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<blockquote data-quote="ARGENTVS" data-source="post: 3695523" data-attributes="member: 93"><p>[URL unfurl="true"]https://www.rt.com/news/618454-biden-years-america-gerontocracy/?utm_source=browser&utm_medium=aplication_chrome&utm_campaign=chrome[/URL]</p><p></p><h3>Los años de Biden: Cuando Estados Unidos empezó a parecerse a la URSS en su fase final</h3><p>Cómo Washington se convirtió en una gerontocracia</p><p><em>Por <strong>Vitaly Ryumshin</strong> , periodista y analista político</em></p><p><em></em></p><p><em><img src="https://mf.b37mrtl.ru/files/2025.06/l/683c70d82030272dfe4dc65d.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></em></p><p><em></em></p><p><em>Hacía tiempo que no oíamos hablar mucho de Joe Biden, ¿verdad? Y aquí está, de vuelta en los titulares, no por un regreso triunfal, sino por las razones equivocadas. El expresidente estadounidense ha vuelto a ser el centro de atención nacional gracias a una serie de acontecimientos reveladores y profundamente inquietantes.</em></p><p><em></em></p><p><em>Todo empezó con la publicación por Axios del audio completo de la ahora infame entrevista de Biden con el fiscal especial Robert Hur. La misma entrevista en la que Hur concluyó que el entonces presidente sufría graves problemas de memoria. Como confirmó la grabación, no se equivocaba. Biden tenía dificultades para recordar datos básicos, incluso la fecha de la muerte de su hijo.</em></p><p><em></em></p><p><em>Días después, cayó otra bomba: a Biden le habían diagnosticado un tipo agresivo de cáncer de próstata. Apenas tuvo tiempo de circular la noticia cuando la publicación de Original Sin, un libro de Jake Tapper de CNN y Alex Thompson de Axios, derribó lo poco que quedaba de la fachada de la Casa Blanca.</em></p><p><em></em></p><p><em>Los autores no solo sugirieron que Biden había sufrido un deterioro mental durante su presidencia. Afirmaron que no había gobernado en absoluto. En cambio, describieron un «Politburó» de familiares y colaboradores cercanos que, en la práctica, dirigían Estados Unidos en su nombre. Es un término que resultará demasiado familiar para el oído ruso, y que tiene un impacto más profundo del que muchos estadounidenses podrían imaginar.</em></p><p><em></em></p><p><em>Durante años, los críticos del establishment estadounidense, especialmente en el extranjero, han bromeado sobre el «Washington Obkom», en referencia a los antiguos comités regionales del Partido Comunista de la Unión Soviética. Hoy, esa comparación no parece una sátira. Parece un diagnóstico.</em></p><p><em></em></p><p><em>Es especialmente irónico que estas revelaciones no provengan de activistas conservadores o de medios rusos, sino de los medios estadounidenses muy liberales –CNN, Axios– que trabajaron tan duro en 2024 para apuntalar a la administración Biden y ocultar las grietas que se formaban detrás de la cortina. </em></p><p><em></em></p><p><em>Pero me interesa menos su honestidad tardía que las preguntas que los estadounidenses empiezan a hacerse. ¿Cómo terminó Estados Unidos, con todos sus pesos y contrapesos, con un gobierno gerontocrático en la sombra? ¿Por qué Washington empezó a parecerse a Moscú allá por 1982?</em></p><p><em></em></p><p><em>Empecemos por ahí.</em></p><p><em></em></p><p><em>Una gerontocracia surge cuando la élite gobernante ya no tolera el cambio. En la URSS, fue la dirigencia envejecida del Partido Comunista la que se aferró al poder. En Estados Unidos, es la generación política que alcanzó su máximo apogeo en las décadas de 1990 y 2000, la última generación de la llamada "generación de consenso" en la política estadounidense. Su control del poder sobrevivió a sus ideas. Aunque demócratas y republicanos tenían sus diferencias, coincidían en general en la misma visión del mundo posGuerra Fría. Dirigieron el mercado durante décadas, hasta que Donald Trump destrozó esa ilusión en 2016.</em></p><p><em></em></p><p><em>El ascenso de Trump obligó a un ajuste de cuentas. En la derecha, los republicanos más jóvenes adoptaron una agenda más nacionalista y populista. En la izquierda, los demócratas se inclinaron con fuerza hacia la política identitaria y ampliaron la asistencia social, impulsados en parte por su dependencia de los bloques de votantes minoritarios y en parte por el legado de la retórica progresista de Barack Obama.</em></p><p><em></em></p><p><em>Al finalizar el primer mandato de Trump, la élite política estadounidense se enfrentaba a una pesadilla: si entregaban el poder a la siguiente generación, se arriesgaban al colapso total. El establishment republicano ya había sido aplastado por las bases de Trump. Los demócratas temían el mismo destino si apoyaban a sus progresistas más radicales.