Argentina y la Segunda Guerra Mundial: mitos y realidades
MARIO RAPOPORT
Universidad de Buenos Aires
Segunda visión
Existe también respecto a la actitud argentina frente a la Segunda Guerra Mundial una serie de equívocos basados en un escaso conocimiento de los hechos.14
Se considera a la Argentina como un país neutral durante toda la guerra. Toynbee la coloca en cierto pie de igualdad con el resto de los neutrales (Suiza, Suecia, Turquía, España, Irlanda, Portugal). Pero éstos mantuvieron la neutralidad hasta el fin, o casi el fin, del conflicto bélico, lo que no fue el caso de la Argentina.15
La primera constatación es que el gobierno de Buenos Aires rompió relaciones diplomáticas y políticas con los países del Eje el 26 de enero de 1944; no se mantuvo neutral en toda la contienda.
La segunda, es que la política de algunas potencias hacia la Argentina durante la guerra, especialmente la de EE.UU., no pareció basarse sólo en el hecho de que aquélla haya sido o no neutral; incluso el momento más álgido de las relaciones con Washington fue posterior a enero de 1944. Por lo tanto, el problema de la neutralidad fue en verdad de menor importancia de lo que parece o, al menos, no fue el único.16
La tercera constatación nos remite a la declaración de guerra al Eje, el 27 de marzo de 1945. Esta se entiende generalmente como una actitud apresurada, a fin de que el país pudiera entrar en la Conferencia de San Francisco de constitución de las Naciones Unidas; para algunos fue incluso una posición meramente oportunista. Sin embargo, esta visión no se ajusta a los hechos.
Ocurre que varios países de América Latina no habían declarado tampoco la guerra al Eje a principios de 1945 y, si lo hicieron en esa época, se debió más que nada a un acuerdo entre las grandes potencias, al que se arribó en la Conferencia de Yalta, en los primeros días de febrero de 1945. Allí Roosevelt se comprometió a aconsejar a esos países (Venezuela, Ecuador, Uruguay, Paraguay, Perú y Chile) a declarar la guerra, cuando Stalin le señaló que de no hacerlo antes del lero de marzo no estarían en condiciones de ingresar en la nueva organización mundial.17
La Conferencia de Chapultepec (México), que se reunió hacia fines de ese mismo mes de febrero del '45, tuvo entre sus objetivos ratificar dicho compromiso e invitar a la Argentina (que no participó por su conflictiva situación internacional) a declarar la guerra al Eje y ponerse al día con sus obligaciones interamericanas. El gobierno de Buenos Aires (que ya había acordado hacerlo ante una misión secreta, norteamericana a principios de febrero) aceptó la propuesta, aunque no pudo implementarla antes del lero de marzo debido a problemas internos.18
En realidad, los seis países latinoamericanos mencionados declararon la guerra recién, en su mayoría, entre mediados y fines de febrero, sólo poco más de un mes antes que la Argentina. Estos hechos indican que la declaración de guerra obedeció más a los acuerdos entre las grandes potencias y a la necesidad de EE.UU. de contar con un sólido apoyo en las Naciones Unidas que a un hecho causal o a una conducta meramente oportunista.19 La acción de la delegación norteamericana en San Francisco en favor de la incorporación argentina y enfrentando la oposición soviética a la misma confirman este hecho.20
La cuarta constatación es que aun en la época en que la Argentina mantuvo su neutralidad, su aporte a la causa aliada fue muy importante desde el punto de vista económico. Una de las causas principales de la polémica entre Churchill y Roosevelt acerca de la política a seguir hacia el gobierno de Buenos Aires (Inglaterra se oponía a las sanciones económicas y políticas propiciadas por EE.UU.) era que la Argentina era una fuente crucial de abastecimientos para las islas británicas, llegando a representar incluso el 40% del consumo británico de carnes.21
Por otro lado, la mayor parte del comercio argentino con Gran Bretaña se realizó sin pago inmediato por parte de este país. El importe adeudado se acreditaba en Londres con garantía oro y dio lugar a las llamadas "libras bloqueadas", cuya compensación llevó a arduas negociaciones luego del conflicto.
