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La Armada Argentina en la guerra Ruso Japonesa
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<blockquote data-quote="Pablo01" data-source="post: 831999" data-attributes="member: 4259"><p><strong>IV</strong></p><p></p><p>Attache naval en Rusia</p><p></p><p>La República Argentina también despachó un agregado naval y otro militar (19) para seguir las operaciones del lado ruso, tal como lo habían hecho casi todas las grandes potencias europeas. El flamante Capitán de Fragata José Moneta (20) recibió órdenes de trasladarse a Extremo Oriente el 27 de abril de 1904 (21) con el objeto de seguir las operaciones de la marina rusa en el teatro de la guerra. </p><p></p><p>Su misión en Rusia, aunque provechosa y rica en experiencias personales, se vio desde el principio seriamente amenazada por una serie de hechos que, a los ojos rusos, no favorecían su permanencia en el Lejano Oriente. La noticia de la venta de los cruceros acorazados argentinos al Japón había precedido el arribo de nuestro agregado naval y ese gesto de nuestro gobierno no pasó inadvertido para las autoridades militares rusas. </p><p></p><p>En efecto, cuando Moneta llegó a San Petersburgo en mayo de 1904 fue interrogado por sus circunstanciales huéspedes sobre este espinoso tema, a lo que él invariablemente contestaba que esos barcos habían sido ofrecidos previamente a Rusia pero que una Comisión Naval de ese país había desaconsejado su adquisición. Era una excusa convincente y casi imposible de verificar en la Rusia zarista (22). No obstante, este episodio tenía entidad suficiente para arruinar su misión en Rusia mucho antes de que empezara. Fue merced a la influencia personal que ejercía nuestro encargado de negocios, Eduardo García Mansilla (1866-1930), sobre el propio Emperador Nicolás II y otras influyentes personalidades de la corte lo que evitó a Moneta un bochornoso regreso al país con las manos vacías. El ocurrente diplomático argentino, sobrino del General Lucio V. Mansilla, y sobrino nieto de Manuelita Rosas, había iniciado su carrera diplomática en 1888 como agregado a la Embajada Argentina en Viena y tras varios destinos en Europa había sido designado en 1900 al frente de la Legación Argentina en Rusia con el propósito de captar mano de obra barata para nuestra pujante industria agropecuaria. </p><p></p><p>Al margen de sus obligaciones diplomáticas había estudiado música en París con los maestros Massenet, D’Indy y Saint-Saens, y en San Petersburgo con Rimsky Korsakov. Era un hombre de vasta cultura y fina sensibilidad que gozaba de gran prestigio e influencia entre la alta sociedad de San Petersburgo y en el mismo séquito del Zar. En 1905 le dedicó al soberano una Ópera titulada “Iván”, escrita sobre la base de una antigua leyenda rusa con música y letra de su autoría que fue representada con gran suceso en el Teatro del Palacio Hermitage ese mismo año. Más tarde se representó la obra en la Scala de Milán, en el Costanzi de Roma y en el Teatro Colón de Buenos Aires.</p><p></p><p>Dos años antes, el 9 de agosto de 1902, García Mansilla había logrado que el Emperador Nicolás II, su esposa, la Emperatriz María Feodorovna, la Reina Olga de Grecia, el Gran Duque Heredero Miguel Alexandrovich, y otros altos miembros de la Corte visitaran la fragata Presidente Sarmiento mientras ésta permanecía fondeada en la rada de Kronstadt, un hermoso puerto situado en una isla del Golfo de Finlandia. Dos días más tarde, su Comandante, el Capitán de Fragata Félix Dufourq, junto al Teniente Fliess era recibido en</p><p>audiencia por el Emperador en persona quien les entregó más tarde sendas condecoraciones (23). Aún se conservan en el Departamento de Estudios Histórios Navales (24) una buena selección de las fotografías tomadas a bordo en tan solemne ocasión. </p><p></p><p>En mayo de 1904 las influencias de García Mansilla fueron más útiles que nunca al lograr que las renuentes autoridades rusas extendieran las autorizaciones requeridas para que Moneta continuara su viaje hacia el teatro de la guerra. Tras una breve entrevista personal con el Emperador en su residencia de Peterhoff partió enseguida desde Moscú hacia la ciudad</p><p>de Harbin (que se pronuncia Jarbín) en el “transiberiano”, tren de una sola trocha, debiendo cruzar en ferry el hermoso lago Baikal, pues aún no estaba terminado el ramal que lo bordea por el sur. El viaje le demandó 14 largos días incluyendo numerosas paradas. Desde allí 2 días más de viaje hasta el teatro de las operaciones propiamente dicho: la Base Naval de Port Arthur.</p><p></p><p>La fuga de Port Arthur </p><p></p><p>Al día siguiente de su arribo a la base naval fortificada de Port Arthur los japoneses cortaron las líneas de comunicación con el norte tras batir a los rusos en la batalla del río Yalu, iniciando así el sitio de aquella base, que duraría los siguientes 240 días, como resultado de aquel feroz enfrentamiento los japoneses perdieron 60.000 hombres y los rusos unos 30.000 entre heridos y muertos. </p><p></p><p>El recién llegado Moneta encontró a los agregados navales inmersos en acelerados preparativos para evacuar la plaza por mar en juncos chinos a la costa no bloqueada, pues se temía perder esta valiosa línea de comunicación de un momento a otro como consecuencia de los sostenidos ataques nipones. </p><p>Fue en estas difíciles circunstancias cuando conoció al agregado naval norteamericano, Capitán de Corbeta Newton McCully (37), que ya se encontraba allí desde el 8 de mayo junto a los attachés alemán, francés e inglés. McCully ya había hecho arreglos para abandonar la plaza en uno de los juncos chinos que abastecían la fortaleza con la esperanza de abrirse paso en tren hasta la base naval de Vladivostok, que aún permanecía libre de japoneses. </p><p></p><p>Casi todos los juncos que se aventuraban a burlar el bloqueo hacían la ruta Bahía de las Palomas-Chefoo, un puerto sobre la costa de china. Al enterarse la tripulación china que tres de sus camaradas habían