El 24 de febrero de 2022 comenzó la invasión rusa a gran escala de Ucrania, marcando el mayor conflicto militar convencional en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Este hecho no surgió de manera aislada, sino que forma parte de un proceso que se remonta al año 2014, con la anexión de Crimea por parte de Rusia.
En las etapas iniciales del conflicto, numerosos analistas y publicaciones especializadas realizaron comparaciones entre las capacidades militares de ambos países. Un ejemplo ilustrativo es el análisis del International Institute for Strategic Studies (IISS), que presentaba una relación de fuerzas aproximada de 10 a 1 a favor de Rusia. A partir de estos datos, muchos anticipaban una victoria rápida y contundente. Sin embargo, los acontecimientos no siguieron ese pronóstico. Más adelante, analizaremos algunas de las posibles razones que explican por qué esa superioridad inicial no se tradujo en un resultado inmediato.

Aprovecho este punto sobre el poder de combate relativo para plantear una reflexión. Es sabido que, al comparar cantidad y calidad de medios, armamento, entrenamiento, doctrina, participación en ejercicios internacionales, etc., estos factores pueden ser decisivos en un conflicto breve, con poco preaviso y de corta duración. No obstante, cuando existe un largo período de preaviso o el enfrentamiento se prolonga, como en este caso, que ya supera los tres años, entran en juego otros elementos igualmente determinantes.
Entre ellos, sobresalen las alianzas internacionales. El apoyo brindado a Ucrania por parte de la Unión Europea y Estados Unidos ha sido esencial para su capacidad de resistencia. Rusia, por su parte, ha recibido respaldo —explícito o implícito— de China, Corea del Norte e Irán. Un factor adicional de gran importancia es la capacidad de cada nación para reconvertir su industria hacia un esfuerzo bélico sostenido.
Por último, existen factores intangibles pero cruciales, como la voluntad de lucha de un pueblo. Aunque difícil de cuantificar, esta determinación puede inclinar la balanza incluso frente a un adversario con mayor poder material.
Cambio de estrategia
A lo largo del conflicto, pueden identificarse al menos tres momentos clave en los que Rusia modificó sus objetivos estratégicos, lo que implicó también cambios en el empleo del poder aéreo.
- Fracaso de la guerra relámpago rusa
El primero de estos momentos se dio entre el 24 de febrero y el 1 de marzo de 2022, durante la fase inicial de la invasión, cuando la estrategia rusa se centró en una campaña de “decapitación” rápida, con los siguientes objetivos:
- Neutralizar las defensas aéreas ucranianas (principalmente sistemas S-300 y Buk-M1).
- Tomar el control de nodos logísticos críticos (aeródromos, centros de comunicación, depósitos de armamento).
- Capturar Kiev en menos de 72 horas mediante un cerco rápido.
- Eliminar o capturar al liderazgo político y militar ucraniano.
Esta ofensiva se sustentaba en una combinación de ataques aéreos masivos, operaciones aerotransportadas y asaltos helitransportados, enmarcados dentro de un enfoque de guerra relámpago (“blitzkrieg”). Además, fue acompañada por ciberataques que también afectaron infraestructuras más allá de Ucrania, alcanzando incluso partes de Europa.
Uno de los intentos más emblemáticos de esta etapa fue el asalto helitransportado al aeropuerto de Hostomel (Antonov), el 24 de febrero, ubicado en las cercanías de Kiev. En la operación participaron más de 30 helicópteros (entre ellos Ka-52 y Mi-8) que transportaban fuerzas Spetsnaz (fuerzas especiales de élite militar), con la intención de tomar el aeródromo y establecer allí un puente aéreo para el desembarco de refuerzos mediante aviones Il-76. Si bien lograron ocupar brevemente la instalación, las fuerzas ucranianas la retomaron en menos de 24 horas, mediante intensos combates y fuego de artillería. En la operación, las tropas rusas perdieron varios helicópteros Ka-52 y Mi-8, y el intento de establecer un puente aéreo fracasó.
También se intentaron lanzamientos paracaidistas con aviones Il-76, pero varios fueron derribados o repelidos antes de poder aterrizar, debido a la eficacia de las defensas aéreas ucranianas.
Durante esta primera semana de combate, informes de inteligencia y análisis visuales reportaron:
- La pérdida de entre 15 y 25 aeronaves de combate rusas (incluyendo Su-34, Su-25 y Su-30SM).
- Al menos 10 helicópteros de ataque derribados (varios Ka-52 registrados en video).
- Daños severos o destrucción de aviones de transporte Il-76, lo que frustró el despliegue aerotransportado a gran escala.
- Muchas de estas pérdidas fueron causadas por sistemas portátiles de defensa aérea (MANPADS), como el FIM-92 Stinger (provistos por EE.UU.) y los Igla de origen soviético.
Durante estos días, las Fuerzas Aeroespaciales Rusas realizaron un número elevado de salidas, cubriendo múltiples tipos de misiones. Sin embargo, estas no se articularon dentro de una campaña aérea estructurada, como es habitual en las doctrinas occidentales u OTAN. Esto dejó en evidencia la falta de un planeamiento riguroso en términos de operaciones aéreas. Si bien se ejecutaron misiones de ataque, supresión de defensas, interdicción y reconocimiento, en su mayoría resultaron ineficaces para alcanzar un golpe decisivo. Los ataques aéreos y con misiles fueron dispersos geográficamente, sin lograr una concentración de efectos que permitiera cambiar el curso del conflicto.
Se puede concluir que el fracaso de la estrategia de guerra relámpago rusa puede explicarse por tres factores principales:
- La subestimación de la capacidad ucraniana para dispersar y ocultar su fuerza aérea.
- La efectividad de la defensa aérea en capas de Ucrania, que combinó desde MANPADS hasta sistemas S-300.
- La voluntad de resistencia del pueblo ucraniano, que respondió con fuego coordinado y contraataques incluso en zonas ocupadas temporalmente.

