Los pueblos originarios

El presente thread tiene por finalidad aclarar que derechos los asiste, cuales son sus alcances y a quienes protege. A la vez es un intento de demostrar la falsedad de algunos mitos “urbanos” respecto de los pueblos originarios y su lucha ancestral. Mitos que por ignorancia, temor (que al fin y al cabo es producto de la ignorancia) o por mala intención perduran en el tiempo.

Entiendo que este no es un foro de la Facultad de Filosofías y Letras de la UBA y más de uno me va a tirar con lo que tenga a mano. Pero creo que sin llegar a la falta de respeto al menos se puede intentar llevar una discusión interesante (llegado el caso cada uno se queda con su postura y listo).

Mi objetivo no es convencer a nadie, si no el de acercar material para poder discutir sobre algunos "lugares comunes" como son; los Mapuches son chilenos, quieren hacer su propio país, el indio vive (o pretende) “de la caza y de la pesca”, son vagos y borrachos y los dos mas interesantes; Roca conquisto un desierto y era la conquista o se perdía la patagonia (malones o chilenos).

El material que voy a utilizar proviene de los archivos con los que rendí “Sociología Rural y Extensión” y el que se uso en la defensa de un trabajo particular mío, tratando de minimizar apreciaciones personales (salvo en las conclusiones personales de cada post) para no torcer la discusión. Por esto es que esta fuertemente sesgado a la patagonia, quedando en el aire el otro gran espacio que fue la zona chaqueña.

Cuál es la relación de todo esto con la defensa, bueno, vasta para eso mirar algunas discusiones que se deron en el foro y o alguna de las notas salidas en la “DeySeg”.

Sin mas preámbulos, la primera parte (principios de 1800 – principios de 1900) extraída de

S. BANDIERI, Historia de la Patagonia, Colección Historia Argentina, Bs. As., Editorial
Sudamericana, 2005.

Antes de continuar me parece importante resaltar someramente para el periodo que se trata en esta primera parte algunas consideración del contexto internacional.

o Surgimiento de los estados tal como hoy los conocemos con la desaparición de las sociedades Monárquicas.
o Surgimiento del capitalismo, la revolución industrial y el feudalismo.
o Decadencia del Imperio Británico.

A nivel nacional y respecto a lo que atañe el thraed lo más relevante a nivel macro son las consecuencias políticas de la batalla de Pavon.

CAPITULO VI (fragmento)

LA EXPANSIÓN DE LAS FRONTERAS

EL MARCO DE LA DOMINACIÓN

Desde fines del siglo XVIII preocupaban las prácticas de los grupos indígenas de trasladar haciendas desde la llanura bonaerense al mercado chileno por los valles de los ríos norpatagónicos. Recuérdese que el propio Villarino había sugerido en esos años establecer un fuerte en la confluencia de los ríos Limay y Neuquén y ocupar con fuerzas militares la isla de Choele Choel para cortar el permanente tráfico comercial y las incursiones indígenas hacia el este.
Los primeros gobiernos republicanos, envueltos en permanentes luchas externas e internas, sólo habían efectuado algunas campañas militares contra los grupos indígenas del sudoeste bonaerense cuando la creciente expansión ganadera comenzó a exigir, luego de 1820, la ampliación de las fronteras productivas, pero el interior patagónico seguía siendo dominio indiscutido de los caciques. Luego de 1833, cuando Juan Manuel de Rosas efectuó su campaña hasta el río Negro, una hábil política cooptativa de acuerdos y alianzas, propiciada por el propio gobernador bonaerense, se instaló entre la sociedad blanca y la indígena abriendo un período de convivencia posible no exento de conflictos. Este mundo fronterizo así construido sólo fue posible en la medida en que los sectores dominantes del país no reclamaban todavía la ampliación del área ganadera en función de las limitadas necesidades exportadoras del sistema. Pero en la segunda mitad del siglo XIX las condiciones mundiales cambiaron y Argentina se insertó mas decididamente en el mercado internacional, que día a día aumentaba su demanda de materias primas y alimentos. La ampliación de las fronteras productivas se convirtió entonces en una necesidad ineludible del sistema.
Con el avance del capitalismo en el ámbito internacional y debido al importante crecimiento de
la ganadería extensiva destinada a la exportación, desarrollada en grandes estancias de propiedad particular, la hacienda cimarrona, que era la base económica de las sociedades indígenas y el producto fundamental de su comercio, comenzó a escasear y aún a desaparecer, incrementándose en consecuencia la práctica del malón. Es en ese contexto que este acto de saqueo organizado debe ser también entendido como una estrategia de supervivencia económica de dichas sociedades frente al avance en la privatización de los recursos productivos. Sin duda que la práctica del malón, que asolaba a las poblaciones fronterizas, afectaba también en forma directa los intereses de los ganaderos bonaerenses, generando una fuerte competencia entre estancieros y caciques y aumentando la preocupación de los distintos gobiernos por extender la denominada “frontera interna”, consolidando definitivamente la soberanía nacional en los territorios patagónicos.
Si en el nuevo contexto económico la convivencia ya no era posible, tampoco lo era en el
político. A la expansión del país en el marco del capitalismo dependiente, le correspondió en el mismo período el crecimiento del poder estatal como necesaria instancia articuladora de la sociedad civil. Esto se relacionaba directamente con la necesidad de conformar un sistema de dominación estable que permitiese imponer el “orden” y asegurar el “progreso” de los sectores hegemónicos con la preservación del sistema.
Los gobiernos nacionales surgidos después del triunfo porteño de Mitre sobre Urquiza en Pavón, en el año 1861, aseguraron las condiciones propicias para la institucionalización del poder estatal que se consolidaría en las décadas siguientes con alcances nacionales. Se pondrían entonces en práctica formas más definitivas para el control de los territorios indígenas con el objeto de incorporarlos definitivamente al sistema productivo dominante y al nuevo esquema de dominación, esta vez con la participación mas activa del ejército nacional en tanto efectivo instrumento del aparato estatal.
Si bien el dominio de los territorios indígenas tuvo entonces una clara justificación ideológica a
través del explicitado objetivo de superar “la barbarie” para asegurar “la civilización y el progreso”, tuvo también un motivo de orden práctico que devino de los intereses concretos de los sectores socioeconómicos dominantes, para entonces seriamente afectados por los malones indios y el permanente fluir de sus haciendas a Chile. La persistencia de la frontera interna entre indios y blancos se había convertido en la principal traba a la expansión de estos sectores, vinculados comercial y financieramente a las principales potencias económicas del momento, particularmente Inglaterra, que marcaban el perfil de la inserción de Argentina en el mercado mundial cuando las economías europeas no estaban todavía en condiciones de subsidiar su propia producción primaria.
Al mismo tiempo, la expansión económica del país, hasta ese momento predominantemente pecuaria, comenzaba a exigir la incorporación de nuevas tierras que aliviaran la presión pastoril sobre la llanura bonaerense a la vez que permitiesen el incremento de los volúmenes de producción para una correcta respuesta a la demanda europea de carnes y lanas. A comienzos de la década de 1870 los territorios pampeanos se encontraban alarmantemente sobrepastoreados por la presencia simultánea de vacunos y ovinos, con una carga mayor que la que su receptividad natural admitía, lo cual indicaba la urgente necesidad de canalizar el excedente ganadero a nuevas tierras marginales (…) el surgimiento de la industria frigorífica y la utilización del sistema de congelado hacia 1880 valorizaron primero la carne ovina y luego la vacuna, provocando una importante reorientación productiva en la búsqueda de razas con mejores aptitudes carniceras. El proceso así iniciado se expandió rápidamente por las tierras del sur bonaerense, cuyos campos húmedos, bajos y más cercanos a los frigoríficos, admitían animales más exigentes en la alimentación. Esto provocó el desplazamiento de los ovinos de raza Merino hacia tierras marginales de la Patagonia con condiciones aptas para la producción
de lana, en tanto que la pampa húmeda se reservaba para la crianza de animales mas refinados, especialmente vacunos, y el cultivo de cereales.
La necesidad de incorporación de suelos menos favorecidos para la expansión de la ganadería extensiva en sus diferentes rubros, más la inversión especulativa en tierras, muy importante en esos años, son entonces el macro nivel de análisis en el que necesariamente debe inscribirse el modelo de expansión territorial con baja densidad de población que en términos generales caracterizó la ocupación de los territorios patagónicos. El agente de ocupación, si lo hubo, fue el ganado y no el hombre y esto daría particularidades propias al proceso de poblamiento regional. En este sentido, se profundizó en la Patagonia la consolidación del latifundio como forma mas característica de la apropiación de la tierra pública desde los primeros avances de la frontera, acorde también con las formas extensivas de la actividad ganadera dominante y las características productivas de la región.

“INDIOS ARGENTINOS”, “INDIOS ALIADOS”, “INDIOS CHILENOS”
LAS ADSCRIPCIONES POLÍTICAS COMO FORMAS DE SOBREVIVENCIA
También la sociedad indígena comenzó a desplegar, a medida que avanzaba el proyecto de penetración estatal de la segunda mitad de siglo XIX, una serie de estrategias políticas para intentar una convivencia pacífica con el blanco. Uno de los efectos más claros de las transformaciones producidas al interior de estas sociedades parece haber sido, aunque todavía bajo discusión entre los investigadores, el proceso de concentración del poder y la jerarquización de las jefaturas, hecho sin duda favorecido por el accionar de las autoridades estatales, que a la hora de parlamentar o firmar tratados reconocían a los caciques como jefes de determinados territorios físicamente identificables, con lo cual se ganaban aliados estratégicos para el proyecto de dominación.
En la etapa comprendida entre comienzos de la década de 1820 y el fin de los gobiernos rosistas habían aumentado, según vimos, en el área pampeano-norptagónica, los enfrentamientos intertribales como consecuencia de la “guerra a muerte” y del accionar de los grupos pro-realistas refugiados en los contrafuertes andinos del norte del actual Neuquén. Asimismo, se habían agudizado las diferencias entre los grupos de ascendencia tehuelche septentrional y los voroga -araucanos provenientes de Chile instalados en las fronteras bonaerenses A ello se sumaba la intervención de los aucas –indios no araucanos pero sí araucanizados- del sur de Chile. Esto hizo que los jefes indígenas profundizaran sus enfrentamientos por el control de las principales fuentes de ganado y sal. Coliqueo se había instalado en las Salinas Grandes, de donde fuera expulsado por Callfucura en 1834 con el supuesto apoyo de Rosas.
Este último cacique, iniciador de la dinastía de los “Piedra”, se convertiría, luego de la matanza de los caciques voroga Rondeau y Melin en 1835, en una de las figuras más importantes dentro de las estructuras de poder indígenas, cuando fue reconocido como jefe del área de las Salinas Grandes y extendió su influencia hasta el oeste bonaerense y sur de la pampa. Otros jefes controlaban distintas zonas, como es el caso de Chocori, que ejerció su poder territorial sobre toda la cuenca del río Negro.
Estos importantes caciques formarían nuevos líderes en la persona de sus hijos: Sayhueque –hijo de Chocori-, Foyel -hijo de Paillacan-, Inacayal, -hijo de Huincahual- y José María Bulnes Yanquetruz –hijo de Cheuqueta-, entre otros, quienes debieron enfrentar el trato con las autoridades del nuevo Estadonación sobre la base de la experiencia acumulada por sus padres, ejerciendo nuevos tipos de liderazgos.
Este proceso de concentración del poder político parece haberse acentuado en la medida en que el proceso de formación de los Estados nacionales iba imponiendo nuevas “identidades”, ahora vinculadas a la adscripción política a los respectivos poderes de uno u otro país, Argentina y Chile. La situación se profundizó con las estrategias puestas en práctica por el muy hábil gobernador de Buenos Aires, que aprovechó las diferencias intertribales para mejorar su posición. Luego del avance de Martín Rodríguez entre los años 1821 y 1824, los indios todavía reclamaban como propios los dominios pampeano-bonaerenses hasta casi las puertas de Buenos Aires. Luego del arrinconamiento a que Rosas obligó a Chocori después de su campaña de 1833, cuando ocupó la isla de Choele Choel, la situación cambió drásticamente. Si bien el nuevo avance no garantizó el control sobre la totalidad del área pampeano-norpatagónica, tuvo efectos punitivos muy importantes sobre la sociedad indígena obligándola
a replantearse, de aquí en más, sus estrategias políticas.


