Saez Peña, Soldado ilustre del Perú.

Yucaste

Forista Sancionado o Expulsado
Joven argentino, quien se presento voluntariamente a las autoridades de Lima, una vez iniciada la GDP, dandole el grado de Teniente Coronel, participo en las Batallas de Tarapaca (27/11/1879) y en el Asalto y Toma del Morro de Arica (07/06/1880) donde mandaba el Batallon Iquique, siendo uno de los oficiales de mas alto rango en caer prisionero.

Confinado cerca de Santiago como prisionero de Guerra, fue puesto en libertad 3 meses despues (de llegar a Stgo) volviendo a B.A. donde el Congreso le devuelve la ciudadadania argentina.

Mas tarde seria Presidente de Argentina.

Como fue que cayo prisionero, salvando con vida de la furia de los soldados chilenos???

Pues por portarse como un valiente (tan anti-argentino no soy :D )



Relato del Capitán del 4º de Línea don Ricardo Silva Arriagada

Mandaba la 4.ª del 2.º -me decía don Ricardo Silva Arriagada, no ha mucho- Mi compañía contaba los mejores cazadores del antiguo 4.º

Tenía muy buenos oficiales; se me honró dándome la descubierta en el ataque. Sobre nuestra izquierda, a tomar el Este, marchó el 1.er batallón; a nosotros, los del 2.º, nos enviaron a los fuertes de la costa, a los de La Lisera; eran cuatro, con cinco trincheras, foseadas en forma de media luna.

Partimos oblicuando sobre la izquierda, con esta en cabeza, en movimiento envolvente; el ataque fue rapidísimo; no hicimos fuego sino cuando ya estábamos encima; todo el 2.º batallón, ciego y con rapidez asombrosa, tomamos todos los fuertes de la playa y llegamos al recinto mismo del Morro; sentimos el toque de «¡Alto el fuego!»

Nos detuvimos un momento, y como hubieran muchas bajas, de acuerdo todos seguimos el asalto y penetramos a la gran plazuela, y me dirigí a un fuerte cuadrado y con rieles que había en el medio.

Cuando llegué al mástil, que enarbolaba la insignia peruana con varios de sus soldados, nadie, de nuestro ejército, se había adelantado a mí.

Más tarde pude ver los cadáveres de Bolognesi, Moore y Ugarte. Todos decían que después de haberse rendido vulgarmente, la tropa los había ultimado a culatazos, porque, con felonía, estando rendida la plaza, le dieron fuego a los cañones, reventándolos.

El cadáver de Alfonso Ugarte se encontraba en una casucha ubicada cerca del mástil, al lado del mar, mirando hacia el pueblo; en ese lugar, las rabonas del Morro cocinaban el rancho; y ahí, esas pobres mujeres, tenían oculto el cadáver de Alfonso Ugarte; era un hombre chico, moreno, el rostro picado de viruelas, los dientes muy orificados, de bigote negro.

Aquellas mujeres tenían profundo cariño por Ugarte, y para guardar su cadáver, lo habían vestido con un uniforme quitado a un muerto chileno.

Pude saber que era el coronel Ugarte, porque el doctor boliviano Quint cuando lo vio, exclamó:

-¡Pobre coronel Ugarte; no hace mucho, lo he visto vivo!

Más tarde se dio la orden de arrojar al mar todos los cadáveres; sin duda que botaron también el de Alfonso Ugarte, porque no se pudo encontrar.

En ese mismo día, ofreció su familia 5.000 soles plata por los restos del coronel; se buscaron mucho; di noticias, detallé lo ocurrido, pero nada se descubrió.

Esto ocurrió largo rato después de rendida la plaza.

Iba a descender al plan por un senderito que vecino al mástil se encontraba, cuando varios jefes peruanos subían a la altura; uno de ellos me dijo:

-¡Sálvenos, señor; estamos rendidos!

Eran los señores comandantes don Manuel C. de La Torre, don Roque Sáenz Peña y el mayor don Francisco Chocano, que arrancando de la furia de los soldados chilenos, se rendían a discreción.

