Testimonios de los Protagonistas - Malvinas.

Derruido

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Agonía a bordo de un buque británico

En 1982, Bob Mullen tenía 23 años y era un marinero principal en el destructor británico Sheffield.
El 4 de mayo de ese año presenció el ataque argentino al buque, que finalmente se hundió en el frío Atlántico Sur. En el episodio murieron 20 militares y 24 resultaron heridos.

Mullen se retiró recientemente de la marina y actualmente vive en la ciudad de Portsmouth. En diálogo con la BBC, contó lo que ocurrió cuando el primer barco de la Fuerza de Tareas (Task Force) fue alcanzado durante la guerra de las Malvinas o Malvinas.

Debió ser el mismo día de la invasión cuando nos informaron que seríamos enviados directamente al sur; estábamos regresando a Portsmouth desde el Golfo Pérsico.

"Tan pronto como nos dijeron que iríamos a las Malvinas, todos nos preguntamos: ¿por qué no navegamos hacia el norte?, ¿no están esas islas cerca de las Shetlands?, ¿qué hacen los argentinos en la costa escocesa? y ¿por qué no invadieron un sitio más bello y soleado como Barbados?


En los primeros momentos creo que no fui consciente de las muertes. Vi al mecánico jefe John Strange y a otro hombre siendo trasladados, severamente quemados

"En ese momento nos sentimos algo conmocionados. Era como si hubiéramos sido entrenados como plomeros y nunca hubiésemos reparado una tubería. Teníamos que enfrentar nuestros miedos y así estuvimos hasta que todo estalló.
"Yo era soltero en aquel momento y no tuve oportunidad de hablar con mis padres antes de partir. Mi padre había servido en el ejército, de modo que él y mi madre sabían de qué se trataba. En la primera carta que recibí de ellos, en la isla de Ascención, me dijeron simplemente: 'Cuidate'.

"Sólo había un conscripto a bordo, que tenía apenas 16 o 17 años, por debajo de la edad de reclutamiento. El capitán se convirtió en su custodio legal y hubo un debate sobre si enviarlo o no de regreso a casa, si debía permitírsele o no ir a la guerra.

"Le preguntaron y él respondió: 'Quiero ir'. Y al final hizo un buen trabajo combatiendo el fuego cuando fuimos atacados.

"A bordo del Sheffield yo realizaba diversas tareas en la cubierta, además de vigilar en la sala de observación.

"Lo primero que hicimos fue arrancar las alfombras para evitar el riesgo de incendios. Se quitaron las puertas de los baños porque podían derretirse. Todo el equipamiento que no era esencial fue dejado en Ascensión. La tripulación debió limpiar sus casilleros e incluso se quitaron las cortinas alrededor de las literas. Íbamos a la guerra y debíamos deshacernos de todo ello.



"Me avergoncé de cómo nos trataron cuando regresamos (...) Fuimos descritos como héroes".


"Una de las cosas más divertidas que tuve que hacer con algunos compañeros fue crear códigos para no utilizar lenguaje puro en las comunicaciones radiales. Hubo un buque argentino que fue bautizado como 'Tetera'. Otros fueron llamados 'Barra de Mars' y 'Freno de mano'.

"Había excitación a bordo del Sheffield y creo que no sabíamos exactamente en qué nos metíamos. Nadie pensaba que la guerra llegaría tan lejos.

"El 1º de mayo cruzamos la zona de exclusión [declarada alrededor de las islas por Londres]. En ese punto nos dimos cuenta de que la situación era realmente seria.

"El primer hecho serio fue el hundimiento del crucero General Belgrano. Yo estaba de guardia en ese momento y vi una señal de flash, la más importante en la comunicación naval.

"Supimos que el buque argentino había sido torpedeado. Todos festejaron: '¡Sí! Ahí tienen lo suyo'.

"Pero después el teniente primero Mike Norman se metió en medio del festejo y dijo: 'Ellos (los argentinos) son marinos como nosotros. A cientos de millas hay unos 500 hombres nadando en el agua y tratando de sobrevivir. Pueden estar muertos o congelados. Y mañana podemos ser nosotros.

"Honestamente, no pensábamos en las vidas a bordo de ese barco. Para nosotros el hundimiento del Belgrano significó una amenaza menos. Era sólo un nombre. Y supongo que el piloto que disparó el misil Exocet sintió lo mismo.



El impacto, lejos de mí, produjo un ruido apagado, extraño; no sonó como una explosión

"El día del ataque era calmo y soleado. Yo estaba fuera de servicio, tratando de dormir dos cubiertas abajo en la popa. El impacto, lejos de mí, produjo un ruido apagado, extraño; no sonó como una explosión.

"En pocos segundos comenzó a salir humo negro. Tratamos de sumarnos al esfuerzo de quienes combatían el incendio y me pregunté: '¿Qué estoy haciendo acá? No sé qué nos impactó. ¿Fuimos torpedeados? Estoy dos cubiertas abajo y no sé si nos estamos hundiendo'. Subimos y vimos humo saliendo de un agujero de medio metro. Nos dimos cuenta de que había sido un Exocet.

"Comprobamos aliviados que el hoyo se encontraba por encima de la línea del agua y pensé que sólo seguíamos flotando porque el misil no había detonado.

"En los primeros momentos creo que no fui consciente de las muertes. Vi al mecánico jefe John Strange y a otro hombre siendo trasladados, severamente quemados. Luego vi el cadáver de Dave Briggs, que murió asfixiado.

"Las siguientes cinco horas parecieron transcurrir en 20 minutos. La pintura del barco fue una de las primeras cosas que lanzamos por la borda, por temor a que se prendiera fuego. Pero cuando el calor se acercaba a la cubierta, comenzamos a arrojar también las municiones.


"El capitán Sam Salt dirigía todo. Tenía mucha experiencia y era respetado. Era una figura paternal: todo lo que decía y hacía era sacrosanto. Pero estaba conmocionado, lo veíamos en su rostro.

"El único momento en el que estuve asustado fue cuando yo y otros dos compañeros nos hallábamos solos en una pequeña sala con maquinaria. Se cortó la energía y escuchamos crujidos, sonidos que el buque nunca había emitido.

"Cuando estábamos rodeados del resto de la tripulación nos dábamos coraje unos a otros. Pero cuando nos quedábamos solos, la cabeza comenzaba a jugarnos una mala pasada.

"El fuego continuó y cuando se acercaba al sector donde había potentes explosivos, se tomó la decisión de abandonar el Sheffield.

"Lo más horrible de dejar un barco es que todo lo que uno tiene está allí. Es como mirar desde afuera cómo se quema la propia casa. La vida entera está ahí. Una de mis tareas era vigilar la línea que vinculaba el buque que nos rescató, el Arrow, con nosotros. Cuando mis compañeros pasaron al otro barco, me saludaron gritando: '¡Adiós, Bob! Fue un gusto conocerte'.

"Después de ser llevados a Ascención nos dirigimos a Brize Norton. Me avergoncé de cómo nos trataron cuando regresamos. En los diarios fuimos descritos como los héroes del Sheffield. Pero no nos sentíamos así. Es que habíamos perdido nuestro destructor".

Fuente: BBC.
 

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Las últimas horas del Belgrano
Testimonios inéditos de la tragedia de la guerra de 1982 que costó 323 vidas

"Venía por el pasillo y sentí un impacto fuertísimo y una explosión. Se movió todo. El piso temblaba. Estaba oscuro. El silencio era total. Después, escuché una voz que decía: "Tranquilos, tranquilos que no pasa nada..."."

Eran las 16.1 del domingo 2 de mayo de 1982, y para el conscripto santafecino Hilario Rodríguez, de 19 años, y los otros 1092 tripulantes del crucero ARA General Belgrano, acababa de desatarse el infierno.

Aunque aún no lo sabían, el sacudón y la explosión posterior los había provocado el impacto de dos torpedos MK8 lanzados por el submarino nuclear Conqueror, de la armada británica.

El viento soplaba a 120 kilómetros, las olas medían 12 metros, la temperatura era de 10 grados bajo cero, con menos 20 de térmica, y la del agua, de casi cero grado.

Estaban en medio del Atlántico Sur, al este de la isla de los Estados y al sur de las islas Malvinas. Para las cartas navales, a los 55º24'S y 61º32'W.

El crucero sería la primera víctima en la historia de un submarino nuclear, y en su caída a 3000 metros de profundidad arrastraría a 323 tripulantes, y a las últimas, desesperadas negociaciones políticas para impedir la guerra.

* * *

El ataque sorprendió a todos. Fue tan fugaz -entre un impacto y otro hubo sólo 30 segundos- y terminante: en menos de una hora, el crucero, una mole de 13.500 toneladas, 185 metros de largo, 18 de ancho y 37 de alto, se fue a pique.

La posición del Conqueror en el momento de la agresión era óptima: estaba diez kilómetros al sur de su blanco, y en sus radares debe de haberse visto nítido el perfil del crucero.

Según el comandante del Belgrano, el capitán de navío Héctor Bonzo, "la velocidad de los torpedos era de unos 40 a 45 nudos (unos 60 kilómetros) por hora, y no se vieron las estelas por dos razones: venían a cinco metros de profundidad y el mar estaba encrespado".

