Un merecido homenaje para nuestros Artilleros Antiaereos en Malvinas...
Desde el Punto de Impacto
CAPÍTULO IV
La guerra se instala entre nosotros
1ra PARTE...
Bautismo de Fuego de la Fuerza Aérea
El frío exterior traspasó la lona de la carpa y ante la falta de un artefacto que calentara el ambiente (el mismo era isotérmico), me metí vestido dentro de la bolsa de dormir para ver si de esa forma podía entrar en calor. Al cabo de un tiempo, intenté conciliar el sueño que seguía remiso y no llegaba. Teniendo en cuenta la atmósfera de inquietud que se desprendía del PC, advertí que algo importante estaba por ocurrir.
Con el auricular del teléfono siempre ubicado en la oreja derecha, a esa altura de la madrugada, dolorido por soportar ese elemento extraño durante varias horas, me permití escuchar las continuas conversaciones que realizaba el PC con el jefe de Skyguard sobre la posible detección de algún móvil aéreo. Recuerdo que intuí que, desde una instancia superior, alguien les recaba información a los operadores del PC, ya que la única posibilidad que tenían de saber algo respecto, era justamente preguntándole al único radar operativo que había en el aeropuerto. ¡La noche estuvo muy movida!
Para que la “chicharra” del teléfono no me perturbara tanto e hiciera menos ruido al sonar, coloqué una frazada que amortiguara un poco el penetrante y cargoso sonido. La luz del “sol de noche” que habíamos dejado encendida a propósito cerca de la consola de mando de la Central nos acompañó y orientó en caso de tener que actuar de improviso.
El silencio fue absoluto. De pronto, todo comenzó a cobrar vida. Aunque el teléfono estaba tapado, se hizo oír insistentemente. Me quedé en estado de alerta, esperando que alguno de los corresponsales, Skyguard o el PC contestara el llamado. En eso, el PC contestó. Una voz tranquila y pausada dijo: “Aquí, PC. ¿Qué pasa?”.
El interlocutor era el operador del Skyguard, con una voz que denotó excitación respondió: “¡Tengo adquirido un blanco que se acerca rápido por el Noreste! ¡Está a 8 Km! ¿Qué hago?”.
“Bueno, tranquilo. Espere un momento que averiguo y le informo de qué se trata”, respondió el operador del PC.
La pregunta y más aún la respuesta me provocaron leves escalofríos.
Al oír eso, me salía de la vaina por decirle al operador del Skyguard que los vuelos propios estaban suspendidos. Por lo tanto, todo avión detectado debía ser tratado como enemigo. ¡Debía dispararle! Pero no podía hacer eso. Ese hombre dependía de otra cadena de mando, con procedimientos y directivas pertinentes. Por ende, por respeto, opté por no decir nada y me quedé quieto.
Todo eso pasó por mi mente en una fracción de segundo. Luego, lo desperté a Reyes que dormía como un bebé y le dije: “¡Negro, despertate! ¡Me parece que estamos bajo ataque aéreo!”. Mientras él intentaba sentarse, el teléfono sonó otra vez.
Aún recuerdo que el jefe de Skyguard gritó desesperado: “¡Se sigue acercando! ¡Está a 6 Km! ¿Qué hago?”.
El del PC le dijo imperturbable: “Tranquilo, tranquilo… Ya le aviso”.
Reyes, sentado en el catre, me miró con cara de no entender nada. En ese momento, empezamos a escuchar el ruido poderoso de unas turbinas de avión que en un vuelo bastante bajo pasaba muy próximo. Quizás un poco lateral sobre nuestras cabezas.
Ante eso, ya no hizo falta brindarle más detalles de lo que estaba por ocurrir. Instintivamente nos pegamos al suelo cual estampillas esperando lo peor.
Las bombas lanzadas volaban hacia algún lugar del aeropuerto.
No había mucho por hacer. Recuerdo que me invadió una sensación de paz.
Solo atiné a encomendarme en silencio: “¡Señor, protégeme! ¡Señor, protégenos!”.
Se escucharon en forma potente y lejana una serie interminable de explosiones. La tierra –mejor dicho– la turba transmitió las ondas telúricas que llegaron hasta nosotros, sacudiéndonos violentamente. El “sol de noche” se bamboleó y casi se cayó de donde estaba colgado.
Pasado ese instante de zozobra, comenzamos las consultas por HT para averiguar el estado de nuestro personal. Los operadores de los fierros 303 y 304 y el personal instalado en el refugio nos contestaron de inmediato. Afortunadamente estaban todos sanitos. La tercera Batería había soportado el primer ataque aéreo real que dio inicio a las hostilidades.
Eran las cuatro y cuarenta de la madrugada del sábado 1 de mayo, cuando Gran Bretaña bombardeó sorpresivamente las instalaciones del aeropuerto (tal como lo marcan los manuales) para tratar de desactivar la pista. Por ese entonces, durante los primeros minutos posteriores al ataque no supimos si su objetivo se había cumplido o no.
El operador del Skyguard seguía a los gritos queriendo hablar con el PC, pero no conseguía respuesta alguna. Se habían quedado mudos por el susto (algo poco probable) o se había cortado el cable telefónico (algo muy probable). En el peor de los casos, se hallaban en la corrida de bombardeo y habían sido afectados.
Interpretando la situación vivida por este joven y compadeciéndome un poco también, decidí contestarle el llamado:
–Skyguard. ¡Aquí, Turco! Deme un comprendido. ¿Cómo están ustedes?
–Nosotros bien Turco, pero perdimos contacto con PC. ¡Al avión lo tenía “enganchado”, pero no me dieron la orden de tirar y se nos escapó!
En la voz de ese hombre percibí una fuerte desazón que era totalmente comprensible. Por mi parte, desde un par de días antes, intuía que eso podía llegar a ocurrir.
Si tenemos en cuenta que un avión de combate avanza muy rápido, a razón de 200/250 metros por segundo, cuando un radar de AAa lo detecta, no puede perder tiempo preguntando qué debe hacer. Esos son procedimientos que deben estar predeterminados de antemano y expresados en reglas de combate. Pero al parecer, eso no ocurrió así y esa vez perdimos la posibilidad de impedir o al menos dificultar el accionar.
De cualquier manera ya era tarde. El avión había pasado y había realizado su trabajo. Desde ese mismo momento, había que pensar en el futuro inmediato.
Recuerdo que le dije: “No se haga problema. En una de esas, no le autorizaron el tiro para que no fuera Argentina la que iniciara las hostilidades… ¡Qué sé yo! A partir de ahora, la cosa cambia. Le recuerdo que los vuelos propios están prohibidos. Por lo tanto, si llega a detectar un eco, bajo esas mismas condiciones, seguro se trate de un enemigo. Por lo tanto, hay que tratarlo como tal. ¡Nos mantenemos en contacto, hasta que se recomponga la comunicación con el PC! ¿Ok?”. Su respuesta fue: “¡Sí, Turco! Ok”.
En el ínterin que mantuve esta conversación, Reyes logró establecer enlace con algunos fierros (3; 4; 5 y 6) de la batería de 20 mm que estaban cerca de nuestra posición. Ellos también habían perdido contacto con el PC y con los demás fierros.