muerto el día anterior se produjeron varias deserciones, lo que demoró la partida. Por fortuna hacia el anochecer del 14 de agosto lograron completar la tripulación necesaria para hacerse a la mar. Los acompañaban una modista francesa y su hija de 11 años, juntamente con la esposa de un oficial naval ruso. Esa noche lograron burlar la delatora luz del proyector de un crucero japonés que se encon-</p><p>traba al acecho. </p><p></p><p>A la mañana siguiente dos juncos de dudosa procedencia procuraron interceptarlos, despertando la alarma entre la tripulación oriental. Frente a la perspectiva de ser abordados ambos marinos se armaron con sendos rifles Winchester y repartieron algunas pistolas entre las damas para su defensa personal. Cuando todo parecía perdido lograron alcanzar una punta saliente de la costa que les permitió aumentar la velocidad y con ella la distancia que los separaba de los malhechores. De acuerdo con McCully, esa noche les dispararon dos veces desde una distancia aproximada de 1.000 yardas, pero merced a la oscuridad reinante pudieron eludir a los atacantes. Hacia las 8:00 p.m. del 16 de agosto lograron llegar a Chan-Hai-Kuan, un pequeño puerto donde la gran muralla china se hunde en el mar. El viaje hacia la seguridad de las costas chinas les había costado 200 rublos. </p><p></p><p>Dada la asombrosa coincidencia de sus respectivos relatos, no existe duda alguna de que ambos agregados hicieron juntos el viaje desde Port Arthur a Chan-Hai-Kuan. Por alguna razón McCully omite mencionar a nuestro</p><p>compatriota en el capítulo correspondiente de su informe, posiblemente con el objeto de adjudicarse el mérito de la fuga, cuando en rigor de verdad tal mérito correspondía exclusivamente al patrón del junco chino, el único que conocía aquellas aguas como la palma de su mano y sin cuya ayuda la fuga les habría resultado del todo imposible. </p><p></p><p>Por causas que se desconocen los attachés francés y alemán demoraron su partida de Port Arthur hasta el 17 de agosto, y hasta donde sabemos nunca llegaron a Chefoo. Del Capitán de Fragata Marqués de Cuverville, su asistente personal de nacionalidad rusa y del Teniente Von Gilgenheim nunca más se supo nada. La trágica suerte de estos marinos sigue siendo</p><p>hoy un misterio irresuelto. De acuerdo con una crónica periodística de la época, poco después de la partida la meteorología empeoró y la tripulación china propuso regresar a la Bahía de las Palomas mientras que los attachés insistieron en continuar el viaje para evitar caer prisioneros de los japoneses. En la disputa subsiguiente ambos oficiales habrían sido arrojados por la borda. Una vez asegurada la rendición de la plaza (25) la mayoría de los no combatientes huyeron a Chefoo en juncos y en pago del pasaje entregaban</p><p>órdenes de pago a nombre del Banco Ruso-Chino. Entre estos beneficiarios había algunos chinos de la localidad de Laichowfu (un conocido escondrijo de piratas) que fueron encontrados vinculados a los asesinatos de los</p><p>oficiales extranjeros y que más tarde habrían confesado el crimen (26).</p><p></p><p>Moneta especula en sus memorias que aunque los tres hombres estaban armados pudieron haber sido ultimados por un numeroso contingente de piratas o asesinados a sangre fría por la tripulación china del junco en el que viajaban. Otra versión recogida por McCully señala que en la disputa generada con motivo de la negativa a seguir viaje uno de los attachés habría disparado en la pierna a un miembro de la tripulación china y a la noche</p><p>siguiente éstos se vengaron lanzándolos por la borda, matando en el proceso al sirviente ruso del Capitán De Cuverville. Sea cual fuere la verdad el gobierno de Pekín cerró oficialmente el incidente ejecutando a 5 ciudadanos</p><p>chinos en Chefoo.</p><p>Vladivostok</p><p></p><p>En Liaoyang abordaron el ferrocarril transiberiano que los condujo de regreso a Harbin y de allí siguieron viaje a Vladivostok, que en ruso significa Reina de Oriente, así llamada por la belleza natural de su bahía, adonde llegaron el 17 de septiembre. Desde fines de mayo había asumido el Comando de la Escuadra Rusa del Pacífico el Vicealmirante Skrydloff. Allí se encontraron con el agregado inglés, Capitán Eyres; el sueco, Teniente Lubeck, y el dinamarqués, Teniente Tvermoes. De acuerdo con el informe oficial de McCully todos los attachés se alojaron en habitaciones privadas en el centro de la ciudad, a cierta distancia de los arsenales y bases navales. Sus excursiones estaban limitadas a ciertos lugares prefijados por los rusos. No se permitían visitas a las baterías costeras y mucho menos a los buques. Esta política les dificultaba sobremanera llevar a cabo su tarea.</p><p></p><p>La información debía recolectarse de los relatos, no siempre confiables, que les brindaban los oficiales rusos, y de lo muy poco que les dejaban observar en forma directa. La ausencia de un análisis crítico de estos relatos llevaron a McCully a informar a sus superiores en Washington que los rusos habían hundido sus buques en Port Arthur para protegerlos de la artillería japonesa, con la intención de reflotarlos y enviarlos a combatir una vez que llegara el Escuadrón del Mar Báltico (27). </p><p></p><p>Visita al General Kuropatkin</p><p></p><p>Habían transcurrido seis meses desde su llegada a Vladivostok cuando fueron convocados por la máxima autoridad militar rusa en Extremo Oriente, el General Kuropatkin, a presenciar las operaciones en el frente, para lo cual debían trasladarse a Mukden, la antigua capital de Manchuria, donde ahora se había instalado el cuartel general ruso. También se les comunico que debían llevar todo su equipaje, pues posiblemente no retornarían a aquella base. Ésta fue una desagradable sorpresa para los agregados navales que aún aguardaban con impaciencia la llegada de la flota del Báltico al mando del Vicealmirante Rodjenvensky. </p><p></p><p>El 27 de febrero de 1905 Moneta y sus colegas almorzaron con Kuropatkin y su Estado mayor en su tren de campaña a pocas millas del frente de batalla, fue allí donde se enteraron de la decisión del Emperador de evacuar Vladivostok, posiblemente porque se temía la caída de la plaza. No obstante Kuropatkin invocó otra causa mucho más verosímil: que en aquel puerto ya no había unidades navales capaces de combatir y que las operaciones militares en torno a esa base seguramente no despertaría el interés de los</p><p>oficiales navales, poniendo de ese modo fin a su misión en Oriente. Sea como fuere el General Kuropatkin más tarde cambió de opinión, autorizando extraoficialmente a los agregados navales a regresar. Algunos de ellos decidieron permanecer en Mukden, como el Capitán Eyres, de Inglaterra,</p><p>el cual fue capturado poco después por los japoneses y enviado de regreso a Inglaterra.