Pavia desde su base operacional de Ciaño.
6º.- LA SUBLEVACIÓN AZTECA.
Entre los balbuceos inconexos de los emisarios lo único que se pudo sacar en claro es que había problemas en la capital azteca. Al poco dos nuevos emisarios llegaron portando una carta de Alvarado, conocido entre los aztecas como el Tonatiuh (El Sol, ya que era rubio). Este relataba que toda la capital se había alzado y que, en compañía de un centenar de hombres, había conseguido atrincherarse en el palacio de Axayácatl. Narraba, asimismo, que ya habían muerto unos siete españoles, y que temía que si los indios lograban forzar la entrada la moral de sus hombres se derrumbaría lo que, seguramente, sería la perdición de todos.
Al parecer la chispa había saltado al impedir Alvarado el sacrificio ritual de un joven en la festividad del mes Toxcatl. Los aztecas, que tenían permiso para celebrar la fiesta por parte española pero no para sacrificar a nadie (vamos, como unos sanfermines sin toros), no se lo tomaron a bien. Además en las celebraciones se organizaban desfiles militares, lo que hizo que Alvarado se volviera más desconfiado y acabara chocando duradamente con la elite político y religiosa de la capital azteca.
Así que el capitán español, decide, alarmado por lo que ve, pasar a la acción y, al mando de unos sesenta hombres, da un golpe de mano en el interior del templo Teocalli. Allí, en su amplia explanada, unos quinientos sacerdotes y dignatarios y una multitud de varios miles de personas estaban allí concentradas. Cubriendo todas las salidas los españoles penetraron a sangre y fuego, y el mismo Alvarado calcula la masacre en unos dos o tres mil muertos. Lo que se le olvidó señalar es que con esta acción también murió cualquier posibilidad de amistad entre aztecas y españoles.
La ciudad entera, presa de la indignación , se alza contra los españoles, que apenas tienen tiempo de refugiarse. Por todos los barrios de la ciudad los tambores de guerra suenan ( tlapan huehuetl). El primer asalto estuvo a un tris de abrir brecha, pero las súplicas de Moctezuma a su gente consiguieron refrenarlos.
En este estado Cortés inicia el regreso, animoso aún, pero ciertamente contrariado. Además se daba perfecta cuenta que para la inmensa mayoría de los indígenas los españoles habían pasado de dioses a simples mortales brutales que llegaban con ánimo de esclavizarlos. El principal problema que se le plantea en esta segunda marcha a Cortés es como alimentar a los cerca de cuatro mil hombres que le siguen (entre balncos y nativos).
Al llegar a la ribera de los lagos de la capital Cortés empieza a darse cuenta de cuánto ha cambiado la situación. Ninguna delegación sale a su paso con palabras de buena voluntad... demasiada sangre ha sido vertida en la capital para que los indios se avengan a parlamentar. En Texcoco tan solo halló dos enviados de Alvarado, que le pusieron al corriente de la situación. El resto de la ciudad estaba desierta.
Cortés retorna a la capital un 24 de Junio de 1520, festividad de San Juan. Los indígenas les dejan pasar, mirándoles desde las puertas de sus casas con total indiferencia. Los asediados en el palacio vieron con alegría la legada de la salvífica comitiva. La conducta de Alvarado es reprobada por Cortés, aunque el solo hecho de nombrar a este personaje ya fuese un garrafal error, en este caso del propio Cortés.
Sin embargo al poco la ciudad vuelve a alzarse, al mando del hermano de Moctezuma, Cuitlahuatl, al que los españoles han soltado en muestra de buena voluntad. Sin embargo lo que hace es deponer a su pariente y que le nombren a él mismo Uei Tlatoani, lo que hace que la revuelta gane fuerza.
El 25 de Junio las hostilidades se reanudan. Los españoles, cuatrocientos al mando de Ordás, hacen una salida, pero tras morir algunos, ser herido el mismo líder, se ven sobrepasados y han de huir a la carrera. Cortés mismo encabeza una salida para cubrir la retirada y evitar el aniquilamiento de sus hombres.
Tras dos días de lucha, Cortés juega la baza de Moctezuma, al que convence para que intente tranquilizar a su pueblo. Sin embargo su aparición solo genera una lluvia de proyectiles, tres de los cuales le alcanzan. A los tres días, posiblemente más de pena que de sus heridas, muera el gran caudillo Moctezuma, cuya educación social y religiosa impidió que pudiera hacer frente efectivo a los invasores españoles, a los que, muy posiblemente, murió dudando aún si eran o no dioses.
El 28 de junio los españoles intentan abrirse camino con el concurso de cuatro móviles de asedio que han construido, pero el fracaso es total y solo con gran esfuerzo logran retornar a sus posiciones iniciales. Sin embargo Cortés, con el brazo roto, no se amilana y esa misma noche lidera un asalto a la calzada que, a través del lago unía la isla con la ciudad de Tocaba. Dos millares de peones indios se encargan rápidamente de demoler todos os edificios del camino para que así los españoles tengan un campo libre donde montar sus fuerzas y potencia de fuego, lo que reduce las posibilidades de ser arrollados por la indiada.
El 29 de Junio los guerreros rebeldes consiguen hacerse de nuevo con la calzada, para de nuevo perderlas.
Para el 30 las fuerzas indias parecen agotadas y la posición española sólida, pues el cerco está roto de facto. Sin embargo sus fuerzas españolas han menguado sensiblemente, con más de 70 muertos y 200 heridos.
Una comisión azteca llega con un mensaje de rendición, que Cortés acepta magnánimo. Sin embargo es una astuta treta de los indígenas, dispuestos a utilizar todas las tretas necesarias para liberar su patria. Los españoles bajan la guardia, volviendo al palacio, y la calzada es tomada de nuevo por los aztecas. Cortés los rechaza al cabo, pero ahora decide salir huyendo antes de quedar definidamente cercado.
Era el atardecer del 30 de Junio de 1520, la que se conocería como Noche Triste, del Espanto, o Tenebrosa.
Sin más se despide Pavia desde Asturias.