Sin lugar a dudas, la distancia a dichos fierros estaba fuera del alcance de nuestro equipo de radio. No obstante, en previsión de futuras acciones con los que tuvimos enlace, los llamé enviándoles un mensaje: “¡Atención fierros 3, 4, 5 y 6, aquí Turco. Si me escuchan en ese orden den un comprendido”.
La respuesta no se hizo esperar. Cada uno a su tiempo, respondió el llamado.
Con la confirmación del enlace asegurado, otra vez me dirigí a ellos: “Para los fierros 3, 4, 5 y 6, aquí Turco nuevamente. Hemos perdido contacto con el PC y hasta tanto se restituya pasan a depender de los corresponsales Turco o Negro, de acuerdo a quién esté al mando en ese momento.
Les recuerdo que los vuelos propios están suspendidos hasta nuevo aviso. Por lo tanto, todo avión que se detecte, debe ser tratado como enemigo. Salvo una orden que exprese lo contrario, tienen la consigna de “Fuego Libre”. ¿Recibido?”.
Esos curtidos Jefes de Pieza respondieron con voces vibrantes que denotaron decisión y fortaleza. El ataque sorpresivo no los amilanó. Por el contrario, se los notó prestos a combatir. Sólo hubo que esperar la salida del sol. No obstante, empezaron a alistarse.
Me los imaginaba desplazándose con presteza hacia el cañón, quitándole la lona protectora, secando con un trapo la humedad de la noche, realizando el proceso de carga, abasteciendo el almacén cargador y llenando el tanque de combustible en una febril actividad mediante la cual además atemperaban el frío reinante.
Al rato, el fierro 3 había logrado comunicarse con el fierro 2. Todo su personal estaba sin novedad. Dada la cercanía, trató de contactarse con el PC y los demás fierros de los que no teníamos noticias. Algo era seguro: el sector Norte (Fierros 2, 3, 4 y 5), el sector Este (nosotros) y el sector Sudeste (Fierro 6), habíamos logrado recomponer las comunicaciones operativas.
A las seis y media de la mañana, luego de casi dos horas de incertidumbre, recibimos una comunicación entrecortada de Maiorano. Nos comunicó que otra vez estaban operando normalmente y que todos los integrantes del PC estaban en perfecto estado de salud. De ese modo, volvimos a depender de los mandos naturales.
Se nos ordenó que activáramos el radar e intentáramos detectar móviles aéreos, a sabiendas de que no teníamos posibilidades de entrar en combate. En ese momento, la tarea asignada consistió en realizar una vigilancia aérea de corto alcance.
La corrida de bombardeo había pasado bastante cerca del PC. Por tanto, las paredes se habían deteriorado de tal modo que el agua que brotaba había comenzado a mojar su interior. Por ello debieron abandonarlo. Fue así que se ubicaron en una hondonada de las inmediaciones, en donde instalaron los equipos de radio.
A la Antena del Radar Elta de la batería de GAL que estaba instalada muy próxima al PC, le cayó una bomba encima y la desintegró. En su lugar quedó un inmenso cráter.
La falta de comunicación telefónica se debió a que el cable fue cortado cerca del acceso al aeropuerto. En conocimiento de esos pormenores y agradecidos a Dios por habernos protegido más la plena convicción de que eso recién comenzaba, decidimos reforzar los puestos de combate. Por ello convocamos a Alasino para la posición del radar. Al fierro 303, en el que estaban Mansilla, Albornoz y Pedernera lo reforzamos con Cardoso, y al 304 que era operado por el Molina, Repizo y Rivoira le agregamos a Rivarola.
La orden siguió siendo la de Fuego Libre ante cualquier ataque.
Con las primeras luces, el personal desplegado en las distintas zonas del aeropuerto, salió de sus posiciones, tratando de visualizar la parte que había resultado afectada.
Desde nuestra posición, utilizando el anteojo del Equipo de Puesta sobre el blanco (OPO), un anteojo de gran magnificación, vimos a personal del Grupo de Construcciones de FA con máquinas viales y personal removiendo tierra y escombros sobre la pista.
Las primeras noticias referente al ataque señalaron que un avión de bombardeo liviano, el Avro Vulcan, había lanzado 21 bombas de caída libre del tipo propósitos generales de 1000 Libras (454 Kg) en una corrida de lanzamiento, intentando cortar la pista por el medio, entrando con un ángulo de 30º con respecto al eje de la misma y atacando desde el NE, en dirección al SO, en donde se ubicaban las instalaciones del aeropuerto.
Esa misión tuvo su base de lanzamiento en Wideawake (USA), en la isla Ascensión. En su largo trayecto de ida y vuelta fue reabastecido en vuelo en varias oportunidades, teniendo una duración final de dieciséis horas de vuelo. Esta operación se denominó “Black Buck” (Oveja Negra).
Para asegurarse de inutilizar la pista, durante la fase de preparación del ataque, los ingleses debieron realizar cálculos matemáticos para determinar la distancia entre cráter y cráter que producirían las bombas y por norma ésta debía ser menor que el ancho de la misma, aproximadamente unos 40 metros. Para lograr ese efecto, en función de la altura y la velocidad, el avión contaba con un dispositivo electrónico de lanzamiento que determinaba cada cuanto milisegundo de intervalo se producía el lanzamiento de una bomba con respecto a la siguiente.
Por suerte, a pesar de que la planificación del ataque fue excelente, siempre algún imponderable hace que las cosas no ocurran como se las prevé. Quizás lanzar las bombas unas milésimas de segundo tarde, volar un metro más o menos alto de lo previsto, una variación en la velocidad, efecto del viento en altura o superficie, implicaron no dar exactamente en el blanco.
Ocurrió que la primera bomba impactó sobre la pista, pasando su eje longitudinal y dejando un cráter de unos 20 metros de diámetro, reduciendo a la mitad el ancho de la misma. De haber impactado más próximo al eje longitudinal, la posibilidad de seguir operando sobre ella, hubiera quedado vedada. Como así también, si la primera bomba hubiese caído antes del inicio de la pista, con seguridad algunas de las siguientes habrían impactado de lleno sobre la misma, con el mismo efecto irreparable. Pero ello no ocurrió así. La pista siguió en servicio restringido pero operable.
Las demás bombas cayeron fuera del blanco, en dirección a los edificios del aeropuerto y unas cinco, en las aguas de la Bahía.
El ingenio “criollo” actuó de inmediato. Esa vez con logros importantes. Así desde el tiempo posterior al bombardeo y hasta la salida del sol, los muchachos del Grupo de Construcciones “fabricaron” dos hoyos que simulaban ser enormes cráteres en la pista que parecían reales. Por lo tanto, cuando los ingleses realizaran inteligencia sobre el resultado del ataque podría pasar como que la misma había sido neutralizada. Los efectos buscados dieron resultado positivo, ya que la prensa británica difundió eufórica esa información.
En la guerra como en la vida cotidiana, a veces lo que uno ve no es lo que parece.
Los daños mayores los recibieron las tropas acantonadas en carpas, en las proximidades de los edificios del aeropuerto. Se habló de dos soldados fallecidos y entre los heridos estuvo el Suboficial Mayor Gómez que resultó semiaplastado por los escombros que generó una de las bombas. Al parecer tuvo una o dos costillas quebradas.
Ya el sol anunciaba una mañana esplendorosa, salvo por el efecto causado gracias al accionar de los hombres. En términos prácticos, era una mañana demasiado hermosa para que ocurrieran hechos luctuosos.