- Transición a una guerra terrestre prolongada
El resultado inmediato fue el fracaso rotundo de las operaciones aerotransportadas, con pérdidas de aeronaves significativamente superiores a lo previsto y la consiguiente necesidad de transicionar hacia una guerra prolongada, centrada en el empleo intensivo de artillería y avances terrestres graduales.
Tras los primeros días de la llamada “Operación Militar Especial”, y ante la imposibilidad de tomar Kiev, el esfuerzo estratégico se reorientó hacia la consolidación de las áreas ocupadas en el este y sur de Ucrania. Esta transición se produjo sin haber logrado una supresión efectiva de las defensas aéreas ucranianas, en parte debido a una deficiente evaluación del daño infligido. Numerosas baterías antiaéreas fueron erróneamente consideradas destruidas, cuando en realidad habían sido reposicionadas de forma efectiva por las fuerzas ucranianas previas a su ataque.
Además, la planificación deficiente de operaciones SEAD (Suppression of Enemy Air Defenses) limitó la libertad de acción aérea rusa y provocó elevadas pérdidas. Como resultado, muchas aeronaves se vieron obligadas a operar a muy baja altitud para evitar los sistemas de defensa aérea de medio alcance, lo que las expuso a un alto riesgo por parte de sistemas MANPADS y misiles de corto alcance. Esto derivó en numerosos derribos adicionales.
Frente a este escenario, las Fuerzas Aeroespaciales Rusas modificaron su patrón de empleo, operando a mayor altitud y, en general, dentro del espacio aéreo bajo su control. Las misiones aéreas pasaron a concentrarse en el uso de misiles de largo alcance, bombas planeadoras y vehículos no tripulados, con un repertorio táctico más limitado.
Kit para bombas guiadas UMPK (módulo de planeo y corrección universal)


- Intensificación de los bombardeos nocturnos sobre Ucrania
A partir de septiembre de 2024, Rusia intensificó significativamente sus ataques aéreos nocturnos, empleando una combinación de misiles y drones para golpear infraestructuras críticas y zonas urbanas. Estas ofensivas, que adquirieron un carácter casi cotidiano, reflejan una estrategia de desgaste destinada a debilitar la resistencia ucraniana y ejercer presión sobre la población civil.
En promedio, los bombardeos diarios incluyeron decenas de proyectiles, con picos que superaron los 100 misiles y drones en una sola noche. Si bien las defensas aéreas ucranianas lograron interceptar una parte considerable de estos ataques, la intensidad y frecuencia de las ofensivas representaron un desafío constante para la infraestructura crítica y la moral del país.
El armamento empleado por las fuerzas rusas incluyó una amplia gama de sistemas de ataque, entre los que se destacan:
- Misiles balísticos lanzados desde el aire Kh-47M2 Kinzhal, disparados desde interceptores MiG-31K.
- Misiles balísticos de corto alcance Iskander-M.
- Misiles balísticos de diseño norcoreano KN-23.
- Misiles de crucero Kh-101 y Kh-55SM, lanzados desde bombarderos estratégicos Tu-95MS.
- Misiles de crucero Kalibr, de lanzamiento naval.
- Misiles de crucero Iskander-K, de base terrestre.
- Misiles aire-superficie guiados Kh-59 y Kh-69.
- Drones de ataque, en su mayoría del tipo Shahed-136/131, junto con otros vehículos aéreos no tripulados de origen no identificado.

