17 de Agosto

elinge

Colaborador
En este 17 de agosto, día de homenaje y recordación transformado en "fecha tarística", muchos de nosotros estamos honrandolo como el hubiese querido que lo hagamos: trabajando, es mi inquietud detenerme un instante para reflexionar sobre la figura del más grande prócer que tuvo nuestro país, a quien con reverencia reconocemos como "Padre de la Patria".

Es el General Don José de San Martín un modelo en el que, desde mi óptica, debe insoirarse todo argentino de bien, siguiendo su ejemplo de capacidad política, de valor e intrepidez, de genio militar y aún de humildad y sencillez, en su renunciamiento a la fama y los honores.

A él le reservó la historia, tras su digna muerte, el genuino reconocimiento y la gloria que declinó recibir en vida.

Es una fecha para recordarlo y ponderar su vida, dejando que recale y florezca en nuestros corazones y mentes la renovada vigencia de su ejemplo de vida.

¡Viva la Patria!
 
Recordemos a un grande y creo que el mejor homenaje que podemos hacerle es poner esfuerzo para sacar este país adelante desde cada uno de nuestros trabajos.¡ Viva la nuestra maltratada patria¡
 

Brunner

Forista Sancionado o Expulsado
De sus maximas a Mercedita recordemos una.."Desprecio al Lujo"
Viva la Patria!
 
Recordemos la entrega de su sable a J.M ROSAS por "LA VUELTA DE OGLIDADO!" lejos si pero unido siempre a estas tierras.
 

Giselita

Forista Sancionado o Expulsado
Hoy mientras tomaba mate con un amigo hablabamos de los grandes politicos y militares argentinos y para ambos San Martin no tiene comparacion.

El mas humilde de los reconocimientos!!
 

lobo estepario

Forista Sancionado o Expulsado
Una analogìa..............Bolivar querìa tener un gobierno perpètuo, San martìn se alejò del poder sin aspavientos.....que viva para siempre.
 
lobo estepario dijo:
Bolivar querìa tener un gobierno perpètuo

Ahora entiendo todo !!!!

saludos a San Martin y un maipucino abrazo con la bendicion de la Virgen del Carmen.

saludos.
 

Giselita

Forista Sancionado o Expulsado
Yamamoto dijo:
Que frescos que son, apropiandose del Libertador de Chile.

Noble o plebeyo...nadie le quita que fue un Señor

Viva el General San Martin.

Agradecidos saludos

Que le pasa!! Lobo!! deje de hacerse el vivo que va a terminar muerto...
 

Giselita

Forista Sancionado o Expulsado
Yamamoto dijo:
¿Si es Usted mi distinguida dama es quien me dejará muerto?

Bienvenida muerte de tan dulce verdugo. ;)



Seguramente la Escuela de Infantería del Ejército de Chile, está engalanada el día de hoy.

Tienen el orgullo de ser La Escuela del General José de San Martin.

Agradecidos saludos

No, yo no, soy muy cobarde, le temo al dolor y tambien al dolor ajeno en consecuencia no puedo producirlo pero conozco gente que lo haria con gusto :D
Y mendoza tiene el orgullo de ser la provincia que alojo al general..

Amenazadores saludos
 

Giselita

Forista Sancionado o Expulsado
Yamamoto dijo:
Hay dolores que se mezclan con placer, el sistema nervioso a veces no discrimina. :rolleyes:

Noo acepto dolores de otro que no sea Usted. Prefiero que sea su persona la que me deje muerto. (Lo cual no necesariamente quiere decir que me mate). :rolleyes:

Enredados saludos :)

Hay Yamamoto!! nuevamente me hace suspirar...

A esta gente no le importa si acepta el dolor o no, ellos solo lo producen.

Yo no le voy a proporcionar dolor como tampoco placer, asi que su sistema nervioso va a estar en paz.

Tampoco lo dejare muerto...

Explicativos saludos!!
 
12) Inspírele amor por la patria y por la libertad.


San Martín para poder organizar su ejército en Mendoza, debió vencer muchas veces el sabotaje y los ataques insidiosos de los traidores que llegaron a destituirlo de su cargo de Gobernador Intendente de Cuyo. A lo largo de su vida fue siempre perseguido por los agentes de la traición, al punto de verse obligado a vivir la mitad de ella en el destierro. Es curioso que Bernardino Rivadavia, su peor enemigo, haya sido quien contrató el primer empréstito en Londres.

En carta que le escribió a Rosas, el 10 de junio de 1839, informado del ataque militar de Francia y que a ella se habían unido los unitarios que estaban en Montevideo, le dice: “... Lo que no puedo concebir es el que haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero para humillar a su patria y reducirla a una condición peor que la que sufríamos en tiempos de la dominación española: una tal felonía ni el sepulcro la puede hacer desaparecer...”.

“...es inconcebible que las dos más grandes Naciones del Universo se hayan unido para cometer la mayor y más injusta agresión que puede cometerse contra un Estado Independiente: no hay más que leer el manifiesto hecho por el enviado inglés y francés para convencer al más parcial la atroz injusticia con que han procedido: ¡La humanidad! Y se atreven a invocarla los que han permitido –por el espacio de cuatro años- derramar la sangre y cuando ya la guerra había cesado por falta de enemigos, se interponen no ya para evitar males sino para prolongarlos por un tiempo indefinido: usted sabe que yo no pertenezco a ningún partido: me equivoco, yo soy de Partido Americano, así que no puedo mirar sin el mayor sentimiento los insultos que se hacen a la América. Ahora más que nunca siento que el estado deplorable de mi salud no me permita ir a tomar una parte activa en defensa de los derechos sagrados de nuestra Patria, derechos que los demás estados Americanos se arrepentirán de no haber defendido o por lo menos protestado contra toda intervención de los Estados Europeos....”.

San Martín, el señor de la guerra,

por secreto designio de Dios,

grande fue cuando el sol lo alumbraba

y más grande en la puesta del sol.
 

Brunner

Forista Sancionado o Expulsado

LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO DE LOS ANDES - Leopoldo R. Ornstein (1896-1973)


Definidas las líneas generales del plan de campaña, San Martín inició los trabajos para organizar el ejército con que habría de llevar a cabo la gran empresa, sobre la base de los dos únicos núcleos de tropas que existían en Mendoza: el Cuerpo de Auxiliares de Chile, al mando del coronel Gregorio de Las Heras -que fue llevado a Mendoza después de la derrota de Rancagua, en 1814- y las milicias cívicas de la provincia, agrupadas en dos cuerpos de caballería y dos batallones de infantería denominados Cívicos Blancos y Cívicos Pardos. Al mismo tiempo que se organizaba el ejército había que atender a la defensa inmediata del territorio, siempre amenazado desde Chile. Esta eventualidad obligó a San Martín a aumentar urgentemente los efectivos de los cuerpos mencionados y colocarlos en condiciones de afrontar las tareas de protección más indispensables, para lo cual implantó una especie de servicio militar obligatorio para la provincia de Cuyo. El 8 de noviembre de 1814, se creó el Batallón N 11 de Infantería, con los citados contingentes de Auxiliares de Chile más un escuadrón de caballería. A mediados de diciembre, se incorporaron dos compañías del Batallón N 8, procedentes de Buenos Aires, y una compañía de artillería con cuatro piezas, a las órdenes del sargento mayor Pedro Regalado de la Plaza. Los efectivos obtenidos hasta entonces (400 hombres y 4 cañones) estaban muy lejos de las mínimas necesidades futuras, lo que indujo a San Martín a disponer la incorporación de nuevas tropas. A partir de 1815, el infatigable gobernador de Cuyo aplicó una serie de procedimientos expeditivos para llevar el ejército al pie orgánico exigido por la magnitud de la empresa a realizar y en los que fue auxiliado por el Gobierno de Buenos Aires. En el mes de febrero, consiguió que le incorporasen nuevas dotaciones de artillería. El 26 de julio, llegaron a Mendoza los Escuadrones 3 y 4 de Granaderos a Caballo, enviados por el Director Supremo, al mando del capitán Soler y del teniente Lavalle, llevando vestuario, equipo y armamento para 400 soldados.

