le suscitaba aquel excéntrico soldado de caballería sureño.
Patton, un hombre temeroso de Dios, célebre por sus blasfemias, disfrutaba
dirigiéndose a sus soldados en términos provocativos: «Ahora
quiero que recordéis», les dijo en una ocasión, «que no ha habido nunca
ningún ****** que haya ganado una guerra muriendo por su país.
Las guerras se ganan haciendo que los otros ***** cabrones mueran
por su país». No cabe duda de que sin el apoyo de Eisenhower en
los momentos críticos, Patton jamás habría tenido la oportunidad de
forjarse un nombre en la campaña que estaba por iniciarse. La habilidad
de Eisenhower para mantener unido un equipo tan disparatado supuso un logro extraordinario.
La disputa más reciente, fruto de los nervios provocados por
el Día D, la protagonizó el jefe del Aire, mariscal Leigh-Mallory.
Leigh-Mallory, que «ponía a todo el mundo hecho una furia» y consiguió
incluso sacar de quicio a Eisenhower, de repente se mostró
convencido de que las dos divisiones aerotransportadas americanas
que debían ser lanzadas en la península de Cotentin se enfrentaban
a una matanza. Insistió una y otra vez en que se cancelara esta acción
vital de la Operación Overlord, cuya finalidad era proteger el flanco
occidental. Eisenhower le dijo que presentara por escrito todo lo que
le preocupaba. Así lo hizo, y, tras considerar detenidamente sus propuestas,
Eisenhower las rechazó con pleno apoyo de Montgomery.
Eisenhower, a pesar de su nerviosismo y de sus abrumadoras responsabilidades,
supo adoptar inteligentemente una actitud filosófica.
Había sido elegido para tomar las decisiones finales, de modo que debía
tomarlas y asumir las consecuencias. Como bien sabía, casi había
llegado la hora de pronunciarse sobre el asunto más grave. El destino
de muchos miles de vidas de soldados dependía de su decisión. Sin
decírselo ni siquiera a sus más estrechos colaboradores, Eisenhower
preparó un escueto comunicado para ser utilizado en el caso de que
la operación fracasara. «Los desembarcos en la zona Cherburgo-Le
Havre no han podido consolidarse, y he retirado las tropas. Mi decisión
de atacar en ese momento y en ese lugar se ha basado en la mejor
información de la que he dispuesto. Las tropas de tierra, mar y aire han
mostrado todo el coraje y la entrega que cabía esperar. Si hay que echar
la culpa del fracaso de la empresa a alguien, es exclusivamente a mí».
Aunque ni Eisenhower ni Bradley pudieran reconocerlo, de las
cinco playas en las que iba a llevarse a cabo el desembarco, la que
más dificultades iba a presentar sería Omaha. Un equipo británico
de los COPP (Combined Operations Beach Reconnaissance andAssault
Pilotage Parties, «Grupos de Operaciones Especiales de Reconocimiento
y Asalto de Playas») había llevado a cabo un minucioso reconocimiento
de este objetivo de la 1.a y la 29.a División de Infantería
de los Estados Unidos. En la segunda quincena de enero, el submarino
de bolsillo X-20 había sido conducido hasta las inmediaciones
de la costa de Normandía por un arrastrero armado. El general
Bradley había solicitado que, tras examinar las playas en las que iban
a desembarcar las tropas británicas y canadienses, los COPP también
hicieran un reconocimiento de Omaha para comprobar que el terreno
tenía firmeza suficiente para el movimiento de los tanques. El capitán
Scott-Bowden, zapador, y el sargento Bruce Ogden-Smith, de
la Sección de Embarcaciones Especiales, se desplazaron a nado hasta
la costa armados únicamente con un cuchillo y una pistola automática
del 45. También llevaban una barrena de mano de casi medio
metro de longitud y una bandolera con recipientes en los que depositar
las muestras de suelo que fueran recogiendo. El mar estaba
insólitamente en calma, y a punto estuvieron de ser descubiertos por
los centinelas alemanes.
Al día siguiente de su regreso, Scott-Bowden fue llamado a Londres
por un contraalmirante. Llegó a Norfolk House, en St. James's
Square, justo después de la hora del almuerzo. Allí, en un comedor
alargado, con las paredes llenas de mapas cubiertos por cortinas, se encontró
frente a seis almirantes y cinco generales, entre ellos el propio
Bradley. Éste lo sometió a un minucioso interrogatorio acerca de la
capacidad de resistencia de la playa. «Señor, espero que no le importe
lo que voy a decir», dijo Scott-Bowden al general americano cuando
ya estaba a punto de abandonar la reunión, «pero esa playa representa
de hecho un adversario formidable y por fuerza será escenario de un
gran número de bajas.» Bradley, poniendo una mano sobre el hombro
del zapador británico, murmuró: «Lo sé, muchacho, lo sé». Omaha
era simplemente la única playa donde era posible desembarcar entre
el sector británico, a la izquierda, y la playa Utah, a la derecha.
En cuanto las tropas invasoras empezaron a embarcar, la población
civil salió a la calle para despedirlas. «Cuando nos fuimos», escribiría
un joven ingeniero americano que había sido alojado en casa de una
familia inglesa, «lloraron como si fueran nuestros padres. Fue muy
conmovedor para todos nosotros. Parecía como si la gente en general
supiera muy bien lo que estaba ocurriendo.»
El secreto resultó, naturalmente, imposible de mantener. «Cuando
pasamos por Southampton», recordaría un soldado de caballería
británico perteneciente a un regimiento de las fuerzas blindadas, «la
gente nos dio una maravillosa bienvenida. Cada vez que nos deteníamos
nos ofrecían pastelillos y tazas de té, para consternación de la policía
militar que escoltaba a la columna y que había recibido la orden
estricta de impedir cualquier tipo de contacto entre la población civil
y los soldados».
La mayoría de las tropas fueron trasladadas en camiones del