Foto Isla

Los grupos que habitaban esta zona tenían para ese entonces orígenes étnicos diversos, complejizados por lazos de parentesco, matrimonios y acuerdos políticos. El viajero Guillermo Cox, proveniente de Chile, menciona en 1863 haber encontrado en el área del Nahuel Huapi individuos de distintas procedencias, incluidos pehuenche del norte y tehuelche septentrionales, tal y como, por otra parte, parecían denunciar sus rasgos físicos, con la presencia dominante de hombres altos y corpulentos.
Chocori, quien entonces dominaba la zona, estaba emparentado con el cacique tehuelche Cheuqueta, con el linaje de los Yanquetruz y con el pampeano Catriel, manteniendo además relaciones de vieja data con los araucanos. Llama la atención del viajero el hecho de que se hablara en la zona tanto la lengua de este último origen como la tehuelche septentrional.
Una vasta red de parentescos y alianzas había permitido a Chocori dominar amplios territorios
entre la cordillera y el mar. El control de la isla de Choele Choel, paradero obligado de quienes pretendían circular en uno u otro sentido, le permitía manejar toda la circulación del área a través de los grupos aliados, cobrando peaje y derechos de pastura a los ganados que transitaban el lugar, ya fuera para el abastecimiento del Carmen como para su traslado al mercado chileno demandante. Luego de la campaña de Rosas, el cacique quedó aislado en sus dominios cordilleranos del sudoeste del actual Neuquén. En 1845 fue reconocido como “indio amigo” entrando al sistema del “negocio pacífico de indios”. A partir de entonces recibiría dinero, caballos y raciones –provisión de alimentos y vicios- del gobierno a los efectos de mantener su condición de aliado, situación que se mantendría luego de la caída de Rosas y que heredaría su hijo, Valentín Sayhueque. A partir de entonces, la vida del grupo, replegado en la “Gobernación de las Manzanas” (…) fue relativamente tranquila, en un sitio rico en recursos y estratégicamente ubicado para el control de los pasos cordilleranos que comunicaban con el sur de ese país. Esta especial situación de autonomía habría afirmado la identidad “manzanera” de estos grupos –en tanto identidad política y no étnica-, permitiendo el fortalecimiento de sus caciques (…). El 20 de mayo de 1863 firmó un convenio con el gobierno nacional por el cual se comprometía a “proteger y apoyar la defensa da Patagones” a cambio de recibir la misma protección del gobierno ante eventuales enemigos. A partir de entonces, Sayhueque y su gente se identificarían como “indios argentinos” diferenciándose explícitamente de los “indios chilenos”.
Retomamos aquí una idea ya planteada en los primeros capítulos, respecto de las divergencias
existentes entre aquellos estudiosos que sostienen la concentración del poder en grandes cacicatos en esta etapa del siglo XIX y quienes argumentan que, por el contrario, la sociedad indígena se habría fragmentado como estrategia política frente al cambio de situación. A modo de hipótesis pensamos que es muy probable que ambas formas hayan coexistido en la complejidad del mundo fronterizo de entonces. Es decir, mientras más cercanas estaban las parcialidades del área dominada por los blancos, mayor parece haber sido la cantidad y variedad de figuras políticas con las cuales había que negociar. En la medida en que el asentamiento de las tribus se alejaba de los controles territoriales, la concentración del poder parece haber sido una característica dominante, incluso fomentada por las autoridades blancas. Sin duda era estratégicamente más útil reconocer el poder de un cacique aliado, permitiendo que se fortaleciera dentro de ciertos límites, para simultáneamente controlar así otras parcialidades rebeldes. El poder de estos caciques, a su vez, podía reproducirse en la medida en que su figura centralizaba y garantizaba la distribución de las raciones que recibía de los blancos, sobre todo de los “vicios”, de los cuales la sociedad indígena no podía ya prescindir. Al ser relativamente débil la inserción de Argentina en el mercado mundial la convivencia entre la sociedad blanca y la indígena era todavía posible, aunque en los términos que la primera imponía cada vez con mayor determinación. Poco tiempo después, cuando la expansión de las fronteras productivas fue una necesidad ineludible del sistema, se impondría una solución más drástica y definitiva al “problema indígena”, donde ni siquiera la condición de aliado tendría valor.
(…)
Ineludibles referencias al funcionamiento político de las tribus de la norpatagonia en la segunda
mitad del siglo XIX, brindan también las versiones de los tres viajeros que estuvieron en la zona en los años inmediatamente anteriores a la concreción de la campaña militar de Roca: los ya mencionados Guillermo Cox, George Musters y Francisco Moreno. En los tres casos queda claro el poder de los jefes indígenas cuando, pese a la buena acogida brindada a los visitantes, se les prohibió, en el caso de Cox – quien traía como se recordará instrucciones precisas de estudiar las posibilidades de expansión chilena en el oriente cordillerano-, avanzar hacia Carmen de Patagones y, en los casos de Musters y Moreno, cruzar a Chile desde Neuquén. Recuérdese que Moreno no pudo averiguar por boca de Sayhueque cuales eran los pasos usados para trasponer los Andes.
Cuando Cox describe a la sociedad indígena cordillerana se evidencia una organización política de tipo horizontal, donde las decisiones se tomaban en parlamentos y el poder de los jefes se sostenía a partir de su capacidad de redistribuir los bienes que ingresaban. El sometimiento a los mismos era voluntario, de allí la variedad de procedencias étnicas que se reconocían en las tolderías. En ese momento –1863-, quienes controlaban los intercambios entre Carmen de Patagones y Chile eran los tehuelche septentrionales Huincahual y Paillacan, junto con sus hijos Inacayal y Foyel. Siete años después, en 1870, Musters ya reconocía la autoridad de Sayhueque –Cheoeque en sus escritos- sobre los jefes subordinados, así como sobre el control de los pasos cordilleranos. El poder parece entonces haberse centralizado.
Quienes así lo interpretan, deducen en ello una estrategia indígena para posicionarse mejor frente a la avanzada del blanco. Estrategia que, paralelamente, los habría vuelto más vulnerables.
Recuérdese también cómo llamó poderosamente la atención del viajero inglés la existencia de residencias estables de la tribu, sobre todo en el cuartel general de Caleufu –que Musters asemeja a una estancia de frontera-; la extensión territorial del poder de Sayhueque –que llegaba hasta “cerca de los bosques de araucaria” (aproximadamente el lago Huechulafquen en la actual provincia de Neuquén)-; y su considerable riqueza: “...aparte de numerosos rebaños y corrales tenía uno de los toldos exclusivamente para depósito, y en el se ponían a buen recaudo sus adornos de plata, ponchos, mantas, etc.”, lo cual permite suponer una acumulación importante de excedentes. Esa misma razón había ya distanciado a Sayhueque de Foyel, quien terminaría afirmando sus dominios al sur del Limay.
En su recorrido de sur a norte por territorio patagónico, Musters menciona también el encuentro
y la relación que entabló con Casimiro, padre de San Slick que entonces lo acompañaba como guía, en el establecimiento de Luis Piedra Buena en la isla Pavón. El viajero inglés destaca la autoridad del cacique como “jefe de los tehuelche meridionales”, hecho que, según se recordará, también había sido reconocido por las autoridades chilenas y argentinas que intentaron ganarlo a su favor. Finalmente, a instancias de Piedra Buena, el presidente Mitre había otorgado a Casimiro el título de “Cacique General de San Gregorio”, además del grado de teniente coronel del ejército argentino, ración anual y un sello metálico demostrativo de su autoridad. Su misión era “guardar las costas y el territorio patagónico”. A cambio, Casimiro firmó un tratado el 5 de julio de 1866 en representación de todos los caciques que habitaban entre el río Chubut y el estrecho de Magallanes, por el cual se declaraba súbdito del gobierno,
comprometiéndose a obedecer a las autoridades de Carmen de Patagones que anualmente le entregarían sus raciones. A partir de ese momento, el cacique se reconoció como argentino e izó la bandera nacional en sus tolderías, como observa el propio Musters. Más tarde, en una clara adscripción identitaria, Casimiro llegó a rechazar nueve onzas de oro que le ofreció el gobierno chileno en una visita a Punta Arenas para ponerlo a su servicio, por cuanto el “no era chileno, sino argentino”.
Durante la estancia de Musters en Pavón también se acercó Orkeke, entonces acampado con su hermano Tankelow y su gente en el río Chico, mientras pasaban el invierno. El viajero inglés reconoció al cacique como “jefe de los tehuelche del norte” que debían acompañarlo hasta el río Negro. Sus dominios, nos dice, llegaban desde este último río hasta el Chubut, “aunque a veces se desplazaban hasta el río Santa Cruz”. Ambos grupos –tehuelche del norte y del sur- hablaban por entonces la misma lengua, aunque con distinto acento, y estaban muy mezclados porque los matrimonios eran frecuentes. No obstante, conservaban su “división en tribus” y tomaban “posesiones del contrario en las frecuentes reyertas”. Con los dos caciques trabó amistad el viajero inglés, estableciéndose una relación muy cordial. Como puede verse en las impresiones de Musters, no sólo se reconoce el poder de estos jefes sino también el criterio de territorialidad que las jefaturas tehuelche suponían, ya con un criterio claro de subordinación a las autoridades argentinas. Fue en ese mismo momento, el 3 de noviembre de 1869, cuando se celebró un parlamento por el cual Orkeke, Hinchel y otros jefes decidieron elegir a Casimiro como “jefe principal de los tehuelche”, poniéndose a sus órdenes y comprometiéndose a defender a Patagones de cualquier posible invasión de los indios de la margen norte del río Negro, liderados por Callfucurá. Nuevamente se ponía de manifiesto una clara adscripción a la condición de “indio amigo”.
La posición aliada de estos caciques pronto rindió sus frutos a la avanzada blanca. Cuando las
tropas atacaron al cacique salinero Namuncura, hijo de Callfucura, tradicional enemigo de los manzaneros, Sayhueque se mantuvo neutral. Más tarde, en 1879, sus lanzas tampoco reaccionaron frente al avance de Roca hasta tierras de Neuquén. Debe recordarse, sin embargo, que poco tiempo atrás, en su tercer viaje a la región, Moreno fue detenido en las tolderías de Caleufu en calidad de rehén para ser intercambiado por unos indios que habían caído prisioneros. Las relaciones ya no eran las mismas. Las versiones de un próximo ataque a las tribus de la norpatagonia circulaban con insistencia, en tanto que las raciones a los “indios amigos” se habían cortado. En 1883, Sayhueque escribiría una conmovedora carta al presidente del Consejo de la colonia galesa de Chubut, Lewis Jones, con el cual mantenía correspondencia, pidiéndole que intercediera ante el gobierno para asegurar la paz y tranquilidad de su pueblo, pues sus tierras y animales le habían sido arrebatados, aun cuando el no era “un extraño de otro país” sino “un criollo noble, nacido y criado en esta tierra y un argentino leal al gobierno”. “Yo, amigo - decia Sayhueque-, nunca realicé malones, ni maté a nadie, ni tomé cautivos”.
Una vez derrotadas las tribus rebeldes, las sucesivas campañas de Villegas al Nahuel Huapi romperían la alianza con Sayhueque. El cacique manzanero, junto a Inacayal y Foyel, decepcionados del blanco, habían prometido “pelear hasta morir”. Finalmente, Sayhueque fue el último cacique en rendirse a las fuerzas nacionales en Junín de los Andes, el 1° de enero de 1885, junto a algunos capitanejos, 700 indios de lanza y 2.500 de chuzma.
 
