La crisis del Caribe puso al planeta al borde de la guerra nuclear

Sebastian

Colaborador
La crisis del Caribe puso al planeta al borde de la guerra nuclear

Konstantín Bogdánov, RIA Novosti
Hace medio siglo, el 14 de octubre de 1962, el Servicio de Inteligencia de Estados Unidos tuvo constancia del despliegue de los misiles nucleares soviéticos en Cuba.
Estalló la llamada ‘crisis de los misiles’, un período de intenso balanceo al borde de la guerra nuclear, cuyo desarrollo y desenlace determinó en gran medida el perfil del mundo actual.

Noticias inesperadas del patio trasero
El vuelo de reconocimiento del avión estadounidense U-2 sobre territorio cubano dio unos resultados absolutamente inesperados. Descifrando las imágenes obtenidas y secándose el sudor frío, los analistas percibieron las instalaciones de los misiles soviéticos de medio alcance R-12.

Desde su posición en las afueras de la ciudad cubana de San Cristóbal los misiles alcanzarían Washington y Dallas. Unos vuelos adicionales permitieron a Estados Unidos revelar que estaban presentes en Cuba los R-14, cuyo alcance cubría todo el territorio de EEUU, a excepción de Alaska, Hawái y una reducida superficie de la costa entre San Francisco y Seattle. El tiempo estimado de vuelo equivalía a 10 minutos.

Estados Unidos, que anteriormente se sentía invulnerable por estar separado de sus enemigos por los Océanos, se vio completamente indefenso. La situación era a la vez delicada, escandalosa y de consecuencias impredecibles. Pocos se habrían atrevido a molestar al tigre atlántico en su propia madriguera.

Empezó uno de los períodos de mayor tensión de la historia mundial que se bautizó posteriormente como ‘crisis de octubre’ en Cuba, ‘crisis de los misiles’ en Estados Unidos y ‘crisis del Caribe’ en la URSS.

Operación 'Anadyr'
A finales de los años cincuenta del siglo pasado la Unión Soviética se encontró en una situación altamente desagradable: estaba rodeada por todas partes por bases militares estadounidenses, en un principio, aéreas y más tarde de misiles, y no tenía casi ninguna posibilidad de alcanzar el territorio del “hipotético enemigo” con misiles nucleares.

Las autoridades soviéticas se sentían especialmente preocupadas por el despliegue de los misiles PGM-19 Jupiter en 1959 en Italia y en 1961 en Turquía. Desde sus posiciones en las afueras de Esmirna los misiles estadounidenses cubrirían caso todo el territorio europeo del país, incluidas Moscú y Leningrado. Eso, sin contar unos potentes bombarderos con armas nucleares que estaban montando guardia a lo largo de las fronteras de la URSS.

No era nada fácil ofrecer una respuesta a este tipo de asedio. El cohete R-7 que había llevado a Yuri Gagarin al espacio, era el primer portador intercontinental del mundo, pero resultaba demasiado incómodo a la hora de usar y tenía contadas unidades desplegadas. La base sólida de las tropas espaciales de la URSS eran los misiles táctico-operativos R-12 y R-14, pero su alcance no superaba los 2.000 y los 4.500 kilómetros, respectivamente.

Estos fueron los motivos de la operación ‘Anadyr’, un atrevido plan del líder soviético Nikita Jruschov que consistía en desplegar los misiles nucleares de medio alcance en el territorio de Cuba, donde acababa de triunfar la Revolución Socialista. Nadie se esperaba de Moscú semejante insolencia, dado que el Servicio de Inteligencia de EEUU insistía en que la URSS no sacaba las armas nucleares fuera del país. De modo que se consiguió transportar los misiles a la isla sin impedimento alguno.

Se desplegaron en Cuba 16 lanzaderas para los R-14 (con 14 misiles), y 24 lanzaderas para los R-12 (36 misiles). Cada misil R-12 llevaba la carga con una potencia de cerca de un megatón, y los R-14, con algunas cargas superiores a 2 megatones.

Las tropas soviéticas en Cuba, bajo la comandancia del general Issa Plíev, tenían a su disposición vectores de armas nucleares tácticas para emprender la defensa del territorio de la isla: doce sistemas de misiles de corto alcance 2K6 Luna, 80 misiles alados FKR-1, seis bombarderos Il-28 con seis bombas atómicas y seis misiles antibuque Sopka.

Estaba previsto enviar también a Cuba una brigada de misiles tácticos R-11M con 18 misiles nucleares, pero el desarrollo de los acontecimientos impidió llevar a cabo este hecho.

Los primeros misiles R-12 fueron transportados a Cuba el 8 de septiembre de 1962. En realidad deberían haber sido detectados bastante antes, cuando las instalaciones todavía no estaban montadas, pero el 5 de septiembre de 1962 el presidente Kennedy tomó la decisión de no provocar tensiones en las relaciones bilaterales y prohibió los vuelos de reconocimiento sobre Cuba.
Gracias a ello, el despliegue de la mayor parte de los misiles pasó desapercibido. Todo se descubrió tras el inicio de los vuelos, el 14 de octubre de 1962.

Obligados a someterse a la jerarquía militar
Los altos rangos militares empezaron a incitar a Kennedy a emprender una operación militar contra los misiles soviéticos. El jefe del Estado Mayor Conjunto, el general Maxwell Taylor, y el del Mando Aéreo Estratégico, el general Curtis LeMay, insistían en un ataque aéreo preventivo contra los misiles desplegados y en la intervención en el territorio cubano. El general LeMay le ofrecía a al presidente Kennedy garantías de que en el primer ataque se destruiría el 90% de los misiles. “¿Y el resto?”, preguntó retóricamente Kennedy. Curtis Lemey, quien había orquestado la guerra aérea contra Japón (por su iniciativa Tokio fue arrasada por el fuego en marzo de 1945 mientras que Hiroshima y Nagasaki fueron sometidas a bombardeos atómicos), hizo como que no se enteraba del sentido de la pregunta.

Cuatro o cinco cargas de un megatón penetrarían en el territorio estadounidense y destruirían cinco o seis megalópolis. Sin embargo, a los representantes del Pentágono les parecía que los “bolcheviques se habían atrincherado en el patio trasero de EEUU y el presidente no hacía más que preguntar tonterías”.
Al escuchar a los militares Kennedy se dio cuenta de que se le estaba arrinconando, forzando a obedecer ciegamente. Los procedimientos, instrucciones y maneras de actuar que salieron de la fragua de la Segunda Guerra Mundial se volvieron obsoletos en un mundo que poseía tecnologías nucleares.

El presidente, indignado, vio con claridad que no tomaban realmente decisiones sobre las armas nucleares del país: el derecho de uso, concedido en 1948 de manera formal al líder de la nación, estaba sometido a una serie de directrices y normativas, que quitaban transparencia y responsabilidad en la toma de esta difícil resolución.

En la URSS tampoco todo era tan sencillo: se considera que el comandante del contingente soviético en Cuba, el general Issa Plíev, tenía derecho a tomar decisiones independientes sobre el uso de las armas que estaban a su disposición. No es la versión correcta, dado que las instrucciones pertinentes prohibían la instalación de las cargas nucleares sobre cohetes y su lanzamiento sin la correspondiente orden de Moscú.

Sin embargo, uno de los participantes de aquellos dramáticos acontecimientos, el representante del Estado Mayor soviético en Cuba y general Anatoli Gribkov, insistía en que Plíev había recibido la siguiente disposición oral del Secretario General de PCUS, Nikita Jruschov: usar según las circunstancias las armas nucleares tácticas, pero no estratégicas. El Estado Mayor incluso empezó a redactar una directiva sobre el uso de armas tácticas, pero el proceso fue suspendido por el ministro de Defensa, Rodión Malinovski, quien señaló que no hacía falta porque el comandante de las tropas en Cuba estaba al tanto de cómo tenía que proceder.

Versiones muy parecidas las ofrecen los efectivos de los submarinos con torpedos nucleares a bordo que estaban montando guardia en las aguas del Caribe. La orden era actuar según la situación, a pesar de que formalmente las decisiones independientes estaban prohibidas.

Las partes llegaron tan lejos en sus juegos con las “cerillas nucleares” que es de sorprender que no hayan quemado por casualidad nuestra casa común.

El inesperado desenlace
El presidente Kennedy no sucumbió ante las promesas de los militares y, apoyándose en los miembros de confianza de su equipo, en concreto, el ministro de Defensa, Robert McNamara, y su hermano, el Fiscal General Robert Kennedy, consiguió promover un plan muy especial del bloqueo a Cuba.
Ello posponía pero no eliminaba la toma de la decisión. EEUU buscó aprovechar todos los mecanismos de presión sobre la URSS, pero Moscú evitaba comentar el tema.