Las evaluaciones posteriores determinaron que la cabeza del primer proyectil, el que a las 16.01 dio en la sala de máquinas de popa, ingresó dos metros dentro del buque antes de explotar, haciendo un boquete de 20 metros de largo por 4 de ancho.

La onda expansiva abrió una chimenea de quince metros de alto, que atravesó cuatro cubiertas y deformó la quinta, que era la principal.

Por el rumbo abierto por el torpedo, el Belgrano embarcó en segundos 9500 toneladas de agua.

El segundo proyectil dio en la proa treinta segundos después. Varios testigos vieron cómo se elevaba con violencia una columna de agua y hierros, y al caer habían desaparecido 15 metros del buque.

Este impacto no causó víctimas, y tal vez ni siquiera fue necesario: "De los 323 muertos del Belgrano, creemos que 270 murieron durante el primer impacto", cuenta Bonzo.

* * *

¿Cómo hizo el Conqueror para descubrir al Belgrano? Por ahora nadie lo sabe, y sólo se manejan hipótesis. Las dos más concretas son:

Que la base naval chilena de Punta Arenas haya transmitido la posición del crucero al agregado militar británico en Santiago.

Que algún espía británico en Ushuaia haya informado la salida del buque el 24 de abril e inferido su ruta, que hasta entonces era secreta.

En un caso u otro, lo cierto es que el 25 de abril el submarino estaba en la zona de Georgias, donde fue detectado por los comandos del grupo Lagartos de la Armada Argentina.

Al mando estaba el teniente Alfredo Astiz, y el aviso sobre la posición del Conqueror fue su última (¿única?) acción de guerra: al día siguiente firmaba su rendición ante el capitán inglés Nicholas Baker.

Para el 1º de mayo, el submarino ya había llegado al este de la Isla de los Estados, y desde allí observó por periscopio el abastecimiento del crucero en alta mar.

La cacería había comenzado.

* * *

El Belgrano tenía su historia.

Botado en Arizona el 12 de marzo de 1938 como Phoenix, sirvió a la Armada de los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial.

El 7 de diciembre de 1941 estaba en Pearl Harbor cuando la base fue atacada por los japoneses. El buque respondió el ataque, no fue alcanzado por las bombas, y desde entonces peleó en el Pacífico y en el Indico.

En marzo de 1946 fue desafectado de la flota norteamericana, y en 1950 fue comprado por la Argentina en 4 millones de dólares. El 12 de abril de 1951 izó por primera vez la bandera de nuestro país, y desde entonces pasó a llamarse 17 de Octubre.

El 16 de septiembre de 1955 el crucero se encontraba en Golfo Nuevo, con el resto de la flota sublevada contra el peronismo, y desde allí se desplazó hacia Buenos Aires.

Dos días más tarde, el buque llegó al Río de la Plata enarbolando la insignia del comandante de la Marina de Guerra en Operaciones, el almirante Isaac Rojas, que había constituido su comando a bordo.

Finalmente, el 22 de septiembre de 1955, un mes después de la caída del peronismo, el buque pasó a llamarse General Belgrano, "dada la inconveniencia de mantener en las unidades navales nombres de personas o hechos cercanos en el tiempo".

* * *

Para el 29 de abril de 1982, la flota argentina había sido dividida en tres grupos de tareas que operaban en el Atlántico Sur.

El GT3, ubicado en cercanías de la Isla de los Estados, lo integraban el Belgrano, los destructores Piedra Buena y Bouchard y el buque tanque de YPF Puerto Rosales.

El plan táctico para el Belgrano era acercarse a Puerto Argentino desde el Sur, para envolver a la fuerza británica que había comenzado a bombardear la posición.

La maniobra debía coincidir con el bombardeo de los aviones navales desde el Norte, pero en la tarde del 1º de mayo se suspendió: insólitamente, en la zona no había viento y los aviones no podían despegar.

En la madrugada del 2 de mayo, el contralmirante Gualter Allara había ordenado el repliegue de los buques. La instrucción al Belgrano fue dirigirse a posiciones de menor profundidad (no más de 120 metros) para evitar la presencia de los submarinos nucleares.

El viejo barco navegaba solo, y el Piedra Buena y el Bouchard lo seguían a unos diez kilómetros al Este, con las transmisiones de radio cortadas, haciendo escucha hidrofónica.

Se había pasado del alistamiento de batalla, una especie de alerta rojo, a la situación de crucero de guerra: sólo un tercio de la tripulación estaba en sus puestos de combate. Otro tercio descansaba, y el restante trabajaba o comía. El menú de esa noche no habría desesperado a los gourmets: habría albóndigas con papas hervidas.

* * *

El buque había dejado Puerto Belgrano el 16 de abril, 14 días después del desembarco de las tropas argentinas en Malvinas.

Aunque la invasión se había iniciado el 2, el crucero estaba en mantenimiento y no pudo sumarse enseguida a la operación.

¿Era apto el Belgrano para estar en la primera línea de combate?

Su comandante, el capitán de navío Héctor Bonzo, es terminante: "Era un buque absolutamente operativo. Hasta 1981 había ganado el premio del diario La Prensa al mejor tiro de combate de la Flota de Mar. Estaba equipado con misiles antiaéreos CA-Cat y tenía una coraza de acero de 2,5 centímetros de espesor. La tripulación estaba perfectamente entrenada y el buque se modernizaba año tras año".

Otras fuentes tienen opiniones diferentes. Un alto jefe militar, con participación en la Guerra de Malvinas, dijo a La Nación: "El Belgrano no estaba en condiciones de combatir. Lo prudente hubiese sido que se quedara en el puerto".

* * *

En rigor, el Belgrano nunca entró en combate, pero se convirtió en una trampa para todos sus tripulantes.

Tres pequeñas (y milagrosas) historias de la tragedia.

La primera, en la cantina. El crucero llevaba a dos cantineros que eran hermanos: los santiagueños Heriberto y Leopoldo Avila. Eran los únicos civiles a bordo, y poco antes de abandonar Puerto Belgrano se les había comunicado que el buque entraba en operaciones, y que tenían derecho a permanecer en tierra. No quisieron.

Cuando ocurrió el ataque, "uno de ellos subió a cubierta, pero no quiso tirarse al bote salvavidas porque el otro no estaba. Como no venía, lo fue a buscar, y ninguno de los dos regresó", cuenta Bonzo.

La segunda, en la enfermería. Hacía tres días que al conscripto Eduardo Lamaestre lo habían operado de urgencia por apendicitis aguda.

En medio de la confusión, se vistió, agarró el salvavidas que le alcanzó un compañero, un bolso azul con elementos de primeros auxilios y provisiones, y se embarcó en una de las balsas. Se salvó, y hoy vive en Bahía Blanca.

La tercera, en el sollado. A Walter Morales le faltaban 10 días para terminar la conscripción. En el momento de la explosión estaba en su cucheta, esperando para ir a comer.

"Cuando iba al puesto de abandono me crucé con un compañero quemado. Era el cabo Ramón Escobar. Lo llevé a mi balsa, lo ayudé a embarcar y después me tiré yo." Escobar, con quemaduras en casi todo el cuerpo, murió en la balsa antes de que el destructor Piedra Buena pudiera rescatarlo. El oficial a cargo ocultó la muerte a los demás: "Se quedó dormido", les dijo.

* * *

El intento por salvar al cabo Escobar daría pie a una foto escalofriante que dio la vuelta al mundo: la del Belgrano, escorado a estribor, sin proa, rodeado de balsas y a punto de hundirse.

El improvisado fotógrafo fue el teniente de fragata Martín Sgut. Hoy, 18 años después, dice:

"Al recibir la orden de evacuar fui al puesto que tenía asignado. Allí estaba Escobar. Como lo vi sin ropas, volví a mi camarote a buscar algo con qué cubrirlo y en medio de la oscuridad encontré mi campera. La llevé a la balsa, y mientras lo tapaba noté que había algo en un bolsillo. Era una cámara pocket con la que había sacado unas fotos en Ushuaia. Unos minutos más tarde, simplemente me asomé y disparé las últimas fotos que quedaban en el rollo. Después, al llegar a Ushuaia, entregué la cámara con el rollo a mis superiores. Era el testimonio de la muerte de más de 300 camaradas."

Una semana más tarde, un oficial que no quiso identificarse citó al fotógrafo Don Rypka, enviado especial de la agencia norteamericana de noticias United Press, al hotel Plaza de Buenos Aires.

"Cuando llegué, puso sobre una mesa las fotos del Belgrano hundiéndose, y me dijo que costaban 10.000 dólares", cuenta Rypka, hoy editor fotográfico de La Nación.

El fotógrafo se negó a comprarlas porque el día antes, por 200 dólares, habían sido vendidas a su competencia, la agencia Associated Press.

* * *

Al segundo comandante del Belgrano, el entonces capitán de fragata Pedro Galazi, el buque le venía como anillo al dedo: habían nacido el mismo día, el 12 de marzo de 1938.

Sobrevivió a su barco y fue uno de los más de 700 hombres que alcanzaron las balsas salvavidas y que terminaron siendo los involuntarios (aunque afortunados) protagonistas de una de las mayores operaciones de rescate naval de todos los tiempos.

"En la balsa éramos 32 hombres. Casi no nos podíamos mover y estábamos acurrucados unos contra otros. Eso nos salvó del frío y nos salvó la vida: la mayoría de quienes murieron en las balsas, murieron congelados. En aquellas horas, el combate era con el mar."

