La Armada Argentina en la guerra Ruso Japonesa
ANTECEDENTES INÉDITOS DE LA COMISIÓN NAVAL
A RUSIA Y JAPÓN DE 1904/5
Por Jorge Bóveda*
Por el contacto con muchos jefes y oficiales y por lo que veía de las tripulaciones, pronto llegue al convencimiento de que a pesar del enorme poder de la escuadra rusa, nada teníamos que aprender de ella, que fuera utilizable para la muy modesta de nuestro país, que la superaba sin duda, en disciplina y espíritu de trabajo.
Contraalmirante (R) José Moneta
Aprincipios de 1904 la tensión entre Rusia y Japón iba en constante
aumento a consecuencia de una antigua rivalidad en torno al
control de Manchuria y la península de Corea (un Estado vasallo
del Imperio Chino que dista apenas 100 millas del Japón). La debilidad
política y militar de China convierte a ambos territorios en tentadores objetivos para ambos imperios. Para el Japón, la Rusia Imperial constituye la principal amenaza a sus ambiciones territoriales. Sin embargo éstos no eran los únicos países seducidos por la región. Otras potencias miraban a oriente con igual sed de codicia. Alemania, Francia e Inglaterra quieren su parte, del mismo modo que años antes se habían repartido amplias regiones del continente africano.
Cuando en 1894 Seúl solicitó ayuda a China como consecuencia de una revuelta contra las autoridades gubernamentales, que contaba con el tácito respaldo del Japón, este último país juzgó propicio el momento para disputarle al Celeste Imperio el dominio de ese territorio y
envió sus propias tropas a Corea, exigiendo su independencia de China. En la guerra chinojaponesa resultante [1894-5] Japón arrolló sin dificultad a las fuerzas militares chinas. Tanto en su victoria naval en el río Yalú como durante el cerco de Port Arthur, los oficiales japoneses obtuvieron una experiencia invalorable que les sería muy provechosa una década más
tarde al enfrentar a Rusia. El tratado de Shimonoseki que puso fin a la guerra con China no sólo demandaba de este país mano libre para el Japón en Corea, la cesión de Formosa y de la península de Liao-Tung, sino también una jugosa indemnización a los vencidos.
La península de Liao-Tung se encuentra en el extremo sur de Manchuria y se proyecta en el Mar Amarillo. Sobre ella se alza Port Arthur, un puerto fortificado a través del cual se intercambiaba buena parte del
comercio manchuriano. Rusia, temerosa por la amenaza que el Japón representaba a sus intereses en China, persuadió a Francia
y Alemania de presentar a Tokio un virtual ultimátum para que abandonara las recién conquistadas Port Arthur y Dairen en la península de Liao-Tung (1). El pueblo japonés resintió esta cesión de derechos, que consideraba una justa recompensa por su heroísmo y autosacrificio desplegado
durante la guerra. Al año siguiente el gobierno de Pekín fue a su vez forzado a arrendar a Rusia esos mismos territorios, lo que exacerbó aún más el ánimo de los japoneses. En 1896 el Zar suscribió un tratado con China, convirtiéndose en el garante de la integridad territorial de ese país. En 1900, al producirse la Revolución de los Boxers, Rusia la utilizó como pretexto para ocupar los territorios manchurianos.
Así, pues, la estrategia rusa entró abiertamente en pugna con los intereses japoneses, al apropiarse de Corea y Manchuria. Éstos necesitaban de ambas regiones porque su país insular no podía brindarles las materias primas y los territorios que su superpoblación exigía. La política exterior rusa, por soberbia, imprudencia o imprevisión, había acercado a sus dos enemigos en la región: Inglaterra y Japón.
En 1902 Rusia, contra sus propios intereses, anunció unilateralmente un repliegue gradual de sus tropas de Manchuria que debía completarse el 8 de octubre de 1903. Cuando las fechas fijadas para la segunda y última etapa pasaron sin ningún movimiento de tropas, la posición internacional de Rusia se hizo insostenible a los ojos japoneses.
Así lo refleja el lúcido informe de Daniel García Mansilla, jefe de la misión Argentina en San Petersburgo apenas días antes de la apertura de las hostilidades: La Rusia ha eludido sus compromisos formales cuando se negara a la evacuación de Manchuria el 8 de octubre último [1903], esa inmensa provincia de China que constituye todo el norte del celeste
imperio y cuya superficie es igual a la del Austria y de la Italia reunidas, con una población de 17 millones de habitantes.
Es el caso de los ingleses en Egipto y es inútil que el Japón insista sobre este punto porque la Rusia, según cálculos del Director del Banco Ruso-Chino, Sr. Pokotilov, ha gastado más de un billón y medio de francos en trabajos de
ingeniería en la referida provincia y no está dispuesta, como se comprende, a inmovilizar tan inmenso capital. Allá en los confines de la Manchuria el imperio del Mikado, cuya población ha duplicado en el espacio de 20 años se consume en sus límites actuales, necesitando desbordar y extenderse por una senda tan geográficamente indicada como la Corea, cumpliéndose así una ley fatal en la historia de los pueblos. El Japón no pierde la esperanza de conquistar un país con el cual tiene tanta afinidad de raza. En 1893 pudo
creerse dueño definitivo de la península, después de su victoria sobre China, pero intervinieron Rusia, Alemania y Francia obligando al Japón a renunciar al fruto de su victoria.
