El Vietcong

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Aunque se enfrentaban a una muerte segura si eran heridos los combatientes del VC se lanzaban a la lucha dispuestos a aceptar cualquier sacrificio

Lo que más asombraba a los norteamericanos de sus enemigos del Vietcong era simplemente su resistencia; ¿Cómo podían soportar tales fatigas y someterse a tantas privaciones sin derrumbarse? Para el soldado del Vietcong, la guerrilla era el instrumento para hacer que fracasara la empresa norteamericana en Vietnam y, al mismo tiempo, se tambaleasen los cimientos del corrupto régimen del Sur

Solía ser gente del campo. En el Vietcong había también habitantes de la ciudad, pero sólo eran una pequeña minoría. Las unidades de la fuerza principal, el verdadero ejército de guerrilleros, eran reclutadas de modo abrumador en las aldeas, incluso entre los adolescentes. Los aldeanos eran de un modo casi instintivo hostiles al gobierno de caciques, policías y recaudadores de impuestos y a sus promotores norteamericanos, a quienes consideraban invasores extranjeros. Muchos tenían motivos personales: un amigo arrestado por la policía o sus cultivos destruidos por los defoliantes. Otros recordaban la guerra contra los franceses y consideraban la presente lucha como una continuación de aquel conflicto. En las aldeas totalmente partidarias del Vietcong, se consideraba una obligación de los jóvenes ofrecerse voluntarios cuando llegasen los reclutadores y se les daba una ceremonia de despedida cuando se marchaban. En los demás sitios, sólo los más aventureros se ofrecían voluntarios y muchos eran reclutados por las unidades del Vietcong a punta de pistola. A pesar de todo, al igual que los reclutas de otros ejércitos, no tendían necesariamente que combatir en lo peor.
La separación del hogar, la familia y los amigos nunca era fácil, ni siquiera para los voluntarios, pero estos pronto encontraron un sustituto del hogar vinculándose a sus compañeros de armas. Cada nuevo recluta se unía a una célula de tres hombres que incluía al menos un veterano. Estos tres hombres serían camaradas durante el tiempo que sobrevivieran, uniéndose en lo bueno y en lo malo y constituyendo así el más fuerte de los vínculos. A su vez, la célula de tres hombres formaba parte de un pelotón de tres células, y tres pelotones formaban una sección. Dentro de este sólido entramado era muy difícil que un recluta se "descarriase". La organización imponía la autodisciplina y el apoyo mutuo, una buena defensa contra la desmoralización y la añoranza del hogar.

Robert McNamara describió en una ocasión al campesino vietnamita como "conocedor de las privaciones y la muerte". La vida siempre había sido dura para él, y sus hábitos sobrios eran esenciales para la supervivencia. No iba a la guerra con la ilusión de grandes comodidades, si no con una tradición de trabajos durísimos las 24 h. a base de puñados de arroz y pocos placeres. La aceptación de la posible muerte formaba parte de sus pertrechos, tanto como el fusil o el casco. Pero también estaba el campesino lleno de recursos, que aprovechaba todo para la construcción de armas caseras o la búsqueda de comida. Todos los hombres eran muy bajos según los patrones occidentales (1,60 m) y la mayoría pesaban unos 60 Kg. Sus uniformes eran los famosos pijamas negros, y la mayoría de los hombres llevaban una muda de repuesto en sus mochilas. Su calzado eran las sandalias "Ho Chi Minh" hechas de viejos neumáticos.



Como en casa
Aparte de estos elementos básicos, cada guerrillero llevaba algunos pares de calcetines, y calzoncillos, tela de nylon ligero para usarla como poncho, una hamaca, un mosquitero, una improvisada lámpara de aceite, un frasco de agua, una pala y un largo tubo de lona para llevar arroz (conocido como el "intestino de elefante") Sumado al armamento y la munición, eso era más que suficiente para llevarlo encima, sobre todo cuando los únicos vehículos disponibles eran bicicletas. Posteriormente, algunas de las motocicletas Honda que empezaban allegar a las ciudades sudavietnamitas llegaron a la jungla.
El combatiente del VC recibía unas 60 piastras (unos 2 €), suficientes para comprar jabón, cigarrillos o el cepillo de dientes a través del oficial de suministros de la unidad, que visitaba mercados camboyanos una vez al mes.

