Esta historia comienza el 12 de mayo de 1982, en un lugar de la isla Soledad llamado Ganso Verde, una zona en la que se hallaba emplazado parte del Regimiento de Infantería 12 (RI 12), la Compañía Comando del Regimiento de Infantería 25 (Ca C del RI 25), una sección del Regimiento de Infantería 8 (RI 8), y una base de aviones Pucará de la Fuerza Aérea.

Ese día, a media mañana, me encontraba en las posiciones de Darwin con mi sección antitanque, cuando llegó el subteniente Reyes -de 24 años de edad- para anticiparme lo que luego sería comunicado por mi jefe de Regimiento: mi sección formaría parte de lo que se llamaría en adelante “Equipo de Combate Güemes” (ECG), constituido por la sección antitanque del Regimiento de Infantería 12 (soldados correntinos y chaqueños) y la 3ª Sección de Tiradores de la Ca C del RI 25 (soldados cordobeses). ¡Buena mezcla!

Nos abrazamos con Reyes y me puse muy contento por dos razones. La primera es que fuimos compañeros y amigos durante cuatro años en el Colegio Militar de la Nación y la segunda, que iba a hacer lo que más me gustaba, formar parte de una estructura de combate pequeña. Valernos por nuestros propios medios y decisiones.

Esa noche nos reunimos con quien sería el Jefe del ECG, el entonces teniente primero Carlos Daniel Esteban, de 27 años de edad, que nos impartió la orden preparatoria. La misión: “Dar la alerta temprana y evitar el ingreso de buques ingleses”.

Tenía 24 horas para prepararme. Me reuní con mis suboficiales para ponerlos al tanto de lo que haríamos. Había mucha expectativa y nerviosismo en ellos y me hicieron varias preguntas que no pude responder por no tener la autorización para hacerlo, para no develar la operación.

A partir de esa noche y hasta el 29 de mayo ya no podría dormir, solo dormitar.

Al día siguiente, el 13 de mayo, una vez reunidos los tres oficiales en el Puesto Comando de la Compañía Comando, Esteban pone un mapa en la mesa y nos completa la orden preparatoria. Nos ubicaríamos, a partir del 14  en una isla que estaba al sur del istmo de Darwin. Sobre la entrada del mar denominada Seno Choiseul.

“La misión –dijo– es establecer una posición de fuego y una de observación en la isla. Señores, voy a modificar el lugar de emplazamiento debido a dos razones: nuestra misión consta de dos partes, dar la alerta temprana y evitar que cualquier buque penetre hacia la zona de Ganso Verde.

Esta misión es cumplible en parte, podremos dar la alerta temprana, pero no así evitar el paso de buques, ya que carecemos del armamento adecuado. De quedarnos en la isla y producirse un desembarco, estaríamos aferrados al terreno hasta nuestro aniquilamiento.

Para evitar esto último, nos ubicaremos en ambas orillas. Usted, Vásquez, con los morteros y los cañones lo hará en la margen oriental mientras Reyes y yo, en la occidental.

En caso de un eventual desembarco, se abrirá fuego con todo nuestro armamento. Pero no se olviden de que nuestra misión principal es dar la alerta temprana. En caso de ser necesario, Vásquez con su sección se replegará hacia Puerto Argentino, nosotros hacia Ganso Verde”.

Cuando salí de la reunión, pensé: “¿Vos no querías combatir solo?

Entonces, reuní a mis suboficiales y los puse al tanto de la misión. Y esa tarde nos dedicamos a ultimar los preparativos.

A la noche nuestro jefe nos reunió nuevamente y nos comunicó que el verdadero lugar donde montaríamos la posición sería en el Estrecho de San Carlos, más concretamente en Fannig Head, un gran peñasco de 234 metros de altura. Y agregó que, por razón de las malas condiciones climáticas la partida se pospondría 24 horas.