El 14 de agosto, San Martín recurrió al voluntariado, con lo que obtuvo algunos contingentes apreciables. Con los emigrados chilenos organizó la Legión Patriótica de Chile y, faltándole aún 130 hombres para completar los escuadrones de granaderos, publicó el célebre bando: “tengo 130 sables arrumbados en el cuartel de Granaderos a Caballo, por falta de brazos que los empuñen..., que le aportó igual número de voluntarios.” Hacia octubre de 1815, el incipiente ejército contaba ya con unos 1.600 soldados de infantería, 1.000 de caballería de línea y 220 artilleros, con 10 cañones. Mientras aumentaba el ejército, se presentaban problemas de difícil solución, pues había que vestir a las tropas y poner en condiciones de uso al armamento que, en su mayor parte, se hallaba en mal estado. Escaseaban, además, la pólvora y las municiones, careciéndose de medios para proveerse de ellas pues las únicas fábricas existentes -en Córdoba y La Rioja- no alcanzaban a satisfacer la demanda del Ejército del Alto Perú. El ingenio inagotable de San Martín zanjó en poco tiempo estas dificultades. Con el concurso de un emigrado chileno, Dámaso Herrera, muy entendido en mecánica, se transformó el molino de Tejada en batán, accionado por el sistema hidráulico que poseía. San Luis contribuyó con bayetas de lana, las que una vez en Mendoza se teñían y se abatanaban hasta el grado de consistencia que se creía conveniente, y de estas bayetas o pañetes se vistió el ejército. Del mismo modo, fue creada la maestranza y el parque de artillería, con la hábil dirección de fray Luis Beltrán, gran experto en matemática, física y metalurgia. En cuanto a la pólvora, dada la abundancia de salitre en la zona, se instaló un laboratorio con la dirección del ingeniero José Antonio Álvarez de Condarco, obteniéndose un producto de superior calidad y cubriéndose todas las necesidades previstas. A estos organismos siguió la creación de otros, no menos importantes: la sanidad fue confiada al doctor Diego Paroissien; la vicaria castrense al sacerdote José Lorenzo Güiraldes; la comisaría del ejército a Juan Gregorio Lemos y la justicia militar, como auditor de guerra, al doctor Bernardo de Vera y Pintado.

Hasta ese momento, principios de 1816, la campaña sobre Chile no había sido formalizada oficialmente por el Gobierno nacional. Como era urgente apresurar su organización con la incorporación de otros 1.600 hombres, la obtención de ganado y dinero para la adquisición de armas, San Martín comisionó a Manuel Ignacio Molina para que se entrevistase con el Director Supremo. Como resultado de la gestión, solamente obtuvo una contribución en dinero.

En marzo de 1816, San Martín solicitó la incorporación de los otros dos escuadrones de Granaderos a Caballo que se encontraban en el Ejército del Alto Perú. Al siguiente mes se le enviaron estos granaderos que, al pasar por La Rioja, reclutaron 100 hombres más. El Libertador debió sumar a los grandes problemas que tuvo para llevar a cabo su empresa, la incomprensión del Gobierno de Buenos Aires, no muy convencido de las posibilidades de expedicionar a través de los Andes. El 3 de mayo de 1816, el Congreso nacional, reunido en Tucumán, eligió Director Supremo a Juan Martín de Pueyrredón. Este, ante la insistencia de San Martín, con quien tuvo una entrevista en Córdoba, orientó todos los esfuerzos hacia Cuyo. Se activaron los trabajos y esta provincia cordillerana se transformó en una inmensa fragua para forjar un ejército bien dotado que debía abatir el estandarte español en Chile. El 1 de agosto, el Director Supremo dio al ejército de Cuyo el nombre definitivo de Ejército de los Andes y San Martín fue designado su general en jefe. Para darle una nueva estructura, el Regimiento N 11 fue dividido en dos cuerpos, manteniendo el primer batallón su anterior número y dándose al otro la nominación de Batallón N 1 de Cazadores. El Batallón N 8, mediante el reclutamiento de un fuerte contingente de negros, alcanzó a contar con 355 hombres, que pronto fueron aumentados con nuevos aportes de la provincia. En noviembre de ese año, San Martín propuso la formación de una compañía de zapadores, considerada imprescindible por la característica topográfica del teatro de operaciones. La propuesta le fue negada, siendo sustituida por plazas de gastadores, las necesarias a cada cuerpo, creándose un cuerpo con los barreteros de minas.

El Regimiento de Granaderos a Caballo quedó finalmente organizado con cuatro escuadrones de 145 hombres cada uno. El quinto escuadrón, formado con personal seleccionado, se transformó en el Escuadrón Cazadores de la Escolta. Con los artilleros se creó un batallón de 241 hombres con 18 piezas de diverso calibre. Paralelamente a la organización del ejército fue necesario disponer su mantenimiento, adquirir los materiales de guerra y propender a los recursos para financiar la campaña. Los pueblos de Cuyo, a pesar de su pobreza, sintieron exaltado su patriotismo, lo que permitió a San Martín organizar y encauzar la economía provincial para poder cubrir al máximo las necesidades. Durante el año 1815, las minas de Pismanta y Huayaguaz proveyeron 27 quintales de plomo y gran cantidad de azufre y las de Uspallata produjeron igualmente plomo y algo de plata. De este modo se lograron extraer de Cuyo los elementos para la fabricación de pólvora y los metales para alimentar las fraguas de fray Luis Beltrán. La absoluta necesidad de aumentar los ingresos del fisco, dada la insuficiencia de la ayuda del Gobierno de Buenos Aires, indujo a San Martín a ampliar el régimen tributario de la provincia y crear diversos arbitrios: la contribución extraordinaria de guerra o impuesto directo sobre los capitales, a razón de 4 reales por cada 1.000 pesos, que también incluyó a los comerciantes exportadores y de tránsito; el impuesto a la carne de consumo corriente, que produjo unos 6.000 pesos anuales; la contribución patriótica, que aportó 8.700 pesos; la contribución basada “sobre el pie sólido de los producidos por las fincas rústicas”, y otra, extraordinaria, de la que consta una recaudación de 9.000 pesos. Se recurrió a las donaciones voluntarias en dinero, ganado y elementos directa o indirectamente útiles al ejército. Los traficantes en vinos y aguardientes abonaron, por propia iniciativa, un derecho de extracción calculado en 2.300 pesos mensuales; el gremio de carreteros aportó una contribución voluntaria de un peso por cada viaje de carreta y la cofradía de Nuestra Señora del Rosario efectuó un donativo en metálico que, sumado al de algunos españoles simpatizantes con la causa de la independencia, alcanzó los 3.940 pesos.