Pocos eran comunistas
Al igual que los soldados de todo el mundo, los del Vietcong hacían todo lo posible por convertir un campamento base en algo parecido al hogar. Mientras los norteamericanos veían la televisión y bebían cerveza helada, sus amigos vietnamitas sembraban vegetales cuando podían, criaban unos pocos cerdos o pollos y jugaban al voleibol o al tenis de mesa en el tiempo que les quedaba libre entre los interminables entrenamientos y preparativos para el combate. Además de aprender habilidades y tácticas de combate, pasaban mucho tiempo asistiendo a conferencias del comisario político de la unidad. Muy pocos de los reclutas campesinos del Vietcong eran comunistas o sabían algo sobre el marxismo. No se hacía nada por remediarlo. Las conferencias versaban sobre la historia de las luchas populares de Vietnam frente a los invasores extranjeros. Era una vía de entrada fácil que tocaba la fibra sensible de aquellos hombres. El oficial político también organizaba sesiones públicas de críticas y autocríticas cuando la moral o una pobre actuación militar parecían requerirlo. Estas sesiones constituían generalmente un modo muy humano y fructífero de hacer que la unidad recuperase su espíritu de cuerpo mediante la vergüenza pública, más que los duros castigos físicos practicados por muchos otros ejércitos.

Los periodos en que el VC vivía normalmente en la base eran breves y poco frecuentes a partir de que los norteamericanos entraron en la guerra. Desde entonces, los guerrilleros estaban casi siempre en operaciones o escondidos "como animales acosados" según comentó un guerrillero. La mejor de las veces estaba operando en poblaciones amistosas, ayudados por los guerrilleros locales de dedicación parcial, bien alimentados y bien guiados y con buenas informaciones, además del fuerte impulso moral que supone el evidente apoyo popular de las aldeas. Pero conforme transcurría la guerra, cada vez más aldeas desertaban o retiraban su apoyo por temor a las represalias, obligando al Vietcong a pasar cada vez más tiempo en las remotas junglas.



Serpientes, mosquitos y malaria
La jungla era tan extraña y tenebrosa para el vietnamita medio como lo era para el soldado de Chicago. Los campesinos no viven en junglas. Las serpientes venenosas causaban un elevado número de víctimas entre los guerrilleros, calzados con sandalias. Las botas militares hubieran salvado a muchos de ellos. Si tenía suerte, el guerrillero llevaba dos pastillas antiveneno cuando era mordido: una parte para tragar y la otra para masticarla y aplicarla contra la mordedura. Era eficaz incluso contra los reptiles más venenosos. Pero frente a los moquitos, los guerrilleros no tenían defensa. Debilitados por las duras condiciones de vida y escasos de medicinas, eran desesperadamente vulnerables a la malaria. Murieron más guerrilleros por enfermedad que por cualquier otra causa y aquellos que sobrevivieron quedaban debilitados permanentemente. Pocos escapaban totalmente ilesos.

Nadie se libró de los estragos de la desnutrición. Todos los días, si era posible, a las nueve de la mañana y a las cuatro de la tarde, el guerrillero comía una bola de arroz sazonado con unas pocas guindillas. El resto del día podía comer pescado seco o carne y quizás algo de sal. Nunca era bastante. Había comidas en las que un solo pollo se dividía entre más de 30 hombres. El alimento era una obsesión constante. Cuando era posible se cultivaba la tierra. Los cráteres de las bombas de los B-52, inundados por las lluvias, se convertían en estanques de patos y granjas de peces, y la caza traía a la mesa exóticos ingredientes como elefante (que era duro e insipido), perro, mono, rata e incluso tigre. Como siempre, los norteamericanos ayudaban, abandonando descuidadamente raciones a medio comer que eran descubiertas por los guerrilleros. Pero estas raciones a veces eran una trampa y normalmente los hombres se marchaban sin tocarlas.


Los B-52: el terror de los cielos
Otro compañero perpetuo era el miedo. Un ataque aéreo norteamericano se podía producir en cualquier momento del día, inesperadamente y con una violencia feroz. Si una unidad en movimiento se detenía durante más de doce horas, los hombres excavaban trincheras. En las áreas base principales, las casamatas se prolongaban en los famosos sistemas de túneles que se extendían kilómetros bajo tierra. Cuando las cosas iban verdaderamente mal, se producían bombardeos aéreos y de artillería todos los días durante semanas enteras. Nada podía librar a un hombre del abyecto terror que los inspiraba. Durante los ataques de los B-52, incluso algunos de los más endurecidos veteranos perdían el control de sus funciones naturales y acababan con los pantalones empapados y temblando sin control. Les aguardaban muchas maneras de morir: quedar reducido a un trozo de carne inidentificable, enterrado vivo en un búnker destruido por una explosión o gaseado en el interior de un túnel. Pero lo peor el miedo a las heridas graves. Casi siempre eran incurables con las escasas instalaciones médicas de que disponían los guerrilleros, y sólo prometían una muerte larga y lenta. Los Vietnamitas también temían la falta de un enterramiento decente, que era de suma importancia para aquellos aldeanos que tanto veneraban a sus ancestros. Muchos llevaban una pulsera de cuero para que, si morían en acción, algún camarada pudiese tirar de su cuerpo lejos del campo de batalla, pasando una cuerda por la pulsera.