Nuestro radar había entrado en operación normal. Puse a Reyes al comando. Como a las siete y cuarto de la mañana casi en simultáneo, el PC y el Negro nos avisaron de una incursión aérea enemiga. Los “bandidos” se estaban acercando por el Este. Nos pusimos de frente al Faro, mirando al cielo y buscando con la vista a los incursores.
“¡Allá están!”, gritaron varios.
Era cierto. Bien alto había dos puntitos oscuros detrás de los cuales se trazaba una estela blanca como si estuvieran rayando el cielo. Recuerdo que vimos cómo avanzaban dos Sea Harrier. Volaban en sección: al frente iba el guía y un poco más atrás el numeral, avanzando en línea recta hacia nosotros, casi sin hacer ruido.
Albornoz, el operador del fierro 303 fue el primero de los artilleros que abrió fuego sobre los ingleses. Vimos cómo los proyectiles trazantes fueron directo a los aviones. Cuando todavía faltaba bastante para llegar al blanco, las municiones comenzaron a autodestruirse. Primero, vimos una luz amarilla rojiza y luego una diminuta nubecita gris oscura debajo de los aviones. Estos volaron como a 7000 metros de altura, totalmente fuera del alcance de las armas de la defensa.
Una vez que escucharon la apertura del fuego del fierro 303, los demás artilleros lo imitaron. Esa fue una acción que sirvió para calentar el cuerpo y los ánimos. A la vez, demostró que los artilleros estaban prestos para repeler el próximo ataque.
Los dos aviones pasaron en dirección al Oeste, siempre a nuestra vista. Quizás a la altura de Puerto Argentino iniciaron un giro de 180º, retornando por el mismo camino. Desde donde estábamos pudimos distinguir la pintura blanca de la “panza” y las alas. El sonido que emitieron fue apenas audible, debido a la altura. Recuerdo que se desplazaron de manera majestuosa, sabiendo que nada ni nadie los podía molestar.
De a poco fueron desapareciendo de nuestra vista, en dirección al Este, buscando la seguridad del portaaviones de donde habían partido.
¿Qué tarea estarían realizando? ¿Verificando daños en la pista y el aeropuerto? ¿Haciendo aerofotografía? O ¿Nos avisaban que ellos eran los dueños de los cielos? Esas fueron las preguntas que, en ese entonces, no pudimos resolver. El tiempo nos daría algún indicio.
Ataque aéreo masivo al aeropuerto
Una hora después aproximadamente, cuando estábamos a punto de desayunar, Reyes me avisó que el radar había detectado una gran cantidad de ecos provenientes del sector Norte. Mientras emití la voz de alarma, introduje mi cabeza en la oscuridad de la tienda del radar y, a pesar de que no estaba habituado a la escasez de luz, vi varias manchas en la pantalla. Para mi gusto eran muchas que dejaron a las claras que íbamos a recibir un ataque masivo de aviones.
Del PC nos dieron la alarma roja. Luego, escuchamos la sirena activada en el aeropuerto. A las ocho y media se iba a producir el ataque de los Sea Harrier.
Salí de la carpa del radar y me dirigí hacia el médano para asomarme sobre la duna y divisar los incursores. Desde la cima, con un golpe de vista rápido vi varios aviones que provenían del Norte. En un vuelo muy bajo se aproximaron hacia nosotros. ¡Eran un montón!
Por la HT les avisé a los fierro 303 y 304 que el ataque provenía del Norte y les di nuevamente la autorización de Fuego Libre.
El ataque fue de manual ya que para lograr efectividad con el tipo de armamento empleado la técnica exigía que se lanzara con determinados parámetros de altura y velocidad que necesariamente obligara a los aviones atacantes a acercarse a una altura muy baja para pasar sobre el blanco y descargar sus armas. Con ello debían entrar dentro del alcance eficaz de las armas antiaéreas. ¡Eso fue lo que estábamos esperando!
Por la distribución de los fierros en el terreno, realizando una defensa omnidireccional, cubriendo los 360º alrededor de la pista, esos aviones iban a ser recibidos, en primer lugar, por los cañones ubicados paralelos a la pista en el sector Norte. Los fierros 2, 3, 4, 5 y todos los restantes contribuirían ayudando a los indicados, en caso de no recibir ataques desde el sector de responsabilidad propia.
Durante unos instantes me pareció que los sonidos externos desaparecieron. Hubo un silencio total. Luego se desencadenó un ruido atronador que se entremezcló con el sonido sibilante de los motores a reacción, el tableteo de los cañones antiaéreos y las sordas explosiones de bombas y cohetes que impactaron en el aeropuerto. Nuevamente los sonidos de la guerra atronaron la mañana.
Por la HT se oyó el primer grito apuntándose un derribo. Fue el del Cabo Principal Almada, operador del fierro 3. Ese avión voló directo a su posición. El cañonero sin realizar grandes correcciones en la puntería disparó una ráfaga que lo impactó de lleno. El avión se elevó un poco de lado e inició un giro como si estuviera retornando al lugar de donde había venido hasta que desapareció detrás de una lomada en la península Freycinet, frente a nuestras posiciones. Dicho avión no alcanzó a hacer uso de sus armas. Eso fue un éxito total.
El Cabo Principal Diego Bartis, el Pollo, operador del fierro 8 ubicado en el sector Sur, casi al ingreso del aeropuerto, como no tenía ningún avión atacando por su sector, giró su arma y combatió sucesivamente dos que provenientes del sector Noroeste pasaron distantes y oblicuo su posición en dirección al fierro 7.
Ante el aviso del observador adelantado, el soldado Claudio Viano, de que venían dos aviones por detrás del hangar (Nor-Noroeste), giró su cañón apuntando sobre el techo del mismo esperando al primero. Cuando el Sea Harrier apareció Bartis que miraba por la mira P-56 del cañón RH, dada la escasa distancia que los separaba, la visualización del avión cubrió la totalidad de la misma y le efectuó una ráfaga. Sin esperar el resultado de la misma fue de inmediato en busca del segundo avión atacante.
Ese vino próximo al primero pero más bajo, ametrallando todo a su paso.
En ese momento se estableció la lucha directa: cañón versus avión.
Bartis realizó las ráfagas, corrigiendo el tiro y visualizando el recorrido de las municiones trazantes ya que no tuvo tiempo de utilizar la P-56. La ráfaga de los cañones del Sea Harrier tuvo por destino final el cañón, en donde una esquirla impactó en el alimentador para incrustarse próxima al pedal de disparo, sin afectar al jefe de pieza.
Finalizado ese breve pero intenso combate, de su observación en la corrida de escape de ambos aviones pudo ver cómo la trayectoria rectilínea del primero cambió iniciando un leve viraje a la izquierda con rumbo al Sudeste, adentrándose en el mar y desprendiendo un humo negro por la tobera de escape.
Allí lo estaba esperando el cabo Ruiz, operador del fierro 6, que lo venía apuntando en su ruta de escape y, a corta distancia le disparó una ráfaga. Se escuchó por la radio HT un “¡Viva la Patria!”
Había sido el operador del fierro 6 el que decía haber impactado al avión.
Desde mi posición, ubicado de pie cerca del Superfledermaus, alcancé a visualizar que el avión se alejaba con rumbo Sudeste, tratando de aproximarse lo más posible al agua, mientras desprendía un humo renegrido por la tobera de escape del motor.