La tensión iba subiendo de grado. El 26 de octubre, el jefe de estación del Servicio de Inteligencia soviético, Alexander Feklísov, empezó a sondear el terreno para un desenlace negociado de la crisis a través del colaborador de la cadena de televisión ABC, John Scully. Pero el sábado, 27 de octubre, la tensión se volvió inaguantable: los efectivos rusos derribaron el avión de reconocimiento U2 con un misil S-75, ocasionando la muerte del piloto, el mayor Rudolf Anderson.
Hasta hoy en día se desconoce quién dio la orden de abatir el blanco. Se puede decir con toda seguridad que no fueron Moscú ni el general Plíev, la decisión fue tomada en Cuba. Es una muestra más que convincente del precario equilibrio de la situación.

El mismo día fueron atacados los aviones de reconocimiento de la Marina estadounidense RF-8 Crusader, que intentaron penetrar en zonas de la isla que eran de su interés.

Al final de la jornada los destructores estadounidenses empezaron a perseguir a los submarinos soviéticos del proyecto 641, intentando obligarlos a emerger. Más tarde se supo que los submarinos llevaban torpedos nucleares a bordo y su uso se estaba considerando en serio.

Aquel día la guerra podía estallar en cualquier momento, por culpa de los nervios de alguno de los comandantes. No obstante, por la noche se celebró la reunión de Robert Kennedy con el embajador de la URSS, Alexei Dobrinin, y se produjo un intercambio de propuestas claras encaminadas a “desescalar” la crisis. La postura de Washington fue transferida a Moscú.

El resultado es bien conocido: Estados Unidos, a cambio de la retirada de los misiles soviéticos, ofreció sus garantías al régimen de Fidel Castro y, sin llamar la atención de nadie, desmanteló los misiles Jupiter desplegados en Turquía.
El 28 de octubre por la mañana Nikita Jruschov tomó la decisión de aceptar las propuestas de John Kennedy. A las 16.00 horas (hora de Moscú), antes todavía del anuncio oficial, el general Plíev recibió la orden de iniciar el desmantelamiento de las instalaciones.

La herencia de la crisis
Los pensamientos de los líderes soviéticos durante la crisis eran un enigma, a excepción de que evidentemente no se disponían a lanzar los misiles. Lo único que sabemos es que el 25 de octubre todos los miembros del Politburó, por iniciativa de Jruschov, se dirigieron al Teatro Bolshoi de Moscú para relajar las tensiones y demostrar de esta forma a Washington su buena voluntad.

Sin embargo, los sentimientos de John Kennedy están mejor descritos. Contaban muchos testigos que aquel otoño el libro de cabecera del presidente era la obra de Barbara Tuckman ‘Los Cañones de Agosto’. No es una investigación demasiado precisa del inicio de la Primera Guerra Mundial, pero contiene un perfil psicológico sorprendentemente certero de la crisis política y militar de julio-agosto de 1914.
Tuckman describe el desmesurado equipaje diplomático y militar, completamente inadecuado para funcionar en las nuevas condiciones que, siguiendo las normas de antaño, iba arrastrando el abismo a los Gobiernos y los Estados Mayores de las principales potencias europeas, involucrándolos contra su voluntad en la guerra.
Estas imágenes literarias impresionaron a John Kennedy hasta tal punto que no podía apartarlas de su mente a lo largo de todo el otoño de 1962. Todo parece indicar que dejaba a la autora guiar su imaginación en busca de una salida: demasiado grave era el parecido de octubre de 1962 y aquel otoño de 1914, seguido por sangrientos acontecimientos y desastres sociales.

Algunos testimonios recogen las palabras del presidente John Kennedy: “Si en nuestro planeta el algún momento ha de desencadenarse una devastadora guerra nuclear y los supervivientes de esta catástrofe son capaces de superar el fuego, la intoxicación y el caos, no me gustaría que a la pregunta de uno ¿cómo pudo haber pasado? el otro respondiera “de haberlo sabido, nunca lo habríamos permitido”.
Un año más tarde John Kennedy sería asesinado en Dallas y dos años más tarde Nikita Jruschov sería desplazado por los conspiradores de todos los puestos que ocupaba.

Los timoneles de aquella crisis militar y política, la más grave y peligrosa de toda la Historia de la humanidad, dejarían sitio a unos vínculos no declarados, pero más estrechos, de los dos sistemas. El final de los sesenta y el tramo de los años setenta se convertirían en la época de una creciente influencia de los organismos no gubernamentales, que se encargarían de mantener la comunicación entre las élites políticas de la Unión Soviética y de Estados Unidos a ambos lados del Telón de Acero. Eran el Club de Roma, el Instituto Internacional para Análisis de Sistemas Aplicados y otros.

Surgieron otros y bastante reconocibles símbolos de nuestros tiempos: la “línea roja” establecida entre Moscú y Washington, que hizo innecesario el complicadísimo intercambio de notas que había tenido que realizarse durante la crisis. Y los líderes de ambos países recibieron los llamados “maletines nucleares”, unas valijas de unos 20 kilos que contienen los códigos requeridos para emitir una orden autorizando el uso de armas nucleares.

Se trata de otro mundo: el nuestro, el habitual. El antiguo quedó devastado por el fuego provocado por las explosiones nucleares, aunque sólo existieran en la imaginación de determinadas personas. Sin embargo, pareció suficiente y se decidió evitar el experimento en “tiempo real”.
http://sp.rian.ru/opinion_analysis/20121016/155279293.html
 

Sebastian

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La crisis de los misiles nos salvó del peor escenario
Durante 50 años, la crisis de los misiles ha sido uno de los episodios más debatidos de la Guerra Fría. A pesar de que duró menos de dos semanas, tuvo un gran impacto la política mundial. Los argumentos sobre por qué ocurrió y a quién benefició siguen todavía.

De 16 a 28 de octubre de 1962, los Estados Unidos y la Unión Soviética se confrontaron en uno de los momentos más peligrosos de la Guerra Fría. Después de que avión un espía de EE UU tomara fotos de los misiles nucleares soviéticos desplegados en Cuba, a sólo 145 kilómetros de Florida, y las discusiones diplomáticas no trajeron ningún resultado, la Marina de los EE UU lanzó un régimen de “cuarentena” en torno de la isla para impedir que los barcos soviéticos llevasen más armas.

Todos los barcos que se dirigían a Cuba iban a ser examinados por militares de los EE UU. La parte soviética consideraba esto un acto de agresión. Así, los cargueros soviéticos recibieron la orden de hacer caso omiso y continuar su camino hacia La Habana.

Varios misiles balísticos nucleares de alcance medio, capaces de alcanzar a la parte continental de los EE UU, estaban ya desplegados en Cuba. A pesar de la imposición de la cuarentena, los especialistas soviéticos continuaron la construcción de bases de misiles y los submarinos soviéticos continuaron su marcha hacia Cuba.

En un episodio de la crisis, aeronaves y acorazados de EE UU obligaron a salir a la superficie a submarinos soviéticos. En otro, un avión espía de EE UU fue derribado por un misil tierra- aire. Cuando la construcción de las bases de misiles nucleares estaba casi terminada, ambas partes llegaron a un acuerdo.

La Unión Soviética retiraría sus tropas y armas de la isla, mientras que los EE UU se comprometieron a levantar la cuarentena y a no realizar nuevos intentos por derrocar al régimen cubano, así como a retirar sus misiles de las bases en Italia y Turquía.

Desde el punto de vista histórico, este dramático enfrentamiento de 13 días debe ser visto como parte del sistema de relaciones internacionales de la época, no como un incidente separado.

Una de las preguntas clave que aún se discute es la razón por la que el liderazgo soviético comenzó a colocar misiles. Aunque el objetivo formal del despliegue de contingente militar era proteger la soberanía de Cuba, esto no puede ser la razón principal para una operación militar de esa escala y con ese riesgo potencial.

Según los informes, el líder soviético Nikita Jrushchov decidió desplegar misiles nucleares en Cuba poco después de su visita a Bulgaria, tras enterarse de que EE UU tenía misiles balísticos estacionados en Turquía e Italia.

El arsenal nuclear soviético fue significativamente más pequeño y tecnológicamente menos avanzado que el de los EE UU y desde el punto de vista soviético, los misiles nucleares en Turquía representaban una amenaza que debía ser tratada o equilibrada simétricamente.

El gobierno de Cuba, que había llegado al poder en 1959 bajo el liderazgo de Fidel Castro y que había repelido un ataque organizado por EE UU en 1961, parecía un aliado perfecto: está situado muy cerca de los EE UU y estaba buscando amigos. Al desplegar los misiles en la isla, Moscú compensó el despliegue de los ubicados en Turquía y consiguió un pretexto para negociar su retirada.

Según Robert Legvold, director de la Iniciativa de Seguridad Euroatlántica en el Fondo Carnegie para la Paz Internacional, otro objetivo era estabilizar la situación en la Europa dividida. Los misiles soviéticos en Cuba se podrían utilizar como un elemento disuasorio contra la acción de las fuerzas estadounidenses en el oeste de Europa.