LA CONQUISTA MILITAR DEL ESPACIO INDÍGENA
Fue en el contexto antes descripto que se efectuaron en pocos años, en lo que toca al sur del país, una serie de campañas con distintas estrategias militares para someter a los grupos indígenas de la región. Desde la “zanja” defensiva ideada en 1876 por Adolfo Alsina, Ministro de Guerra del Presidente Avellaneda, en el oeste de la provincia de Buenos Aires, hasta el avance definitivo sobre el río Negro llevado a cabo por su sucesor, Julio Argentino Roca, en el año 1879, con el financiamiento de los propios sectores interesados. Según se disponía en la llamada “Ley del Empréstito” Nº 947 de 1876, el gasto que demandase el establecimiento de la línea de frontera sobre la margen izquierda de los ríos Negro y Neuquén, previo sometimiento del indígena, se imputaría al producido de las tierras nacionales que se conquistasen. Sobre esta base, el Estado lanzó una suscripción pública para financiar la expedición militar. Así, las tierras que sucesivamente se ocuparon al avanzar la línea de fronteras fueron en gran parte concedidas a particulares por amortización de títulos del empréstito.
Simultáneamente se dictó, en octubre de 1878, la ley Nº 954, denominada “Ley de Fronteras”,
por la cual se disponía la creación de la Gobernación de la Patagonia con jurisdicción sobre la zona comprendida entre el río Colorado y el Cabo de Hornos, colocando a su frente al Cnel. Álvaro Barros. La población fronteriza de Carmen de Patagones, en la provincia de Buenos Aires, perdió así su jurisdicción sobre la margen sur del río Negro, lugar donde la población de Mercedes de Patagones -desde entonces Viedma- se constituiría en la capital de la nueva gobernación. Sería ésta una verdadera cuña orientada hacia el interior patagónico desde donde se desplazarían sucesivas expediciones militares contra los grupos indígenas de la región.
Desde la significativamente denominada "Campaña al Desierto" de 1879 en adelante –donde "desierto" debe entenderse como sinónimo de "barbarie" o, lo que es lo mismo, "vacío de civilización"-, las sucesivas etapas en que se planeó el definitivo sometimiento de la sociedad indígena regional se centraron particularmente en el área del actual territorio del Neuquén, o "territorio del triángulo" como se lo denominaba en la época, cuyos fértiles valles cordilleranos estaban, según vimos, densamente poblados. Su accidentada geografía ofrecía un refugio seguro a los grupos indígenas en sus intentos defensivos, inútiles por otra parte frente a la superioridad tecnológica del ejército nacional que había incorporado el uso de armas a repetición y del telégrafo.
De acuerdo con el plan trazado por Roca, la primera y cuarta divisiones -de las cinco que integraban la expedición de 1879- debían cerrar en movimiento de pinzas el territorio pampeanonorpatagónico ubicado entre la antigua línea de frontera y la nueva; en tanto que las otras tres debían "barrer sistemáticamente" el territorio de La Pampa para evitar que quedaran "tribus hostiles" detrás del nuevo avance. De las dos divisiones antes mencionadas, sólo la cuarta penetró realmente en el territorio de Neuquén. Partiendo del Fuerte San Martín en el sur de Mendoza, debía someter a los indígenas que pretendiesen huir de La Pampa y refugiarse en este territorio. A las órdenes del Cnel. Uriburu, esta división recorrió el noroeste neuquino estableciendo su asiento general en el Fuerte IV División –luego Chos Malal-, en la confluencia de los ríos Curi-Leuvu y Neuquén, en un lugar central como nudo de circulación y tránsito de los grupos indígenas de la región. Desde allí se desplazaron fuerzas con destino a la confluencia del Limay con el Neuquén para encontrarse con la primera división al mando de Roca. En el transcurso de la marcha se estableció una línea de fortines a lo largo del curso del río Neuquén que, al unirse con la primera división en cercanías de la confluencia, pretendía consolidar la nueva línea de defensa que tenía el comando general en Choele Choel. Esta frontera quedó a cargo del Gral. Conrado Villegas, quien había acompañado al Roca como Jefe del Estado Mayor. A pesar del enorme avance, sólo el noroeste y el curso del río Neuquén habían sido efectivamente ocupados por las fuerzas militares en esta primera etapa. En enero de 1880 partirían nuevamente tropas desde el Fuerte IV División hacia el sur, con el objeto de costear el río Agrio y dominar los valles controlados por el cacique Purran, a quien se hizo prisionero. Esta campaña permitió ocupar definitivamente el área dominada por este importante jefe picunche, consolidando la línea de defensa a lo largo del río Neuquén para evitar futuros desplazamientos de los grupos indígenas entre las pampas y la cordillera.
El reconocimiento y ocupación del resto del territorio neuquino sería objeto de la expedición de
1881, llamada "Campaña del Nahuel Huapi", dirigida por el Gral. Villegas. La misma se desarrolló en un movimiento simultáneo de tres brigadas que partiendo de distintos puntos debían reunirse en el gran lago. La primera recorrió todo el costado oriental de la cordillera. La segunda debía entrar por la confluencia de los ríos Neuquén y Limay y penetrar en la margen norte de este último buscando las tolderías de Reuquecura, objetivo éste que no pudo alcanzar porque el cacique y su gente habían ya cruzado la cordillera refugiándose en Chile. La tercera, por su parte, debía recorrer la margen sur del río Limay, por el actual territorio rionegrino. De este modo se pretendía impedir cualquier intento de retirada que pudieran poner en práctica los últimos caciques que aún se resistían al avance del "huinca" y a la usurpación de sus dominios.
Los grupos indígenas que se habían refugiado en la cordillera o en Chile regresaron al territorio
un año más tarde y atacaron el fortín Primera División, ubicado en la margen izquierda del río Neuquén, próximo a su confluencia con el Limay. Este importante avance sirvió para justificar la necesidad de ejercer un control más efectivo de los principales pasos cordilleranos, en especial luego de haberse iniciado en Chile la campaña militar contra la Araucanía, que de hecho provocaría nuevos desplazamientos indígenas a través de los Andes. Así se proyectó una tercera campaña durante los años 1882-83, llamada "Campaña a los Andes de la Patagonia", otra vez al mando del Gral. Villegas aunque con una nueva estrategia militar. En vez de avanzar en grandes columnas, se procedería a establecer una serie de asentamientos militares en el área andina, creándose una nueva línea de fortines en el curso del río Agrio y a lo largo de la cordillera para controlar los valles cordilleranos e impedir el posible reingreso de los grupos indígenas. De esta manera se completó la total dominación militar del territorio de Neuquén, ocupando los territorios de los antiguos indios “aliados”, como era el caso de los manzaneros.
Desde otro frente, una serie de acciones militares dirigidas por el General Vintter, ahora gobernador de la Patagonia, llegaron hasta Rawson por la vía marítima y desde allí por tierra hasta Valcheta, importante punto de comunicación de los grupos indígenas de la región sur. Desde el fuerte instalado en ese lugar partió la expedición del Cnel. Lino Roa que barrió toda la meseta central patagónica hasta la precordillera haciendo prisioneros al cacique Orkeke y su gente, que nunca se habían resistido a la autoridad de los blancos. Desde Nahuel Huapi salieron finalmente los grupos militares que llegarían hasta el noroeste de Santa Cruz, persiguiendo a los últimos grupos sobrevivientes por territorios que sólo se conocían a través de los relatos de viajeros y científicos, como Musters y el Perito Moreno. La batalla de los llanos de Appeleg, librada en febrero de 1883 entre las tribus de Inacayal y Foyel y las tropas de Villegas, quebró finalmente la resistencia indígena abriendo el acceso a los ricos valles chubutenses. Recién hacia 1885 se lograría la rendición total de los últimos caciques patagónicos como Sayhueque, hasta poco antes digno soberano del "País de las Manzanas". En la Patagonia austral, el control del territorio no requirió de nuevas campañas militares. Al sur de Deseado fueron los nuevos dueños de la tierra los encargados de imponer el orden social.
Más tarde, en 1895, se creó la División de los Andes con asiento en General Roca, en el Territorio de Río Negro, bajo el mando del Gral. Enrique Godoy, quien consideró conveniente reforzar la presencia de fuerzas militares frente a la cordillera con el asentamiento de población civil para asegurar la línea de defensa. De este modo se dispuso la creación de varios pueblos en Neuquén. Tal es el caso de Las Lajas en 1896 y, más adelante, San Martín de los Andes en 1898. Hasta donde sabemos, ningún asentamiento blanco argentino había en esta región a la llegada de las fuerzas militares. Sólo pobladores chilenos integraban la sociedad fronteriza conviviendo con los indígenas y compartiendo sin mayores conflictos el uso de la tierra y los recursos económicos, tal y como lo demuestra la población de Malbarco (hoy Varvarco), ubicada en el noroeste neuquino, con casi 600 habitantes entre indios, chilenos y mestizos. Según se describe en el diario de marcha de la campaña militar de Uriburu, dos estancieros provenientes de Chile -Méndez Urréjola y Price- estaban firmemente instalados en la región en tierras que alquilaban a los caciques picunche. Esta situación, sin duda heredada de los antiguos vínculos existentes, permite suponer un grado de complejidad en el funcionamiento social de la región todavía no totalmente estudiado para la segunda mitad del siglo XIX.

LA DESESTRUCTURACIÓN SOCIO-CULTURAL DE LOS PUEBLOS ORIGINARIOS

El proceso de consolidación del Estado y el consecuente éxito de la conquista militar de los espacios indígenas, derivó entonces en la afirmación de la definitiva soberanía del Estado nacional sobre estas regiones. A medida que las tribus fueron diezmadas (…) se fue produciendo una nueva modalidad de ocupación del espacio patagónico. Las tierras de las comunidades indígenas pasaron entonces al Estado, quien las transfirió a nuevos dueños. Paralelamente, el proceso abierto en la década de 1880 provocaría una intensa y sistemática destrucción de las culturas nativas. Aunque la actividad económica dominante siguió siendo la ganadería en sus formas extensivas y las relaciones comerciales con Chile poco se modificaron con los nuevos límites geográficos y políticos impuestos a la región -al menos durante lo que resta del siglo XIX y primeros años del XX-, la gradual presencia estatal implicó la imposición de nuevas formas de relaciones sociales, particularmente visibles en el proceso de apropiación privada de los recursos naturales, con lo cual se dañaba el basamento principal de la cultura nativa: su relación con la tierra. La venta indiscriminada de alcohol, por su parte, fue quizá el elemento de penetración más fuerte y destructivo de la sociedad blanca sobre la indígena y base del enriquecimiento de no pocos comerciantes de la región. Otro esfuerzo importante se centró en erradicar las formas de la religiosidad indígena, para lo cual se insistió en la conversión de los pueblos originarios al catolicismo. El bautismo de los indios fue parte de la conquista espiritual que siguió a la dominación política. La instalación de formas capitalistas se materializó también en la presencia de una serie de conflictos, compartidos con la sociedad blanca subalterna, que fueron minando en todo sentido la organización social interna de los pueblos originarios. La aparición del cuatrerismo, asociado al robo de ganado, fue una constante en la época, dando lugar al surgimiento de una franja marginal de población, integrada por indios, blancos y mestizos, que usaban la cordillera como ámbito de protección y vía de salida comercial de los bienes capturados. Puede decirse que, de aquí en más, fueron los contrafuertes andinos los espacios físicos privilegiados para el ejercicio de una libertad condicionada que permitió, en alguna medida, la reproducción de la ahora marginal cultura nativa.
La desintegración social y cultural de los grupos indígenas habría derivado finalmente en su incorporación a la sociedad blanca en términos absolutamente marginales. A la desestructuración de las familias en el exilio forzoso, donde los hombres fueron hechos prisioneros y las mujeres y niños destinados al servicio personal de las familias porteñas, se agregaron distintas formas de sobrevivencia en la región misma, siempre sobre la base de pequeños grupos reducidos en terrenos de mala calidad, bajo condiciones materiales de vida que aumentaron la marginalidad y la pobreza, propiciando la integración de sus miembros a la oferta de mano de obra de otros grupos subalternos en el ámbito patagónico. La “cuestión indígena”, varias veces instalada en la preocupación nacional sobre principios de siglo, no derivó sin embargo en ningún plan orgánico ni legislación apropiada que permitiese la reivindicación de estos grupos, invariablemente sometidos a los inescrupulosos intereses de los grandes comerciantes y latifundistas patagónicos.
Puede hacerse, sin embargo, una distinción entre el tratamiento reservado a los considerados “indios amigos” de aquel que se dio a los que se resistieron a la conquista. Entre los primeros, cabe mencionar el caso de Valentín Sayhueque. Luego de su rendición a las fuerzas militares, el cacique y parte de su gente fueron embarcados a Buenos Aires en febrero de 1885. El hecho tuvo en ese entonces amplia cobertura periodística. Luego de una entrevista con el Presidente Roca, apelando a su condición anterior de “indio amigo”, se le prometió la concesión de tierras. Regresó entonces a la Patagonia instalándose en Chichinales, en el valle del río Negro. El grupo permaneció diez años en ubicaciones provisorias hasta que en 1898 se decidió su definitiva localización en una zona del Chubut denominada Las Salinas, en el Departamento Tehuelches. Allí ocupó Sayhueque, con 222 miembros de su tribu, la “Colonia Pastoril Gral. San Martín”. Del arrendamiento de dos leguas efectuado por el cacique a un comerciante, que fuera después transferido a una importante firma comercial patagónica –Lahusen y Cía-, se habría generado una presunta deuda impaga de la familia Sayhueque que derivó en un juicio de larguísimo trámite como resultado del cual las tierras se remataron en 1930. Otro desalojo, de repercusión importante, sufrió el grupo en 1944. Los descendientes del otrora poderoso jefe manzanero, muerto en 1903, debieron abandonar el área y sobrevivir dispersos en la total indigencia.
También al cacique Miguel Ñacuche Nahuelquir se le otorgaron 100 leguas de campo en la zona precordillerana del territorio del Chubut -no sin largas tramitaciones y permanentes apelaciones a su condición de “indio amigo” que había prestado servicios en las fuerzas estatales-, para la formación de la “Colonia Indígena Agrícola y Pastoril Cushamen”. Este jefe indio, nacido en Junín de los Andes, había estado inicialmente vinculado a los grupos manzaneros del sur de Neuquén, liderados por Sayhueque. Había peleado contra el ejército nacional hasta que decidió rendirse, sirviendo luego como capitán de baqueanos en las mismas fuerzas cumpliendo funciones varias para el Estado en las fronteras del sur, entre ellas servir de guía a Moreno y a Onelli en oportunidad de los peritajes limítrofes realizados en el área. La Colonia Cushamen, de 125.000 hectáreas en total, se distribuyó en 200 lotes de 625 ha cada uno. (…) la zona de su emplazamiento (…) un área árida y de pasturas deficientes, ocupada por pequeñas comunidades de crianceros que se nuclean alrededor de centros de servicios como son las poblaciones de Ñorquinco y El Maitén (…). Las reducidas dimensiones de los lotes para la práctica obligada de la ganadería ovina y caprina y la degradación de los suelos por efecto de la recarga de animales, impiden hasta la actualidad la posibilidad de estos grupos de obtener excedentes que les permitan mejorar la calidad de su producción. A esto se agrega un sistema de comercialización intermediado por los grupos mercantiles del lugar que se vuelve claramente ineficiente para estos grupos, puesto que terminan cambiando bajo el sistema de trueque su producción de lana y pelo de chivo por los productos básicos que garantizaban su supervivencia. Por otra parte, al estar rodeados de propiedades particulares sufren permanentes presiones sobre las tierras ocupadas. Un informe de tierras del año 1930 ya mostraba el “angustioso estado de miseria” en que se encontraban los pobladores de la colonia, que seguían haciendo gestiones para conseguir los títulos definitivos de sus propiedades aludiendo a su condición de descendientes de un cacique aliado de los blancos.
(…) Cabe agregar que, con la sola excepción de estos pocos “indios amigos” que ocuparon colonias, la mayoría de los casi 13.000 indios que fueron hechos prisioneros después de las campañas militares, entre combatientes y no combatientes, se derivaron a Buenos Aires o a otras capitales de provincias. (…) en Buenos Aires se los remitía en calidad de “prisioneros de
guerra” a la isla Martín García o a otros puntos de concentración en la ciudad como los cuarteles de Palermo y Retiro, hasta tanto se decidiera su distribución y destino, tarea que estaba a cargo, entre otros, de la Sociedad de Beneficencia. Las condiciones infrahumanas de estas prisiones-alojamientos han sido señaladas en diversos documentos y profusamente trabajadas en las investigaciones realizadas sobre el particular. Desde allí, las mujeres jóvenes y los niños se distribuían entre las familias como criados, en tanto que los hombres se derivaban a otras provincias como Tucumán, donde se los destinaba a mano de obra en la producción azucarera, o se los incorporaba al servicio en el ejército o la armada. Los viejos, descartables a esos fines, quedaban a cargo de las instituciones estatales sobreviviendo como podían. De esa manera, al desmembrarse las familias, se aseguraba la discontinuidad de la reproducción física y cultural.
(…)
De hecho, entonces, puede señalarse la falta de una política clara por parte del Estado nacional respecto a qué hacer con los indios sobrevivientes. Sin embargo, luego de la conquista militar, surgió en algunos la preocupación por la incorporación “ciudadana” de los indios como parte del orden social que se pretendía imponer. Este tema se tornó central para uno de los hombres que participó en la conquista, el polifacético Secretario del Cuartel General Expedicionario y Jefe del Gabinete Militar del Gral. Roca, Cnel. Manuel José Olascoaga. El pensamiento y obra de quien fuera luego primer Gobernador del Territorio Nacional de Neuquén, entre 1884 y 1890, es una muestra fiel del reformismo social que impregnaba el pensamiento de algunos hombres de Estado en la Argentina finisecular. En efecto, en el clima de ideas imperante, la “cuestión social” y, por desprendimiento, la “cuestión indígena”, pasaron a formar parte de la agenda de problemas que inquietaban a una parte importante de los liberales de la época, en tanto otros consideraban al indio como irrecuperable para la civilización(…). La preocupación de algunos por incluir al indígena –previamente civilizado-, como parte de una comunidad culturalmente homogénea que se defina como “argentina”, se vinculaba también con la necesidad de generar identidades nacionales diferenciadas con “el otro”, en este caso chileno, en el pensamiento de Olascoaga. El indio se transformaba entonces en parte de un pasado nacional que había que construir –y la historia y la educación cumplían en ello un rol esencial-, donde se lo reconocía como parte del poblamiento originario y portador de culturas autóctonas, pero se justificaba también su dominación en aras “de la civilización y el progreso”, rechazando cualquier posibilidad de reconocimiento de la pluralidad étnica y la interculturalidad. Olascoaga agregaba a estas ideas un profundo conocimiento de la zona cordillerana y una visión muy clara de las posibilidades de desarrollo económico del área norpatagónica, entonces muy integrada al sur chileno, y del rol que en ello cumplía la ocupación efectiva de las fronteras con población estable identificada con “la nación”. No casualmente eligió Chos Malal como primera capital del territorio de Neuquén, un asentamiento -antigua sede del Fortín IV Divisiónubicado en el área antecordillerana, en el centro de una zona de intensa circulación y tránsito en la etapa de control indígena y con marcada influencia socio-cultural del país trasandino. La afirmación de la “argentinidad” aparecía fuertemente vinculada al “problema indígena” en el pensamiento de este funcionario territorial.