Cantidad de drones Shahed lanzados semanalmente por Rusia desde el inicio del conflicto

Drones y misiles lanzados sobre Ucrania desde el 01 ene 2025 al 07 mar 2025
Apoyo a Ucrania
- Aeronaves
Varios países del antiguo bloque del Este, que operaban los mismos sistemas aéreos que Ucrania, comenzaron a transferírselos tras el inicio del conflicto. Esta decisión respondía a dos factores clave: por un lado, facilitaba a los pilotos ucranianos continuar operando plataformas con las que ya estaban familiarizados; por otro, los países donantes buscaban modernizar sus propias flotas mediante la adquisición de aeronaves occidentales.
Desde el inicio de la invasión, Ucrania planteó en diversos foros la necesidad de contar con al menos 50 cazas F-16, con el fin de reforzar su capacidad disuasiva y apoyar su contraofensiva en 2023. Sin embargo, esta solicitud no se materializó en tiempo útil. El primer lote de F-16 fue recibido recién en julio de 2024. Hasta ahora, estos aviones han sido empleados principalmente en misiones de defensa aérea contra misiles y drones rusos, así como en el lanzamiento de armamento guiado de precisión suministrado por Occidente.
Inicialmente, hubo cierta reticencia por parte de Estados Unidos a autorizar la transferencia de cazas F-16, debido al riesgo de una escalada del conflicto, ya que estas aeronaves permitirían a Ucrania llevar a cabo ataques en profundidad dentro del territorio ruso. Además, se señalaron otras limitaciones: el alto costo operativo y logístico de estos cazas, la complejidad del proceso de transición tecnológica (que incluye la formación de pilotos, personal técnico y adaptación de infraestructura), y el riesgo de desviar recursos de áreas más urgentes como la defensa antiaérea o la provisión de municiones de largo alcance.
En cuanto al material soviético transferido, Ucrania ha recibido hasta ahora unos 28 MiG-29, aproximadamente la mitad de ellos proporcionados por Polonia y Eslovaquia. Durante el mes de mayo, Polonia confirmó la entrega de los últimos 19 MiG-29, cerrando su contribución.

Paralelamente, varios países europeos que están reemplazando sus F-16 por F-35 se han comprometido a entregar sus unidades a Ucrania:
- Bélgica: ha prometido hasta 30 unidades, a ser entregadas progresivamente hasta 2028.
- Países Bajos: de un total de 24 unidades, 6 ya fueron entregadas inicialmente y un segundo lote —de cantidad no especificada— fue transferido en abril de 2025.
- Dinamarca: de 19 F-16 comprometidos, 12 ya fueron entregados.
- Noruega: ha ofrecido 12 aviones.

Adicionalmente, Francia ha transferido 6 cazas Mirage 2000-5, y Suecia ha ofrecido 14 aviones JAS 39 Gripen, como parte de un lote de 45 unidades que serán reemplazadas por versiones más modernas.
Hasta el momento, no se ha reportado que estas aeronaves operen fuera del territorio ucraniano, y al menos tres cazas F-16 han sido derribados durante operaciones de combate.


- Armamento inteligente
Ucrania también ha recibido armamento occidental que ha sido integrado, con distintos niveles de éxito, en aeronaves de origen soviético. Uno de los casos más relevantes es el suministro de misiles de crucero Storm Shadow por parte del Reino Unido. Aunque su compatibilidad con las plataformas disponibles en Ucrania sigue sin confirmarse oficialmente, existe la posibilidad de programarlos desde tierra, lo cual constituye una alternativa operativa viable. Algunas fuentes indican que Polonia habría colaborado en la integración del misil en los Su-24 y Su-27.