Casi en simultáneo y en esa misma dirección, vi pasar lo que en un primer momento me pareció era un avión, desprendiendo por la tobera de escape un dardo de fuego rojo-anaranjado. De inmediato corregí la apreciación y reconocí que en realidad se trataba de un misil que quizás había sido lanzado desde las proximidades del aeropuerto, en persecución del avión antes citado. Como éste no alcanzó el blanco o salió de la zona de guiado, inició un ascenso vertiginoso casi vertical para explotar a unos trescientos metros de altura, produciendo un flash multicolor que contrastó con el cielo azul. Pero el vértigo del combate no nos permitió realizar extensas observaciones bucólicas.
Siempre mirando en esa dirección, pude ver el humo de la pólvora saliendo por los apaga llamas del fierro 304, disparando a unos diez metros lateral de mi cabeza una ráfaga muy corta en dirección al Norte. De inmediato sentí en mi espalda un fuerte ruido a turbinas e instintivamente giré de lado buscando al causante del sonido y vi pasar un Sea Harrier rasante a unos diez metros de mi ubicación, en actitud de escape. Iba tan bajo y estaba tan cerca de mí que pude distinguir con total nitidez el casco del piloto. Pocos segundos después, se perdió de vista detrás de una duna, rumbo al mar.
Con la fugacidad con la que se había iniciado el ataque también había terminado. Quizás tardó unos 20 o 30 segundos. No lo sé… Lo que sí sé es que fue tan grande y violento como tenaz y decidida, la defensa.
Desde el refugio Iraizoz me avisó que entre el personal ubicado en el mismo, no había habido novedades.
Algo era inocultable: la gran euforia que había en todas las posiciones artilleras. Por la HT, a cada rato se oía algún “¡Huija!” “¡Sapucay!” y los “¡Viva la Patria!”.
Íntimamente sentimos que en nuestro primer combate habíamos actuado muy bien. Varios aviones habían sido afectados. Todavía no podíamos hablar de una cantidad precisa de derribos, pero las versiones indicaban que había al menos dos bajas confirmadas.
Durante un buen tiempo nos quedamos esperando nuevos ataques. Luego, desde el PC nos avisaron que los incursores se habían alejado con rumbo al Sudeste y que, por el momento, no se detectaba actividad aérea en la zona.
Habíamos sido atacados por nueve aviones británicos que habían elegido como blancos principales la aerostación, la plataforma de aviones y el hangar utilizado por la Armada. Además, habían arrojado todo tipo de armas: bombas de propósitos generales, cañones, cohetes, mísiles y bombas de racimos del tipo Hunting BL -755. Estas últimas, también denominadas en la jerga militar como “belougas”, cuya principal tarea consistió en dañar aviones en plataformas, radares, vehículos, artillería antiaérea y personal.
Cada contenedor lanzado contuvo 147 submuniciones o granadas que se esparcieron cubriendo una gran zona; muchas de ellas quedaron intactas en lugares donde se encontraba personal que quedaba aferrado al terreno, impidiéndole la movilidad ante el peligro de tocarlas y activar su explosión.
Si ese ataque se hubiera concretado con éxito quizás los británicos hubieran estado en condiciones de exigir o intimar una rendición incondicional. A mi entender, los sorprendimos, ya que no esperaban una defensa antiaérea tan eficaz, puesto que nos defendimos muy bien, repeliendo el ataque e infringiéndoles serios daños. Los ingleses pudieron comprobar que los artilleros en ese lugar no estábamos de paseo.
Acabábamos de recibir nuestro “Bautismo de Fuego” combatiendo.
La emoción me dificultaba el habla, cuando a través de la HT les pregunté a mis fierros cuáles eran las novedades. El 303 me respondió que no había ninguna y que estaban limpiando el cañón.
El 304 había tenido inconvenientes al dispararle al avión que había sobrevolado nuestra posición ya que la ráfaga se interrumpió y el cañón se trabó. Al tratar de ponerlo en servicio, Rivarola bajó la tapa del cajón de mecanismos antes de tiempo y le apretó los dedos de la mano a Repizo que estaba con mucho dolor.
Recuerdo que a ambos fierros les dije: “Los felicito por la tarea realizada. ¡Viva la Patria!”. Luego de superadas las emociones, más tranquilo les ordené que hicieran el mantenimiento de las armas. Primero, el del 304 mientras el 303 se quedaba en estado de alerta. Luego, a la inversa. Los dos confirmaron la recepción de la orden. Había euforia y alegría por nuestro desempeño. Lástima que no habíamos podido usar la Batería como sistema. De haber sido así, el desenlace hubiera sido otro.
Con la tranquilidad de saber que todos mis hombres estaban bien, subí a la duna más próxima para echar una mirada. Lo primero que vi fue que el hangar que usaba la gente de la Armada se estaba incendiando, lanzando grandes lenguas de fuego por las ventanas y una nube negra de humo hacia el cielo producto del incendio de los combustibles, aceites y fluidos hidráulicos que se guardaban allí. A la distancia el resto de las instalaciones parecía no haber sufrido grandes deterioros. Por su parte, la pista seguía con los mismos daños.
Posteriormente tuvimos varias alarmas que nos mantuvieron alertas y expectantes durante un buen lapso. Cerca de la media mañana, la calma retornó lentamente al aeropuerto. Los aviones brillaron por su ausencia. Eso nos indicó que durante el combate habían recibido lo merecido o que se estaban preparando para algo grande. ¡Había que esperar!
Cada uno comentaba lo vivido. En algunos casos las vivencias eran coincidentes.
Al avión que había pasado rasante sobre mí, Albornoz le había disparado la totalidad del cargador del fusil FAL: 20 cartuchos de 7,62 mm, ya que en ese momento Pedernera se encontraba destrabando el cañón, que por el frío más la vaselina con que se untaba la munición y los residuos de la pólvora se había “emplastado” y se habían trabado las armas. Esa experiencia negativa fue esencial. De allí en más cambiamos los procedimientos empleados para evitar las interrupciones. Sólo le aplicamos una finísima capa de vaselina para asegurarnos que se desplazaran con suavidad por los mecanismos.
Como medida adicional, baqueteábamos los tubos del cañón al término de cada tiro que realizamos para eliminar restos de pólvora. Esa fue una tarea riesgosa que implicó estar inermes durante dicha operación. Por esa razón, se realizó por turnos.
Desde el acceso al refugio, el Alférez Iraizoz ubicado como en la butaca de un cine observó la evolución de los aviones atacando, las explosiones del armamento lanzado y la respuesta de los cañones repeliendo el ataque como si estuviera contemplando una película de acción. Incluso, dijo: “Hubo uno que parecía venir directo hacia mí pero fascinado por su avance cañoneando, no podía dejar de contemplarlo”.
Casi sin darnos cuenta de la hora pasó el mediodía. Iraizoz, siempre atento a los detalles y necesidades de los demás, hizo preparar unos enormes y abundantes sándwiches de salchichón primavera y queso tipo Mar del Plata.
A esa altura de los hechos eso fue un manjar. La bebida más apropiada para acompañar esa merienda fue un jarro de mate cocido bien caliente para entra en calor. A pesar que no era una de mis bebidas preferidas, en ese momento la estimé como muy apreciada.
