Noticias de la Fuerza Aérea Argentina

BIGUA82

VETERANO DE GUERRA DE MALVINAS
Colaborador
Diario:INFOBAE


SOCIEDAD

Varados en la Antártida: 12 grados bajo cero, un viento arrasador y la pregunta que no podemos contestar: "¿Cuándo vuelven?"
Un equipo de Infobae viajó a la base Marambio para una cobertura que iba a durar dos horas. La aventura en el continente blanco, sin embargo, ya lleva cuatro días. Las ráfagas de viento, de hasta 140 kilómetros por hora, impiden que el Hércules pueda ir a buscarlos.
Por Gisele Sousa Dias
4 de noviembre de 2018
[email protected]


Escribo en la "Sala de científicos" de la Base Marambio, en la mismísima Antártida, y el piso tiembla como si, por debajo, pasara el subte. Se sacuden los pies, vibran las teclas. Es el viento y sus ráfagas, que hoy fueron más potentes que ayer: alcanzaron los 140 kilómetros por hora. Hoy tampoco llegó el Hércules a buscarnos -semejante viento cruzado podría sacarlo de pista durante el aterrizaje- y ahora entendemos la frase que todos repiten: "A la Antártida nunca sabés si vas a poder llegar, tampoco cuando vas a poder salir".
Fue una invitación que a todos nos pareció "un amasijo": salir el lunes 29 del aeropuerto de El Palomar, volar en Hércules hasta Río Gallegos, dormir en la base militar y cruzar hacia la península antártica, a la mañana siguiente, en un segundo vuelo en Hércules de otras tres horas y media: todo para pasar dos horas en la Base Marambio, y emprender el viaje completo de regreso a Buenos Aires.

El equipo de Infobae en la base Marambio
El 30 era mi cumpleaños y pasar dos horas en la Antártida igual me pareció un gran plan. Armé una mochila de la que todavía me avergüenzo: un par de medias, dos bombachas y, atención: una remera de mangas cortas y un saquito de hilo.

El vuelo estaba previsto para las 11 del martes de cumpleaños pero se suspendió y terminé soplando una vela aromática montada sobre un alfajor. El viento en Marambio había llegado a los 120 kilómetros por hora, el doble de lo permitido para volar. Había una nueva chance por la tarde: si volvía a cancelarse el vuelo, crecía la posibilidad de volver sin nada.
"Malas noticias", anunciaron después del almuerzo: el viento no se había calmado y el vuelo de la tarde también se había suspendido. Podía haber un cruce a la mañana siguiente pero sólo iban a poder viajar la mitad de las 40 personas que estábamos esperando. Eramos 4 periodistas, sólo podían viajar dos. Los juegos del hambre.
Nuestros ruegos se hicieron milagro: quedamos entre los 20. Las energías eran cruzadas: nosotros, en Santa Cruz, tratando de llegar a la Antártida, y la gente de la dotación 49, que acababa de pasar un año completo en la base Marambio, desesperada por volver y reencontrarse con su familia. Desayunamos a las 5 de la mañana y subimos al Hércules.

Habíamos volado más de media hora cuando sentí un dolor en los oídos que nunca había sentido en la vida. Thomas Khazki, mi compañero de Infobae, lo vivió distinto: dijo que sintió que le faltaba el oxígeno. La inexperiencia me hizo creer que me iban a estallar los tímpanos.
El Hércules es un avión militar y no se parece a un avión comercial: el ruido te obliga a ponerte tapones en los oídos, no hay butacas sino "asientos de tropas" que, en vez de respaldos rígidos, tienen redes para que los paracaidistas puedan sentarse con el equipo puesto. El baño es un tacho y llevamos, en el medio, un contenedor de 4.000 kilos con víveres para Marambio. Es como un hangar frío que vuela.

Volando en el Hércules hacia Río Gallegos
Thomas me gritó "se rompió algo" y me hizo una seña con la mano: vamos a aterrizar. Me puse nerviosa y quise respirar "modo Mindfullness". No funciona -parece que pujo-: pienso en el mapa con el que aprendí en el colegio y saco una conclusión de la que ahora siento vergüenza nivel "mi saquito de hilo": creo que vamos a aterrizar en el agua helada. No. Volvimos, se rompió el presurizador: estamos otra vez en Río Gallegos.
"Qué mala suerte", me dice un colega. "¿No será una señal?, me pregunta mi mejor amiga, desde Londres. Ya estamos para pelear contra un oso polar mano a mano (otra amiga me preguntó si en la Antártida había osos polares y alguien acá se tentó de risa): sentimos que vamos a cruzar como sea, aunque ya sabemos que el clima está empeorando y que, tal vez, tengamos que pasar la noche en la Antártida. O más de una noche. Decimos que sí, ¿no es lo que queríamos?
Cambiamos de avión y volvemos a salir. Juego con ventaja: otra amiga –hipocondríaca en este caso- reparó en que no tengo apéndice. Muchos de los que están acá tienen hecha la "apendicectomía profiláctica". En criollo: les sacaron lo que no sirve para nada porque acá no es fácil resolver una cirugía de urgencia.
Bajamos del Hércules con botas de cuero rellenas de lana, pantalones térmicos, buzo polar, gorro con orejeras, antiparras para el sol y campera naranja. No se si fue la campera naranja o la foto que saqué por la ventana circular del avión pero otra amiga creyó que me había ido al espacio.

Sobre el continente blanco, desde el Hércules (Foto: Gisele Sousa Dias)
Presenciamos el cambio de dotación (la despedida de los que se fueron y la bienvenida de los 34 hombres y seis mujeres que llegaron a invernar) e hicimos una decena de entrevistas. El peso de la ropa, del madrugón y la adrenalina se sintió en el cuerpo. Fuimos a nuestras camas cucheta: a las tres de la mañana empezó a amanecer.
Es jueves y se suspendió el regreso. Mejor. Ya sabemos para qué sirve esta base, que está a punto de cumplir 50 años. "La función principal es proveer la logística que necesita la actividad científica", me dice el comodoro Lucas Carol Lugones, nuevo jefe de la base, que ya nos dice Thomi y Gise. ¿Y por qué elige venir toda esta gente?
Para todos es "un sueño" por el que vale la pena el sacrificio. En muchos casos, es un sueño cruzado con el beneficio económico. Son unos 750.000 pesos de viáticos versus estar un año aislados."La Antártida te da mucho pero también te saca", es otra frase que repiten. No pueden volver, salvo una urgencia real, y nadie puede venir a visitarlos.