San Martín dispuso que ingresen al tesoro público los capitales de propiedad del convento de las monjas de La Buena Esperanza; la recaudación de los capitales a censo de las diversas cofradías fundadas en las iglesias y la limosna colectada por la comunidad de la Merced para la redención de los cautivos cristianos. En concepto de ingresos eventuales se recurrió a la disminución del sueldo de los empleados públicos prometiendo el reintegro a quienes no lo cediesen voluntariamente; se aceptaron préstamos voluntarios y forzosos; se dispuso el secuestro y confiscación de bienes de los europeos y americanos enemigos de la revolución y de los prófugos en Perú, Chile y otros lugares. El renglón de multas produjo ingresos considerables; se procedió a la venta de tierras públicas y se creó una lotería, que el gobierno administraba en el territorio de su jurisdicción. Al iniciarse la campaña, San Martín había pedido al Gobierno nacional la aprobación de la hipoteca de 44.000 pesos hecha de los fondos generales de hacienda de la provincia en favor de los prestamistas, de los que 24.000 erogó Mendoza, 18.000 San Juan y 2.000 la Punta de San Luis. También obtuvo del comercio de Mendoza un préstamo adicional de 20.000 pesos. Fue así como, al conjuro del Gran Capitán, surgieron todos los recursos para organizar, armar, equipar y mantener un ejército. Cuando la población de Cuyo ya no tuvo nada para dar, continuó ofreciendo sus propios esfuerzos: las damas cosieron ropas e hilaron vendas; numerosos artesanos prestaron su concurso para las construcciones militares; los carreteros y arrieros realizaron el transporte gratuito de todos los elementos necesarios al ejército. En todo momento las fuerzas reclutadas recibían una cuidadosa instrucción, dirigida personalmente por el general San Martín, la que se intensificó a mediados del año 1816. Se estableció un campamento en el paraje llamado El Plumerillo, pocos kilómetros al noroeste de Mendoza. En el frente del campamento se despejó un gran terreno que se destinó como plaza de instrucción y, hacia el oeste, se construyó un tapial doble para espaldón de tiro. Al finalizar ese año, la instrucción militar, tanto de las tropas como de los cuadros, había alcanzado un grado de perfeccionamiento no igualado, hasta entonces, por ejército americano alguno. Esta estructura bélica se completó con un Cuartel General, con el Estado Mayor (creado el 24 de diciembre de 1816), con las especialidades (barreteros de minas, arrieros y baqueanos) y con los servicios de vicaria castrense, sanidad, bagajes. Los efectivos de todas las unidades de línea, servicios y tropas auxiliares del Ejército de los Andes, arrojaron un total de: 3 generales, 28 jefes, 207 oficiales, 15 empleados civiles, 3.778 soldados combatientes y 1.392 auxiliares, lo que suma un conjunto de 5.423 hombres. Disponía, además, de 18 piezas de artillería, 1.500 caballos y 9.280 mulas.

Sólo faltaba al ejército una bandera: el comercio de Mendoza proveyó la sarga, de colores blanco y celeste, con la cual varias damas confeccionaron el estandarte
 

Brunner

Forista Sancionado o Expulsado
RELATOS DE CONTEMPORÁNEOS - Recopilados por José Luis Busaniche
FRAY LUIS BELTRAN


“En el campamento de Mendoza la escena cambiaba: reinaba en él la actividad metódica, y la subordinación automática a la par de un entusiasmo consciente. Una voluntad superior, que sabía lo que quería y lo que hacía, y a la cual todos se plegaban, lo ordenaba todo, infundiendo en las almas de sus soldados la seguridad del triunfo. Allí se sabía hasta lo que hacía, pensaba o iba a hacer Marcó, mientras él no sabía ni lo mismo que quería. Todos trabajaban, cada cual en la tarea que le estaba señalada, y todos confiaban en su general. Reuníanse mulas de silla y marcha y caballos de pelea; se forjaban herraduras por millares para las bestias; construíanse aparejos para acémilas (mulas); se acopiaban víveres secos y forrajes, recolectándose ganados en pie para el paso de la cordillera. Los jefes, oficiales y soldados se ejercitaban en sus respectivos deberes y oficios. El parque elaboraba cartuchos por cientos de miles. Las fraguas ardían día y noche, recomponiendo armas y fundiendo proyectiles. El infatigable Fray Luis Beltrán ejecutaba las nuevas máquinas, con que, según su expresión, debían volar los cañones por encima de las montañas, a la manera de los cóndores. El ingenioso fraile había inventado, o mejor dicho, adaptado una especie de carros angostos, conocidos con el nombre de zorras de construcción tosca pero sólida, que montados sobre cuatro ruedas bajas y tirados por bueyes o por mulas, reemplazasen los montajes de los cañones de batalla, mientras estos los acompañaban desarmados y a lomo de mula por las estrechas y tortuosas sendas de la cordillera hasta pisar el llano opuesto. A prevención proveyóse de largas perchas para suspender las zorras y los cañones en los pasos fragosos, conduciéndolas entre dos mulas a manera de literas, una en pos de otra, y además de rastras de cuero, que en los planos inclinados se moverían a brazo de hombres o por medio de un cabrestante portátil. “Mientras tanto, el general en jefe, silencioso y reservado, pensaba por todos; todo lo inspeccionaba y todo lo preveía hasta en sus más mínimos detalles, desde el alimento y equipo de hombres y bestias, hasta las complicadas máquinas de guerra adaptables, sin descuidar el filo de los sables de sus soldados.” (Historia del Libertador José de San Martín y de la Emancipación de América - Bartolomé Mitre)

INVENCIONES DE SAN MARTIN


“Necesitase una conserva alimenticia y sana, que a la par de restaurar las fuerzas del soldado fuese adecuada a la temperatura frígida que había que atravesar, y la encontró en la preparación popular llamada charquicán, compuesta de carne secada al sol , tostada y molida, y condimentada con grasa y ají picante, que bien pisado, permite transportar en la mochila o maletas la provisión para ocho días, y con sólo la adición de agua caliente y harina de maíz tostado proporciona un potaje tan nutritivo como agradable. San Luis, abundante en ganados, fue puesto a contribución para suministrar el charqui y dio dos mil arrobas de esta sustancia, supliendo el déficit el gobierno general hasta completarse la cantidad de 3.500 arrobas. Después del estómago, ocupóse de los pies, vehículos de la victoria. Dispuso, para suplir la falta de calzado y no gravar al erario, que el Cabildo remitiese al campamento los desperdicios de cuero de las reses del consumo diario, para construir con ellos tamangos, especie de sandalias cerradas, con jaretas a manera de zapatones de una pieza, usados por los negros, y que los mismos soldados preparaban. Llevóse la economía al último grado a que jamás ha llegado, para demostrar, según las palabras de San Martín, cómo se pueden realizar grandes empresas con pequeños medios. Publicóse por la orden del día y se proclamó por bando a son de cajas, que se reuniesen en almacenes los trapos viejos de lana para forrar interiormente los tamangos, “por cuanto -decíase en él- la salud de la tropa es la poderosa máquina que bien dirigida puede dar el triunfo, y el abrigo de los pies, el primer cuidado”. Con los cuernos de las reses, se fabricaron chifles para suplir las cantimploras, indispensables en las travesías sin agua de la cordillera. Por un bando, mandó recoger todo el orillo de paño que se encontrase en las tiendas y las sastrerías de la ciudad, que distribuyó entre los soldados para suspensorios de las alforjas. “Los sables “de lata” de los Granaderos a caballo estaban embotados: les hizo dar filo a molejón de barbero, y los puso en manos de los soldados diciéndoles que eran para tronchar cabezas de godos, como lo hicieron. No bastaba que las armas tuviesen filo: era preciso que los brazos tuviesen temple y que las almas fueran estremecidas por los toques de los instrumentos marciales que reemplazan en el combate la voz de mando, y pensó en los clarines, instrumento poco usado hasta entonces en la caballería americana. El ejército sólo tenía tres clarines. Al principio creyó suplir la falta fabricándolos de lata, pero resultaron sordos. Al pedirlos al gobierno, decíale: “El clarín es instrumento tan preciso para la caballería, que su falta sólo es comparable a lo que era la del tambor en la infantería”. “Estos detalles minuciosos, que preparan los triunfos finales, merecen ocupar la atención del historiador, porque son como los ornillos que ajustan las máquinas de guerra. “La previsión en los detalles abrazó un conjunto de cosas que iba desde las enjalmas de las acémilas y las herraduras de las bestias, hasta los puentes militares y los aparatos para arrastrar el material a través de las montañas. “Había estudiado todos los aparejos de mulas adecuados a su objeto, teniendo frecuentes conferencias con los arrieros. Al fin decidióse por la enjalma chilena, “por cuanto -según sus palabras- son las más adaptables al caso, por su configuración que dan más abrigo a la mula contra la intemperie del clima y son forradas en pieles, exentas por lo tanto de que las coman las bestias, siendo como son de paja, lo que sería irreparable en la esterilidad de la sierra”. Para forrar los aparejos, que él mismo hizo construir en Mendoza, pidió al gobierno seis mil pieles de carnero, en circunstancia que la expedición a Chile era considerada como una quimera (marzo de 1816). Pasaron ocho meses, y acordada ya la expedición, reiteró su pedido: “Tocamos ya la primavera, y antes de cuatro meses es llegado el tiempo de obrar sobre Chile. Faltan las seis mil pieles de carnero que deben emplearse en la construcción de mil aparejos, en lo cual deben emplearse tres meses, y no viniendo en la oportunidad debida, ni marcha el ejército ni proyecto alguno podrá ya adoptarse”, y un mes después escribía confidencialmente: «Está visto que en esa los hombres toman láudano diariamente: hace ocho meses pedí las pieles de carnero para los aparejos de la cordillera, y veo con dolor que ni aún están recolectadas, cuando por lo menos necesito un mes para forrar las esteras que ya están construidas”. (Historia del Libertador José de San Martín y de la Emancipación de América - Bartolomé Mitre).