Con Alemania y los países del Eje, por el contrario, el comercio prácticamente se interrumpió en los años de la guerra. Desde el punto de vista económico, la Argentina no fue en absoluto neutral y actuó, en el abastecimiento a los países aliados, en una forma similar a los EE.UU. con su ley de préstamos y arriendos, que permitió financiar el armamento militar de esos países sin contraprestación inmediata.22
Para completar la comprensión del problema de la neutralidad, es necesario efectuar una breve síntesis de los hechos más importantes que jalonaron la política argentina desde fines de 1939 y de las fuerzas externas e internas involucradas en ellos.
El primer episodio importante se produjo en abril de 1940, debido a una inciativa diplomática argentina: la propuesta de "no beligerancia" que el gobierno de Buenos Aires consultó con Washington y que tenía como objetivo el abandono de una neutralidad estricta. La propuesta consistía en considerar a los países aliados como "no beligerantes". de manera que eso permitiera un flujo mayor de ayuda hacia ellos. Pero el Departamento de Estado desechó esta propuesta porque en la política norteamericana jugaban intereses conflictivos y no estaban dispuestos a ir mas allá por el momento.23
En lo interno, se hallaban en pleno período electoral; Roosevelt quería la reelección y había todavía fuertes tendencias aislacionistas en el seno de la sociedad. En lo externo, Washington se conformaba con la ayuda material que ya prestaba a los países aliados. Con todo, unos meses más tarde se invirtió la situación: la entrada de los alemanes en París y el ingreso de Italia en la guerra hicieron que los EE.UU. cambiaran decididamente su actitud, abandonando la prudencia seguida hasta entonces. En junio de 1940 llegó a Buenos Aires una delegación militar norteamericana que propuso a la Argentina formar parte de planes de defensa elaborados por el Pentágono, que incluían incluso la posibilidad de instalar bases en las islas Malvinas. Pero entonces fue la Argentina la que se negó a cooperar, invirtiéndose las posiciones asumidas por ambos países en abril. Una solución distinta de estos episodios hubiera cambiado el curso de las relaciones argentino-norteame- ricanas durante la guerra24.
De todos modos, el conflicto principal con EE.UU. en este período se produjo en la Conferencia de Río de Janeiro, en enero de 1942. Allí, la Argentina obtuvo un triunfo diplomático que, según algunos, le costaría caro. Washington propuso que los países de América Latina rompieran relaciones con el Eje solidarizándose con la agresión que ese país había recibido en Pearl Harbor. La cancillería argentina consiguió que se aprobara una moción distinta, en la cual se recomendaba a los países latinoamericanos romper relaciones y dejaba en libertad de acción para hacerlo o no. Hubo dos países que no la efectivizaron en el momento: Chile y Argentina. Fue el inicio del enfrentamiento más importante entre los dos países. que tenía antecedentes en el pasado (recordemos la conferencia de Washington de 1889, los episodios que se desarrollaron durante la Primera Guerra Mundial, la conferencia de La Habana de 1928 o las ya mencionadas de 1936,1938 y 1940), pero que nunca había alcanzado las magnitudes de lo que se desarrolló durante la guerra.25
La política de los EE.UU. hacia la Argentina se caracterizaría desde ese momento por la utilización de distintos tipos de medidas diplomáticas (no reconocimiento de nuevos gobiernos, retiro de embajadores) y económicas (discriminaciones comerciales, bloqueo de fondos argentinos en EE.UU., etc.) para sancionar la conducta argentina. Washington denunciaría así a los sucesivos gobiernos de Buenos Aires -primero el conservador y luego el militar- de ser partidarios del Eje, lo que culminó en 1946 con acusaciones que implicaban directamente a altas autoridades de los gobiernos argentinos de la época con el espionaje y la ayuda concreta a las potencias vencidas.26
La actitud norteamericana iba a contrastar con la de su principal aliado: Gran Bretaña. La política británica fue muy distinta a la de EE.UU., por varias razones que es preciso enumerar.