El tenor Darío Volonté tenía 18 años y era cabo en el Belgrano. También se salvó a bordo de una balsa. "La evacuación fue tranquila pero tremenda. Había gente herida, que gritaba y lloraba. Yo sentía que se me movían las tripas y el piso. Había gente con ataques de pánico, otros que cantaban o contaban chistes..."

* * *

El crucero General Belgrano parece haber tenido una relación mágica con los domingos.

Fue domingo el 7 de septiembre de 1941, cuando el ataque a Pearl Harbor; fue domingo el 19 de agosto de 1945, cuando regresó a su base después de la Segunda Guerra Mundial, y fue domingo el 2 de mayo de 1982, cuando se hundió en aguas del Atlántico Sur.

El hundimiento arrastró también las últimas esperanzas de una solución negociada a la Guerra de Malvinas.

El presidente peruano, Fernando Belaúnde Terry, había propuesto la administración multinacional compartida de las islas y los archipiélagos de Georgias y Sandwich del Sur, y la propuesta había sido aceptada por el gobierno argentino, Estados Unidos, Alemania, Italia y Canadá.

El gobierno británico había prometido su respuesta para las siete de la tarde del 2 de mayo, pero contestó antes, a las 16.01, con los dos torpedos del Conqueror.

* * *

El reglamento para los capitanes de buques los autoriza a utilizar sus armas para mantener el orden en situaciones de crisis. El capitán Héctor Bonzo no tuvo necesidad de usarla: cuando abandonaba su barco en medio de la tempestad, la pistola se le había caído al agua.

http://www.redargentina.com/malvinas/nacion4.htm
 

Derruido

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El piloto que hundió el Sheffield

Escribe el enviado especial de la BBC a Buenos Aires, Maximiliano Seitz.

"A los familiares de los que murieron en el destructor Sheffield les diría que lamento muchísimo haber sido uno de los causantes de su dolor, que seguramente lo tuvieron y muy grande".

Así reflexiona el capitán de navío retirado Augusto Bedacarratz sobre su participación en la misión que hundió el buque británico con misiles Exocet durante la guerra de las Malvinas o Malvinas, en un episodio clave del conflicto.

En la acción que él lideró, ocurrida el 4 de mayo de 1982, murieron 20 marinos y otros 24 resultaron heridos. El Sheffield terminó de entregarse a las aguas seis días después de ser alcanzado.


Bedacarratz asegura que no considera su acción como un acto heroico.

Para el Reino Unido se trató del primer buque militar hundido en combate tras la Segunda Guerra Mundial. Además, el ataque complicó las operaciones aeronavales de Londres en el Atlántico Sur, según reconoció el entonces jefe de la Fuerza de Tareas (Task Force), el vicealmirante Sandy Woodward.

Bedacarratz -hoy un empresario de 58 años, casado y con tres hijos- recuerda en una entrevista con la BBC que el azar quiso que él encabezara la misión.

"El 4 de mayo nos despertaron temprano con la orden de que teníamos que realizar la operación, para la cual nos habíamos preparado durante semanas", explica.

"Un avión explorador que había despegado a las cinco de la mañana ya había detectado el blanco. En ese momento la pareja de pilotos que estaba de turno éramos el teniente Armando Mayora y yo. Rápidamente nos alistamos para salir".

Sin tiempo para el temor

Los pilotos argentinos pertenecían a la Escuadrilla Naval de Caza y Ataque, que poseía aviones franceses Super Etendard y tenía su base en Río Grande, Tierra del Fuego, en el sur de Argentina.

Según Bedacarratz, el día de la misión era imposible detenerse en las propias sensaciones más allá de la tensión:

"Trabajamos en silencio, muy concentrados en los pasos por seguir. Eran tantos los preparativos que no había tiempo para el temor y la angustia, a pesar de que la operación era altamente peligrosa y nunca antes habíamos disparado misiles Exocet".

Una vez que los dos Super Etendard despegaron, en condiciones climáticas adversas, los pilotos no dialogaron hasta que detectaron por radar la formación de buques británicos, que se encontraban a 20 millas náuticas y por lo tanto eran invisibles para ellos.

"Ahí rompimos el silencio, intercambiamos información y di la orden de lanzar -recapitula Bedacarratz-. El misil que yo llevaba salió cuatro segundos después de que apreté el botón.

"Ese lapso fue terrible para mí, porque me pareció una eternidad. Mayora no había escuchado mi orden, pero al ver que yo lancé el Exocet él también lo hizo".

Bedacarratz dice que, para él y su compañero, todo ocurrió velozmente, casi mecánicamente, con una sola cosa en mente:

"Al apretar el botón no nos pusimos a pensar en las muertes que podíamos causar. No es que fuéramos insensibles; sólo estábamos tratando de cumplir una misión, de neutralizar un buque que nos estaba complicando. No teníamos nada personal contra nadie".

¿Héroes?

Enseguida se olvidaron de los misiles, giraron y procuraron regresar a la base. Pero antes volaron en dirección a la Antártida para despistar al enemigo, a máxima velocidad y a 15 metros del mar, algo sumamente riesgoso.

Si me preguntan, no sé exactamente cuántas personas murieron ni cuántas resultaron heridas. Prefiero no pensar en eso. Ojalá se hubiera hundido el buque sin pérdida de vidas".

"No sabíamos con certeza si habíamos dado en el blanco. Era probable que así fuera, a no ser que los británicos hubiesen interceptado los misiles. La confirmación nos llegó mucho después. Ojalá se hubiera hundido el buque sin pérdida de vidas".

"Cuando llegamos a la base nos recibieron con una alegría muy especial. Festejamos por el éxito técnico de la misión, porque logramos lanzar los Exocet", cuenta Bedacarratz


Bedacarratz asegura que ni hoy ni en aquel momento ha considerado el ataque al Sheffield como un acto heroico.

"Sigo sosteniendo que nuestro logro fue más bien técnico, porque conseguimos emplear un sistema de misiles de punta. Tratamos de cumplir con aquello para lo que nos habíamos preparado y actuar profesionalmente", insiste.

Tanto es así que, al parecer, desde las Malvinas su vida personal apenas ha cambiado, como si no hubiera participado en aquel capítulo de la guerra.

"Sigo siendo el mismo -afirma-, pero con otra ocupación".
 

Derruido

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RELATO EXTRAIDO DEL LIBRO: "COMANDOS EN ACCION" -I J Ruiz Moreno

Los Comandos argentinos despertaron muy temprano, aún oscuro. ¡ Estaban nuevamente sin frío después de haber dormido secos, recuperados físicamente; y mientras desayunaban con chocolate caliente y galletitas, comentaron lo que hubieran sufrido de haber permanecido en Monte Simons. Concluido el refrigerio todos comenzaron a alistar sus equipos, ya con buen ánimo para soportar otra jornada de marcha. Eran las ocho y empezaba a clarear
En ese momento oyeron ruido de helicóptero. Algunos especularon en un rescate anticipado: no estaban muy lejos de la capital era el día señalado el tercero de su misión- para ser recuperadas, y la zona era la probable. No era creíble que se tratara de un aparato británico; pero alguien acotó que los argentinos no volaban sin luz. Paso cerca, a unos cuatrocientos metros, y el sargento primero Pedrozo observó:
-Me pareció ver que no tiene la franja amarilla.
A causa de la bruma poco se distinguía, ni aun recurriendo a los visores nocturnos, y sólo se oían los motores · que al rato cesaron. Reinaba incertidumbre, pero se aceleraron los preparativos para abandonar el edificio. El capitán Vercesi, ya con su correaje colocado aunque sin la mochila puesta, se hallaba en la cocina, y echando rodilla en tierra, intentó comunicarse por radio. En el segundo piso el teniente Espinosa recorría el horizonte con la mira telescópica de su fusil. De pronto exclamo:
-¡Me parece que hay gente que viene avanzando!
No, mi teniente - opinó el sargento primero Helguero-, deben ser ovejas, que hay muchas por acá.
Un lúgubre presentimiento dominó a Vercesi. A su lado se hallaba el Sargento primero Sbert, a quien mucho apreciaba por haber compartido varios destinos anteriores, y ante la extrañeza de este, le tendió la mano:
-¡Suerte, Turco!
Los elementos del M. and A. W Cadre (Cuadro de guerra para la Montaña y el Artico) descendieron del helicóptero a mil metros de la posición argentina. El capitán Boswell colocó a los siete hombres de su grupo de apoyo comandado por el teniente Murray a ciento cincuenta metros de la casa, mientras con los doce del grupo de asalto la contorneó hacia el sur-este, protegido por una elevación. "Como son tropas especiales'', pensaba, seguramente tienen centinelas afuera''. El Sargento McLean, del grupo de apoyo, se aproximó a Boswell para transmitirle una sugerencia del teniente Murray: con pedazos de turba habian moteado sus uniformes para avanzar más disimulados, por cuanto estos oscuros sobre la nieve, los anunciarían a un centinela alerta. El capitán era consciente que el suelo por donde se movían estaba dominado por una ventana del piso superior, como un ojo que los vigilara''.
Cuando Rod Boswell consideró que estaba suficientemente cerca de casa y a la vista de su grupo de apoyo, dio orden de "calar bayonetas''. El sargento Stone musitó:
-Es un engaño: no hay nadie allí.
Ante el anuncio del teniente Espinosa del avance de hombres no identificados, el sargento primero Castillo subió la escalera: efectivamente distinguió bultos, pero sin precisar su naturaleza, pese a que ya se había levantado el sol y la claridad permitía distinguir mejor el campo. De pronto un haz de luz resplandeció sobre una de las presuntas ovejas: un soldado británico reflejaba el sol en el anteojo de campaña con el cual quiso observar mejor la casa.
-¡Ingleses! Ahí vienen!- fueron los instantáneos gritos que resonaron dentro.
Automáticamente el teniente primero Gatti, el radiooperador, sacó sus claves e instrucciones del bolsillo y las quemó. Todos se pusieron en movimiento para salir, Castillo gritó a Espinosa, mientras se abalanzaba hacia la escalera:
-¡Vamos mi teniente!
este le replicó:
- ¡No, yo me quedo! De acá tengo más campo de tiro!
En el mismo instante que abría el fuego, la casa tembló por la explosión de un proyectil antitanque Carl Gustav. y comenzaron los disparos de ambas partes. Los ingleses se incorporaron y avanzaron corriendo; varios de ellos utilizaban lanzacohetes descartables Law de 66 mm y fusiles lanzagranadas M-79 de 40 mm. Vibraba la estructura de la casa por los impactos sobro sus chapas exteriores, y cantidad de balas atravesaban las endebles paredes de madera.
Los Comandos argentinos no vacilaron en abandonar el edificio para luchar mejor desde el exterior. El capitán José A. Vercesi logró llegar corriendo hasta un alambrado colocado antes del arroyo, allí tomó posición de pie - no atiné a tirarme al suelo- y comenzó a hacer fuego y a recibirlo.
Salimos entre los dos, yo te apoyo - avisó el sargento primero Omar Medina al teniente Martinez. Al hacerlo, este último sintió que lo golpeaba fuerte en la espalda una granada caída dentro de la casa, y cayó al suelo. Comenzó a arrastrarse. El impacto había sido en la cocina, volteando un panel sobre Medina, al que tiró aturdido contra la pared. Pero también pudo salir y quedó contra un ángulo exterior, al lado de una ventana, oyendo los disparos y gritos.