Aunque, incluso 50 años después, la pregunta sobre quién se benefició más gracias a la crisis sigue siendo un tema de intenso debate. Según Iván Timoféiev, director de programa del Consejo Ruso de Relaciones Internacionales, con la retirada de los misiles soviéticos y las tropas de Cuba, todos los participantes lograron sus objetivos: EE UU alejó la amenaza nuclear de sus fronteras y demostró a sus aliados su capacidad para proteger sus intereses y resolver las crisis internacionales.

Por su parte, la Unión Soviética demostró que era capaz de proyectar su poder a nivel internacional, ya que EE UU había retirado sus misiles de Italia y Turquía y, por último, Cuba se aseguró que no habría nuevos intentos por socavar su soberanía. Sin embargo, hay otro componente de la crisis que a menudo se pasa por alto: sus consecuencias en la doctrina de disuasión. Timoféiev dijo: “la crisis cubana fortaleció el sistema internacional bipolar, reveló el equilibrio del poder y destacó la estrategia de disuasión mutua en un futuro.”

Lengvold señaló que la crisis “alteró el uso político que los líderes soviéticos estaban dispuestos a hacer de las armas nucleares. En varias ocasiones antes de 1962 (la crisis de Suez de 1956, la crisis de Berlín de 1958 y 1961), Jrushchov había estado dispuesto a realizar un pulso con armas nucleares, con el fin de influir en los gobiernos de los Estados Unidos y la OTAN, pero nunca más después de octubre de 1962.”

Hoy, 50 años después, el legado más importante de la crisis consiste en que ha sido la última vez que dos superpotencias han considerado seriamente lanzar un ataque nuclear una contra otra.

Según Legvold, el impacto psicológico de haber escapado por poco a un posible Armagedón nuclear, influyó profundamente en las políticas de los EE UU y la Unión Soviética y los llevó a tomar más en serio la necesidad de establecer límites en el concurso estratégico nuclear y, por lo tanto, facilitó lo que fueron las Conversaciones sobre Limitación de Armas Estratégicas de 1969.

Después de la crisis de los misiles, la Guerra Fría continuó durante casi 30 años y los EE UU y la Unión Soviética se enfrentaron en repetidas ocasiones en 'guerras de poder', pero el golpe nuclear dejo de ser la arma de ataque, sólo un medio de disuasión estratégica que salvó a las naciones de una Tercera Guerra Mundial.
http://elpais.rusiahoy.com/articles...siles_nos_salvo_del_peor_escenario_20895.html
 

Sebastian

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Cuando el mundo dejó de girar

Jruschov, Kennedy, Castro. Un pulso endiablado entre la URSS y EEUU en Cuba. Se cumple medio siglo de un conflicto que tuvo en vilo a la humanidad, que estuvo cerca de una guerra nuclear.
El domingo 21 de octubre de 1962, el dibujante Juan Padrón se encontraba en el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC), en La Habana, haciendo sus primeros experimentos de animación sin imaginar que la peor crisis nuclear de la historia estaba a punto de estallar. No tenía por qué saberlo. Una semana antes, al sobrevolar la zona occidental de Pinar del Río, un avión espía norteamericano U2 había obtenido pruebas irrefutables de que la URSS estaba desplegando en Cuba rampas de lanzamiento de cohetes de alcance medio, con capacidad de llegar al corazón de Estados Unidos en pocos minutos y con un poder de destrucción cien veces superior a la bomba de Hiroshima. Pero nada de eso había salido en la prensa.

Padrón tenía entonces 15 años y su familia vivía en el batey del Central Carolina, un ingenio azucarero situado cerca del poblado de Cárdenas, provincia de Matanzas, unos 140 kilómetros al este de La Habana. Alrededor de aquel poblado y aquella carretera bordeada de cañaverales se había ido forjando Padrón su imagen de la revolución; primero asistió a la rendición de los soldados de Batista el día de Año Nuevo de 1959, y una semana después vio pasar a Fidel Castro aclamado como un héroe antes de hacer su entrada triunfal en La Habana. Dos años más tarde, el 17 de abril de 1961, Padrón y su hermano saldrían también a la carretera a despedir a los batallones de milicianos que marchaban a enfrentar la invasión de Bahía de Cochinos, organizada y financiada por la CIA para derrocar al régimen de Castro.

Aquellos primeros años revolucionarios fueron un puro vértigo. “Todos los días pasaba algo”, recuerda Padrón del momento en que la guerra fría se convirtió en un volcán. “Una madrugada venían aviones de Miami y quemaban un cañaveral. Otro día, un marine disparaba desde la base de Guantánamo y mataba a un soldado…”.
Era la época en que EE UU y Moscú competían por la conquista del espacio y de más influencias en la tierra, y Fidel Castro hablaba horas en televisión para denunciar los “crímenes del imperialismo”. Las grandes empresas y los latifundios estadounidenses habían sido nacionalizados, y Washington cada semana añadía una muesca al embargo en una espiral en la que cada medida provocaba una reacción más explosiva del bando contrario.
Documentos desclasificados por el Gobierno de EE UU acreditan que las acciones secretas de Washington para fomentar la subversión contra la revolución castrista se incrementaron aquellos días. Del mismo modo, el acercamiento a la Unión Soviética y la radicalización de la revolución se dispararon, en un pimpón político en el que aún hoy es difícil diferenciar entre causa y efecto.

Durante mucho tiempo, los viejos dirigentes soviéticos habían esperado que una revolución socialista triunfara en otro país “por generación espontánea” y no a lomos de sus tanques. Por eso, cuando Fidel Castro apareció en escena, Nikita Jruschov y la cúpula del Partido Comunista de la URSS lo vivieron como un éxito propio. “Estábamos como niños con un juguete nuevo”, admitió Mikoyán, entonces viceprimer ministro de la URSS, según escribe el teniente coronel cubano Rubén G. Jiménez en el libro Octubre de 1962: la mayor crisis de la era nuclear.

En aquellos momentos entre Washington y Moscú saltaban chispas. El enfrentamiento era incesante y se había traducido en una carrera armamentista desbocada en la que cada ojiva nuclear producida era como una banderilla clavada en las costillas del adversario. En marzo de 1962, EE UU acaba de hacer operativos en Turquía una quincena de sus cohetes nucleares Júpiter, con capacidad de alcanzar blancos en la URSS en 10 minutos, y amenazaba con instalar más misiles atómicos en países aliados como Italia o Inglaterra.

En ‘Memorias: el último testamento’, Jruschov cuenta que, tras el fracaso de la invasión de Bahía Cochinos, la Administración de J. F. Kennedy estaba “humillada” y que tanto rusos como cubanos creían seriamente en la posibilidad de una invasión militar a la isla. Robert McNamara, secretario de Defensa del asesinado presidente norteamericano, lo negó varias veces en las reuniones tripartitas que realizaron en Moscú (1987) y La Habana (1992) los protagonistas del conflicto para analizar la crisis con perspectiva histórica. Pero lo cierto es que en 1962 todos los días se producían en Cuba sabotajes y acciones armadas. Para la URSS, desde luego, instalar cohetes nucleares en Cuba no era solo un modo de “defender la revolución”. También, una forma de que EE UU supiera que si ellos tenían un revólver apuntándoles a la cabeza en Turquía, a unas millas de su país, en el Caribe, también podía existir un avispero atómico.

“La mayoría estábamos dispuestos a todo, pero creíamos que la guerra era un juego”, recuerda Padrón. Las consignas que se coreaban en las calles eran elocuentes. “Si se tiran, se quedan” o “Señores imperialistas, no les tenemos miedo”, eran algunas. El hoy arzobispo de La Habana, cardenal Jaime Ortega, de 76 años, que entonces estudiaba en Canadá, vivió la crisis desde lejos, pero se le quedó grabada la ingenuidad e irresponsabilidad de la gente, pues “no se era consciente de lo que en realidad estaba sucediendo y de lo que hubiera significado una guerra nuclear”.
La Crisis de los Misiles –también llamada en Cuba la Crisis de Octubre, y en Moscú, la Crisis del Caribe– en realidad había comenzado una semana antes de aquel 21 de octubre en que Padrón animaba sus primeras historietas en el ICAIC.

Foto aérea de material bélico soviético en el puerto de Mariel (Cuba). / Corbis
El 15 de octubre de 1962, un día después de que el avión de la Fuerza Aérea norteamericana capturara cientos de fotografías comprometedoras en Pinar del Río, oficiales de la inteligencia norteamericana analizaron las imágenes y emitieron su veredicto. El inusual movimiento de tropas soviéticas que habían detectado desde comienzos del verano en la isla respondía al despliegue de varias rampas de lanzamiento de cohetes balísticos de alcance medio tipo SS-4 (para los rusos, R-12), con una potencia de carga nuclear de un megatón, esto es, 77 veces más poderosa que la bomba de Hiroshima.
Desde tiempo atrás, Washington había hecho saber su inquietud a Moscú por la creciente presencia militar soviética en la isla, pero hasta entonces el Kremlin había respondido por vías diplomáticas que el material bélico suministrado al régimen cubano era únicamente “defensivo”. La certidumbre de que un número indeterminado de misiles nucleares con capacidad de destruir blancos a distancias de hasta 2.100 kilómetros estaba ya en la isla, lo cambiaba todo.