-
Desde el Punto de Impacto
CAPÍTULO IV
La guerra se instala entre nosotros
1ra PARTE...
Bautismo de Fuego de la Fuerza Aérea
El frío exterior traspasó la lona de la carpa y ante la falta de un artefacto que calentara el ambiente (el mismo era isotérmico), me metí vestido dentro de la bolsa de dormir para ver si de esa forma podía entrar en calor. Al cabo de un tiempo, intenté conciliar el sueño que seguía remiso y no llegaba. Teniendo en cuenta la atmósfera de inquietud que se desprendía del PC, advertí que algo importante estaba por ocurrir.
Con el auricular del teléfono siempre ubicado en la oreja derecha, a esa altura de la madrugada, dolorido por soportar ese elemento extraño durante varias horas, me permití escuchar las continuas conversaciones que realizaba el PC con el jefe de Skyguard sobre la posible detección de algún móvil aéreo. Recuerdo que intuí que, desde una instancia superior, alguien les recaba información a los operadores del PC, ya que la única posibilidad que tenían de saber algo respecto, era justamente preguntándole al único radar operativo que había en el aeropuerto. ¡La noche estuvo muy movida!
Para que la “chicharra” del teléfono no me perturbara tanto e hiciera menos ruido al sonar, coloqué una frazada que amortiguara un poco el penetrante y cargoso sonido. La luz del “sol de noche” que habíamos dejado encendida a propósito cerca de la consola de mando de la Central nos acompañó y orientó en caso de tener que actuar de improviso.
El silencio fue absoluto. De pronto, todo comenzó a cobrar vida. Aunque el teléfono estaba tapado, se hizo oír insistentemente. Me quedé en estado de alerta, esperando que alguno de los corresponsales, Skyguard o el PC contestara el llamado. En eso, el PC contestó. Una voz tranquila y pausada dijo: “Aquí, PC. ¿Qué pasa?”.
El interlocutor era el operador del Skyguard, con una voz que denotó excitación respondió: “¡Tengo adquirido un blanco que se acerca rápido por el Noreste! ¡Está a 8 Km! ¿Qué hago?”.
“Bueno, tranquilo. Espere un momento que averiguo y le informo de qué se trata”, respondió el operador del PC.
La pregunta y más aún la respuesta me provocaron leves escalofríos.
Al oír eso, me salía de la vaina por decirle al operador del Skyguard que los vuelos propios estaban suspendidos. Por lo tanto, todo avión detectado debía ser tratado como enemigo. ¡Debía dispararle! Pero no podía hacer eso. Ese hombre dependía de otra cadena de mando, con procedimientos y directivas pertinentes. Por ende, por respeto, opté por no decir nada y me quedé quieto.
Todo eso pasó por mi mente en una fracción de segundo. Luego, lo desperté a Reyes que dormía como un bebé y le dije: “¡Negro, despertate! ¡Me parece que estamos bajo ataque aéreo!”. Mientras él intentaba sentarse, el teléfono sonó otra vez.
Aún recuerdo que el jefe de Skyguard gritó desesperado: “¡Se sigue acercando! ¡Está a 6 Km! ¿Qué hago?”.
El del PC le dijo imperturbable: “Tranquilo, tranquilo… Ya le aviso”.
Reyes, sentado en el catre, me miró con cara de no entender nada. En ese momento, empezamos a escuchar el ruido poderoso de unas turbinas de avión que en un vuelo bastante bajo pasaba muy próximo. Quizás un poco lateral sobre nuestras cabezas.
Ante eso, ya no hizo falta brindarle más detalles de lo que estaba por ocurrir. Instintivamente nos pegamos al suelo cual estampillas esperando lo peor.
Las bombas lanzadas volaban hacia algún lugar del aeropuerto.
No había mucho por hacer. Recuerdo que me invadió una sensación de paz.
Solo atiné a encomendarme en silencio: “¡Señor, protégeme! ¡Señor, protégenos!”.
Se escucharon en forma potente y lejana una serie interminable de explosiones. La tierra –mejor dicho– la turba transmitió las ondas telúricas que llegaron hasta nosotros, sacudiéndonos violentamente. El “sol de noche” se bamboleó y casi se cayó de donde estaba colgado.
Pasado ese instante de zozobra, comenzamos las consultas por HT para averiguar el estado de nuestro personal. Los operadores de los fierros 303 y 304 y el personal instalado en el refugio nos contestaron de inmediato. Afortunadamente estaban todos sanitos. La tercera Batería había soportado el primer ataque aéreo real que dio inicio a las hostilidades.
Eran las cuatro y cuarenta de la madrugada del sábado 1 de mayo, cuando Gran Bretaña bombardeó sorpresivamente las instalaciones del aeropuerto (tal como lo marcan los manuales) para tratar de desactivar la pista. Por ese entonces, durante los primeros minutos posteriores al ataque no supimos si su objetivo se había cumplido o no.
El operador del Skyguard seguía a los gritos queriendo hablar con el PC, pero no conseguía respuesta alguna. Se habían quedado mudos por el susto (algo poco probable) o se había cortado el cable telefónico (algo muy probable). En el peor de los casos, se hallaban en la corrida de bombardeo y habían sido afectados.
Interpretando la situación vivida por este joven y compadeciéndome un poco también, decidí contestarle el llamado:
–Skyguard. ¡Aquí, Turco! Deme un comprendido. ¿Cómo están ustedes?
–Nosotros bien Turco, pero perdimos contacto con PC. ¡Al avión lo tenía “enganchado”, pero no me dieron la orden de tirar y se nos escapó!
En la voz de ese hombre percibí una fuerte desazón que era totalmente comprensible. Por mi parte, desde un par de días antes, intuía que eso podía llegar a ocurrir.
Si tenemos en cuenta que un avión de combate avanza muy rápido, a razón de 200/250 metros por segundo, cuando un radar de AAa lo detecta, no puede perder tiempo preguntando qué debe hacer. Esos son procedimientos que deben estar predeterminados de antemano y expresados en reglas de combate. Pero al parecer, eso no ocurrió así y esa vez perdimos la posibilidad de impedir o al menos dificultar el accionar.
De cualquier manera ya era tarde. El avión había pasado y había realizado su trabajo. Desde ese mismo momento, había que pensar en el futuro inmediato.
Recuerdo que le dije: “No se haga problema. En una de esas, no le autorizaron el tiro para que no fuera Argentina la que iniciara las hostilidades… ¡Qué sé yo! A partir de ahora, la cosa cambia. Le recuerdo que los vuelos propios están prohibidos. Por lo tanto, si llega a detectar un eco, bajo esas mismas condiciones, seguro se trate de un enemigo. Por lo tanto, hay que tratarlo como tal. ¡Nos mantenemos en contacto, hasta que se recomponga la comunicación con el PC! ¿Ok?”. Su respuesta fue: “¡Sí, Turco! Ok”.
En el ínterin que mantuve esta conversación, Reyes logró establecer enlace con algunos fierros (3; 4; 5 y 6) de la batería de 20 mm que estaban cerca de nuestra posición. Ellos también habían perdido contacto con el PC y con los demás fierros.