Tristes, aterrorizados y hambrientos
El precio de la supervivencia era la vigilancia constante. Cuando se encendía un fuego, unas elaboradas chimeneas horizontales llevaban el humo hacia el interior de la tierra. Los guerrilleros tenían que estar siempre listos para partir en cualquier momento, si era necesario comiendo sobre la marcha y aprovechando las pocas horas de sueño en sus hamacas colgadas de las ramas de los árboles del bosque. Esta constante necesidad de ocultación y de estar en alerta producía una tensión continua y sólo la retirada a la seguridad de la frontera camboyana ofrecía un alivio temporal. Estaban garantizados los permisos para visitar a la familia y seres queridos, pero esto resultaba cada vez más peligroso y, finalmente imposible por el viaje que ello implicaba.

A pesar de la añoranza del hogar, el miedo y el hambre, el guerrillero del Vietcong seguía combatiendo. Había deserciones, por supuesto, sobre todo entre los reclutas más reacios y entre aquellos cuyos compañeros habían muerto. Pero la inmensa mayoría estaba dispuesta a combatir hasta la muerte. Bien dirigido por oficiales comprometidos, el Vietcong hacía lo que siempre han sabido hacer mejor los campesinos y los infantes: aguantar.




¿Qué inducía a un simple campesino a abandonar la tierra de sus antepasados y a su familia, tomar las armas y combatir por el Vietcong?

Mi nombre es Lam. Significa bosque o selva. Mi padre me puso ese nombre. Era un campesino que trabajaba la tierra, igual que su padre entes que él. Yo también lo hacía, antes de unirme al Vietcong en 1967.

Tenía 16 años cuando los norteamericanos llegaron pro primera vez a nuestro poblado. Era la estación de la siembre y yo estaba en el campo cuando oí el "wop wop" del helicóptero. Por entonces -creo que era en 1966- las cosas todavía estaba tranquilas. Por las noches los Vietcong se movían libremente en aquella zona y pasaban como fantasmas negros. No cogían nada, sólo hablaban con los ancianos de la aldea y nosotros manteníamos cerradas las puertas.

Nuestra aldea era pacifica y los norteamericanos llegaron abiertamente sin mostrar sus armas. Pero venían con el jefe provincial y uno de los recaudadores de impuestos que actuaba como intérprete. No teníamos nada que temer y sentíamos curiosidad por aquellos enormes extranjeros con su piel blanca enrojecida por el sol, por lo que nos agrupamos en la polvorienta plaza del pueblo.

"Somos vuestros amigos", dijeron. "Hemos traído comida, una maquina para hacer electricidad, material de construcción para vuestras casas. Os proporcionaremos mayores cosechas con un arroz especial de crecimiento rápido".

Nos prometieron una camioneta para llevar nuestros productos al mercado, un médico que nos visitaría todos los meses y nos traería medicinas. Y todo gratis.

Se fueron tan pronto como vinieron. Después aquella tarde oí hablar a mis padres.

"Como ellos son ricos y nosotros pobres, creen que pueden comprarnos" decía mi madre.

"Aquí todos somos pobres, pero no tontos. Aún nos acordamos de los franceses antes de estos americanos, y ellos querían lo mismo".

Mi padre, que durante toda su vida había trabajado duro en el campo, decía: "No quiero todas estas cosas, sólo quiero aquello por lo que he trabajado. Toda esta tierra por la que nos rompemos la espalda pertenece al propietario, y cuando el recaudador se ha llevado su parte, apenas queda nada".

Luchábamos casi por huir de la tierra
Mi aldea estaba en la zona central de Vietnam, donde la tierra es pobre. No obstante, como todos éramos pobres, nos ayudábamos los unos a los otros. Créanme, era el único modo de sobrevivir, y la aldea había estado allí durante generaciones. No es de extrañar que los grandes luchadores, como Ho Chi Minh y el general Giap, fuesen de aquella provincia, Nghe Thinh. Éramos tan desesperadamente pobres que combatíamos casi por huir de la tierra.