ejército, pero algunas unidades británicas hicieron el camino a pie,
marchando al son de los clavos de sus botas que marcaban el paso
al golpear en el asfalto de la carretera. Los ancianos, que observaban
la escena desde sus jardines a menudo con lágrimas en los ojos,
no podían dejar de recordar a los hombres de la generación anterior,
marchando hacia las trincheras en Flandes. Los cascos eran de forma
similar a los de entonces, pero los uniformes eran distintos. Y los soldados
ya no llevabanputtees. En su lugar, usaban polainas de lona que
hacían conjunto con el cinturón, el arnés, las cartucheras y la mochila.
El rifle y la bayoneta también habían cambiado, pero no lo bastante
para marcar una diferencia significativa.
Los soldados se habían dado cuenta de que el Día D debía de estar
cerca cuando les fueron concedidos permisos de veinticuatro horas.
Para los menos entusiastas aquella medida representaba una última
oportunidad de desaparecer o de emborracharse. Se habían producido
muchos casos de ausencia de soldados en las semanas previas a la
invasión, pero los de deserción pura y dura habían sido relativamente
pocos. La mayoría había regresado a su puesto para estar «con sus
compañeros» cuando comenzó la invasión. Ni siquiera los oficiales
más pragmáticos quisieron perder a esos hombres enviándolos a prisión.
Dejaron que cada cual se redimiera en el campo de batalla.
Los soldados notaron que los oficiales se habían vuelto de repente
mucho más solícitos con sus hombres. Se proyectaban películas en los
campamentos cerrados. Las raciones de cerveza eran más generosas, y
por los altavoces sonaba música bailable. Los más cínicos pronosticaban
que aquel cambio repentino de los oficiales de intendencia, ahora
tan espléndidos, era una señal de mal agüero. El poeta Keith Douglas,
por aquel entonces un capitán de veinticuatro años del escuadrón de
caballería de los Rangers de Sherwood, haría el siguiente comentario
en una carta dirigida a Edmund Blunden, el poeta de la Gran Guerra:
«He sido cebado para la matanza, y ahora estoy simplemente a
la espera de que ésta comience». Douglas era uno de los hombres
que sentía la llegada inminente de la muerte y hablaba de ello con
sus amigos más íntimos. Resulta sorprendente comprobar cuántos de
ellos acabarían teniendo razón, y por algún motivo semejante pensamiento
se convirtió en una profecía irremediable. Douglas asistió a
una procesión religiosa el último domingo. Luego dio un paseo con
el capellán del regimiento, que recordaría que el joven poeta se había
resignado a una muerte inminente y que no estaba deprimido por esa
idea. En opinión de un oficial compañero suyo, su fatalismo se debía
a la sensación de que había agotado su ración de buena suerte en
la guerra del desierto.
Prácticamente todos detestaban aquella larga espera y deseaban
que lo peor pasara pronto. «Todos están nerviosos y fingen que están
tranquilos», comentaría un soldado de infantería estadounidense.
«Las fanfarronadas son de ayuda», añadiría. Muchos pensaban en
sus novias. Algunos se habían casado a toda prisa para asegurar a sus
mujeres una pensión de viudedad si ocurría lo peor. Un soldado americano
guardó toda su paga y la envió a un joyero para que su prometida
inglesa pudiera elegir un anillo para la boda que celebrarían en
cuanto regresara. Era un momento de intensas emociones personales.
«Las mujeres que han venido a ver partir a sus hombres», comentaría
un periodista poco antes del Día D, «casi siempre caminan hasta el
final del andén siguiendo al tren en su marcha para despedirse con
una primorosa sonrisa.»
Unos pocos hombres sucumbieron a la tensión. «Una noche», recordaba
un integrante de la 1.a División de Infantería de los Estados
Unidos, «uno de los soldados se colocó dos bandoleras de munición,
se colgó sus granadas de mano, cogió un fusil y se largó. Nadie vio
cómo lo hacía, pero cuando se dieron cuenta de lo sucedido, se formó
un grupo de búsqueda. El grupo de búsqueda dio con él. El individuo
en cuestión se negó a entregarse, y lo mataron. Nunca llegamos a
saber si lo que quería era morir en la playa o si se trataba de un espía.
Fuera lo que fuere, cometió una soberbia tontería. Dejó de ser un
hombre que podía morir para convertirse en un hombre muerto.»
Tal vez tuviera una premonición de lo que les esperaba en Omaha.
Mientras se cargaban los tanques en las lanchas de desembarco y los
hombres iban subiendo a bordo en aquella tarde del viernes, el capitán
de grupo Stagg discutía de nuevo sobre la seguridad de las redes
fijas de comunicación con los otros centros meteorológicos. Tenía
que presentar un informe definitivo en la reunión convocada para las
nueve y media de la noche, pero aún no se había llegado a un acuerdo.
«De no haber sido por el peligro potencial que se corría, todo aquel
asunto habría parecido una verdadera ridiculez. En menos de media
hora esperaban de mí que presentara al general Eisenhower un previsión
meteorológica "consensuada" para los cinco días siguientes que
cubriera las horas del lanzamiento de la mayor operación militar de
la historia: ni siquiera dos de los expertos que asistían a la reunión
podían llegar a un acuerdo sobre el tiempo que iba a hacer durante las
próximas veinticuatro horas.»
Estuvieron discutiendo y discutiendo hasta que se agotó el tiempo.
Stagg fue a toda prisa a la biblioteca de la casa principal para presentar
un informe a todos los jefazos de la Operación Overlord.
—Y bien, Stagg —dijo Eisenhower—, ¿qué noticias nos trae esta
vez?
Stagg sintió la necesidad de seguir su propio instinto y pasó por
alto las opiniones más optimistas de sus colegas americanos de
Bushey Parle.