El 16 de octubre, JFK convocó una reunión urgente con los principales cargos de su Administración y altos mandos militares. Este grupo constituiría el Comité Ejecutivo del Consejo Nacional de Seguridad, un equipo asesor, compuesto por unas 20 personas y juramentado en secreto, que desempeñó un papel fundamental en el conflicto. Empezaba una crisis silenciosa en las entrañas de la Casa Blanca en la que halcones y palomas rodearon a JFK poniendo a prueba su prudencia y sentido de Estado.

Las alternativas eran varias. Incluían desde un bloqueo naval para impedir la entrada de más armas “ofensivas”, hasta un golpe aéreo “quirúrgico” para destruir la capacidad nuclear en la isla, e incluso una invasión militar norteamericana, según proponía el sector duro. JFK y su hermano Robert Kennedy, el fiscal general, escucharon todo tipo de criterios en los días siguientes. La mayoría de los halcones abogaban por el golpe militar y dar una lección a los comunistas, que sin duda hubiera significado la guerra. JFK, sin embargo, optó por mantener abierto el diálogo y los canales diplomáticos con Moscú aun en el momento en que estuvo más cerca de usar la fuerza.

Washington no hizo público lo que sabía e incrementó los vuelos espías sobre Cuba. Descubrió nuevos emplazamientos de cohetes de alcance medio SS-4 y también obras de ingeniería para instalar rampas de lanzamiento de misiles de alcance intermedio tipo SS-5, los R-14 soviéticos, que alcanzaban un radio de hasta 4.500 kilómetros (todo el territorio norteamericano, excepto Alaska) con una potencia atómica de 1,65 megatones, 127 veces más que la primera bomba arrojada en Japón. Los cubanos les llamaron “los cabezones”.

El 18 de octubre fue otro día tenso. Esa mañana fue citada por el Comité Ejecutivo la Junta de Jefes de Estado Mayor de EE UU, quienes defendieron la necesidad urgente de una acción militar. Kennedy tuvo un agrio intercambio con el jefe de Estado Mayor de la Fuerza Aérea, el general Curtis LeMay, a quien el presidente preguntó si pensaba que los rusos se iban a quedar de brazos cruzados después de que EE UU destruyera sus cohetes y matara a sus soldados en Cuba. Kennedy se subía por las paredes. “Estos militares tienen una ventaja: si hacemos lo que quieren que hagamos, ninguno de nosotros estará vivo después para decirles que estaban equivocados”, dijo a uno de sus asesores, según cuenta el teniente coronel cubano Jiménez.

Ese mismo día por la tarde, JFK se reunió en la Casa Blanca con Andréi Gromyko, el ministro de Relaciones Exteriores de la URSS, que participaba en la Asamblea General de la ONU. Ninguno se refirió explícitamente a los cohetes de Cuba, pero cuando Kennedy le preguntó abiertamente por el tipo de armas que estaban suministrando a los cubanos, Gromyko mintió y le aseguró que todas eran “defensivas”. En las horas siguientes continuaron las reuniones en la Casa Blanca y los vuelos de los U-2: los cohetes estaban siendo instalados a toda velocidad y podían estar operativos pronto.

Como toda la humanidad, Padrón estaba aquel 21 de octubre en el ICAIC con sus dibujos “ajeno a lo que estaba sucediendo”. Años después haría algunos chistes de verdugos, pero un burócrata opinó que no era serio: “Bien se nota que el compañero no fue torturado por la tiranía de Batista”, le dijo, y se acabaron los verdugos. Después haría otros de piojos, y el mismo sujeto le animó a dejarlos, argumentando que parecía un choteo en el momento en que “Cuba luchaba para ser una potencia médica”. El censor se exilió en los años noventa, y Padrón sigue en Cuba, pero esa es otra historia.
El 22 de octubre, Kennedy destapó la crisis en televisión. Anunció un bloqueo naval a Cuba, que se haría efectivo a las dos de la tarde del 24. “Todos los buques de cualquier nación o puerto serán obligados a regresar si se descubre que llevan armamentos ofensivos”, dijo. La zona de intercepción se estableció a 500 millas de la costa cubana.
“Volví corriendo a casa a ayudar a mis padres”, recuerda Padrón. La movilización era general en todo el país. Cuba estaba en alerta máxima, y hasta en el malecón se instalaron piezas de artillería antiaérea. Natalia Bolívar, en ese momento subdirectora del Museo de Bellas Artes, se acuarteló allí con su hija recién nacida, Natacha. Bajaron los sorollas y el canaletto de la colección a los sótanos: “Creía que el mundo se iba a acabar, pero me daba igual”. Así lo vivieron muchos cubanos. En EE UU, el pánico se apoderó de la gente y las iglesias se llenaron.

La Operación Anadir había empezado cinco meses antes. A finales de mayo, Jruschov planteó a Castro que la única forma de defender la soberanía de Cuba de EE UU no era con armas convencionales, sino con cohetes nucleares. Entonces, la superioridad del armamento norteamericano era conocida, pese a los alardes de Jruschov, que llegó a declarar que había un lugar en la URSS en el que se “fabricaban misiles como salchichas”. Según se comprobó después, la superioridad real en armas nucleares era de 17 a 1 a favor de EE UU.

Castro, viejo zorro pese a su juventud –tenía 36 años–, respondió a Nikita que Cuba estaba amenazada por EE UU, pero que si la isla aceptaba los cohetes era sobre todo para ayudar a que la URSS restableciera el equilibrio nuclear. “Se pueden instalar todos los misiles que sean necesarios”, afirmó el líder cubano, quien se pronunció por dar publicidad al acuerdo. Nikita se negó y dijo que cuando los misiles estuvieran ya instalados y él asistiera a la ONU en noviembre, se anunciaría.
Comenzó así la operación militar secreta más increíble hecha hasta entonces por una potencia fuera de sus fronteras, que incluía el despliegue de cinco regimientos de cohetes de alcance medio e intermedio (en total, 40 rampas de lanzamiento, 24 de ellas para misiles de alcance medio SS-4 y 16 de cohetes SS-5), además de 50.000 soldados, aviones, batallones de tanques y 250.000 toneladas de carga. Todos estos pertrechos había que transportarlos por mar a 10.000 kilómetros de la URSS, para lo que harían falta al menos 80 barcos. El 12 de julio de 1962 salieron los primeros de la URSS camuflados, y el 26 de ese mismo mes llegó a Puerto Cabañas el María Ulianova, el primer barco.
Castro respondió a la amenaza de cuarentena de Kennedy el 23 de octubre: “Nosotros adquirimos las armas que nos dé la gana para nuestra defensa y tomamos las medidas que consideremos necesarias”.

A partir de ese momento los acontecimientos se precipitaron. El 24 de octubre se vivió uno de los días de mayor tensión. Se acercaba la hora de inicio del bloqueo y varios barcos soviéticos llegaban al punto límite. “El mundo dejó de girar”, llegó a decir Robert Kennedy en su libro Trece días: una memoria sobre la crisis de los misiles cubanos. Finalmente, en el último minuto los barcos se detuvieron y dieron media vuelta. Bob Kennedy fue uno de los protagonistas de la Crisis de los Misiles que impusieron cordura, y favoreció un canal secreto de comunicación entre JFK y Jruschov, por el que ambos líderes se intercambiaron 25 cartas durante el conflicto.

Baterías antiaéreas en Florida, EEUU. / Getty Images
Empezó entonces a fraguarse la solución de espaldas a los cubanos. La URSS retiraría sus misiles de Cuba a cambio de que EE UU se comprometiera a no invadir Cuba y desmantelara (lo hizo meses después) sus misiles de Turquía. Pero mientras Jruschov y Kennedy empezaban a entenderse, el 27 de octubre un avión U2 fue derribado por un cohete soviético cuando realizaba una misión de reconocimiento sobre Cuba. La noche anterior, Castro había visitado la Embajada soviética en La Habana y hablado con Jruschov. Su posición era que la Unión Soviética no podía dejarse sorprender, ni permitir “que los imperialistas pudieran descargar contra ella el primer golpe nuclear”. Pasara lo que pasara y aunque Cuba desapareciera de la faz de la tierra.

El incidente del avión sirvió de revulsivo. El 28 de octubre, Nikita Jruschov anunció por radio que la URSS retiraría sus cohetes. EE UU cumplió después su parte del trato. Pero Castro consideró aquel acuerdo una traición y lo explicó en televisión con toda vehemencia. Los cubanos salieron a la calle al ritmo de una conga que decía: “Nikita, mariquita, lo que se da no se quita”.
“Una locura. Era como si no nos diéramos cuenta de que nos íbamos a ir todos pa’l carajo”, afirma Padrón. Medio siglo después es un cineasta reconocido y acaba de realizar Nikita Chama Boom, un corto que refleja su visión de aquella crisis en clave de humor. Se ve a los rusos ocultando los misiles entre las palmas y, en el momento de más tensión, los milicianos haciendo frenéticamente el amor. En 1963, es cierto, hubo en Cuba un estallido de la natalidad.