El Storm Shadow tiene un alcance aproximado de 250 km, algo inferior al del misil táctico estadounidense ATACMS (300 km), cuya entrega fue inicialmente demorada. Aunque tiene capacidad para atacar en profundidad dentro del territorio ruso, su uso habría sido limitado para evitar una escalada del conflicto.
En el campo de batalla también se ha documentado el empleo de señuelos aéreos ADM-160B MALD, misiles programados para simular electrónicamente aeronaves y saturar las defensas antiaéreas. Se cree que este tipo de armamento podría explicar las afirmaciones rusas sobre el derribo de hasta 400 aeronaves ucranianas, una cifra que excede con creces la flota total combinada de Ucrania y los países del antiguo bloque soviético.

Por otro lado, se presume que Ucrania ha integrado con discreción misiles anti-radiación AGM-88 HARM en sus MiG-29 y Su-27, así como misiles señuelo ADM-160B MALD, especializados en saturar radares enemigos.

Además, Estados Unidos ha proporcionado kits JDAM-ER (Joint Direct Attack Munition – Extended Range), que convierten bombas convencionales en municiones guiadas por GPS, con un alcance de hasta 80 km gracias a sus alas plegables. Esta capacidad permite atacar sin necesidad de penetrar el espacio aéreo cubierto por defensas enemigas. Ucrania ha adaptado incluso sus propias bombas KAB de 450 kg con estos kits.

Finalmente, existe la posibilidad que Alemania autorice entregar misiles de crucero Taurus, con mayor alcance que el Storm Shadow o el ATACMS, lo que supondría un cambio significativo en la capacidad ofensiva ucraniana.
Diseño operacional
Uno de los aspectos estratégicos más relevantes de la guerra en Ucrania ha sido la implementación, por parte de ambos bandos, de un diseño operacional basado en la negación del espacio aéreo, conocido como A2/AD (Anti-Access/Area Denial).
Incapaz de disputar directamente la superioridad aérea debido a la desventaja numérica y tecnológica frente a la aviación rusa, Ucrania adoptó una estrategia defensiva de negación activa del espacio aéreo. Esta se apoyó en una combinación de defensas aéreas móviles, drones y guerra electrónica, buscando impedir que Rusia estableciera el control del aire. Esta lógica fue respaldada por sus aliados occidentales, que priorizaron el suministro de armamento defensivo para reforzar esta postura.
La efectividad de esta estrategia se ha visto reflejada en la progresiva densificación del escudo antiaéreo ucraniano, especialmente alrededor de Kiev y otras áreas críticas. A los sistemas S-300 heredados de la era soviética, se han sumado plataformas occidentales avanzadas como:
- Patriot (Estados Unidos)
- IRIS-T SLM (Alemania)
- NASAMS (Noruega-EE. UU.)
- SAMP/T (Francia-Italia, incorporado recientemente)
Además, Ucrania ha modernizado sistemas propios como el S-200 para aumentar sus capacidades de cobertura.

Por su parte, Rusia también ha desplegado una estrategia A2/AD, orientada a impedir incursiones aéreas ucranianas y, potencialmente, de la OTAN, en áreas sensibles del frente. Para ello ha combinado misiles de largo alcance, sistemas de defensa aérea, interferencia electrónica y operaciones aéreas defensivas.
En el ámbito diplomático, Estados Unidos solicitó sin éxito a Turquía la transferencia de sus S-400 a Ucrania, propuesta rechazada por Ankara. Cabe recordar que la compra de estos sistemas rusos por parte de Turquía provocó su exclusión del programa F-35. Asimismo, Israel declinó autorizar la venta de su sistema Cúpula de Hierro a Ucrania, invocando razones geopolíticas y de seguridad regional.
Empleo de drones
El empleo de drones ha experimentado una intensificación notable por parte de ambos bandos, revolucionando el campo de batalla.
Inicialmente, los UCAV Bayraktar TB2 —que habían demostrado una eficacia formidable en el conflicto entre Armenia y Azerbaiyán, destruyendo numerosos blindados— fueron utilizados por Ucrania. Sin embargo, su desempeño en esta guerra fue limitado debido al uso intensivo de guerra electrónica por parte de Rusia, que logró derribar al menos 22 de estos aparatos, lo que llevó a su retirada del frente.

En respuesta, Ucrania adaptó su estrategia empleando una gran cantidad y variedad de drones comerciales FPV (First Person View), modificados con cargas explosivas. Estos sistemas han causado importantes bajas a las tropas rusas y daños a vehículos de combate. No obstante, los operadores de estos drones se convirtieron en blancos prioritarios. La fuerte capacidad de guerra electrónica rusa —que incluye interferencias de señal (jamming) y suplantación GPS (spoofing)— obligó a una nueva adaptación: el uso de drones guiados por fibra óptica para evitar interferencias.