La aldea ya no existe, por lo que el nombre no les dirá nada. Fue destruida por los norteamericanos, reconstruida y después destruida nuevamente por ellos. Después de esto se le llamó zona de fuego libre. Dijeron que, con la aldea muerta, ya no había razón alguna para que nadie fuese allí, ni siquiera para visitar las tumbas de nuestros antepasados.

Después me enteré que aquellos primeros norteamericanos no eran soldados, si no que trabajaban con el Ejército y el gobierno. Recuerdo que llevaban gafas de sol y no se les podía ver los ojos: ¿Cómo se puede confiar en alguien a quien no se le ven los ojos? Y aquel recaudador de impuestos solía venir todas las estaciones, aunque la cosecha hubiese sido mínima, para hacer su trabajo.

Por eso no confiábamos en los norteamericanos y odiábamos a la gente con la que trabajaban. El jefe provincial solía llevarse a algún joven diciendo que era comunista y lo encarcelaba. La aldea tenía que pagar para recuperarlo. Y esta era la gente que se suponía que nos cuidaba.

Pero el Vietcong venía y nos decía que la tierra nos pertenecía por derecho y que cuando ellos estuviesen en el poder, sería para nosotros. Algunos de ellos eran granjeros durante el día y guerrilleros por la noche: iban a los poblados y hablaban con la gente como nosotros. Algunos de los muchachos de mi edad se unieron a ellos.

Al año siguiente, los soldados norteamericanos comenzaron a patrullar. Llegaban en helicópteros, merodeaban todo el día y después se iban con el helicóptero. Nunca llegaron a conocer la tierra, siempre iban por los senderos que rodeaban campos y bosques. Sólo era cuestión de tiempo que el Vietcong les tendiera una emboscada.

Esto sucedió en las afueras de una aldehuela vecina. Hubo una ráfaga y después sonó como si se hubiese desatado el infierno. Lo oímos todo. Al poco oímos unos reactores encima nuestro. Estábamos aterrorizados. Los reactores pasaron rasantes, silbando, y oímos las explosiones a unos tres kilómetros. Yo sabía que alguno de mis amigos estaba debajo de esas terribles bombas. Sólo disponían de sus fusiles y de los túneles para salvar sus vidas. Vimos pasar a los helicópteros con cruces rojas y así supimos que la emboscada había tenido éxito. Pero yo sabía que pronto habría represalias.

Mis padres me dijeron que me tenía que ir, porque con mi edad, me llevarían como presunto guerrillero. Aquella noche, algunas tropas de la fuerza principal del Vietcong pasaron por allí, deteniéndose sólo para ***** un poco de arroz. Pero esta vez me fui con ellos, junto con mis amigos Troung y Chau, que también tenían que irse del poblado. La aldea era todo mi mundo conocido, pero si me quedaba no habría ninguna esperanza para mi.

Salimos rápidamente de la zona, sabedores de que durante los próximos días estaría infestada de norteamericanos. Entramos en la jungla, aquel sombrío y misterioso lugar que sería nuestro hogar y nuestro camposanto. Éramos campesinos y no vivíamos en la jungla, donde hay serpientes, donde las picaduras de los insectos escuecen durante días y donde reina la malaria. Si se era fuerte y se tenía suerte, se sobreviviría, pero casi todos se debilitaban.

Nos desplazamos de campamento en campamento en aquella jungla, atravesando aldeas amigas para obtener comida y noticias. Manteníamos el contacto con nuestra gente. Dependíamos de ellos y les tratábamos decentemente. Éramos iguales que ellos excepto por el hecho de que llevábamos armas. Los norteamericanos volvían cada día a sus bases y, tarde o temprano se irían a casa. Pero nosotros vivíamos allí, era nuestro país, y cada día que sobrevivíamos ganábamos la guerra.

Era duro estar lejos de casa, lejos de mis amigos y mi familia. Me enteré que después de la emboscada, los norteamericanos incendiaron el poblado y se llevaron a todos, mientras construían otro con barricadas, alambre de espinos y posiciones defensivas. Después permitieron que la gente volviese, pero dejaron allí tropas del gobierno.

La estupidez de los norteamericanos se ponía de manifiesto al ofrecernos cosas que no queríamos y al reconstruir algo que habían destruido anteriormente. Como si pudiésemos olvidar lo que habían hecho tan fácilmente. Podían se generosos con nosotros si quería, pero al mismo tiempo podían destruir poblados enteros y matar a muchos en poco tiempo.