El día 15, por disponibilidad de aeronaves se realizó traslado en dos etapas. La sección Gato de Reyes con el teniente primero Esteban partió a las 10.30, aproximadamente. Luego, cerca de las 16, partí con mi sección. Y tras 30 minutos de vuelo llegamos al norte de la Altura 234. El desembarco fue muy rápido ya que había Patrullas Aéreas de Combate (PAC) en la zona. En ese momento, con el helicóptero en marcha, se me acerca el piloto para darme instrucciones de cómo debía emplazar los morteros y cañones.

–“Señor, eso lo haré yo; sólo dígame dónde está mi jefe”, pregunté al Vicecomodoro a cargo del helicóptero. Me contestó que no había podido recoger al Teniente primero. 1° Esteban por las famosas PAC y que estaba al otro lado de la altura.

El helicóptero Chinook levantó vuelo pesadamente y desapareció detrás de la colina.

Quedamos en el silencio más absoluto sintiendo sólo el viento frío que nos pegaba en la cara.

Estaba solo con mis soldados en el extremo noroeste de la isla Soledad. El cielo estaba cubierto por una gran masa de nubes grises, pero se podía divisar con claridad, del otro lado del estrecho, la isla Gran Malvina. A mis espaldas tenía la famosa Altura 234 (donde Reyes con veinte soldados libraría un corto y violento combate contra los comandos ingleses) y al frente, el impresionante Océano Atlántico; y más allá Buenos Aires, con mi esposa y mi hijo.

Abandoné mis recuerdos rápidamente y organicé la defensa de la posición. Desconocía por completo la ubicación del resto del equipo de combate y debía tomar contacto cuanto antes, ya que tenía menos de dos horas de luz. Esta actividad me demandó cuarenta y cinco minutos.

Dejé la sección con su encargado el sargento Rodriguez, para partir con dos hombres a buscar al resto de la fracción. Lo correcto hubiera sido que mandase a una patrulla, pero en situaciones de combate real y en el nivel de conducción más bajo (sección) todas las actividades o eran encabezadas por el jefe de la fracción o no se hacían. Esto sería una característica de aquí en más.

Hay circunstancias en las cuales la mínima fracción del nivel táctico debe dividirse. Por eso, en la guerra la figura del sargento (encargado de sección) adquiere una importancia fundamental para la conducción de la sección en caso de ser necesario. 

Con el armamento personal y la bolsa de rancho, iniciamos la marcha hacia el sur, dando un rodeo a la altura por el Este. Después de quince minutos de marcha, nos encontramos con una gran extensión de agua que penetraba como una cuña hacia el este de la isla.

De la fracción no había rastro, la indicación del piloto del helicóptero era errónea. Sólo una pequeña luz se alcanzaba a distinguir al otro lado del estrecho (3 kms.) hacia el Sur y hacia el Este, sobre la costa, un diminuto destello que a veces desaparecía. No quedaba otra alternativa que ir hacia él.

El terreno cerca de la costa presentaba muchos accidentes, pero no debía abandonar la única referencia que tenía  porque carecía de brújula y carta de la zona, ya se cerraba la noche y no tenía la menor idea de dónde me encontraba.

La marcha se hizo en silencio. Iba adelante marcando el ritmo. Era una carrera contra el sol que muy rápidamente se perdía a nuestras espaldas del otro lado de la Gran Malvina. Sabía que sin luz no podría continuar, hacía mucho frío y teníamos sólo la campera para cubrirnos. La comida no me preocupaba: sabía que hasta cinco días se puede estar sin ingerir alimentos. El otro tema que me preocupaba era el enemigo: mi posición en la costa era muy desfavorable, totalmente sin cubierta.