Atardecer en la base más importante de la Argentina (Foto: Thomas Khazki)
Durante ese año, la temperatura puede ser extrema: en el semestre invernal la mínima es de entre -15 y -20 grados, y las ráfagas de viento suelen desplomar la sensación térmica. Hay una tabla pegada en la sala de meteorología que dice cuánto tardaría uno en congelarse afuera sin la ropa adecuada. Un ejemplo: un día de -20 grados pero con un viento de 170 kilómetros por hora, te congelarías en dos minutos.
Nos vamos a dormir creyendo que el avión vendrá a buscarnos el viernes al mediodía. Amanecemos, guardamos todo y, antes de terminar el café, vemos el gesto fruncido de Mauricio Laurizi, el jefe del Centro Meteorológico Antártico Marambio: adivinen.
A esta altura comparto elementos íntimos con desconocidos: un comodoro me prestó sus medias de toalla, un teniente primero otras térmicas y el encargado de base me consiguió una camiseta de mangas largas. Apelo a las donaciones, porque también me olvidé de traer crema enjuague y toallón. Valeria, la enfermera, me prestó la computadora en la que ahora escribo.

(Foto: Thomas Khazki)
Comemos pastel de papas, tomamos mate con criollitos recién horneados en la panadería de la base, charlamos con el que no esté trabajando. Almorzamos milanesas a la napolitana con papas fritas, cenamos carne con salsa de mostaza, comemos flan de postre. El cocinero, Fabián, usa los mismos alimentos que en el continente salvo por el huevo -que es en polvo, para evitar que el fresco se pudra- y la cebolla y las papas, que vienen deshidratadas. Comemos peras y duraznos de lata.
La verdura y las frutas frescas llegan dos veces por año y duran poco, por eso cuando uno pregunta a los repitentes "¿qué es lo que más se extraña?", pueden responder "a la familia y a la lechuga" o "a los hijos y comer una naranja". El agua tiene otro valor cuando se ve el esfuerzo: acá hay quienes van a "hacer agua" temprano a la laguna congelada.
No hay niños en esta base pero es frecuente escuchar sus vocecitas: hay wi fi y 4g (llegó este verano) y se ven hijos en las pantallas hablando con sus padres o audios que se disparan en altavoz: "Te extraño, papi". Dicen que la tecnología y las chances de encerrarse a ver una película en Netflix achicó las distancias pero atentó contra la mística del aislamiento.

El hangar del avión Twin Otter, una postal de la base (Foto: Thomas Kazki)
Hay una chance de que el Hércules pueda entrar por una "ventana climática" que se abriría –ahora decimos todo en potencial y hacemos comillas con los dedos- a las tres de la mañana. Duermo con un ojo abierto y otro cerrado. Me despierto a las 8: el sonido del viento envolviendo la habitación es la respuesta a la pregunta que no necesito hacer.
En la base Marambio hay un gimnasio con vista a los témpanos para quemar calorías y tiempo. No voy, tampoco para tanto. La típica frase hecha del iceberg se volvió paisaje: los fragmentos que vemos esconden, hacia abajo, 80, 100 metros de hielo. Además, los sábados es "noche de pizzas" en toda las bases de la Antártida y, según el racionamiento y las reglas de conducta, hoy podemos tomar dos latitas de cerveza en el pub de la base.

Thomas trabajando en la base
Hoy el viento hizo bajar la sensación térmica a los 12 grados bajo cero. El meteorólogo me ve llegar y sonríe: hay una chance "mínima" de poder volar el lunes, dice. Y una "moderada" de poder volver el martes. Sentarme y no tener más opción que parar la máquina me hizo recordar lo que otro comodoro me gritó al oído en el Hércules, mientras tratábamos de llegar.
"En algún momento, abrite del grupo y salí sola. Quédate un rato con vos misma, escuchá el silencio. Es un silencio distinto, te vas a escuchar los latidos del corazón". Se emocionó cuando lo dijo, con la mano apoyada en el pecho. Recién hoy me tomé el tiempo de hacerlo, tres días después de haber llegado y sin tener certeza de cuándo vamos a volver. Me fui a dormir a mi cucheta conmovida, silenciosa, tranquila.
 

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SOCIEDAD
Varados en la Antártida, tercera parte: ya nos dieron pantuflas, señal de que todavía no volvemos
Un equipo de Infobae está hace seis días en la base Marambio. El Hércules no puede ir a buscarlos porque están en medio de un temporal de nieve, niebla y vientos, por momentos, huracanados
Por Gisele Sousa Dias
5 de noviembre de 2018
[email protected]


Me levanto antes de las 8, sobresaltada: ¿me están cascoteando la habitación? Siento los piedrazos en el techo, que es de un plástico duro, y salgo al pasillo así, con el pijama que hoy celebra una semana ininterrumpida de uso. No veo que a nadie se le haya movido un músculo con el ataque aéreo. Después, me explican. Se llama "cencellada": las estalactitas que colgaban de cables, techos y barandas empezaron a desprenderse.
Voy a ducharme y reviso mi mochila por enésima vez: confirmo que vine a la Antártida con dos remeras (una de mangas cortas) y dos bombachas pero atención-: traje maquillajes. Salvo el saquito de hilo, no se me ocurre nada más inútil. Empiezo a pensar en recurrir al trueque –¿un rubor por una remera limpia?- porque acá no hay nada que se pueda comprar, y entonces no, tu plata no vale.

La niebla se instaló en la Base Marambio (Fotos: Thomas Khazki)
Ya no sé en qué día estamos. Convivo en la Base Marambio con las mismas 88 personas desde el miércoles pasado: nuestro Gran Hermano tiene ahora un condimento particular en su escenografía. Algunas ventanas quedaron completamente bloqueadas por una nieve compacta mezclada con una especie de arcilla gris llamada "permafrost". Sacamos una foto: alguien nos dice en las redes sociales que parece "El grito", la obra de Munch.