A pesar de las últimas concesiones comerciales de la Rusia es fácil comprender el estado de los espíritus en el imperio del Mikado al ver postergada la evacuación de la Manchuria y que el Japón se decida, si no la contienen las potencias, a correr la grave aventura de una declaración de guerra a la Rusia [sic]. (2) Japón consciente de que su diferendo con Rusia no tenía chances de éxito, a menos que otras potencias estuvieran de su lado o al menos adoptaran una benevolente neutralidad, obtuvo un rutilante éxito diplomático al suscribir el 30 de enero de 1902 la alianza anglojaponesa.
Para el Reino Unido la alianza era vista como una bienvenida manera de compartir responsabilidades y una útil estocada contra los rusos. Gran Bretaña había desarrollado hacia principios de siglo un creciente comercio con China que deseaba extender y estaba muy preocupada por las ambiciones expansionistas del Zar. Desde el punto de vista británico la
alianza anglo-japonesa parecía prometer que Japón actuaría como el soldado inglés de oriente. Las cláusulas principales del tratado incluían el reconocimiento de que Japón tenía un especial interés político, comercial e industrial en Corea, y la promesa de una eventual asistencia militar entre las partes en el caso de que alguno de los signatarios entrara en guerra contra otra potencia extranjera.
Un año más tarde las contrapropuestas rusas excluían a Manchuria como objeto de discusión a la vez que contenían condiciones inaceptables para las actividades de Japón en Corea. El Mikado visualizó a partir de entonces a la guerra como una salida inevitable y toda negociación futura debía serlo al solo efecto de ganar tiempo. Los observadores extranjeros en Tokio señalaron que cualquier concesión a Rusia por parte del gobierno imperial provocaría una explosión de la fiebre guerrera de la población, pudiendo llegar
inclusive a una guerra civil.
Los primeros días de febrero, el Jefe del Estado Mayor, Oyama, le dijo al Emperador que era esencial que Japón diera el primer golpe. El 4 de ese mes se celebró una reunión para oír las opiniones de los principales consejeros del Emperador. Éstos coincidieron en que debido a su limitada población y recursos, Japón tendría una dudosa chance de vencer a Rusia. Oyama sostuvo que sólo tenían un 50% de posibilidades de obtener una victoria militar, mientras que la Armada Imperial consideraba que, si bien podría dominar a la Escuadra Rusa del Pacífico, ello implicaría un costo estimado de la mitad de sus buques de guerra. No obstante, se decidió que la guerra era la única salida.
Las negociaciones no conducían a ninguna parte y los rusos parecían determinados a quedarse de un momento a otro con el control de la península de Corea. Esta pretensión era considerada una amenaza inadmisible para el Japón. Todos los consejeros se mostraron de acuerdo en que la guerra debería ser corta, debido a que Rusia, con sus vastos recursos, tendría mayores perspectivas de ganar un conflicto prolongado.
Con esta idea en mente se tomaron medidas desde el principio para asegurar el éxito de las futuras negociaciones de paz. Entre ellas se despachó a los EE.UU. a un antiguo compañero de la Universidad de Harvard del Presidente Roosevelt para que cultivara las buenas relaciones con el país del norte, el cual sería muy útil como intermediario para iniciar negociaciones de paz una vez que el Japón estuviera próximo a agotar sus recursos (3). Aunque la indemnización de guerra que había cobrado Japón tras su victoria sobre China en 1895 le permitió contratar la construcción de modernos buques de guerra en astilleros ingleses, el número de buques capitales disponibles en 1904 era aún considerado insuficiente por el Alto Mando Naval Nipón.
El Reino Unido iba a desempeñar un rol fundamental en los meses previos al inicio de las hostilidades al instrumentar una brillante estrategia diplomática que le permitiría incrementar la flota de combate nipona sin que los rusos
advirtieran la participación del león británico. Como se sabe Inglaterra había actuado como mediadora entre la Argentina y Chile en mayo de 1902, al suscribirse los llamados Pactos de Mayo, lo que la colocó en una posición inmejorable para ayudar a su aliado.
Un acta complementaria a los Pactos de Mayo firmada el 9 de enero de 1903 (4) en Buenos Aires con el objeto de hacer efectiva la discreta equivalencia
de las escuadras argentina y chilena obligaba a ambos gobiernos a vender sus respectivos buques en construcción en el extranjero en el más breve plazo posible poniéndolos a disposición y orden de S.M. Británica mientras que simultáneamente ordenaba el desarme de otros buques (5).
Inglaterra dispuso así de la noche a la mañana de 4 nuevos buques de guerra que su aliado necesitaba imperiosamente para reforzar su escuadra. De éstos, los 2 cruceros-acorazados argentinos de la clase Garibaldi eran los que estaban más avanzados en su construcción y por esa causa eran los más aptos para incorporarse a la escuadra nipona de Extremo Oriente antes del inicio de las hostilidades. La venta de estos buques al Japón por un tercer país de origen no británico tenía la ventaja de evitar indeseables represalias rusas
contra Inglaterra. Lo que se quería evitar a toda costa. Los cruceros acorazados Libertad y Constitución originalmente encargados por Chile a astilleros ingleses fueron adquiridos deliberadamente por estos últimos para sustraerlos del mercado, evitando con ello su posible adquisición por parte de los rusos. Para acelerar la compra de los buques argentinos Tokio instruyó al Ministro Japonés en Río (no había entonces legación en nuestro país) trasladarse a Buenos Aires para iniciar enseguida las negociaciones.