Aproximadamente a las 20.30, con la noche bien cerrada, nos encontramos con un pequeño poblado. La primera casa estaba a 100 metros de nuestra posición. Sabía que estaban operando en la isla las fuerzas especiales del enemigo (SAS y SBS) y debía tomar los recaudos del caso. Por esa razón dejé a mis dos hombres en esa posición cubriéndome y realicé un reconocimiento. Por una de las ventanas pude observar a un hombre y una mujer cenando. Después de la señal convenida tomamos la casa, lo cual produjo el natural susto de sus integrantes. Con mi escaso inglés pude averiguar que ese lugar era la estancia San Carlos y que soldados argentinos la ocupaban desde el mediodía. Dejé al suboficial en la casa y me hice acompañar por el hombre hasta el acantonamiento de los supuestos argentinos con mi pistola a 10 cm. de su nuca. Al escuchar “alto quien vive” me tranquilicé y el kelper volvió a respirar. Pedí las disculpas del caso y me reuní con mi jefe.

 Allí pasamos la noche.

Esteban me puso al tanto de la nueva situación. Había decidido establecer como base la estancia San Carlos y el puesto de observación en la Altura 234. El equipo de combate se dividiría en tres grupos de veinte hombres y con el Chelco Reyes rotaríamos: el relevo se haría cada dos días. El primer turno estaría a mi cargo.

Como tenía por rol de combate una pistola ametralladora (PA3), Esteban me había dado antes de salir de Pradera del Ganso un fusil Einfield calibre 303, con un valijín lleno de munición; así, con el soldado Espinosa, que no tenía FAL por ser radio-operador, formamos un dúo inseparable durante el resto de la guerra ya que él sería el encargado de abastecerme de munición y yo su escudo de fuego con ese hermoso fusil de la IIª Guerra.

Después de cenar un rico guiso caliente, nos quedamos con Reyes y Esteban conversando hasta muy tarde sobre nuestras familias. Con Daniel teníamos algo en común, habíamos sido papás recientemente. Rafael Vásquez tenía tres meses y Santiago Esteban un poco más.

Antes de que amaneciera tomamos un mate caliente e iniciamos la marcha hacia el puesto de la Altura 234 con el teniente primero Esteban y veinte hombres.

Llegamos después de dos horas y media de marcha y, una vez organizada la defensa, Esteban y un grupo de hombres regresaron a la base. 

Era 16 de mayo: mi primer aniversario de casamiento y el cumpleaños del Cabo Ferreyra. Allí nomás salieron dos hombres y regresaron con un cordero que estaqueamos y asamos con postes que rompimos de un alambrado. Me había traído varios packs de Coca Cola en lata escondidos en unas cajas de proyectiles vacías; los tomé prestados la noche anterior a la partida del depósito de intendencia en Pradera del Ganso.

A 8 kilómetros se encontraba la base del “Equipo de Combate Güemes”, en puerto San Carlos. El trayecto era muy accidentado, piedra, turba y arroyos que no se distinguían, lo cual hacía que los desplazamientos fueran muy dificultosos.

El día 17 me desperté muy temprano. Con las primeras luces, puse agua en el casco, me lavé la cara, los dientes y me peiné. Calenté un poco de agua en el jarro y preparé unos verdes. El mate lo habíamos improvisado con una lata de gaseosa cortada por la mitad y la bombilla era una birome BIC vacía con la tapita blanca y algunos agujeros hechos con un clavo caliente. Alrededor de las 10.30 llegó Reyes con el relevo. Tenía un esguince en el tobillo. Estaban bastantes cansados y les convide cordero frío y Coca Cola.

El Chelco se reía y me decía: “el único que puede recibirme con este manjar en el confín de la tierra sos vos, Rata”. Y me daba un abrazo. Rata era el apelativo que me habían puesto en el Colegio Militar porque siempre me las rebuscaba para obtener vituallas, acovacharme y dormir cuando se podía.

Antes de partir, convinimos en realizar el relevo cada cinco días debido al gran desgaste que producía la marcha en esa topografía. Le entregué mi casco a Reyes porque él no tenía y regresé con mis hombres a la base, con un problema menos en la cabeza. En Pradera del Ganso había tenido una discusión bastante fuerte con un oficial más antiguo que me quería hacer poner el casco para dar el ejemplo a la tropa.