El sargento primero Castillo se precipitó escaleras abajo, y al pisar el último escalón sintió la explosión de un cohete detrás, que destrozo e incendió la escalera. El humo comenzaba a invadirlo todo. Luego de Castillo quiso abandonar el edificio Helguero. pero una granada que explotó en la puerta, entre ambos, lo hirió en el pecho arrojándolo hacia adentro sobre Pedrozo, que venia atrás.

Una granada lanzada con fusil M-79 penetró por la ventana del piso superior, matando instantáneamente al teniente Espinosa. El estallido aturdió a Brun y Gatti, que estaban allí: un acre olor a pólvora se sintió en forma penetrante. La llamarada. el ruido y la sensación de vacío que produjo conmocionó a los dos oficiales sobrevivientes por unos instantes. La casa temblaba por los tiros y ya comenzaba a arder. Gatti se recobró del shock causado por la onda expansiva, tomó su fusil y fue hacia la escalera: ésta no existía, era un completo aro de fuego hasta abajo. Sin pensarlo saltó por medio de él.
El teniente primero Brun, al tiempo que Espinosa caía hacia atrás ensangrentado, sintió una esquirla que le cortaba la frente. Supo que la próxima explosión no lo perdonaría, e instantaneamente tomó su decisión: se zambulló a través del traga luz
A medida que caía podía oír los balazos que pegaban contra la pared enchapada. Cayó desde una altura no menor de cinco metros, procuran do cubrirse la cabeza, pero recibiendo tan fuerte golpe que quedó completamente aturdido. A merced a su excelente estado físico y a la inmediata reacción no fue muerto en esa oportunidad. A un tremendo dolor en la frente y en la cabeza toda se sumó que no veía bien: ; Dios mío perdí un ojo!, Pensé en el acto, aunque la falta de visión habrá sido producida por la pólvora que le quemó la cara, o la sangre que le caía en la frente.
Los Comandos argentinos hablan logrado en su mayoría abandonar Top Malo House. La abnegación de Espinosa, que con su resistencia atrajo el fuego enemigo hacia el segundo piso, y la reacción de aquellos de salir para combatir sorprendiendo a la tropa británica, habían impedido el total aniquilamiento de la patrulla. En forma descuidada disparando de pie con sus pistolas ametralladoras y lanzagranadas desde la cintura, sin cubrirse, los ingleses posiblemente no tuvieron en cuenta el impulso de la sección de Comandos.
Estos avanzaron corriendo hacia el arroyo, al tiempo que tiraban con sus fusiles. Las balas enemigas pegaban en el suelo siguiendo sus huellas. El teniente primero Brun pudo hacer algo más de cincuenta metros hasta que cayó sentado, atontado, sintiendo un constante zumbido en su cabeza a consecuencia de su violento golpe, De pronto vio venir derecho hacia él una granada: en forma instintiva la alejó con su mano al llegar, a tiempo que tornaba la cabeza. La granada explotó muy cerca, cubriéndole de esquirlas la espalda, y averiando su fusil. Brun sacó la pistola e hizo fuego contra un escalón británico que divisaba, pero a los pocos disparos se le trabo tomó entonces una granada y la tiró, pero por la conmoción sufrida olvidóse de quitarle el seguro. En esos momentos un tiro hizo impacto en su pantorrilla derecha.
EI teniente primero Gatti también había podido salir, llegando ileso a una zanja situada doscientos metros abajo de la casa, antes de alcanzar el arroyo Malo. Cerca del capitán Vercesi Gatti disparaba arrodillado. mientras veía cómo la munición enemiga levantaba el barro a su alrededor.
El teniente primero Horacio Losito estaba herido: al abandonar el edificio en medio del humo que lo envolvía y las balas que lo atravesaban, dirigiéndose por la cocina hacia el porch para alcanzar el arroyo, una granada había reventado contra la pared dos metros atrás, derribándolo ensordecido y lastimado en la cabeza. Un golpe quemante, un ardor fuerte, pero seguía dueño de sus movimientos. La sangre le caía detrás de la oreja y por la mejilla un grupo de cuatro ingleses ubicados a no más de veinte metros lo dieron por muerto y continuaron accionando sus lanzagranadas contra la casa sin prestarle más atención. Entonces Losito se levantó y medio agazapado vació contra ellos un cargador en automático: un soldado cayó tocado en una pierna y el resto echó cuerpo a tierra. El oficial argentino emprendió carrera hacia el arroyo, cambiando de posición y disparando a cada rato, perseguido por los proyectiles enemigos; esperaba a cada instante un tiro en la espalda. Era intención de Losito cruzar el curso de agua y trepar por la altura del frente - la casa estaba ubicada en una hondonada-, pero unos cuatro metros antes de alcanzar el Malo encontró la zanja decidió ocuparla. Al darse vuelta para hacer nuevos disparos, un impacto en su muslo derecho lo volteó de espaldas en la zanja. Herido dos veces, rodeado de enemigos que avanzaban haciendo fuego y sin posibilidad de reaccionar, se dio por muerto:
-¡Cristina. no voy a poder volver! -exclamó en voz alta.
El sargento primero Medina estaba resguardado en una esquina del edificio, cuando por encima dejas explosiones, oyó que arriba de él se rompían vidrios y vio tirarse a un hombre: era Brun. Un soldado inglés se aproximaba gritando; le hizo fuego y lo abatió. El suboficial enfermero Pedrozo y el sargento primero Helguero pudieron zafarse de la casa en llamas y abandonarla a través de una ventana, cayendo aturdidos por los estampidos, mas luego echaron a correr. A los quince metros Helguero se desplomó herido en el pecho. Omar Medina se dio cuenta que quedaba solo y que el enemigo estrechaba el cerco. Con la protección que le brindaba el fuego que el sargento primero Sbert hacia, alcanzó la zanja donde sus compañeros estaban tirados, y arrodillándose comenzó a disparar:
Los británicos se aproximaban a ellos, y estaban a cincuenta metros cuando Medina pudo hacer impacto en un inglés, al cual siguió tirándole ya caído por ignorar si había muerto, De repente Medina sintió un golpe en su pierna izquierda, que no creyó herida por no sentir dolor al tiempo que una granada reventaba tras de si matando a Sbert, Retrocedió Medina y pudo derribar a otro soldado enemigo. Pero la patrulla de Comandos estaba completamente aferrada.
Es indudable que a posición argentina pudo haber sido eliminada sin correrse riesgo atacándola con cohetes y bombas desde el aire. Quizá el M. and A. W Cadre haya imaginado que luego de sus primeros disparos, los refugiados en Top Malo House se rendirian que no saldrían a combatir afuera; pues lo cierto es que permitiéndoles abandonarla sin estar, rodeada por, completo -comenzaron a hacerle fuego desde un flanco mientras avanzaban- los militares argentinos opusieron una enérgica resistencia que ocasionó varias bajas al equipo de Boswell. Una "fiera y breve batalla'', la califican Hastings y Jenkins.
Con todo, por más ardoroso que fuera su ánimo, la primera sección de la Compañía 602 no tenia escapatoria. Ignoraban quienes calculaban poder replegarse cruzando el arroyo, que detrás de éste ocultos en la elevación que lo dominaba, permanecía al acecho la patrulla del Teniente Haddow que diera aviso, de la presencia de los Comandos.
EI teniente Daniel Martinez había guarecido en el cobertizo del fondo, arrastrándose en dirección al agua · en medio de los proyectiles que le pasaban por encima o pegaban cerca de él, disparó contra un par de soldados que iban corriendo, obligándolos a tirarse al suelo, Martinez notó que los ingleses tenían dirigida su atención a la zanja cercana al arroyo donde sus compañeros, en línea, respondían al ataque. Mientras tanto, un británico salió velozmente del depósito de atrás, disparándole, pero Martinez le abrió con una ráfaga de FAL y cayó a tres metros de distancia.
El fragor del combate se aumentaba por el ruido de las municiones que explotaban dentro de la casa en llamas.
El teniente primero Losito, caído sobre el extremo de lo precaria trinchera había podido observar cómo Medina se movía hacia Sbert al ser éste muerto por el estallido de una granada; y sabiendo que él también iba a sucumbir, reinicio sus disparos medio agazapado como estaba, dificultosamente, A veinte metros por, la derecha avanzaban dos ingleses con sus boinas verdes, a paso ligero, disparándole con sus pistolas ametralladoras Sterling: Losito derribó a uno de ellos, un hombre grande y rubio que recibió el impacto en el estomago y cayó hacia atrás.
