Derruido
Colaborador
Ni pacifistas, ni belicistas
Por el Capitán (R) Hugo Alfredo Giberti
En las ediciones anteriores, hemos tratado de esbozar los fundamentos por los cuales los estados organizados necesitan contar con un ejército y presentamos también un esquema acerca del empleo que se le da y para qué sirve. A partir de estos elementos, pasaremos a analizar el marco ideológico-político en el que debe desenvolverse un ejército, teniendo en cuenta que de esa perspectiva dependen muchas características, tales como la misión, la complejidad de su organización, el armamento requerido, etc.
Al respecto, existen dos polos opuestos de orden actitudinal: el pacifismo y el belicismo.
Es evidente que al analizar esta realidad, comprobamos que la mayoría de los países optan por una posición equilibrada entre ambas opciones.
El belicismo implica dirimir, por medio de las armas, cualquier cuestión problemática -ya sea simple o compleja- de la vida de una sociedad o nación. En tal sentido, la historia registra hechos bélicos -pensemos en las devastadoras guerras sufridas por la humanidad- las que se desataron merced al pensamiento autoritario de los belicistas, en detrimento, tanto de los pacifistas como de aquellos que sustentaban una posición intermedia y aun neutral.
Por su parte, el pacifismo tomó carácter de doctrina en grupos y partidos políticos que preconizaban la paz universal y se oponían firmemente al uso de las armas en cualquier circunstancia.
Si tomamos hechos de la historia no muy lejanos en el tiempo, podemos decir que la Alemania de Hitler optó por el belicismo, lo mismo que la Unión Soviética, quien a través de la agresión armada fue anexando países a su bloque y provocando enfrentamientos internacionales en su favor. En cambio, la Inglaterra de 1939, cuyos gobernantes pregonaban un pacifismo a ultranza, cedieron infructuosamente en el terreno político y diplomático frente a Alemania, tras su afán de evitar a toda costa un conflicto bélico.
En tanto, en la actualidad, podemos catalogar como movimientos ultrabelicistas a los fundamentalistas de cualquier credo: los grupos irlandeses (IRA), los vascos (ETA), los afganos talibanes y todos los movimientos que apelan al terrorismo tanto local como internacional. Ello quedó demostrado con trágica severidad recientemente, cuando se produjo el ataque a las Torres Gemelas (Nueva York) y al Pentágono (Washington) en EE.UU.
La teoría sostenida por los pacifistas basa su doctrina en principios filosóficos -especialmente apoyada en el pensamiento de Manuel Kant-. Este pensamiento se intentó concretar a través de las acciones de algunos de los líderes mundiales más reconocidos como el socialista francés Jean Jaurés, Mahatma Gandhi y Martin Luther King. Sin embargo, y pese a que las prédicas de los grupos son constantes, no existe en realidad ningún país que adopte una neta actitud pacifista o que la pueda sostener con éxito en el mundo actual.
Coherentemente con el derecho internacional, nuestro país -en su afán de preservar su soberanía- siempre mostró una manifiesta predisposición de equilibrio entre el belicismo y el pacifismo, buscando prudentemente la paz y enfrentando las contingencias bélicas que amenazaran su integridad. Lo testimonian así, todos los hechos trascendentes de nuestra historia, y también nuestro ejército -a la vera del destino de la Patria-, como protagonista de las luchas por la libertad y la independencia.
Hoy, nuestra ubicación en el concierto de las naciones es clara: participamos junto a numerosas naciones en la obtención y el mantenimiento de la paz, abandonando las posturas neutrales que ya no pueden admitirse en el juego de las relaciones internacionales, lo que no obsta para sostener su independencia de criterio y libertad de opciones que le corresponden de acuerdo con sus intereses fundamentales como Nación.
En efecto, la Nación Argentina ha entrado ya desde el final del siglo XX en la nueva realidad que presentan los escenarios de la globalidad. Una globalidad que se impone a través de múltiples nexos económicos, políticos y culturales, ampliados por las comunicaciones instantáneas y las nuevas capacidades operativas de los ejércitos más adelantados, como así también por medio del mismo terrorismo internacional, el cual detenta materiales de guerra cada vez más poderosos, que involucran -con sus acciones- a todo el planeta, afectando en forma ostensible la seguridad de los países.
En consecuencia, podemos ver en la historia contemporánea, cómo nuestro ejército se ha constituido en el brazo armado de una Nación que, sin ser belicista, ha aceptado de pie los nuevos desafíos, y sin ser pacifista, se ha sumado al mantenimiento y a la obtención de la paz en lejanos rincones del mundo.
Por todo ello, reafirmamos que no somos belicistas ni pacifistas. Nuestro Ejército, a través de su accionar, se ubica con coherencia y disciplinadamente en una posición que obedece a su objetivo primordial de siempre: servir con coraje y patriotismo a los altos intereses de la Nación, cumpliendo con los principios constitucionales y la leyes que los rigen.