HERRADURAS Y PUENTES

“El asunto que más lo preocupó, fueron las herraduras de las bestias. Para resolver el punto celebró conferencias con albéitares, herreros y arrieros, y después de escucharlos atentamente, adoptó un modelo de herradura, que envió al gobierno, encargando a un oficial la llevase colgada al pecho como si fuese de oro y la presentara al Ministerio de la Guerra. “Hoy he tenido -decía oficialmente- una sesión circunstanciada con tres individuos de los más conocedores res en materia de cabalgaduras para el tráfico de cordillera, y unánimes convienen, en que es imposible de todo punto marchar sin bestias herradas por cualquier camino que se tome, so pena de quedar a pie el ejército antes de la mitad del tránsito.” Y pocos días después agregaba: “Estoy convencido de la imposibilidad de llevar a Chile una caballería maniobrera (arma que nos da decidida ventaja por desconocerla en mucha parte el enemigo) sin llevar desde caballos herrados”. Necesitábanse treinta mil herraduras con doble clavazón, y en el espacio de menos de dos meses fueron forjadas, trabajando día y noche, en los talleres de la fábrica de armas de Buenos Aires y en las fraguas de Mendoza. “¿Cómo se salvarían los hondos barrancos del fragoso camino, se atravesarían los torrentes, ascendería y descendería el pesado material de guerra las ásperas pendientes de la montaña; y cómo, en fin, se sacarían de los precipicios las zorras y las cargas que se desbarrancasen? He aquí otros problemas más arduos, que fueron igualmente resueltos. Ideóse para el pasaje de los ríos, un puente de cuerdas, de peso y largo calculado (60 varas), y el pedazo de cable que debía ser presentado al gobierno como modelo, fue encomendado a un oficial con la misma solemnidad que la herradura (23) “No es posible pasar la artillería y otros grandes pesos por los angostos desfiladeros y pendientes de la cordillera, ni restituir a las sendas lo que de ella se precipitase,” -dice el mismo San Martín- “sin el auxilio de dos anclotes y cuatro cables, de un peso capaz de poderse transportar a lomo de mula.” Con este aparato movido por cabrestante venciéronse las dificultades del paso.” (Historia del Libertador José de San Martín y de la Emancipación de América - Bartolomé Mitre).

MUNICIONES DE GUERRA

“Pero se necesitaba además cerca de un millón de tiros a bala; 1.500 caballos de pelea y más de 12.000 mulas de carga. ¿De dónde se sacaría todo esto para tenerlo listo en poco más de dos meses de término? El parque de Mendoza sólo tenía a la sazón (noviembre de 1816) trescientos sesenta mil tiros de fusil a bala, y a razón de 20 paquetes por hombre para tres mil infantes, resultaba un déficit de trescientos ochenta mil cartuchos, que fue suplido por el gobierno con la pronta remisión de 500.000 tiros y 30 quintales de pólvora de cañón. En cuanto a los caballos , se proporcionaron novecientos, en San Juan y Mendoza, al precio de seis pesos uno, abonados con vales admisibles en las aduanas de Cuyo en pago de derechos, lo que era casi lo mismo que expropiarlos gratuitamente. Sólo Cuyo podía dar las mulas y los arrieros, como los dio; pero ya no era posible exprimir más la sustancia de la estrujada provincia, y por lo menos los fletes debían ser abonados, y estos importaban como ochenta mil pesos. Los dueños, proclamados por San Martín, se avinieron patrióticamente a recibir la mitad de su importe al contado, y el resto a su regreso de la expedición. Pero el tesoro del Ejército de los Andes estaba exhausto. Solicitado el gobierno por San Martín, contestóle, que no podía dar más y que se remediara con eso hasta mejor fortuna.” (Historia del Libertador José de San Martín y de la Emancipación de América - Bartolomé Mitre).

GRITOS HEROICOS
“Fue entonces cuando el General de los Andes lanzó con su sencillez y gravedad habitual, sus gritos más heroicos, que resonarán en la posteridad: “Si no puedo reunir las mulas que necesito, me voy a pie. El tiempo me falta; el dinero ídem; la salud mala, pero vamos tirando hasta la tremenda. Es menester hacer ahora el último esfuerzo en Chile”. “¡Ya estamos en capilla para nuestra expedición! por esto puede calcularse cómo estará mi triste y estúpida cabeza. Baste decir: que para moverme necesito trece mil mulas, que todo es preciso proveerlo sin un real. ¡Pero estamos en la inmortal provincia de Cuyo, y todo se hace! No hay voces, no hay palabras, para expresar lo que son estos habitantes”. “Todo, y todo, se apronta para la de vámonos: en todo enero estará decidida la suerte de Chile. “Para el 6 de febrero estaremos en el valle de Aconcagua, Dios mediante, y para el 15, ya Chile es de vida o muerte” ¡Y Cuyo dio las trece mil mulas, y el 8 de febrero (dos días después de la predicción) estaba todo el Ejército de los Andes reunido en el valle de Aconcagua; y el 12 (tres días antes de lo calculado) el triunfo coronaba las armas redentoras de la revolución argentina!”. (Historia del Libertador José de San Martín y de la Emancipación de América - Bartolomé Mitre).
 