Ucrania también ha llevado a cabo ataques masivos en la profundidad del territorio ruso con centenares de drones de largo alcance, como los AN-196 Liutyi y UJ-26 Bober de construcción ucraniana, capaces de alcanzar hasta 1.000 km. Estos ataques han dañado refinerías, bases aéreas —incluyendo la destrucción de aviones como el A-50 AWACS, varios cazas y bombarderos— e incluso han alcanzado la capital rusa y las inmediaciones de la residencia presidencial. Algunos de estos drones fueron interceptados por las defensas del Kremlin.
En el ámbito naval, Ucrania ha introducido vehículos de superficie no tripulados (USV) Magura V7 armados con misiles aire-aire AIM-9L y AIM-9X, logrando el derribo de al menos dos Su-30 rusos sobre el mar Negro.
En un nuevo avance tecnológico, Ucrania ha desarrollado el dron interceptor FPV STING, diseñado específicamente para neutralizar drones enemigos de forma eficiente y económica. Equipado con una cámara térmica, el STING puede operar a altitudes superiores a los 3.000 metros y alcanzar velocidades de más de 204 km/h al 50 % de potencia, a una altitud de 1.400 pies (unos 426 metros). Este notable rendimiento le ha permitido atribuirse el derribo de cerca de 100 drones kamikaze Shahed-136, consolidándose como una herramienta clave en la defensa aérea ucraniana.