El mensaje llegó a Río a la medianoche del 20 de diciembre de 1903. En
ausencia del Ministro, el encargado de negocios nipón, Kumaichi Horiguchi, se embarcó al día siguiente en un paquete inglés con destino a Buenos Aires para entrevistarse con el Canciller Argentino, Dr. Luis María Drago, quien lo recibió en su residencia privada de Belgrano en la víspera de Navidad. Al día siguiente, 25 de diciembre, el encargado de negocios era recibido por el Presidente Roca y el Ministro de Marina Capitán de Navío Onofre Betbeder.
Cinco días más tarde (el 30 de diciembre) se formalizaba en Londres la venta al contado de los cruceros acorazados argentinos Moreno y Rivadavia por intermedio de la firma Anthony Gibbs & Sons, agentes londinenses de la Armada Argentina, en la suma de 1.500.000 libras esterlinas, 20.000 libras menos que el precio pactado originalmente con el gobierno argentino para la entrega de los buques.
Aunque la venta fue inicialmente mantenida en secreto a pedido expreso de los compradores, la noticia tomó estado público al poco tiempo, lo cual a la postre comprometería la misión del agregado naval argentino en Rusia, tal como se expone más adelante (6). Al arribar a Génova, la Comisión Naval Japonesa descubrió con preocupación que el alistamiento del Moreno estaba muy atrasado respecto del Rivadavia, por lo que habría que hacer un gran esfuerzo para lograr que ambos buques estuvieran en condiciones de hacerse a la mar al mismo tiempo.
Pese a que las pruebas de máquinas y de artillería ya se habían completado satisfactoriamente, había otros múltiples detalles de terminación que aún permanecían inconclusos. Como consecuencia de ello más de 600 hombres del astillero se pusieron a trabajar en el Moreno para completarlo a tiempo. Los buques debían incorporarse ineludiblemente a la escuadra nipona a principios de febrero de 1904 (fecha prevista para el inicio de las hostilidades). Ambos cruceros acorazados, ahora rebautizados Nisshin (7) (ex Moreno) y Kasuga (ex Rivadavia), zarparon de Génova el 9 de enero de 1904, un mes antes del plazo fijado contractualmente, al mando de sendos capitanes de la Royal Navy y tripulación inglesa provista por la firma Armstrong y unos pocos oficiales de la Armada Imperial.
Se optó por la ruta más corta hacia el Japón, a través del canal de Suez. La deliberada presencia de una escuadra británica evitó que una división rusa proveniente del Báltico que se encontraba en Bizerta (Túnez) tomara cartas en el asunto. Los flamantes cruceros nipones pudieron reabastecerse de agua, carbón de alta calidad y víveres frescos en las ciudades de Aden, Ceilán y Singapur, todas bajo la protección británica, durante el tránsito de Génova a Yokosuka.
Los japoneses deliberadamente demoraron el inicio de las hostilidades hasta tanto los nuevos cruceros zarparon de Singapur, pues se temía que hasta ese momento pudieran ser atacados por los rusos o los franceses. Aunque no hubo un acuerdo formal de traspaso de información de inteligencia con el Reino Unido, sí hubo un monitoreo de los movimientos navales rusos durante la guerra que fueron informados regularmente a los japoneses. Los
ingleses ayudaron a mejorar los equipos de telegrafía sin hilos embarcados y brindaron asistencia técnica a sus aliados al permitir instalar telémetros de origen inglés en los buques de guerra nipones que luego participaron en Tsushima.
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El ataque a Port Arthur
Como la guerra era inevitable, Tokio decidió iniciarla en el momento que juzgó más adecuado a sus intereses. Febrero de 1904 parecía ser la mejor fecha. 1904 porque al año siguiente Rusia tenía previsto incorporar 5 nuevos acorazados a su escuadra de Extremo Oriente; febrero porque en ese mes comenzaba el deshielo en los puertos de la costa oeste de Corea. El plan de acción japonés demandaba tempranas embestidas al corazón del ejército ruso estacionado en Manchuria, antes de que sus enormes contingentes de reservistas pudieran ser movilizados y transportados al este.
Para lograr ese objetivo era necesario contar con líneas seguras de comunicación entre el continente y el Japón. Si Rusia dominaba las comunicaciones marítimas Japón sería derrotado. Por esa causa la campaña militar japonesa descansaba en gran parte sobre los hombros de la Armada Imperial y de la cantidad de buques de combate que pudieran reunir. De
ella iban a depender las líneas de abastecimiento para los ejércitos de ocupación.
La flota japonesa en el Lejano Oriente era por entonces muy inferior a la rusa, que disponía de una escuadra de buques de gran porte con base en Port Arthur y Vladivostok. Port Arthur se había convertido hacia 1904 en el símbolo del poder ruso en Extremo Oriente. Este puerto era su única vía de entrada hacia las aguas más calidas del Pacífico.
A cientos de millas hacia el norte se alzaba Vladivostok, el segundo bastión ruso de mayor importancia, pero éste permanecía cerrado la mayor parte del año debido al invierno. Mientras Vladivostok era apenas accesible por tierra y por mar, Port Arthur se convirtió en la cabecera del más grande de todos los proyectos imperiales rusos: el ferrocarril transiberiano.