Sin lugar a dudas, la distancia a dichos fierros estaba fuera del alcance de nuestro equipo de radio. No obstante, en previsión de futuras acciones con los que tuvimos enlace, los llamé enviándoles un mensaje: “¡Atención fierros 3, 4, 5 y 6, aquí Turco. Si me escuchan en ese orden den un comprendido”.
La respuesta no se hizo esperar. Cada uno a su tiempo, respondió el llamado.
Con la confirmación del enlace asegurado, otra vez me dirigí a ellos: “Para los fierros 3, 4, 5 y 6, aquí Turco nuevamente. Hemos perdido contacto con el PC y hasta tanto se restituya pasan a depender de los corresponsales Turco o Negro, de acuerdo a quién esté al mando en ese momento.
Les recuerdo que los vuelos propios están suspendidos hasta nuevo aviso. Por lo tanto, todo avión que se detecte, debe ser tratado como enemigo. Salvo una orden que exprese lo contrario, tienen la consigna de “Fuego Libre”. ¿Recibido?”.
Esos curtidos Jefes de Pieza respondieron con voces vibrantes que denotaron decisión y fortaleza. El ataque sorpresivo no los amilanó. Por el contrario, se los notó prestos a combatir. Sólo hubo que esperar la salida del sol. No obstante, empezaron a alistarse.
Me los imaginaba desplazándose con presteza hacia el cañón, quitándole la lona protectora, secando con un trapo la humedad de la noche, realizando el proceso de carga, abasteciendo el almacén cargador y llenando el tanque de combustible en una febril actividad mediante la cual además atemperaban el frío reinante.
Al rato, el fierro 3 había logrado comunicarse con el fierro 2. Todo su personal estaba sin novedad. Dada la cercanía, trató de contactarse con el PC y los demás fierros de los que no teníamos noticias. Algo era seguro: el sector Norte (Fierros 2, 3, 4 y 5), el sector Este (nosotros) y el sector Sudeste (Fierro 6), habíamos logrado recomponer las comunicaciones operativas.
A las seis y media de la mañana, luego de casi dos horas de incertidumbre, recibimos una comunicación entrecortada de Maiorano. Nos comunicó que otra vez estaban operando normalmente y que todos los integrantes del PC estaban en perfecto estado de salud. De ese modo, volvimos a depender de los mandos naturales.
Se nos ordenó que activáramos el radar e intentáramos detectar móviles aéreos, a sabiendas de que no teníamos posibilidades de entrar en combate. En ese momento, la tarea asignada consistió en realizar una vigilancia aérea de corto alcance.
La corrida de bombardeo había pasado bastante cerca del PC. Por tanto, las paredes se habían deteriorado de tal modo que el agua que brotaba había comenzado a mojar su interior. Por ello debieron abandonarlo. Fue así que se ubicaron en una hondonada de las inmediaciones, en donde instalaron los equipos de radio.
A la Antena del Radar Elta de la batería de GAL que estaba instalada muy próxima al PC, le cayó una bomba encima y la desintegró. En su lugar quedó un inmenso cráter.
La falta de comunicación telefónica se debió a que el cable fue cortado cerca del acceso al aeropuerto. En conocimiento de esos pormenores y agradecidos a Dios por habernos protegido más la plena convicción de que eso recién comenzaba, decidimos reforzar los puestos de combate. Por ello convocamos a Alasino para la posición del radar. Al fierro 303, en el que estaban Mansilla, Albornoz y Pedernera lo reforzamos con Cardoso, y al 304 que era operado por el Molina, Repizo y Rivoira le agregamos a Rivarola.
La orden siguió siendo la de Fuego Libre ante cualquier ataque.
Con las primeras luces, el personal desplegado en las distintas zonas del aeropuerto, salió de sus posiciones, tratando de visualizar la parte que había resultado afectada.
Desde nuestra posición, utilizando el anteojo del Equipo de Puesta sobre el blanco (OPO), un anteojo de gran magnificación, vimos a personal del Grupo de Construcciones de FA con máquinas viales y personal removiendo tierra y escombros sobre la pista.
Las primeras noticias referente al ataque señalaron que un avión de bombardeo liviano, el Avro Vulcan, había lanzado 21 bombas de caída libre del tipo propósitos generales de 1000 Libras (454 Kg) en una corrida de lanzamiento, intentando cortar la pista por el medio, entrando con un ángulo de 30º con respecto al eje de la misma y atacando desde el NE, en dirección al SO, en donde se ubicaban las instalaciones del aeropuerto.
Esa misión tuvo su base de lanzamiento en Wideawake (USA), en la isla Ascensión. En su largo trayecto de ida y vuelta fue reabastecido en vuelo en varias oportunidades, teniendo una duración final de dieciséis horas de vuelo. Esta operación se denominó “Black Buck” (Oveja Negra).
Para asegurarse de inutilizar la pista, durante la fase de preparación del ataque, los ingleses debieron realizar cálculos matemáticos para determinar la distancia entre cráter y cráter que producirían las bombas y por norma ésta debía ser menor que el ancho de la misma, aproximadamente unos 40 metros. Para lograr ese efecto, en función de la altura y la velocidad, el avión contaba con un dispositivo electrónico de lanzamiento que determinaba cada cuanto milisegundo de intervalo se producía el lanzamiento de una bomba con respecto a la siguiente.
Por suerte, a pesar de que la planificación del ataque fue excelente, siempre algún imponderable hace que las cosas no ocurran como se las prevé. Quizás lanzar las bombas unas milésimas de segundo tarde, volar un metro más o menos alto de lo previsto, una variación en la velocidad, efecto del viento en altura o superficie, implicaron no dar exactamente en el blanco.
Ocurrió que la primera bomba impactó sobre la pista, pasando su eje longitudinal y dejando un cráter de unos 20 metros de diámetro, reduciendo a la mitad el ancho de la misma. De haber impactado más próximo al eje longitudinal, la posibilidad de seguir operando sobre ella, hubiera quedado vedada. Como así también, si la primera bomba hubiese caído antes del inicio de la pista, con seguridad algunas de las siguientes habrían impactado de lleno sobre la misma, con el mismo efecto irreparable. Pero ello no ocurrió así. La pista siguió en servicio restringido pero operable.
Las demás bombas cayeron fuera del blanco, en dirección a los edificios del aeropuerto y unas cinco, en las aguas de la Bahía.
El ingenio “criollo” actuó de inmediato. Esa vez con logros importantes. Así desde el tiempo posterior al bombardeo y hasta la salida del sol, los muchachos del Grupo de Construcciones “fabricaron” dos hoyos que simulaban ser enormes cráteres en la pista que parecían reales. Por lo tanto, cuando los ingleses realizaran inteligencia sobre el resultado del ataque podría pasar como que la misma había sido neutralizada. Los efectos buscados dieron resultado positivo, ya que la prensa británica difundió eufórica esa información.
En la guerra como en la vida cotidiana, a veces lo que uno ve no es lo que parece.
Los daños mayores los recibieron las tropas acantonadas en carpas, en las proximidades de los edificios del aeropuerto. Se habló de dos soldados fallecidos y entre los heridos estuvo el Suboficial Mayor Gómez que resultó semiaplastado por los escombros que generó una de las bombas. Al parecer tuvo una o dos costillas quebradas.
Ya el sol anunciaba una mañana esplendorosa, salvo por el efecto causado gracias al accionar de los hombres. En términos prácticos, era una mañana demasiado hermosa para que ocurrieran hechos luctuosos.