En la otra punta de la línea, el capitán Vercesi vio llegar a donde estaba al teniente primero Brun, cubierto de sangre de la cabeza a los pies, quien cayó a su lado. Detrás de los tiradores británicos que avanzaban en cadena, pudo distinguir que cerca de la casa el enfermero, sargento primero Pedrozo arrodillado para cubrir a Helguero, agitaba un trapo blanco indicando que allí habla un herido y que no combatía. El jefe de la sección miró a Brun "con sus heridas espectaculares" y le dijo:
-Esto no va más...
El oficial le hizo eco:
-No, no va más.
Entonces el Capitán levantó su fusil ordenando cesar la lucha. con un setenta por ciento de bajas, no tenia sentido proseguir la briosa resistencia; sólo quedaban ilesos él mismo, Gatti y los sargentos primeros Castillo y Pedrozo. El teniente primero Gatti lo imitó:
-¡Alto el Fuego!, ¡alto el fuego!.
Miguel Angel Castillo no se conformó, e instaba:
-¡Todavía no se entregue, mi capitán!
No muy lejos, tirado en la zanja, Losito podía observar que continuaban rebotando impactos en torno a su compañero. posiblemente porque algunos ingleses no se habian percatado del gesto, y gritó desesperado:
-¡Gatti, cúbrase; no se rindan. carajo. porque nos van a matar!
-Mi teniente primero -le contestaba aquél-, no tire más que estamos totalmente rodeado
Horacio Losito no cejó. Dispuesto a morir peleando se preparó para disparar al otro soldado de la pareja que se le acercara, pero ya no pudo hacerlo: la pérdida de sangre se lo impidió y se derrumbó de espaldas al pozo. Plenamente conciente todavía, pudo ver que el enemigo, un hombre bajo, morocho de bigotes, se paraba con sus piernas abiertas sobre el borde apuntándole con su pistola ametralladora. un instante fugaz se encomendó a Dios, esperando morir rápido. Volvió a levantar los ojos y el ingles le intimó:
-¡Upyour hand!, ¡upyour hand! (Arriba las manos).
Losito estaba muy débil y el inglés lo notó: dejó su ametralladora, y quitándole el fusil, tomó al oficial por la chaquetilla para sacarlo, del fondo, con palabras de aliento.
-No problem. no problem, is the war (No hay cuidado, es la guerra)
Le hizo un torniquete en una pierna y le inyectó morfina de una jeringa descartable que sacó de su pecho, luego de lo cual le pintó una M en la mejilla. Enseguida pidió auxilio para transportarlo.
Sonaban todavía algunos disparos. El sargento primero Omar Medina, sordo por las explosiones y atenta sólo a su frente. mantenia el fuego, y GATT le grito:
-¡Medina, Gordo. dejá de tirar que nos matan a todos: no ves que nos rendimos!
Cuando el suboficial Levantaba sus manos, volvió a ser alcanzado en el muslo de la misma pierna izquierda por una granada: una herida impresionante, muy grande. Se acercó el cabo primero Valdivieso para ayudarlo y fue también alcanzado, cayendo al suelo.
El fuego cesé bruscamente, por ambos lados. Miguel Angel Castillo no quiso correr riesgos: "Yo me quedé tirado", me relato, "pensé que si me paraba me iban a poner fuera de combate, así que me quedé en el suelo con el fusil al costado". Hasta que llegaron dos tipos a mi lado: apartaron con su pie el fusil, me apuntaron, y por señas me indicaron que me levantara''. Todos los británicos avanzaron para tomarlos. Cada uno de los argentinos permaneció en el lugar en que se hallaba y los hombres de Boswell se apoderaron de su armamento y les hicieron quitar el correaje. Se oían quejidos.
-Finish the war, (Terminen la guerra) -repetía el jefe británico para abortar cualquier reacción desesperada, aunque el estado de los Comandos argentinos tornaba ilusoria alguna medida más.
A distancia. Top Malo House concluia de arder.
Al concluir el combate, desde el otro lado del arroyo apareció la otra patrulla británica, gritando, que abrazó los vencedores: 1a patrulla de Haddow, que había observado toda la batalla, avanzó corriendo, agitando una bandera británica como una señal para ser reconocido. No quisieron correr el riesgo de ser tiroteados por su propio bando en la excitación, con la adrenalina aún fluyendo'', indica el brigadier Thompson.
Los británicos ataron las manos de sus prisioneros mientras los revisaban, y luego volvieron a soltarlos. indicándoles que recogieran o sus heridos y muertos. Ellos también comenzaron a atender a los de uno y otro lado, juntando las armas y correaje de aquellos; algunos mantenían apuntados a los Comandos ilesos, El capitán Rod Boswell, con una libreta en la mano, pasaba lista a voces para conocer sus bajas. Éstas eran relativamente numerosas, dada la iniciativa del ataque y el armamento el lado: 5 muertos y ocho heridos, Algunos hombres lloraban en torno a un cadáver que posiblemente fuera el segundo jefe del M. and A. W. Cadre.
Los Comandos argentinos en mejor estado fueron a alzar a sus compañeros. Vercesi pasó junto a un herido inglés muy pálido, de bigote fino, alcanzado en el pecho, que se hallaba tirado en el suelo apoyado en el regazo de un camarada, quien lo saludó murmurando:
-Friends. friends. (Amigos).
Los que aparentaban estar más graves eran los tenientes primeros Brun y Losito, completamente cubiertos de sangre; el Teniente Daniel Martinez fue interrogado para saber si había sido tocado:
-No problem -contestó, ignorante del balazo que habla recibido en un pie. En un grupo estaban reunidos Medina, Valdivieso y algo alejado Losito: se acercó Pedrozo quien se había hecho reconocer como enfermero- con su brazalete ostentando la Cruz Roja colgado de la mano. acompañado de su custodio, y controlando el pulso de Omar Medina, y dijo:
-Quedate tranquilo; no tengo nada para darte ahora; esto está coagulando bien. Acordate de soltar el torniquete para que circule la sangre.
Al suboficial lo había vendado un inglés. Otro que se aproximó comenzó a tratarlo con un paquete de curaciones; la hemorragia hizo que el sargento primero se desmayara por un momento. Recuperado a poco, fue el teniente Martinez para cargarlo:
-Cómo pesás! A mi no me pasó nada- le explicó, desconociendo aún haber sido también herido, Pero ni llegar al lugar de reunión, Martinez,. Sintió un dolor como una torcedura''; asombrado, hizo un movimiento y pudo ver que salían borbotones de sangre'' según relata. Se quitó el borcegi y la media y comprobó que había alcanzado en el talón una bala de fusil M-l6, sin orificio de salida, uno de los militares británicos comenzó a hablarle, Pedrozo le tradujo:
-Dice que te tapes para que no se enfríe, porque te va a doler.
Daniel Martinez volvió a calzarse, ató bien su borcegui y se hizo un torniquete, sintiendo efectivamente mucho dolor: "y pasé a ser un herido más.
El suboficial enfermero tuvo una lucida actuación: sin elementos, trató de contener las hemorragias y de calmar a sus compatriotas. "Yo no empecé a temblar con chuchos por la pérdida de mucha sangre y estar muy mojado''. me refería el teniente primero Losito. "y él sacó al sargento primero Sbert que estaba muerto, su gabán de douvet y se lo coloco: se sentó en la nieve y me puso sobre su regazo, abrazándome para darme un poco de calor", Igual procedimiento empleó el teniente primero Gatti con el sargento primero Medina.
Los prisioneros, heridos e ilesos, fueron retenidos a un costado de la casa incendiada, hasta que helicópteros vinieran a llevarlos, El capitán Vercesi se detuvo al lado del cadáver del sargento primero Sbert, muy conmovido:
-¡Qué me has hecho. Turco!
Al teniente primero Brun lo animó el ver a Losito vivo, quien lo alentó:
-Tranquilo. Cachorro, no más. -
El médico británico revisó a todos, marcando con una M sobre la frente a los inyectados: con morfina, La pierna de Medina, desgarrada y con su fractura expuesta, presentaba mal aspecto; Helguero estaba muy preocupado por su herida sobre el corazón, porque ignoraba su profundidad. Vercesi se notaba sumamente afectado: pidió ir por el teniente Espinosa pero el capitán inglés meneó su cabeza y le dijo que era inútil. Conmovía a todos la suerte del abnegado oficial. el joven alegre siempre hablando de sus hijitas. Mirando la casa que terminaba de quemarse, Brun murmuro:
-Espinosa está ahi adentro...
La morfina y la atención los calmaron, y comenzaron a observar a sus vencedores, pintarrajeados sus rostros y tocados con boinas verdes.
 