—Las condiciones climatológicas, desde las islas Británicas hasta
Terranova, han cambiado considerablemente estos últimos días, y
ahora no son nada halagüeñas —contestó.
Mientras iba dando detalles de la situación, unos cuantos altos
oficiales contemplaban por la ventana la hermosa puesta de sol un
tanto aturdidos.*
Después de formularle una serie de preguntas relacionadas con el
tiempo y el lanzamiento de los aerotransportados, Eisenhower intentó
indagar más acerca de la situación previsible para los días 6 y 7 de
junio. Según Tedder, se produjo una pausa significativa.
—Si respondo a esto, señor —contestó Stagg—, estaré haciendo
conjeturas, no ejerciendo las funciones de su asesor meteorológico.
Stagg y su homólogo americano, el coronel D. N. Yates, se retiraron,
y al poco rato salió de la sala el general Bull para comunicarles que
no habría ningún cambio de planes para las siguientes veinticuatro horas.
Cuando regresaban a la tienda de campaña en la que dormían, los
dos meteorólogos se enteraron de que los primeros barcos ya habían
levado anclas. Stagg no pudo evitar recordar el chiste macabro que
le hizo el teniente general sir Frederick Morgan, principal encargado
de la planificación de la Operación Overlord en un primer momento:
«Buena suerte, Stagg. ¡Ojalá no nos hable usted más que de pequeñas
depresiones! Pero recuerde que lo colgaremos de la primera farola que
encontremos si no interpreta correctamente los presagios».
A primera hora de la mañana siguiente, sábado 3 de junio, las
noticias no podían ser peores. La estación meteorológica de Blacksod
Point, en Irlanda occidental, acababa de informar de un rápido descenso
de los barómetros y de la presencia de vientos de fuerza seis.
Stagg sintió «una especie de náusea física» al ver los mapas meteorológicos
y el modo en que los equipos de expertos seguían analizando
los mismos datos de distintas maneras. Aquella noche, a las nueve y
media, fueron convocados él y Yates. Los dos hombres se personaron
en la biblioteca, en cuyas estanterías no había ni un solo libro. Se dispusieron
unas sillas del comedor formando arcos concéntricos: las de
la primera fila, para los comandantes en jefe, y las de atrás, para sus
jefes del Estado Mayor y altos oficiales subordinados. Eisenhower,
el general Walter Bedell Smith, su jefe del Estado Mayor, y Tedder
tomaron asiento de cara al auditorio.
* Todavía era de día porque regía el horario de verano.
—Caballeros —empezó diciendo Stagg—. Los temores que mis
colegas y yo abrigábamos ayer en lo concerniente al tiempo para los
próximos tres o cuatro días se han visto confirmados.
A continuación, pasó a explicarlos pormenores de sus previsiones.
Ofreció un lúgubre retrato de mares agitados, vientos de tormenta de
fuerza seis y nubes bajas. «Durante todo ese recitar», escribiría Stagg
más tarde, «el general Eisenhower permaneció inmóvil en su asiento,
con la cabeza ligeramente inclinada hacia un lado, apoyándola en una
mano, y la mirada fija, clavada en mí. Por un momento todos los allí
reunidos parecían aturdidos.» No es de extrañar que Eisenhower se
viera obligado a recomendar un aplazamiento provisional.
No fue una buena noche para Eisenhower. Su asistente, el comandante
Harry Butcher, le hizo saber más tarde que Associated
Press había emitido la siguiente noticia: «Las fuerzas de Eisenhower
están desembarcando en Francia». Aunque la agencia de información
dejó de difundirlo al cabo de veintitrés minutos, el comunicado había
sido recogido por CBS y Radio Moscú. «Lanzó una especie de gruñido
», comenta Buttcher en su diario.
Cuando Stagg abandonó la reunión y se dirigió a su tienda a eso
de la medianoche, tras oír que iba a posponerse provisionalmente el
comienzo de la operación, le resultó extraño levantar la vista entre
los árboles y comprobar que «el cielo estaba prácticamente despejado,
y a su alrededor todo estaba tranquilo y en silencio». Stagg
ni siquiera intentó dormir. Se pasó toda la madrugada escribiendo
notas detalladas de lo que se había hablado. Las previsiones no eran
mejores, a pesar de que el cielo siguiera estando despejado y apenas
hubiera viento.
A las cuatro y cuarto de la madrugada del domingo 4 de junio; en
el curso de una nueva reunión, Eisenhower tomó la decisión de mantener
las veinticuatro horas de aplazamiento provisional de la operación
que habían sido acordadas la noche anterior. Sin el pleno apoyo
de las fuerzas aéreas, los riesgos eran excesivos. Se dio la orden de
que regresaran los convoyes. Los destructores zarparon de inmediato
navegando a toda máquina para reunir las lanchas de desembarco
con las que no podía establecerse contacto por radio y conducirlas de
nuevo a puerto.
Stagg, que se había acostado exhausto en su tienda de campaña,
se sintió desconcertado cuando despertó y comprobó que el cielo seguía
despejado y apenas hacía viento. No sabía cómo mirar a la cara a
los demás oficiales durante el desayuno. Pero más tarde sintió cierto
alivio cuando aumentó la nubosidad por el oeste y comenzó a arreciar
el viento.
Aquel domingo fue un día de infinitas cuestiones. ¿Era realmente
imposible mantener encerrados en sus embarcaciones a los miles y
miles de hombres de la fase inicial de la invasión? ¿Y qué hacer con
todos los buques que habían zarpado y que ahora habían recibido la
orden de regresar? Iban a tener que repostar combustible. Y si el mal
tiempo se prolongaba, las mareas no actuarían como estaba previsto.
En efecto, si las condiciones meteorológicas no mejoraban en cuarenta
y ocho horas, la Operación Overlord debería ser aplazada dos
semanas. Sería difícil mantener el secreto, y las repercusiones de todo
ello en la moral de los hombres podrían ser nefastas....."