</p><p></p><p>Moneta dejó Mukden el 19 de marzo en tren y tras un penoso viaje de 6 días hizo una parada en Harbin, donde aprovechó para curarse una leve herida en el pie y tomar lecciones de ruso durante un mes. Fue en este lugar donde se enteró de la desastrosa derrota de la escuadra rusa en Tsushima y de la inutilidad de permanecer más tiempo en Rusia.</p><p>Una aventura en el desierto</p><p></p><p>Concluida su misión en China, Moneta y McCully decidieron reunirse en la ciudad de Chita para emprender juntos el regreso a sus respectivos países. Fue aquí donde se inició un periplo de 22 días que los llevaría a recorrer 760 millas desde Urga (Mongolia) hasta Pekín (China) atravesando el desierto de Gobi y un sinnúmero de pueblos de la antigua China. Cuando llegaron a Urga el 16 de junio de 1905 advirtieron que la ciudad estaba convulsionada</p><p>con la llegada del joven Dalai Lama, que había debido fugarse de la ciudad sagrada de Lhasa en Tibet como consecuencia de la aproximación al lugar de una fuerza expedicionaria británica al mando de Sir Francis Younghusband, que buscaba contrarrestar el expansionismo ruso en el Tibet y resguardar así los intereses británicos en India.</p><p></p><p>El 24 de junio partieron de Urga en caravana de camellos y a los tres días tuvieron un encuentro inesperado con una joven bailarina americana (Betty Bennett) a la que habían conocido en Vladivostok. Esta señorita había tenido la desdicha de ser expulsada de Mongolia bajo una falsa acusación de espionaje al no haber correspondido a los galanteos del Jefe de la Plaza. Resulta llamativo que McCully, siendo de nacionalidad norteamericana, no</p><p>consigne la menor referencia sobre ello en su informe oficial. </p><p></p><p>Para entenderse con los mongoles los attachés habían adquirido en Kyakhta un libro con frases comunes en mongol que usaron muy poco debido a que</p><p>–según relata McCully– “Moneta era muy bueno para hacerse entender con las manos”. El 4 de julio llegaron a la estación de Ude, que marcaba la mitad del camino que debían recorrer. La escala siguiente fue la ciudad de Kalgan a la que llegaron el 13 de julio tras recorrer 650 millas en 19 días. El 15 de julio partieron en mula hacia Pekín adonde llegaron 3 días más tarde luego de recorrer 110 millas a través de un hermoso país con hosterías extremadamente baratas donde podían hospedarse cómodamente. Como resultado de este viaje Moneta perdió 11 kilos y McCully 13, lo cual atribuyeron a las pocas horas de sueño más que a la falta de comida de la cual no se vieron privados en ningún momento. De Pekín se trasladaron en tren a Tien-Sin, donde tomaron un vapor de la línea regular a Shangai. McCully regresó a los Estados Unidos vía San Petersburgo el 20 de octubre de 1905. Moneta también pasó por la capital rusa para luego seguir a Londres, adonde llegó a fines de 1905. </p><p></p><p>Conclusión</p><p></p><p>Fue al inicio del siglo XX cuando se desencadenó la guerra ruso-japonesa. La misma se extendió por espacio de veinte meses entre 1904-1905 y resultó en pérdidas humanas y materiales sin precedentes. Cientos de miles murieron, docenas de buques fueron hundidos, centenares de lugares fueron arrasados, saqueados y devastados. </p><p></p><p>Fue la primera guerra de la era moderna. Casi nadie en Occidente se acuerda de ella. Pero aunque el mundo la olvidó Japón y Rusia no lo hicieron. La victoria del primero y la derrota de la segunda influyeron enormemente en las historias de ambos países. Para Japón la guerra de 1904-1905 trajo hegemonía continental en el este de Asia, que duró hasta 1945. Esta victoria expandió el ego nacional japonés enormemente; era la primera vez que una nación asiática derrotaba a una potencia europea. Para Rusia la derrota trajo la revolución, que eventualmente evolucionó en el oscuro bolchevismo. Campesinos y obreros se rebelaron contra el gobierno, que pese a todo continuó enviándolos a una guerra sin la mas mínima expectativa de ganarla, mientras exhibía en forma desafiante los dos peores aspectos de la autocracia: ineficiencia y corrupción.</p><p></p><p>La batalla naval de Tsushima, una pequeña isla en el estrecho de Corea que separa Japón de Asia continental, fue el punto culminante de la guerra. La misma es aún considerada una de las cinco batallas navales más importantes de la historia, equivalente a Lepanto, Trafalgar, Jutlandia y Midway. El almirante que comandó la flota japonesa en Tsushima, Heihachiro Togo, es todavía unánimemente reverenciado como un genio militar insuperable. En cuanto a los rusos, los buques que navegan por el mar del Japón todavía hoy arrojan coronas de flores cuando atraviesan el estrecho de Corea. Los restos de miles de marinos rusos yacen en el fondo del mar allí, dentro y alrededor de los acribillados cascos de acorazados, cruceros y torpederos.</p><p></p><p>Tras su regreso a los Estados Unidos, el capitán de corbeta Mc Cully elevó el 10 de mayo de 1906 un detallado informe de 327 páginas a la Oficina de Inteligencia Naval, dependiente del Departamento de la Marina de los Estados Unidos. Allí permaneció hasta 1964, cuando fue hallado por accidente y desclasificado al año siguiente por obra de Richard Von Doenhoff, Jefe de la Sección de Archivos Antiguos de la División Historia</p><p>Naval del Departamento de la Armada de los Estados </p><p>Unidos.