La vista de una de las ventanas desde el interior de la base
Thomas Khazki, mi compañero en Infobae, recibe un whatsapp: "Buen día, o la hora que sea allá" y confirmamos lo poco que sabemos sobre la Antártida (por las dudas: vivimos en la misma hora que ustedes). Creo que Thomy tiene algún tipo de entrenamiento militar porque sabe racionar perfectamente: trajo dos jeans y todavía no quiere usar el segundo. Tengo 16 años más que él y se nota: hoy le dije "cámbiate ese pantalón por Dios, lo parás y camina solo". No lo hizo.

(Foto: Thomas Khazki)
Llevamos seis días varados en la Antártida y una pregunta de Julián Barreras, el encargado de base, me da el indicio que necesito para saber que tal vez esto venga para largo: "¿Querés unas pantuflitas?", me dice, en cordobés profundo. Escribo con las medias térmicas donadas y con pantuflas azules talle 41: me sobra suela de todos lados. Hoy nos explicaron cómo usar el lavarropas industrial, que está atrás de la cocina: quienes vienen a pasar un año pueden lavar ropa más o menos cada 20 días.

Thomas, realizador multiplataforma de Infobae, en acción (Foto: Gisele Sousa Dias)
Hasta ahora, el miércoles iba a ser nuestra gran chance de que el Hércules pudiera venir a buscarnos. Contesto por acá una de las preguntas que más nos hicieron durante estos días: "¿Por qué se fue el avión que los llevó?". La respuesta es que su misión era traernos a presenciar una ceremonia que iba durar dos horas y llevarse a la dotación que acababa de cumplir un año entero en la Antártida. Había un vuelo programado para el día siguiente, a lo sumo el posterior, por eso aceptamos quedarnos. Después vino el temporal.
Las chances eran del 50/60 por ciento pero hoy bajaron al 40. Se espera que el miércoles sea un día con nubosidad baja, lo que reduciría demasiado la visibilidad. El jueves vendrá a visitarnos una masa de aire polar, por eso ya está calificado como "no operable". Podría ser el viernes por la tarde, con altas probabilidades de ver en la base Marambio el Boca-River. Mientras escribo veo que comenzó a nevar y leo el nuevo parte meteorológico:acaba de resucitar una posibilidad de volver mañana.

(Foto Thomas Khazki)
No somos los únicos que estamos dando vueltas en la calesita del tiempo. Los pilotos del Twin Otter, el avión que espera aburrido en el hangar, tampoco pueden hacer lo suyo: no pueden volar a otras bases y lanzarles carga o víveres ni anevizar para llevar personal. No pueden hacer relevamientos fotográficos de glaciares y, afortunadamente, nadie en otra base necesita una evacuación sanitaria.
Lo que hicieron entonces hoy los pilotos y los mecánicos fue cocinar empanadas de carne cortada a cuchillo para los periodistas varados. Acá no hay tapas de empanadas prolijas con separadores: los muchachos amasaron para nosotros.
Cocinaron Jeremías Vega -el comandante-, Juan Ordovini -el copiloto-, los mecánicos Aldo Latorre y Pablo Arrayán, Leandro Herrera –el auxiliar de carga- y Osvaldo González, el encargado de la aviónica (la electrónica del avión). Son los llamados "Águilas" y, de acuerdo a su rango, son Águila 1, Águila 2, Águila 3 y así.

Brindamos con un vino Colón con una etiqueta pegada con lapicera que decía "Rutini, edición limitada" y nos sentimos tan locales que pedimos llamarnos Águila 7, 8, 9 y 10.Nos dicen que "ningún problema" pero que el bautismo es afuera. Mis fuentes me advierten que te tiran nieve en la cabeza y, cuando te distraés, te meten un poco por la nuca, a través del cuello del buzo polar. La térmica está en 7 grados bajo cero y sonreímos con cara de "bueno, la próxima".
No hay mascotas –el tratado Antártico prohíbe traer especies no nativas- pero el olorcito a empanadas caseras, las anécdotas de sobremesa de los pilotos sobre "momentos de pánico durante un vuelo" o la del hombre que el año pasado se desorientó y sobrevivió una noche a la intemperie hacen de este hangar antártico nuestro hogar antártico.
https://www.infobae.com/teleshow/
 

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Falta el artículo más picante.elsilencio

Diario CLARIN
06/11/2018
Crónicas desde el hielo

Mitos y verdades del sexo en la Antártida
La mayor parte de la dotación de las bases antárticas viaja por un año. Qué pasa con el tema que no está sobre la mesa pero del que todos hablan.

El avión Hércules que se espera para -quizá, tal vez- esta semana en la Base Marambio llegará con su carga de ropa, alimentos, medicamentos, repuestos de motores y… preservativos.

El sexo en la Antártida es como el viento: nadie lo ve pero todos hablan de él y, a veces, hasta se lo oye.

Los voluntarios que piden venir a cualquiera de las bases de la Antártida -salvo la Base Esperanza, que permite matrimonios con hijos- saben perfectamente que, entre todas las privaciones para la que deben prepararse, está la de una probable abstinencia sexual durante un año. Pero probable no significa segura. Ni definitiva.

La primera vez que el tema se hizo público fuera de una base fue en 2006, cuando el jefe de la dotación envió de nuevo al continente a una joven suboficial que resultaba “ruidosa” en sus relaciones con un compañero de “invernada”, el largo período de convivencia en la Antártida que incluye el duro invierno. La entonces ministra Nilda Garré lo consideró una discriminación de género y cambió el destino de una y de otro. La chica volvió a la Antártida –aunque a otra base- y el jefe de la dotación se fue de vuelta al continente y debió ser reemplazado.

Lo que pasa ahora es que el sexo no está prohibido entre los militares –en las bases también hay una buena cantidad de científicos, la mayoría menores de 35 años- pero tampoco se favorecen sus condiciones. Los pabellones donde duermen mujeres y hombres están separados y todas las habitaciones se comparten. El rincón para la intimidad –hetero u homosexual- se vuelve una búsqueda difícil, y es obvio aclarar que encontrar rincones para el amor a la intemperie es una chance nula. Pero muchos encuentran su tesoro.