El día que Japón rompió relaciones diplomáticas con San Petersburgo el almirante Togo reunió a sus oficiales y dio las órdenes para dos operaciones inmediatas diseñadas para asegurar al Japón una temprana victoria. La mayor parte de la Armada Imperial haría un ataque por sorpresa a la escuadra rusa, anclada en las inmediaciones de Port Arthur, mientras
que un escuadrón de cruceros escoltaría transportes de tropas a Chemulpo (principal puerto coreano), para desembarcar tropas que marcharían a la capital coreana de Seúl y destruirían el destacamento naval ruso que allí se encontraba.
Fue esta segunda menos espectacular operación la que comenzó primero, pero fueron las noticias del ataque a Port Arthur las que primero llegaron a Europa y despertaron al gobierno ruso a la realidad de que se encontraban en estado de guerra. Para asestar el ataque a Port Arthur, que Togo esperaba sería el gran golpe que ganaría la guerra, llevó sus buques hasta una distancia de unas 50 millas de la base rusa hacia el anochecer del 8 de febrero. De acuerdo con los últimos informes que había recibido, los buques capitales rusos estaban justo fuera del puerto; debido al tiempo que demandaba ingresarlos a través de la angostura de la rada, demasiado poco profunda para los acorazados, salvo en el período de marea alta, era razonable asumir que los buques enemigos aún estarían fuera del puerto al momento en que comenzara el ataque. La única variante que podía presentarse era que por alguna razón los buques de la escuadra rusa se hubieran desplazado a la cercana Dalny.
Por esta razón Togo dividió sus torpederos en dos grupos: diez serían
enviados a Port Arthur y ocho contra Dalny. Los torpederos japoneses comenzaron el ataque sin ser detectados hacia la medianoche guiados por las luces de los buques rusos. En su aproximación los atacantes vieron las luces de dos torpederos rusos que estaban patrullando y se dispersaron confusamente. Durante esta maniobra de dispersión las tres flotillas perdieron contacto unas con otras, colisionando dos de sus torpederos.
De acuerdo con fuentes japonesas, esta evasión fue exitosa, pero algunos testigos rusos señalan que los defensores avistaron a sus enemigos y siguiendo órdenes retornaron a informar al Comandante del escuadrón, pero llegaron demasiado tarde para tomar acciones preventivas. Los japoneses, menos un torpedero, continuaron el ataque, pero debido a la confusión imperante no pudieron realizar el ataque en masa previsto. Sólo cuatro torpederas tomaron parte en el primer ataque, las otras siguieron después. Al parecer los cuatro atacantes que se aproximaban fueron observados por el crucero Pallada, que se encontraba en misión de reconocimiento, pero no fueron identificados como hostiles hasta que fue demasiado tarde. Estos primeros cuatro torpederos pasaron muy cerca de la línea de defensa exterior rusa y poco después de la medianoche lanzaron sus torpedos a las siluetas de los cruceros acorazados.
El primer ataque duró apenas cinco minutos, seguido de un segundo ataque por otros cuatro torpederos que se habían desprendido con anterioridad de sus líderes. Éstos enfrentaron una mayor oposición; enceguecidos por los reflectores y el spray de los lanzamientos fallidos, tuvieron mayor dificultad para lanzar sus torpedos. Luego, una hora más tarde, una solitaria torpedera efectuó un ataque individual seguido por un último torpedero, que habiendo sido dañado por una colisión, logró aproximarse silenciosamente a los buques rusos y lanzar un torpedo hacia la silueta de un buque de cuatro chimeneas.
Cuando la fuerza naval de Togo, de acuerdo con lo planeado, se aproximó a Port Arthur a la mañana siguiente para tomar ventaja del maltrecho estado del escuadrón ruso, descubrió con asombro que el mismo estaba intacto, material aunque no moralmente. De todos los torpedos lanzados durante la noche, sólo tres habían dado en el blanco (estos tres aparentemente fueron lanzados por la primera ola de torpederas). Desafortunadamente para los rusos, sus dos más modernos acorazados, el Retvizan y el Tsesarevich, habían sufrido un impacto cada uno. El otro torpedo había hecho blanco en el crucero Pallada. Por la mañana estos tres buques fueron varados en la entrada del puerto. Los denodados esfuerzos por entrarlos en la rada fracasaron. El resto de los buques rusos permanecieron anclados con las calderas encendidas.
Pese al éxito obtenido, el ataque por sorpresa del Almirante Togo no trajo
todos los resultados esperados. En efecto, éste había desperdiciado ocho
de sus torpederos en el puerto de Dalny, donde resultó que no había ningún
buque ruso que atacar. Estos torpederos podrían haber sido mejor aprovechados en una segunda ola contra la escuadra rusa de Port Arthur, que si bien ya habría sido alertada por el primer ataque, podría haber sacado provecho de la confusión imperante como consecuencia de los daños recibidos y causarle mayores daños al enemigo.
El Almirante Stark, en vistas del deterioro de la situación, había ordenado a sus buques que permanecieran en estado de alerta contra posibles ataques de torpederos, pero cada buque reaccionó en forma diferente. La mayoría de los oficiales tomaron la orden como un mero ejercicio y no como una advertencia genuina. Ninguno de los buques rusos utilizó sus redes antitorpedos; se dijo después que los oficiales que habían insinuado hacerlo fueron tildados de alarmistas. Algunas dotaciones durmieron vestidas al lado de sus piezas, pero otras no lo hicieron. Después de todo, no había habido una declaración de guerra. El Almirante Stark, considerado el mayor responsable de la derrota, fue rápidamente relevado de su comando (8).