</p><p>Un análisis retrospectivo del contenido del informe revela que su aporte, en términos militares fue modesto e incompleto. La causa de este handicap debe buscarse en las precarias relaciones ruso-americanas previas al conflicto.</p><p>En efecto, los Estados Unidos de América y el Reino Unido se oponían abiertamente al monopolio ruso en Manchuria. Confiados en la competitividad de su creciente comercio demandaban la “puerta abierta” para comerciar en Asia. Esta actitud era bien conocida y resistida por los rusos. El Presidente Roosevelt al igual que el gran público anglo-americano</p><p>simpatizaba con los japoneses, pero a medida que la guerra fue progresando</p><p>comenzó a lamentar la sucesión ininterrumpida de victorias niponas. </p><p></p><p>Para los Estados Unidos era preferible una victoria japonesa limitada que dejara a Rusia demasiado débil para retener Manchuria, pero a la vez lo suficientemente fuerte como para contener el expansionismo japonés.</p><p>A su vez la venta por parte de la República Argentina de dos importantes buques de guerra a la Armada Imperial Japonesa hizo caer en desgracia a nuestro agregado naval ante los ojos rusos desde el principio, y sólo merced a la gran influencia de nuestro encargado de negocios, Eduardo García Mansilla, ante el Zar hizo posible que el capitán Moneta pudiera obtener sus credenciales evitándose así, por estrecho margen, que este último debiera</p><p>abortar su misión como observador naval.</p><p></p><p>En resumen, tanto los Estados Unidos como la República Argentina, por distintos motivos no gozaban del favor de los rusos, y ello comprometió la misión de sus observadores en Extremo Oriente. A McCully le fue extremadamente difícil obtener información de todo tipo, particularmente en Port Arthur donde fue tratado con notoria desconfianza. Otros agregados,</p><p>por el contrario, recibieron privilegios que le fueron sistemáticamente negados al norteamericano (el argentino permaneció muy poco en esa plaza como para que pudiera haberse ganado la confianza de los rusos).</p><p>En Vladivostok ya vimos que McCully tampoco tuvo mejor suerte, no habiendo podido, según nos cuenta en su informe, consultar documentos o estadísticas oficiales de ninguna clase, ni observar en forma directa las defensas, particularmente las de la Armada. Este penoso cuadro es, a mi juicio, extensivo a Moneta, quien se encontró, en la práctica, tan aislado como McCully, debiendo apoyarse exclusivamente en los relatos que recogía en el</p><p>club de oficiales, lo que le transmitían otros agregados y lo poco que pudo observar desde la ventana de su hotel, todo lo cual debió incidir negativamente en el contenido de su informe,el cual hasta hoy no ha sido recuperado.</p><p></p><p>McCully se sintió tan discriminado que no vaciló en formular varias recomendaciones a su gobierno, advirtiéndole que: parece dudoso que un attaché [naval] pueda ser de algún servicio en operaciones de guerra a menos que él y su país simpaticen con las fuerzas ante las que ha sido acreditado.</p><p>McCully regresó a Rusia en 1914 en calidad de Agregado Naval, donde permaneció hasta 1917. En enero de 1925 fue designado Jefe de la Comisión Naval en Brasil con el grado de Contraalmirante pasando a situación de retiro con ese grado el 1º de julio de 1931. En julio de 1942 fue promovido al grado de Vicealmirante retirado. Falleció en San Agustín, Florida, el 15 de junio de 1951, a la edad de 84 años. </p><p></p><p>El Capitán de Fragata Moneta a su regreso de Rusia permaneció seis meses en Londres. Posteriormente se le asignó el comando del transporte Pampa. El 3 de enero de 1907 es designado Comandante de la fragata-escuela Presidente Sarmiento, la que bajo su comando realiza el VIII viaje de instrucción. Más tarde se le encomendó traer al país desde los EE.UU. al primer Dreadnough de nuestra Armada, el ARA Rivadavia con el que ingresa a Dársena Norte el 19 de febrero de 1915. Ese mismo año es nombrado jefe de la comisión naval en Europa y agregado a la Legación Argentina en Londres. En el año 1919 tras un breve período como adscripto al Ministerio de Marina pide su retiro del servicio activo el cual es aceptado por decreto del PEN de fecha 31/03/1919, confiriéndosele el derecho al grado y sueldo de Contraalmirante en virtud de la Ley 9651 tras computar 45 años y 10 días de servicios. Moneta falleció en la localidad de Nogalí, Departamento de Belgrano, Provincia de San Luis, el 7 de octubre de 1941 a la edad de 72 años. </p><p></p><p>*<strong><em>Jorge Rafael Bóveda es abogado, autor, traductor y editor. Es colaborador de publicaciones nacionales y extranjeras vinculadas a la historia naval. Recientemente editó y tradujo la obra Yo fui prisionero del Graf Spee, de Patrick Dove, bajo el sello del Instituto de Publicaciones Navales. Con dicho título inauguró la colección “clásicos de la literatura naval”.</em></strong></p><p><strong><em></em></strong></p><p><strong><em>El Ejército envió al Teniente Coronel del Ejército Argentino Enrique Rostagno</em></strong></p><p><strong><em>(1868-1934) quien siguió durante un año la campaña del Ejército Imperial. Sobre la base de su informe personal escribió más tarde en Alemania: “Les armées russes en Manchourie”, que fue elogiado por analistas militares</em></strong></p><p><strong><em>Europeos. El gobierno Imperial Ruso le confirió la Encomienda de la Orden de Santa Ana. </em></strong></p><p><strong><em></em></strong></p><p><strong><em>El Capitán Moneta nació en Capital Federal el 19.02.1869, cursó sus estudios secundarios en el Nacional de Buenos Aires. Egresó en el primer lugar (de un total de 11) de la promoción Nº11 de la Escuala Naval Militar con el grado</em></strong></p><p><strong><em>de Alférez de Fragata. Su madre Clementina Viola Navarro era media hermana de Erasmo Obligado, un destacado jefe naval argentino que se había sublevado con las cañoneras Paraná y Uruguay durante la abortada revolución de 1874. liderada por el Gral. Mitre contra el presidente electo Nicolás Avellaneda. Durante su permanencia en Rusia llegó a dominar el</em></strong></p><p><strong><em>idioma ruso lo suficiente como para entenderlo, aunque generalmente</em></strong></p><p><strong><em>se comunicaba en francés o inglés, idiomas que dominaba sin mayores dificultades. El informe oficial con abundantes fotografías de su permanencia en Rusia nunca fue encontrado.</em></strong></p></blockquote><p></p>