Los norteamericanos eran lentos y torpes
Éramos más débiles que los norteamericanos y ni siquiera estábamos tan bien armados como los nordvietnamitas, por lo que teníamos que ser pacientes y emplear el cerebro. Colocábamos trampas, tendíamos emboscadas y usábamos armas simples pero mortales: estacas embadurnadas con excrementos, flechas disparadas a los soldados desprevenidos. Sus fusiles automáticos y sus granadas nos mantenían armados durante semanas.

Los norteamericanos estaban bien armados, pero eran lentos y torpes. Disponían de una potencia de fuego que temíamos, por lo que nos manteníamos escondidos y fuera de su alcance. Eran como elefantes, sobre todo cuando se desplazaban por la jungla. Nosotros nos desplazábamos en grupos de tres, ligeramente armados pero viajando en silencio y con rapidez. Si heríamos o matábamos a uno sólo de ellos y vivíamos para seguir luchando otro día, era toda una victoria. Igual que el agua desgasta la piedra, nosotros desgastábamos el ejército norteamericano.
 

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Combatí junto con Troung y Chau, que eran como mis hermanos. Cuidábamos unos de otros y compartíamos la comida. Solíamos bromear pensando que la vida en casa era dura, pero aquella vida en el Vietcong era diez veces peor. Pasábamos hambre durante días, y Chau nos recordaba que cuando éramos pequeños, solíamos quejarnos porque odiábamos las gachas de arroz con salsa de pescado. Una bola de arroz y salsa de pescado hubiera sido un festín en la jungla. Matábamos y comíamos casi cualquier cosa: serpientes, monos, ratas, pájaros y cosas por el estilo.

Nuestros oficiales de inteligencia decían que los norteamericanos tenían filetes, cerveza y helados en sus bases, y que la guerra sólo les ocupaba parte de su tiempo. Llevábamos la guerra sobre nuestras espaldas dondequiera que fuésemos, con o sin armas. A diferencia de ellos, teníamos pocas medicinas y ningún hospital cuando nos herían.

Al intensificarse la guerra, los norteamericanos dispusieron cada vez de más potencia de fuego y nos adentramos más en territorio inhóspito, lejos de las aldeas donde podíamos encontrar comida y descanso. Incluso nos trasladábamos bajo tierra para intentar escapar del Napalm y los B-52, viviendo durante días sin la luz del sol mientras ellos pasaban sobre nuestras cabezas.

Realmente no se como pudimos aguantar todos aquellos años. No había nada que hacer excepto luchar y seguir luchando una vez tomada la decisión. Los soldados norteamericanos tenían suerte. Regresarían a sus casas a miles de kilómetros una vez terminada su tarea. Nosotros no teníamos nada, excepto la tierra, nuestra tierra. Si nos rendíamos no tendríamos nada. En el fondo de nuestros corazones, les odiábamos.



El autor es un miembro de la comunidad de expatriados vietnamitas en Londres, y no desea ser identificado
 

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Algunos datos extra, acerca de los tuneles y la lucha "bajo" tierra.

Los Vietcong vivieron durante años en increíbles complejos subterráneos, y los "ratas de túnel" norteamericanos hubieron de entrar y abrirse paso en ellos armados únicamente de linternas y pistolas, una actividad reservada a hombres muy especiales.
Un batallón del 28º de Infantería al mando del teniente coronel Robert Haldane avanzaba entre los árboles de caucho que había alrededor de su zona de aterrizaje. De pronto, del interior de la jungla surgió el fuego automático de un francotirador. Los hombres de Haldane empezaron a sufrir bajas, pero el batallón siguió su avance de forma inexorable, decidido a silenciar el ataque guerrillero. Ello se convirtió en una tarea imposible. Cada vez que el enemigo era rodeado, se esfumaba como por encanto, dejando a Haldane asombrado y confuso. Siguió presionando, pero una y otra vez, sus invisibles torturadores se desvanecian



La experiencia de Haldane durante la operación "Crimp" en enero de 1965 - la primera gran batida de búsqueda y destrucción en los santuarios del Vietcong al noroeste de Saigón - llegaría a ser demasiado familiar para los comandantes de tierra en Vietnam. A los pocos días del comienzo de la operación, el sargento Stewart Green se sentó accidentalmente sobre lo que creyó que era un escorpión, pero que resultó ser un clavo de una trampilla de madera.