ANTECEDENTES INÉDITOS DE LA COMISIÓN NAVAL
A RUSIA Y JAPÓN DE 1904/5
Por Jorge Bóveda*
Por el contacto con muchos jefes y oficiales y por lo que veía de las tripulaciones, pronto llegue al convencimiento de que a pesar del enorme poder de la escuadra rusa, nada teníamos que aprender de ella, que fuera utilizable para la muy modesta de nuestro país, que la superaba sin duda, en disciplina y espíritu de trabajo.
Contraalmirante (R) José Moneta
Aprincipios de 1904 la tensión entre Rusia y Japón iba en constante
aumento a consecuencia de una antigua rivalidad en torno al
control de Manchuria y la península de Corea (un Estado vasallo
del Imperio Chino que dista apenas 100 millas del Japón). La debilidad
política y militar de China convierte a ambos territorios en tentadores objetivos para ambos imperios. Para el Japón, la Rusia Imperial constituye la principal amenaza a sus ambiciones territoriales. Sin embargo éstos no eran los únicos países seducidos por la región. Otras potencias miraban a oriente con igual sed de codicia. Alemania, Francia e Inglaterra quieren su parte, del mismo modo que años antes se habían repartido amplias regiones del continente africano.
Cuando en 1894 Seúl solicitó ayuda a China como consecuencia de una revuelta contra las autoridades gubernamentales, que contaba con el tácito respaldo del Japón, este último país juzgó propicio el momento para disputarle al Celeste Imperio el dominio de ese territorio y
envió sus propias tropas a Corea, exigiendo su independencia de China. En la guerra chinojaponesa resultante [1894-5] Japón arrolló sin dificultad a las fuerzas militares chinas. Tanto en su victoria naval en el río Yalú como durante el cerco de Port Arthur, los oficiales japoneses obtuvieron una experiencia invalorable que les sería muy provechosa una década más
tarde al enfrentar a Rusia. El tratado de Shimonoseki que puso fin a la guerra con China no sólo demandaba de este país mano libre para el Japón en Corea, la cesión de Formosa y de la península de Liao-Tung, sino también una jugosa indemnización a los vencidos.
La península de Liao-Tung se encuentra en el extremo sur de Manchuria y se proyecta en el Mar Amarillo. Sobre ella se alza Port Arthur, un puerto fortificado a través del cual se intercambiaba buena parte del
comercio manchuriano. Rusia, temerosa por la amenaza que el Japón representaba a sus intereses en China, persuadió a Francia
y Alemania de presentar a Tokio un virtual ultimátum para que abandonara las recién conquistadas Port Arthur y Dairen en la península de Liao-Tung (1). El pueblo japonés resintió esta cesión de derechos, que consideraba una justa recompensa por su heroísmo y autosacrificio desplegado
durante la guerra. Al año siguiente el gobierno de Pekín fue a su vez forzado a arrendar a Rusia esos mismos territorios, lo que exacerbó aún más el ánimo de los japoneses. En 1896 el Zar suscribió un tratado con China, convirtiéndose en el garante de la integridad territorial de ese país. En 1900, al producirse la Revolución de los Boxers, Rusia la utilizó como pretexto para ocupar los territorios manchurianos.
Así, pues, la estrategia rusa entró abiertamente en pugna con los intereses japoneses, al apropiarse de Corea y Manchuria. Éstos necesitaban de ambas regiones porque su país insular no podía brindarles las materias primas y los territorios que su superpoblación exigía. La política exterior rusa, por soberbia, imprudencia o imprevisión, había acercado a sus dos enemigos en la región: Inglaterra y Japón.
En 1902 Rusia, contra sus propios intereses, anunció unilateralmente un repliegue gradual de sus tropas de Manchuria que debía completarse el 8 de octubre de 1903. Cuando las fechas fijadas para la segunda y última etapa pasaron sin ningún movimiento de tropas, la posición internacional de Rusia se hizo insostenible a los ojos japoneses.
Así lo refleja el lúcido informe de Daniel García Mansilla, jefe de la misión Argentina en San Petersburgo apenas días antes de la apertura de las hostilidades: La Rusia ha eludido sus compromisos formales cuando se negara a la evacuación de Manchuria el 8 de octubre último [1903], esa inmensa provincia de China que constituye todo el norte del celeste
imperio y cuya superficie es igual a la del Austria y de la Italia reunidas, con una población de 17 millones de habitantes.
Es el caso de los ingleses en Egipto y es inútil que el Japón insista sobre este punto porque la Rusia, según cálculos del Director del Banco Ruso-Chino, Sr. Pokotilov, ha gastado más de un billón y medio de francos en trabajos de
ingeniería en la referida provincia y no está dispuesta, como se comprende, a inmovilizar tan inmenso capital. Allá en los confines de la Manchuria el imperio del Mikado, cuya población ha duplicado en el espacio de 20 años se consume en sus límites actuales, necesitando desbordar y extenderse por una senda tan geográficamente indicada como la Corea, cumpliéndose así una ley fatal en la historia de los pueblos. El Japón no pierde la esperanza de conquistar un país con el cual tiene tanta afinidad de raza. En 1893 pudo
creerse dueño definitivo de la península, después de su victoria sobre China, pero intervinieron Rusia, Alemania y Francia obligando al Japón a renunciar al fruto de su victoria.