</em></p><p><em></em></p><p><em>Su solución fue aferrarse al pasado. Entró Joe Biden, una reliquia de la era del consenso, presentado a los votantes como un moderado unificador. En realidad, era un sustituto. Un cortafuegos humano diseñado para detener la marea ascendente de ambos bandos. La esperanza era que la vuelta a la "normalidad" restaurara la calma. En cambio, prolongó la crisis. Biden, como Brezhnev antes que él, se convirtió en la viva imagen de un sistema incapaz de afrontar la realidad.</em></p><p><em></em></p><p><em>Y ahora, al recordar los años de Biden, los estadounidenses se ven obligados a afrontar las consecuencias de su negación. El poder no desapareció, simplemente se refugió en la trastienda y en círculos familiares. La toma de decisiones se delegó en figuras irresponsables tras bambalinas. Y el público permaneció al margen. Incluso el propio Biden, ahora lo sabemos, estuvo protegido de las malas cifras de las encuestas.</em></p><p><em></em></p><p><em>Pero la lección más profunda es más incómoda. El cambio llega, lo quieras o no. El establishment estadounidense intentó excluir a la nueva generación. Solo funcionó temporalmente. Trump ha vuelto al poder. Sí, es viejo. Pero a diferencia de Biden, se ha rodeado de figuras más jóvenes y dinámicas que ya están forjando el futuro del Partido Republicano.</em></p><p><em></em></p><p><em>Los demócratas, en cambio, no han aprendido nada. A pesar de su aplastante derrota en 2024, el antiguo liderazgo sigue resistiéndose a la renovación. Y ahora les está costando caro. Recientemente, los republicanos aprobaron la importante reforma fiscal de Trump en la Cámara de Representantes por un solo voto. Esa votación se perdió porque el congresista demócrata Gerry Connolly, de 75 años, falleció justo antes de la sesión.</em></p><p><em></em></p><p><em>Fue el tercer demócrata que murió en el cargo este año.</em></p><p><em></em></p><p><em>Este patrón morboso no ha pasado desapercibido. Los estadounidenses han empezado a bromear con tristeza diciendo que el Partido Demócrata está literalmente muriendo. Y los chistes, por muy oscuros que sean, contienen más verdad que ficción.</em></p><p><em></em></p><p><em>Washington empieza a parecerse al Moscú de Brézhnev, no solo en edad, sino también en inercia. Al final, la lección no se trata de personalidades. Se trata de sistemas que se niegan a adaptarse. Sistemas que se aferran al pasado hasta que el presente se desmorona.</em></p><p><em></em></p><p><em>El «Washington Obkom» puede que en su día pareciera una broma rusa. Ya no lo es.</em></p></blockquote><p></p>
[QUOTE="ARGENTVS, post: 3695523, member: 93"] [URL unfurl="true"]https://www.rt.com/news/618454-biden-years-america-gerontocracy/?utm_source=browser&utm_medium=aplication_chrome&utm_campaign=chrome[/URL] [HEADING=2]Los años de Biden: Cuando Estados Unidos empezó a parecerse a la URSS en su fase final[/HEADING] Cómo Washington se convirtió en una gerontocracia [I]Por [B]Vitaly Ryumshin[/B] , periodista y analista político [IMG]https://mf.b37mrtl.ru/files/2025.06/l/683c70d82030272dfe4dc65d.jpg[/IMG] Hacía tiempo que no oíamos hablar mucho de Joe Biden, ¿verdad? Y aquí está, de vuelta en los titulares, no por un regreso triunfal, sino por las razones equivocadas. El expresidente estadounidense ha vuelto a ser el centro de atención nacional gracias a una serie de acontecimientos reveladores y profundamente inquietantes. Todo empezó con la publicación por Axios del audio completo de la ahora infame entrevista de Biden con el fiscal especial Robert Hur. La misma entrevista en la que Hur concluyó que el entonces presidente sufría graves problemas de memoria. Como confirmó la grabación, no se equivocaba. Biden tenía dificultades para recordar datos básicos, incluso la fecha de la muerte de su hijo. Días después, cayó otra bomba: a Biden le habían diagnosticado un tipo agresivo de cáncer de próstata. Apenas tuvo tiempo de circular la noticia cuando la publicación de Original Sin, un libro de Jake Tapper de CNN y Alex Thompson de Axios, derribó lo poco que quedaba de la fachada de la Casa Blanca. Los autores no solo sugirieron que Biden había sufrido un deterioro mental durante su presidencia. Afirmaron que no había gobernado en absoluto. En cambio, describieron un «Politburó» de familiares y colaboradores cercanos que, en la práctica, dirigían Estados Unidos en su nombre. Es un término que resultará demasiado familiar para el oído ruso, y que tiene un impacto más profundo del que muchos estadounidenses podrían imaginar. Durante