Continúa...
 
Continúa....

Junto con su orden del día para el día D, el Grl Eisenhower distribuyó otro mensaje, en mi opinión mucho más importante, sobre el comportamiento de las tropas en los países liberados.

"....En breve os embarcaréis en una grandiosa empresa: la invasión de Europa. Nuestro objetivo es lograr, en compañía de nuestros aliados y de nuestros camaradas de oros frentes, la derrota total de Alemania. Solo mediante dicha victoria absoluta podremos liberarnos nosotros mismos y a nuestros hogares del temor y de la amenaza de la tiranía nazi.
Un elemento más de nuestra misión es la liberación de aquellos pueblos de Europa occidental que están sufriendo actualmente bajo la opresión alemana. Antes de que os embarquéis en esta operación, tengo un mensaje personal que deseo comunicaros y que atañe a vuestra responsabilidad individual, en relación con los habitantes de los países que son aliados nuestros.
Como representantes de este país, los pueblos liberados, que durante años han anhelado la liberación, os recibirán con honda gratitud. Es de la máxima importancia que este sentimiento de amistad y buena voluntad no se vea empañado, ni en lo más mínimo, por una conducta negligente o indiferente por vuestra parte. Con un comportamiento respetuoso y considerado podréis, antes bien, fortalecer considerablemente dicho sentimiento.
Los habitantes de la Europa ocupada por los nazis han sufrido privaciones y veréis que muchos de ellos no tienen satisfechas ni siquiera las necesidades más básicas. Vosotros, por el contrario, habéis recibido y seguireis recibiendo un alimentación adecuada, vestido y otros artículos de primera necesidad. No deberéis agotar las ya mermadas existencias de comida y otros abastos comprando indiscriminadamente, pues estaréis fomentando el mercado negro, lo cual no hará sino incrementar aún más las penurias de los habitantes.
Los derechos de los individuos, tanto en lo referente a su persona como a sus bienes, deben ser escrupulosamente respetados, como si estuvieseis en vuestro propio país. Debéis recordar siempre que estas personas son nuestros amigos y aliados.
Os exhorto, a todos y cada uno de vosotros, a tener siempre presente que mediante vuestros actos no solo vosotros como individuos, sino también el país, seréis juzgados en el futuro. Si establecéis con los pueblos liberados una relación basada en el entendimiento y el respeto mutuos, o ganaréis su más absoluto apoyo en la derrota de nuestro enemigo común. Por ello, debemos sentar las bases de una paz duradera, sin la cual nuestro magno esfuerzo habrá sido en vano...."