Dos de las seis mujeres que estuvieron el año pasado en Marambio volvieron al continente embarazadas, y en otra base hubo que separar de la dotación a un cocinero porque acosaba a un joven suboficial. “No se lo separó por la relación homosexual, sino porque hubo actitudes agresivas que hacían peligrar la convivencia general”, explica quien cuenta esa historia.

En Marambio hubo una chica a cargo de la torre de control (por cuestiones de privacidad elementales, vale aclarar que no se trata de la suboficial a cargo de esa tarea actualmente) y un ayudante que solía visitarla largamente por las tardes. La torre está alejada del edificio principal de la base y sus 90 metros de altura son un espacio tentador para la intimidad: lejos de miradas ajenas y a la vez estratégico para detectar desde la altura cuando se acerca alguien por el largo tramo de pasarelas que lleva hasta allí.

Su relación fue conocida y respetada por todos, pero… eran los únicos que encontraban fácil acceso para el desatanudos de la pasión. Eso llevó a algún comentario fuera de la base que terminó con las relaciones que aguardaban a ambos amantes en el continente. Final de cuento de hadas: ellos, al final, se casaron y aún siguen juntos.

Lo que pasa en la Antártida no siempre queda en la Antártida.





La joven médica a cargo de la dotación actual de la Base Marambio, Maitén Hernández, dice que en el área de Sanidad tiene preservativos suficientes para todos los que se los pidan. También tiene tests de embarazos. Si una mujer queda embarazada, vuelve al continente. No hay en la base una infraestructura que pueda monitorear con seguridad el desarrollo de un feto.

La dotación 50 de Marambio será histórica también por un hecho que no tiene antecedentes aquí: se pondrán expendedores de preservativos en los baños, para que cualquiera pueda sacarlos libremente sin tener que ir a pedirlos a Sanidad.

Hay varias razones para la decisión. Los antárticos más experimentados dicen que en la “familia militar” aún provoca pudor en algunos hombres de cierta edad ir a pedirle preservativos a una chica más joven –la médica tiene 29 años-. Pero además es un modo de “delatarse” en un ambiente cerrado acerca de que uno “anda en algo” y despertar la curiosidad del resto. Si quien pide los preservativos es casado o casada, la intimidad queda al borde del abismo. Y atiende también las razones urgentes: no sea cosa que explote la oportunidad justo cuando Sanidad esté cerrada. La médica y la enfermera atienden las 24 horas, pero el llamado del deseo no está incluido en la normativa militar como “situación excepcional de urgencia”.


ara las mujeres, el uso del preservativo también se vuelve primordial porque no se les permite viajar a la “invernada” con un DIU. Cualquier problema derivado de su colocación podría volverse una complicación sanitaria.

Un joven suboficial cordobés agrega su chispa personal: “La situación se aguanta bien un par de meses. Después ya se pone bravo y hay que hacerse fuerte desde lo mental. Tentaciones hay igual que en Buenos Aires, Córdoba o cualquier otro lado, pero los que venimos acá tenemos el chip del Hollywood antártico… ¿qué es eso? Es el que hace que, si te gustan los hombres, acá a los tres meses ves a todos como Brad Pitt, y si te gustan las mujeres son todas Angelina Jolie…”.

Para una joven científica que pasa largas horas monitoreando las pantallas que dan información sobre la capa de ozono, la situación fue inversa. “Yo me vine con mi novio, pero la relación no prosperó… nos peleamos en Santa Cruz y él se volvió. Yo estoy tranquila ahora, así que no quiero saber nada de nada”.

No es fácil mantenerse fuera de la tentación. “La empatía que se genera entre dos personas envueltas en medio de este clima hostil, y la solidaridad de escucharse, hacen que el sexo sea una necesidad muchas veces mayor a cuando se está en situaciones normales”, cuenta un suboficial de la Fuerza Aérea con experiencia antártica.

La relación de un equipo que trabaja junto las 24 horas crece y se distiende los sábados a la noche, cuando hay pizza con cerveza y se abre el pub, un ambiente con un paisaje de ensueño donde se pasa música con luces como en un boliche y es la única vez de la semana en que se permite tomar alcohol. En ese mismo espacio, un suboficial fue relevado porque estaba teniendo relaciones con la hija de un jefe de base, hace un par de años. Ella acababa de cumplir los 18 y había llegado de visita.

Lo que pasa en la Antártida no queda en la Antártida: desde entonces, no hubo más visitas de familiares.


Otro hombre con experiencia en la Antártida lo expone con claridad: "Esto es como Gran Hermano, pero sin la tele. En temas de discordia, llevás la tolerancia a su máxima expresión y uno mismo trabaja cada día para vencer a su propio malhumor, cuando aparece. Es normal, somos humanos en situaciones límites. Y con el espacio para el sexo y el placer pasa lo mismo. Son necesidades que, en estas condiciones, se potencian, aún teniendo en cuenta que muchísimas personas permanecen fieles a sus parejas del continente y no se permiten ni se exponen a esas tentaciones".

El “permitido” no incentivado tiene el límite de la convivencia. Acá todos saben que, pase lo que pase, el menor resquemor entre personas que se disputen el deseo de otra puede significar el relevo inmediato. Cualquier pelea –no sólo por las disputas por una pareja, pero también por eso- es un pasaje exprés de regreso al continente y un adiós definitivo a la Antártida.

A la intensidad de sus fríos. Y de sus calores.

Base Marambio. Enviado especial.
 

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No somos de Piedra, Don Biguá. Es una realidad.
Pero tampoco es tanto como nos cuenta la cronista en la nota.No quiero polemizar con esto y "la corto aqui"...
Me quedo con esto:
El “permitido” no incentivado tiene el límite de la convivencia. Acá todos saben que, pase lo que pase, el menor resquemor entre personas que se disputen el deseo de otra puede significar el relevo inmediato. Cualquier pelea –no sólo por las disputas por una pareja, pero también por eso- exprés de regreso al contines un pasaje ente y un adiós definitivo a la Antártida.
 