años, los críticos del establishment estadounidense, especialmente en el extranjero, han bromeado sobre el «Washington Obkom», en referencia a los antiguos comités regionales del Partido Comunista de la Unión Soviética. Hoy, esa comparación no parece una sátira. Parece un diagnóstico. Es especialmente irónico que estas revelaciones no provengan de activistas conservadores o de medios rusos, sino de los medios estadounidenses muy liberales –CNN, Axios– que trabajaron tan duro en 2024 para apuntalar a la administración Biden y ocultar las grietas que se formaban detrás de la cortina. Pero me interesa menos su honestidad tardía que las preguntas que los estadounidenses empiezan a hacerse. ¿Cómo terminó Estados Unidos, con todos sus pesos y contrapesos, con un gobierno gerontocrático en la sombra? ¿Por qué Washington empezó a parecerse a Moscú allá por 1982? Empecemos por ahí. Una gerontocracia surge cuando la élite gobernante ya no tolera el cambio. En la URSS, fue la dirigencia envejecida del Partido Comunista la que se aferró al poder. En Estados Unidos, es la generación política que alcanzó su máximo apogeo en las décadas de 1990 y 2000, la última generación de la llamada "generación de consenso" en la política estadounidense. Su control del poder sobrevivió a sus ideas. Aunque demócratas y republicanos tenían sus diferencias, coincidían en general en la misma visión del mundo posGuerra Fría. Dirigieron el mercado durante décadas, hasta que Donald Trump destrozó esa ilusión en 2016. El ascenso de Trump obligó a un ajuste de cuentas. En la derecha, los republicanos más jóvenes adoptaron una agenda más nacionalista y populista. En la izquierda, los demócratas se inclinaron con fuerza hacia la política identitaria y ampliaron la asistencia social, impulsados en parte por su dependencia de los bloques de votantes minoritarios y en parte por el legado de la retórica progresista de Barack Obama. Al finalizar el primer mandato de Trump, la élite política estadounidense se enfrentaba a una pesadilla: si entregaban el poder a la siguiente generación, se arriesgaban al colapso total. El establishment republicano ya había sido aplastado por las bases de Trump. Los demócratas temían el mismo destino si apoyaban a sus progresistas más radicales. Su solución fue aferrarse al pasado. Entró Joe Biden, una reliquia de la era del consenso, presentado a los votantes como un moderado unificador. En realidad, era un sustituto. Un cortafuegos humano diseñado para detener la marea ascendente de ambos bandos. La esperanza era que la vuelta a la "normalidad" restaurara la calma. En cambio, prolongó la crisis. Biden, como Brezhnev antes que él, se convirtió en la viva imagen de un sistema incapaz de afrontar la realidad. Y ahora, al recordar los años de Biden, los estadounidenses se ven obligados a afrontar las consecuencias de su negación. El poder no desapareció, simplemente se refugió en la trastienda y en círculos familiares. La toma de decisiones se delegó en figuras irresponsables tras bambalinas. Y el público permaneció al margen. Incluso el propio Biden, ahora lo sabemos, estuvo protegido de las malas cifras de las encuestas. Pero la lección más profunda es más incómoda. El cambio llega, lo quieras o no. El establishment estadounidense intentó excluir a la nueva generación. Solo funcionó temporalmente. Trump ha vuelto al poder. Sí, es viejo. Pero a diferencia de Biden, se ha rodeado de figuras más jóvenes y dinámicas que ya están forjando el futuro del Partido Republicano. Los demócratas, en cambio, no han aprendido nada. A pesar de su aplastante derrota en 2024, el antiguo liderazgo sigue resistiéndose a la renovación. Y ahora les está costando caro. Recientemente, los republicanos aprobaron la importante reforma fiscal de Trump en la Cámara de Representantes por un solo voto. Esa votación se perdió porque el congresista demócrata Gerry Connolly, de 75 años, falleció justo antes de la sesión. Fue el tercer demócrata que murió en el cargo este año. Este patrón morboso no ha pasado desapercibido. Los estadounidenses han empezado a bromear con tristeza diciendo que el Partido Demócrata está literalmente muriendo. Y los chistes, por muy oscuros que sean, contienen más verdad que ficción. Washington empieza a parecerse al Moscú de Brézhnev, no solo en edad, sino también en inercia. Al final, la lección no se trata de personalidades. Se trata de sistemas que se niegan a adaptarse. Sistemas que se aferran al pasado hasta que el presente se desmorona. El «Washington Obkom» puede que en su día pareciera una broma rusa. Ya no lo es.[/I] [/QUOTE]
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