Fuente: El Desembarco de Normandia (los días previos al día D). David Stafford Ed. Espasa Calpe (2004)


Comunicado alternativo que el Grl Eisenhower llevaba consigo y que leeria en caso de fracaso de la Operacion Overlord....

«Los desembarcos en la zona Cherburgo-Le Havre no han podido consolidarse, y he retirado las tropas. Mi decisión de atacar en ese momento y en ese lugar se ha basado en la mejor información de la que he dispuesto. Las tropas de tierra, mar y aire han mostrado todo el coraje y la entrega que cabía esperar. Si hay que echar la culpa del fracaso de la empresa a alguien, es exclusivamente a mí».


Videos que tratan sobre la Operacion Overlord:




Mis Cordiales Saludos!!!......
 

Sebastian

Colaborador
El Día D en números: ¿cómo tuvo éxito el mayor desembarco militar de la historia?

Redacción
BBC Mundo
Viernes, 6 de junio de 2014

La operación se postergó en dos ocasiones.

El 6 de junio de 1944 decenas de miles de tropas de Estados Unidos, Reino Unido y Canadá invadieron las playas de Normandía, en el norte de Francia, para liberar a Europa de los nazis.


Los recuerdos de aquel día siguen vivos.

Menos de un año después, Hitler se había quitado la vida, pero 24 horas antes del desembarco nadie podía asegurar que la Operación Neptuno, que pasaría a la historia como el Día D, no fuera a terminar en una derrota catastrófica para los aliados.

Sólo la combinación de un plan meticuloso, el coraje de los soldados y en algunos casos un poco de suerte permitieron que las tropas invasoras pudieran establecer una "cabeza de playa" en la Francia ocupada. Pero en ciertos sectores, como en la "sangrienta Omaha", los alemanes resistieron con éxito por varias horas.

Aunque no todas las posiciones que se planeaba ocupar en la primera jornada cayeron en manos aliadas, en los próximos días más hombres, armamento y pertrechos llegaron desde Inglaterra. Las tropas nazis estarían a partir de ese momento en retirada.
BBC Mundo le cuenta el desarrollo en números de una jornada histórica.

7.000

Soldados estadounidenses desembarcan en la playa llamada en código Utah.

El número de barcos que tomaron parte en la mayor invasión marítima de la historia.
El desembarco estaba programado para el 5 de junio pero se postergó 24 horas para contar con las mejores condiciones climáticas.
La marea y la luna llena eran otros de los factores fundamentales que contribuyeron a que la invasión fuera programada para los primeros días de junio.
Originalmente el Día D iba a ser el 1 de mayo, pero se pospuso un mes para reunir más tropas y armamento en el sur de Inglaterra, desde donde partió la operación aliada.
Para comienzos de junio, más de 2 millones de estadounidenses y unos 250.000 canadienses estaban listos para la invasión.

15ª
La división más poderosa del ejército alemán que no estaba desplegada en Normandía sino en el Paso de Calais.
Los aliados habían logrado convencer al alto mando alemán que por allí llegaría el desembarco.


Una recreación del Día D durante la conmemoración de los 70 años del desembarco en Normandía.

Para lograrlo, espías y doble agentes filtraron esta información, ejércitos y campamentos falsos se alzaron en la localidad británica de Kent y por allí pasó el general George Patton, considerado por los alemanes como el mejor comandante de los enemigos.
La más pequeña, pero aún formidable división 7ª del ejército nazi quedó a cargo de proteger Normandía.
De haber sido desplegada la división 15ª en esa región, la Operación Neptuno podría haber terminado en un desastre.

5
Fueron las playas elegidas para el desembarco. Sus nombres en código eran, de este a oeste: Sword, Juno, Gold, Omaha, Utah.
La decisión de invadir Normandía fue uno de los proyectos más arriesgados que emprendieron los aliados y tomó más de un año de preparación.
Las operaciones anfibias contra playas bien defendidas no habían dejado un buen recuerdo en los aliados.
El 18 de agosto de 1942, los británicos y los canadienses habían sufrido un desastre en su ataque al puerto francés de Dieppe, en manos de la ocupación nazi. Más de dos tercios de una fuerza de 6.000 hombres murieron, fueron heridos o tomados prisioneros.
En noviembre de 1943, la captura por parte de infantes de marina estadounidenses del pequeño atolón de Tarawa, en el Pacífico, costó a la fuerza invasora más de 3.000 bajas, entre muertos y heridos.

