Memorias de un aviador solitario y su aventura en las islas Malvinas

Esta nota es de pagina 12, de 1996

Miguel FitzGerald fue el primer argentino en volar a las islas y plantar la Bandera nacional. Lo hizo en 1964, piloteando un Cessna, el día de su cumpleaños. Dejó una proclama y regresó.

Por Sandra Russo

En la casa de Miguel FitzGerald hay mucho movimiento, porque le festejan sus 80 años. Y él, hijo de padre y de madre irlandeses, acomoda su cuerpo alto y flaco en un sillón del living para relatar la hazaña de su vida. Es su propio festejo. Quizá Miguel no lo sabe. Al menos por la forma en que lo cuenta, pareciera que aterrizar en las islas Malvinas en l964, difundir una proclama y plantar una bandera argentina en ese suelo fue una ocurrencia que tuvo. Va desgranando paso a paso esa historia tan familiarizada con él, que una primera impresión puede hacerle a uno pensar que Miguel no le da demasiada importancia, que hizo algo que creía que debía hacerse, y ya. Pero Miguel llevó a cabo, hace 42 años, un sueño que tuvo, y su Cessna quedó estampado en ese año que lo tuvo por protagonista.

Ser piloto civil, dice, es una vocación. “Ya a los seis años tenía esa chifladura”, sintetiza. A los 16 voló planeadores y a los 20 aviones con motor. Trabajó en Aerolíneas, hizo fotografía aérea, taxi aéreo, remolque de carteles. El aclara: “Menos fumigación y contrabando, hice de todo”.

Ese año, 1964, Malvinas estaba en la agenda de la ONU. No por iniciativa del gobierno argentino, sino por decisión de la Asamblea, se iba a tratar el tema de las colonias en América. Y en los hangares del país, en las charlas entre pilotos, aparecía y reaparecía un sueño: mandarse, plantar bandera.

Miguel decidió que lo haría. Un amigo suyo trabajaba en La Razón y averiguó si al diario le interesaba la cobertura. A Miguel a su vez le interesaba la difusión, porque podía ser sancionado por la Fuerza Aérea con una suspensión severa. El viejo Félix Laiño (editor del diario de los Peralta Ramos) no se interesó para nada. Pero acababa de salir otro diario, Crónica, y a su joven director se le subió ese viaje a la cabeza. “Me ofreció el avión, la nafta, los gastos, si viajaba conmigo un fotógrafo del diario. Pero ese viaje era mío. Yo solamente quería que me hicieran una nota cuando volviera, para cubrirme.”

El Cessna se lo prestó finalmente Siro Comi, el presidente del Aeroclub de Monte Grande, que era representante de esa marca de aviones. Fue redactada la proclama que reivindicaba a las islas como argentinas, y Miguel partió rumbo a Río Gallegos, hacia su hazaña personal. Era el 8 de septiembre de 1964 y ese mismo día él cumplía 38 años.


Quince minutos

“Cuando uno está volando y está haciendo algo arriesgado, no piensa en nada más que en eso. Está concentrado en lo que está haciendo. Yo soy así, muy cerebral”, dice Miguel, como si haber hecho lo que él hizo no exigiera al menos un impulso fenomenal. En Río Gallegos, su pista de despegue fue la del Aeroclub, que no tenía torre de control monitoreada por la Fuerza Aérea. Y se mandó. Y cuando lo cuenta vuelve atrás.

“Yo salgo de Gallegos, vuelo mar adentro, a las tres horas y quince minutos veo el archipiélago. Desde arriba se ve un rectángulo como de cien islas e islotes. Voy diciendo ‘operación normal’, y en Gallegos hay gente que entiende lo que digo. Cuando sobrevuelo el archipiélago, una capa muy densa de nubes me impide ver. No puedo zambullirme entre las nubes, porque en alguna parte de ese rectángulo hay un cerro de seiscientos metros de altura. Espero un claro. Lo veo. Y me lanzó hacia debajo de la capa de nubes, identifico Puerto Argentino, busco la pista de cuadreras, y aterrizo. Me bajo del avión, saco la Bandera y la cuelgo del enrejado de la cancha. Viene un hombre de los que se habían juntado a ver el aterrizaje. Me pregunta si necesito combustible. No se le ocurre que soy argentino. Le doy la proclama y le digo: ‘Tome, entréguele esto a su gobernador’. Me subo al avión y vuelvo a Gallegos. Habré estado en Malvinas unos quince minutos.”

Cuando llegó a Río Gallegos, Héctor Ricardo García, el director de Crónica, empezó a jugar su papel. Crónica tenía la primicia. El título en letra catástrofe fue: “Malvinas: hoy fueron ocupadas”. Ese día, 8 de septiembre de l964, no se habló de otra cosa. La Razón registró uno de los días de más bajas ventas de su historia. Su competidor llamó la atención e inauguró un estilo periodístico. Cuenta la leyenda que hasta ese día los diarios no aceptaban devoluciones, pero los canillitas presionaron tanto a La Razón para devolverle sus ejemplares que ese antecedente después modificó el negocio y la relación entre los dueños de los diarios y los repartidores.

Al volver a Buenos Aires, en Aeroparque, los muchachos de Tacuara esperaban a Miguel. Lo subieron a un jeep y lo llevaron a dar vueltas por la ciudad, como a un héroe. Ese recibimiento y el festejo popular impidieron a la Fuerza Aérea suspender la matrícula de piloto de Miguel: fue solamente apercibido.