Las partes por mi editadas corresponden a ejemplos o asuntos menores con el solo fin de reducir el tamaño del post.

Importante para mi resaltar de esta primera parte:

o La llamada conquista del desierto nace como consecuencia del fortalecimiento del estado nacional una ves terminada las guerras intestinas.
o Los dirigentes de este primer estado nacional son a la ves los mas afectados por los malones y lo mas interesados en expandir sus fronteras productivas.
o Esto queda de manifiesto por el avance no solo sobre comunidades hostiles si no también sobre comunidades amigas y reconocidas por el Estado Argentino.
o Estas comunidades amigas vivían en paz con habitantes blancos; galeses y chilenos.
o Estas comunidades enarbolaban el pabellón nacional, lo defendieron e incluso lo sostuvieron ante intentos de chantaje por parte del gobierno chileno.
o El avance de la frontera no significo para los territorios conquistados un cambio en el modelo productivo imperante. Solo significo un “cambio de manos”.
o Este cambio de manos no significo una distribución de la tierra entre los nuevos inmigrantes, las comunidades y los gauchos. Todo lo contrario, se baso en la figura del latifundio, con todo los inconvenientes sociales y económicos que este tipo de explotación acarrea y aun perduran.

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Seria interesante si alguien puede aportar los mapas del avance de las columnas del EA.
 
Siempre habra dos puntos de vista, el de los dominados y el de los conquistadores.
Los pueblos originarios marcaban sus fronteras de palabras, los conquistadores lo hicieron con titulos y papeles.
Hoy me encuentro del lado de los conquistadores por nacimiento y cultura, sin embargo y a la distancia puedo ver que siempre fue el poder economico el que dicta las politicas,
Cuando el derrame llega al pueblo los capitales se quejan, cuando los capitales se van se los extraña, raras paradojas dominados y dominadores no pueden vivir por si solos
 
Muy bueno!!

1833 Rosas:







Saludos

Fuente Mundo Historia.
 
Muchas gracias Faramir por los mapas.
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La segunda etapa; fines de 1800 y principios de 1900.

Con esta parte se termina de conformar la sociedad indígena y patagónica que va a desembocar en la madre de todo los conflictos; como se distribuye la tierra y quien va a tener el poder real en la patagonia.

Lo mas relevante a nivel nacional es la creación de los Territorios Nacionales; división política con la que se administro a los territorios conquistados, dependientes del PEN cuyas autoridades no eran elegidas por los pobladores de los territorios que luego gobernarían.

Como material de referencia

S. BANDIERI, “Ampliando las fronteras: la ocupación de la Patagonia”, en Mirta Lobato, Directora, Nueva Historia
Argentina: El progreso, la modernización y sus límites (1880-1916), Vol. 5, Bs. As., Editorial Sudamericana, 2000. Cap. III fragmento.


AMPLIANDO LAS FRONTERAS: LA OCUPACION DE LA PATAGONIA

La organización político-administrativa: Territorios Nacionales y sistema político
Luego del sometimiento de la sociedad indígena, pronto se hizo evidente la necesidad de poner en marcha una política de organización interna de los espacios apropiados por el Estado nacional, procediéndose al ordenamiento de los nuevos territorios en unidades administrativas mas pequeñas que aquel vasto espacio físico comprendido por la Gobernación de la Patagonia. Así se dictó, el 16 de Octubre de 1884, la ley 1532 que creó los Territorios Nacionales de Neuquén, Río Negro, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego, así como los de Chaco, Formosa, Misiones y La Pampa, estableciendo sus superficies, límites, forma de gobierno y administración. Hasta su conversión en provincias y la elección de su primer gobierno constitucional en 1958, con la sóla excepción de Tierra del Fuego que conservó su anterior condición, los Territorios Nacionales fueron simples divisiones administrativas carentes de toda autonomía. Sus gobernadores, designados por tres años por el Poder Ejecutivo Nacional con acuerdo del Senado, debían cumplir y hacer cumplir las disposiciones emanadas del gobierno central.
Con la ocupación de estas regiones se produjo entonces una redefinición del espacio territorial argentino, donde vastas superficies quedaron bajo el control político de las autoridades nacionales, en condiciones jurídicas muy distintas a las de las tradicionales provincias argentinas. Con un evidente principio homogeneizador, acorde con el propio proceso de consolidación del Estado y la consecuente afirmación de su soberanía, se legisló para el conjunto sin atender a las especificidades, convirtiendo a los Territorios Nacionales en entidades marginales de naturaleza marcadamente híbrida. De hecho, se los pensaba como “provincias en ciernes” que debían depender tutorialmente de las autoridades centrales hasta tanto alcanzasen, por simple desarrollo evolutivo, las condiciones de gobernabilidad necesarias como para acceder a los beneficios del sistema federal de gobierno. Así, el Poder Ejecutivo Nacional designaba a los funcionarios, recaudaba las rentas y fijaba los impuestos, en una pesada burocracia centralizada que quitaba eficiencia a la administración territoriana. Desde el manejo de la tierra pública hasta las licitaciones para el servicio de correos se hacían en la Capital Federal, siendo los gobiernos territorianos simples delegaciones del poder central, con autoridad muy limitada y escaso presupuesto para hacer frente a los gastos corrientes. La falta de representantes en el Congreso Nacional y la negación de los derechos políticos a sus habitantes - en tanto las únicas elecciones populares previstas por la ley 1532 eran las de Jueces de Paz y Concejos Municipales cuando las localidades alcanzasen los mil habitantes- era una muestra más del fuerte control ejercido por el Estado central. Ello se agravaba con el incumplimiento de las propias disposiciones de la norma en lo referente a la conformación de Legislaturas y a la provincialización de los Territorios cuando superasen los 30 y los 60 mil habitantes, respectivamente.
Como es sabido, la ley electoral de 1912 constituyó el intento mas importante en la etapa por construir la ciudadanía política a nivel nacional, pero la negación de los derechos políticos a los habitantes de los Territorios Nacionales, que no podían participar en las elecciones de presidente y vice de la nación, como tampoco en la de legisladores nacionales o provinciales, ni aspirar a ocupar cargos públicos de esa naturaleza, sólo se modificaría sobre fines de la década de 1940, coincidentemente con la significativa
ampliación social de la ciudadanía efectuada durante el gobierno peronista. En el transcurso de la larga vigencia de la ley 1532, las divisiones políticas de los territorios patagónicos sufrieron una serie de modificaciones, así como, en algunos casos, también cambió la localización de sus capitales. Muchas veces, estos cambios sólo perseguían intereses diversos sin relación visible con el crecimiento de la población y el desarrollo de las respectivas economías regionales. En otras, como en el caso de Neuquén, cuya capital -Chos Malal- fuera trasladada en 1904 al vértice mas oriental del territorio, por encima de la concreción de un excelente negocio de propietarios particulares de tierras, se perseguía además, en coincidencia con la llegada del ferrocarril, la intención oficial de vincular mas fuertemente a la región con el mercado nacional, aunque los efectos de tal medida, como luego se verá, no fueron inmediatos. Otra iniciativa, vinculada en este caso a la afirmación de la soberanía política argentina en el área mas austral del país, se produjo en Santa Cruz, cuando el Gobernador Ramón Lista decidió cambiar la capital desde el puerto de ese nombre a la población de Río Gallegos, en el mismo año de 1904.
Cabe mencionar también que la particular dependencia de los territorios patagónicos con respecto al gobierno nacional habría facilitado, de hecho, la escasa consolidación de sectores políticos locales con suficiente fuerza como para presentar una oposición coherente a los mecanismos de dominación impuestos desde el poder central. La débil presencia nacional en algunos ámbitos hizo por otra parte que los gobiernos territorianos debieran funcionar casi siempre en la absoluta indigencia, muchas veces abandonados a su suerte. Esto habría facilitado el desarrollo de una importante capa de comerciantes con los cuales los agentes estatales se endeudaban para así satisfacer las necesidades básicas de aprovisionamiento del territorio. Ello explica, entre otras cosas, la base mercantil de buena parte de los sectores dominantes en el interior patagónico. La debilidad en el sistema de ocupación estimuló también las pretensiones chilenas sobre el territorio, que derivaron en serios conflictos limítrofes sobre fines del siglo pasado y comienzos del actual, eventualmente resueltos luego de la entrevista de los presidentes Roca y Errázuriz en Punta Arenas y la firma de los llamados “Pactos de Mayo” de 1902. Sin embargo, y por encima de la afirmación soberana respecto a los conflictos de límites, no hubo por parte del Estado nacional argentino una política firme de doblamiento patagónico, favoreciendo indirectamente, como luego se verá, el asentamiento espontáneo de población trasandina, así como la inversión de capitales de ese origen, en relación con los intensos contactos mantenidos entre la región y los centros urbanos y portuarios del sur chileno. Si bien la participación electoral a nivel municipal era activa en los territorios patagónicos – eso siempre y cuando el gobernador de turno decidiera crear el municipio en las localidades que superaran los mil habitantes o prefiriera, como era común, designar personalmente a los miembros de una menos conflictiva Comisión de Fomento -, la población territoriana no alcanzó nunca, en esta etapa, la fuerza y movilización necesarias como para instalar sus demandas en el conjunto nacional. Sin ningún tipo de representación parlamentaria, sus habitantes dependían de una burocracia por demás centralizada y muchas veces desconocedora del medio y de sus necesidades, donde policías y jueces de paz constituían las figuras visibles del aparato de justicia central, tal vez el mas presente en los ámbitos territorianos no capitalinos. Los gobernadores, por su parte, con muy escasa capacidad de maniobra, pocas posibilidades tenían de resolver los problemas de la cotidianeidad territoriana. En onsecuencia, muchos de los proyectos elementales de crecimiento, como la construcción de caminos, puentes y la instalación de servicios de balsas, se debieron a la iniciativa particular. Pero las necesidades básicas no satisfechas de los territorios patagónicos requerían de importantes inversiones capaces de cubrir las deficiencias en los sistemas de transportes, solucionar el problema de las inundaciones o construir obras de riego, inversiones todas que, por su escasa rentabilidad inmediata, aparecían todavía como muy poco atractivas para el capital extraterritoriano, al menos hasta la década de 1910.
Todo esto en el marco de pensar la inserción patagónica dentro del mismo modelo agroexportador delineado para el conjunto nacional sobre fines del XIX, con fuerte acento en la pampa húmeda. El único intento superador producido en la etapa, aunque frustrado, lo constituyó el proyecto elaborado por el Ministro de Obras Públicas del presidente Figueroa Alcorta, Ezequiel Ramos Mexía, con la ayuda de su colaborador, el técnico norteamericano Bailey Willis, concretado en la Ley 5559 de Fomento de los Territorios Nacionales del año 1908. La idea general del proyecto se basaba en una presencia muy activa del 13 Estado nacional en la Patagonia, mediante la construcción de líneas férreas que cruzaran longitudinalmente la meseta uniendo los puertos con las zonas cordilleranas, la realización de obras de navegación, la regulación de las crecientes y la canalización de los ríos, atendiendo también a su aprovechamiento energético, así como la división y venta de las tierras fiscales bajo una efectiva política de colonización y poblamiento. Severos obstáculos enfrentó el ministro a la hora de sancionarse el proyecto, que el Congreso desnaturalizó con importantes modificaciones, sufriendo también la fuerte oposición de las empresas ferroviarias inglesas. Los planes de expansión quedaron postergados por la imposibilidad de obtener fondos con destino a obras públicas nacionales, a la vez que se acusaba a Ramos Mexía de “abusos y derroches” en una interpelación parlamentaria realizada en 1912, obligándolo finalmente a renunciar. Sólo una parte del proyecto general de fomento se puso efectivamente en marcha, favoreciendo casi exclusivamente al Territorio de Rio Negro, donde se iniciaron las primeras obras de riego en el Alto Valle, el tendido de un ramal ferroviario y la transferencia de algunas tierras públicas al sector privado.
Sin duda que el proyecto de Ramos Mexía debe incluirse dentro de las iniciativas del grupo reformista surgido en el seno de la élite gobernante nacional al comenzar el siglo XX. Desde distintos lugares de la sociedad civil y del propio Estado, miembros de este grupo planteaban la necesidad de incorporar nuevos rubros a la agenda de problemas que se debían resolver en la Argentina de la época.
Distintos proyectos innovadores intentaban superar las limitaciones percibidas en el modelo agroexportador vigente, aunque sin llegar a cuestionarlo, en tanto que se comenzaba a discutir el principio de “progreso indefinido” que lo sostenía, reclamándose al Estado algunos cambios necesarios en el sistema político y en las bases económicas y sociales del país.