Derruido

Colaborador
( Libro": Halcones sobre Malvinas"Cap. Pablo Carballo)

Difícil es combatir contra medios tremendamente superiores, como loes también encontrarse lejos de todos, semicongelados, con frío... y sólo.

RELATA: Capitán DONADILLE (Piloto de Mirage V "DAGGER")

21 de Mayo de 1982

Ayer recibí una encomienda de casa con cartas una bufanda y chocolates; las cartas, especialmente las de mis hijos, me emocionan cada vez más (Es muy grande la ternura y el apoyo a su padre que de ellas se desprende. Mi hija mayor me recomienda que les "acomode" lo mejor posible las bombas a los ingleses).
Me dejo que el resto de mis camaradas se dé cuenta del efecto que me hacía la correspondencia generalmente las leo a solas y una sola vez.
Con respecto a los chocolates el destino quiso que lo pruebe muchos días después y en el lugar de donde salieron, mi hogar.
Hoy (21 de Mayo) en nuestra Base de Operaciones amaneció con el cielo limpio y un sol brillante.
Yo debía mantenerme en alerta para una probable cobertura aérea (cubrir a otros aviones que ataquen) como Jefe de Sección (2 aviones).
Apenas ingresados a la Sala de Pilotos, recibimos la noticia de que los ingleses estaban desembarcando en la Isla Soledad dentro de la Bahía San Carlos que da al estrecho del mismo nombre.
Debimos cargar inmediatamente todos los aviones con bombas a fin de atacar a los navíos "piratas"
Hubo una gran confusión inicial, corridas, herramientas que no se encuentran, órdenes, nervios, etc. . . una nube de mecánicos y armeros pululaba entre los aviones.
Dos escuadrillas de tres aviones cada una iniciaron sus preparativos para el despegue, de acuerdo a una orden fragmentaria emanada de la F.A.S. (Fuerza Aérea Sur) responsable de la planificación de las misiones operativas.
Yo debía salir en la segunda "oleada", por lo que colaboré con los de la primera.
Despegaron, un nudo en el estómago y la espera de los que salieron y mi hora.
Tiempo después los tuvimos en la pantalla del radar, volvían todos.
Aterrizaron, comentaban sus experiencias a los gritos, con los nervios todavía tensos como una cuerda de guitarra: -"El fuego antiaéreo era infernal ", "San Carlos está saturado de buques", etc, etc.
Indudablemente estábamos ante un desembarco con todas las reglas, pues habían visto más de diez navíos.
Mientras repasaban los aviones, (dos estaban bastante agujereados), me preparé junto con el Mayor PlUMA y el ler. Ten. SENN para salir (Este último fue alumno mío y yo le enseñé a volar).
Absorbíamos toda la información tratando de no olvidarnos nada, pues un piloto en misión de combate no debe llevar nada que en caso de eyección sirva como información al enemigo, frecuencias, tipos de formación, armamento, meteorología en ruta, zonas de eyección, todo confiada a nuestra memoria.
Nos colocamos nuestros pesados equipos (ropa interior de lana, pullover, antiexposición para sobrevivir en el agua botas de vuelo anti-G para soportar las tremendas aceleraciones, chaleco salvavidas, equipo de supervivencia, arneses, campera de vuelo, casco el toque personal en mi caso de una gruesa bufanda con los colores del Grupo Aéreo. Cierro mi cúpula, quedo aislado del mundo exterior y del viento helado, inmerso solamente en mi universo de indicadores, comandos, palanca, instrumentos e interruptores, que comienzan a cobrar vida a través de mis manos.
Por los auriculares de mi casco llega la voz nasal deformada por la máscara de oxígeno del N0 3 de mi escuadrilla "Ratón 3" listo para la puesta en marcha.
No escucho al 2, el tiempo apremia, recuerdo respetar los horarios. -! Al diablo! si no está listo, se queda y doy la orden de poner en marcha de inmediato.
Entre el silbido de las turbinas escucho al 2 remolón que me pide que los espere. (Evidentemente no quiere perderse la misión por nada del mundo).
Como la otra escuadrilla ya está lista le digo que salga primero para cumplir el horario de entrada al blanco.
Una vez que tomamos suficiente velocidad de sustentación, tras haber despegado angustiosamente en los últimos metros de pista, dejamos atrás la costa con sus gaviotas y nos adentramos en el mar.
La voz impersonal del radar me confirma que estoy en el rumbo correcto.
El buen tiempo también queda atrás, al frente observo gruesos nubarrones.
Descendemos con nuestros aviones a diez metros de altura sobre el agua y a ochocientos kilómetros por hora, las olas perladas de espuma y de un color azul plomizo tienen un aspecto amenazante.
¡Atento a la izquierda, ahí están los cascotes! (primeros islotes), me avisa el 3.Efectivamente, entre una capa de stratus (nubes bajas) y deformadas por una tenue llovizna aparecen las pequeñas islas que nos sirven de referencia, estamos adelantados veinte segundos y algo desviados. Minutos después estamos sobre la Gran Malvina; el tiempo empeora, la llovizna ya es lluvia y la visibilidad en algunos tramos disminuye en forma alarmante, lo que me hace temer por la zona montañosa y nuestro vuelo bajo.
Con un vistazo a ambos lados veo a los numerales balanceándose a mi misma altura.
- A tres minutos del blanco, le aviso
- ¡Acelerando, ya! y coloco mi acelerador hacia adelante sin conectar la post combustión (potencia adicional).
Nos deslizamos cada vez más rápido, sobre un terreno ondulado y amarillento, enmarcado de cerros y bajo una luminosidad gris oscura, proveniente de un cielo sombrío y encapotado.
- A un minuto y medio -mis músculos se contraen mientras instintivamente me inclino hacia adelante en mi pequeña cabina, concentrándome en la mira de tiro, que a través de sus signos luminosos me muestra el suelo peligrosamente cercano.
Si salgo bien no necesitaré hacer virajes y daremos una ventaja menos.
¡¡¡Atento, avión a la derecha!!!, me sobresalta la voz alterada del 3.
A un costado, con el mismo rumbo, pero 300 metros más alto veo la silueta de un Sea Harrier.
Presiento a otro detrás nuestro (En realidad estimo que fueron más de cuatro los que nos interceptaron).
Casi al mismo tiempo el Inglés nos vio y viró picando hacia nosotros
¡Eyectar cargas y virar por derecha! Ordené enfrentándolo.
Uno de mis hombres duda, repito la orden, ahora sí caen sus cargas externas (bombas y tanques) mientras su avión aliviado salta hacia adelante, cruzándose en mi línea de tiro, luego sale de ella.
El Británico mantiene un rumbo convergente al mío y una suave picada.
Tanto peor, comienzo a disparar desde unos setecientos metros de distancia, pienso que las llamaradas de mis cañones lo asustan pues bruscamente pica hacia el terreno; mis disparos le pasan por arriba, perdiéndose en el vacío.
Inclino las alas y con una picada al timón> trato de bajar la nariz de mi avión para evitar que mi blanco se escurra por debajo.
Comienzo a tirar de nuevo esperando que el Harrier se "coma" algunos de mis proyectiles.
¡Atento al suelo que se acerca rápidamente!.
Veo pasar bajo mi vientre un largo fuselaje azul marino, enmarcado por dos gruesas tomas dé aire de donde nacen dos cortas y anchas alas en flecha.
Palanca al estómago ¡Ojo con la patinada! mientras siento que la aceleración me aplasta contra el asiento, y el traje me oprime el vientre y las piernas.
Veo por mi izquierda pasar a uno de mis numerales como una exhalación en un viraje muy cerrado y a nivel. Invierto el avión, quedando cabeza abajo y lo veo alejarse con las toberas al rojo vivo por la post combustión.
Un ruido seco y no muy fuerte (Como quien rompe una bolsa de papel inflada) e instantáneamente mi avión se enloquece apuntando al cielo, luego se inicia un tremendo movimiento oscilatorio de nariz, hacia arriba y hacia abajo, que por momentos me aplasta contra el asiento o me deja flotando entre la basura que se levanta del piso.
De pronto, inicia un rapidísimo tonel en vuelo paralelo al piso (increíblemente vienen a mi mente las épocas en que pertenecía a la Escuadrilla de Acrobacia de la Escuela de Aviación Militar). La palanca de comandos está floja, sin vida
Ante la cercanía del suelo la situación y velocidad, pensé que había llegado el fin de mis días en la tierra y me invadió un gran cansancio, pero inmediatamente sobrevino una rebelión interior y accioné la palanca de eyección inferior.
Una vez más el buen Dios me protegió y salí en momentos en que mi avión no apuntaba hacia abajo.
Se abrió el paracaídas y en segundos estaba tocando en forma no muy elegante la Gran Malvina.
Agradecí al Señor pues salvo la visión que por la velocidad con que había saltado estaba muy afectada, escondí el paracaídas y me alejé del lugar, mientras escuchaba a los cañones de mi avión, caído a unos trescientos metros, que se disparaban solos.
Esperando a un Harrier que me buscaba, caminé medio congelado durante una hora y cuarto siguiendo una línea de postes telegráficos, mientras rezaba a la Virgen María y a su hijo agradeciendo el estar aún con vida.
Encontré un viejo arado rompí un portón, saqué dos tablas largas y armé un pequeño refugio para aislarme de la humedad pues ya anochecía.
Llené una bolsa de arpillera que estaba junto al arado con pasto y me preparé a pasar la noche más larga de mi vida. Y verdaderamente lo fue, sería mucho escribir el relatar todo lo que pasó por mi mente esa noche, pensé en mis hijos y mi señora, a quién faltaban diez días para entrar en la fecha de nacimiento de nuestro sexto hijo (Ana Paula nació el 17 de Junio), sobre el destino de mis compañeros de Escuadrilla y los que quedaron en la Base, la cual parecía tremendamente lejana ahora y en el frío. -un frío tremendo que me parecía venía a oleadas, el cual me impidió dormir en esas interminables horas y a la vez brindar un sonoro concierto de entrechocar de dientes en ese solitario paraje.
Pero estaba lúcido y bastante entero sabía en donde me encontraba, y el terreno que pisaba; tenía una gran confianza en Dios y en mí (¡algo tenía que poner yo también!). Además a pesar de que mi situación no era muy envidiable me reconfortaba el reflejo de incendios que intermitentemente observaba en la panza de los stratos bajos (nubes), del otro lado de la montaña que marcan el inicio del estrecho San Carlos, pues sabía que ahí únicamente había barcos ingleses; Dios me perdone pero sin tener nada en contra de los ingleses como personas, estaba contento porque esos reflejos que cambiaban de intensidad me indicaban que gracias a mi Fuerza Aérea, la reina tenía menos súbditos y material de guerra.
Junto con la claridad se disiparon mis dudas sobre si me podría levantar o no por algún problema en la espalda o cintura pues no tuve mayores inconvenientes en pararme.
En aras de la brevedad, ese día caminé unos veinticinco kilómetros a brújula y guiándome por mi memoria y conocimiento de la geografía de la isla llegando por fin alrededor de las tres de la tarde a Puerto Howard, en donde había un regimiento de nuestro Ejército. Más muerto que vivo por el cansancio y con principio de deshidratación, pero bastante entero en el resto, me animaba el hecho que podría enterar a mi familia y camaradas, de que todavía no había pasado a ser solamente un recuerdo en esta tierra.
Sentí una gran emoción en la formación del 25 de mayo en Puerto Howard, y gran orgullo también pues en el momento que se celebraba ésta, pasaron dos Dagger más bajo que las piedras y a máxima velocidad; orgullo repito pues le señalé a mis camaradas presentes: "Esos son de los míos".
Luego de varias peripecias más, que conjuntamente con otros argentinos metidos en el tema tuvimos que sortear, algunas de ellas por demás interesantes, conseguí cruzar a Puerto Argentino cinco días después. Casi a fin de mayo, pude volver al continente, lleno de orgullo por mi Fuerza pues verdaderamente presencié Lo que estaba haciendo y había hecho durante el conflicto, no sólo por parte de los aviadores sino también por todo el resto del personal de Oficiales, Suboficiales y Soldados, que dieron más que algo por la Patria
 