En primer lugar, existían distintas percepciones de la realidad argentina. Los británicos nunca compartieron los puntos de vista del Departamento de Estado respecto a los intereses o motivos ideológicos que podían estar detrás de la neutralidad argentina. No pensaban que los gobiernos argentinos fueran pro-nazis u hostiles a los aliados. Ciertos sectores en Inglaterra apoyaron incluso abiertamente a los gobiernos argentinos.27
En segundo término, los ingleses consideraban que el abandono de esa política de neutralidad podía afectar seriamente el abastecimiento de las islas durante la guerra y causar graves prejuicios económicos a la causa aliada.28
En tercer lugar, si bien reconocían que existían en la Argentina fuertes tendencias nacionalistas, preferían no malquistarse con sus sectores dirigentes para no afectar las cuantiosas inversiones radicadas en el país.29
Finalmente, estaban también muy alertas respecto a una posible hegemonía económica y política norteamericana en la Argentina después de la guerra. Diversas misiones diplomáticas inglesas al Río de la Plata (como la misión Willingdon de 1940-41) denunciaron no sólo la amenaza del nazismo, sino también los efectos perjudiciales para ellos de la competencia norteamericana y el estrechamiento de vínculos entre Buenos Aires y Washington. El viejo triángulo anglo-argentino-norteamericano continuaba vigente para ellos30.
El otro protagonista de la política argentina en esos años fue la Alemania nazi. Existió sin duda una fuerte presencia de intereses vinculados a ese país en la mayor parte de América Latina. Pero en la Argentina, aunque las ideologías de corte fascista o pro-nazi tuvieron cierta influencia en miembros de las FF.AA. o grupos civiles de algún peso político, y especialmente en el último gobierno conservador y en el régimen militar que le sucedió, estos sectores resultaron minoritarios, como lo demuestra la ya profusa documen- tación y bibliografía sobre la materia. La gravitación económica de Alemania también se vio limitada como consecuencia de las medidas de restricción de las actividades económicas y comerciales con el 111 Reich que debieron implementar los distintos gobiernos de la época ante la presión interna e internacional y la ruptura posterior de relaciones diplomáticas con el Eje31.
Analizando más en detalle la política norteamericana, pueden explicarse también sus motivos. La misma no fue tan lineal como suele creerse; tuvo también sus matices. En una primera aproximación, puede mencionarse una "línea dura", partidaria de aplicar sanciones de todo tipo a la Argentina, y una "línea blanda", que proponía soluciones diferentes. Ya desde los años '30 había un sector que mantuvo una posición conflictiva con los gobiernos de Buenos Aires, cuyo más destacado exponente fue el secretario de Estado, Cordell Hull, que no pertenecía al círculo político más íntimo del presidente. Sin embargo, hacia fines de la década, y sobre todo con el estallido de la guerra, Hull no controlaba el conjunto de la política exterior norteamericana, que pasó a ser conducida más estrechamente por el mismo Roosevelt y su equipo de colaboradores de la Casa Blanca.
En América Latina misma, escenario alejado del conflicto bélico, el funcionario que instrumentó la política del "buen vecino" no fue Hull sino el subsecretario de Estado, Sumner Welles, hombre de confianza de Roosevelt y que se convertiría más tarde en uno de los principales críticos de la política del Departamento de Estado hacia la Argentina. Pero Welles debió renunciar, en parte como consecuencia del mal paso dado en la conferencia de Río de Janeiro, donde, tratando de mantener la unidad panamericana, aceptó la propuesta del canciller argentino Ruiz Guiñazú.32
Otro de los principales partidarios de una "línea dura" hacia la Argentina fue el secretario de Agricultura y luego Vicepresidente, Henry Wallace. Aunque ambos pertenecían al partido Demócrata, mientras Hull era un conservador liberal (en el sentido norteamericano de esta última acepción), Wallace era un liberal de izquierda (en 1948 se presentó como candidato de una coalición de izquierda a las elecciones norteamericanas). Pero los dos tenían algo en común: estaban vinculados a intereses agrícolas norteame- ricanos y alimentaban cierto rencor hacia la Argentina, como consecuencia de los conflictos entre los dos países en los años '30 y de las discriminaciones comerciales mutuas practicadas por ambos.33
En la "línea dura" confluían también percepciones sobre la realidad argentina basadas en un esquema simplista de la misma (en la que influían sectores internos en Argentina y el clima bélico de la época). La necesidad de instrumentar un frente común en el continente bajo la hegemonía norteamericana parecía en tiempos de guerra más urgente y contribuía a apuntalar estas tendencias.