Nuestro radar había entrado en operación normal. Puse a Reyes al comando. Como a las siete y cuarto de la mañana casi en simultáneo, el PC y el Negro nos avisaron de una incursión aérea enemiga. Los “bandidos” se estaban acercando por el Este. Nos pusimos de frente al Faro, mirando al cielo y buscando con la vista a los incursores.
“¡Allá están!”, gritaron varios.
Era cierto. Bien alto había dos puntitos oscuros detrás de los cuales se trazaba una estela blanca como si estuvieran rayando el cielo. Recuerdo que vimos cómo avanzaban dos Sea Harrier. Volaban en sección: al frente iba el guía y un poco más atrás el numeral, avanzando en línea recta hacia nosotros, casi sin hacer ruido.
Albornoz, el operador del fierro 303 fue el primero de los artilleros que abrió fuego sobre los ingleses. Vimos cómo los proyectiles trazantes fueron directo a los aviones. Cuando todavía faltaba bastante para llegar al blanco, las municiones comenzaron a autodestruirse. Primero, vimos una luz amarilla rojiza y luego una diminuta nubecita gris oscura debajo de los aviones. Estos volaron como a 7000 metros de altura, totalmente fuera del alcance de las armas de la defensa.
Una vez que escucharon la apertura del fuego del fierro 303, los demás artilleros lo imitaron. Esa fue una acción que sirvió para calentar el cuerpo y los ánimos. A la vez, demostró que los artilleros estaban prestos para repeler el próximo ataque.
Los dos aviones pasaron en dirección al Oeste, siempre a nuestra vista. Quizás a la altura de Puerto Argentino iniciaron un giro de 180º, retornando por el mismo camino. Desde donde estábamos pudimos distinguir la pintura blanca de la “panza” y las alas. El sonido que emitieron fue apenas audible, debido a la altura. Recuerdo que se desplazaron de manera majestuosa, sabiendo que nada ni nadie los podía molestar.
De a poco fueron desapareciendo de nuestra vista, en dirección al Este, buscando la seguridad del portaaviones de donde habían partido.
¿Qué tarea estarían realizando? ¿Verificando daños en la pista y el aeropuerto? ¿Haciendo aerofotografía? O ¿Nos avisaban que ellos eran los dueños de los cielos? Esas fueron las preguntas que, en ese entonces, no pudimos resolver. El tiempo nos daría algún indicio.
Ataque aéreo masivo al aeropuerto
Una hora después aproximadamente, cuando estábamos a punto de desayunar, Reyes me avisó que el radar había detectado una gran cantidad de ecos provenientes del sector Norte. Mientras emití la voz de alarma, introduje mi cabeza en la oscuridad de la tienda del radar y, a pesar de que no estaba habituado a la escasez de luz, vi varias manchas en la pantalla. Para mi gusto eran muchas que dejaron a las claras que íbamos a recibir un ataque masivo de aviones.
Del PC nos dieron la alarma roja. Luego, escuchamos la sirena activada en el aeropuerto. A las ocho y media se iba a producir el ataque de los Sea Harrier.
Salí de la carpa del radar y me dirigí hacia el médano para asomarme sobre la duna y divisar los incursores. Desde la cima, con un golpe de vista rápido vi varios aviones que provenían del Norte. En un vuelo muy bajo se aproximaron hacia nosotros. ¡Eran un montón!
Por la HT les avisé a los fierro 303 y 304 que el ataque provenía del Norte y les di nuevamente la autorización de Fuego Libre.
El ataque fue de manual ya que para lograr efectividad con el tipo de armamento empleado la técnica exigía que se lanzara con determinados parámetros de altura y velocidad que necesariamente obligara a los aviones atacantes a acercarse a una altura muy baja para pasar sobre el blanco y descargar sus armas. Con ello debían entrar dentro del alcance eficaz de las armas antiaéreas. ¡Eso fue lo que estábamos esperando!
Por la distribución de los fierros en el terreno, realizando una defensa omnidireccional, cubriendo los 360º alrededor de la pista, esos aviones iban a ser recibidos, en primer lugar, por los cañones ubicados paralelos a la pista en el sector Norte. Los fierros 2, 3, 4, 5 y todos los restantes contribuirían ayudando a los indicados, en caso de no recibir ataques desde el sector de responsabilidad propia.
Durante unos instantes me pareció que los sonidos externos desaparecieron. Hubo un silencio total. Luego se desencadenó un ruido atronador que se entremezcló con el sonido sibilante de los motores a reacción, el tableteo de los cañones antiaéreos y las sordas explosiones de bombas y cohetes que impactaron en el aeropuerto. Nuevamente los sonidos de la guerra atronaron la mañana.
Por la HT se oyó el primer grito apuntándose un derribo. Fue el del Cabo Principal Almada, operador del fierro 3. Ese avión voló directo a su posición. El cañonero sin realizar grandes correcciones en la puntería disparó una ráfaga que lo impactó de lleno. El avión se elevó un poco de lado e inició un giro como si estuviera retornando al lugar de donde había venido hasta que desapareció detrás de una lomada en la península Freycinet, frente a nuestras posiciones. Dicho avión no alcanzó a hacer uso de sus armas. Eso fue un éxito total.
El Cabo Principal Diego Bartis, el Pollo, operador del fierro 8 ubicado en el sector Sur, casi al ingreso del aeropuerto, como no tenía ningún avión atacando por su sector, giró su arma y combatió sucesivamente dos que provenientes del sector Noroeste pasaron distantes y oblicuo su posición en dirección al fierro 7.
Ante el aviso del observador adelantado, el soldado Claudio Viano, de que venían dos aviones por detrás del hangar (Nor-Noroeste), giró su cañón apuntando sobre el techo del mismo esperando al primero. Cuando el Sea Harrier apareció Bartis que miraba por la mira P-56 del cañón RH, dada la escasa distancia que los separaba, la visualización del avión cubrió la totalidad de la misma y le efectuó una ráfaga. Sin esperar el resultado de la misma fue de inmediato en busca del segundo avión atacante.
Ese vino próximo al primero pero más bajo, ametrallando todo a su paso.
En ese momento se estableció la lucha directa: cañón versus avión.
Bartis realizó las ráfagas, corrigiendo el tiro y visualizando el recorrido de las municiones trazantes ya que no tuvo tiempo de utilizar la P-56. La ráfaga de los cañones del Sea Harrier tuvo por destino final el cañón, en donde una esquirla impactó en el alimentador para incrustarse próxima al pedal de disparo, sin afectar al jefe de pieza.
Finalizado ese breve pero intenso combate, de su observación en la corrida de escape de ambos aviones pudo ver cómo la trayectoria rectilínea del primero cambió iniciando un leve viraje a la izquierda con rumbo al Sudeste, adentrándose en el mar y desprendiendo un humo negro por la tobera de escape.
Allí lo estaba esperando el cabo Ruiz, operador del fierro 6, que lo venía apuntando en su ruta de escape y, a corta distancia le disparó una ráfaga. Se escuchó por la radio HT un “¡Viva la Patria!”
Había sido el operador del fierro 6 el que decía haber impactado al avión.
Desde mi posición, ubicado de pie cerca del Superfledermaus, alcancé a visualizar que el avión se alejaba con rumbo Sudeste, tratando de aproximarse lo más posible al agua, mientras desprendía un humo renegrido por la tobera de escape del motor.