4.000

Tras la invasión llegó el momento de cavar las fosas para los muertos.

Los soldados muertos o heridos en Omaha, la playa donde la resistencia alemana fue más fuerte (las bajas variaron en las cinco playas; por ejemplo, en Gold, el número de caídos fue un 80% menor al de Omaha).
Una de las divisiones americanas que participó en la primera oleada de desembarco perdió el 90% de sus hombres.
Eddie McCann estaba a cargo de uno de los vehículos anfibios que transportó tropas estadounidenses hacia Easy Red, uno de los 10 sectores en que se dividió la playa.
"Cuando estábamos a unas 300 yardas (unos 275 metros) comenzaron a dispararnos. Hasta ese punto habíamos pensado que podía ser sencillo, uno siempre tiene esperanzas de eso. Pero no estaba preparado para lo que iba a pasar en las otras 100 yardas. Fue increíble".
"Perdimos unos 2.000 en la primera oleada. Nos golpeaban pedazos de cuerpos, cabezas que volaban, intestinos que se esparcían por toda la playa al lado de los cuerpos. Es difícil hablar de eso, cuando ves a tus hermanos masacrados de la forma en que eran masacrados".

15%

A muchos soldados se los preparó psicológicamente por la alta probabilidad de que murieran en la operación.

El porcentaje de los paracaidistas aliados que descendieron en el lugar indicado antes de que comenzara el desembarco.
Las divisiones aerotransportadas estadounidenses eran la 82ª y la 101ª. Junto con ellas también descendió la 6ª División Aerotransportada británica, a la que pertenecía Tim Hardy, quiern recordaba así los momentos previos al despegue desde el sur de Inglaterra.
"Nos reunieron en un campo a las afueras de una pista aérea en Burford. Nos sentíamos aliviados porque parecía que esta vez iba en serio y, aún mejor, compartieron con nosotros lo que los generales tenían en mente. Se nos dijo que seríamos la punta de lanza en el asalto contra las tropas alemanas en Normandía.
"Y para terminar, se nos brindó una información tan precisa y con un aire de tanta superioridad que si no hubiese sido porque pasadas experiencias nos habían vuelto cínicos nos podrían haber persuadido de que, para variar, nuestros generales podían saber de lo que estaban hablando".


La superioridad aérea de los aliados fue abrumadora y fundamental.

30 a 1
La proporción de aviones aliados en relación con las naves de la Luftwaffe alemana. Ninguna de las aeronaves aliadas fue derribada en combate aéreo por un avión alemán.
En total, unos 11.000 aviones cruzaron el canal para transportar a los paracaidistas y atacar posiciones enemigas.
André Heintz, miembro de la resistencia francesa en Caen, supo del desembarco por mensajes en código transmitidos por la radio.
Él recuerda que Caen sufrió un intenso bombardeo y que el 85% de las casas de la localidad francesa fueron destruidas.
"Pero había un área segura, que fue respetada, donde estaba la antigua abadía. Allí estaba enterrado Guillermo el Conquistador, y todos, miles de personas, se refugiaron en el interior de la abadía porque pensaron que Inglaterra no se iba a atrever a lanzar una bomba contra un lugar en donde estaba enterrado uno de sus reyes".

2.500

La 7ª división del ejército alemán no puedo evitar que los aliados establecieran una cabeza de playa.

El número de muertos que calcularon los aliados en el Día D. Pero, como indica a la BBC el hisotoriador Dan Snow, investigaciones recientes hablan del doble de víctimas fatales.

El Alto Mando había anticipado que un desembarco exitoso podía costar 10.000 muertos y quizás 30.000 heridos, pero se preparaban incluso para más.
El general estadounidense Dwight David "Ike" Eisenhower, comandante supremo de las fuerzas aliadas, había escrito una carta asumiendo la total responsabilidad si la operación era un fracaso.
Winston Churchill, el primer ministro británico, acosado por los recuerdos del desastroso desembarco británico en Gallipoli, Turquía, en la Primera Guerra Mundial, se despidió la noche del 5 de junio de su mujer con la frase: "¿Te das cuenta de que para cuando despiertes en la mañana 20.000 hombres pueden haber muerto?".
Franz Gockel era un soldado alemán que tenía 18 años y estaba estacionado en el puesto 62, ubicado en la playa Coleville-sur-mer, el área designada como Omaha por los invasores.