Bajo ella había un estrecho pozo que conducía a un túnel, pero la oscuridad y loa claustrofobia le hicieron salir rápidamente.

Entonces, tras lanzar una granada de humo de color en el interior de la entrada del túnel, dicho humo reapareció a través de numerosas aberturas repartidas por la campiña colindante. Los soldados de infantería habían descubierto el secreto de la capacidad de los Vietcong para combatir como fantasmas: un vasto laberinto de túneles excavado bajo las junglas de Vietnam del Sur.

En el momento álgido de la guerra de Vietnam, la red de túneles abarcaba cientos de kilómetros que enlazaban distritos y provincias enteras de la frontera camboyana con las puertas de la propia Saigón. "Nadie ha demostrado antes mayor habilidad para ocultar sus instalaciones que el Vietcong". Escribió el general William Westmoreland. "Eran topos humanos". El sistema de túneles alojaba a un Ejército en guerra y contenía todo lo que éste necesitaba para hacer frente a la nación militar más poderosa del mundo: talleres y almacenes para esconder armas y suministros, cuarteles generales para planear sus estrategias de batalla, hospitales para cuidar de sus heridos, además de cocinas, salas de conferencias y dormitorios. Para unos guerrilleros pobremente armados, mantener una guerra contra enemigos que entraban en combate en helicópteros no ofrecía más opción que abrirse camino bajo tierra. Oculto de día, el Vietcong surgía de noche como un gobierno en la sombra.

En los túneles se planearon grandes operaciones, como la ofensiva del Tet de 1968, en el más absoluto de los secretos; grandes unidades se trasladaron sin ser detectadas. Los guerrilleros locales del Vietcong sentían especial devoción por la tierra de sus ancestros, y sus fuertes subterráneos eran símbolo esencial de su resistencia ante aquellos que consideraban como invasores.


Construir un mundo bajo la jungla
El sistema de túneles comenzó a construirse durante la guerra colonial contra los franceses (1945-54) pero se extendió rápidamente cuando llegaron los norteamericanos. Lo construyeron con azadones y capazos, trabajadores agrícolas "voluntarios" utilizaron la arcilla roja que al secarse se endurecía igual que el hormigón. Cuando el nivel de la capa freática lo permitía, había varias plantas, separadas por trampillas estancas que sellaban el resto del sistema frente a gases o explosivos, al igual que las trampas de agua, unos recodos en forma de "U" excavados en el suelo del túnel y llenos de agua. Las trampillas que conducían arriba y abajo solían ser indetectables, haciendo creer a los exploradores que aquel túnel era corto cuando en realidad daba acceso a un inmenso sistema. Había túneles falsos y otros aparentemente sin salida. Los pasajes tenían unos pocos centímetros de diámetro, de modo que, sólo los más ágiles podían serpentear por ellos, y zigzagueaban para romper las posibles líneas de tiro. Los túneles estaban sembrados de trampas hechas con granadas y afiladas estacas Punji o con serpientes venenosas.

Las entradas a los túneles estaban hábilmente camufladas. Incluso el acceso a un importante cuartel general, como el de Pu My Hung, se hacía a través de una trampilla de medio metro. El Vietcong solía colocar minas cerca de sus túneles importantes: una unidad norteamericana que sufría bajas a causa de minas, seguramente no permanecería mucho tiempo en el área. En realidad existen muchas evidencias de que el alto mando norteamericano nunca apreció por completo el tamaño del sistema de túneles, aunque sí tenía conocimiento de la resistencia y tenacidad del Vietcong en sostener el esfuerzo de la guerra.

Para los guerrilleros del Vietcong, la vida en los túneles era increíblemente dura, el aire estaba viciado y la comida, que siempre andaba escasa, se descomponía con rapidez. Las arañas, las hormigas y los mosquitos proliferaban y por debajo de la piel se abría camino un parásito llamado Chico (unas larvas ácaras hematófagas) que causaban intensas irritaciones. Muchos guerrilleros sufrían de malaria o avitaminosis. A pesar de ello, se desarrollo todo un estilo de vida subterráneo. Habían bodas y nacían niños. Se daban también conferencias para elevar la moral. Creció una gran industria que fabricaba minas con bombas norteamericanas sin detonar y otras piezas. Los Hospitales del Vietcong tenían que estar cerca de los combates. Había puestos avanzados de primeros auxilios y grandes hospitales en los que no faltaban quirófanos; piezas de nylon de los paracaídas cubrían las paredes con el fin de dar cierto grado de protección a los heridos y moribundos mientras los cirujanos trabajaban a la luz de una vela. La constante escasez de suministros médicos hacía que los anestésicos faltasen y la operaciones se convertían a veces en un tormento. Los guerrilleros internados en aquellos hospitales subterráneos rezaban para ver de nuevo la luz del día, y sus gritos quedaban amortiguados bajo montones de arcilla.