Una segunda línea, que coexistió con la primera durante la guerra (y en la que jugó un papel importante en un primer período el mencionado Sumner Welles) tuvo como uno de sus principales representantes a Nelson Rock- efeller, quien fue nombrado por Roosevelt en 1940 como coordinador de Asuntos Interamericanos. Rockefeller comenzó a practicar una política hacia la Argentina (que formaba parte de una estrategia hacia el conjunto del continente) que no parecía tener vinculación con la practicada por el Departamento de Estado: afianzamiento de vínculos culturales, invitaciones a personalidades argentinas a los EE.UU., campañas de publicidad de empresas norteamericanas en el país, etc.34
Finalmente, en noviembre de 1944 Hull renunció dejando en su lugar a Edward Stettinius, que nombró a Rockefeller secretario asistente de Asuntos Latinoamericanos. Entonces la política hacia la Argentina cambió abrupta- mente. Rockefeller enfocó "pragmáticamente" sus relaciones con el régimen militar y se produjo el acercamiento entre los dos países que culminó en marzo de 1945 con la declaración de guerra al Eje, y en el mes de abril con el envío de la misión Warren, que llegó a importantes acuerdos económicos y políticos con el gobierno argentino.35
Sin embargo, con la muerte de Roosevelt, el 12 de abril de 1945, la política norteamericana cambió nuevamente. Truman incorporó en su staff de política exterior a sectores ligados a Cordell Hull y a la "línea dura", que habían atacado la política de "conciliación" emprendida por Rockefeller. Y aunque éste permaneció en su cargo unos meses más (lo que le iba a permitir abogar por la participación argentina en la conferencia de San Francisco, puesta en cuestión por diversos sectores en EE.UU. y por los soviéticos), la llegada a Buenos Aires del embajador Spruille Braden, que compartía los criterios de la "línea dura", volvió a revertir el panorama.
En verdad, factores estratégicos comenzaban a jugar con fuerza en ambas posiciones. Mientras algunos sectores continuaban privilegiando la alianza americano-soviética y considerando como principales enemigos a los países del Eje (como, por ejemplo, Braden), otros (el caso de Rockefeller o el senador Vandenberg) veían ya como el problema mayor de la posguerra las relaciones con la URSS y procuraban cimentar la unidad del continente frente a la posible amenaza del comunismo.36
La llegada de Braden a Buenos Aires provocó diversos episodios entre los dos países que llegaron a involucrar a la propia política interna. La opción Braden o Perón tiñó las elecciones presidenciales de 1946, en las que procuró jugar un rol el llamado "Libro Azul", un documento preparado por el Departamento de Estado para demostrar las vinculaciones de los gobiernos argentinos con el nazifascismo.37
Pero es cierto, también, que la política de las grandes potencias hacia la Argentina explica sólo una parte de la conducta de los gobiernos locales y de las líneas y tendencias respecto al curso de la política exterior que existían en el país. La política de neutralidad tuvo sus defensores y sus detractores dentro del país, y sus reacciones tuvieron que ver en gran medida con el curso de los acontecimientos políticos internos.
Fueron partidarios de la neutralidad sectores dirigentes tradicionales, que ponían el acento en la vinculación con Gran Bretaña y Europa y se oponían a las pretensiones hegemónicas de EE.UU. Gran parte de la política de neutralidad se explica por el predominio de esta línea, reflejada en los gobiernos de Justo, Ortiz y Castillo (aunque personalmente los dos primeros, y especialmente Justo, se declararon pro-aliados). También estaban a favor de la neutralidad algunos núcleos pro-Eje en las FF.AA. y grupos civiles del nacionalismo católico, así como los "nacionalistas populares" (FORJA, Sabattini en la UCR) y sectores de interés vinculados al proceso de industrialización y al desarrollo del mercado interno.38
En contra de la neutralidad se pronunciaron dentro de las élites tradicionales algunas figuras relevantes como el ex ministro de Hacienda, Federico Pinedo (que decía que el mundo había cambiado de "centro" y era partidario de una aproximación con EE.UU., abandonando parte de los vínculos con Europa).39 También fueron contrarios a la neutralidad la mayor parte del espectro político de la época antes de la llegada del peronismo: la gran mayoría del radicalismo, los conservadores reformistas, los socialistas y los comunistas.40
Sin embargo, desde principios de 1944 hasta comienzos de 1946 (la Argentina ya no era más neutral), la problemática externa se confundió con el curso de la política interna y el eje fascismo-antifascismo tuvo más que ver con el surgimiento de Perón y el peronismo y la actitud de los sectores de oposición en contra de éstos que con la política exterior del país.