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La distribución de la tierra, las actividades económicas y la nueva organización social del espacio
Patagónico

Según el discurso oficial, la soberanía conquistada por las armas debía ser consolidada con la radicación de población en las áreas de frontera, aunque, de hecho la expansión de la misma fue exigencia del propio crecimiento de la ganadería extensiva a nivel nacional. Esta conflictiva contradicción se reflejó claramente entre los propósitos explícitos de poblamiento que declaraban las leyes de tierras y la aplicación de las mismas a la hora del reparto. En ese sentido, puede decirse que el acceso a la tierra pública en los territorios patagónicos se consiguió básicamente por cuatro vías: una primera, que contemplaba la condición previa de la colonización y el poblamiento por aplicación de la ley 817 de 1876, condición luego eliminada por la ley 2875 de 1891 que transformó a los presuntos colonizadores en propietarios definitivos; la segunda, por medio del remate público - ley 1265 de 1882-; la tercera, por la llamada “Ley del Hogar” - ley 1501 de 1884-; y la cuarta, por la posesión de certificados de premios militares - ley 1628 de 1885-.
La primera de estas normas, también conocida como “Ley Avellaneda”, permitía la colonización privada entregando a esos fines hasta dos fracciones de tierra de 40.000 ha cada una por solicitante, sin otorgar la propiedad del recurso hasta tanto no se ejecutara la obligación de poblar. Mas tarde, la llamada “Ley de Liquidación” de 1891 anuló tales obligaciones, permitiendo a quienes no las habían cumplido la posibilidad de conservar en propiedad las tres cuartas partes de la superficie en concepto de donación o a precios muy bajos, siempre que se introdujeran determinadas mejoras. Estas leyes, fácilmente transgredidas, permitieron el acaparamiento de importantes superficies de tierras patagónicas por parte de grandes comerciantes y compañías extranjeras. Por la “Ley de Remate Público” de 1882 se determinó la venta de tierras con destino a la ganadería o a la agricultura en los Territorios Nacionales, con superficies máximas de hasta 40.000 y 400 ha, respectivamente. Los remates se efectuaron en la Capital Federal, ocupándose por esta norma superficies ubicadas sobre el brazo sur del río Coyle, en Santa Cruz, y en la confluencia de los ríos Limay y Neuquén. La “Ley del Hogar”, por su parte, pretendió democratizar el acceso a la tierra pública, imitando a las leyes de colonización puestas en práctica en la expansión hacia el oeste norteamericano, ofreciendo parcelas de hasta 625 ha para explotaciones exclusivamente ovinas, en colonias que gozarían del apoyo estatal. Encuadradas en esta norma, se fundaron una serie de colonias en la Patagonia, casi todas fracasadas por la desacertada selección de las tierras y los criterios inadecuados de producción, particularmente evidentes en la insuficiencia de las unidades productivas proyectadas.
Finalmente, la denominada “Ley de Premios Militares” concedió tierras a los expedicionarios al “desierto” según su graduación militar, en bonos canjeables por superficies a elección que podían ser transferidos. De esa forma, de los 4.700.000 ha que se distribuyeron por esta ley en la Pampa y Patagonia, la mayoría quedó en manos de especuladores o grandes compañías con intereses ganaderos en la región. Finalmente, cabe mencionar que la totalidad de tierras adjudicadas por el conjunto de leyes aplicadas en todos los Territorios Nacionales del norte y sur del país, superó las 33.000.000 ha.
Con la promulgación de una nueva ley de tierras en 1903, que derogaba a las anteriores, se pretendió poner fin a las irregularidades mencionadas. De esa manera disminuyeron las transferencias en propiedad de tierras públicas a particulares y desaparecieron las donaciones directas del Estado nacional, aumentando en cambio la entrega en arrendamiento de hasta 20.000 ha de uso ganadero, con opción a compra de la mitad de la superficie al concluir el contrato y posibilidad de renovación del resto. El arrendamiento se transformaría entonces en una de las formas de tenencia predominante, particularmente en el sur patagónico, aunque no se lograron los objetivos deseados, ya que la concentración de tierras en pocas manos era en la región una situación consolidada.
De todas maneras, cabe diferenciar entre aquellos que compraron o arrendaron tierras con fines productivos aunque sin intención colonizadora, como parte de una mas amplia estrategia de inversión, a veces de carácter internacional, y aquellos que se radicaron e iniciaron el poblamiento regional. En el área de Santa Cruz, por ejemplo, la iniciativa del Gobernador Moyano de ofrecer tierras en arriendo a malvinenses y magallánicos tuvo rápida respuesta, firmándose en 1885 un contrato de arrendamiento de
200.000 ha con la sociedad conformada por las familias Wood, Waldron y Greenhilds, origen de la futura “The Patagonian Sheep Farming Company”, propietaria de la importante estancia “El Cóndor”. Pocos años después, en la década de 1890, y con el objeto de activar la formación de un mercado de tierras patagónico, el Estado nacional comenzó una intensa campaña de venta de superficies con importante propaganda en Europa. Con ese mismo propósito se vendió en forma directa, por ley de 1892, una superficie de un millón de hectáreas a elección en los territorios de Chubut y Santa Cruz a un prestamista alemán, Adolfo Grümbein, gestor de la Sociedad Link y Cía. y del Banco de Amberes en Buenos Aires y emparentado además con grandes capitales porteños. A pesar de la repercusión pública de este verdadero negociado, el gobierno nacional suspendió todo trámite de entrega de tierras en Santa Cruz entre 1892 y 95, hasta tanto Grümbein eligiera los lotes a ocupar - las mejores tierras libres en la zona de los ríos Gallegos y Coyle, en la costa atlántica hasta Puerto Deseado y en el área fronteriza con Chile -. Finalmente, y mediante pingües ganancias para los intermediarios, estas tierras fueron distribuidas entre 21 propietarios, 14 de los cuales eran grandes empresas ganaderas ya instaladas en Chile y Santa Cruz. De esta primera venta de tierras públicas surgiría un importante número de adquirentes británicos. Las inversión de capital de ese origen continuó a ritmo creciente, constituyéndose a ese fin una serie de compañías privadas con sede en Londres para la explotación de importantes superficies en distintos territorios, como la “Cullen Station Ltda.”, en Tierra del Fuego, y las sociedades “Lai-Aike Sheep Company” y “Monte Dinero Sheep Company”, en Santa Cruz, entre otras. Otra típica modalidad de inversión fue la adquisición de grandes superficies por parte de compañías públicas del mismo origen, tal es el caso de la “Argentina Southern Land Company”, creada en 1889, luego subdividida en “Port Madryn Land Company” y “Rio Negro Land Company”, propietarias, entre otras, de las estancias “Leleque”, en Chubut, y “Maquinchao”, en Río Negro, con alrededor de 650.000 ha. En 1897 se crearía la “Patagonia Sheep Farming Company” para hacerse cargo de los negocios de la empresa familiar Waldron y Wood, con propiedades e intereses conjuntos en Chile y Argentina. La “Southern Patagonia Sheep Farming Company”, por su parte, compró y arrendó tierras en Patagonia y en el sur chileno por un total de mas de 150.000 ha. Sobre comienzos del siglo XX, habría un registro aproximado de dieciocho compañías de tierras británicas operando en Patagonia con millones de hectáreas en propiedad. En el caso de la mas significativa de ellas, la ya mencionada “Argentine Southern Land Co.”, el origen de sus propiedades fue el otorgamiento de tierras a ambos lados de la línea férrea del Ferrocarril Central del Chubut que unía Trelew con Puerto Madryn, como parte de la concesión ferroviaria realizada por el Estado argentino a la empresa “Chubut Company Ltd.”. Otras superficies se obtuvieron en los territorios de Chubut y Río Negro de acuerdo a la ley Avellaneda de 1876, con fines de colonización. Ante el supuesto fracaso de este objetivo, la empresa se acogió a las disposiciones de la ley de liquidación de 1891 ya mencionada. Finalmente, la superficie transferida en propiedad alcanzaría aproximadamente las 585.000 ha, distribuidas en tierras de la meseta rionegrina y del área cordillerana de Río Negro y Chubut. Desde “Leleque” se manejaban las estancias de los contrafuertes andinos y desde “Maquinchao” las de la Patagonia central. Mas tarde, en 1910, el mismo grupo empresarial y otros asociados constituirían la “Tecka Land Company”, propietaria de la estancia de igual nombre en el área andina de Chubut. Durante el transcurso de la etapa, y aprovechando la demanda permanente y los buenos precios obtenidos, las últimas estancias mencionadas comercializaban sus vacunos en Chile.
En Neuquén, el proceso inicial de reparto de la tierra pública entre propietarios particulares tuvo distintas características en relación a su ubicación y posibilidades productivas. La zona oriental del territorio - departamento Confluencia - rematada en 1885 por aplicación de la ley de 1882, permaneció prácticamente despoblada hasta comienzos de este siglo. La zona andina, en cambio, que ya contaba con la mayor concentración de población en la etapa indígena por su especial aptitud ganadera, conservó su lugar de privilegio en directa relación con el mantenimiento de los vínculos sociales y económicos con el sur chileno. En el sudoeste del territorio, las tierras de mejor calidad para vacunos fueron concedidas en fracciones de hasta 80.000 ha para colonizar, con arreglo a la ley de 1876, a importantes familias de las estructuras de poder porteñas como los Uriburu, Castells, Gartland y Sorondo, entre otros, que una vez habilitados por la ley de 1891 vendieron sus propiedades, sobre principios de siglo, a importantes inversores chilenos como la “Sociedad Comercial y Ganadera Chile-Argentina”, la “Sociedad Ganadera La Constancia”, la “Sociedad Comercial y Ganadera General San Martín” y la “Sociedad Comercial y Agrícola del Lanín”. Estas compañías, propietarias de tierras a ambos lados de la cordillera, desarrollaban actividades complementarias entre un área de cría, establecida en Neuquén, y otra de transformación y venta ubicada en Chile. La composicón societaria de estas empresas ganaderas muestra, en muchos casos, importantes vinculaciones familiares y económicas con otras inversiones británicas-magallánicas en la Patagonia austral, lo cual permite inferir una particular estrategia de inversión de capitales con sentido regional.
Ante el fracaso de la mayoría de los intentos de colonización oficial por la reducida dimensión de los lotes para la cría del lanar y la falta de comunicaciones apropiadas, fueron las grandes propiedades particulares las formas características de la organización social del espacio patagónico. En el otro extremo, tierras fiscales de inferior calidad permanecieron en manos de ocupantes sin título, con permisos precarios, que pagaban derecho de pastaje a los organismos oficiales. Estos terrenos, ubicados casi siempre en la meseta central, fueron muchas veces desechados por los concesionarios iniciales por sus condiciones de marginalidad y lejanía de los puertos. En las áreas mas empobrecidas, como la “línea sur” rionegrina o el noroeste de Neuquén, por ejemplo, se ubicaron grupos de crianceros de ganado menor en explotaciones familiares de subsistencia que expresan la otra cara de esta historia, la de los excluidos del modelo.
Ahora bien, a los efectos de comprender ciertas características del asentamiento de la población y del desarrollo de las actividades económicas regionales, debe tenerse especialmente en cuenta la gran diversidad fisiográfica que presenta el territorio patagónico. La modificación del paisaje en dirección oeste-este, que va desde estructuras orográficas complejas como la Cordillera de los Andes hasta la árida meseta oriental, así como la disminución de las lluvias en ese mismo sentido, tienen efectos directos sobre la cubierta vegetal y la posibilidad de desarrollo de determinadas actividades productivas. Esto ha generado una desigual distribución de la población y de los recursos entre las áreas costeras y el interior patagónico. La región no tiene, por lo consiguiente, una distribución económica y demográfica homogénea, pudiendo distinguirse claramente entre áreas de desarrollo mas concentrado y grandes espacios relativamente vacíos, que revelan, en algunos casos, un importante estancamiento económico y sufren, en consecuencia, un acentuado proceso de despoblamiento, especialmente en las zonas rurales.
En tanto la expansión del ovino, introducido desde la llanura pampeana, las Islas Malvinas y Punta Arenas en Chile, fue otorgando una fisonomía particular al conjunto patagónico, el desarrollo de la agricultura intensiva bajo riego en los oasis agrícolas de los valles del río Negro al norte y del río Chubut al sur, fue generando modalidades características del asentamiento de población. Otro tanto ocurriría con la incipiente explotación del petróleo en la zona de Comodoro Rivadavia. Pero, en conjunto, una muy débil estructuración social caracterizaría a la región. Fuera de las áreas marítimas y de los valles fluviales, donde la penetración de migrantes nacionales y extranjeros fue mas significativa y mayor la densidad demográfica, una ocupación dispersa mostraría el interior patagónico, cuya población mas representativa seguía siendo la de indios nativos y una importante cantidad de chilenos. Resulta entonces evidente, en la totalidad de la etapa que nos ocupa, la perdurabilidad de una sociedad de frontera que se resiste a desaparecer a pesar del éxito de la conquista militar y del explicitado objetivo de “transformación necesaria” de las conductas sociales de los pueblos nativos, hecho que sólo fue posible en la medida en que se consolidaron mas firmemente las pautas de dominación puestas en práctica por los nuevos dueños de la tierra y los incipientes sectores hegemónicos locales. Pero sería éste un proceso lento en la Patagonia, que excede sin duda la etapa que nos ocupa.
El predominio de la ganadería extensiva, por su parte, habría limitado el surgimiento de centros urbanos, facilitando la persistencia de distintos ámbitos de sociabilidad en los espacios rurales - boliches, almacenes de ramos generales, hoteles y fondas, prostíbulos, casas de juego- que favorecerían la reproducción de los hábitos culturales de esta sociedad fronteriza. Aunque la policía y la justicia eran las figuras visibles de la administración territoriana en todo el interior patagónico, con la misión específica de aplicar la ley y controlar los “espacios peligrosos” de la sociabilidad regional, las distancias, la falta de comunicaciones y, muchas veces, la idéntica procedencia social de los agentes estatales, impedía el funcionamiento pleno del aparato represivo nacional. La resistencia al nuevo orden tuvo sin embargo perfiles de violencia cotidiana, cuyos escenarios favoritos eran los mismos espacios de sociabilidad ya mencionados.
Vuelve a destacarse aquí el rol central de los comerciantes, muchas veces de origen extranjero y predominantemente “turcos” - según la común denominación regional de sirios, libaneses y otros -, que comúnmente concentraban todas las funciones antes mencionadas en los espacios del interior patagónico y cuyos vínculos con la sociedad nativa excedían ampliamente las relaciones mercantiles. De allí la presión permanente que podían ejercer sobre la justicia local a los efectos de obtener prerrogativas especiales por parte de los funcionarios, como la autorización para el despacho libre de bebidas, presión que muchas veces lograba sus objetivos al amparo de una importante red de poder político y económico que poco a poco se iba gestando en la Patagonia, permitiendo una mejor ubicación de aquellos sectores mercantiles que pudieron de esta manera garantizar las bases de su acumulación y transformarse luego en dominantes. Esto fue todavía mas evidente en el interior de la meseta patagónica, donde la presencia de sectores rurales con actividades de subsistencia era abrumadoramente mayoritaria, particularmente en las áreas andinas. En la zona costera, en cambio, donde las densidades poblacionales alcanzaban niveles más importantes, los núcleos urbanos sumaron otras particularidades, aunque también la población conservaba, en algunos aspectos, caracteres marcadamente fronterizos. Tal es el caso de Comodoro Rivadavia, donde los orígenes diversos de la población - en este caso ultramarino, aunque también trascordillerano -, su constante fluctuación e intensa movilidad y la significativa predominancia masculina, eran caracteres propios de los incipientes núcleos urbanos patagónicos. Las duras condiciones materiales de vida y las tempranas formas de explotación de un mercado de trabajo todavía muy incipiente, derivarían sólo mas tarde en los importantes movimientos sociales que tuvieron como escenario a la Patagonia, aunque en el ámbito de los espacios informales de sociabilidad ya mencionados, el conflicto y la resistencia nunca dejaron de expresarse.
 