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¡QUE TENGAN UN EXCELENTE REGRESO A CASA!

Con esta frase, el brigadier general “VGM” Enrique Víctor Amrein saludó a la Dotación 49° que retornó al continente tras pasar un año en el Continente Blanco.
Por 1er Ten Scheidler Daiana/ Fotos: C. Marrone.











El 2 de noviembre el hangar del Fokker F-28, ubicado en la I Brigada Aérea “El Palomar” fue testigo de la emoción que sintieron los miembros de la Dotación 49° al volver al Continente tras pasar un año en la Base Marambio y reencontrarse con sus familiares y seres queridos.

La ceremonia fue presidida por el titular de la Institución, brigadier general “VGM” Enrique Víctor Amrein, acompañado por el comandante de Adiestramiento y Alistamiento (CAA), brigadier mayor Alejandro Amoros; el jefe del Estado Mayor del CAA, brigadier Pedro Girardi; el jefe de la I Brigada Aérea, comodoro Juan Piuma y el Director de Asuntos Antárticos de la Fuerza Aérea Argentina (FAA), comodoro Enrique Videla, personal militar y civil, familiares de los recién llegados e invitados especiales.
Para dar comienzo la Banda de Música, “Alas Argentinas” dirigida por la capitán Sandra Corbalán, interpretó los acordes del Himno Nacional Argentino.

Luego, el brigadier general Amrein se dirigió a los integrantes de la dotación 49°: “En nombre de la Fuerza Aérea es un honor para mí darles la bienvenida, después de un año de esfuerzo en la Base Marambio. Han cumplido con los objetivos impuestos por la Institución. Por último quiero agradecer a los familiares, fue un año de ausencias que no puede pasar desapercibido”.

Noticias en Vuelo, dialogó con el jefe de la Base Marambio, durante la estadía de la dotación 49, vicecomodoro Gustavo Bruschini, quién explicó los objetivos alcanzados: “Focalizamos nuestra gestión en la eficiencia energética, lo que implicó una reconversión total de la usina y la instalación de molinos eólicos. También procesando datos de rendimiento de los paneles solares”.
Cabe destacar que la dotación 49 fue testigo del regreso a la operatividad del Buque Almirante Irizar tras 11 años de inactividad: “Esto implicó una tarea de planificación, alistamiento y ejecución compleja, que pudimos sobrellevar con altos niveles de seguridad operacional”
, explicó Bruschini.

Durante la ausencia del buque, la Fuerza Aérea Argentina fue protagonista del traslado y abastecimiento de combustible y víveres al Continente Blanco por medio de la aeronave
C-100 Hercules, haciendo posta desde la puerta de entrada a la Antártida, Base Marambio a todas las demás Bases.

Asimismo, los miembros de la campaña antártica 2017/2018 culminaron su gestión con la dependencia orgánica del Comando Conjunto Antártico del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas, organismo del cuál dependerán las próximas campañas al Continente Blanco.

Por último, la ceremonia concluyó con el saludo protocolar por parte de las autoridades al personal de la Dotación, quienes desbordaron de felicidad al abrazar a sus seres queridos.
 
¡QUE TENGAN UN EXCELENTE REGRESO A CASA!

Con esta frase, el brigadier general “VGM” Enrique Víctor Amrein saludó a la Dotación 49° que retornó al continente tras pasar un año en el Continente Blanco.
Por 1er Ten Scheidler Daiana/ Fotos: C. Marrone.











El 2 de noviembre el hangar del Fokker F-28, ubicado en la I Brigada Aérea “El Palomar” fue testigo de la emoción que sintieron los miembros de la Dotación 49° al volver al Continente tras pasar un año en la Base Marambio y reencontrarse con sus familiares y seres queridos.

La ceremonia fue presidida por el titular de la Institución, brigadier general “VGM” Enrique Víctor Amrein, acompañado por el comandante de Adiestramiento y Alistamiento (CAA), brigadier mayor Alejandro Amoros; el jefe del Estado Mayor del CAA, brigadier Pedro Girardi; el jefe de la I Brigada Aérea, comodoro Juan Piuma y el Director de Asuntos Antárticos de la Fuerza Aérea Argentina (FAA), comodoro Enrique Videla, personal militar y civil, familiares de los recién llegados e invitados especiales.
Para dar comienzo la Banda de Música, “Alas Argentinas” dirigida por la capitán Sandra Corbalán, interpretó los acordes del Himno Nacional Argentino.

Luego, el brigadier general Amrein se dirigió a los integrantes de la dotación 49°: “En nombre de la Fuerza Aérea es un honor para mí darles la bienvenida, después de un año de esfuerzo en la Base Marambio. Han cumplido con los objetivos impuestos por la Institución. Por último quiero agradecer a los familiares, fue un año de ausencias que no puede pasar desapercibido”.

Noticias en Vuelo, dialogó con el jefe de la Base Marambio, durante la estadía de la dotación 49, vicecomodoro Gustavo Bruschini, quién explicó los objetivos alcanzados: “Focalizamos nuestra gestión en la eficiencia energética, lo que implicó una reconversión total de la usina y la instalación de molinos eólicos. También procesando datos de rendimiento de los paneles solares”.
Cabe destacar que la dotación 49 fue testigo del regreso a la operatividad del Buque Almirante Irizar tras 11 años de inactividad: “Esto implicó una tarea de planificación, alistamiento y ejecución compleja, que pudimos sobrellevar con altos niveles de seguridad operacional”
, explicó Bruschini.

Durante la ausencia del buque, la Fuerza Aérea Argentina fue protagonista del traslado y abastecimiento de combustible y víveres al Continente Blanco por medio de la aeronave
C-100 Hercules, haciendo posta desde la puerta de entrada a la Antártida, Base Marambio a todas las demás Bases.

Asimismo, los miembros de la campaña antártica 2017/2018 culminaron su gestión con la dependencia orgánica del Comando Conjunto Antártico del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas, organismo del cuál dependerán las próximas campañas al Continente Blanco.