[QUOTE="Pablo01, post: 831999, member: 4259"] [b]IV[/b] Attache naval en Rusia La República Argentina también despachó un agregado naval y otro militar (19) para seguir las operaciones del lado ruso, tal como lo habían hecho casi todas las grandes potencias europeas. El flamante Capitán de Fragata José Moneta (20) recibió órdenes de trasladarse a Extremo Oriente el 27 de abril de 1904 (21) con el objeto de seguir las operaciones de la marina rusa en el teatro de la guerra. Su misión en Rusia, aunque provechosa y rica en experiencias personales, se vio desde el principio seriamente amenazada por una serie de hechos que, a los ojos rusos, no favorecían su permanencia en el Lejano Oriente. La noticia de la venta de los cruceros acorazados argentinos al Japón había precedido el arribo de nuestro agregado naval y ese gesto de nuestro gobierno no pasó inadvertido para las autoridades militares rusas. En efecto, cuando Moneta llegó a San Petersburgo en mayo de 1904 fue interrogado por sus circunstanciales huéspedes sobre este espinoso tema, a lo que él invariablemente contestaba que esos barcos habían sido ofrecidos previamente a Rusia pero que una Comisión Naval de ese país había desaconsejado su adquisición. Era una excusa convincente y casi imposible de verificar en la Rusia zarista (22). No obstante, este episodio tenía entidad suficiente para arruinar su misión en Rusia mucho antes de que empezara. Fue merced a la influencia personal que ejercía nuestro encargado de negocios, Eduardo García Mansilla (1866-1930), sobre el propio Emperador Nicolás II y otras influyentes personalidades de la corte lo que evitó a Moneta un bochornoso regreso al país con las manos vacías. El ocurrente diplomático argentino, sobrino del General Lucio V. Mansilla, y sobrino nieto de Manuelita Rosas, había iniciado su carrera diplomática en 1888 como agregado a la Embajada Argentina en Viena y tras varios destinos en Europa había sido designado en 1900 al frente de la Legación Argentina en Rusia con el propósito de captar mano de obra barata para nuestra pujante industria agropecuaria. Al margen de sus obligaciones diplomáticas había estudiado música en París con los maestros Massenet, D’Indy y Saint-Saens, y en San Petersburgo con Rimsky Korsakov. Era un hombre de vasta cultura y fina sensibilidad que gozaba de gran prestigio e influencia entre la alta sociedad de San Petersburgo y en el mismo séquito del Zar. En 1905 le dedicó al soberano una Ópera titulada “Iván”, escrita sobre la base de una antigua leyenda rusa con música y letra de su autoría que fue representada con gran suceso en el Teatro del Palacio Hermitage ese mismo año. Más tarde se representó la obra en la Scala de Milán, en el Costanzi de Roma y en el Teatro Colón de Buenos Aires. Dos años antes, el 9 de agosto de 1902, García Mansilla había logrado que el Emperador Nicolás II, su esposa, la Emperatriz María Feodorovna, la Reina Olga de Grecia, el Gran Duque Heredero Miguel Alexandrovich, y otros altos miembros de la Corte visitaran la fragata Presidente Sarmiento mientras ésta permanecía fondeada en la rada de Kronstadt, un hermoso puerto situado en una isla del Golfo de Finlandia. Dos días más tarde, su Comandante, el Capitán de Fragata Félix Dufourq, junto al Teniente Fliess era recibido en audiencia por el Emperador en persona quien les entregó más tarde sendas condecoraciones (23). Aún se conservan en el Departamento de Estudios Histórios Navales (24) una buena selección de las fotografías tomadas a bordo en tan solemne ocasión. En mayo de 1904 las influencias de García Mansilla fueron más útiles que nunca al lograr que las renuentes autoridades rusas extendieran las autorizaciones requeridas para que Moneta continuara su viaje hacia el teatro de la guerra. Tras una breve entrevista personal con el Emperador en su residencia de Peterhoff partió enseguida desde Moscú hacia la ciudad de Harbin (que se pronuncia Jarbín) en el “transiberiano”, tren de una sola trocha, debiendo cruzar en ferry el hermoso lago Baikal, pues aún no estaba terminado el ramal que lo bordea por el sur. El viaje le demandó 14 largos días incluyendo numerosas paradas. Desde allí 2 días más de viaje hasta el teatro de las operaciones propiamente dicho: la Base Naval de Port Arthur. La fuga de Port Arthur Al día siguiente de su arribo a la base naval fortificada de Port Arthur los japoneses cortaron las líneas de comunicación con el norte tras batir a los rusos en la batalla del río Yalu, iniciando así el sitio de aquella base, que duraría los siguientes 240 días, como resultado de aquel feroz enfrentamiento los japoneses perdieron 60.000 hombres y los rusos unos 30.000 entre heridos y muertos. El recién llegado Moneta encontró a los agregados navales inmersos en acelerados preparativos para evacuar la plaza por mar en juncos chinos a la costa no bloqueada, pues se temía perder esta valiosa línea de comunicación de un momento a otro como consecuencia de los sostenidos ataques nipones. Fue en estas difíciles circunstancias cuando conoció al agregado naval norteamericano, Capitán de Corbeta Newton McCully (37), que ya se encontraba allí desde el 8 de mayo junto a los attachés alemán, francés e inglés. McCully ya había hecho arreglos para abandonar la plaza en uno de los juncos chinos que abastecían la fortaleza con la esperanza de abrirse paso en tren hasta la base naval de Vladivostok, que aún permanecía libre de japoneses. Casi todos los juncos que se aventuraban a burlar el bloqueo hacían la ruta Bahía