En San Carlos la pasábamos bien en comparación con la punta del estrecho.

Los pobladores continuaron con su vida normal y debíamos comprarles azúcar, harina y otras cosas a precios de mercado; de mercado de ellos, lo que dependía de cómo se levantaran.

Gracias al equipo de comunicaciones (Yaetsu FT 101, un equipo de radio aficionado requisado a los kelpers en Darwin) pude comunicarme con mi esposa.

El 19 a la mañana, barriendo frecuencias, encontré a la base antártica del Ejército Belgrano 2 en comunicación con el Comando Antártico. Desde enero estaba de campaña en esa base como ingeniero Gustavo Fossati, un primo de mi esposa. En escasos minutos establecieron una conexión radiotelefónica con la casa de mis suegros y pude tener noticias de los míos.

En varias oportunidades, durante la noche, fuimos sobrevolados por helicópteros del enemigo en misión de reconocimiento y cada vez con mayor frecuencia. Ésa y otras razones como las características geográficas del lugar eran indicios de que los ingleses realizarían alguna acción sobre nuestras posiciones y lo harían pronto.

El día 20 por la noche, cuando estaba organizando mi patrulla para el próximo relevo del día siguiente, el enemigo inicia sobre distintos lugares de la isla un intenso fuego de preparación o de distracción.

Por la radio escuchamos a varios puestos dando la confirmación de estos ataques. En esas circunstancias, Esteban me llama y me comunica que había modificado los planes. ¡Era ya evidente alguna acción del enemigo!.

Debía enviar a la Altura 234 a un suboficial y un soldado, con el equipo de comunicaciones correspondiente (Thompson), para dar la alerta temprana en caso de desembarco inglés. Reyes debía replegarse a nuestra base con el personal y los morteros, para conformar una defensa con todo el equipo de combate sobre las alturas a nuestras espaldas.

Lamentablemente, carecíamos de elementos de zapa pero la posición era muy ventajosa.

Aproximadamente a la 1.30 escuchamos a lo lejos un gran estampido y, veinte minutos más tarde, un intento de transmisión de Reyes. Luego… un silencio absoluto.

Antes de que amaneciera desperté al personal que relevaría a Reyes. Al amanecer iniciarían la marcha. Con las primeras luces estaba revisando la radio y el armamento que llevarían, cuando un soldado apostado a 150 metros en la pendiente ascendente de una elevación, comenzó a llamarnos a los gritos.

El espectáculo era impresionante. Donde hasta hacía unas horas revoloteaban algunas gaviotas sobre las tranquilas aguas de la desembocadura del Río San Carlos, había ahora cinco fragatas rodeando a un barco diez veces más grande (el Queen Elizabeth) y lanchones de desembarco en dirección a la bahía Ayax y hacia Puerto San Carlos, que era nuestra posición.

Aproximadamente a 600 metros se veía una avanzada del Regimiento de Paracaidistas 3, inglés (400 efectivos) iniciando su aproximación en formación de combate hacia nuestras posiciones. Mientras bajábamos a la gran carrera, Esteban me decía: “Reúna a toda la gente y forme dos grupos, el de la izquierda a su mando y el de la derecha al mío”.

Quedaban menos de cinco minutos para poder tomar posición en las alturas del noreste. Mientras Esteban se comunicaba con el Comandante de la Brigada III para informar de los acontecimientos, organicé las dos columnas.

Recuerdo que los soldados me miraban con ojos bien abiertos, el rostro tenso y respiración agitada, esperando órdenes. Por un instante recordé el telegrama de mi padre recibido unos días antes:

“Tu mujer, ejemplo de entereza. Tu hijo sano y hermoso. Estamos orgullosos de ti  y de tus 

soldados, rezamos  por tu suerte y coraje. Sé un ejemplo para tus soldados.. Cariños de tu madre y hermanos. Mucha fe y valor.