Una de las mayores bases del Ejército norteamericano en Vietnam del Sur, Cu Chi, fue construida encima de un sistema de túneles del Vietcong. La altitud y la relativa sequedad del terreno, que la hacía adecuada para los vehículos, también la convertía en terreno ideal para túneles. Cuando la 25ª División de Infantería llegó allí en 1966, un emprendedor guerrillero llamado Huynh Van Co estuvo escondido con dos camaradas del campamento durante una semana, saliendo de noche para provocar el caos y robar comida. Los ataques desconcertaban a la recién llegada 25ª , que asumió que el fuego de morteros provenía del exterior de su perímetro. Pero (en palabras de un general) en realidad habían vivaqueado sobre un volcán. Tras causar un daño psicológico desproporcionado con respecto a su importancia militar, Huynh Van Co y los otros se retiraron al "cinturón" de túneles que rodeaban la base. Ni esos guerrilleros, ni su red de túneles fueron nunca detectados.

Llegan los "Ratas de túnel"
Tras la Operación "Crimp", los comandantes norteamericanos empezaron a caer en la cuenta de la extensión e importancia del sistema de túneles. Conforme se iban encontrando más entradas se hacían más intentos por destruirlos con explosivos o quemando gas de acetileno. Estos intentos tuvieron un éxito limitado, debido a la dureza de la tierra y a la capacidad del VC de efectuar reparaciones durante la noche. Se enviaban perros para encontrar a los guerrilleros, pero eran muertos o mutilados por las trampas. Los soldados que tenían que entrar en un túnel solían salir rápidamente informando que aquél no conducía a ninguna parte, Quedó claro que el Ejército tenía que preparar voluntarios especialistas para este problema sui generis. El resultado fue la aparición de unos infantes a los que se dio el indigno pero amenazador titulo de "Ratas de túnel".

El padre de estos fue el capitán Herbert Thorton, un hombre calvo y de rostro redondo, natural del profundo sur de EE.UU. Era oficial especialista en guerra química de la 1ª División de Infantería en Di An, encargado de contaminar los túneles con gas CS. Tiene suerte de seguir vivo. Una vez comenzaba a penetrar en un túnel detrás de un novato que hizo detonar una mina explosiva. La deflagración expulsó a Thorton del túnel , pero quedó sordo de un oido. Nunca se encontró a su compañero.

Los superiores de Thorton entendieron que la destrucción de túneles era una politica ineficaz, sobre todo cuando supieron que aquella red subterránea podía contener la clave de los campos de batalla del Vietcong: un tesoro de documentos y mapas escondidos muy por debajo del suelo de la jungla. Thorton fue elegido para formar un equipo de exploradores de túneles. No sólo necesitarían hombres con ciertas habilidades fuera de lo común, si no también un temperamento y un coraje inusual. -"Un modo de ser muy especial", resumia Thorton. "Debían tener una mente inquisitiva, muchas agallas e intuición a la hora de saber que tocar y que no para seguir con vida… ya que uno podía salir de allí hecho pedazos en un abrir y cerrar de ojos. Al principio intentamos organizar equipos de túneles por toda la División, pero muchos fracasaban al carecer de conocimientos suficientes para entrar correctamente en aquellos laberintos". Hubo hombres que murieron sin haber llegado a entrar en combate, se asfixiaron cuando los explosivos consumian el poco oxigeno que había bajo la tierra.



Expulsar al Vietcong
Era la misión más antinatural de todas: arrastrarse durante horas a través de túneles de tierra, oscuros como boca de lobo, enfrentandose a una muerte repentina en cualquier momento. Un alambre o una raiz podía disparar una granada o liberar una víbora. Los guerrilleros del VC yacían esperando silenciosamente estrangular a un "rata de túnel" cuando éste pasaba por una trampa o empalarlo con una lanza de bambú cuando descendía por un pozo. Los "ratas de túnel" necesitaban nervios de acero y unos sentidos muy agudos. A veces, los hombres se venían abajo durante el trabajo. Eran sacados a la superficie llorando y gritando que se les relevase de aquellas misiones bajo tierra.

