Reclaman reabrir la investigación por crímenes de guerra británicos

Shandor

Colaborador
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Scotland Yard había abierto una pesquisa en 1993, pero la cerró argumentando falta de pruebas. Reclaman que Gran Bretaña entregue a los acusados y que se exhumen los cuerpos en Darwin para conocer qué pasó. La complicidad de Menem, Camilión y Cavallo.

Soldado argentino sólo conocido por Dios". La frase se puede leer sobre el mármol ne gro que cubre cada una de las 123 tumbas NN, repartidas entre los 236 cuerpos sin vida. Todos yacen en el cementerio malvinense de Darwin. A 31 años de la guerra, esos restos todavía no tienen identificación alguna, aunque en su interior, encierran pruebas cruciales para esclarecer los crímenes de guerra cometidos contra los combatientes que quedaron bajo control inglés, después del 14 de junio de 1982. Detrás de esas atrocidades, existe una larga lista de sospechas sobre las maniobras británicas para ocultarlos. Pero también hay preguntas, aún sin respuesta, sobre los pocos esfuerzos invertidos desde Buenos Aires para saber quiénes y cómo murieron en los combates más duros antes de la finalización de la guerra.
Esos interrogantes fueron planteados hace 15 días por una nueva demanda presentada ante la justicia Federal de Río Grande. La denuncia, radicada por el Centro de Ex Combatientes de las Islas Malvinas (CECIM) de La Plata, recorre los testimonios vertidos hace más de una década por soldados británicos, en libros publicados en Londres. Pero por primera vez agrega que "a 20 años del comienzo de las investigaciones por presuntos crímenes de guerra, aún no hubo respuesta de ninguno de los dos Estados", en directa alusión a Inglaterra, pero también al Estado argentino.
En el caso británico, la ausencia de respuestas incluye una investigación realizada por Scotland Yard entre octubre de 1993 y julio 1994, realizada entre Londres y Buenos Aires, que tuvo 470 testimonios. Todos fueron considerados insuficientes por la fiscal londinense Barbara Mills, porque no se trataba de historias presenciales, sino de relatos contados por otros que, según la funcionaria, "no aportan evidencia segura como para llevar adelante cargos reales contra persona alguna por ofensa criminal alguna".
Sin embargo, la nueva denuncia del CECIM, que se suma a otras presentadas hace 20 años, aporta los testimonios de los ex soldados Carlos Connell, Carlos Amato y Fernando Magno, que estuvieron en territorio de combate y participaron de las batallas más sangrientas de los últimos días de la guerra en los cerros que rodean Puerto Argentino, como Longdon, Tumbledown y Wireless Ridge. Todos fueron discretamente contactados por la embajada británica en 1993, y repasaron sus recuerdos ante los agentes de Scotland Yard que, según relatan los testigos, "sólo querían saber si nos constaba lo que decíamos".
Los primeros indicios salieron de las víctimas, pero fueron ampliados por soldados ingleses, a partir de los libros: Los dos lados del Infierno, del veterano Vincent Bramley, y Muchachos de ojos verdes: el tercer regimiento de paracaidistas y la batalla de Mount Longdon, del ex agente de inteligencia militar británico Adrian Weale, hoy historiador, y el ex paracaidista y hoy periodista Christian Jennings. Los únicos de la extensa biblioteca sobre Malvinas que mencionan el descontrol del paracaidista Gary Sturger en la noche del 11 de junio de 1982, cuando estaba enterrando en Longdon a 23 de sus compañeros muertos, y encontró a un soldado argentino vivo, herido en una pierna. "Sturge arrastró al soldado y desenfundó una pistola. El soldado argentino comenzó a gritar mientras exhibía un crucifijo que pendía de su cuello. Los gritos del prisionero alertaron al Capitán Tony Mason que se encontraba a metros del lugar. Mason asegura que vio cómo el soldado argentino fue herido en la cabeza, y cayó de inmediato en lo que constituía una tumba abierta", exhuma la denuncia del CECIM. Desde esa noche, no se sabe del soldado asesinado. Sólo que fue ultimado con un arma calibre 45.