TU PADRE.”

Sentía que mi corazón latía enloquecido, como si estuviera por estallar. Nunca me había pasado. Era miedo. Y, de repente, me vi dando órdenes, no sé cómo.

Ya con las dos columnas de veinte hombres cada una listas, esperábamos a Esteban que estaba informando por radio a Puerto Argentino el desembarco del enemigo. Un soldado apostado como observador a viva voz nos indicaba cómo se aproximaban las avanzadas de combate del Regimiento de Paracaidistas 3: “¡Están a 300 metros… 200 metros…!”.

Y Esteban seguía respondiendo a las preguntas del comando de Puerto Argentino. Hasta que cortó el diálogo y dijo: “Enemigo en alcance de armas automáticas, paso a defender el lugar, cambio y fuera”.

Por lo que pudimos observar unos minutos antes, estábamos en el medio del desembarco de la famosa “Task Force”. 

Iniciamos el desplazamiento únicamente con nuestro armamento y con el enemigo entrando a la pequeña localidad. De no haberlo hecho hubiera sido una masacre ya que nos iban a aferrar con su avanzada y sobrepasar con el helicóptero que minutos más tarde después derribamos, o sea, habríamos estado tácticamente perdidos. Lo que hubiera pasado después, sólo Dios lo sabe.

Recuerdo que primero salió Esteban con su grupo y luego lo seguí, desplazándome hacia la izquierda y hacia arriba de una loma buscando una separación de cincuenta metros entre ambas columnas. Este movimiento me hizo retrasar un poco y en el afán de no perder contacto visual, ya que no teníamos equipos de radio, el desplazamiento era a la gran carrera. Recuerdo que tenía las piernas entumecidas y no podía casi respirar. Era como si llevara horas corriendo.

No había recorrido cincuenta metros cuando me acordé de mi caja de recuerdos …

– “Me olvidé la caja, ¡la  #*#*#…!”. (Era como una caja de zapatos con cartas, fotos de mi familia y algún chocolate que había recibido hacía dos días).

A mi lado corría el soldado Espinosa que escuchó mi puteada y me dijo:

– “Yo se la busco mi subteniente”, y regresó corriendo a buscarla. No lo pude parar.

Llegó hasta la casilla donde estaba la caja y cuando sale de ella se encuentra de frente con algunos soldados ingleses que lo apuntan. Los mira, y sale corriendo.

Cuando nos alcanza me dice, “acá está su caja, mi subteniente”.

Espinosa había arriesgado su vida por unas fotos y algunas cartas de mi familia. En ese momento no me di cuenta de la trascendencia de esa actitud.

Él estaba dispuesto a perder la vida por su Patria, y en ese momento mis recuerdos eran su Patria, Yo era su Patria.

Instantes después entramos en combate.

Lo cierto es que la decisión de Esteban fue acertada. Porque cuando llegamos a la cima, vimos como un Sea King intentaba un aterrizaje por detrás de nuestra base.

El teniente primero Esteban ordena: “¡Fuego libre!”. El aparato es alcanzado y se desploma desde baja altura (cinco o seis metros).

En ese momento veo que Esteban inicia un cambio de posición. Lo sigo. Creo que lo que a Esteban le preocupaba es el aferramiento: 42 hombres con dos ametralladoras y munición para una hora de combate, contra una fuerza de desembarco –por lo que pudimos apreciar– de 400 hombres en nuestro sector, el Batallón de Paracaidistas 3, apoyada por artillería naval y helicópteros.

El terreno que teníamos por delante era de pequeñas cuchillas de 70 a 100 metros de altura, con pendiente general hacia el río. Nuestro sentido de marcha era paralelo al río y perpendicular a las cuchillas en dirección general oeste-este. Subíamos y bajábamos.