de las Palomas-Chefoo, un puerto sobre la costa de china. Al enterarse la tripulación china que tres de sus camaradas habían muerto el día anterior se produjeron varias deserciones, lo que demoró la partida. Por fortuna hacia el anochecer del 14 de agosto lograron completar la tripulación necesaria para hacerse a la mar. Los acompañaban una modista francesa y su hija de 11 años, juntamente con la esposa de un oficial naval ruso. Esa noche lograron burlar la delatora luz del proyector de un crucero japonés que se encon- traba al acecho. A la mañana siguiente dos juncos de dudosa procedencia procuraron interceptarlos, despertando la alarma entre la tripulación oriental. Frente a la perspectiva de ser abordados ambos marinos se armaron con sendos rifles Winchester y repartieron algunas pistolas entre las damas para su defensa personal. Cuando todo parecía perdido lograron alcanzar una punta saliente de la costa que les permitió aumentar la velocidad y con ella la distancia que los separaba de los malhechores. De acuerdo con McCully, esa noche les dispararon dos veces desde una distancia aproximada de 1.000 yardas, pero merced a la oscuridad reinante pudieron eludir a los atacantes. Hacia las 8:00 p.m. del 16 de agosto lograron llegar a Chan-Hai-Kuan, un pequeño puerto donde la gran muralla china se hunde en el mar. El viaje hacia la seguridad de las costas chinas les había costado 200 rublos. Dada la asombrosa coincidencia de sus respectivos relatos, no existe duda alguna de que ambos agregados hicieron juntos el viaje desde Port Arthur a Chan-Hai-Kuan. Por alguna razón McCully omite mencionar a nuestro compatriota en el capítulo correspondiente de su informe, posiblemente con el objeto de adjudicarse el mérito de la fuga, cuando en rigor de verdad tal mérito correspondía exclusivamente al patrón del junco chino, el único que conocía aquellas aguas como la palma de su mano y sin cuya ayuda la fuga les habría resultado del todo imposible. Por causas que se desconocen los attachés francés y alemán demoraron su partida de Port Arthur hasta el 17 de agosto, y hasta donde sabemos nunca llegaron a Chefoo. Del Capitán de Fragata Marqués de Cuverville, su asistente personal de nacionalidad rusa y del Teniente Von Gilgenheim nunca más se supo nada. La trágica suerte de estos marinos sigue siendo hoy un misterio irresuelto. De acuerdo con una crónica periodística de la época, poco después de la partida la meteorología empeoró y la tripulación china propuso regresar a la Bahía de las Palomas mientras que los attachés insistieron en continuar el viaje para evitar caer prisioneros de los japoneses. En la disputa subsiguiente ambos oficiales habrían sido arrojados por la borda. Una vez asegurada la rendición de la plaza (25) la mayoría de los no combatientes huyeron a Chefoo en juncos y en pago del pasaje entregaban órdenes de pago a nombre del Banco Ruso-Chino. Entre estos beneficiarios había algunos chinos de la localidad de Laichowfu (un conocido escondrijo de piratas) que fueron encontrados vinculados a los asesinatos de los oficiales extranjeros y que más tarde habrían confesado el crimen (26). Moneta especula en sus memorias que aunque los tres hombres estaban armados pudieron haber sido ultimados por un numeroso contingente de piratas o asesinados a sangre fría por la tripulación china del junco en el que viajaban. Otra versión recogida por McCully señala que en la disputa generada con motivo de la negativa a seguir viaje uno de los attachés habría disparado en la pierna a un miembro de la tripulación china y a la noche siguiente éstos se vengaron lanzándolos por la borda, matando en el proceso al sirviente ruso del Capitán De Cuverville. Sea cual fuere la verdad el gobierno de Pekín cerró oficialmente el incidente ejecutando a 5 ciudadanos chinos en Chefoo. Vladivostok En Liaoyang abordaron el ferrocarril transiberiano que los condujo de regreso a Harbin y de allí siguieron viaje a Vladivostok, que en ruso significa Reina de Oriente, así llamada por la belleza natural de su bahía, adonde llegaron el 17 de septiembre. Desde fines de mayo había asumido el Comando de la Escuadra Rusa del Pacífico el Vicealmirante Skrydloff. Allí se encontraron con el agregado inglés, Capitán Eyres; el sueco, Teniente Lubeck, y el dinamarqués, Teniente Tvermoes. De acuerdo con el informe oficial de McCully todos los attachés se alojaron en habitaciones privadas en el centro de la ciudad, a cierta distancia de los arsenales y bases navales. Sus excursiones estaban limitadas a ciertos lugares prefijados por los rusos. No se permitían visitas a las baterías costeras y mucho menos a los buques. Esta política les dificultaba sobremanera llevar a cabo su tarea. La información debía recolectarse de los relatos, no siempre confiables, que les brindaban los oficiales rusos, y de lo muy poco que les dejaban observar en forma directa. La ausencia de un análisis crítico de estos relatos llevaron a McCully a informar a sus superiores en Washington que los rusos habían hundido sus buques en Port Arthur para protegerlos de la artillería japonesa, con la intención de reflotarlos y enviarlos a combatir una vez que llegara el Escuadrón del Mar Báltico (27). Visita al General Kuropatkin Habían transcurrido seis meses desde su llegada a Vladivostok cuando fueron convocados por la máxima autoridad militar rusa en Extremo Oriente, el General Kuropatkin, a presenciar las operaciones en el frente, para lo cual debían trasladarse a Mukden, la antigua capital de Manchuria, donde ahora se había instalado el cuartel general ruso. También se les comunico que debían llevar todo su equipaje, pues posiblemente no retornarían a aquella base. Ésta fue una desagradable sorpresa para los agregados navales que aún aguardaban con impaciencia la llegada de la flota del Báltico al mando del Vicealmirante Rodjenvensky. El 27 de febrero de 1905 Moneta y sus colegas almorzaron con Kuropatkin y su Estado mayor en su tren de campaña a pocas millas del frente de batalla, fue allí