-Las explotaciones ganaderas
El proceso por el cual la Patagonia se integró al sistema económico nacional e internacional en la etapa que nos ocupa, a través de la captación del ganado ovino expulsado de la llanura pampeana, no debe ser erróneamente generalizado al conjunto de la región por cuanto afectó especialmente a los territorios conlitoral marítimo, cuyos puertos naturales permitían una rápida conexión con los mercados del Atlántico. En tanto las tierras mas australes de la Patagonia se destinaron al ovino productor de lanas y carnes, las del norte, más cercanas al mercado metropolitano, fueron esencialmente productoras de lana destinada a satisfacer la demanda de la industria textil europea. No fue éste exactamente el caso de las áreas andinas productoras de vacunos, cuyas condiciones de mediterraneidad y aislamiento favorecieron su natural desvinculación del mercado nacional y una mayor integración con el área del Pacífico, al menos durante fines del siglo XIX y primeras décadas del XX. Esto último favorecido por la expansión cerealera del valle central chileno hacia el sur y el consecuente aumento de la demanda de carne vacuna para consumo y transformación en saladeros, curtiembres, graserías, fábricas de velas y jabón. Una vez sometidos los grupos indígenas que abastecían esa demanda y producida la definitiva reorientación económica cuyana hacia la vitivinicultura, las corrientes de población instaladas en las áreas andinas, particularmente en la norpatagonia, desarrollarían naturalmente la misma actividad, facilitada por la presencia de numerosos valles transversales que permitían el tránsito de un lado a otro de la cordillera durante gran parte del año. Esto también explica el hecho de que importantes comerciantes y hacendados trasandinos se preocuparan por invertir en la compra de grandes extensiones de tierras en la región. Tal es el caso, entre otros, de la ya mencionada “Sociedad Comercial y Ganadera de Chile y Argentina” de capitales chilenos - luego “Sociedad Ganadera Gente Grande”-, integrada entre otros por Mauricio Braun y los hermanos Hobbs, que llegó a concentrar en 1905 más de 400.000 ha de tierras en propiedad en el sudoeste neuquino. De esa manera, estos hacendados desahogaban sus campos en las provincias chilenas limítrofes, aptos para la agricultura y de limitadas posibilidades para la crianza de ganado mayor. En una típica economía complementaria, los animales criados en el oriente cordillerano eran engordados con los residuos de las cosechas en los fundos chilenos y desde allí comercializados.
También los estudios regionales mas recientes sobre la Patagonia austral, muestran la importancia de
la expansión de los sectores económicos chilenos de la zona de Magallanes sobre el área fueguina y el extremo más meridional del Territorio de Santa Cruz, durante los últimos años del siglo XIX y primeras décadas del XX. Estas áreas habrían constituido, junto con el sur de Chile, y al menos hasta 1920, una misma región con centro en Punta Arenas, circunstancia especialmente favorecida por la eliminación de los impuestos aduaneros en la mayor parte de la etapa. Cabe recordar, en este caso, que mientras una gran franja del área continental chilena al sur de Puerto Montt, esperaba todavía su ocupación económica, la zona magallánica había alcanzado un significativo desarrollo, transformándose en proveedora de lanas y carne ovina congelada al mercado internacional a través de una importante industria frigorífica establecida en la ciudad de Punta Arenas. Alrededor del año 1910 puede ubicarse la etapa de mayor desarrollo de esta industria, cuando la provisión de ovinos argentinos constituía hasta el 50 por ciento de los animales sacrificados en los frigoríficos magallánicos con destino a los países europeos y a todas las repúblicas del Pacífico. También lanas y otros derivados eran absorbidos mayoritariamente por ese centro portuario, en atención a sus excelentes condiciones naturales para la exportación y a la importancia del estrecho de Magallanes en la navegación mundial. Idénticos motivos permiten explicar la importante inversión de capitales de ese origen en la adquisición de tierras del sur patagónico para el desarrollo de explotaciones ovinas, tanto en lo vinculado a empresas circunscriptas al área de desarrollo, como las del grupo Menéndez- Braun, o a capitales ingleses previamente radicados en Punta Arenas, como es el caso de la firma Waldron & Wood, propietaria en Argentina de la estancia “El Cóndor”, de alrededor de 500.000 ha, inicialmente manejada por capitales ingleses radicados en esa ciudad chilena. Esta firma, que además poseía casas comerciales en Buenos Aires, era simultáneamente dueña de 650.000 ha en el sur de Chile, a la vez que integraba la “Sociedad Ganadera Gente Grande”, propietaria según vimos de campos en Neuquén y de un importante frigorífico en Punta Arenas, que también combinaba un conjunto de estancias en Santa Cruz con propiedades en territorio chileno. Es en razón de este complejo entramado que se sostiene que algunas de las inversiones inglesas en tierras en el sur argentino deben ser también estudiadas en el marco de una mas amplia estrategia de inversión transnacional, que muy probablemente permitiera a los capitales de ese origen manejar en forma simultánea los circuitos productivos y de comercialización del Atlántico y del Pacífico. En cuanto a las características de las explotaciones, ya se ha mencionado el tamaño de las mismas y la concentracion de la propiedad, distinguiéndose necesariamente entre aquellas cuya puesta en producción se debió a los ocupantes de las primeras colonias pastoriles y las grandes superficies controladas por las compañías ganaderas. Entre las mas importantes estancias ovinas del sur patagónico, se destacan las fundadas por José Menéndez, inmigrante asturiano radicado primero en Buenos Aires como dependiente de comercio, que se aventuraría a Patagonia con la expedición de Guerrico, instalándose en 1876 en Punta Arenas con comercio de ramos generales y empresa de navegación. Pronto expandiría sus actividades a la isla de Tierra del Fuego, accediendo a la concesión de una importante superficie de tierras al sur y norte del río Grande y constituyendo en 1899 las estancias “Primera Argentina” y “Segunda Argentina”, respectivamente. Por desmembramiento de esta última, se constituiría la estancia “María Behety”, de mas de 60.000 ha, uno de los mas importantes y modernos establecimientos ovejeros del área fueguina. De los negocios iniciales de José Menéndez se desprendería la conformación de la “Sociedad Anónima Ganadera Argentina Menéndez-Behety”, propietaria de distintas empresas ganaderas, comerciales, frigoríficas, de telecomunicaciones y energía eléctrica, ubicadas en distintos puntos de Tierra del Fuego, Chubut y Santa Cruz, con sede también en Punta Arenas como “Sociedad Anónima Ganadera Comercial Menéndez-Behety”, adonde agregaba a los rubros ya señalados la propiedad de aserraderos y empresas de navegación. Este verdadero emporio familiar, completado a través del casamiento de Josefina Menéndez Behety con Mauricio Braun, es un claro ejemplo de las posibilidades de diversificación de capital que permitía el área patagónica con las conexiones debidas, por cuanto a sus actividades comerciales se unieron rápidamente las ganaderas e industriales, ejerciendo además el monopolio de los negocios de importación y exportación a través de la sociedad conocida como “La Anónima”, constituida en 1908, que se convertiría en prestamista y acreedora de las demás empresas regionales. Otras estancias ovinas de menor superficie se iniciaron con escaso capital inicial, lo cual derivó en los primeros momentos en formas de vida muy precarias, alcanzando con los años una importante producción. Tal es el caso, por ejemplo, de la estancia “Cerro Horqueta” en el área central de Santa Cruz.
Estas estancias se destinaban básicamente a la cría de ovinos que se distribuían en amplias superficies, trasladándolos de los campos altos de cordillera en el verano a los campos bajos de la meseta en el invierno para un mejor aprovechamiento de las pasturas. Una serie de pequeños asentamientos distribuidos en distintos puntos de la explotación, distantes entre sí, eran manejados por un puestero y su familia y un número reducido de peones que permitía el control de las majadas. En épocas de zafra se contrataban esquiladores que deambulaban por las distintas estancias patagónicas. Una forma de vida solitaria y sujeta a las inclemencias del clima caracterizaba a estos trabajadores ovinos, en contraste con los confortables cascos de las estancias adonde periódicamente paraban los propietarios, generalmente absentistas. En este ámbito de durísimas condiciones de trabajo, se desarollarían años después las tristemente célebres huelgas rurales patagónicas.
Los pequeños productores, por su parte, descendientes de los antiguos habitantes o surgidos de las distintas corrientes espontáneas de población, ocuparon las tierras fiscales en las áreas menos favorecidas de la Patagonia, con explotaciones familiares donde la crianza de ganado mixto, con predominio de chivos, permitía la subsistencia y evitaba una inversión importante de capital y trabajo. Ante la imposibilidad de generar excedentes que les permitieran mejorar la calidad de sus rebaños, estos productores optaron por la alternativa de incrementar permanentemente el número de animales de su explotación, como resultado de lo cual se produjo un importante sobrepastoreo de los campos que aumentó la degradación de los recursos naturales.

-Los valles agrícolas
Las características climáticas generales de la Patagonia - fuertes vientos, temperaturas excesivamente bajas y cortos períodos libres de heladas - impiden, de hecho, las prácticas agrícolas, salvo en los valles de los ríos Chubut, Colorado y Negro, donde la creación de infraestructura de riego permitió el desarrollo de cultivos intensivos. Según hemos visto, fue en el valle inferior del primero donde comenzó el desarrollo histórico de la agricultura de regadío en la Patagonia, como producto de la primera instalación de los colonos galeses, donde se inició el cultivo de cereales, frutas y hortalizas. El deterioro de los suelos por dificultades de drenaje y sobrerriego, entre otros factores, derivaría luego en una orientación hacia el cultivo de forrajeras.
El área de aprovechamiento del valle superior del rio Colorado se encuentra ubicada en el área colindante con La Pampa, alrededor de las colonias rionegrinas de Catriel y Peñas Blancas. Los primeros cultivos datan de principios de siglo con la radicación de una familia inglesa desplazada de Sudafrica en la estancia “Río Colorado Lands”. Durante algunos años fue significativa la producción de forrajeras, sin embargo, las históricas crecidas del Colorado y el mas reciente descubrimiento de petróleo terminarían limitando la producción agrícola del área. En el valle medio del mismo río -Colonias Juliá y Echarren, en el departamento rionegrino de Pichi Mahuida -, la producción se orientó tempranamente hacia el frutal. En el curso inferior del Colorado, en el límite entre los partidos bonaerenses de Patagones y Villarino, el régimen de lluvias y las características del terreno permitieron en la etapa el desarrollo de una agricultura de secano, imposible en otros territorios patagónicos.
Pero fue en el alto valle del río Negro - que comprende también los valles inferiores de los ríos Neuquén y Limay -, donde la producción agrícola patagónica alcanzó niveles mas significativos a través del desarrollo de una producción frutícola intensiva destinada mayoritariamente a la exportación. Si bien la definitiva conformación frutícola del alto valle fue un proceso gradual que culminaría recién alrededor de los años 1930, con una fuerte incidencia organizativa del capital británico propietario del Ferrocaril del Sud, fue en esta etapa cuando se iniciaron las obras de riego y los primeros ensayos agrícolas, vinculados inicialmente al cultivo de alfalfa. De tal manera, también corresponde a principios de siglo el proceso de subdivisión de la tierra y la conformación de las primeras colonias, ya sea por iniciativa oficial o privada. Habían transcurrido casi veinte años desde que los galeses hicieran la primera experiencia de cultivo intensivo bajo riego en tierras patagónicas, cuando se inició en el alto valle del río Negro el segundo ensayo de irrigación. A esos efectos se construyó un primitivo sistema de riego con bocatoma en el río Neuquén, que a través del llamado “canal de los milicos” - construido por soldados, presidiarios, aborígenes y peones agrícolas dirigidos por el ingeniero sanjuanino Hilarión Furque -, atravesaba la Colonia Gral. Roca. En 1898, el gobierno nacional designó al ingeniero italiano César Cipolletti para efectuar un estudio técnico s obre el mejor y mas conveniente aprovechamiento de los ríos con destino a la irrigación de los territorios del norte patagónico. De las obras planeadas por éste, sólo una parte se concretaría total o parcialmente. Para 1908, el viejo canal de los milicos servía con dificultad para el riego de 1.500 ha de valle, siendo frecuentes las inundaciones que impedían la práctica de cultivos intensivos, predominando en el área las grandes explotaciones dedicadas a la cría de ganado y al cultivo de alfalfa. Recién dos años mas tarde, bajo el ministerio de Ramos Mexía, se comenzaron las obras principales de irrigación - dique sobre el río Neuquén y canal principal de riego - completadas en 1916, con lo cual comenzó a darse el cambio productivo que haría de la fruticultura, años mas tarde, el cultivo regional por excelencia. Un rol preponderante tuvo en este proceso la empresa británica del Ferrocarril Sud, que financió mas del 50 por ciento del costo inicial de las obras y construyó, por contrato con el gobierno nacional, la red de canales y desagües que completarian mas adelante el sistema integral de riego, iniciando también en 1913, a través de la “Compañía de Tierras del Sur”, la primera subidivisón de tierras en la Colonia “La Picaza” - luego Cinco Saltos -. Se produjo a partir de entonces el parcelamiento de las tierras del valle en chacras de pequeñas superficies bajo explotación familiar, destinadas al cultivo de peras y manzanas. De esta manera, la empresa británica ejerció un rol fundamental en el desarrollo de una actividad que le permitiría luego monopolizar el transporte y la comercialización de la fruta.
En el valle medio del río Negro se encuentra la isla de Choele Choel y el sector de chacras de Chimpay, Belisle, Darwin y General Conesa. Los primeros cultivos de forrajeras habrían coincidido con la llegada a la isla de colonos galeses en 1898, construyéndose poco después rudimentarias obras de riego. En este caso, sólo mucho mas adelante, el cultivo de alfalfa habría derivado hacia la fruticultura, la horticultura y el cultivo de vid. El valle inferior del río Negro, en las proximidades de la ciudad de Viedma, también permitió desde antiguo el establecimiento de explotaciones agrícolas dispersas dedicadas al cultivo de vid, frutales y hortalizas, de muy escaso desarrollo hasta etapas mas recientes.