La Torre me entregó su revólver; don Roque Sáenz Peña estaba herido en el brazo derecho. En el acto tomé las medidas del caso para salvarlos.

La tropa que venía atacándolos, continuo disparando; mandé hacer «¡Alto el fuego!», y sólo haciendo esfuerzos soberanos, pude mantener a nuestros hombres.

-ENTRÉGUENOS LOS JEFES CHOLOS, PARA MATARLOS, MI CAPITÁN -gritaban y vociferaban todos a la vez.

La Torre y Chocano pedían a gritos perdón; Sáenz Peña se mostró tranquilo, sereno, imperturbable; si hubo miedo, en don Roque, no lo demostró; aquello resaltó más y se grabó mejor en mi memoria, por cuanto los dos prisioneros peruanos clamaban ridículamente por sus vidas.

Cierto que el trance fue duro, apurado, y él subió de punto cuando al pasar cerca de una de las piezas del Morro, reventó ésta, en circunstancias que, revólver y espada en mano, defendía a mis prisioneros.

La explosión fue tremenda; la muñonera del cañón, por poco no mata a uno de ellos; la tropa, ciega, se vino encima gritando:

-ENTRÉGUENOS LOS CHOLOS TRAIDORES, MI CAPITÁN».

El comandante La Torre agrega:

-Nosotros no somos culpables; esas piezas, posiblemente, tenían mechas de tiempo; no nos maten; nada sabemos; no tenemos participación.

Chocano une sus súplicas a La Torre, y al fin consigo salvarlos. Don Roque Sáenz Peña, mudo, no habla, no despliega sus labios; pálido se aguanta, ¡y se aguanta!

En esos momentos, varios soldados persiguen a tiros a unos infelices, y éstos se precipitan por una puerta que existe en el suelo, nuestros hombres llegan y hacen fuego. La Torre y Chocano, que ven aquello, gritan:

-Por Dios, no hagan fuego; ésa es la Santa Bárbara del Morro, la mina grande; hay más de 150 quintales de dinamita; está llena de pólvora y balas; ¡va a estallar!

La tropa se detiene, y ante la declaración de La Torre, que es el jefe de Estado Mayor enemigo, comprende la suprema necesidad de salvar a esos prisioneros, y se tranquiliza.

Las geremiadas de los prisioneros peruanos continúan, y solícitos a todo, dan muestras de miedo, pero de mucho miedo.

Don Roque Sáenz Peña sigue tranquilo, impasible; alguien me dice que es argentino; me fijo entonces más en él; es alto, lleva bigote y barba puntudita; su porte no es muy marcial, porque es algo gibado; representa unos 32 años; viste levita azul negra, como de marino; el cinturón, los tiros del sable, que no tiene, encima del levita; pantalón borlón, de color un poco gris; botas granaderas y gorra, que mantiene militarmente.

A primera vista se nota al hombre culto, de mundo.


Más tarde entrego mis prisioneros a la Superioridad Militar, que los deposita, primero en la Aduana, y después los embarcan en el Itata.

saludos
 

Procer

Colaborador
Incluso Roque Saenz Peña declararia muchas veces publicamente durante la guerra que se estaba mandando mal la misma en arica y que habia groseros errores del mando peruano. Su serenidad y coraje contribuyen mucho al triunfo de Tarapacá. Mandando en Arica el batallón de Inquique, después de ser herido, cae prisionero del caballeresco comandante Supper.
Era un conservador que en juventud obtuvo el titulo de abogado (1875) y luego diputado en la Provincia de Buenos Aires, siendo el presidente mas joven de dicha legislatura.
Hay que tenerlas bien puestas para no ser militar y no tener obligacion y enrolarse para combatir por otro pais solo por considerar que su causa es "justa" como declarò este politico....mucho huevo incluso para no hacerse el ****** cuando las papas queman.
Yucaste...tengo que aceptar que a veces tus aportes on buenos, este es un ejemplo pero sobre todo el de Navy Field...un juegazo.
 
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