La Victoria argentina en Juncal

Por Jorge Toscano*

Confiado en el valor, méritos y dignidad en la batalla, demostrada por su Escuadra, e informado plenamente de los planes brasileños del encuentro combinado que tendrían para llegar a alcanzar el bajo Uruguay, el Comodoro Guillermo Brown fondeó sus 15 naves cerca de la isla Martín García.

El 5 de febrero de 1826 la fortificación de la isla fue concluida, y esta guardia avanzada fue designada “La Fortaleza de la Constitución”. En una corta ceremonia la bandera azul y blanca de Buenos Aires fue izada y homenajeada.
Entonces Brown decidió esperar. Todos los días los informes de inteligencia le informaban sobre el avance de las fuerzas del Capitán Jacinto Roque de Sena Pereira (1).

El 3 de febrero dejó Paysandú, el 6 de febrero fueron informados que se acercaban a Higuerita y el 7 de febrero Brown efectuó su disposición final. Todos los capitanes fueron convocados a la nave insignia para recibir
instrucciones sobre las tácticas para los próximos combates. Confiando en la guarnición de Martín García, para obstruir el pasaje de la División Mariath –ahora esperada diariamente– el Comandante argentino condujo su escuadra hacia el norte en busca del Capitán Sena Pereira.

Fondeó al anochecer entre la isla Juncal y el banco oeste. Al amanecer del 8 de febrero las velas de los barcos brasileños podían verse dirigiéndose río abajo con un viento suave del norte. Brown en forma inmediata levó anclas y colocó sus barcos en línea de batalla orientados oblicuamente al sudeste fuera de la isla Juncal.

La vanguardia era encabezada por el Capitán Francisco Seguí en el bergantín General Balcarce, la retaguardia por Francisco Drummond en la goleta Maldonado y en el centro Brown con la goleta Sarandí. Mientras los argentinos vigilaban, los 17 barcos de guerra brasileños y el barco hospital
continuaban su aproximación, hasta que a las 1130, cuando cesó el viento, fondearon paralelamente a una distancia de 1.000 yardas de sus adversarios, con su nave insignia Oriental en el centro.

El tiempo era típico de verano con sus “pamperos”, con calor sofocante y húmedo, con vientos leves variantes que podían oscilar imprevistamente de norte a sur y el cielo iluminado con violentas tormentas eléctricas. Éste
era el tiempo que normalmente debían enfrentar y dominar con pericia y habilidad los dos comandantes en el transcurso de los dos próximos días.
La acción comenzó a mediodía. En una calma “chicha”, seis de las cañoneras de Brown avanzaron cautelosamente, con sus tripulaciones esforzándose
al máximo con sus remos y comenzó un intercambio de fuego a larga distancia a la línea brasileña con sus cañones de 18 libras. A las 1400 una suave brisa
fresca del sud sudeste viró hacia el norte. Ambas escuadras izaron velas y los brasileños en la dominante posición de barlovento. El Capitán Sena Pereira tentó formar sus barcos en una línea de ataque, pero la inexperiencia de sus capitanes frustró la maniobra. La goleta Liberdade do Sul encalló, el bergantín Dona Januária comenzó a balancearse y salió de formación, desvió su rumbo
entrando al alcance de fuego de los argentinos y encontró simultáneamente los disparos del General Balcarce, la Sarandí y tres cañoneras.

Entonces, a las 1500 el viento disminuyó y cesó nuevamente. Los movimientos se hicieron imposibles, pero los dos escuadrones continuaban disparando enérgicamente. El torbellino gris del humo de los cañones oscurecía la visibilidad y el bramido de los cañones pesados eran claramente audibles en lugares tan alejados como Buenos Aires y Colonia. Entonces, el esperado pampero irrumpió con una tormenta de rayos, relámpagos y aguacero. Los barcos se esforzaban en mantener sus posiciones contra la violencia del viento. El General Balcarce se asentó sobre sus cuadernas terminales, pero sobrevivió al desastre.

De manera repentina la tormenta amainó, siendo reemplazada por una brisa del nordeste. Sena Pereira comenzó a retirarse hacia el norte para tomar mejores posiciones, pero sus problemas no habían terminado. El 12 de Outubro entró en dificultades y sólo fue salvo después del auxilio recibido de sus camaradas. La goleta hospital Fortuna no consiguió fondear y derivó irremediablemente hacia las líneas argentinas donde fue prontamente capturada y el Teniente John Halstead Coe, estadounidense al servicio de la Argentina y prisionero a bordo desde diciembre de 1826, fue liberado. No obstante, a medianoche, el escuadrón imperial consiguió desenmarañar la situación en que se encontraban sus navíos y fueron conducidos para fondear en desordenada formación, cerca de la isla de Solís. Ocultos por la oscuridad de la noche, los brasileños esperaron el día siguiente, muy exhaustos para hacer alguna preparación o planificación.

Con los primeros rayos del día asomándose sobre el río, el Capitán Sena Pereira se embarcó en el Oriental para combinar las tácticas a emplear en los próximos enfrentamientos. El principal problema era cómo debían combartir, si navegando o fondeados. La cuestión no fue decidida y dejada a un lado, y el Capitán Sena Pereira determinó que sus tácticas serían resueltas en su momento.