La enciclopedia de tormentos también incluye a José Carrizo, otro fusilado que hoy vive, a pesar del sargento John Pettinger y del fusil que le puso en la espalda. El joven, de 19 años, "levantó los brazos en señal de rendición y un inglés le hizo un gesto con la mano amenazándolo con cortarle el cuello. Luego de una corta ráfaga de ametralladora que le arrancó parte de masa encefálica y un ojo, lo dieron por muerto y lo abandonaron". Carrizo fue salvado milagrosamente por los médicos británicos y no corrió la amarga suerte de otro conscripto que, según el libro Al filo de la navaja. La historia no oficial de la guerra de Malvinas, fue asesinado por la bayoneta de un cabo de apellido Conery mientras le suplicaba en inglés: "¡Quiero ver a mi abuela!" La lista de acusados por la nueva denuncia, además de Sturger, Pettinger y Conery, incluye a otro paracaidista: Stewart MacLauglin, recordado por cortar orejas de argentinos muertos. Y, según la denuncia, también vivos. Las atrocidades fueron indagadas en Buenos Aires por Scotland Yard hace 20 años, pero fueron ignoradas porque los testigos no las habían visto directamente. "Quiero ser cuidadoso igualmente con el 'no me consta', porque creo que fue la herramienta clara y concreta que usaron los de Scotland Yard para desarmar nuestras opiniones. No la mía porque precisamente no la había visto, pero sí podía ser un testigo casi de concepto, aportando lo que había pasado en el momento, porque había estado en la batalla, en Longdon, toda la noche", relata Magno en la denuncia, que esa madrugada tuvo a Bramley del otro lado del combate, poco antes del avance de las tropas británicas.
Magno, al igual que Connel y Amato, recordaron que en Longdon "hubo soldados que se quisieron entregar, que fueron encontrados en sus trincheras luego del primer combate de ese día". Nada de eso tuvo sustento legal para los sabuesos ingleses, que tomaron los testimonios en la sede británica en Buenos Aires. Lo mismo pasó en agosto de 1994, dentro del Ministerio de Defensa argentino, a cargo por entonces de Oscar Camilión.
El funcionario recibió el informe de una comisión especial, que habría recopilado pruebas sobre el fusilamiento de nueve soldados. El paper fue entregado por el brigadier de la Fuerza Aérea Eugenio Miari, que de inmediato planteó la necesidad de obtener nueva información sobre Longdon, el hundimiento del Belgrano y el soldado Carrizo, el fusilado que vive. Todo fue ignorado por el gobierno de Carlos Menem, cinco años después de la firma de la rendición incondicional de la Argentina. El canciller era Domingo Cavallo, pero faltaba un año para que llegara su sucesor, Guido Di Tella, que propuso mandar peluches a los kelpers en señal de acercamiento. La vista gorda de Camilión y la candidez de Di Tella no tuvo fisuras dentro del Ejército. "Cuando se conocieron las primeras acusaciones, dos veces negaron esa situación desde la Argentina. El primero fue el teniente general Martín Balza, quien dijo que ni a la fuerza bajo su mando, ni a él, que combatió en Malvinas, le constaban los excesos. Otro combatiente fue Aldo Rico, que dijo ignorar si hubo hechos de ese tipo", recuerda la denuncia que exhuma, entre las decenas de pruebas, una nota del diario El País de España, del 28 de octubre de 1993, donde revela que "pocas horas antes de viajar a Londres, donde firmará el tratado de pesca en Malvinas con Gran Bretaña, el canciller recibió a los detectives que investigan crímenes de guerra". El canciller era Di Tella, que nunca contó el contenido de esa charla, hasta morir el último día de 2001.
"En esta demanda, vamos a tratar que se conmine al Estado británico a poner a disposición a los acusados, sin revanchismo, pero también queremos que se alcance el grado de verdad material en nuestro país, por eso creo que podrían citarse mandos militares y funcionarios argentinos", explica en diálogo con Tiempo Argentino el abogado Jerónimo Guerrero Iraola. Es el mismo que, como representante legal del CECIM, lleva adelante la denuncia por torturas contra mandos militares argentinos y también radicó un amparo ante el Juzgado Federal 10, a cargo de Julián Ercolini, para hacer las pruebas de ADN en las 123 tumbas sin identificación de Darwin, algo que Londres sistemáticamente negó.
Mario Volpe, veterano, y presidente del CECIM, sostiene que allí pueden estar las víctimas de los crímenes. Hubo decenas de muertos enterrados en el campo de batalla entre Longdon, Tumbledown, Dos Hermanas (Two Sisters) y Wireless Ridge, pero luego fueron exhumados por las tropas británicas, y trasladados a Darwin. "Nosotros pensamos, pero hay que comprobarlo, que están ahí. Un país soberano debe pedir por sus muertos, pero los traslados quedaron en manos de los ingleses", dice el ex soldado, mientras no deja de preguntarse si entre esas tumbas estará el joven que fue asesinado de un balazo calibre 45, o se podría hallar el pibe que pedía ver a su abuela. Heridas de una historia que lleva 31 años sin contarle a nadie. Salvo a sus víctimas.
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