Luego las relaciones cubano-soviéticas se arreglarían hasta que desapareció el socialismo real. Todavía hoy queda un mausoleo a las afueras de La Habana en el que se rinde homenaje “Al soldado internacionalista soviético”. Hay allí 67 nichos con los restos de soldados soviéticos muertos en la isla en accidentes durante los años sesenta. Arde una llama permanente y se guarda en su base un “Llamamiento a los descendientes”. En el mármol está escrito: “Depositado el 23 de febrero de 1978. Abrir el 23 de febrero de 2068, día del 150º aniversario de las Fuerzas Armadas de la URSS”
http://internacional.elpais.com/internacional/2012/10/19/actualidad/1350646518_365979.html
 

Grulla

Colaborador
Colaborador
La crisis de los misiles, mi primer drama personal



Larisa Saenko, RIA Novosti

Yo lloraba al separarme de la muñeca sin saber que 100 millones de personas estaban a un paso de la muerte aquel día.

La crisis de los misiles en Cuba en octubre de 1962 se convirtió, por extraño que pueda parecer, en mi primer drama personal. Tenía tres años y medio y tuve que afrontar por primera vez en la vida una situación bastante dura para una niña. “Tenemos que irnos urgentemente, solo te podrás llevar un juguete”, dijo mi madre con una voz firme. Mi padre, que solía convertirlo todo en broma, tampoco explicó nada, dijo solamente que tenía que ir a trabajar, puso una pistola sin funda en el bolsillo y se marchó.

No sé exactamente qué día era. Tal vez el 22 de octubre, cuando el presidente estadounidense John Kennedy se dirigió a la nación proponiendo establecer un bloqueo militar de Cuba. Durante su discurso televisado dijo que cualquier ataque nuclear lanzado desde Cuba contra cualquier nación en el hemisferio occidental sería considerado como un ataque de la URSS contra EEUU, con todas las consecuencias. “La confrontación entre la Unión Soviética y Estados Unidos ha llegado a su punto crítico” escribía el diario The New York Times el 23 de octubre de 1962. “No cabe duda que el señor Kennedy, que hoy ha encontrado tiempo para nadar en la piscina, es el inquilino de la Casa Blanca más impasible... Mientras, la noticia ha provocado una venta masiva de acciones en Wall Street”.

O tal vez fuera el 24 de octubre, cuando Nikita Jruschov, el entonces líder soviético, envió a la Casa Blanca un telegrama diciendo que la URSS veía el bloqueo como una agresión.

Mientras tanto, los buques soviéticos se dirigían a Cuba. Mis hermanas mayores cantaban una canción sobre la pequeña Panchina que bailaba samba. El estribillo decía: “Cuba ¡sí! yanquis ¡no!” Yo no entendía el estribillo pero cantaba junto a mis hermanas.

Sin embargo, en seguida comprendí que las lágrimas no servirían de nada y fui a despedirme de mis juguetes. Me despedí de mi primera muñeca con el pelo “de verdad”, del perrito de peluche, del mono y un sin fin de muñequitos a los que habíamos fabricado muebles con las cajas vacías de cerillas.

El reloj de cuerda y el caballito mecánico también se quedaron en nuestro piso de Minsk (Bielorrusia), solo me podía llevar un juguete aunque todos ellos para mí estaban vivos, eran amigos. Mi corazón se hacía pedazos sólo de pensar que tenía que abandonarlos a su suerte ante una amenaza desconocida. Elegí al perrito. A la mañana siguiente mi madre anunció que nos quedábamos.

“Seguramente fue el 25 de octubre”, está convencido Jim, mi amigo estadounidense. Mientras yo me despedía de mis juguetes, él y sus compañeros del equipo de albañiles esperaban en Nueva York un ataque nuclear, al igual que mis padres en el hemisferio opuesto.

Recuerda que el plazo del ultimátum de Kennedy, que anunció que si Jruschov no ponía fin a la amenaza de los misiles un ataque de EEUU contra Cuba sería plausible, expiraba aquel día a las once de la mañana. Todos los que trabajaban en la construcción del edificio en la Sexta Avenida con la calle 50, en el mismo corazón de Manhattan, salieron a la calle y se sentaron en los bordillos de la acera. Tomaban cerveza y se gastaban bromas lúgubres: “No te preocupes, Billy, yo cuidaré de tu mujer”, “manda un telegrama a tu tía de Alaska, que venga a recoger nuestros huesos tras el ataque”. Miraban el reloj cada dos por tres.

Empezó a salir más gente a la calle, empleados de las oficinas y de los hoteles. Parecía que el tiempo se había detenido. De repente en la pantalla que colgaba en la fachada de la oficina de la cadena de televisión CBS se pudo leer la noticia: “Los buques soviéticos dieron media vuelta”. Y todos gritaron de alegría.

Aquel día la URSS transmitió a 14 barcos que se dirigían hacia las costas cubanas la orden de interrumpir la travesía. No obstante, el presidente Kennedy autorizó por el memorando secreto 199 cargar armas nucleares en los aviones bajo el mando de Supremo Comandante Aliado en Europa para un eventual ataque contra la URSS.

“La defensa antiaérea no dejará que llegue hasta Moscú”, pensaban mis padres, “pero hasta Minsk podrán llegar perfectamente”. “En la 22ª hora del ultimátum el Pentágono informó que unos 60 millones de personas podrán refugiarse en 112.000 refugios... Muchos ciudadanos hacen reservas de agua, conservas y otros víveres”, leo en The New York Times del viernes 26 de octubre.

La crisis de los misiles dejó rastro en la vida de mi familia. Mi madre dijo que necesitábamos contar con un sitio seguro por si empezaba la guerra nuclear. Fue así que construimos una casita de madera en medio del bosque a unos 100 kilómetros de Minsk. Mi madre decía que la madera absorbe la radiación. La casita tenía dos salidas, una normal, por la puerta, y la otra por un pasadizo subterráneo que desembocaba en el bosque.

“¿Una casita en el bosque?”, se ríen mis amigos estadounidenses. “Muchos neoyorquinos entonces se trasladaron al norte del estado donde construyeron unos búnkers de hormigón armado por si estallaba la guerra nuclear. Por aquella época se produjo un boom de construcción de refugios personales equipados con generadores de energía eléctrica y sistemas de depuración de agua”, cuenta Jim. Los soviéticos no podíamos ni soñar con tal lujo...

“Frente a la Casa Blanca se celebra un mitin tras otro, unos manifestantes llaman a tomar duras medidas contra Cuba, otros exigen salvaguardar la paz a cualquier precio”, leo en The New York Times. Mi amigo Jim confiesa que él, al igual que sus compañeros, estaban sobresaltados: los misiles soviéticos se encontraban a 130 kilómetros de la frontera de EEUU.

Está bien que la crisis de los misiles sirviera de lección también para los políticos. En este momento se creó el llamado teléfono rojo, línea directa entre la Casa Blanca y el Kremlin, con el fin de agilizar las conversaciones entre ambas potencias durante períodos de crisis. Los líderes de la URSS y EEUU finalmente se dieron cuenta de que tenían que aguantar la presencia del otro en el planeta y dialogar de alguna manera.

Ahora yo, una rusa, estoy riéndome con mis amigos estadounidenses en Nueva York y me piden que vuelva a contar cómo mis padres me tenían prohibido recoger objetos brillantes y bonitos del suelo, pensando que podían ser artefactos explosivos mandados por los estadounidenses. Y cómo mis padres escuchaban en secreto la emisora ‘La Voz de América’ y me pedían no contarlo a nadie. Y yo, una niña, guardé el secreto familiar hasta su muerte...

Explico a mis amigos que en mi infancia a los estadounidenses les solían representar como unos señores gordos con sombrero de copa y una bomba atómica en la mano. Ellos me cuentan que a los soviéticos en EEUU representaban como unos osos también con la bomba atómica. Ahora parece extraño que hace 50 años estábamos dispuestos a matarnos. ¿O es que es una simple casualidad que no hubiéramos llegado a hacerlo?

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

http://sp.rian.ru/opinion_analysis/20121029/155404412.html
 

Sebastian

Colaborador
Algunos aspectos ocultos del arreglo de la crisis del Caribe

Hace 50 años, después de que el mundo estuviera durante una semana más cerca que nunca de una guerra nuclear, el líder soviético Nikita Jruschov y su homólogo estadounidense, John Kennedy, intercambiaron mensajes y la crisis de los misiles se acabó. Es un hecho por todos conocido. Pero nadie menciona que ambas potencias tan sólo apartaron la amenaza directa de intercambio de golpes nucleares en todo momento, pero no la erradicaron. Se debe centrar la atención en que en aquel momento las partes acordaron iniciar el diálogo. Imaginemos qué habría pasado en caso de que éste hubiera fracasado. Las negociaciones continuaron en el territorio de EEUU hasta enero de 1963. Y sólo después de esta fecha acabó la crisis del Caribe.