donde se enteraron de la decisión del Emperador de evacuar Vladivostok, posiblemente porque se temía la caída de la plaza. No obstante Kuropatkin invocó otra causa mucho más verosímil: que en aquel puerto ya no había unidades navales capaces de combatir y que las operaciones militares en torno a esa base seguramente no despertaría el interés de los oficiales navales, poniendo de ese modo fin a su misión en Oriente. Sea como fuere el General Kuropatkin más tarde cambió de opinión, autorizando extraoficialmente a los agregados navales a regresar. Algunos de ellos decidieron permanecer en Mukden, como el Capitán Eyres, de Inglaterra, el cual fue capturado poco después por los japoneses y enviado de regreso a Inglaterra. Moneta dejó Mukden el 19 de marzo en tren y tras un penoso viaje de 6 días hizo una parada en Harbin, donde aprovechó para curarse una leve herida en el pie y tomar lecciones de ruso durante un mes. Fue en este lugar donde se enteró de la desastrosa derrota de la escuadra rusa en Tsushima y de la inutilidad de permanecer más tiempo en Rusia. Una aventura en el desierto Concluida su misión en China, Moneta y McCully decidieron reunirse en la ciudad de Chita para emprender juntos el regreso a sus respectivos países. Fue aquí donde se inició un periplo de 22 días que los llevaría a recorrer 760 millas desde Urga (Mongolia) hasta Pekín (China) atravesando el desierto de Gobi y un sinnúmero de pueblos de la antigua China. Cuando llegaron a Urga el 16 de junio de 1905 advirtieron que la ciudad estaba convulsionada con la llegada del joven Dalai Lama, que había debido fugarse de la ciudad sagrada de Lhasa en Tibet como consecuencia de la aproximación al lugar de una fuerza expedicionaria británica al mando de Sir Francis Younghusband, que buscaba contrarrestar el expansionismo ruso en el Tibet y resguardar así los intereses británicos en India. El 24 de junio partieron de Urga en caravana de camellos y a los tres días tuvieron un encuentro inesperado con una joven bailarina americana (Betty Bennett) a la que habían conocido en Vladivostok. Esta señorita había tenido la desdicha de ser expulsada de Mongolia bajo una falsa acusación de espionaje al no haber correspondido a los galanteos del Jefe de la Plaza. Resulta llamativo que McCully, siendo de nacionalidad norteamericana, no consigne la menor referencia sobre ello en su informe oficial. Para entenderse con los mongoles los attachés habían adquirido en Kyakhta un libro con frases comunes en mongol que usaron muy poco debido a que –según relata McCully– “Moneta era muy bueno para hacerse entender con las manos”. El 4 de julio llegaron a la estación de Ude, que marcaba la mitad del camino que debían recorrer. La escala siguiente fue la ciudad de Kalgan a la que llegaron el 13 de julio tras recorrer 650 millas en 19 días. El 15 de julio partieron en mula hacia Pekín adonde llegaron 3 días más tarde luego de recorrer 110 millas a través de un hermoso país con hosterías extremadamente baratas donde podían hospedarse cómodamente. Como resultado de este viaje Moneta perdió 11 kilos y McCully 13, lo cual atribuyeron a las pocas horas de sueño más que a la falta de comida de la cual no se vieron privados en ningún momento. De Pekín se trasladaron en tren a Tien-Sin, donde tomaron un vapor de la línea regular a Shangai. McCully regresó a los Estados Unidos vía San Petersburgo el 20 de octubre de 1905. Moneta también pasó por la capital rusa para luego seguir a Londres, adonde llegó a fines de 1905. Conclusión Fue al inicio del siglo XX cuando se desencadenó la guerra ruso-japonesa. La misma se extendió por espacio de veinte meses entre 1904-1905 y resultó en pérdidas humanas y materiales sin precedentes. Cientos de miles murieron, docenas de buques fueron hundidos, centenares de lugares fueron arrasados, saqueados y devastados. Fue la primera guerra de la era moderna. Casi nadie en Occidente se acuerda de ella. Pero aunque el mundo la olvidó Japón y Rusia no lo hicieron. La victoria del primero y la derrota de la segunda influyeron enormemente en las historias de ambos países. Para Japón la guerra de 1904-1905 trajo hegemonía continental en el este de Asia, que duró hasta 1945. Esta victoria expandió el ego nacional japonés enormemente; era la primera vez que una nación asiática derrotaba a una potencia europea. Para Rusia la derrota trajo la revolución, que eventualmente evolucionó en el oscuro bolchevismo. Campesinos y obreros se rebelaron contra el gobierno, que pese a todo continuó enviándolos a una guerra sin la mas mínima expectativa de ganarla, mientras exhibía en forma desafiante los dos peores aspectos de la autocracia: ineficiencia y corrupción. La batalla naval de Tsushima, una pequeña isla en el estrecho de Corea que separa Japón de Asia continental, fue el punto culminante de la guerra. La misma es aún considerada una de las cinco batallas navales más importantes de la historia, equivalente a Lepanto, Trafalgar, Jutlandia y Midway. El almirante que comandó la flota japonesa en Tsushima, Heihachiro Togo, es todavía unánimemente reverenciado como un genio militar insuperable. En cuanto a los rusos, los buques que navegan por el mar del Japón todavía hoy arrojan coronas de flores cuando atraviesan el estrecho de Corea. Los restos de miles de marinos rusos yacen en el fondo del mar allí, dentro y alrededor de los acribillados cascos de acorazados, cruceros y torpederos. Tras su regreso a los Estados Unidos, el capitán de corbeta Mc Cully elevó el 10 de mayo de 1906 un detallado informe de 327 páginas a la Oficina de Inteligencia Naval, dependiente del Departamento de la Marina de los Estados Unidos. Allí permaneció hasta 1964, cuando fue hallado por accidente y desclasificado al año siguiente por obra de Richard Von Doenhoff, Jefe de la Sección de Archivos Antiguos de la División Historia Naval del Departamento de la Armada de los Estados Unidos. Un análisis retrospectivo del contenido del informe revela que su aporte, en términos militares fue modesto e