Brunner

Forista Sancionado o Expulsado
RECUERDOS SOBRE LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO DE LOS ANDES

Un mes hacía que San Martín se hallaba en Mendoza, cuando llegaron a esta ciudad, desde Chile, en completa derrota, los restos del ejército chileno destruido por los españoles en Rancagua. José Miguel Carrera, jefe del gobierno, sus hermanos y otros oficiales de alta graduación, así como gran número de soldados, encontraron refugio en Mendoza. Ciertas pretensiones inadmisibles de los Carrera les indispusieron con San Martín. Aquéllos pasaron a Buenos Aires y guardaron profunda inquina al gobernador de Cuyo. Otros jefes -O’Higgins el primero- se mostraron adictos al futuro libertador de Chile. En el gobierno de Cuyo, San Martín se reveló como un ejemplo de actividad, previsión, energía y espíritu organizador. Perdido Chile, siguieron acontecimientos funestos para la causa emancipadora en América. El general español Morillo, al frente de una poderosa expedición, que en un principio debió dirigirse a Montevideo y luego desembarcó en las costas de Venezuela, sofocó el movimiento revolucionario en aquella región del continente y en Nueva Granada (1815 y 1816 ). Para este último año, solamente las Provincias Unidas del Río de la Plata manteníanse libres del poder español. San Martín, desde su llegada a Mendoza, dióse a organizar un ejército, con pericia y tenacidad genial. Ese ejército estaba llamado a salvar la causa de la emancipación. He aquí como se expresaba un sobreviviente de aquella época, el doctor José Antonio Estrella, que suministró al general Mitre interesantes detalles sobre algunos aspectos de lo que fue la prodigiosa organización del Ejército de los Andes. Estrella comunicó a Bartolomé Mitre y Vedia, hijo del general, bajo la forma de un reportaje, sus recuerdos vivísimos sobre San Martín y sus actividades en Mendoza. Reproducimos algunos fragmentos: “R.- Si no recuerdo mal, en su entrevista con el general Mitre le habló usted de las grandes dificultades que tuvo que vencer San Martín para vestir a sus tropas. ¿Tendría usted algún inconveniente en referirme lo que recuerde sobre el particular? “Dr.- Ninguno. Efectivamente, fue ese un asunto grave y serio. Faltaban los recursos y hasta los elementos necesarios para proveer al ejército del vestuario adecuado para una campaña tan ruda como la que debía emprender, y de la cual formaba parte nada menos que el paso de los Andes. El pueblo era pobre, y no podía dar más de lo que tenía; y al gobierno general, colocado en estrechas circunstancias por las incesantes y premiosas exigencias de guerra tan larga y dispendiosa, érale imposible atender desde Buenos Aires, con la prontitud y en la medida que las circunstancias demandaban, al equipo de las tropas que aquí estaban organizándose. “R.- El general Espejo, en su obra recientemente publicada sobre el paso de los Andes, trae algo, me parece, sobre los medios que se pusieron en práctica para resolver la cuestión vestuario. “Dr.- Sí, señor, pero hay algo más que decir sobre el particular. Como sucede a menudo en la vida, en este asunto hay un héroe ignorado de quien nadie se acuerda, y que sin embargo, contribuyó en primera línea a la solución de aquel arduo y trascendental problema. Apellidábase Tejeda y era un pobre hombre del pueblo, sin instrucción alguna, de mezquina apariencia, incapaz de formar una frase medianamente correcta. “R.- ¿Mendocino? “Dr.- Sí, señor, de la ciudad o sus alrededores. El fue quien, dotado de un talento natural para la mecánica, verdaderamente extraordinario, se comprometió a adaptar la maquinaria de un molino de trigo de modo que pudiese servir para abatanar el picote, nombre dado por aquel entonces a la bayeta que se traía de San Luis principalmente. “R.- ¿Y cumplió con su compromiso? “Dr.- De la manera más completa. Del molino de Tejeda, convertido en batán merced al ingenio de aquel hijo de Mendoza, salió convertida a su vez la bayeta en paño estrella o piloto: todo el género que se necesitó para vestir al ejército de los Andes. “R.- ¿Conoció usted a Tejeda? “Dr.- Sí, señor; era, al tiempo de comprometerse con San Martín -en conferencia que se celebró en el mismo molino- a hacer la transformación de que he hablado, un hombre como de treinta años de edad, de carácter sombrío, y de tan pocas palabras como notable ingenio. Vestido el ejército, Tejeda se dijo que el batán no tenía ya objeto, y se dedicó de nuevo a moler trigo, con lo que durante mucho tiempo ganó su subsistencia. Los inventos eran su pasión dominante. Yo he visto, señor, un pequeño piano -de los que entonces conocíanse con el nombre de espinetas- construido por él en su totalidad con maderas del país, y del cual solamente las cuerdas eran de origen extranjero. En sus ratos de ocio, que eran bien pocos, pues trabajaba mucho, complacíase en entonar canciones populares, acompañándose en su piano. Otras veces, cuando llegaban a visitarlo personas que a él le constaba que sabían cantar, ofrecíase a acompañarlas en su querido instrumento, y lo hacía con bastante afinación. Más tarde inventó un despertador tan original como útil para su trabajo. De un aparato especial colocado cerca del agua, partía una cuerda que iba hasta su cuarto, por cuyo techo seguía hasta encima mismo de la cama en que dormía Tejeda, sosteniendo allí una ojota (zapato rústico de cuero atado con tientos) llena de pequeñas piedras. Cuando se concluía el agua, la ojota caía sobre Tejeda, el cual se levantaba en el acto para ir a proveer nuevamente de agua a su máquina, volviendo en seguida a continuar el interrumpido sueño. Por fin, cuando tal vez de arrastrarse por la tierra, quiso, nuevo Icaro, probar fortuna en las alturas y como a Icaro también, su ambición le fue fatal. Un día, después de rodear su cintura, cabeza y brazos con cintos de plumas, a semejanza de los que usan como adorno algunas tribus indígenas, trepó al techo de su habitación y pretendió elevarse en el aire con aquella quimérica ayuda. El resultado fue el que debía esperarse: Tejeda cayó desplomado a tierra y se rompió las dos piernas, muriendo algún tiempo después de resultas de aquel desgraciado ensayo en el arte de volar. La cuestión calzado era seria también. Costaba mucho el material para confeccionarlo. Los hacendados y los abastecedores de carne fueron los que principalmente proporcionaron al general lo necesario para proveer a sus tropas de ese indispensable artículo; la bota de vaca, o “tamango”, como se llamaba entonces, fue el calzado adoptado para el ejército. “R.- Ha hecho usted referencia al “campamento”: ¿las tropas no ocupaban entonces la ciudad? “Dr.- Al principio sí, pero poco después, comprendiendo el general que la vida de ciudad no era la que convenía a soldados que debían en breve emprender tan ruda campana, hizo preparar el campo de instrucción inmediato al cual ha debido usted pasar yendo para San Juan, a una legua escasa de aquí, en el departamento de Las Heras. A aquel lugar, cuyo croquis llevó el general Mitre, y que recibió el nombre popular del “Campamento”, que ha conservado hasta hoy, se trasladó todo el ejército, convirtiéndose en el paseo favorito de la población, que iba a presenciar las maniobras y evoluciones de los soldados de San Martín. De allí rompió su marcha buscando los caminos de Uspallata y de los Patos, aquel ejército de todos querido y por todos admirado, acompañándolo en su partida un inmenso pueblo que hacía votos fervientes y entusiastas por el feliz éxito de la atrevida empresa, y por la libertad de Chile. “R.- He oído hablar mucho de un padre Beltrán que prestó a San Martín importantes servicios en la preparación de los elementos necesarios para el uso de la artillería, y que lo acompañó en su campaña de los Andes. ¡Parece que era hombre muy popular cl tal padre! “Dr.- Muy popular, es cierto. “¡Ya se fue el padre Beltrán”, decían las gentes al regresar al pueblo después de la partida del ejército; “no tendremos ya otros lindos fuegos como los que preparó en la plaza, ni otro globo como el que lanzó en la noche de los fuegos!” Efectivamente, el padre Beltrán, que tenía pasión por aquella clase de de trabajos, y un talento especial para ejecutarlos, había preparado y hecho quemar en la plaza, poco antes de ponerse en marcha las tropas, unos fuegos artificiales como no se habían visto ni parecidos hasta entonces en Mendoza. Formaban un paralelogramo de cincuenta varas de largo por cuatro de altura, con seis volcanes o grandes cañones de caña tacuara de dos tercias de alto, forrados en cuero fresco de vaca y cargados con pólvora, teniendo cada uno en la boca una bomba de cartón con más de doscientos cohetes de gran estruendo. Todo el frente del aparato hallábase revestido de fuego de diversos colores, y su coronación erizada de cohetes voladores. Encendido el castillo por tres puntos a la vez, la plaza se iluminó como de día, apareciendo en seguida, en letras de luz de vivos y variados colores, esta inscripción que fue saludada con entusiastas vivas y aclamaciones por el inmenso pueblo que llenaba la plaza: “¡Viva el general San Martín!” Inmediatamente después se lanzó el gran globo, que fue de un efecto admirable, tanto por ser el primero que se veía en Mendoza, como por la circunstancia de elevarse casi en línea recta a una altura de quinientos o seiscientos metros, hasta confundirse su luz con la de las estrellas. Pero donde el padre Beltrán prestó grandes servicios fue al frente de los talleres en que se elaboraban la pólvora y los materiales necesarios para la artillería. Trabajó en ellos sin descanso hasta que el parque del ejército tuvo cuanto necesitaba en esa clase de elementos; prestóse enseguida a acompañar personalmente a San Martín a fin de poderle ser útil en su ramo predilecto, llegado el caso de hacerse nuevamente necesarios sus servicios... “Contestando a una pregunta que le dirigí acerca del modo de ser de San Martín, tanto para con los particulares como para con los soldados, dijo el doctor Estrella: “Era hombre llano y hasta familiar en su trato con los ciudadanos lo mismo que con sus subalternos, sin que esto le impidiese, en lo tocante a estos últimos, ser inexorable para castigar toda falta contra la moral o la disciplina. Los dos primeros fusilamientos que presenció la población de Mendoza y que causaron una impresión profunda, cortando de raíz el mal que con ellos se quería atacar, fueron los de los soldados desertores de que ya le he hablado a usted. La pretensión era para él cosa completamente desconocida, descuidando hasta su traje, en cuanto no era el que cualquier otro hubiese usado en igual posición