Expertos y aficionados
Se suele decir en broma que los aficionados construyeron el Arca de Noé y los expertos el ‘Titanic’. En otoño de 1962, fueron los diletantes, sobre todo Nikita Jruschov, los que provocaron la crisis de los misiles. Y se recurrió a la ayuda de un experto -el diplomático Vasili Kuznetsov, que en aquella época ocupaba el cargo de primer viceministro de Asuntos Exteriores- para resolver la situación.
El 27 de octubre de 1962 por la tarde, Kuznetsov y tres personas más se prepararon para su viaje a EEUU.

Jruschov, que ordenó desplegar en el territorio de Cuba misiles nucleares capaces de alcanzar EEUU en respuesta al despliegue de misiles estadounidenses en Turquía, conocía bien a Kuznetsov. En febrero de 1957, Jruschov decidió destituir al entonces ministro de Asuntos Exteriores, Dmitri Shepílov, porque éste se convirtió en la “cara conocida" muy atractiva para todo el mundo. Entonces fue necesario encontrar a un nuevo ministro.

En aquel momento, Jruschov consideraba que él mismo debería ser estrella de la política exterior de la URSS, lo que conllevó su destitución dos años después de la crisis del Caribe y causó la crisis alimentaria en el país.

Jruschov se vio obligado a preguntar oficialmente a Shepílov a quién aconsejaría nombrar para el cargo de ministro de Asuntos Exteriores. Éste respondió del modo siguiente: “Tengo dos adjuntos. Vasili Kuznetsov es genial y capaz de hacerlo todo (el homólogo británico de Kuznetsov, lord Caradon, y muchos otros también le consideraban como un “diplomático mago”). El otro, Andrei Gromiko no es genial, pero si se le encarga algo lo hará cueste lo que cueste sin desviarse de las instrucciones.
Estas características determinaron el destino de Kuznetsov y de Gromiko.
¿Por qué Andrei Gromiko, que en 1962 ocupaba el cargo de ministro de Asuntos Exteriores, no fue a EEUU? La cuestión no era fácil. La vida de toda la humanidad estaba en juego. Resulta que en aquel momento, tanto Gromiko como el embajador soviético ante la ONU, Valentín Zorin, declararon en público que la URSS no tenía misiles desplegados en Cuba.

Todos entendían que ambos cumplían las instrucciones del líder soviético, pero los diplomáticos que se encuentran en una situación tan delicada suelen mantener cierta distancia y no participar en las negociaciones (por eso Zorin fue retirado de la ONU en enero). Así las cosas, tuvo que salvar el mundo Kuznetsov, el primer viceministro de Asuntos Exteriores que recibió el título de Máster en metalurgia en el Instituto Carnegie de EEUU, donde estudió en 1930 y 1931.

Una semana sin salir a la calle
Kuznetsov no solía hablar sobre las negociaciones en EEUU, que continuaron durante dos meses y medio. En la época del gobierno de Nikita Jruschov y Leonid Brézhnev, los ciudadanos soviéticos preferirían atraer la menor atención posible.

La participación de Kuznetsov en aquellas negociaciones habría podido pasar al olvido si su adjunto, el diplomático ruso Borís Poklad, no hubiera publicado sus memorias en 2008. Poklad fue uno de los tres diplomáticos que acompañaban a Kuznetsov en su viaje a EEUU.
Según cuenta Poklad en su libro, al llegar a EEUU el 28 de octubre de 1962 la delegación soviética leyó los periódicos estadounidenses y entendió que Washington rechazaba las propuestas de la URSS y se preparaba la intervención en Cuba en varios días.

Aquel mismo día salió a la luz pública la declaración del líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro, que planteó ante Kennedy cinco exigencias sin el cumplimiento de las cuales -aunque parcial en algunos casos- no se habría logrado encontrar fórmulas de compromiso ni realizar acuerdos entre EEUU y la URSS.

Jruschov tomó la decisión sobre la retirada de las ojivas nucleares recién desplegadas en Cuba sin recibir el visto bueno de Castro, que quedó en una situación vulnerable. Parece que casi la mitad de las negociaciones sostenidas por Kuznetsov en Nueva York estuvo dedicada a las garantías de seguridad de Cuba por parte de EEUU, que ya habían sido acordadas en los mensajes de Jruschov y Kennedy.
La administración presidencial estadounidense no se apresuró a confirmar sus compromisos supuestamente adquiridos sino que exigió comprobar la retirada de las ojivas nucleares soviéticas de Cuba mediante el envío de inspectores a la isla. Posteriormente, se abordó la posibilidad de sobrevolar Cuba con aviones de reconocimiento. Castro declaró que los abatiría.

Boris Poklad recuerda en sus memorias que pasó una semana desde su llegada a Nueva York hasta que pudo por primera vez salir a la calle. Kuznetzov salía de la sede de la misión diplomática de la URSS ante la ONU, pero no para pasear. Sostenía negociaciones continuas con los diplomáticos estadounidenses, Adlai Stevenson y John McCloy; y también con el secretario general de la ONU, Maha Thray Sithu U Thant.
Al mismo tiempo, el embajador de la URSS, Anatoli Dobrinin, mantenía contactos con el fiscal general, Robert Kennedy, hermano del presidente de EEUU, mientras que uno de los dirigentes soviéticos, Anastás Mikoyán, trataba de encontrar una fórmula de compromiso con Fidel Castro.
Nunca fue fácil mantener negociaciones con EEUU. En un momento determinado Washington hizo un intento de excluir una de las cartas de Jruschov, del 27 de octubre, de la lista de referencias citadas en el documento final.

Esto quería decir que EEUU podría ningunear algunas de las propuestas formuladas en esta carta. Pero en realidad, Washington dio su visto bueno a todas aquellos puntos que ponían fin a la crisis de los misiles: la URSS retira armas nucleares del territorio de Cuba, EEUU las retira del territorio de Turquía y da garantías de seguridad a Cuba.

Kennedy respondió que estaba de acuerdo con aquellas propuestas, pero si la carta de Jruschov no se hubiera citado habría sido difícil adivinar con lo que estaba de acuerdo el presidente estadounidense.

EEUU hizo un intento de renunciar a lo acordado en un momento de reducción de tensión internacional, cuando la URSS ya empezaba a retirar misiles y ojivas nucleares de Cuba. En aquel momento, la compañía de ballet del Teatro Bolshoi, incluida la célebre bailarina soviética Maya Plisétskaya, actuaba en Nueva York. La vida mejoraba y alguien pudo pensar en realidad que la crisis había acabado, pero los diplomáticos entendían muy bien en qué situación se encontraban ellos y el mundo entero.

Finalmente la crisis del Caribe sí que acabó en enero de 1963. Kuznetsov volvió a encontrar una fórmula de compromiso supuestamente conseguido el 27 de octubre de 1962. EEUU retiró sus misiles de Turquía, pero parece que la misión de Kuznetsov dio mayores beneficios a Cuba: EEUU levantó el bloqueo de la isla el 21 de noviembre de 1962.

Desde aquel momento no se lanzaron ofensivas contra Cuba similares a las que se habían preparado y realizado antes de la crisis de los misiles. Se logró avanzar sin la inspección del territorio cubano por los expertos estadounidenses. Pero incluso el genial diplomático no pudo salvar a la URSS de un trámite humillante. Los buques soviéticos que retiraban misiles a la URSS tuvieron que pararse en mar y mostrar su carga a los estadounidenses.
Esto no se menciona en las memorias Poklad, posiblemente porque esto fue evidente para el autor. Por otro lado, las negociaciones llevadas a cabo en Nueva York abrieron una nueva etapa en las relaciones entre Moscú y Washington, que desde aquel momento adquirieron la experiencia de sostener un diálogo largo a nivel de expertos al término del cual las partes asumían los compromisos, que cumplirían estrictamente.

En 1977, en la época de gobierno de Leonid Brézhnev, Vasili Kuznetsov fue nombrado primer vicepresidente del Soviet Supremo (parlamento) de la URSS. Se convirtió así en el vicejefe de Estado. Fue conocido, ante todo, como la persona que entregaba un gran número de galardones en el Kremlin.
Además, Kuznetsov asumió tres veces el cargo de Jefe de Estado interino: entre la muerte de Brézhnev y la elección de Andrópov para el cargo de presidente del Soviet Supremo de la URSS, entre la muerte de Andrópov y la elección de Chernenko, y después de la muerte de Chernenko. Parece que Kuznetsov tuvo una carrera estupenda, ya que no hay cargos más altos.
http://sp.rian.ru/opinion_analysis/20121030/155418822.html
 

Grulla

Colaborador
Colaborador
Habra algo sobre los 80? Cuando la URSS desplego los SS-20 y la OTAN en contrapartida los Tomahawk y Pershing II.
Me parece recordar que alguna crisis hubo porque en esa epoca se filmaron bastantes peliculas sobre el apocalipsis nuclear

saludos
 

Grulla

Colaborador
Colaborador
La crisis de los misiles en el Caribe fueron trece días de mucho miedo

El intento del líder soviético Nikita Jruschov de emplazar misiles soviéticos en Cuba de forma secreta en octubre de 1962 desató la llamada crisis de los misiles, cuando el mundo estuvo al borde de una guerra nuclear. ¿Quién salvó a la humanidad de la inminente catástrofe?