A pesar de las últimas concesiones comerciales de la Rusia es fácil comprender el estado de los espíritus en el imperio del Mikado al ver postergada la evacuación de la Manchuria y que el Japón se decida, si no la contienen las potencias, a correr la grave aventura de una declaración de guerra a la Rusia [sic]. (2) Japón consciente de que su diferendo con Rusia no tenía chances de éxito, a menos que otras potencias estuvieran de su lado o al menos adoptaran una benevolente neutralidad, obtuvo un rutilante éxito diplomático al suscribir el 30 de enero de 1902 la alianza anglojaponesa.
Para el Reino Unido la alianza era vista como una bienvenida manera de compartir responsabilidades y una útil estocada contra los rusos. Gran Bretaña había desarrollado hacia principios de siglo un creciente comercio con China que deseaba extender y estaba muy preocupada por las ambiciones expansionistas del Zar. Desde el punto de vista británico la
alianza anglo-japonesa parecía prometer que Japón actuaría como el soldado inglés de oriente. Las cláusulas principales del tratado incluían el reconocimiento de que Japón tenía un especial interés político, comercial e industrial en Corea, y la promesa de una eventual asistencia militar entre las partes en el caso de que alguno de los signatarios entrara en guerra contra otra potencia extranjera.
Un año más tarde las contrapropuestas rusas excluían a Manchuria como objeto de discusión a la vez que contenían condiciones inaceptables para las actividades de Japón en Corea. El Mikado visualizó a partir de entonces a la guerra como una salida inevitable y toda negociación futura debía serlo al solo efecto de ganar tiempo. Los observadores extranjeros en Tokio señalaron que cualquier concesión a Rusia por parte del gobierno imperial provocaría una explosión de la fiebre guerrera de la población, pudiendo llegar
inclusive a una guerra civil.
Los primeros días de febrero, el Jefe del Estado Mayor, Oyama, le dijo al Emperador que era esencial que Japón diera el primer golpe. El 4 de ese mes se celebró una reunión para oír las opiniones de los principales consejeros del Emperador. Éstos coincidieron en que debido a su limitada población y recursos, Japón tendría una dudosa chance de vencer a Rusia. Oyama sostuvo que sólo tenían un 50% de posibilidades de obtener una victoria militar, mientras que la Armada Imperial consideraba que, si bien podría dominar a la Escuadra Rusa del Pacífico, ello implicaría un costo estimado de la mitad de sus buques de guerra. No obstante, se decidió que la guerra era la única salida.
Las negociaciones no conducían a ninguna parte y los rusos parecían determinados a quedarse de un momento a otro con el control de la península de Corea. Esta pretensión era considerada una amenaza inadmisible para el Japón. Todos los consejeros se mostraron de acuerdo en que la guerra debería ser corta, debido a que Rusia, con sus vastos recursos, tendría mayores perspectivas de ganar un conflicto prolongado.
Con esta idea en mente se tomaron medidas desde el principio para asegurar el éxito de las futuras negociaciones de paz. Entre ellas se despachó a los EE.UU. a un antiguo compañero de la Universidad de Harvard del Presidente Roosevelt para que cultivara las buenas relaciones con el país del norte, el cual sería muy útil como intermediario para iniciar negociaciones de paz una vez que el Japón estuviera próximo a agotar sus recursos (3). Aunque la indemnización de guerra que había cobrado Japón tras su victoria sobre China en 1895 le permitió contratar la construcción de modernos buques de guerra en astilleros ingleses, el número de buques capitales disponibles en 1904 era aún considerado insuficiente por el Alto Mando Naval Nipón.
El Reino Unido iba a desempeñar un rol fundamental en los meses previos al inicio de las hostilidades al instrumentar una brillante estrategia diplomática que le permitiría incrementar la flota de combate nipona sin que los rusos
advirtieran la participación del león británico. Como se sabe Inglaterra había actuado como mediadora entre la Argentina y Chile en mayo de 1902, al suscribirse los llamados Pactos de Mayo, lo que la colocó en una posición inmejorable para ayudar a su aliado.
Un acta complementaria a los Pactos de Mayo firmada el 9 de enero de 1903 (4) en Buenos Aires con el objeto de hacer efectiva la discreta equivalencia
de las escuadras argentina y chilena obligaba a ambos gobiernos a vender sus respectivos buques en construcción en el extranjero en el más breve plazo posible poniéndolos a disposición y orden de S.M. Británica mientras que simultáneamente ordenaba el desarme de otros buques (5).
Inglaterra dispuso así de la noche a la mañana de 4 nuevos buques de guerra que su aliado necesitaba imperiosamente para reforzar su escuadra. De éstos, los 2 cruceros-acorazados argentinos de la clase Garibaldi eran los que estaban más avanzados en su construcción y por esa causa eran los más aptos para incorporarse a la escuadra nipona de Extremo Oriente antes del inicio de las hostilidades. La venta de estos buques al Japón por un tercer país de origen no británico tenía la ventaja de evitar indeseables represalias rusas
contra Inglaterra. Lo que se quería evitar a toda costa. Los cruceros acorazados Libertad y Constitución originalmente encargados por Chile a astilleros ingleses fueron adquiridos deliberadamente por estos últimos para sustraerlos del mercado, evitando con ello su posible adquisición por parte de los rusos. Para acelerar la compra de los buques argentinos Tokio instruyó al Ministro Japonés en Río (no había entonces legación en nuestro país) trasladarse a Buenos Aires para iniciar enseguida las negociaciones.