y rango. En actividad siempre, y preocupado únicamente de su grandioso plan y los medios de realizarlo lo más pronto posible, gusta de no perder tiempo en visitas y paseos. Una anécdota que tengo de testigos oculares, le dará a usted idea de lo que era el hombre cuando se trataba de asuntos del servicio. En cierta ocasión en que un vecino le daba cuenta de una comisión de que había sido encargado , llególe a San Martín un oficio del campamento. Leerlo y exclamar:— “Paisano, paisano, su caballo al momento; es urgente mi presencia en el campo de instrucción”; montando en seguida en el pobre y mal aperado mancarrón del vecino con quien hablaba, y partiendo a todo escape en la dirección que había indicado, fue para San Martín obra de un instante. En vano el paisano protestó que el general no podía ir en semejante cabalgadura, ofreciéndose a correr en busca de otra mejor: San Martín no lo oyó siquiera, y sólo al día siguiente volvió del campamento. Y no solamente para ocuparse del ejército y sus preparativos encontraba tiempo aquel hombre incansable. Todo lo que se relacionaba con el progreso de Mendoza le interesaba vivamente, y la gran alameda, que él delineó en unión del señor Agustín Santander, como la Biblioteca, que enriqueció con la por entonces famosa Enciclopedia Francesa y otras obras importantes, acreditan, entre multitud de señalados servicios prestados a la provincia, su gran cariño por ésta, y su deseo vehemente de verla próspera y feliz. “En 1816 no había más que una escuela fiscal en Mendoza, dirigida por el Reverendo Padre Fray José Benito Lamas, de la orden del Seráfico San Francisco de Asís. Era el Padre Lamas oriental de nacimiento, de regular estatura y atractivo aspecto, cortés, afable, discreto, excelente orador sagrado, y más que modesto, humilde: era, para decirlo todo en una palabra, un sacerdote modelo en todo sentido. “Era yo un alumno de aquella escuela, y a esa circunstancia debo el hallarme en aptitud de referir, con exacto conocimiento de causa, los hechos de que me voy a ocupar. “Conversando un día el general San Martín, general en jefe del ejército y gobernador de la provincia, con el Padre Lamas, dijo a este último que creía muy conveniente que sus alumnos se ejercitaran en el manejo del arma de infantería. “Nuestro director acogió con entusiasmo la idea del general. “En la escuela había unos cuantos jóvenes que conocíamos regularmente dicho manejo, así como los movimientos y evoluciones correspondientes al arma indicada, y sobre nosotros recayó, naturalmente, el encargo de disciplinar a los demás compañeros. “Escogiéronse niños capaces, por su edad, de manejar la tradicional tercerola de chispa, organizáronse las compañías con sus respectivos oficiales, sargentos y cabos, y se dio a reconocer a uno de nosotros -Federico Corvalán- como jefe del batallón, que recibió el nombre de “General San Martín”. “El cambio del paso, las marchas y las contramarchas y algunas evoluciones simples, fueron pronto aprendidas, pues era grande el entusiasmo reinante entre aquella muchachada que ya se creía tropa de línea próxima a afrontar al enemigo, y lo mismo sucedió con el manejo del fusil de palo de que se había provisto al batallón, a falta, por el momento, de fusiles verdaderos. “Proporcionábamos un tambor y un pito para los ejercicios, el valiente y simpático jefe del batallón número 11, coronel Juan Gregorio de Las Heras, ejercitándose aquéllos unas veces en la plaza y otras en la alameda, donde acudían en crecido número señoras y caballeros a presenciar nuestros movimientos. “Aproximábase el 25 de Mayo de 1816, de inolvidable recuerdo para cuantos lo pasaron en la inmortal Mendoza, y el director nos dijo que era menester que para la víspera del gran día, oficiales y soldados tuviésemos nuestros uniformes. Ni uno solo de nosotros dejó de cumplir con la orden de nuestro director. “A seis jóvenes entregó el director, respectivamente, una arenga o una composición patriótica para que la estudiaran de memoria y pudieran recitarla el 25 en la plaza, después de la gran salva de la salida del sol. El comandante del batallón y cinco oficiales, fuimos los favorecidos con tal distinción; he aquí los nombres de los oradores: Valentín Corvalán, Indalecio Chenaut, Damián Hudson, Jorge Díaz, Eusebio Díaz y el que estos apuntes traza. “Quince días antes del 25 nos entregó el director a tres oficiales, constituidos al efecto en comisión, un oficio que debíamos poner en manos del general San Martín, y en el cual el padre Lamas pedía a este último, que dispusiera lo conveniente para que fueran entregadas a nuestro batallón doscientas tercerolas e igual número de paquetes de cartuchos de fogueo para los próximos ejercicios y las descargas que debíamos hacer al despuntar el sol del gran aniversario. “San Martín, en cuanto se hubo enterado del contenido del oficio, batió las manos con alegría, mandando en el acto extender la orden pedida por nuestro director. Al despedirnos, nos recomendó el general que tuviéramos mucho cuidado de no lastimarnos con las armas, a lo que uno de nosotros contestó: - Pierda cuidado, señor, que lo haremos como V E. lo desea. “¡Con qué satisfacción leímos y releímos la orden para la entrega de las armas y cartuchos, mientras nos encaminábamos a dar cuenta al director del feliz resultado de nuestra comisión! Cuando llegamos a la escuela, y la pusimos en manos del padre Lamas, los tres comisionados la sabíamos de memoria, aumentando aún más nuestro contento cuando el buen hombre, después de leer la orden, nos dijo:—Mañana temprano irán ustedes con el batallón al cuartel de la Cañada y entregarán esta orden al jefe que está al cargo de la Sala de Armas. “Se hizo como lo deseaba el director, presentándose el batallón al día siguiente en el sitio indicado recibiendo cada soldado una tercerola y un paquete de cartuchos. En seguida se emprendió la marcha, de dos en fondo y con el arma a discreción, hacia nuestro cuartel, situado en el convento de San Francisco. ¡Hubiérase dicho que era una fuerza que se dirigía con las debidas precauciones a efectuar una atrevida y peligrosa operación militar! “El ejercicio de fuego hacíase en batalla, y a poco el batallón efectuaba descargas dignas de un cuerpo de línea. “Llegó por fin el gran día. A las cuatro de la mañana todo el batallón formaba en la escuela, al toque de llamada ejecutado por dos tambores y dos pitos enviados por el coronel Las Heras. Poco después de la diana, las tropas empezaron a pasar en dirección a la plaza, a la que fuimos los últimos en llegar, siendo colocados a un costado de la infantería. “En el centro de nuestro batallón flameaba la bandera celeste y blanca, de riquísima seda, lo mismo que su banda para sostenerla, con las armas de la patria, todo ello trabajado por las señoritas de Mendoza. En la torra de San Francisco, un vigía esperaba que el sol asomase por el horizonte para anunciarlo lanzando un cohete volador. Mandaba la línea de parada el general Miguel Estanislao Soler, el cual, al dar el vigía de la torre la señal convenida, mandó prevenirse para a romper el fuego. Un instante después, una salva de veintiún cañonazos, seguida de descargas de fusilería por batallones, de las cuales la última fue la nuestra, saludó la aurora del glorioso aniversario. No bien hubo cesado el fuego, y con él los repiques de campanas que habían acompañado, adelantase nuestro batallón al centro de la plaza, yendo con él la banda del núm. 11, la primera estrofa del himno patrio, entonado por doscientas voces juveniles, resonó en medio del silencio de aquella escena verdaderamente conmovedora “Concluido el coro, Valentín Corvalán dio cuatro pasos al frente y recitó su arenga, cantándose en seguida la segunda estrofa del himno. Y así, alternando estrofas y arengas, fueron sucesivamente recitando las composiciones que habían estudiado, Indalecio Chenaut, Damián Hudson, Jorge Díaz, Eusebio Díaz, y el que evoca estos recuerdos. “Al terminar el himno y las recitaciones echáronse nuevamente a vuelo las campanas de todos los templos, las bandas de música rompieron a tocar y las tropas tomaron el camino de sus respectivos cuarteles, con excepción de nuestra tropa, que después de cargar las armas, por orden de su comandante marchó en dirección contraria de la que todos esperábamos. “¿Dónde nos llevaban? Pronto lo supimos, y con júbilo inmenso: íbamos a la casa del general San Martín, distante tres cuadras y media de la plaza. El grande hombre, avisado probablemente de nuestra visita, nos esperaba en la acera, acompañado de varios militares y particulares distinguidos. Llegados frente a la casa desplegamos en batalla, y a la voz del comandante hicimos una descarga cerrada que nos valió un aplauso del general. Siguióse una segunda descarga, tan buena como la anterior y las mismas demostraciones que habían acompañado a ésta, y el infantil batallón tomó el camino de su cuartel a paso redoblado, entre los aplausos y aclamaciones del numeroso pueblo que llenaba las aceras y bocacalles. “Llegados al cuartel, armamos pabellones y descansamos sobre nuestros laureles. “Al repicar en la Catedral para la misa, tomaron las tropas el camino de la plaza, y nosotros hicimos otro tanto, ocupando los cuerpos las mismas posiciones en que se colocaron por la mañana. De pronto, el toque de atención dejóse oír del lado en que se hallaba el general Soler, y momentos después el ejército entero presentaba las armas y se batía en toda su línea marcha de honor. El general San Martín, vestido de gran uniforme, dirigióse al templo a pie, ;acompañado del ilustre Cabildo y las corporaciones. “El sermón estaba a cargo de nuestro amado director, fray José Benito Lamas, pero, por desgracia, los que habíamos quedado en la plaza poco o nada pudimos oír de aquella célebre peroración. Acercándome cuanto pude a la entrada del templo, lo único que pude ver y oír fue que el predicador, dirigiéndose a San Martín, decía: “¡Premiad al bueno y castigad al malo!”. “Por último, al consagrar la hostia durante la misa cantada, y al terminar esta última, repitiéronse las salvas y descargas de que he hablado antes, habiéndose retirado ya las comunidades religiosas de Agustinos, Mercedarios, Franciscanos y Domínicos, apareció el general San Martín seguido de su comitiva, desfilando, como al entrar, por delante de las tropas, que presentaban las armas y batían marcha de honor. “Así terminó para el batallón General San Martín la campaña del 25 de Mayo de 1816, que sirvió para templar el alma de muchos de los que formaron en sus filas, y que fueron después leales y valientes servidores de la patria.” José Antonio Estrella.