Por último, la ceremonia concluyó con el saludo protocolar por parte de las autoridades al personal de la Dotación, quienes desbordaron de felicidad al abrazar a sus seres queridos.

Sr @BIGUA82
Gracias por ponernos al dia!!!!!!!!!!!

Saludos
 

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“SIÉNTANSE ORGULLOSOS DE PERTENECER, ESA SENSACIÓN NO TIENE SUSTITUTO”

Aseguró el jefe de Escuadrón VII, mayor Manuel Funes, en la ceremonia alusiva al 50º Aniversario de la incorporación del sistema de armas DHC-6 Twin Otter a la Fuerza Aérea Argentina
Por Lic. Cecilia Vergara / Fotos por C1º Natalia Gadea









Brigadier Mayor “VGM” (R) Alberto Vianna "TIGRE"








Luego de 50 años de participar ininterrumpidamente en diversas misiones de exploración, búsqueda y salvamento de personas y material aéreo en las condiciones climáticas más adversas, el sistema de armas DHC-6Twin Otter celebró un nuevo aniversario de su incorporación a la Fuerza Aérea Argentina (FAA) y la habilitación de pilotos Etapa II del Curso de Estandarización de Procedimientos para Aviadores de Transporte (CEPAT) 2018/2019.

La ceremonia se realizó el 31 de octubre, en las instalaciones de la IX Brigada Aérea, ubicada en Comodoro Rivadavia, provincia de Chubut, y fue presidida por el titular de la Institución, brigadier general “VGM” Enrique Víctor Amrein, quien se encontraba acompañado por el gobernador de la provincia, escribano Mariano Arcioni; el viceintendente de la municipalidad de Comodoro Rivadavia, Dr. Juan Pablo Luque, y la cúpula de autoridades de la Fuerza Aérea.

Para iniciar el evento, la Banda Militar de Música “Capitán Luis Candelaria” ejecutó los acordes del Himno Nacional Argentino, cantado a viva voz por todos los presentes. Por su parte, el padre Adrián Torres realizó una invocación religiosa y bendijo los diplomas y pañuelos que luego se entregarían a los flamantes pilotos. Asimismo, se efectuó un toque de silencio en memoria del personal caído en actos del servicio del sistema de armas.

En este importante acto, las palabras alusivas estuvieron a cargo del brigadier “VGM” (R) Alberto Vianna, quien en 1968 fue uno de los pilotos que trasladó a los primeros aviones del sistema de armas desde Canadá.

Con sus sabias palabras, el brigadier explicó que en los años 60 las rutas patagónicas que cubría Aerolíneas Argentinas dejó de ser rentable y la empresa dejó de operar allí. Para que los pueblos de esa zona no quedaran aislados de los puntos troncales, la Fuerza Aérea asumió esa responsabilidad a través de su línea de fomento Líneas Aéreas del Estado (LADE). Como parte del acuerdo, Aerolíneas cedió a la Institución las aeronaves Douglas DC-3 con las que cumplimentaba la ruta de la precordillera. Fue así, que en marzo de 1966 comenzó la operación de LADE en la Patagonia lo que trajo aparejado una serie de problemáticas. Por un lado, los DC-3 dependían del Grupo 1 de Transporte y el mantenimiento del Grupo Técnico de la I Brigada Aérea de El Palomar, con lo cual se hacía bastante difícil la tarea. Por el otro, las pistas en las que se operaba no estaban muy preparadas con lo cual el material aéreo se fue resintiendo y el mantenimiento se realizaba a muchos kilómetros de distancia. La solución fue trasladar un escuadrón a Comodoro Rivadavia y reemplazar a los DC-3 por material nuevo.

“Se decidió la compra de los Twin Otter. El nuevo Escuadrón tendría que estar conformado exclusivamente por voluntarios, es así que 12 pilotos y 12 mecánicos integramos ese primer conjunto que vino a Comodoro Rivadavia. Primero tuvimos que estudiar inglés y organizar lo que sería el Escuadrón Aéreo”, manifestó el oficial continuando con su relato.

Y agregó: “Se designó a cuatro pilotos y a 10 mecánicos para ir a la base de Havilland, en Toronto, a buscar los primeros aviones de los cinco adquiridos. Partimos a mediados de octubre del año 68 y cuando llegamos iniciamos la capacitación de instructores de vuelo (...) El 20 de noviembre salimos con el T-81 y el T-82 desde Canadá para traerlos a la Argentinas. El vuelo nos llevó 10 días y 14 escalas”.

Una vez arribados al país, una nueva comitiva se dirigió a Canadá a buscar al T-83 y al T-84. En ese momento eran cinco los aviones que habían sido adquiridos del T-81 al T-85, siendo este último antártico.

Vianna finalizó la anécdota expresando que a partir de ese momento “dimos el doble comando necesario y suficiente para habilitar a los pilotos. El 21 de enero del 1969 hicimos el traslado de Palomar a Comodoro Rivadavia. A partir de entonces se instaló aquí lo que fue el primer Escuadrón de Transporte de Líneas, dependiente del Grupo 1 de Transporte de Palomar. Y desde entonces la Fuerza Aérea, a través de LADE, nunca abandonó la Patagonia”.

Concluidas las palabras del brigadier, tomó la posta el actual jefe de Escuadrón VII, mayor Manuel Funes, quien hizo un racconto de los hitos más importantes del sistema de armas, comenzando con la Operación SKUA, en 1969, que implicó el primer cruce a la Antártica del T-85 hacia la Base Petrel y luego de unos meses a la Base Marambio, la Operación Uspala, en la cual el entonces capitán Olezza aterrizó por primera vez en un glaciar con una aeronave de la Fuerza Aérea, la proeza realizada durante el Conflicto del Atlántico Sur, cuando con el T-82 los pilotos realizaron con éxito el rescate de heridos y el traslado de los restos del teniente Volponi en la zona de conflicto en el Aeródromo Calderón, y por último la aeroevacuación médica efectuada en la Base Orcadas en el 2017 rescatando a un marino gravemente herido.