Descendíamos por una pendiente suave, ya la niebla se había despejado y teníamos buena visión, cuando apareció el segundo helicóptero, esta vez un Gazelle con coheteras en sus costados. Venía sobre el río, que en ese lugar es bastante ancho. En ese momento las dos columnas estaban paralelas al río, con una separación de sesenta a setenta metros una de otra. La mía era la más alejada, a unos cien metros de la costa.

Tomamos nuevamente posición y comenzó el ataque con el primer tiro a cargo del teniente primero Esteban, tal lo convenido: fuego reunido de FAL. Esta es la táctica de combate para blancos aéreos cuando no se dispone de misiles. Parecía que lo que me había enseñado mi instructor de 1er año en el Colegio Militar, el teniente primero Abete, funcionaba. El aparato se desplomó en el agua. Los soldados espontáneamente comenzaron a gritar “¡VIVA LA PATRIA CARAJO!”,  y toda clase de epítetos cuando el helicóptero se hundía.

Ante una seña de Esteban, ejecuto otro cambio de posición. En ese momento comienza el fuego de morteros del enemigo sobre la posición inicial. Cruzamos otra cuchilla y apareció el tercer helicóptero, otro Gazelle. Ya no había que impartir ninguna orden, los “chicos de la guerra” sabían qué hacer. Pero el aparato descubrió nuestra posición e hizo una maniobra con el fin de abrir fuego. Cuando bajó su trompa para hacer puntería, nuevamente descargamos toda la munición del cargador de una sola vez, al mismo tiempo y al mismo blanco. Como la munición era trazante, es decir que se ve la trayectoria del proyectil como una estela de fuego, parecía atacado con un lanzallamas. Ya varios de los soldados disparaban rodilla en tierra o directamente de pie, en una actitud casi temeraria.

El Gazelle pasó sobre la columna de Esteban y volaba totalmente fuera de control hacia mi columna. Todo ocurría tan rápido que no hubo tiempo de movernos. Cayó a 15 metros adelante mío. Otra vez el griterío de los soldados era incontrolable: “¡VIVA LA PATRIA CARAJO!”, mezclado con algunos sapucai de mis soldados correntinos y algunos otros gritos de los demás, hasta que salió de la máquina un tripulante y muchos abrimos fuego sobre él.

Estaba indefenso, no representaba ningún peligro para mis soldados. ¿Por qué lo matamos? Todavía siento una gran angustia por esa muerte. Aunque sé que en el estado emocional en que estábamos todos, lo único en lo que uno piensa es en tirar, tirar y tirar, hasta que nada se mueva.

El fuego de morteros continuaba, pero era evidente que no tenían nuestra ubicación, ya que se realizaba sobre la posición anterior y nos protegía la topografía del lugar.

El cabo primero Ferreyra se me acerca y me dice:

–“Mi subteniente, ¿me autoriza a cortarle una oreja?”

–“Déjese de joder”, le grité.

–“Es que le prometí a mi hermano llevarle la oreja del primer inglés que matara”

–“¡Déjese de joder, Ferreyra!”, le volví a gritar y le ordené avanzar eludiendo los restos del helicóptero.

Cruzamos una gran elevación, como un morro, que entraba al gran río San Carlos y nos encontramos con un acantilado de diez o quince metros de alto. Bajamos dificultosamente y tomamos posición entre las piedras que había junto a la costa. Ya se escuchaba el motor de otro helicóptero.

Apareció por el costado del morro, como buscándonos por la costa, pero nuestra cubierta era excelente y lo dejamos aproximar. Cuando entró en zona nuevamente abrimos fuego. Comenzó a caer y dejamos de disparar.

Antes de chocar contra el agua, el piloto logra levantarlo y pudo cruzar el morro cayendo del otro lado.

Estábamos demasiado lejos para esperar refuerzos. Estaba claro que lo que debíamos hacer era un repliegue hasta tomar contacto con propia tropa, distante a 80 kilómetros. Carecíamos de munición, víveres y de equipo para dormir a la intemperie.