Un antiguo "rata de túnel", Harold Roper comentó: "Sentí más miedo del que jamás he sentido, antes o después de aquello. Los del Vietcong llevaban a sus muertos a los túneles después de una batalla porque sabían que hacíamos recuento de cadáveres. Encontrarse con uno no era nada agradable. Era peor que si hubieran estado allí una semana…¡apestaban! Todo se descomponía rápidamente a causa de la humedad. Pasé junto a cuerpos descompuestos varias veces. No me produjo náuseas. Yo era un animal…los seres humanos no hacen las cosas que nosotros hacíamos. Estaba entrenado para matar o morir. Al recordarlo parece irreal. Ni siquiera se me ocurriría hacer algo semejante denuevo". Los "ratas de túnel" se convirtieron en un cuerpo de élite en Vietnam, con su propia insignia ad hocy demás privilegios.

Linterna, pistola y cuchillo
Cuando la Infantería descubría un túnel, un helicóptero llevaba allí a un equipo de "los ratas" para explorarlo y expulsar la Vietcong. A pesar de pertenecer al Ejército mejor equipado del mundo, sus técnicas eran simples. Todos lo que llevaban era una linterna, una pistola y un cuchillo. Operaban en pequeños equipos, transmitiendo información a la superficie por cable telefónico, aunque muchos rechazaban todo tipo de comunicaciones, prefiriendo mantener los oidos atentos al más leve sonido bajo tierra que pudiese anunciar peligro. Los "Exploradores de Kit Carson", antiguos guerrilleros del Vietcong, acompañaban a "los ratas" para confundir a los VC ocultos en los recodos de los túneles. Los "ratas" adoptaron sus propios códigos y procedimientos: nunca se disparaban más de tres balas seguidas sin remunicionar, pues el enemigo sabría cuando se le había agotado la munición.


Héroes subterráneos
¿Que clase de hombres se ofrecían voluntarios para esta peligrosa tarea? Evidentemente, los más menudos tenían ventaja, y muchos de ellos fueron mexicanos o de otras etnias latinoamericanas. Todos eran héroes excéntricos que sabían que aumentaría la estima de sus compañeros hacía ellos al encargarse de una misión tan horrenda. La suya era la máxima expresión de combate con el enemigo, cara a cara, singular. Para "los ratas" una luz al final del túnel era normalmente un Vietcong con una vela.

El sargento de estado mayor Pete Rejo era un cubano alto y nervudo que se ofreció para dos periodos de servicio adicionales con la escuadra de "ratas de túnel" de la 1ª División de Infantería. Para él, la guerra en los túneles se convirtió en una obsesión. "Me encantaba, el enemigo nos disparaba y después se escurría por los agujeros. Yo sabía que nos mandarían allá abajo. A dónde hiciese falta, a lo más hondo. Cuando me decían que allí debía haber un Vietcong, me deshacía de placer".
Rejo perseguía al Vietcong o nordvietnamita por los escondrijos del sistema hasta que lo acorralaba. Sus armas favoritas eran el cuchillo o la bayoneta. Nunca hizo prisioneros en los túneles.

Jamás se dejó a un "rata" muerto en un túnel. Un hombre herido era un obstáculo para sus compañeros y daba a los guerrilleros una ocasión para escapar. Tal era la camaradería de los "ratas", que solían faltar a las reglas y volvían solos para acabar con algún VC que había disparado sobre algún compañero. El sargento Pete Rejo no sólo incumplió las ordenes de su jefe de escuadra, el teniente Randy Ellis, si no que además lo mantuvo deliberadamente ajeno a la presencia continua de un enemigo en un túnel del Triangulo de Hierro cuando un compañero sufrió graves heridas bajo tierra. Con el pretexto de bajar para destruir el túnel con una carga explosiva, Rejo descendió sólo para acabar con el soldado nordvietnamita, que sabía estaba acorralado. Rejo también sabía que el soldado comunista estaría sentado con su AK-47 listo para convertir la noche subterránea en día con los fogonazos de su arma automática en aquel confinado espacio. Mientras se acercaba, Rejo tomó precauciones; instaló su carga dónde sabía que acechaba el enemigo. Cuando explosionó, el túnel se derrumbó. Rejo no pudo decir nada a Ellis, y nunca sabrá si su enemigo quedó enterrado como pretendía o - lo que es más probable - se escurrió por algún pasaje secreto, arrastrándose hacía la vida a través de la tierra húmeda de Vietnam del Sur.
 
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