Por el Capitán (R) Hugo Alfredo Giberti
En las ediciones anteriores, hemos tratado de esbozar los fundamentos por los cuales los estados organizados necesitan contar con un ejército y presentamos también un esquema acerca del empleo que se le da y para qué sirve. A partir de estos elementos, pasaremos a analizar el marco ideológico-político en el que debe desenvolverse un ejército, teniendo en cuenta que de esa perspectiva dependen muchas características, tales como la misión, la complejidad de su organización, el armamento requerido, etc.
Al respecto, existen dos polos opuestos de orden actitudinal: el pacifismo y el belicismo.
Es evidente que al analizar esta realidad, comprobamos que la mayoría de los países optan por una posición equilibrada entre ambas opciones.
El belicismo implica dirimir, por medio de las armas, cualquier cuestión problemática -ya sea simple o compleja- de la vida de una sociedad o nación. En tal sentido, la historia registra hechos bélicos -pensemos en las devastadoras guerras sufridas por la humanidad- las que se desataron merced al pensamiento autoritario de los belicistas, en detrimento, tanto de los pacifistas como de aquellos que sustentaban una posición intermedia y aun neutral.
Por su parte, el pacifismo tomó carácter de doctrina en grupos y partidos políticos que preconizaban la paz universal y se oponían firmemente al uso de las armas en cualquier circunstancia.
Si tomamos hechos de la historia no muy lejanos en el tiempo, podemos decir que la Alemania de Hitler optó por el belicismo, lo mismo que la Unión Soviética, quien a través de la agresión armada fue anexando países a su bloque y provocando enfrentamientos internacionales en su favor. En cambio, la Inglaterra de 1939, cuyos gobernantes pregonaban un pacifismo a ultranza, cedieron infructuosamente en el terreno político y diplomático frente a Alemania, tras su afán de evitar a toda costa un conflicto bélico.
En tanto, en la actualidad, podemos catalogar como movimientos ultrabelicistas a los fundamentalistas de cualquier credo: los grupos irlandeses (IRA), los vascos (ETA), los afganos talibanes y todos los movimientos que apelan al terrorismo tanto local como internacional. Ello quedó demostrado con trágica severidad recientemente, cuando se produjo el ataque a las Torres Gemelas (Nueva York) y al Pentágono (Washington) en EE.UU.
La teoría sostenida por los pacifistas basa su doctrina en principios filosóficos -especialmente apoyada en el pensamiento de Manuel Kant-. Este pensamiento se intentó concretar a través de las acciones de algunos de los líderes mundiales más reconocidos como el socialista francés Jean Jaurés, Mahatma Gandhi y Martin Luther King. Sin embargo, y pese a que las prédicas de los grupos son constantes, no existe en realidad ningún país que adopte una neta actitud pacifista o que la pueda sostener con éxito en el mundo actual.
Coherentemente con el derecho internacional, nuestro país -en su afán de preservar su soberanía- siempre mostró una manifiesta predisposición de equilibrio entre el belicismo y el pacifismo, buscando prudentemente la paz y enfrentando las contingencias bélicas que amenazaran su integridad. Lo testimonian así, todos los hechos trascendentes de nuestra historia, y también nuestro ejército -a la vera del destino de la Patria-, como protagonista de las luchas por la libertad y la independencia.
Hoy, nuestra ubicación en el concierto de las naciones es clara: participamos junto a numerosas naciones en la obtención y el mantenimiento de la paz, abandonando las posturas neutrales que ya no pueden admitirse en el juego de las relaciones internacionales, lo que no obsta para sostener su independencia de criterio y libertad de opciones que le corresponden de acuerdo con sus intereses fundamentales como Nación.
En efecto, la Nación Argentina ha entrado ya desde el final del siglo XX en la nueva realidad que presentan los escenarios de la globalidad. Una globalidad que se impone a través de múltiples nexos económicos, políticos y culturales, ampliados por las comunicaciones instantáneas y las nuevas capacidades operativas de los ejércitos más adelantados, como así también por medio del mismo terrorismo internacional, el cual detenta materiales de guerra cada vez más poderosos, que involucran -con sus acciones- a todo el planeta, afectando en forma ostensible la seguridad de los países.
En consecuencia, podemos ver en la historia contemporánea, cómo nuestro ejército se ha constituido en el brazo armado de una Nación que, sin ser belicista, ha aceptado de pie los nuevos desafíos, y sin ser pacifista, se ha sumado al mantenimiento y a la obtención de la paz en lejanos rincones del mundo.
Por todo ello, reafirmamos que no somos belicistas ni pacifistas. Nuestro Ejército, a través de su accionar, se ubica con coherencia y disciplinadamente en una posición que obedece a su objetivo primordial de siempre: servir con coraje y patriotismo a los altos intereses de la Nación, cumpliendo con los principios constitucionales y la leyes que los rigen.