El mensaje llegó a Río a la medianoche del 20 de diciembre de 1903. En
ausencia del Ministro, el encargado de negocios nipón, Kumaichi Horiguchi, se embarcó al día siguiente en un paquete inglés con destino a Buenos Aires para entrevistarse con el Canciller Argentino, Dr. Luis María Drago, quien lo recibió en su residencia privada de Belgrano en la víspera de Navidad. Al día siguiente, 25 de diciembre, el encargado de negocios era recibido por el Presidente Roca y el Ministro de Marina Capitán de Navío Onofre Betbeder.
Cinco días más tarde (el 30 de diciembre) se formalizaba en Londres la venta al contado de los cruceros acorazados argentinos Moreno y Rivadavia por intermedio de la firma Anthony Gibbs & Sons, agentes londinenses de la Armada Argentina, en la suma de 1.500.000 libras esterlinas, 20.000 libras menos que el precio pactado originalmente con el gobierno argentino para la entrega de los buques.
Aunque la venta fue inicialmente mantenida en secreto a pedido expreso de los compradores, la noticia tomó estado público al poco tiempo, lo cual a la postre comprometería la misión del agregado naval argentino en Rusia, tal como se expone más adelante (6). Al arribar a Génova, la Comisión Naval Japonesa descubrió con preocupación que el alistamiento del Moreno estaba muy atrasado respecto del Rivadavia, por lo que habría que hacer un gran esfuerzo para lograr que ambos buques estuvieran en condiciones de hacerse a la mar al mismo tiempo.
Pese a que las pruebas de máquinas y de artillería ya se habían completado satisfactoriamente, había otros múltiples detalles de terminación que aún permanecían inconclusos. Como consecuencia de ello más de 600 hombres del astillero se pusieron a trabajar en el Moreno para completarlo a tiempo. Los buques debían incorporarse ineludiblemente a la escuadra nipona a principios de febrero de 1904 (fecha prevista para el inicio de las hostilidades). Ambos cruceros acorazados, ahora rebautizados Nisshin (7) (ex Moreno) y Kasuga (ex Rivadavia), zarparon de Génova el 9 de enero de 1904, un mes antes del plazo fijado contractualmente, al mando de sendos capitanes de la Royal Navy y tripulación inglesa provista por la firma Armstrong y unos pocos oficiales de la Armada Imperial.
Se optó por la ruta más corta hacia el Japón, a través del canal de Suez. La deliberada presencia de una escuadra británica evitó que una división rusa proveniente del Báltico que se encontraba en Bizerta (Túnez) tomara cartas en el asunto. Los flamantes cruceros nipones pudieron reabastecerse de agua, carbón de alta calidad y víveres frescos en las ciudades de Aden, Ceilán y Singapur, todas bajo la protección británica, durante el tránsito de Génova a Yokosuka.
Los japoneses deliberadamente demoraron el inicio de las hostilidades hasta tanto los nuevos cruceros zarparon de Singapur, pues se temía que hasta ese momento pudieran ser atacados por los rusos o los franceses. Aunque no hubo un acuerdo formal de traspaso de información de inteligencia con el Reino Unido, sí hubo un monitoreo de los movimientos navales rusos durante la guerra que fueron informados regularmente a los japoneses. Los
ingleses ayudaron a mejorar los equipos de telegrafía sin hilos embarcados y brindaron asistencia técnica a sus aliados al permitir instalar telémetros de origen inglés en los buques de guerra nipones que luego participaron en Tsushima.
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El ataque a Port Arthur
Como la guerra era inevitable, Tokio decidió iniciarla en el momento que juzgó más adecuado a sus intereses. Febrero de 1904 parecía ser la mejor fecha. 1904 porque al año siguiente Rusia tenía previsto incorporar 5 nuevos acorazados a su escuadra de Extremo Oriente; febrero porque en ese mes comenzaba el deshielo en los puertos de la costa oeste de Corea. El plan de acción japonés demandaba tempranas embestidas al corazón del ejército ruso estacionado en Manchuria, antes de que sus enormes contingentes de reservistas pudieran ser movilizados y transportados al este.
Para lograr ese objetivo era necesario contar con líneas seguras de comunicación entre el continente y el Japón. Si Rusia dominaba las comunicaciones marítimas Japón sería derrotado. Por esa causa la campaña militar japonesa descansaba en gran parte sobre los hombros de la Armada Imperial y de la cantidad de buques de combate que pudieran reunir. De
ella iban a depender las líneas de abastecimiento para los ejércitos de ocupación.
La flota japonesa en el Lejano Oriente era por entonces muy inferior a la rusa, que disponía de una escuadra de buques de gran porte con base en Port Arthur y Vladivostok. Port Arthur se había convertido hacia 1904 en el símbolo del poder ruso en Extremo Oriente. Este puerto era su única vía de entrada hacia las aguas más calidas del Pacífico.
A cientos de millas hacia el norte se alzaba Vladivostok, el segundo bastión ruso de mayor importancia, pero éste permanecía cerrado la mayor parte del año debido al invierno. Mientras Vladivostok era apenas accesible por tierra y por mar, Port Arthur se convirtió en la cabecera del más grande de todos los proyectos imperiales rusos: el ferrocarril transiberiano.