Tras la llegada en enero de 1959 al poder en Cuba de los barbudos liderados por Fidel Castro, las relaciones entre la Habana y Estados Unidos empezaron a empeorar rápidamente. El nuevo gobierno cubano dio un paso decisivo hacia una ruptura total de las relaciones económicas con el vecino norteamericano al nacionalizar propiedades estadounidenses por un valor aproximado a los mil millones de dólares. En respuesta Washington declaró el bloqueo económico total de la república de Cuba y, más tarde, la suspensión de las relaciones diplomáticas.

En abril de 1961 tuvo lugar la invasión de Bahía de Cochinos, una operación militar en la que tropas de cubanos exiliados -entrenados, financiados y dirigidos en EEUU- intentaron derrocar al gobierno revolucionario. El intento fracasó y a partir de entonces la URSS pasó a ser el único garante del poder de Fidel Castro.
El líder soviético Nikita Jruschov preocupado por la presencia de los misiles nucleares estadounidenses en Turquía por un lado, y deseando apoyar a la Cuba socialista por el otro, tomó la decisión de emplazar los misiles soviéticos en la Isla de la Libertad.

Si el traslado de un contingente militar soviético de 40.000 hombres y armamento fue realizado en secreto, la instalación de los silos de lanzamiento no pasó desapercibido. En octubre de 1962 la confrontación de las dos potencias, que posteriormente recibió el nombre de la Crisis de los Misiles, puso el mundo al borde de la guerra nuclear. Trece días más tarde Moscú y Washington pudieron solucionarlo.

Por primera vez en 2002 fueron publicados documentos que evidencian que en uno de los submarinos soviéticos que se dirigía hacia las costas cubanas en aquellos años, el oficial de la Armada Soviética Vasili Arjípov, a último momento, pudo evitar el lanzamiento de un torpedo con carga nuclear contra los buques de guerra estadounidenses.

El 14 de octubre de 1962 un avión espía estadounidense, el U-2, sobrevoló la isla del sur al norte y volvió a la base aérea al sur de la Florida.

Tras estudiar las fotografías hechas durante el vuelo los expertos de la CIA establecieron que eran misiles balísticos soviéticos de medio alcance R-12, o SS-4, según la clasificación de la OTAN.

A las 8.45 horas del 16 de octubre las fotografías estaban en la mesa del presidente de EEUU John Kennedy.

En la reunión secreta participaron 14 personas. Los miembros del Consejo de Seguridad Nacional y algunos expertos invitados de forma especial para evaluar la situación, anticipar el desarrollo de los acontecimientos, y proponer medidas de respuesta.

EXCOMM – Comité Ejecutivo – así se llamaba este grupo: elaboró tres propuestas: ataques puntuales desde el aire para destruir los misiles, operación militar a gran escala, y el bloqueo marítimo de la isla.

Pero ¿por qué las fotografías de los misiles soviéticos provocaron tanto alboroto? Cuba es un estado soberano y tiene derecho a utilizar su territorio según le parezca adecuado. Sin embargo, la realidad era otra.

Cuando el 2 de enero de 1959 los barbudos liderados por Fidel Castro tomaron el poder en Cuba por la vía armada, este hecho no causó alarma en la Casa Blanca.

Los golpes de estado en los países latinoamericanos se sucedían como el verano y el invierno.

Aunque el dictador anterior, Fulgencio Batista, gobernó más de 25 años. Durante su gobierno Cuba, la perla del Caribe, se convirtió en la 'meca' del turismo estadounidense.
Un clima suave, unas playas fascinantes, una industria de la diversión bien desarrollada: cabarés, casas de juego, prostíbulos (solo La Habana contaba con unos 9.000 de estos últimos).

Pero muy pronto los círculos gobernantes de EEUU empezaron a mostrar preocupación con respecto al nuevo gobierno cubano. No es que en Washington hubiesen tenido ilusiones acerca de los métodos de Batista, pero era un tirano controlado. No importaba tanto que Cuba dejara de ser la “isla de los mil placeres”, pero las declaraciones de Castro sobre la necesidad de liberarse del control por parte de Estados Unidos provocaron inquietud en la Casa Blanca.

“No hay comunismo o marxismo en nuestras ideas. Nuestra filosofía política es la de la democracia representativa y justicia social en una economía bien planificada”, dijo Castro en uno de sus discursos.

En la Unión Soviética por entonces no sabían nada o casi nada sobre Fidel Castro. Pero la confrontación entre Cuba y EEUU era una oportunidad que no se podía dejar pasar.

El 4 de febrero de 1960 llega a Cuba con una visita oficial el viceprimer ministro soviético, Anastás Mikoyán. Quedó encantado con la estancia y, lo más importante, encantado con el propio Castro: “Sí, es un auténtico revolucionario, igual que nosotros. He tenido la sensación de que regresé a mi juventud”.

La Unión Soviética hizo concesiones a la joven República de Cuba: compró azúcar por petróleo y, claro está, vendió armamento.

Al asegurarse el apoyo, Fidel Castro, que ya había liquidado latifundios extranjeros, adoptó medidas económicas aún más duras.

El valor total de las propiedades estadounidenses nacionalizadas ascendió a mil millones de dólares.

Durante la XV Asamblea General de las Naciones Unidas en septiembre de 1960 tuvo lugar el primer encuentro de Fidel Castro y Nikita Jruschov. Desde entonces Cuba recibe el título de la “Isla de la Libertad” mientras Fidel cambia de orientación política.

“Hay que decir que por encima de todos, de todo, somos marxistas leninistas... Tenemos que triunfar. ¿Patria o muerte! ¡Venceremos!”, fue la consigna emblemática de Fidel.

Esto le mereció unos cuantos vivas por parte del camarada Jruschov:

¡Viva el pueblo revolucionario de Cuba! ¡Viva el líder de la Revolución Cubana Fidel Castro!, coreo el líder soviético.

Por supuesto que todo esto, no quedó sin respuesta por parte del vecino del norte: el 19 de octubre de 1960 el presidente Eisenhower declara un bloqueo económico total contra Cuba. Los ciudadanos de EEUU no pueden visitar la isla bajo amenaza de sanciones penales.

Se toman otras medidas de las que no se habla. La CIA aprobó planes para derrocar a Castro. En campamentos son reclutados voluntarios cubanos prófugos del régimen comunista donde reciben entrenamiento de actividades de sabotaje y otras actividades subversivas. Son fijados los objetivos principales de sus ataques; las instalaciones industriales y los depósitos de petróleo.

Para incendiar las plantaciones de caña de azúcar utilizaron gatos. A la cola del animal le ataban un paño impregnado de alcohol o gasolina ardiendo y dejaban al animal cerca de las plantaciones que en sus intentos para escapar del fuego extendían las llamas por una gran parte de los cultivos.

Se calcula que se fraguaron más de seiscientos atentados contra Fidel Castro. Esto les costó a los contribuyentes estadounidenses unos 120 millones de dólares.

He aquí sólo tres ejemplos: puros envenenados, puros rellenos de una sustancia química que empieza a despedir un olor insoportable al ser inhalada, cigarrillos de droga tipo LSD para que el líder de la Revolución se comportará de forma inadecuada.

Los que idearon estos métodos eran gente con mucha imaginación.

“Tengo sentido de la dignidad. No viviré ni un día más, cuando decida que llegó la hora de morir”, dijo Castro.

En enero de 1961 John Kennedy juró como el 35º presidente de Estados Unidos. 17 días antes de la investidura el secretario de prensa de la Casa Blanca James Hagerty anunció oficialmente la ruptura de las relaciones diplomáticas con Cuba.

Uno de los altos cargos estadounidenses lo dijo muy claro: “Castro desafió al Tío Sam, no estamos acostumbrados a que lo haga nadie y, por lo tanto, no nos gustó. Molestaba sobre todo la protección y abundante ayuda que prestaba la URSS”.

El Tío Sam es la personificación nacional de Estados Unidos y, específicamente, del gobierno estadounidense. Un símbolo como la estatua de la Libertad.

A las tres de la madrugada del 17 de abril de 1961, tras varios días de bombardeos contra los aeropuertos cubanos en la costa sur del país, en la Bahía de los Cochinos desembarcaron los 1.500 miembros de la Brigada de Asalto 2506, formada con exiliados cubanos anticastristas entrenados y equipados por la CIA. En la madrugada hubo un desembarco en paracaídas. Los guardafronteras y milicianos locales entablaron combate a los atacantes.

