La guerra de las sombras

Shandor

Colaborador
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Las operaciones encubiertas cuyo objetivo es el programa nuclear de Irán súbitamente salieron a la luz el 29 de noviembre con una violencia explosiva y repercusiones sensacionales para el futuro de la guerra. En la mañana de ese lunes, acababa de amanecer sobre una bulliciosa Teherán tan envuelta en esmog que mucha de la gente que iba a su trabajo usaba tapabocas para protegerse contra el humo y el polvo en el aire. En la calle Artesh, entre filas de departamentos nuevos y a medio terminar, el físico nuclear Mayid Shahriari se abría paso entre el tránsito de hora pico con su esposa y su guardaespaldas en su Peugeot. Una motocicleta se detuvo junto al auto del científico. No había nada de extraordinario en ello. Pero entonces el hombre de la moto pegó algo en el exterior de la puerta y se alejó. Cuando la bomba de sujeción magnética estalló, su explosión enfocada mató a Shahriari al instante. Hirió a los otros en el auto pero no los mató. Un golpe limpio.

Pocos minutos después y a unos cuantos kilómetros de distancia, en un barrio arbolado en las laderas de los montes Elburz, otra moto paró junto al auto de otro científico, Fereydoun Abbasi Davani. Desde hace mucho un miembro de las Guardias Revolucionarias de Irán, Abbasi Davani, fue nombrado específicamente en una resolución de sanciones de la ONU como “involucrado en actividades de misiles nucleares o balísticos”. Presintiendo lo que iba a pasar, detuvo el auto, saltó y pudo sacar a su esposa antes de que la bomba estallara.

Esa misma mañana, en Israel, donde muchos ven el programa iraní como una amenaza a la existencia del estado judío, nadie celebró públicamente los ataques en Teherán. Nadie reivindicó su responsabilidad, pero tampoco nadie la negó. Y, como se sabe, esa fue la mañana en que el primer ministro Benjamin Netanyahu anunció que Meir Dagan dimitía después de ocho años de dirigir a la Mossad y sus operaciones secretas contra Irán. Debajo de una fotografía del Peugeot perfectamente perforado de Shahriari, uno de los tabloides de Israel publicó el titular “¿La última de Dagan?”.

Sin embargo, aquel día más largo en una guerra oscura no había terminado aún. En Teherán por la tarde de ese lunes, en una conferencia de prensa que se había retrasado por dos horas, el presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, dijo a los reporteros que “no había duda de que la mano del régimen sionista y los gobiernos occidentales” estuvieron involucrados en los ataques a los científicos. Entonces, por primera vez, Ahmadineyad aceptó algo que su Gobierno había tratado de negar hasta ese momento: las centrífugas de alta velocidad usadas para enriquecer uranio y usarlo como combustible nuclear en reactores, o posiblemente para armas, habían sido dañadas por un ataque cibernético. Los enemigos de Irán —no especificó cuáles— habían tenido “éxito en crear problemas para un número limitado de nuestras centrífugas con un software que instalaron en los dispositivos electrónicos”. Ahmadineyad aseguró que ya se habían encargado del problema. “No son capaces de repetir este acto”, afirmó. Pero días antes, altos funcionarios iraníes habían declarado que no había problemas.

Rara vez una guerra encubierta fue tan obvia, y rara vez los hechos subyacentes son tan turbios. La teoría de la conspiración es tan fuerte en Teherán por estos días como el esmog: cierta cantidad de reformistas iraníes que se oponen a Ahmadineyad sugirieron que los dos científicos atacados en noviembre, al igual que otro, Masud Ali Mohammadi, asesinado por una motocicleta explosiva en enero, fueron muertos por su mismo régimen, ya que se sospechaba de sus lealtades. Supuestamente, todos simpatizaban hasta cierto punto con el Movimiento Verde de la oposición. Tanto Mohammadi como Shahriari asistieron al menos a una reunión de SESAME, una organización vinculada con la ONU y con sus oficinas en Jordania, donde estuvieron presentes tanto israelíes como árabes. “Según las Guardias Revolucionarias, todos son espías en potencia”, dice un ex oficial de inteligencia iraní. “O se está con el sistema, o se es un enemigo”.

*La nota completa, en la edición impresa de Newsweek.
 

Sebastian

Colaborador
¿Quien dice la verdad?...fueron los propios iranies o Israel/EE.UU.
Si fue el mismo gobierno..tienen un sustituto adecuado a la persona que murío, porque no debe ser nada facil "entrenar" a un cientifico en estos temas.
Sino fue el gobierno de Iran aca se ve la doble moral...lo que hubiera pasado si la inteligencía irani asesinaba algun cientifico Israeli/EE.UU.
 
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