Instituto Nacional Sanmartiniano
 

Brunner

Forista Sancionado o Expulsado
LA PERSONALIDAD DEL LIBERTADOR
SUS GRANDES RENUNCIAMIENTOS - Horacio José Timpanaro (1928-1990)
SENTIMIENTOS ALTRUISTAS Y GENEROSOS - Rodolfo Argañaraz Alcorta
RETRATO FÍSICO Y MORAL - Recopilados por José Luis Busaniche
LAS CUENTAS DEL GRAN CAPITÁN - Bartolomé Mitre (1821-1906)
RELATOS DE CONTEMPORÁNEOS - Recopilados por José Luis Busaniche


SUS GRANDES RENUNCIAMIENTOS - Horacio José Timpanaro (1928-1990)
La vida de José de San Martín estuvo jalonada por una sucesión de renunciamientos. Renunció a la gloria que los pueblos otorgan a los guerreros victoriosos; al poder que aspiran los hombres públicos y a la riqueza que buscan alcanzar los hombres comunes.

AL EJÉRCITO ESPAÑOL


San Martín cumplió en España una destacada carrera militar. Fue admitido de cadete en el Regimiento de Infantería Murcia “El Leal” en 1789, cuando apenas contaba doce años. En 1793 obtuvo su primer ascenso al grado de segundo subteniente y, nueve meses más tarde, fue designado primer subteniente. Alcanzó la segunda tenencia en 1795 y, a fines de 1802, fue ascendido como segundo ayudante del Batallón Voluntarios de Campo Mayor “El Incansable”. En noviembre de 1804 fue promovido a capitán segundo y cuatro años después obtuvo el grado de teniente coronel de caballería: tenía entonces treinta años de edad. En 1811, después de 22 años de distinguidos servicios en el ejército español, renunció a continuar su brillante carrera no obstante ser americano, y solicitó su retiro para sumergirse en la apasionante perspectiva de la revolución americana. Se marchó pidiendo, solamente, el uso del uniforme de retirado y el fuero militar, este oficial antiguo y de tan buena opinión como ha acreditado principalmente en la presente guerra (de la independencia española), pues ha servido bien los 22 años que dice y tiene méritos particulares de guerra que le dan crédito y la mejor opinión. Así, con el citado reconocimiento de sus superiores, sin uso de las franquicias que otorgaba el montepío militar, dejó España, a la que no volverá a ver.

A LA VIDA FAMILIAR

Al abandonar la península también renunció a permanecer cerca de su madre, ya anciana y de su hermana María Elena. El destino lo llama desde lejos y allá va, a América, a cumplir con su misión. Años más tarde, al iniciar la campaña de los Andes en 1817, debió separarse de su joven esposa y de su pequeña infanta mendocina, quienes dejaron las acogedoras tierras Cuyanas cuando él se internó en los pasos cordilleranos para llevar la libertad a Chile. Renunció a permanecer cerca de su familia, a gozar de los momentos gratos con sus seres queridos y, por último, a atender a su esposa durante su fatal enfermedad.