Por su parte, Rusia ha intensificado sus ataques nocturnos combinando misiles de crucero con drones kamikaze para saturar las defensas ucranianas. Entre los más utilizados se encuentran los Shahed-136, de origen iraní, fabricados localmente bajo la denominación Geran-2. También emplea UAVs de desarrollo propio, como los Orlan-10 (ISR) y Lancet (merodeadora), entre otros.
La amenaza constante de drones también ha forzado a Rusia a adoptar medidas defensivas: reforzando la protección de sus vehículos blindados con jaulas improvisadas y construyendo refugios de mallas cruzadas en el techo para sus aeronaves en tierra o bien, cubriéndolas con neumáticos de autos, en un intento por mitigar el daño de los ataques aéreos no tripulados.
Empleo espacial
Durante el conflicto entre Rusia y Ucrania, la dimensión espacial ha emergido como un componente esencial y transformador del entorno operativo, influenciando de manera directa las capacidades de vigilancia, comunicación, coordinación táctica y guerra electrónica de ambos bandos.
Ucrania, aunque no cuenta con una constelación satelital propia significativa, ha sabido explotar de forma innovadora el acceso a capacidades espaciales proporcionadas por actores civiles y aliados occidentales. La conectividad satelital de Starlink, proporcionada por SpaceX, ha sido clave para mantener comunicaciones en tiempo real, especialmente en zonas de combate donde las infraestructuras tradicionales fueron destruidas o interferidas por Rusia. No obstante, esta herramienta ha estado sujeta a restricciones de uso en operaciones ofensivas en profundidad dentro del territorio ruso, lo que refleja tensiones entre fines militares y control corporativo.
En paralelo, empresas privadas como Maxar Technologies, Planet Labs, Capella Space y BlackSky han jugado un rol vital al ofrecer imágenes satelitales de alta resolución, facilitando el reconocimiento de movimientos de tropas, evaluación de daños (BDA) y apoyo al targeting de largo alcance. Además, Ucrania se ha beneficiado de cooperación con agencias espaciales occidentales que han brindado capacidades estatales de inteligencia (ISR), así como alerta temprana sobre lanzamientos de misiles balísticos mediante sistemas de vigilancia por satélite.
Rusia, por su parte, ha dependido exclusivamente de sus capacidades estatales. Aunque posee una constelación espacial propia, esta es comparativamente menos moderna y numéricamente inferior a la combinación de capacidades estatales y privadas que apoyan a Ucrania. Las sanciones internacionales impuestas desde 2014 —y reforzadas tras la invasión de 2022— han limitado seriamente la capacidad de Rusia para lanzar nuevos satélites y modernizar su infraestructura espacial. Pese a ello, ha continuado utilizando sus activos satelitales para tareas de inteligencia, navegación (GLONASS), sincronización de sistemas de armas y apoyo a operaciones de guerra electrónica.
El conflicto en Ucrania ha marcado un hito en la militarización funcional del espacio, donde el acceso a capacidades civiles y comerciales —particularmente del lado ucraniano— ha demostrado ser tan estratégico como los activos militares tradicionales. Este fenómeno anticipa un futuro donde la superioridad en el dominio espacial no dependerá únicamente de los Estados, sino también de su capacidad para integrar ecosistemas tecnológicos híbridos en tiempo real.
Desempeño de la Fuerza Aeroespacial Rusa en la Guerra de Ucrania
Según el Ministerio de Defensa del Reino Unido, el desempeño de la Fuerza Aeroespacial Rusa durante el conflicto con Ucrania ha sido significativamente deficiente. La incapacidad para emplear el poder aéreo de manera sostenida y eficaz se perfila como uno de los factores clave detrás del limitado éxito de la campaña militar rusa.
Uno de los elementos centrales de este bajo rendimiento radica en la falta de un cambio doctrinario profundo para desarrollar campañas aéreas modernas. En lugar de aplicar conceptos integrados y ofensivos como lo hacen las fuerzas aéreas occidentales, Rusia ha continuado empleando su aviación como artillería de largo alcance, principalmente en función del apoyo directo a las fuerzas terrestres. La defensa aérea de las propias fuerzas terrestres depende en gran medida de la artillería antiaérea (AAA), lo que revela una doctrina más conservadora y centrada en el campo de batalla inmediato, sin una campaña aérea autónoma que busque la superioridad aérea operativa.
Este enfoque ha llevado a una evidente incapacidad para ejecutar misiones ofensivas a gran escala y sostenidas. Además, Rusia ha demostrado ser incapaz de llevar adelante operaciones SEAD (Suppression of Enemy Air Defenses), esenciales para desactivar los sistemas de defensa aérea enemigos y permitir la libertad de acción del poder aéreo. La persistencia y efectividad de la defensa aérea ucraniana han impedido la obtención de la superioridad aérea, frustrando los intentos rusos de interdicción aérea sobre las rutas de suministro occidental y de destrucción de objetivos clave como los sistemas HIMARS y sistemas misiles antiaéreos móviles.
Asimismo, la Fuerza Aeroespacial Rusa ha evidenciado serias dificultades para gestionar espacios aéreos altamente disputados y no ha desarrollado una capacidad adecuada de evaluación de daños de batalla (BDA), lo que ha limitado su precisión en la selección y repetición de objetivos.