-Los centros mineros
El descubrimento de petróleo en Comodoro Rivadavia consolidó la proyección de este centro en su área de influencia, adquiriendo esa región chubutense un perfil propio que le permitió articularse al resto del conjunto patagónico y nacional mediante la construcción de rutas y la instalación del ferrocarril. El crecimiento constante de la actividad petrolera dominante, unida en esos años a una fuerte presencia statal, provocaría una importante atracción de capitales y mano de obra inmigrante de los mas diversos orígenes. El acuciante problema de la falta de agua dulce había condicionado desde el comienzo al asentamiento comodorense, iniciándose al respecto una serie de gestiones ante el gobierno nacional paraconseguir un equipo de perforación. Producto de estos trabajos - se discute si como parte de un hallazgo accidental o no - se descubrió, en diciembre de 1907, la presencia de petróleo, estableciéndose de inmediato una reserva nacional. Para hacerse cargo de todo lo referente a la organización y administración de la explotación, se constituiría, durante la presidencia de Roque Sáenz Peña, la denominada “Dirección General de Explotación de Petróleo de Comodoro Rivadavia”, dependiente del Ministerio de Agricultura, que estaría a cargo exclusivo de las explotaciones hasta 1916. A partir de ese año, y como parte de una historia posterior, la Primera Guerra Mundial revelaría el valor del petróleo como combustible y la iniciativa privada superaría entonces a la oficial en la extracción de los hidrocarburos patagónicos, desatando una verdadera “fiebre petrolera”, sólo limitada por la creación de Yacimientos Petrolíferos Fiscales en el año 1922.
Para cubrir los requerimientos laborales de la nueva actividad en sus comienzos, llegaron inmigrantes de las mas diversas nacionalidades, destacándose los españoles, rusos y portugueses, que se fueron radicando en las inmediaciones de la primera explotación, a 3 km de Comodoro Rivadavia. De esta manera surgieron las localizaciones de población típicamente petroleras, con particulares rasgos de identidad. Mas adelante, sobre fines de la década de 1910, las duras condiciones de vida provocarían la agrupación sindical de los trabajadores y la organización de las primeras huelgas. El auge petrolero de los años subsiguientes provocó el acelerado crecimiento de Comodoro Rivadavia y su área de influencia, permanentemente atada a los vaivenes futuros de la actividad y al destino de YPF.
Una historia similar es la de otros centros de explotación de hidrocarburos en Patagonia, como son los ubicados en Plaza Huincul y Cutral Co, en Neuquén, y Colonia Catriel, en Río Negro. La explotación de carbón en Río Turbio - Santa Cruz - y de hierro en Sierra Grande - Río Negro -, estas últimas mas recientes, contribuyeron también al surgimiento de poblaciones de crecimiento explosivo que sufrieron luego los efectos del estancamiento de la actividad y, por ende, de la desocupación y la pobreza. En efecto, la explotación de recursos naturales no renovables, el retiro de la actividad estatal y la ausencia de alternativas posibles, han agotado la vida de los centros mineros patagónicos. La práctica puramente extractiva de la actividad y la falta de integración con el medio circundante a partir del desarrollo de industrias vinculadas, también ha contribuido a ello.
Otros yacimientos mineros importantes de la Patagonia son los del distrito aurífero de Andacollo, en el noroeste neuquino. La presencia de oro aluvional y de veta dio origen sobre principios de siglo a una importante explotación por parte de una compañía extranjera con fuerte presencia de capitales chilenos, la “The Neuquén Propietary Gold Mines”. Esta y otras explotaciones de relativa envergadura, extenderían sus actividades hasta 1910 en coincidencia con el retraimiento de la actividad. Desde entonces, la extracción del oro neuquino nunca alcanzó proporciones significativas. Entretanto, una importante cantidad de “pirquineros” -lavadores de arenas auríferas- constituye la población permanente del área.
 
El rol de las comunicaciones y la articulación comercial
Siendo la ganadería extensiva la actividad económica espacialmente mas significativa de la Patagonia, el desarrollo de centros urbanos fue una necesidad poco sentida. La orientación de la producción mayoritaria de lanas y cueros ovinos hacia los mercados externos, por su parte, favoreció el surgimiento de un número importante de puertos sobre el Atlántico que extendieron su influencia hasta la zona cordillerana, transformándose en la base de la organización social del espacio patagónico. Son ellos, de norte a sur, Carmen de Patagones (en el área bonaerense), San Antonio Oeste, Madryn, Camarones, Comodoro Rivadavia, Deseado, San Julián, Santa Cruz, Río Gallegos y Río Grande. En consecuencia, las comunicaciones marítimas fueron siempre centrales en la región, en tanto que la intercomunicación entre las distintas áreas se vinculó directamente a la necesidad de canalizar la producción hacia los centros costeros. Entre los transportes de la Armada Nacional que surcaron por años las aguas patagónicas y fueguinas, cabe destacar especialmente al vapor “Villarino”, que en 1885 desembarcó hombres y elementos para la fundación de Río Gallegos y la instalación de la Subprefectura, inaugurando el servicio de transportes marítimos nacionales que en el transcurso de la etapa no logró, sin embargo, competir ventajosamente, en velocidad, capacidad y regularidad del servicio, con las empresas privadas. En consecuencia, hasta 1914, la comunicación marítima mas importante estuvo a cargo de tres compañías particulares con sus propias instalaciones portuarias: la “Hamburgo Sudamericana” -transformada en 1901 en “La Argentina Compañía General de Navegación”, de Delfino Hnos.-, la de “Nicolás Mihanovich” y la de la “S.A. Importadora y Exportadora de la Patagonia”, que prácticamente monopolizaron el servicio de cabotaje entre Buenos Aires y Río Gallegos, volviéndolo excesivamente caro y no necesariamente regular. A ellas se agregaban otras líneas de Punta Arenas que cubrían los servicios en la Patagonia austral, donde este puerto ejercía, según vimos, la mayor influencia. Un importante servicio de navegación fluvial se constituyó también en el río Negro sobre principios de siglo. Durante varios años, la llamada “Escuadrilla del Río Negro” cubrió con vapores el trayecto comprendido entre la capital rionegrina y distintos puntos del valle, con un servicio de cargas y pasajeros que no logró competir con la regularidad del Ferrocarril Sud, perdurando sólo hasta el año 1910.
La Ley de Fomento de los Territorios Nacionales de 1908 había dispuesto, por su parte, el tendido de líneas férreas en la Patagonia para estimular su poblamiento y aprovechamiento productivo. De los proyectos iniciales poco y nada se cumplió, por cuanto el tendido de rieles sólo permitió articulaciones parciales, sin llegar nunca a integrar a los distintos territorios patagónicos entre sí ni a cubrir la franja cordillerana en su conjunto. La primera de estas líneas nacionales, cuya construcción se inició en 1909, debía unir la costa con la cordillera entre Comodoro Rivadavia y el lago Buenos Aires. Del proyecto original sólo se habilitaría en 1912 el tramo inicial entre el puerto y la Colonia Sarmiento, cubiéndose incluso un tramo adicional al servicio de la estancia “La Nueva Oriente” cuya propietaria, la “S.A. Importadora y Exportadora de la Patagonia”, había contribuido a la financiación de la obra. Otros tendidos de penetración del “Ferrocarril Nacional Patagónico” unirían mas tarde algunos puertos con áreas específicas del interior regional, como Puerto Madryn-Alto Las Plumas y Puerto Deseado -Colonia Las Heras. En el territorio del Chubut, el “Ferrocarril Central Chubut”, de capital británico, uniría desde 1888 las poblaciones de Puerto Madryn, Trelew y Gaiman, dando salida a la producción de las colonias vecinas. Otra línea, también de propiedad particular, se construyó en la Península Valdés para unir el recorrido de 33 km existente entre las Salinas y Puerto Pirámides.
El ferrocarril, a pesar de las limitaciones de su tendido, cumplió sin embargo un rol muy importante en el dilatado sur patagónico en cuanto a la disminución de las distancias y al abaratamiento de los fletes, al reemplazar a los carros y chatas que antes hacían el recorrido entre el interior y la costa, permitiendo el transporte de pasajeros, lanas, animales en pié, producción agrícola de las colonias y bienes perecederos de tambos y chacras vecinas. Sobre el fin de la etapa que nos ocupa, tuvo también un papel fundamental en el traslado del petróleo crudo y en la posibilidad de movilizar a los trabajadores petroleros entre los distintos campamentos. De esa manera dinamizó la vida de las estaciones intermedias, convirtiéndose en un elemento central a la hora de marcar rasgos esenciales de poblamiento en algunas áreas del interior de la meseta patagónica.
En el norte, por su parte, el tendido de vías férreas alcanzó niveles mas significativos. Una importante obra pública se iniciaría también bajo el ministerio de Ramos Mexía, con la construcción del ramal ferroviario que uniría el Puerto de San Antonio con San Carlos de Bariloche, atravesando la árida meseta patagónica. Recién muchos años después se lograría completar el proyecto. Entretanto, diversas poblaciones intermedias como Valcheta, Maquinchao e Ing.Jacobacci surgieron a la vera del recorrido, transformándose en sucesivas puntas de rieles donde troperos, carreros y bolicheros constituirían parte el paisaje de la línea sur rionegriona. El avance de la colonización a lo largo del curso del río Chubut había derivado entretanto en la fundación de Esquel, el mas austral de los centros urbanos del área cordillerana patagónica, transformado en punta de rieles del ferrocarril de trocha angosta que se uniría en Jacobacci con el anterior.
En el caso del alto valle del río Negro, el tendido de la línea férrea desde Bahía Blanca a Neuquén sobre fines de siglo, en previsión de una guerra con Chile, fue un elemento esencial a la hora de definir mas adelante la actividad frutícola dominante. De la proyectada extensión de esta línea hasta la frontera con
Chile, en un intento varias veces retomado de unir el puerto bonaerense de Bahía Blanca con el chileno de Concepción, sólo se completaría en 1913 el tendido hasta la localidad de Zapala, en el centro geográfico neuquino.
Resulta obvia entonces la importancia de la orientación atlántica predominante de los circuitos mercantiles en el conjunto regional. Respecto a las orientaciones alternativas, ya se ha adelantado el caso del área andina norpatagónica, donde el movimiento general de comercio y transporte durante la etapa era particularmente activo y sostenido con el sur chileno. Esto último facilitado por la aptitud de la zona para la crianza de vacunos, la accesibilidad de los pasos fronterizos y la presencia de grandes ciudades y puertos en el occidente transandino, donde se realizaban las más importantes ferias anuales de venta de productos agropecuarios. Sólo algunas rudimentarias fábricas de queso y algún saladero procesaban en la región parte de la producción ganadera para el consumo local y regional. Con el cereal cultivado se fabricaba también harina de inferior calidad en molinos habilitados a ese fin en distintos puntos del interior rural. Sin duda que el escaso desarrollo de la producción local de cereales tuvo que ver con las difíciles condiciones del terreno y con el gran desarrollo alcanzado por la agricultura chilena con la cual era imposible competir. De hecho, la harina de mejor calidad también se importaba de ese país. Por estos motivos, la principal moneda circulante en el interior neuquino durante toda la etapa que nos ocupa era también de ese origen. En Chile se colocaban animales en pié, lanas, pelo, cueros, sal, grasa, quesos, oro en pepitas y algunas plumas de avestruz, en un circuito comercial que ofrecía una serie de variantes. Podía hacerse a través de agentes comerciales que periódicamente visitaban puntos estratégicos de la región y compraban la producción; también mediante arreos de los productores a las principales ferias ganaderas chilenas, como la que anualmente realizaba la “Sociedad de Abasto” de la ciudad de Concepción; o en acuerdos comerciales realizados en la misma frontera, donde los pequeños productores aprovechaban a colocar hacia fines de la temporada de verano la hacienda engordada en los campos altos de la cordillera, entregando durante el invierno parte de su producción (lanas, cueros, pelo) al comerciante local o "bolichero", a cambio de los artículos de consumo familiar básico. Los estancieros más importantes realizaban en cambio grandes arreos de ganado con 20 o 30 mulas cargadas, lo cual demostraba sus mejores condiciones económicas. De los bienes antes mencionados, el ganado en pié era sin duda el mas representativo, constituyendo hacia fines de siglo alrededor del 60 por ciento de los productos exportados. Asimismo, la población residente en las áreas andinas aprovechaba el verano para comprar en el país transandino buena parte de los bienes que consumiría durante el resto del año, ya sean productos de ese país (harina, azúcar, miel, arroz, fósforos, fideos, frijoles, papas y legumbres, vinos y aguardiente, velas, jabón, tabaco, cigarrillos, conservas de frutas y mariscos, calzados, maderas de construcción, herramientas, cal, carros y ruedas para carretas, pellones, monturas y correajes) o importados (café, yerba del Paraguay, géneros de lana y algodón, mercería y ferretería, loza y utensillos de metal, cristalería, hierro galvanizado para techos, pinturas, sulfato de potasio para el baño de lanares, parafina y sombreros de paño), existiendo una marcada diferencia de precios con bienes que pudiesen llegar eventualmente de otros puntos del país. Era otra la realidad en las áreas de la norpatagonia mas alejadas de la cordillera, donde Gral. Roca, Carmen de Patagones o Bahía Blanca eran proveedores habituales. Aún cuando, naturalmente, la débil presencia policial facilitaba la perdurabilidad de estos circuitos comerciales centrífugos, la cuestión del control del comercio fronterizo fue una preocupación manifiesta de los distintos gobernadores territorianos. Así se crearon primero Comisarías de Boquetes en algunos de los pocos pasos cordilleranos, que tenían como objeto evitar el robo y contrabando de ganado. Luego se establecieron, en 1894, Comisarías de Tablada para controlar el ganado en tránsito y su estado sanitario, exigiendo la presentación de la guía que debía ser expedida por los jueces de paz de cada jurisdicción, previo pago del sellado correspondiente, donde debía constar la procedencia del ganado transportado, su cantidad, destino y propietario con marca registrada. La escasez de los juzgados habilitados, la permeabilidad de la frontera en algunas áreas y las dificultades de comunicación con el conjunto nacional, impidieron sin embargo el cumplimiento efectivo de tales obligaciones. En octubre de 1895, el Poder Ejecutivo Nacional autorizó la instalación del primer servicio aduanero en el área cordillerana, estableciendo receptorías en algunas pocas localidades. Aunque algunos productos sufrieron un recargo significativo, el comercio de ganado en pié y otros bienes básicos se mantuvo libre de impuestos. Poco tiempo después se decidió la supresión de todos los aranceles, primero por la solución de los conflictos limítrofes con Chile y después por la imposibilidad de controlar la gran cantidad de pasos que permitían el cruce libre de la cordillera. Por otra parte, los pobladores locales demandaban permanentemente tal liberalización habida cuenta de la importancia del intercambio fronterizo.
La llegada del Ferrocarril Sud a la confluencia de los ríos Neuquén y Limay en 1902 y su posterior extensión a Zapala en 1913, suele considerarse como el elemento que interrumpió definitivamente estos circuitos comerciales entre las áreas andinas norpatagónicas y el sur chileno. Sus efectos no parecen haber sido, sin embargo, definitivos en el interior del territorio, al menos de inmediato y particularmente para el noroeste neuquino, que no tuvo acceso por camino directo a la última punta de rieles mencionada hasta mediados de la década de 1920. Aunque el cambio de la capital a la localidad de Neuquén produjo para Chos Malal la pérdida de su posición política de privilegio, disminuyendo incluso su población, no se habrían modificado los antiguos contactos económicos hasta varios años después. Si bien una circulación comercial mas o menos significativa, dependiendo de los períodos de estudio, se habría dado con la vecina provincia de Mendoza y una relativa cantidad de ovinos en pié, lanas, cueros, cerdas y pieles, procedentes del centro y sur del territorio, comenzaron a embarcarse por ferrocarril con destino a Bahía Blanca y Buenos Aires, la exportación de ganado en pié al mercado del Pacífico siguió siendo muy significativa en toda la etapa.
Las insuficientes investigaciones sobre los otros territorios patagónicos, con la sóla excepción de Santa Cruz y sus vinculaciones con el área magallánica, nos impiden generalizar conclusiones. Sin embargo, algunos indicios recientes permiten suponer que es posible extender estas características a otras áreas cordilleranas patagónicas productoras de vacunos, donde se habrían desarrollado comportamientos imilares, sobre todo en los contrafuertes andinos rionegrinos y chubutenses mas próximos a las zonas chilenas puestas en ese momento en producción. En el extremo sur de Santa Cruz, por su parte, el comercio marítimo mayoritario en toda la etapa se hizo a través de Punta Arenas, puerto desde el cual se llevaba a Europa la producción regional de lanas, cueros, carnes conservadas y congeladas, recibiendo a cambio diversos bienes importados como artículos de construcción, alambrados, carbón y víveres. En el caso de Tierra del Fuego, el único medio de transporte regular existente hacia 1914 con la Capital Federal lo constituía un barco de “La Anónima”, ello siempre y cuando existiera carga compensatoria, en tanto que pequeños buques de bandera chilena, pertenecientes a las empresas Braun y Blanchard, Amadeo Passsinovich y Menéndez, hacían con regularidad el trayecto entre Punta Arenas, Ushuaia y Río Grande. Los caminos existentes al interior del territorio fueguino eran, por su parte, obra de los propios ganaderos del lugar.
Sin duda que la escasa vinculación de estas zonas con otros centros nacionales, expresión asimismo de la señalada deficiencia en las comunicaciones, favoreció la supervivencia de circuitos económicos centrífugos en detrimento del manifiesto interés del Estado argentino por constituir un mercado nacional mas o menos consolidado. Esas tendencias, por su parte, perdurarían en la región patagónica, coexistiendo con otras orientaciones alternativas, justamente hasta que el mismo Estado nacional hiciera sentir, recién en la década de 1940, y por influjo de tendencias nacionalistas y de la necesidad de consolidar el mercado interno para la industria sustitutiva de importaciones, una presencia mas firme en las zonas fronterizas, con lo cual se terminaron de descomponer definitivamente estas antiguas formas de organización social del espacio patagónico. Pero eso es parte de una historia posterior...