“Nos quedan desafíos pero siempre tenemos por delante dar una respuesta oportuna a las diferentes necesidades de nuestra comunidad, situación que ha permitido generar un mayor enraizamiento y pertenencia de todos los habitantes de este extremo territorio. El entusiasmo con que el personal se manifiesta en este tipo de tareas, pone al descubierto el sentido de pertenencia del magnífico equipo de trabajo que involucra al mantenimiento, apoyo al vuelo y sostenimiento de la unidad”, afirmó Funes.

Refiriéndose a los alumnos del Curso de Estandarización de Procedimientos para Aviadores de Transporte 2018/2019 dijo: “Algo más de un mes ha pasado y hoy gozan de la habilitación como etapa II en el sistema de armas Twin Otter. Ya han comenzado a adaptarse al estilo de vida del aviador de transporte, sin rutina, pero con el agrado de compartir una cabina con tripulantes que tienen la misma misión y que serán en unos meses más, su propia familia, cuando obtengan la especialidad de pilotos de transporte”.

“Las insignias que complementarán su uniforme en breves momentos, serán las que los identifiquen de acá en adelante como hombres de conocimiento, criterio y sensatez, pero sobre todo, de amor al servicio y abnegación, sacrificio espontáneo de la voluntad que les permitirá cumplir con la misión encomendada, sea cual sea la condición en que esta se ordene. Deléitense del respeto, la subordinación y el encanto que da la vida militar. Siéntanse orgullosos de pertenecer, extiéndanlo a sus familias y seres queridos, esa sensación no tiene sustituto”, enfatizó finalizando su discurso.

Posteriormente, se leyó la Orden de Grupo Aéreo 9 en la cual se habilita a los oficiales cursantes del CEPAT 2018/2019 en la etapa II. El jefe de Estado Mayor General, brigadier general Amrein encabezó la entrega de pañuelos, escudos y diplomas y fue seguido por el comandante de Adiestramiento y Alistamiento, brigadier mayor Alejandro Amoros.

A modo de cierre, la Banda Militar de Música “Capitán Luis Candelaria” ejecutó los acordes de la marcha “Alas Argentinas”, símbolo de la Fuerza Aérea.

Pasajes aéreos de aeronaves Twin Otter coronaron la celebración y todos los invitados y agasajados compartieron un almuerzo de camaradería. Allí, el brigadier general Amrein realizó el tradicional brindis en el que se dirigió especialmente a las nuevas generaciones de pilotos de transporte: “50 años de historia es muy importante. Retengan toda la experiencia, todas las anécdotas, todo el background que les pueden acercar sus instructores y todos nuestros precursores y héroes que hicieron posible estos 50 años de gloria. La Patagonia aún es fértil para nuevos desafíos y para nuevas misiones que forman y capitalizan su experiencia”.
 

BIGUA82

VETERANO DE GUERRA DE MALVINAS
Colaborador
Si el Hércules le parece un galpón con alas, que la próxima se vaya en un crucero 5 estrellas!!!
Le faltaron el respeto al noble TC-61...lo llamaron GALPON CON ALAS!!
Y otras criticas mas...
No hay baños a la vista. Ni fuera de ella. En el Hércules hay un recipiente pequeño sobre una tarima y una pequeña rampa desde donde apuntar, en el caso de los hombres, y desde donde intentar un acercamiento anatómico que es una proeza, en el caso de las mujeres. Una cortina plástica que se pega a la espalda es toda la privacidad. Misión imposible. Debe ser más fácil pilotear el Hércules que usar su baño.

Pero...algo le reconocieron:

El Hércules es un avión de guerra y va “desnudo” por dentro para ser reparado en pleno vuelo ante cualquier contingencia .

Nadie dice lo que hay que hacer. Ni cómo abrocharse los cinturones -que llevan un mecanismo diferente al de los aviones comerciales-, ni de dónde agarrarse. El Hércules no tiene asientos sino una interminable sucesión de caños, lonas, redes, correas y arneses que ofrecen a cada uno la comodidad que pueda conseguir .El techo está desnudo, con todos los cables a la vista. Sólo sobre mi cabeza cuento 16 manojos que corren como venas abiertas desde la cabina hasta la cola del galpón con alas.

 
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DSV

Colaborador
El Gobierno de la Provincia y la Fuerza Aérea Argentina firmaron convenios de cooperación recíproca



NOVIEMBRE 6, 2018
El Gobierno de la Provincia rubricó este martes con la Fuerza Aérea Argentina dos convenios de cooperación recíproca que comprometen acciones específicas de esa fuerza nacional con los ministerios de Gobierno y el de Salud Pública en todo el territorio misionero.

La rúbrica de los documentos se realizó en la Sala de Situación de Casa de Gobierno, con la presencia del gobernador Hugo Passalacqua, los titulares de las dos carteras gubernamentales, Marcelo Pérez y Walter Villalba; el director de Vigilancia y Control Aeroespacial, comodoro Osvaldo José Costas y el jefe del Grupo III de Vigilancia y Control Aeroespacial, comodoro Eugenio Leonardo Almirón

De acuerdo con los términos de uno de los compromisos asumidos, el Ministerio de Gobierno de la Provincia de Misiones, a través de la Policía provincial se compromete a patrullar de manera periódica las inmediaciones del Escuadrón Posadas y la ERSU “San Pedro”, a fin de garantizar la prevención de hechos delictivos que pudieran ocasionar un daño o perjuicio a la integridad física del personal o sobre bienes materiales pertenecientes a la Fuerza Aérea Argentina. A su vez, el Grupo III de Vigilancia y Control del Aeroespacio se compromete a brindar apoyo para las operaciones de búsqueda y rescate, cuando las mismas sean solicitadas por parte de la Policía Provincial, ante un requerimiento derivado de una necesidad de carácter humanitaria, ya sea por acontecimientos producidos por la naturaleza o por el accionar humano.
Con el Ministerio de Salud Pública, se establece que la cartera a cargo de Walter Villalba, a través de los hospitales públicos y/o centros de salud, se comprometen a brindar asistencia sanitaria inmediata al personal destinado en las jurisdicciones militares de la fuerza, poniendo a disposición medios materiales y recursos humanos a fin de garantizar la atención médica necesaria para salvaguardar al personal de la Fuerza Aérea Argentina. En contrapartida, el Grupo III de Vigilancia y Control del Aeroespacio se compromete a brindar ayuda humanitaria con medios que disponga la institución para asistencia en caso de catástrofes, ya sea por acontecimientos producidos por la naturaleza o por el accionar humano.
En ambos casos, el convenio tendrá vigencia entre el día de la rúbrica, martes 6 de noviembre y la misma fecha del años próximo, 2019.