A pesar de contar con una flota numerosa y con una parte importante compuesta por cazas modernos como los Su-30SM, Su-35S y MiG-31BM, el entrenamiento de las tripulaciones ha sido deficiente. Los pilotos rusos acumulan pocas horas de vuelo anuales y su formación se ha centrado, durante años, en exhibiciones destinadas a impresionar a los altos mandos, en lugar de en ejercicios realistas de combate. Además, Rusia no realiza con regularidad grandes maniobras aéreas que simulen combates complejos ni emplea simuladores de vuelo avanzados al nivel de sus contrapartes occidentales.
Otro factor que ha influido negativamente en el rendimiento ruso es la falta de experiencia reciente en conflictos donde haya enfrentado una oposición aérea relevante. En campañas anteriores como en Siria o Georgia, Rusia operó prácticamente sin una amenaza aérea significativa, lo que contribuyó a una falsa percepción de superioridad que no se ha sostenido frente a la resiliencia de las fuerzas ucranianas.
A pesar de haber realizado avances tecnológicos notables en la modernización de su flota y en el desarrollo de municiones guiadas, la Fuerza Aeroespacial Rusa no ha logrado traducir esas capacidades en una ventaja estratégica clara en el conflicto actual. Como resultado, Ucrania ha conseguido mantener operativa su fuerza aérea, proporcionar apoyo cercano a sus tropas terrestres y continuar con operaciones de defensa aérea efectivas, mientras Rusia sigue perdiendo aeronaves.
Algunas lecciones aprendidas
- Sistemas autónomos
El auge de los sistemas autónomos está transformando radicalmente la arquitectura militar. Los drones y otras plataformas no tripuladas permiten ampliar el alcance de las operaciones, al tiempo que reducen significativamente el riesgo para el personal. Esta ventaja táctica se ha hecho especialmente evidente en conflictos recientes, como el de Ucrania, donde estos sistemas han permitido atacar a mayor distancia sin exponer directamente a los soldados. No obstante, su impacto estratégico sigue siendo limitado, sin llegar a alterar de forma decisiva el curso general de la guerra.
Asimismo, la democratización de la tecnología ha favorecido la proliferación de drones y sus componentes, fácilmente accesibles a través de cadenas comerciales o mediante impresión 3D, incluso en países con escasa capacidad industrial militar. Esto ha generado un entorno aéreo cada vez más complejo, en el que tanto actores estatales como no estatales pueden disputar el control del espacio aéreo y proyectar poder de formas antes impensadas.
En términos de economía bélica, el conflicto ucraniano ha demostrado que drones de bajo costo pueden infligir daños significativos a equipos militares mucho más costosos, como tanques y vehículos blindados. Esta dinámica altera la lógica tradicional que favorecía a las fuerzas armadas dotadas de plataformas caras y sofisticadas, redefiniendo el equilibrio de poder en el campo de batalla.
Como contrapartida, también se ha observado el uso de misiles superficie-aire de alto costo para derribar drones considerablemente más baratos, lo que plantea serios desafíos en términos de sostenibilidad económica y eficiencia operativa.
Los sistemas autónomos también han demostrado una versatilidad táctica impresionante, siendo empleados para tareas que van desde el reconocimiento y la vigilancia hasta ataques de alta precisión, guerra electrónica, apoyo a las comunicaciones y logística en zonas de combate, lo que amplía notablemente las capacidades operativas de las fuerzas militares.
No obstante, estos sistemas presentan vulnerabilidades importantes, como la exposición de sus operadores, quienes suelen ser blancos prioritarios. Para contrarrestar esto, se ha avanzado en el desarrollo de mayor autonomía en los drones y en la implementación de redes de comunicación resilientes que permiten mantener operaciones incluso bajo ataques electrónicos o cibernéticos.
- Capacidades satelitales
El conflicto ha puesto en evidencia la relevancia creciente de los ciberataques y la guerra en el espacio. Un ataque cibernético contra la infraestructura satelital de Viasat, justo antes de la invasión rusa, no solo afectó a las fuerzas militares ucranianas, sino también provocó daños colaterales en infraestructuras civiles europeas, demostrando la importancia de la superioridad en el ciberespacio y el espacio como objetivos estratégicos.
En este sentido, el uso de satélites comerciales ha sido crucial para Ucrania, nivelando el terreno en cuanto a inteligencia y vigilancia espacial, y dificultando movimientos sorpresa de las fuerzas enemigas. Estos sistemas también han sido vitales para mantener las comunicaciones y el control de drones, incluso cuando las redes terrestres son interrumpidas o bloqueadas.
- Guerra electrónica
La guerra en Ucrania ha marcado un regreso a entornos electromagnéticos altamente disputados, después de décadas en las que las fuerzas occidentales dominaron casi sin oposición este ámbito. Como señala el teniente general Landrum, durante las guerras en Irak y Afganistán las operaciones en el espectro electromagnético no tenían competencia significativa. Sin embargo, tras la Guerra Fría, las capacidades occidentales en guerra electrónica se deterioraron, mientras que Rusia, China y otros adversarios continuaron desarrollando sus unidades y tecnologías. Esto ha generado un escenario en Ucrania donde ninguna de las partes ha logrado una superioridad clara en el espectro electromagnético, algo que contrasta con experiencias recientes de Occidente.