Miguel busca la tapa de Crónica, y no la encuentra. No es de extrañar en un hombre que hizo lo que hizo y ni por un momento se lamentó de no tener una foto que hubiese registrado la hazaña. Miguel es un piloto solitario que ya dos años antes había hecho el primer vuelo sin escalas desde Nueva York a Buenos Aires. Ayer, cumplió ochenta años, y parecía satisfecho de la vida que ha vivido

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Y esta de un blog de TEA, de este año

A 45 años del vuelo de Fitzgerald a Malvinas
Hace más de cuatro décadas, el piloto argentino Miguel Fitzgerald (foto) viajó hasta la capital de las Islas Malvinas. El motivo del viaje fue reclamar la soberanía argentina sobre el archipiélago austral, periplo imitado dos años más tarde por el ‘Comando Cóndor’, un grupo de militantes peronistas.

Archivo TEA y DeporTEA
Así relató la travesía de Fitzgerald la revista Primera Plana, nº 97 del 15 de septiembre de 1964.

DE NUEVA YORK A Puerto Argentino

“¡Atención! ¡Atención!... Sobrevuelo Islas Malvinas. Aterrizaré enarbolando la enseña nacional. ¡Qué éste sea el primer paso para la recuperación de nuestra soberanía perdida! La voz resonó dentro de la torre de control y quedó registrada en un par de grabadores. Era la voz del piloto sin ocupación, Miguel Fitzgerald, argentino, de 38 años, casado, padre de dos hijos. Minutos después –al mediodía del martes pasado-, descendía en una pista de carreras cuadreras, en los alrededores de Puerto Argentino, isla Soledad, con un monomotor Cessna 185, matrícula LVHUA.


Allí dejó su avión con el motor en marcha, se acercó a una valla de alambre y clavó una bandera argentina. Fitzgerald –de ascendencia irlandesa- vio que algunas personas se acercaban a contemplar sus inesperadas maniobras. Entonces, con toda calma, se dirigió a uno de los presentes, en correcto inglés, y depositó un memorial en sus manos. ‘Entréguelo a quien los manda’, explicó Fitzgerald. En el memorial reivindicaba los derechos del país sobre las Malvinas y fustigaba la política exterior de Gran Bretaña. Luego, subió a su máquina y retornó.
En ese momento, Fitzgerald se convertía en un héroe.


En la torre de control del aeródromo de Río Gallegos, donde su voz acababa de resonar, cundió el júbilo. Quizá cundió más de lo que cualquiera sospechara, porque todos los técnicos sabían desde la mañana los propósitos del navegante. Lo sabían, también, un reportero y un fotógrafo del vespertino Crónica, de Buenos Aires, que esa tarde cubrió su portada sólo con estas tres líneas de título: ‘Malvinas: Hoy fueron ocupadas’. Lo sabía, además, un corresponsal de Clarín, quien junto con otros dos colegas (uno de ellos, de la redacción de Primera Plana) llegaban a Río Gallegos para auscultar la crisis de gobierno.
(…)


La noticia del vuelo inflamó al país. Intranquilizó, además, a la corona británica. Curiosamente, mientras Fitzgerald aterrizaba en Puerto Argentino, un diplomático argentino y un diplomático inglés hablaban de las islas Malvinas a orillas del East River, en Nueva York. El centenario conflicto había llegado a la subcomisión de Descolonización del Comité de Fideicomiso, de la UN.


Cecil King, delegado británico, ofreció tratativas, aunque partiendo de esta premisa: ‘El gobierno de Su Majestad no tiene dudas en cuanto a su soberanía sobre las islas Malvinas’. El consejero legal de la Cancillería argentina, José María Ruda, en un extenso mensaje documentó por qué la Argentina no tiene dudas sobre su soberanía; reclamó el restablecimiento de la integridad territorial, lo que se concreta con la devolución de las Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur.


(…)
Diarios, radios, círculos políticos, económicos y gremiales concedieron a los debates de la UN tanto interés como al vuelo de Fitzgerald, del que se quejó el Foreign Office. El jueves pasado, a las tres de la tarde, una vasta muchedumbre esperó al piloto en el aeroparque de Buenos Aires, lo llevó en andas, lo cubrió de flores, lo escoltó hasta el centro de la ciudad, con una caravana de automóviles.


‘Mi iniciativa –dijo por la noche a los periodistas, en su casa del barrio de Caballito- no tiene ningún color político. La realicé a simple título de argentino. Tal vez mi acción me dé popularidad, pero no trabajo’.
(…)


En el Hotel Comercio y en varias esferas de Buenos Aires, otra versión complementaba el histórico gesto de Fitzgerald: ese viaje habría sido preparado por Aldo Comi, un piloto que años atrás intentó aterrizar en las Malvinas, sin éxito. Quien interesó a Comi en reiterar la travesía sería el vicepresidente Carlos Perette, que buscaba crear un clima interno favorable a los debates de Nueva York. Comi rechazó la oferta, pero prometió dar con el hombre idóneo para la aventura.


Fue Fitzgerald. Comi, que con su hermano Siro representa a la firma Cessna en la Argentina, adaptó al monomotor un tanque adicional de nafta en los asientos traseros, para evitar que la falta de combustible malograra los planes. Carlos Perette, siempre según la versión, se habría preocupado de que la noticia del vuelo se infiltrara en la dirección de Crónica. Lo cierto es que el diario envió a su fotógrafo y reportero a Río Gallegos, cuatro días antes de la hazaña, con el mayor sigilo”.
 
Si se arriesgo el solo, bueno, todo bien. Distinto al caso de los nabos que secuestraron el Aerolineas.
 
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