https://misionesonline.net/2018/11/...ina-firmaron-convenios-cooperacion-reciproca/
 

BIGUA82

VETERANO DE GUERRA DE MALVINAS
Colaborador
SOCIEDAD
Varados en la Antártida, capítulo final: la aventura de nuestras vidas
Por Gisele Sousa Dias
7 de noviembre de 2018
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Así amaneció en la Base Marambio. El viento, que en días anteriores había tenido ráfagas de 140 km/h era de sólo 20 km/h. (Foto: Gisele Sousa Dias)
Salí de mi cama cucheta a las 8 de la mañana. En la Base Marambio era la hora exacta de "la formación", por eso Celeste Córdoba -"Primer teniente" de la Fuerza Aérea y mi compañera de cuarto- ya se había ido. Volvió un rato después, yo había dejado la luz prendida pero había vuelto a meterme en la cama: "El día está hermoso -dijo-. Parece que viene el avión a buscarnos".
Es Thomas Khazki -21 años, mi compañero en Infobae– quien me enseña hoy: lo veo ponerse lo primero que encuentra, buscar su valija rígida y salir. Reconozco que nos hemos burlado de él: con ráfagas de viento que han llegado a ser huracanadas, su drone y mi saquito de hilo competían en inutilidad.
Pero Thomy nunca perdió la confianza: había venido a la Antártida a volar el drone y siempre había tenido claro que, en el momento en que el piloto tuviera el viento manso como para aterrizar el Hércules, él iba a tener el mismo viento manso para hacer lo suyo. Lo veo elevar su ave sobre el mar congelado de la península antártica y me emociona. Cuando termina, nos abrazamos.

Thomas volando el drone de Infobae en la Antártida (Foto: Gisele Sousa Dias)

Salió el sol pero la sensación térmica es de 10 grados bajo cero. Tenemos un par de horas para hacer lo que el temporal de viento, niebla y nieve nos obligó a poner en pausa durante seis días. Veo a los pilotos y a los mecánicos del Twin Otter -los que ayer nos hicieron empanadas caseras- preparar el avión para llevarnos a conocer la Antártida desde el cielo.

El Twin Otter a punto de llevarnos a volar (Thomas Khazki)
Contando a la tripulación completa, somos ocho en el pequeño avión con el que usualmente llevan víveres y personas a otras bases. Y lo que se crea es un ambiente de fascinación silenciosa e intimidad. Es difícil explicar con palabras lo que vemos. Y es difícil explicar lo que me pasó en el cuerpo en el momento en el que uno de los tripulantes me convidó un mate.
Pido permiso para desabrocharme el cinturón y grabar desde otra ventana. Me agacho en el espacio mínimo, miro por la ventana y así me quedo durante un rato, sobrevolando la Antártida, arrodillada ante la inmensidad.

La vista desde el avión (Foto: Gisele Sousa Dias)
Miro los bloques de hielo, algunos tienen lagunas en sus techos. Alguien me explica que estos témpanos están sueltos pero que, cuando están mas cerca de la caleta, hay pingüinos en esas lagunas. Vemos la Isla Cockburn, que había estado escondida por la niebla. El mar es azul donde no está congelado y los pedazos sueltos de hielo parecen papelitos en la cancha. Desde acá puedo ver y dimensionar la Base Marambio, a la que íbamos a visitar por dos horas y en la que terminamos viviendo seis días.
Bajamos del Twin y el comodoro Lucas Carol Lugones, el nuevo jefe de la base, nos llama a su oficina. Quiere entregarnos un diploma que certifica que esta es nuestra primera vez en la Antártida. Cuenta que a él le dieron el suyo en 1994 pero era demasiado joven y no le dio importancia. Nos pide que no hagamos lo mismo, que la primera vez es única.

Las lagunas en los techos de los témpanos (Thomas Khazki)
Nos habla del esfuerzo que hacen quienes vienen a mantener las bases argentinas, a "hacer Patria", y nos cuenta que esta mañana sucedió lo que más temen quienes vienen a invernar a la Antártida. A Carlos Cavallero, el pronosticador, le avisaron que había muerto su mamá.
Cruzo a Carlos en un pasillo apenas salgo de la oficina. Quisiera abrazarlo pero vengo aguantando el llanto desde la mañana y tengo miedo de hacerlo quebrar: decidió no volver y se lo ve fuerte.

La despedida, sobe la Isla de Cockburn (Foto: Gisele Sousa Dias)
Me preguntan si estoy contenta de que al fin podamos volver y tardo en contestar: lo estoy, pero también estoy contenta porque haber quedado varados fue lo que nos permitió vivir una aventura así. Camino por una pasarela entre la nieve con mi mochila y veo, a lo lejos, que está llegando el Hércules.
Alguien me grita desde la torre de control y me saca una foto desde allá arriba. Mauricio Laurizi, el jefe del Centro Meteorológico, baja a darme un abrazo. Le digo "gracias", porque lo taladré a preguntas durante todos estos días, y me contesta: "Gracias a ustedes, por contarle a todos lo que hacemos acá". Una amiga me hace notar que parece la despedida de la casa del Gran Hermano.

Nosotros, a punto de subir al Hércules. La aventura de nuestras vidas está por terminar.
Voy al comedor a despedirme de los cocineros y de "las Marías" (los ayudantes de cocina y los que lavan los platos). En el camino, me cruzo a Julián Barreras, el encargado de base. Le digo "gracias por todo" y ya sé que voy a llorar. Me abraza largo cuando se da cuenta. Detrás del abrazo, veo el cartel de madera que cuelga en el comedor de este pedacito de la Antártida:

"Cuando llegaste apenas me conocías, cuando te vayas me llevarás contigo".
 
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