Casi en simultáneo y en esa misma dirección, vi pasar lo que en un primer momento me pareció era un avión, desprendiendo por la tobera de escape un dardo de fuego rojo-anaranjado. De inmediato corregí la apreciación y reconocí que en realidad se trataba de un misil que quizás había sido lanzado desde las proximidades del aeropuerto, en persecución del avión antes citado. Como éste no alcanzó el blanco o salió de la zona de guiado, inició un ascenso vertiginoso casi vertical para explotar a unos trescientos metros de altura, produciendo un flash multicolor que contrastó con el cielo azul. Pero el vértigo del combate no nos permitió realizar extensas observaciones bucólicas.
Siempre mirando en esa dirección, pude ver el humo de la pólvora saliendo por los apaga llamas del fierro 304, disparando a unos diez metros lateral de mi cabeza una ráfaga muy corta en dirección al Norte. De inmediato sentí en mi espalda un fuerte ruido a turbinas e instintivamente giré de lado buscando al causante del sonido y vi pasar un Sea Harrier rasante a unos diez metros de mi ubicación, en actitud de escape. Iba tan bajo y estaba tan cerca de mí que pude distinguir con total nitidez el casco del piloto. Pocos segundos después, se perdió de vista detrás de una duna, rumbo al mar.
Con la fugacidad con la que se había iniciado el ataque también había terminado. Quizás tardó unos 20 o 30 segundos. No lo sé… Lo que sí sé es que fue tan grande y violento como tenaz y decidida, la defensa.
Desde el refugio Iraizoz me avisó que entre el personal ubicado en el mismo, no había habido novedades.
Algo era inocultable: la gran euforia que había en todas las posiciones artilleras. Por la HT, a cada rato se oía algún “¡Huija!” “¡Sapucay!” y los “¡Viva la Patria!”.
Íntimamente sentimos que en nuestro primer combate habíamos actuado muy bien. Varios aviones habían sido afectados. Todavía no podíamos hablar de una cantidad precisa de derribos, pero las versiones indicaban que había al menos dos bajas confirmadas.
Durante un buen tiempo nos quedamos esperando nuevos ataques. Luego, desde el PC nos avisaron que los incursores se habían alejado con rumbo al Sudeste y que, por el momento, no se detectaba actividad aérea en la zona.
Habíamos sido atacados por nueve aviones británicos que habían elegido como blancos principales la aerostación, la plataforma de aviones y el hangar utilizado por la Armada. Además, habían arrojado todo tipo de armas: bombas de propósitos generales, cañones, cohetes, mísiles y bombas de racimos del tipo Hunting BL -755. Estas últimas, también denominadas en la jerga militar como “belougas”, cuya principal tarea consistió en dañar aviones en plataformas, radares, vehículos, artillería antiaérea y personal.
Cada contenedor lanzado contuvo 147 submuniciones o granadas que se esparcieron cubriendo una gran zona; muchas de ellas quedaron intactas en lugares donde se encontraba personal que quedaba aferrado al terreno, impidiéndole la movilidad ante el peligro de tocarlas y activar su explosión.
Si ese ataque se hubiera concretado con éxito quizás los británicos hubieran estado en condiciones de exigir o intimar una rendición incondicional. A mi entender, los sorprendimos, ya que no esperaban una defensa antiaérea tan eficaz, puesto que nos defendimos muy bien, repeliendo el ataque e infringiéndoles serios daños. Los ingleses pudieron comprobar que los artilleros en ese lugar no estábamos de paseo.
Acabábamos de recibir nuestro “Bautismo de Fuego” combatiendo.
La emoción me dificultaba el habla, cuando a través de la HT les pregunté a mis fierros cuáles eran las novedades. El 303 me respondió que no había ninguna y que estaban limpiando el cañón.
El 304 había tenido inconvenientes al dispararle al avión que había sobrevolado nuestra posición ya que la ráfaga se interrumpió y el cañón se trabó. Al tratar de ponerlo en servicio, Rivarola bajó la tapa del cajón de mecanismos antes de tiempo y le apretó los dedos de la mano a Repizo que estaba con mucho dolor.
Recuerdo que a ambos fierros les dije: “Los felicito por la tarea realizada. ¡Viva la Patria!”. Luego de superadas las emociones, más tranquilo les ordené que hicieran el mantenimiento de las armas. Primero, el del 304 mientras el 303 se quedaba en estado de alerta. Luego, a la inversa. Los dos confirmaron la recepción de la orden. Había euforia y alegría por nuestro desempeño. Lástima que no habíamos podido usar la Batería como sistema. De haber sido así, el desenlace hubiera sido otro.
Con la tranquilidad de saber que todos mis hombres estaban bien, subí a la duna más próxima para echar una mirada. Lo primero que vi fue que el hangar que usaba la gente de la Armada se estaba incendiando, lanzando grandes lenguas de fuego por las ventanas y una nube negra de humo hacia el cielo producto del incendio de los combustibles, aceites y fluidos hidráulicos que se guardaban allí. A la distancia el resto de las instalaciones parecía no haber sufrido grandes deterioros. Por su parte, la pista seguía con los mismos daños.
Posteriormente tuvimos varias alarmas que nos mantuvieron alertas y expectantes durante un buen lapso. Cerca de la media mañana, la calma retornó lentamente al aeropuerto. Los aviones brillaron por su ausencia. Eso nos indicó que durante el combate habían recibido lo merecido o que se estaban preparando para algo grande. ¡Había que esperar!
Cada uno comentaba lo vivido. En algunos casos las vivencias eran coincidentes.
Al avión que había pasado rasante sobre mí, Albornoz le había disparado la totalidad del cargador del fusil FAL: 20 cartuchos de 7,62 mm, ya que en ese momento Pedernera se encontraba destrabando el cañón, que por el frío más la vaselina con que se untaba la munición y los residuos de la pólvora se había “emplastado” y se habían trabado las armas. Esa experiencia negativa fue esencial. De allí en más cambiamos los procedimientos empleados para evitar las interrupciones. Sólo le aplicamos una finísima capa de vaselina para asegurarnos que se desplazaran con suavidad por los mecanismos.
Como medida adicional, baqueteábamos los tubos del cañón al término de cada tiro que realizamos para eliminar restos de pólvora. Esa fue una tarea riesgosa que implicó estar inermes durante dicha operación. Por esa razón, se realizó por turnos.
Desde el acceso al refugio, el Alférez Iraizoz ubicado como en la butaca de un cine observó la evolución de los aviones atacando, las explosiones del armamento lanzado y la respuesta de los cañones repeliendo el ataque como si estuviera contemplando una película de acción. Incluso, dijo: “Hubo uno que parecía venir directo hacia mí pero fascinado por su avance cañoneando, no podía dejar de contemplarlo”.
Casi sin darnos cuenta de la hora pasó el mediodía. Iraizoz, siempre atento a los detalles y necesidades de los demás, hizo preparar unos enormes y abundantes sándwiches de salchichón primavera y queso tipo Mar del Plata.
A esa altura de los hechos eso fue un manjar. La bebida más apropiada para acompañar esa merienda fue un jarro de mate cocido bien caliente para entra en calor. A pesar que no era una de mis bebidas preferidas, en ese momento la estimé como muy apreciada.
-