Fusilamientos en los campos de Flandes (1917)

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Fernet Lover
Colaborador
La cobardía redimida

En los campos de Flandes, en Bélgica, la justicia llegó demasiado tarde para el sargento John Thomas Wall. Fue fusilado junto a sus 305 soldados por negarse a ir a una muerte segura. La lucha entre el honor y el deber

En la luz otoñal que se cuela a través de la niebla, su lápida se yergue entre otras 950, cerca del fin de una fila ordenada a lo largo de césped recién podado en el Nuevo Cementerio Militar.

En la muerte parece ser uno más. Sin embargo, el recuerdo de "Jack" Wall aún está envuelto en la deshonra y la vergüenza.

Fue uno de cientos de soldados en la Gran Guerra fusilados por sus propios hombres por cobardía o deserción.

Casi 90 años después de haber sido ejecutado al amanecer por negarse a enviar a sus hombres y a ir él mismo a una muerte casi segura en los letales campos de la Primera Guerra Mundial, el sargento Wall y 305 soldados británicos más están cada vez más cerca de un posible perdón.

La Cámara de los Lores británica falló en su favor el 12 de octubre, lo cual despejó el camino para que la Cámara de los Comunes tome una decisión final.

"Es para reconocer que no se merecían la ejecución", dijo el viceministro de defensa, Lord Drayson. "Debemos, en nuestra opinión, actuar ahora para retirar la deshonra que todavía mancha el recuerdo de estos militares y aún pesa mucho sobre sus familias".

La noche en que los lores dieron su paso hacia la redención del sargento Wall, Jill Turner se sirvió un trago para celebrar, algo que no suele hacer.

"Normalmente no bebo, y lo hice ese día", señaló.

Jack Wall era el hermano menor de su abuela, Fanny Evans. El esposo de Evans perdió la vida en los campos de Francia en 1916 y un primo fue muerto durante el ataque aliado a Gallipoli en Turquía.

La ejecución de Jack Wall al romper el alba el 6 de septiembre de 1917 unió la tristeza a la vergüenza, una carga que ella soportó el resto de su vida.

"Cuando su hermano fue ejecutado en 1917, ella lloró su muerte durante toda su vida", dijo Turner en una entrevista telefónica desde su casa en Eastbourne, Inglaterra. "Nunca volvió a reír".

Jack Wall era alguien cuyo comportamiento no lo hacía candidato a morir fusilado. El joven campesino de 16 años entró al ejército como tambor en 1912 y llegó a sargento durante los últimos tres años de la Gran Guerra.

"Es evidente que era un magnífico soldado", dijo Piet Chielens, que dirige el museo de guerra de los campos de Flandes en Ieper, la ciudad flamenca mejor conocida por los soldados de la Primera Guerra Mundial por su nombre francés, Ypres.

"Entonces un día decide quedarse en una casamata con ocho hombres porque la franja de terreno que tiene que cubrir está al descubierto de los disparos alemanes", dijo. "Es acusado de deserción y ejecutado por ese solo delito. A lo mucho fue un error de juicio".

A pesar de que hubo unos 600.000 muertos a consecuencia del gas venenoso, las ametralladoras y los bombardeos incesantes en Flandes, las ejecuciones se han destacado como algo especialmente horroroso.

"Lo sombrío de los relatos me impresionó muchísimo cuando era niño. Por eso realmente indagué sobre el tema", dijo Chielens, nacido en la región. "Es la más cruel de las muertes. Peor que morir en el campo de batalla".

En la actualidad, muchos de esos casos serían considerados como "trastorno de estrés postraumático" y se les ofrecería una terapia a los soldados.

En ese entonces se pensaba que "la impresión ante los proyectiles" no era una excusa para la "cobardía", y la jerarquía militar empleaba la pena de muerte como un ejemplo para otros cuando la moral en las trincheras comenzaba a flaquear.

Turner aún se siente desconcertada por la sentencia de muerte que se aplicó. "No podía entender por qué alguien que entró a la fuerza militar como un soldado menor de edad y llegó al rango de sargento a los 21 años podría haber hecho algo malo", dijo.

Tampoco pudo su abuela, que en su vergüenza se fue a vivir cerca de su madre en una alejada cabaña de Worcestershire. Durante el resto de su vida, convivió lo menos posible con los habitantes del lugar debido a la deshonra.

"Es una zona rural aislada y la gente se acuerda de todo", señaló Turner. Recuerda que su abuela se negaba a portar la tradicional amapola que se ponen los británicos el 11 de noviembre, el Día del Armisticio, para recordar a sus caídos en la Primera Guerra Mundial.

En lugar de ello se ponía a murmurar sobre el "carnicero Haig", refiriéndose al mariscal de campo británico Marshall Haig que firmó la sentencia de muerte para soldados como Wall.

Turner ha tocado el tema en público, impulsada por la campaña Shot at Dawn ("Los fusilamientos al amanecer") en Gran Bretaña, que busca obtener el perdón para los fusilados. Sin embargo, algunas familias aún intentan ocultar la deshonra que ha persistido durante generaciones.

"Tengo parientes que no quieren que sus nombres ni direcciones ni nada sobre ellos salga en los periódicos debido a la vergüenza", señaló Turner. Para Chielens, el asunto trasciende el honor familiar.

"La clase dirigente del ejército tiene que reconocer que no era infalible", dijo. En 1993, el entonces primer ministro británico John Major descartó ese tipo de perdones, bajo el argumento de que "no podemos reescribir la historia al sustituir nuestro juicio de días posteriores por el de los contemporáneos" de la época.

En esta ocasión, se espera ampliamente que el parlamento británico apruebe el perdón en los próximos meses, pero poco cambiará en los cementerios militares sobre los campos llanos del oeste de Flandes.

Las recientes campañas han atraído más visitantes a la tumbas de los ejecutados. Algunos dejan pequeñas cruces, decoradas con amapolas, que tienen mensajes escritos a mano.

"Justicia al fin. Dios te bendiga", reza una nota anónima.

Fuente: AP
 

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