Estábamos todos en apresto, esperando cuál iba a ser la próxima acción del enemigo, cuando escuchamos un avión que se aproximaba y en segundos pasó a gran velocidad y bien bajo hacia las posiciones del enemigo. Era un Aeromacchi y lo piloteaba el teniente de navío Owen Crippa, como después nos dijeran. Había despegado apenas se recibió nuestro aviso. Fue el primer avión en llegar y descargar sus bombas y ametralladoras sobre una fragata.

En ese momento sentí una gran tranquilidad y pensé: “Ahora les tiramos toda la aviación y, en cinco horas, un contraataque de nuestros comandos y de la compañía B del RI 12 que está de reserva en Puerto Argentino”.

Fue sólo el pensamiento de un subteniente.

No habíamos sufrido bajas. Los ingleses habían perdido cuatro helicópteros y cerca de una docena de hombres.

Decidimos esperar para ver si teníamos alguna novedad de Reyes; además, era un lugar seguro para tomar aire y despejar la mente.

El subteniente Reyes y su grupo habían librado un corto y violento combate en la madrugada del 21 de mayo. Primero sufrió el bombardeo naval a sus posiciones y luego un ataque del Special Boat Squadron (SBS), comandos navales, y de varios blindados anfibios. En esa acción sufrió seis bajas. Ante la gran escala del desembarco y habiendo perdido casi la mitad de sus hombres decidió, aprovechando la escasa visibilidad de la noche, tratar de salir del cerco en que se estaba metiendo para evitar ser aniquilado. Lo logra 24 horas después e inicia un repliegue que dura casi 20 días, sin comida, a la intemperie y con graves problemas de salud, al punto de tener que, con un cortaplumas, amputarle un pie a un cabo.

Ya había caído Puerto Argentino y Reyes, con cinco soldados famélicos que le quedaban, desnutridos y algunos ya sin dientes por la descalcificación, fue finalmente rodeado por fuerzas inglesas que le piden la rendición. Les pregunta a sus soldados si están dispuestos a combatir. Pero éstos no contestan, sólo esperan la orden de su jefe, como siempre. Reyes, sabiendo que no tenía la menor posibilidad de éxito, se rinde.

En Buenos Aires, cuando después de dos años nos volvimos a ver  y nos contamos lo vivido, me dijo que fue la expresión de esos cinco rostros lo que lo llevó a rendirse en aquella oportunidad.

Luego, al no tener novedades de Reyes y su gente, iniciamos un repliegue para tomar contacto con propia tropa. Éste duró tres días. Fue bastante duro por la carencia de alimentos, el frío y la lluvia. Por las noches debíamos agruparnos todos abrazados para darnos calor y poder pasarlas. Apenas amanecía, sin haber dormido, se iniciaba la marcha.

Así, el 24 de mayo, llegamos al Douglas Padock.

Allí nos buscan con helicópteros y nos llevan  a Puerto. Argentino. Como  Darwin está siendo atacado por los ingleses, mi jefe pide ser enviado otra vez al frente ya que el resto de su compañía –Estévez, Gómez Centurión y Aliaga– estaba allí.

Esa es otra historia.

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José Alberto Vásquez
Ex Subteniente de Infanteria. RI 12 General Arenales Promoción 111 del CMN. Veterano de Guerra de Malvinas.

19 COMENTARIOS

  1. Libraron un combate muy desigual contra un enemigo que dominaba el mar y el aire en torno al ismo, o sea , una derrota segura. No debimos ir. Pero dieron testimonio con valor y profesionalismo.

  2. Quedo perplejo ante semejante relato. Gracias a todos estos hombres, la mayoría desconocidos, por su esfuerzo y valor. Tengo muchos amigos que estuvieron allí y cada vez que leo sobre esta guerra más me convenzo de que nuestra sociedad no hizo el esfuerzo de ponerse a la altura de lo que ellos hicieron. Quizás porque las batallas fueron lejos y nosotros estábamos preocupados por el fútbol.