Los invasores cubanos sufrieron grandes pérdidas cuando varios aviones de la naciente Fuerza Aérea Revolucionaria contraatacaron los buques invasores y pusieron fuera de combate dos de ellos, perdiéndose el combustible y las municiones que transportaban para los vehículos blindados.

Solo una intervención directa de la Fuerza Aérea y Armada de EEUU pudo salvar la operación, pero el presidente Kennedy no dio su visto bueno por temor a la opinión pública.

72 horas después del desembarco todo había terminado.


Cuba celebró la victoria.

Más de 100 miembros de la Brigada de Asalto murieron durante la operación. Unos 1.200 hombres fueron capturados. Dos años más tarde volverían a EEUU a cambio de alimentación y medicamentos por valor de 50 millones de dólares. No cabía duda: los estadounidenses querian tomar la revancha.


Era cuestión de tiempo.

Mientras tanto, Castro hizo su elección apostando por la ayuda de la Unión Soviética.
A miles de kilómetros de las costas cubanas, en las playas del Mar Negro, Nikita Jruschov, que estaba pasando unas vacaciones, preguntada medio en broma a sus invitados entregándoles unos prismáticos: ¿Qué ven a lo lejos? Todos veían el mar. Mientras el líder soviético veía los misiles nucleares de EEUU que le apuntaban emplazados en la costa turca.

Realmente, cerca de la ciudad de Esmirna en Turquía, a escasos cien kilómetros de la frontera de la URSS, Estados Unidos habían emplazado 15 misiles Júpiter. Su alcance era de 2.400 kilómetros, o sea, tardarían de 10 a 15 minutos para alcanzar el territorio de la URSS.

De las memorias de Jruschov que grabó en una cinta magnética: “Me obsesiona un pensamiento. ¿Qué será de Cuba? Podemos perder a Cuba...”

El líder soviético buscaba solución para proteger a la Cuba revolucionaria, el principal y el único aliado de la URSS en el Hemisferio Occidental.

Y dio con una solución muy en su estilo: emplazar los misiles soviéticos en Cuba, tan solo a 90 millas del Tío Sam.

El requisito más importante del plan era que el traslado de misiles se realizara en absoluto secreto. Castro vaciló pero al final dio su consentimiento. Mikoyán estaba en contra. Advertía que el paisaje de la isla no permitirá mantener la operación en secreto.

No obstante, para junio de 1962 el Estado Mayor de la URSS preparó la operación 'Anádir'.
Este nombre en código fue tomado del río Anádir, ubicado en la parte norte del Extremo Oriente Ruso y estaba destinado a confundir a los analistas de inteligencia occidentales.
Ninguno de los 85 capitanes de buques involucrados en la operación sabía qué llevaba en la bodega ni conocía el destino. Los sobres con la orden de dirigirse a Cuba se abrían en alta mar en presencia del comisario político.

A principios de agosto de 1962 los primeros barcos soviéticos se acercaron a la Isla de la Libertad. Para el 14 de septiembre en Cuba ya se encontraban los 40 misiles y la mayor parte de los equipos técnicos. Al estudiar el material fotografiado desde el avión-espía, la Administración de EEUU quedó sobresaltada: a 90 millas de la costa estadounidense se encontraban misiles soviéticos capaces tan solo en unos minutos de abatir objetivos en el territorio de EEUU.

Jruschov consiguió su objetivo pero, tal y como había advertido Mikoyán, no resultó difícil descubrir el secreto una vez los misiles llegaron al suelo cubano. Aunque hay que reconocer que a la CIA se le escapó el traslado de 40.000 hombres, armamento y los propios misiles, que duró desde julio hasta octubre de 1962.

Tras el descubrimiento de las bases de misiles y la presencia de tropas soviéticas cerca del pueblo San Cristóbal en Cuba las reuniones del Comité Ejecutivo tenían carácter estrictamente secreto.

Pero el 22 de octubre el presidente Kennedy se dirigió a la nación con un mensaje televisado y anunció que en Cuba se encontraba armamento ofensivo de la URSS. En esta situación las personas en cualquier parte del mundo actúan de la misma manera.

La Administración estadounidense se inclinaba cada vez más hacia el uso de fuerza para solucionar el conflicto. Pero tras descifrar otras fotografías tuvo que cambiar de opinión ya que resultó que algunos de los misiles nucleares ya estaban preparados para el lanzamiento. A partir de ahora cualquier ataque contra Cuba significaría el inicio de la guerra. Estados Unidos decide establecer el bloqueo marino de la República de Cuba a partir de las diez de la mañana del 24 de octubre de 1962.

Por primera y hasta el momento por última vez en la historia de Estados Unidos se declaró el nivel de alerta DEFCON 2, inmediatamente inferior al máximo.

Para establecer el cerco alrededor de la isla se desplegaron 180 barcos de la Armada estadounidense. Tenían la orden de abrir fuego contra los buques soviéticos solo por orden personal del presidente.

Jruschov declaró que la URSS veía el bloqueo como una agresión y no instaría a los barcos que se desviaran.

La confrontación entre la URSS y EEUU llegó a un punto crítico. Al darse cuenta de ello, los dos líderes empezaron a buscar el compromiso.

El 27 de octubre de 1962, llamado el 'sábado negro', la defensa antiaérea soviética derribó un avión espía estadounidense, aumentando aún más la tensión. Hasta ahora no hay datos oficiales quién dio orden de atacarlo. Cuentan que Jruschov estaba furioso, mientras que Kennedy estaba a punto de ordenar la intervención militar en Cuba.

Sin embargo, casi al borde de la guerra fue pactado un compromiso. El 28 de octubre Jruschov propuso a Kennedy el desmantelamiento de las bases soviéticas de misiles nucleares en Cuba, a cambio de la garantía de que Estados Unidos no realizaría ni apoyaría una invasión a la isla caribeña. Además, también debería realizar el desmantelamiento de las bases de misiles nucleares estadounidenses en Turquía. Se había logrado salvar al mundo.

Fidel Castro quedó al margen de las negociaciones secretas. Castro supo del desmantelamiento de las bases de misiles soviéticos por los reportajes de televisión. Jruschov no consideró necesario informar a su amigo cubano de la decisión tomada. Castro nunca se lo llegó a perdonar. Los cubanos gritaban por las calles: «Nikita, Nikita, lo que se da, no se quita».

Hasta ahora, en Estados Unidos, hay quien critica a Kennedy por flojo, mientras otros destacan su sangre fría y sabiduría. En Rusia culpan a Jruschov de sus ideas aventureras y del gasto inútil de millones de dólares, pero algunos hasta ahora se alegran que consiguiera dar un susto al Tío Sam.

En 2002, cuando el mundo celebraba el 40 aniversario de la Crisis de los Misiles, fueron publicados archivos inéditos. De ellos resultó que los acuerdos de los líderes de dos superpotencias no valieron ni un comino. Y que sólo una persona, el militar soviético antes mencionado fue quien realmente previno que en el mundo estallara la gran catástrofe nuclear.

El 1 de octubre de 1962 cuatro submarinos de la 69 Brigada Soviética salieron hacia aguas cubanas. Eran sumergibles de ataque al que la OTAN denominaba Clase Foxtrot cargados cada uno con 22 torpedos de los cuales uno tenía ojiva nuclear.

En uno de ellos, el submarino B-59, se encontraba Vasili Arjípov, uno de los tres oficiales al mando de la nave.

Tras recibir un radiograma en el Mar de Barents (Ártico) los oficiales abrieron el sobre con la orden de tomar rumbo hacia el puerto cubano de Mariel.

La mayor parte de la travesía transcurrió con normalidad pero el 25 de octubre de 1962 los situación empeoró. Un grupo de destructores estadounidenses detectaron la brigada del B-59 en el Mar de los Sargazos. Los barcos de EEUU comenzaron a lanzar cargas de profundidad para forzar al submarino soviético a emerger. A bordo del mismo se vivieron momentos de pánico y caos. La tripulación estaba exhausta. Las cargas de los destructores explotaban a pocos metros del casco del submarino.

Sin comunicación con Moscú el capitán Valentín Savitski decide lanzar el mortífero torpedo, aun a sabiendas de que sería el fin también para él y sus hombres: «Los volaremos por los aires; moriremos todos pero hundiremos todos sus barcos», exclamó antes de reunir a sus dos segundos a bordo para ratificar una decisión que requiere su consentimiento. Pero Vasili Arjípov dice un “no” rotundo.

Los estadounidenses están convencidos de que capitán Arjípov es un héroe. Los italianos le concedieron en 2003, a título póstumo, el premio nacional Angeles de nuestros Tiempos por “la valentía y firmeza mostradas en circunstancias extremas”.

Rindamos nuestro homenaje al marino soviético Vasili Arjípov por permanecer vivos en el planeta Tierra.

La última palabra nunca la tiene una máquina, siempre la tiene el hombre. Ojalá que siempre sea un hombre cuerdo.

Hasta la próxima.

http://sp.rian.ru/opinion_analysis/20121115/155578330.html
 

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