AL PODER POLÍTICO

“Prometo a nombre de la independencia de mi patria, no admitir jamás mayor graduación que la que tengo, ni obtener empleo público y, el militar que poseo, renunciarlo en el momento en que los americanos no tengan enemigos.” Estas palabras fueron dichas en 1816, mientras preparaba el Ejército de los Andes. Por eso, el 26 de febrero de 1817, rechazó el grado de brigadier que le otorgó el Gobierno de las Provincias Unidas después del triunfo de Chacabuco y tampoco aceptó el mismo grado concedido por el Gobierno de Chile, a quien contesta: “este superior Gobierno ha querido recompensar mis cortos servicios por la libertad del país con el empleo de brigadier. Sin embargo, para que esta resistencia no se interprete a desaire, me honraría el grado de coronel.” En conocimiento de que el Congreso y el Director Supremo de las Provincias Unidas, de las que emanaba su autoridad, fueron disueltos después de la batalla de Cepeda -en la que Rondeau fue vencido por los caudillos del litoral- San Martín creyó que era su deber manifestar esta situación al cuerpo de oficiales del Ejército de los Andes, para que por sí nombren al jefe que debía mandarlos. ¿Pueden considerarse como un renunciamiento los acontecimientos de Rancagua, de abril de 1820? Si nos atenemos al texto de la nota de San Martín a Las Heras, del 26 de marzo, el Libertador dejó librado a los oficiales del ejército la elección del nuevo jefe. Esa oficialidad manifiesta, en el Acta del 2 de abril, que consideraba nulo el fundamento y las razones que se esgrimían, “pues la autoridad del general (San Martín), que la recibió para hacer la guerra, no ha caducado ni puede caducar porque su origen, que es la salud del pueblo, es inmutable.” San Martín estaba convencido que la pasión del mando es, en general, lo que con más empeño domina al hombre. (Bruselas, 2 de junio de 1827). Podemos decir con Mitre que San Martín “mandó, no por ambición, sino por necesidad y por deber, y mientras consideró que el poder era en sus manos un instrumento útil para la tarea que el destino le había impuesto”. Abdicó al mando supremo en el Perú y transfirió el poder al Congreso General Constituyente por él convocado, puesto que “la presencia de un militar afortunado (por más desprendimiento que tenga) es temible a los Estados que de nuevo se constituyen” (Pueblo Libre, 20 de setiembre de 1822). Con este gesto de sublime renunciamiento, San Martín se despojó voluntariamente del mando y entregó al pueblo el ejercicio total de la soberanía y, sellando la actitud consciente de su misión, dijo: “si algún servicio tiene que agradecerme la América, es la de mi retirada de Lima.” Por grandes que fueran sus renunciamientos al poder, es mayor su dejación en Guayaquil y su posterior retirada del Perú. Es de espíritus superiores renunciar a sí mismo y dejar que otro continúe la labor libertaria: “tiempo ha que no pertenezco a mi mismo, sino a la causa del continente americano” (Lima, 19 de enero de 1822). El 17 de julio de 1839, Juan Manuel de Rosas, gobernador de Buenos Aires y encargado de las relaciones exteriores de la Confederación Argentina, nombró a San Martín ministro plenipotenciario ante el Gobierno de la República del Perú, deseando dar al gobierno de esa república una prueba inequívoca de los ardientes votos que animan a la Confederación de estrechar relaciones de confraternidad sincera, bajo bases honrosas y de justa reciprocidad. Sin embargo, el 30 de octubre de ese año, el Libertador, desde Grand Bourg, renuncia al ofrecimiento y contesta: “si sólo mirase mi interés personal, nada podría lisonjearme tanto como el honroso cargo a que se me destina. El clima es el que más podía convenir para su salud; volvería a un país cuyos habitantes le dieron pruebas de afecto desinteresado y su presencia podía facilitar el cobro de los atrasos de su pensión, ya señalada por el Congreso peruano.

Pero faltaría a su deber si no manifestara que enrolado en la carrera militar desde los doce años, ni mi educación e instrucción las creo propias para desempeñar con acierto un encargo de cuyo buen éxito bien puede depender la paz. No obstante si una buena voluntad, un vivo deseo de acierto y una lealtad, la más pura, fuesen sólo necesarias para el desempeño de tan honrosa misión, es todo lo que podría ofrecer para servir a la República.

A LOS BIENES MATERIALES

¿A qué riquezas puede aspirar un estoico, como el hombre que dijo a los habitantes de Lima: “los soldados no conocen el lujo, sino la gloria”? San Martín renunció a ocupar la casa que le tenía preparada el Cabildo de Mendoza cuando por primera vez llegó a esa ciudad para desempeñar el cargo de Gobernador-Intendente; al mismo Cuerpo municipal no le aceptó que le abone la diferencia de sueldo que voluntariamente dejaba de percibir, no obstante las necesidades que tenía. En tiempo de dificultades, el prócer vivía con la mitad del sueldo asignado.

A VIVIR EN SU PATRIA

Tampoco quiso aceptar los 10.000 pesos oro que el Cabildo de Santiago le obsequió después de Chacabuco, suma que destinó para la creación de la Biblioteca Nacional de Chile. Rechazó el sueldo que tenía señalado como general en jefe del Ejército de Chile y devolvió una vajilla de plata que le habían obsequiado. Terminada la campaña emancipadora, vivió durante breve tiempo en Mendoza dedicado a labores campestres en su chacra. Retenido en Cuyo, sufrió con dolor no estar junto al lecho de muerte de su esposa. Llegó a Buenos Aires después de la muerte de Remedios: tomó a su pequeña hija y se embarcó para Europa. Cuando, en 1829, quiso regresar al país, no desembarcó en el puerto de Buenos Aires. Desde la rada siguió viaje a Montevideo y nuevamente a Europa, para no volver con vida a su patria. Regresaron sus restos, treinta años después de su muerte, cuando las pasiones tumultuosas habían acallado.

El Libertador nunca olvidó su tierra natal: en el último testamento expresó el deseo de que su corazón fuese depositado en Buenos Aires.
 

Iconoclasta

Colaborador
Chicos, compren el dvd especial que esta emitiendo el Clarin los lunes, acabo de ver la primera edición y esta ESPECTACULAR, con muchisimos detalles que no cuentan generalmente, es muy ilustrativo.

Otra cosa, algo que nunca entendi, porque se conmmemora el día de su muerte, y no el de su nacimiento? Es de esas cosas raras que pasan aca en Argentina me parece :cool:

Saludos,
Hernán.
 

Iconoclasta

Colaborador
Guybrush Threepwood dijo:
La intencion es conmemorar el dia que San Martin paso a la inmortalidad.

Saludos.

Bien, muy poetico, pero igual me parece que se debería recordar el día del nacimiento.

Saludos,
Her nán.
 

elinge

Colaborador
Generalmente, se sonmemora el día en que pasó a la inmortalidad. En lo personal, me bastaría con que se lo recuerde, que cada argentino - sobre todos los pibes, nuestro futuro - tengan presente quien fue, que nos dejó y le debemos y sus "Valores" de todo tipo, esos que hacen que sea un "modelo" de patriota a imitar....el Padre de la Patria, sin ninguna duda.

Enlo personal, con eso me conformaría. Si cada uno de los ciudadanos que integran la totalidad de los argentinos aspirara a representar para Argentina solo un 5 % (porcentaje caprichoso) de lo que El Libertador General San Martin "pesó" para que nuestro país se transforme en Nación Soberana y adhiriera al 20 % de sus valores como hombre íntegro (otro porcentaje caprichoso) , creo que otra sería la historia de nuestro país y - sobre todo - otro sería el "estandar" que el pueblo exigiría a sus dirigentes.
 
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