  3. Carlos + Sobarzo, más que interesante, excepcional relato de quienes combatieron valientemente en esas instancias. Lo de la Vergüenza se lo podría haber ahorrado en honor a los que intervinieron en ese combate. Un VGM de la FAA.

  4. Sin duda, heróicos los que combatieron en malvinas, una guerra que se podia ganar si no fuera porque los altos mandos de las FFAA no querian ganarlas, buscaban solo un desembarco y negociar con los ingleses, prueba es que en la operacion rosario los soldados argentinos tenian la insólita orden de no lastimar a los soldados ingleses y de ahi que la primera baja de la guerra fue de un argentino, y cuando los ingleses vinieron hicieron todo lo posible por acordar y terminar la guerra. Cuando los VGM volvieron, los escondieron y empezo la desmalvinizacion ( hacerle creer al a gente que no se puede enfrentar a inglaterra y que mejor olvidarse del tema ).

    Comentario aparte es la vergonzosa actuacion de muchos VGM y asociaciones de veteranos , que hoy en dia solo parece importarles buscar subsidios, prebendas o cargos a cambio de darle respaldo politico a todos los gobiernos de turno,( hasta aparecio un grupo que se dicen veteranos y quieren subsidios aunque jamás vieron combate ), incluso algunos VGM han participado de gobiernos abiertamente anglofilos, como funcionarios de los mismos, pero no exigen la ruptura de los acuerdos de madrid ni la confiscacion de los capitales británicos en represalia por la ocupacion britanica de las islas.
    Da mucha bronca y tristeza todo esto, saludos.

  5. Valientes oficiales, suboficiales y soldados, que dieron más de lo que disponían, muchos de ellos su vida. Demostraron coraje y un valor supremo defendiendo a nuestra querida Patria. Expreso con una profunda emoción, mi gratitud eterna. GLORIA Y HONOR!!!

  6. inadmisible que los responsables de esta locura anaya galtieri menendez y otros cabezas de locas hayan muerto en libertad y sin castigo alguno con lo que ocasionaron y aun sigue la debacle postrados sin defensa porque asi lo dispone la perfida albion, cuanta valentia coraje y sangre derramada sin medios ni proteccion, solos oficiales suboficiales y soldados librando batalla.

  7. Un muy buen relato, más que eso, un documento histórico. Mi más profundo respeto, señor, a usted y a todos los que combatieron a nuestro histórico enemigo, el Imperio Británico

  8. Lo natural era como penso vazquez que a infanteria iria a enfrentar el desembarco…pero el cobarde de menendez ya habia perdido la batalla psicologica, tenia listo su impoluto uniforme de gala listo para rendirse..De haber tenido honor se hubiera pegado un tiro.

  9. GLORIA Y HONOR para nuestros héroes !! Un relato impresionante. Felicitaciones por este testimonio.

    Cuesta creer que no podamos salir adelante, en un país que há parido valientes como estos…
    Orgullo de nuestros héroes !!! VIVA LA PÁTRIA !!

  10. Si 42 argentinos se enfrentaron a un regimiento de 400 tipos y además les vajaron 4 helicópteros a tiros de FAL, realmente es muy ingenuo de nuestra parte pensar que nos van a vender armamento que sea medianamente útil.

  11. Un gran relato de un VGM, héroe de Malvinas. Estos son testimonios que deben quedar para las futuras generaciones que no vivieron, como nosotros, esos días de guerra contra Gran Bretaña y sus socios. Este relato es muy rico en detalles.

  12. A través de haber leído el libro de Ítalo Piaggi y posteriormente el de Oscar Tévez, sin desmerecer a nadie, simpre se habló de RI 25, y en ambos libros y otros relatos, se reivindica la acción del «12».

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