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Lo mas destacado para mi de esta segunda parte es

La distribución de la tierra en los territorios usurpados se legislo a partir de las siguiendo la lógica de las siguientes leyes:

o 1876: Ley 817 luego derogada por la ley 2875 de 1891. La primera permitía la colonización privada entregando hasta 80.000 Ha (en dos lotes) al solicitante en condición de préstamo hasta que poblara los lotes Esta condición fue anulada 15 años después por la “Ley de Liquidación” que entregaba en propiedad hasta 60.000 Ha con solo realizar ciertas mejoras en el campo (aguadas, alambrados y aumento de las cabezas de ganado).
o 1882: Ley de Remate Público” que permitió la venta de tierras con destino a la ganadería o a la agricultura en los Territorios Nacionales, con superficies de hasta 40.000 y 400 ha, respectivamente.
o 1884: “Ley del Hogar” que ofrecia parcelas de hasta 625 ha para explotaciones exclusivamente ovinas, en colonias que gozarían del apoyo estatal. Encuadradas en esta norma, se fundaron una serie de colonias en la Patagonia, casi todas fracasadas por la desacertada selección de las tierras y los criterios inadecuados de producción, particularmente evidentes en la insuficiencia (Por insuficiencia se entiende, sitos de poca receptividad ganadera) de las unidades productivas proyectadas. El apoyo estatal, como aun hoy, a estas unidades productivas resulto un fracaso.
o 1891: “Ley de Premios Militares” que concedió tierras a los expedicionarios al “desierto” según su graduación militar, en bonos canjeables por superficies a elección que podían ser transferidos. De esa forma, de los 4.700.000 ha que se distribuyeron por esta ley en la Pampa y Patagonia.
o 1903: “Ley de tierras” que derogaba a las anteriores pretendiendo poner fin a las irregularidades mencionadas. De esa manera disminuyeron las transferencias en propiedad de tierras públicas a particulares y desaparecieron las donaciones directas del Estado nacional, aumentando en cambio la entrega en arrendamiento de hasta 20.000 ha de uso ganadero, con opción a compra de la mitad de la superficie al concluir el contrato y posibilidad de renovación del resto. El arrendamiento se transformaría entonces en una de las formas de tenencia predominante, particularmente en el sur patagónico.

Este marco legal dio origen a dos tipos de ocupación real de la tierra en la Patagonia:

- Grandes terratenientes, físicos o jurídicos, que en el marco de una estrategia global de inversión compraron o arrendaron grandes superficies solo con fines productivos. El encargado de gestionar este tipo de inversiones fue el propio Estado (Nacional o los gobiernos de los Territorios Nacionales). Los lotes entregados van de las 40.000 al 1.000.000 Ha (Osea, de 123 a 3076 veces más grande que el lote mas grande que se le entregara a cualquier “hijo de vecino”).
- Pequeños productores que, generalmente en los valles o en colonias pastoriles, ocupaban superficies de 400 a 625 Ha he iniciaban la colonización.

Dentro del primer grupo podemos distinguir compañías privadas de origen europeo o argentino-chilenos-malvinenses:

- Británicos: “Cullen Station Ltda.”, en Tierra del Fuego, y las sociedades “Lai-Aike Sheep Company” y “Monte Dinero Sheep Company”, en Santa Cruz. La “Argentina Southern Land Company”, creada en 1889, luego subdividida en “Port Madryn Land Company” y “Rio Negro Land Company”, propietarias, entre otras, de las estancias “Leleque”, en Chubut, y “Maquinchao”, en Río Negro, con alrededor de 650.000 ha. La “Southern Patagonia Sheep Farming Company compró y arrendó tierras en Patagonia y en el sur chileno por un total de mas de 150.000 ha. El ejemplo más pornográfico de cómo las leyes y los funcionarios acomodaban las condiciones necesaria para que este saqueo fuera llevado a cabo basta de ejemplo esta sita “Sobre comienzos del siglo XX, habría un registro aproximado de dieciocho compañías de tierras británicas operando en Patagonia con millones de hectáreas en propiedad. En el caso de la mas significativa de ellas, la ya mencionada “Argentine Southern Land Co.”, el origen de sus propiedades fue el otorgamiento de tierras a ambos lados de la línea férrea del Ferrocarril Central del Chubut que unía Trelew con Puerto Madryn, como parte de la concesión ferroviaria realizada por el Estado argentino a la empresa “Chubut Company Ltd.”. Otras superficies se obtuvieron en los territorios de Chubut y Río Negro de acuerdo a la ley Avellaneda de 1876, con fines de colonización. Ante el supuesto fracaso de este objetivo, la empresa se acogió a las disposiciones de la ley de liquidación de 1891 ya mencionada. Finalmente, la superficie transferida en propiedad alcanzaría aproximadamente las 585.000 ha, distribuidas en tierras de la meseta rionegrina y del área cordillerana de Río Negro y Chubut. Desde “Leleque” se manejaban las estancias de los contrafuertes andinos y desde “Maquinchao” las de la Patagonia central. Mas tarde, en 1910, el mismo grupo empresarial y otros asociados constituirían la “Tecka Land Company”, propietaria de la estancia de igual nombre en el área andina de Chubut. Durante el transcurso de la etapa, y aprovechando la demanda permanente y los buenos precios obtenidos, las últimas estancias mencionadas comercializaban sus vacunos en Chile.” Osea, distintas manos (inglesas) con el mismo fin (el mercado chileno).

- Argentino-chilenos-malvinenses(Usurpadores de origen Boers o británicos): 200.000 ha a la sociedad conformada por las familias Wood, Waldron y Greenhilds, origen de la futura “The Patagonian Sheep Farming Company”, propietaria de la importante estancia “El Cóndor”. 80.000 Ha a las porteñas familias Uriburu, Castells, Gartland y Sorondo, entre otros, que una vez habilitados por la ley de 1891 vendieron sus propiedades, sobre principios de siglo, a importantes inversores chilenos como la “Sociedad Comercial y Ganadera Chile-Argentina”, la “Sociedad Ganadera La Constancia”, la “Sociedad Comercial y Ganadera General San Martín” y la “Sociedad Comercial y Agrícola del Lanín”.

Respecto de las características productivas de los lotes que se le otorgaron a uno y otro grupo

- El área cordillerana y costera fue entregada a los grandes latifundistas. Esto les aseguro las zonas de mayor aptitud agroecológica y las vías de comunicación que les permitió el acceso a los mercados chileno o europeo.
- La meseta central fue ocupada o entregada sin título o con permisos precarios a pequeños productores familiares. Estos terrenos fueron desechas por los latifundistas debido a las pobres condiciones de suelo y clima que las transformaban en marginales para cualquier tipo de producción.

La sociedad de los territorios luego de la conquista del desierto presentaba las siguientes características:

- Las áreas costeras y valles cordilleranos fueron ocupados por migrantes nacionales y extranjeros, mientras que a la zona central se trasladaban chilenos e indígenas.
- El basamento económico es meramente de producción primaria. Predomina fuertemente el latifundio pecuario, acompañado de algunos oasis agrícolas en los valles cordilleranos o fluviales y la explotación del petróleo, recién descubierto en el área de Comodoro Rivadavia. No existe una política articuladora desde el poder central que fomente el surgimiento de pequeños polos industrializadores que le agregue valor a la materia prima obtenida en la Patagonia, y los pocos emprendimientos privados, particulares o cooperativos, fueron rápidamente destruidos por las empresas del centro- norte del país o políticas centralistas de promoción a la industria. . Si bien el texto que les facilite no trata esto último, basta hablar con cualquier patagónico mayor a los cincuenta años o algún libro de historia regional (“Trevelin el pueblo del Molino”, “Esquel, del telégrafo al pavimento”, “Trelew” “La Patagonia Como yo la Vi”, etc) para interiorizarse sobre esto.
- Como consecuencia directa de la necesidad de grandes espacios para la ganadería, las condiciones de ruralidad y aislamiento eran las principales características de esta primera sociedad patagónica. Esto favoreció el fortalecimiento del “bolichero”, el cual evoluciono de aglutinador social a sector mercantil con fuertes conexiones sociales, políticas y de poder económico. Me parece importante para mi destacar que estas fueron las características macro que generaron las condiciones que desembocarían en las tristes huelgas patagónicas de 1919 y 1921 que tan bien describe Bayer en “La Patagonia Rebelde”.
 
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