Esta disputa en el espectro electromagnético ha tenido un impacto directo en la imposibilidad de Rusia y Ucrania para obtener superioridad aérea, un factor que ha contribuido a un conflicto caracterizado por combates posicionados y de desgaste. La capacidad limitada para maniobras rápidas, la dificultad para proteger fuerzas terrestres y la vulnerabilidad de las unidades en movimiento reflejan las limitaciones impuestas por este ambiente contestado. Esto difiere radicalmente de doctrinas occidentales de poder aéreo, que se desarrollaron en conflictos como la Guerra del Golfo, donde se logró y mantuvo superioridad aérea constante. La guerra en Ucrania revela que, en estos entornos electromagnéticos complejos, las formas tradicionales de ejercer el poder aéreo pueden no ser efectivas.
Dentro de las aplicaciones de la guerra electrónica, el conflicto ha demostrado la importancia de varias técnicas. Por ejemplo, el bloqueo de señales GPS ha afectado la navegación de sistemas autónomos y municiones guiadas, obligando a usar métodos alternativos. Ambos bandos han interrumpido sistemáticamente las redes de comunicaciones, afectando el mando y control. También se ha utilizado la inteligencia de señales para obtener información crítica en el campo de batalla. El uso táctico de interferencias electrónicas ha sido clave para atacar drones y limitar sus funciones de reconocimiento y ataque. Además, las fuerzas rusas han demostrado agilidad para cambiar frecuencias, contrarrestando las interferencias ucranianas en operaciones con drones pequeños, lo que genera ventanas breves para sus operaciones.
Los sistemas autónomos, especialmente los drones, han mostrado gran vulnerabilidad ante la guerra electrónica. La interferencia con el GPS ha sido particularmente efectiva para perturbar la navegación, forzando a Ucrania a desarrollar métodos alternativos como la navegación inercial o la comunicación directa en línea de vista, que a su vez presentan sus propias vulnerabilidades ante nuevas formas de interferencia. En respuesta, las fuerzas ucranianas han innovado en defensa electrónica, utilizando comunicaciones por satélite, estaciones repetidoras y redes en malla para mantener el control efectivo de sus operaciones.
Mirando hacia el futuro, la guerra en Ucrania señala que la guerra electrónica debe evolucionar hacia sistemas más modernos y ágiles, basados en software adaptable que responda rápidamente a cambios en el entorno electromagnético. Las arquitecturas electrónicas efectivas integrarán dominios militares, gubernamentales y comerciales, y la gestión del espectro compartido requerirá colaboraciones público-privadas. Además, la inteligencia artificial y el aprendizaje automático serán centrales, permitiendo plataformas capaces de percibir, analizar y responder con una velocidad superior a la humana, un aspecto vital en un entorno donde las decisiones deben tomarse a velocidad de máquina pero manteniendo el juicio humano.
- Defensa aérea
En cuanto a la defensa aérea, la invasión rusa de 2022 dejó en evidencia cómo los recortes tras la Guerra Fría y el enfoque en guerras de contrainsurgencia debilitaron la capacidad de la OTAN para enfrentar amenazas convencionales modernas. El espectro de amenazas hoy incluye desde drones de bajo costo y municiones hipersónicas hasta estrategias asimétricas que combinan desinformación y ataques legales o sociales. Frente a esto, es necesario replantear completamente los sistemas integrados de defensa aérea y misiles, volviendo a los principios básicos y adoptando nuevas tecnologías para detección, mando y control que sean modulares, ágiles e interoperables.
Ucrania ha mostrado innovaciones notables en esta área, como el uso de redes de sensores acústicos baratos y la integración de diversas modalidades de detección para construir imágenes aéreas resilientes. La modernización del mando y control es clave, pasando de sistemas monolíticos a ecosistemas inteligentes con interfaces intuitivas y metodologías que aseguran seguridad y agilidad en el desarrollo de software. Esto permite una defensa más rápida y flexible ante amenazas dinámicas.
- Poder aéreo
La proliferación de drones en el conflicto presenta un cambio paradigmático: incluso adversarios con recursos limitados pueden realizar misiones tradicionales de poder aéreo, generando una nueva dinámica de “masa y calidad” en las operaciones. Esto exige repensar conceptos clásicos de generaciones de aeronaves, pasando a un enfoque de guerra centrada en la integración, la dominancia informativa y operaciones multidominio, características de lo que ya se perfila como la sexta generación de guerra aérea.
El fracaso de ambos bandos para lograr superioridad aérea ha transformado el concepto mismo de esta superioridad, que ahora debe incluir el control del espectro electromagnético, la combinación de efectos cinéticos y no cinéticos, y el empleo de sistemas autónomos.
En este sentido las operaciones de dominio aéreo se encuentran definidas por las operaciones de negación de acceso aéreo más las operaciones de superioridad aérea.

- Adaptabilidad continua
La guerra en Ucrania ha puesto de relieve que la adaptabilidad continua es el nuevo imperativo militar. La búsqueda de soluciones estáticas y definitivas debe dejar paso a un proceso constante de prueba, innovación y ajuste en capacidades y doctrinas. Esto requiere entrenar bajo condiciones realistas que incluyan entornos electromagnéticos disputados, desafíos logísticos, amenazas híbridas y comunicaciones degradadas. Además, el conflicto ha demostrado la necesidad de alianzas sólidas y colaboraciones público-privadas que integren esfuerzos militares, gubernamentales y comerciales para enfrentar las complejidades de la guerra moderna. Solo quienes internalicen estas lecciones, abrazando la innovación tecnológica, la flexibilidad organizacional y la resiliencia operativa, estarán preparados para los retos del siglo XXI.
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