"El Día D estábamos alarmados. Y, tanto como los otros, nos estábamos defendiendo, queríamos sobrevivir. Ellos no eran nuestro enemigo... no los conocíamos, y no teníamos oportunidad de decidir nada de lo que estaba pasando. Ellos querían 'vencernos', como se decía en esas épocas, y nosotros hicimos lo mejor por resistirnos, sin pensar en ellos como seres humanos individuales".



http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2014/06/140605_dia_d_cifras_desembarco_normandia_mz.shtml
 
Todavia se pude debatir mucho sobre lo que dijo W. Churchill en sus memorias , que desembarcaron en Normandia ante el temor de que toda Europa caiga bajo el dominio del ejercito rojo.
 

fanatikorn

Colaborador
Emotivo final en los actos por el 70 aniversario del Día D
Desembarco en Normandía
Fue una histórica pero moderna reconstrucción de aquellos hechos, ante la mirada de veteranos de la Segunda Guerra y jefes de Estados. El apretón de manos de dos soldados amigos, un alemán y un francés, dio el punto final a la ceremonia. Fotogalería

Con un apretón de manos entre dos soldados, un alemán y un francés, devenidos amigos, la histórica y emotiva ceremonia por el 70 aniversario del desembarco de Normandía culminó hoy en Francia, en un día de sol y con viento cálido y agradable que soplaba en la playa de Ouistreham.
Comenzó con 45 minutos de retraso, con la llegada de los líderes mundiales, desde Barack Obama hasta la reina Máxima de Holanda, de elegante amarillo.
Fue una reconstrucción moderna de aquel desembarco de 70 años atrás, en el que se destacó un emotivo discurso del presidente francés quien agradeció por primera vez el rol de la ex URSS en la guerra.
Los veteranos de la Segunda Guerra mundial avanzaron en sus sillas de ruedas o sus bastones bajo el aplauso de todos. Una gaita escocesa se escuchó solitaria y conmovedora en el medio de una banda militar.
Veinte jefes de estado, reyes, príncipes, primeros ministros y 8000 invitados llegaron hasta Ouistreham para honrar a los miles de soldados americanos, británicos, canadienses, australianos e irlandeses que dieron su vida para que el mundo recuperara su libertad el 6 de junio de 1944 en la batalla de Normandía.
Por eso han invitado al presidente Vladimir Putin. Más de 1. 300.000 militares rusos en el frente Este frenaron a los nazis por orden de José Stalin pero la posterior Guerra Fría no reconoció nunca su epopeya.
Cada país organizó su homenaje. El presidente Barack Obama y el jefe de estado francés, Francois Hollande, estuvieron en el cementerio americano en Omaha, la playa símbolo de este D Day. Allí murieron en una sola mañana 3.200 soldados americanos. Se equivocaron al desembarcar y lo hicieron frente a una batería alemana de la Muralla Atlántica. Murieron sin combatir y los tanques se hundieron uno a uno. Solo dos se salvaron. Pero los Rangers americanos lograron avanzar y retomar la playa, en una de las grandes batallas épicas de la Segunda Guerra.
El presidente Obama los recordó conmovido y una ovación a esos héroes se escuchó en el silencio sepulcral donde descansan. Los sobrevivientes de ese horror escuchaban sentados a su lado,emocionados, discretos, el homenaje de esta nueva generación de hijos y nietos dispuestos a conservar su memoria, preservar su historia y conseguir la reconciliación.
"Caballeros, quiero que sepan que su herencia está en buenas manos", agregó dirigiéndose a los veteranos, que instó a ponerse en pie entre aplausos.
El presidente Hollande homenajeó también a los soldados norteamericanos, afirmando que "Francia no olvidará nunca lo que debe a esos soldados y a Estados Unidos".
"Celebramos hoy una fecha memorable de nuestra historia, en la que nuestros dos pueblos se fundieron en un mismo combate, el de la libertad", dijo
En estos 70 años nunca se había honrado a 20.000 civiles que murieron en los bombardeos aliados. Por eso el presidente Hollande visitó temprano en la mañana del viernes el Memorial de Caen, la ciudad mártir, diezmada por las bombas.
"Nadie sabía que sería una de las más feroces batallas de la historia de Francia", dijo el presidente Hollande. "Una batalla que produjo 100.000 muertos, de ellos 20.000 civiles. Una batalla que liberó Normandía, ¡pero a que precio!".
"En Normandía, resistir en la primavera de 1944, era una locura audaz. Había en la región de más en mas soldados alemanes, de mas en más detenciones arbitrarias, de mas en mas requicisiones violentas", dijo Hollande para rendir homenaje a las de 80 normandos detenidos y fusilados por los alemanes en las primeras horas del Día D.
"El sacrificio de las poblaciones normandas ha sido borrado largo tiempo detrás del heroísmo de los soldados del desembarco. Esta tragedia hoy es reconocida hoy por la república", declaró Hollande, que es normando, hijo de la posguerra y creció en Rouen.
La cancilller Angela Merkel llegó también a Normandía a conmemorar los 50.000 muertos alemanes. A 70 años del Día D, en las mismas playas, aliados y ex enemigos conmemoran y celebran la paz en Europa y la necesidad de fortalecer en pleno siglo XXI la Unión Europea para que otra tragedia similar no se repita.
http://www.clarin.com/mundo/Ceremonias-DiaD-aniversario-Normandia_0_1151885112.html
saludmil
Vean la fotogalería, el enlace está en el final del epígrafe.
 

fanatikorn

Colaborador
Algunas de las fotos:

El veterano de guerra de los EE.UU. Jim “Pee Wee” Martin (2 ª R), 93, aterriza con un paracaídas en Normandía, donde aterrizó hace 70 años, cuando era soldado.