Derruido

Colaborador
"Prefectura en Malvinas", Circulo de suboficiales de la Prefectura Naval Argentina

José Raúl Ibáñez Maquinista GC-83 “RIO IGUAZU”.

Nací en Libertador, Departamento Esquina, Provincia de Corrientes. Me crié ahí, en el campo. Y, como las cosas andaban a los tumbos, mis padres querían que entrara en Prefectura, porque yo tengo un tío en la Institución.
Una vez me vine a trabajar a Balcarce y mi tío me dijo que estaba abierta la inscripción para postularse a ingresar a Prefectura. El mismo envió por mí, el pedido de informes. A vuelta de correo me cursaron la aceptación. Así, ingresé a Prefectura y realicé los cursos que se dictaban por aquel entonces en el CIABA de Olivos, cuando tenía 21 años.
¡Yo de aquí ya no me muevo...! A veces mi señora me dice: ..,y si volvemos al campo?... Porque a mí me tira la tierra; pero aquí me siento bien.
Mi primer destino fue el GC-21 “LYNCH” y luego con el suboficial Bur y el cabo primero Gruber (que luego en Malvinas sería el encargado de máquinas del GC-82 “RIO IGUAZU”), pasamos a revistar en este último guardacostas, que sus propulsores por aquel entonces sólo tenían unas 8 horas de marcha.
Aunque fui de navegación, siempre presté servicio en máquinas. Ahora lo hago en el GC-27 “PREFECTO FIQUE”. A éste me lo conozco a ojos cerrados, porque lo ví nacer: yo formé parte de la tripulación que fue entrenada y lo trajo desde los Astilleros Bazán de España.
El 3 de abril mi turno entraba de guardia y nos enteramos que había posibilidades de zarpar con destino a las islas Malvinas. Por eso, como quien dice esta boca es mía, nos fuimos preparando. En verdad, el guardacostas estaba diez puntos, pero nosotros pensamos en la travesía y le hicimos un recorrido fino, empezando por el alistamiento, los repuestos. En una palabra, viendo todo lo que hacía falta o nos podía ser difícil de conseguir.
En la tarea me ayudó Julio Omar Benítez, con quien a pesar de que él era de Cubierta, siempre estabamos en máquinas.
Eramos muy amigos, tratábamos de aprender y ayudarnos entre todos; formábamos un equipo...
Pegamos una última revisada y zarpamos el 6 de abril.
En cada puerto que tocábamos, de la derrota trazada por el Capitán, nosotros hacíamos una revisación general, sea cambio de aceite, limpieza de filtros primarios. En fin, la cuestión es que anduvimos al pelo. Al zarpar de Ingeniero White el suboficial Jorge Armando Gruber -que revistaba como nuestro Encargado de Máquinas-, abordó junto con el subprefecto Cingolani el GC-82 “ISLAS MALVINAS”, a fin de apoyarlos porque se le plantaban los generadores.
Arribamos a Puerto Deseado y completamos combustible, más un tambor extra de 200 litros, por las dudas.
Al momento de la travesía, ya estaba declarado por el enemigo el bloqueo y, encima, sufrimos un temporal de aquellos... Era tan fuerte que nos quedaba una de las hélices afuera: cuando la de babor se hundía emergía la de estribor. Es una situación peligrosa porque se puede disparar el motor. Por eso, había que levantar los telecomandos sobre la banda que rolaba para que la hélice no se quedara sin agua.
Llegamos a las islas Malvinas con unos 800 litros de combustible, al límite. La verdad es que andábamos escasos en todo; pero, el guardacostas res*pondió, que era lo que más nos enorgullecía.
En esos momentos apoyamos al GC-82 “ISLAS MALVINAS”, porque se purgaban los motores y -posteriormente-, chequeamos combustible y nos pusimos a seguir escrupulosamente la rutina de alistamiento punto por punto.
Luego, pasamos a cumplir las órdenes de zarpada. Vivíamos navegando. Y, todas fueron misiones riesgosas; yendo de un lado a otro de las Islas, transportando provisiones, armamento o a los comandos tanto de la Armada como del Ejército.
Navegábamos por zonas minadas, pero confiados. Para mi modo de ver, creo que la misión que se nos encomendó en la isla de los Leones fue real*mente muy riesgosa; porque íbamos al palo entre abastecimientos y perso*nal y -por otra parte-, muy expuestos al fuego enemigo.
Pero, fuera como fuera la tarea encomendada, apenas arribábamos a Puerto Argentino, le pegábamos una recorrida al barco. Teníamos una ventaja: tanto él como nosotros éramos “nuevos”, así que estábamos al pelo...
Como lugar seguro, sólo teníamos el amarradero, porque los ingleses nos cañoneaban hasta unos 400 metros. A ellos les preocupaba que naveguemos, no que estuviéramos amarrados.
Porque nuestra navegación significaba abastecimiento de las posiciones de los comandos, pues éramos no sólo una fuente segura sino támbién presen*cia efectiva y confiable.
Cuando fondeábamos en Puerto Argentino, aprovechábamos para enviar algunos telegramas a nuestras familias; pero, luego por el propio desarrollo de los acontecimientos esta ventaja se fue restringiendo.
Mi puesto de combate era la sala de Máquinas. Benítez era de Cubierta y el encargado de una ametralladora. Benítez y Bengochea (Carlos Alberto), eran los armeros y cada vez que tocábamos puerto se la pasaban lustrando la ametralladora. Ellos me ayudaban a mí y yo a ellos. Nuestra experiencia se fue haciendo con el tiempo, con el convivir a bordo. Por suerte, siempre tuve jefes que me supieron enseñar y mi propia voluntad en querer aprender. Para mí, aprender es parte de todas las cosas...
El 22 de mayo nos aprestamos a transportar los cañones de 105 mm OTTO MELARA y los servidores de esas piezas de artillería, unos 19 hombres de Ejército.
Estos cañones pesaban un infierno. Los ingleses ya habían desembarcado en el estrecho de San Carlos y empezaban a “apretar”. Había mucha expectativa por esta circunstancia; razón por la cual se nos ordenó zarpar de madrugada. Ibarnos al mango y con mar gruesa.
La navegación fue muy movida y al arribar al seno de Choiseul recibimos la alarma. Estábamos en el cambio de guardia, por eso nos encontró a todos en alarma de combate, cubriendo cada uno su posición. Yo me largué a la sala de Máquinas.
Con la primera pasada de la aviación enemiga me entró un cohete que voló el tablero de cargar baterías, golpeó en el banco de trabajo y parte de un generador, pasó detrás de los dos motores propulsores y se metió entre los motores principales y los generadores, a babor de la escalera. Me abrió un rumbo por donde entraba el agua en tal cantidad que golpeaba en el cieloraso de la sala de Máquinas. ¡Era impresionante...! puse las dos bombas a achicar pero, no daban abasto. ¡El ruido era terrible...!
Por el intercomunicador impuse al Capitán de la situación, de que no daba abasto con el achique y que era muy posible que hubiera otros impactos, porque el guardacostas se me apopaba mucho.
El Capitán me ordenó abandonar la sala de Máquinas y cuando salí me encontré con Baccaro y Bengochea arrastrándose por la cubierta y a Benítez caído al pie de su ametralladora.