El día que Japón rompió relaciones diplomáticas con San Petersburgo el almirante Togo reunió a sus oficiales y dio las órdenes para dos operaciones inmediatas diseñadas para asegurar al Japón una temprana victoria. La mayor parte de la Armada Imperial haría un ataque por sorpresa a la escuadra rusa, anclada en las inmediaciones de Port Arthur, mientras
que un escuadrón de cruceros escoltaría transportes de tropas a Chemulpo (principal puerto coreano), para desembarcar tropas que marcharían a la capital coreana de Seúl y destruirían el destacamento naval ruso que allí se encontraba.
Fue esta segunda menos espectacular operación la que comenzó primero, pero fueron las noticias del ataque a Port Arthur las que primero llegaron a Europa y despertaron al gobierno ruso a la realidad de que se encontraban en estado de guerra. Para asestar el ataque a Port Arthur, que Togo esperaba sería el gran golpe que ganaría la guerra, llevó sus buques hasta una distancia de unas 50 millas de la base rusa hacia el anochecer del 8 de febrero. De acuerdo con los últimos informes que había recibido, los buques capitales rusos estaban justo fuera del puerto; debido al tiempo que demandaba ingresarlos a través de la angostura de la rada, demasiado poco profunda para los acorazados, salvo en el período de marea alta, era razonable asumir que los buques enemigos aún estarían fuera del puerto al momento en que comenzara el ataque. La única variante que podía presentarse era que por alguna razón los buques de la escuadra rusa se hubieran desplazado a la cercana Dalny.
Por esta razón Togo dividió sus torpederos en dos grupos: diez serían
enviados a Port Arthur y ocho contra Dalny. Los torpederos japoneses comenzaron el ataque sin ser detectados hacia la medianoche guiados por las luces de los buques rusos. En su aproximación los atacantes vieron las luces de dos torpederos rusos que estaban patrullando y se dispersaron confusamente. Durante esta maniobra de dispersión las tres flotillas perdieron contacto unas con otras, colisionando dos de sus torpederos.
De acuerdo con fuentes japonesas, esta evasión fue exitosa, pero algunos testigos rusos señalan que los defensores avistaron a sus enemigos y siguiendo órdenes retornaron a informar al Comandante del escuadrón, pero llegaron demasiado tarde para tomar acciones preventivas. Los japoneses, menos un torpedero, continuaron el ataque, pero debido a la confusión imperante no pudieron realizar el ataque en masa previsto. Sólo cuatro torpederas tomaron parte en el primer ataque, las otras siguieron después. Al parecer los cuatro atacantes que se aproximaban fueron observados por el crucero Pallada, que se encontraba en misión de reconocimiento, pero no fueron identificados como hostiles hasta que fue demasiado tarde. Estos primeros cuatro torpederos pasaron muy cerca de la línea de defensa exterior rusa y poco después de la medianoche lanzaron sus torpedos a las siluetas de los cruceros acorazados.
El primer ataque duró apenas cinco minutos, seguido de un segundo ataque por otros cuatro torpederos que se habían desprendido con anterioridad de sus líderes. Éstos enfrentaron una mayor oposición; enceguecidos por los reflectores y el spray de los lanzamientos fallidos, tuvieron mayor dificultad para lanzar sus torpedos. Luego, una hora más tarde, una solitaria torpedera efectuó un ataque individual seguido por un último torpedero, que habiendo sido dañado por una colisión, logró aproximarse silenciosamente a los buques rusos y lanzar un torpedo hacia la silueta de un buque de cuatro chimeneas.
Cuando la fuerza naval de Togo, de acuerdo con lo planeado, se aproximó a Port Arthur a la mañana siguiente para tomar ventaja del maltrecho estado del escuadrón ruso, descubrió con asombro que el mismo estaba intacto, material aunque no moralmente. De todos los torpedos lanzados durante la noche, sólo tres habían dado en el blanco (estos tres aparentemente fueron lanzados por la primera ola de torpederas). Desafortunadamente para los rusos, sus dos más modernos acorazados, el Retvizan y el Tsesarevich, habían sufrido un impacto cada uno. El otro torpedo había hecho blanco en el crucero Pallada. Por la mañana estos tres buques fueron varados en la entrada del puerto. Los denodados esfuerzos por entrarlos en la rada fracasaron. El resto de los buques rusos permanecieron anclados con las calderas encendidas.
Pese al éxito obtenido, el ataque por sorpresa del Almirante Togo no trajo
todos los resultados esperados. En efecto, éste había desperdiciado ocho
de sus torpederos en el puerto de Dalny, donde resultó que no había ningún
buque ruso que atacar. Estos torpederos podrían haber sido mejor aprovechados en una segunda ola contra la escuadra rusa de Port Arthur, que si bien ya habría sido alertada por el primer ataque, podría haber sacado provecho de la confusión imperante como consecuencia de los daños recibidos y causarle mayores daños al enemigo.
El Almirante Stark, en vistas del deterioro de la situación, había ordenado a sus buques que permanecieran en estado de alerta contra posibles ataques de torpederos, pero cada buque reaccionó en forma diferente. La mayoría de los oficiales tomaron la orden como un mero ejercicio y no como una advertencia genuina. Ninguno de los buques rusos utilizó sus redes antitorpedos; se dijo después que los oficiales que habían insinuado hacerlo fueron tildados de alarmistas. Algunas dotaciones durmieron vestidas al lado de sus piezas, pero otras no lo hicieron. Después de todo, no había habido una declaración de guerra. El Almirante Stark, considerado el mayor responsable de la derrota, fue rápidamente relevado de su comando (8).