El veterano británico de la Segunda Guerra Mundial Frederick Glover posa para una fotografía mientras soldados saltan en paracaídas durante la conmemoración del día D en Ranville, Francia, el jueves 5 de junio de 2014, en la víspera del 70 º aniversario del desembarco aliado en Normandía.
 
Hola! dejo esto por aquí que me pareció super interesante! hoy lo vi

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El paracaidista colgado del campanario (Sobrevivió haciéndose el muerto frente a los alemanes)

El «Día D»
Cuando Eisenhower dio la luz verde, la suerte estaba echada. Los primeros soldados aliados llegaron de madrugada y desde el aire. Uno de ellos, Leonard Devorchak, fue seguramente el primer estadounidense en morir. Una vez en tierra, la batalla fue un caos. Los paracaidistas cayeron por todas partes: muchos se ahogaron en los cenagales o en el mar. Uno de ellos entró limpiamente en la apertura de un pozo y luego salió por sus propios medios.


Un paracaidista estuvo colgado de un campanario durante horas

Los menos afortunados, aterrizaron en medio de una formación alemana en la plaza de Ste. Mère Église. Entre ellos, el soldado Steele sobrevivió porque se quedó colgando en la fachada de la iglesia y se hizo el muerto. Su interpretación fue tan real, que el teniente William Young recordaría años después «al paracaidista muerto que colgaba del campanario».

En otro lugar, dos patrullas enemigas se cruzaron a pocos metros y sin abrir fuego: «Nos dimos cuenta por la forma de los cascos de acero que se trataba de alemanes». Cuando comenzó el bombardeo naval y aéreo, el crucero «Ajax» consiguió introducir un obús por la abertura de un búnker a 11 kilómetros de distancia, con la fortuna de hacer estallar las municiones. Faltaban pocos minutos para la «hora H».



Dos días después de hacer la foto tres de sus cuatro protagonistas estaban muertos, una prueba de lo que sufrió la compañía F en Ste.-Mère-Église.


Bastante interesante! hoy en dia hay un maniquí del paracaidista en homenaje allí en la capilla!

http://nonsei2gm.blogspot.com.ar/2012/03/el-paracaidista-colgado-del-campanario.html

http://www.abc.es/cultura/20140606/abci-overlord-desembarco-normandia-anecdotas-201406052158.html
 

fanatikorn

Colaborador
El paracaidista colgado del campanario (Sobrevivió haciéndose el muerto frente a los alemanes)
El «Día D»
Cuando Eisenhower dio la luz verde, la suerte estaba echada. Los primeros soldados aliados llegaron de madrugada y desde el aire. Uno de ellos, Leonard Devorchak, fue seguramente el primer estadounidense en morir. Una vez en tierra, la batalla fue un caos. Los paracaidistas cayeron por todas partes: muchos se ahogaron en los cenagales o en el mar. Uno de ellos entró limpiamente en la apertura de un pozo y luego salió por sus propios medios.


Un paracaidista estuvo colgado de un campanario durante horas

Los menos afortunados, aterrizaron en medio de una formación alemana en la plaza de Ste. Mère Église. Entre ellos, el soldado Steele sobrevivió porque se quedó colgando en la fachada de la iglesia y se hizo el muerto. Su interpretación fue tan real, que el teniente William Young recordaría años después «al paracaidista muerto que colgaba del campanario».

En otro lugar, dos patrullas enemigas se cruzaron a pocos metros y sin abrir fuego: «Nos dimos cuenta por la forma de los cascos de acero que se trataba de alemanes». Cuando comenzó el bombardeo naval y aéreo, el crucero «Ajax» consiguió introducir un obús por la abertura de un búnker a 11 kilómetros de distancia, con la fortuna de hacer estallar las municiones. Faltaban pocos minutos para la «hora H».



Dos días después de hacer la foto tres de sus cuatro protagonistas estaban muertos, una prueba de lo que sufrió la compañía F en Ste.-Mère-Église.


Bastante interesante! hoy en dia hay un maniquí del paracaidista en homenaje allí en la capilla!

http://nonsei2gm.blogspot.com.ar/2012/03/el-paracaidista-colgado-del-campanario.html

http://www.abc.es/cultura/20140606/abci-overlord-desembarco-normandia-anecdotas-201406052158.html
De la imagen del paracaidista en el campanario, me acuerdo de la película "El día mas largo del siglo" donde esta escena sale, incluso los "sapitos" que usaban los aliados para comunicarse entre ellos, y en la película a un americano lo mata un alemán que, al accionar su Kar-98, el cerrojo hacía el mismo sonido que los sapitos.
Cosas del cine.
 
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