Traté de ayudar como pude mientras sentía la metralla pegando por todos lados y Bengochea que me gritaba: “hacelo m..., c...”.
Tomé la ametralladora, levanté la vista y vi que un avión entró en picada por popa, se enfiló y ahí empecé a tirar, un poco adelante para que se trague la cortina de balas. El también empezó a tirar y al pasar encima mío veo que tira humo perdiendo altura...
Al momento el Capitán, para eludir las ráfagas enemigas puso las máquinas al taco y así me quedé sin ángulo. Nos tiramos sobre la costa y creo que el avión golpeado fue el mismo que nos tiró una ráfaga sobre la costa. De inmediato ayudamos a los heridos. El oficial principal Gabino González tenía una esquirla en la rodilla, pero se podía mover.
Los muchachos de Ejército no reaccionaban... No sé como se salvaron. Porque ellos iban en la cubierta al lado del mamparo de escape. Cinco de ellos iban acurrucados ahí.
El bote estaba cortado con la metralla de 30 mm de los SEA HARRIER, las balsas estaban inservibles. A uno de los soldados, una esquirla le entró por debajo de su hombrera y se le quedó a un par de milímetros de la aorta. En el pañol de cubierta -donde estaban los hombres-, entraba mucha agua. Pero, todo esto lo fuimos viendo un poco después.
A los heridos se les puso suero prestándoles las primeras atenciones mientras se pedía apoyo. El cabo segundo Domingo Vera operó la radio mochila intentando comunicarse con Darwin.

Mientras tanto, volvimos abordo, a fin de abastecernos de medicamentos, provisiones y frazadas. El GC-83, estaba encallado, destruidas sus máquinas y volado su generador, incluído su tablero eléctrico. Luego, fuimos a buscar a Benítez....
Al anochecer se pudo evacuar a parte de la tripulación y a los camaradas de Ejército. En tierra quedamos cinco hombres nuestros y siete de ellos, y recién al atardecer del día siguiente pudimos evacuar la posición. Nos dió una gran alegría encontrarnos con los compañeros. Estábamos muy preocupados porque teníamos información del cañoneo inglés a un transporte naval propio.
Mientras esperábamos nuestra evacuación nos cubrimos con unas frazadas y aguantamos como pudimos la nevada. Realmente, hacía un frío
de pelarse... Al día siguiente, cruzaron aviones nuestros y también ingleses y al atardecer pudimos ser rescatados.
Benítez recibió cristiana sepultura en Darwin, el 24 de mayo.
Al atardecer, partimos en un CHINOOK para Puerto Argentino, horas antes que los ingleses tomaran la plaza.
Una vez en Puerto Argentino nos quedamos en el apostadero y colaboramos con la guardia.
Para mí, todo el palo venía por Prefectura porque -en verdad-, éramos la logística de las Fuerzas Armadas y hacíamos falta... En octubre de 1984 me casé con Susana. Tengo tres chicos, una nena -Rocío Belén-, de 7 años, un varón -Hernán-, de 10 años y el menor -Gustavo Joaquín-, de 2 años.
Cuando los pibes del guardacostas me quieren ver como un ejemplo, yo les digo que debemos conjugar las cosas buenas en la distancia y en el tiempo. Que aprovechemos los medios y las enseñanzas, tanto de nuestros jefes como la que vayamos amasando nosotros mismos con la experiencia para que el día que nos toque afrontar el riesgo, estar templados para las circunstancias que nos depare el destino.
Siempre recibí cosas buenas de Prefectura...
Después de Malvinas estuve un tiempo en tierra y luego fuí designado para traer los Bazán de España. Uno de ellos, el GC-27 “PREFECTO FIQUE” me tiene en su sala de Máquinas...
 

argie

Fernet Lover
Colaborador
Malvinas: el recuerdo de un prisionero de guerra

Osvaldo Hillard contó en Radio10 que estuvo hasta la rendición en las Islas. Luego pasó 48 horas en el buque transatlántico Canberra. Pertenecía al grupo de artillería, segunda línea en el frente de batalla

Osvaldo pertenece al Centro de Ex Combatientes de Malvinas de Ushuaia, y 25 años después del desembarco en aquellas tierras lejanas recordó los días terribles que vivió y que tuvo que enfrentar de repente.

"El 2 de abril hace 25 años yo estaba en Córdoba y miraba por televisión el momento que tomaban las Malvinas y después me toco ir", dijo Osvaldo y recordó que en ese instante sintió "mucho orgullo".

"Sentía algo que nos pertenecía, ya habían vuelto al lugar que tenían que estar", relató Osvaldo, quien llegó a Malvinas 21 días después del desembarco, durante la madrugada del 23 de abril, después de haber estado algunas horas en Río Gallego.

"Estaba todo oscuro y había mucho viento, no se veía nada, pero al despertar, el 24, sentía que estaba en tierra argentina y no me imaginé nunca lo que era un conflicto, lo que iba a ser una guerra", dijo el ex combatiente a Radio 10.

Y agregó: "Al principio, por hablar en criollo, era todo joda; me di cuenta que era una guerra el 1° de mayo cuando fue el primer bombardeo de los aviones de la fuerza aérea de ellos, y nosotros estábamos muy cerca, ahí dije esto es enserio".

Según sus declaraciones los días no fueron fáciles, frente a la magnitud del enemigo y los constantes bombardeos. Osvaldo estaba en el grupo de Artillería y dijo que su oído llegó a acostumbrarse al silbido de las bombas. "Es impresionante, te acostumbras al sonido y hasta ya sabes donde van a caer ", recordó.

Sin embargo, la costumbre no aliviaba su desesperación. "Con los días me fui olvidando de todo, hasta de mi familia, pensaba solo en salvarme y que estaba para defender a mi patria", sostuvo este ex combatiente que luchó hasta el final, ya que se quedó en las Islas hasta el mismo 14 de junio, día del rendimiento.

Su grupo ya no estaba completo, habían sufrido la baja de tres de sus compañeros como consecuencia de los incesantes bombardeos y cargaban con varios heridos. Artillería es la segunda línea dentro del combate, detrás de los infantes.

"El grupo de artillería atacaba las posiciones que les daban en tierra el observador adelantado, y también a los buques pero nunca llegábamos porque los cañones nuestros sólo llegaban a 10,5 metros y ellos nos deban con un caño, nos bombardeaban todas las noches", destacó Osvaldo.

Y aunque llegó el final de los estruendos los días difíciles para este combatiente no habían terminado. Algunos pudieron volver al continente y otros quedaron como prisioneros de guerra, como fue su caso.

"Estuve dos o tres días como prisionero de guerra al borde del Canberra, donde nos trataron muy bien; yo soy un agradecido de esos días porque cuando llegué tenía principio de congelamiento en los pies, no me circulaba la sangre en los dedos y ellos me salvaron mis pies, nos atendieron e incluso me pude duchar por primera vez", recordó.

Si bien la situación era la de un prisionero que tenía que "mantener silencio" y respetar algunas normas que se imponían dentro del buque, Osvaldo y algunos de sus compañeros pudieron volver a comer una comida caliente que hacía varios días no la tenían.

Finalmente, pudo volver y aunque en su casa ya lo habían dado por fallecido, Osvaldo juntó algo de plata y decidió escribirle una carta a sus padres para informales que estaba de regreso y con vida.

"Ellos me daban por fallecido, cuando vi a mamá había sufrido muchísimo, parecía que tenía 20 años más", dijo el ex combatiente que aún guarda esa famosa carta que escribió con tantas ansias hace 25 años.

Hoy Osvaldo tiene una familia, pudo terminar sus estudios y un agradecido por haber podido regresar de Malvinas.

"Soy un agradecido del barba y de la sociedad que siempre nos cobijó y nos recibió muy bien como si fuéramos sus hermanos o sus hijos", concluyó con nostalgia.

http://www.infobae.com/contenidos/309064-100804-0-Malvinas-el-recuerdo-un-prisionero-guerra
 
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