incompleto. La causa de este handicap debe buscarse en las precarias relaciones ruso-americanas previas al conflicto. En efecto, los Estados Unidos de América y el Reino Unido se oponían abiertamente al monopolio ruso en Manchuria. Confiados en la competitividad de su creciente comercio demandaban la “puerta abierta” para comerciar en Asia. Esta actitud era bien conocida y resistida por los rusos. El Presidente Roosevelt al igual que el gran público anglo-americano simpatizaba con los japoneses, pero a medida que la guerra fue progresando comenzó a lamentar la sucesión ininterrumpida de victorias niponas. Para los Estados Unidos era preferible una victoria japonesa limitada que dejara a Rusia demasiado débil para retener Manchuria, pero a la vez lo suficientemente fuerte como para contener el expansionismo japonés. A su vez la venta por parte de la República Argentina de dos importantes buques de guerra a la Armada Imperial Japonesa hizo caer en desgracia a nuestro agregado naval ante los ojos rusos desde el principio, y sólo merced a la gran influencia de nuestro encargado de negocios, Eduardo García Mansilla, ante el Zar hizo posible que el capitán Moneta pudiera obtener sus credenciales evitándose así, por estrecho margen, que este último debiera abortar su misión como observador naval. En resumen, tanto los Estados Unidos como la República Argentina, por distintos motivos no gozaban del favor de los rusos, y ello comprometió la misión de sus observadores en Extremo Oriente. A McCully le fue extremadamente difícil obtener información de todo tipo, particularmente en Port Arthur donde fue tratado con notoria desconfianza. Otros agregados, por el contrario, recibieron privilegios que le fueron sistemáticamente negados al norteamericano (el argentino permaneció muy poco en esa plaza como para que pudiera haberse ganado la confianza de los rusos). En Vladivostok ya vimos que McCully tampoco tuvo mejor suerte, no habiendo podido, según nos cuenta en su informe, consultar documentos o estadísticas oficiales de ninguna clase, ni observar en forma directa las defensas, particularmente las de la Armada. Este penoso cuadro es, a mi juicio, extensivo a Moneta, quien se encontró, en la práctica, tan aislado como McCully, debiendo apoyarse exclusivamente en los relatos que recogía en el club de oficiales, lo que le transmitían otros agregados y lo poco que pudo observar desde la ventana de su hotel, todo lo cual debió incidir negativamente en el contenido de su informe,el cual hasta hoy no ha sido recuperado. McCully se sintió tan discriminado que no vaciló en formular varias recomendaciones a su gobierno, advirtiéndole que: parece dudoso que un attaché [naval] pueda ser de algún servicio en operaciones de guerra a menos que él y su país simpaticen con las fuerzas ante las que ha sido acreditado. McCully regresó a Rusia en 1914 en calidad de Agregado Naval, donde permaneció hasta 1917. En enero de 1925 fue designado Jefe de la Comisión Naval en Brasil con el grado de Contraalmirante pasando a situación de retiro con ese grado el 1º de julio de 1931. En julio de 1942 fue promovido al grado de Vicealmirante retirado. Falleció en San Agustín, Florida, el 15 de junio de 1951, a la edad de 84 años. El Capitán de Fragata Moneta a su regreso de Rusia permaneció seis meses en Londres. Posteriormente se le asignó el comando del transporte Pampa. El 3 de enero de 1907 es designado Comandante de la fragata-escuela Presidente Sarmiento, la que bajo su comando realiza el VIII viaje de instrucción. Más tarde se le encomendó traer al país desde los EE.UU. al primer Dreadnough de nuestra Armada, el ARA Rivadavia con el que ingresa a Dársena Norte el 19 de febrero de 1915. Ese mismo año es nombrado jefe de la comisión naval en Europa y agregado a la Legación Argentina en Londres. En el año 1919 tras un breve período como adscripto al Ministerio de Marina pide su retiro del servicio activo el cual es aceptado por decreto del PEN de fecha 31/03/1919, confiriéndosele el derecho al grado y sueldo de Contraalmirante en virtud de la Ley 9651 tras computar 45 años y 10 días de servicios. Moneta falleció en la localidad de Nogalí, Departamento de Belgrano, Provincia de San Luis, el 7 de octubre de 1941 a la edad de 72 años. *[B][I]Jorge Rafael Bóveda es abogado, autor, traductor y editor. Es colaborador de publicaciones nacionales y extranjeras vinculadas a la historia naval. Recientemente editó y tradujo la obra Yo fui prisionero del Graf Spee, de Patrick Dove, bajo el sello del Instituto de Publicaciones Navales. Con dicho título inauguró la colección “clásicos de la literatura naval”. El Ejército envió al Teniente Coronel del Ejército Argentino Enrique Rostagno (1868-1934) quien siguió durante un año la campaña del Ejército Imperial. Sobre la base de su informe personal escribió más tarde en Alemania: “Les armées russes en Manchourie”, que fue elogiado por analistas militares Europeos. El gobierno Imperial Ruso le confirió la Encomienda de la Orden de Santa Ana. El Capitán Moneta nació en Capital Federal el 19.02.1869, cursó sus estudios secundarios en el Nacional de Buenos Aires. Egresó en el primer lugar (de un total de 11) de la promoción Nº11 de la Escuala Naval Militar con el grado de Alférez de Fragata. Su madre Clementina Viola Navarro era media hermana de Erasmo Obligado, un destacado jefe naval argentino que se había sublevado con las cañoneras Paraná y Uruguay durante la abortada revolución de 1874. liderada por el Gral. Mitre contra el presidente electo Nicolás Avellaneda. Durante su permanencia en Rusia llegó a dominar el idioma ruso lo suficiente como para entenderlo, aunque generalmente se comunicaba en francés o inglés, idiomas que dominaba sin mayores dificultades. El informe oficial con abundantes fotografías de su permanencia en Rusia nunca fue encontrado.[/I][/B] [/QUOTE]
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La Armada Argentina en la guerra Ruso Japonesa
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