Duele constatar la decepción que provoca contrastar la valoración actual adjudicada a las diferentes áreas que hacen al estado.

La razón fundacional de un estado es su defensa. Así nacen.

En 1810, con los dolores de parto de una Guerra de Independencia y no tan solo por una revolución porteña, nacimos los argentinos.

El compromiso fundante que la hizo levantar “a la faz de la tierra (como) una nueva y gloriosa Nación…” se obtuvo con esfuerzo y sangre; los de aquellas exportaciones de libertad a los confines del agónico virreinato. Hubo presupuesto para aquella epopeya: las expediciones a Bolivia, Paraguay y (luego) Chile.

La soberanía reclamada lo era no solo en la simple preservación de un espacio físico terrestre que hoy, más que antes, se multiplica a lo marítimo, lo espacial, lo cibernético, lo cognitivo, lo ético, lo cultural, en fin, a un todo inexplicable que define a esa Argentina que tanto costó delinear.

Al querer ser argentinos queremos aquellos valores, sin distorsiones.

El mandato que, desde el pasado reclama el preámbulo de 1853, expresa unión nacional, justicia, paz interior, defensa común, bienestar general, y libertad… cada uno de estos valores supusieron el concurso de las por entonces nóveles “armas del nuevo estado” que se abría paso a un mundo hostil y competitivo. Delineado en valores asemejados pero diferentes a los de la Madre Patria, su nuevo ADN fue sucesivamente agredido por acciones sediciosas, “aggiornadas” y disolventes que quisieron carcomer las bases fundacionales de un estado que no supo, no pudo o no quiso defenderse de estas nuevas agresiones tan sutiles como engañosas.

Hoy la defensa de la identidad nacional debe aprenderse en las aulas cuando se recuerda a sus héroes fundadores y no reemplazada por la captación y el adoctrinamiento militante, que seduce, intoxica y embriaga. 

Hoy las guerras no son como antes. Conviven con nosotros. Son sutiles, internas, insolubles e indefinidas. Sin saberlo, son los ciudadanos los preventores. Siguen el designio maoísta de desarrollarse “como pez en el agua”, ya no son militares las que las combaten y atraviesan todo el espectro social de una nación que merece ser identificada. Afectan el tejido social explotando contradicciones reales o percibidas, fragilizando la convivencia y debilitando su “unión”.

Las hegemonías de Laclau, la conquista de la cultura y tradiciones así como el monopolio de los medios de Gramsci, la inoculación letal de los foros socialistas, aun después del 9/11/89 se enseñorean ante los públicos alarmados solo por los cantos de sirenas de la todopoderosa “ética económica” que parece encumbrarse como única salida de las crisis sin reconocer que el drama es, eminentemente político y filosófico. La Defensa está en todo.

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