A las 0800 del 9 de febrero, con una fresca brisa del sudeste, ambos escuadrones izaron sus velas. Un filamento de paño de bandera color rosa
izado en el mástil de la Sarandí fue la señal para que los argentinos ocuparan ahora la posición de barlovento, virasen y avanzasen en línea contra los brasileños. Sena Pereira inmediatamente señalizó a sus barcos que debían efectuar una línea a través de su curso y fondear. Y, una vez más, creó confusión al transmitir sus órdenes. Algunas de las pequeñas cañoneras derivaron fuera de la formación a sotavento. Gritando con su megáfono, el Capitán Sena Pereira trató de poner sus barcos en orden pero, con los
argentinos aproximándose, transmitió su intención de atacar y “recibir al enemigo con las velas izadas”. La Dona Januária, Bertioga y Oriental rápidamente se abrieron camino, avanzando con el resto de los barcos dispersos atrás de ellos, muchos fuera de línea.

Lo que debía ser una regular concentración en línea pasó a ser una confusión con los tres barcos líderes, que estuvieron bajo el devastador fuego del General Balcarce y de la vanguardia argentina que llegaba cañoneando. Una descarga simultánea de las bandas de los navíos destrozó el bauprés del Dona Januária, la próxima derribó el trinquete y otras averías que amenazaban hacer zozobrar la embarcación. La pequeña goleta Vitoria de Colonia fue enviada para remolcar el bergantín, pero fue impedida por la goleta Uruguay que llegaba para tomar posiciones.

El Teniente Pedro Antonio Carvalho ordenó que sus cañones inutilizaran la artillería enemiga y trataran de hundir su barco mientras era abandonado, embarcándose en los botes y dirigiéndose a la costa este. El Teniente Francisco Drummond, comandante de la Maldonado, estaba trabado en una violenta lucha con el Bertioga, comandado por su antiguo camarada de armas Teniente George Broom, nacido en el Condado de Dorset (Inglaterra). En el pasado, guardiamarina de la Royal Navy, Broom tuvo destacada actuación durante el asalto a Recife, en Pernambuco, la rebelión en 1824 y distinguido desempeño en la presente guerra.

Pero en esta ocasión no tuvo suerte. Un fortuito disparo de un cañón de 24 libras de una cañonera argentina, repentinamente derribó el mástil principal del Bertioga y en media hora la desamparada e indefensa goleta fue obligada a rendirse. Mientras, el navío de guerra General Balcarce, como un gigante entre pigmeos, lideró un ataque combinado sobre la goleta Oriental.

Después de un fuego cruzado que dejó a los cañones de 18 libras desarmados, la mitad de las carronadas destruidas y 37 bajas, incluyendo Sena Pereira, la nave insignia fue abordada y el Capitán Francisco Seguí aceptó del comandante brasileño su espada en señal de rendición. Con la pérdida de sus tres mayores barcos de guerra, la batalla fue una considerable
pérdida para los brasileños.

Las pequeñas goletas y cañoneras cesaron el fuego, abandonaron la acción y huyeron. Brown inmediatamente ordenó a la Sarandí y a las cañoneras continuar la persecución y pasó su bandera de comando al General Balcarce. Extendiendo su brazo por la cubierta del bergantín, el comandante argentino mostró viva alegría e inmediatamente abrazó a Francisco Seguí e insistió que retuviera la espada de Sena Pereira tomada durante su importante desempeño en la batalla. Entonces se retiró en su barco con las cuatro
presas tomadas al enemigo hacia la segura Martín García para llevar a cabo las reparaciones, escribir sus mensajes y prepararse para cualquier desafío proveniente de la División Auxiliar de Mariath, que se veía claramente al sur de la isla.

De acuerdo con sus órdenes, el Capitán Mariath, al frente de su
escuadrón de diez barcos, fue aproximándose a Martín García, al mismo tiempo que la división de Sena Pereira entró en acción con los argentinos. Conociendo los riesgos de la navegación en el lugar y recordando la anterior
varadura del Maceio el 17 de enero, por largas ocho horas, su avance era inevitablemente lento y cauteloso. Una vez más una goleta fue enviada adelante, para verificar las aguas del Canal del Infierno, en el este de
la isla. La vista de una importante fuerza brasileña avanzando desde el sudeste causó instantes de alarma entre los defensores de Martín García, que estaban convencidos de que un desembarco en la isla era inminente.

Sus cañones pesados estaban situados frente al Gran Canal, en el oeste, solamente las baterías móviles de livianos 9 libras fueron llevadas para cubrir la línea brasileña de aproximación. Azar de los brasileños, la goleta rápidamente encalló en la lama y todas las tentativas para reflotarla fueron inútiles, demostrando la inconveniencia de navegar por el canal interno.

Decepcionado por el contratiempo y frustrado por los leves y variados vientos, Mariath tentó buscar nuevamente reunirse con Sena Pereira y sus barcos combatiendo por sus vidas a pocas millas al norte. Pero, en lugar de eso, se limitó finalmente a un incierto duelo de artillería con las baterías de Martín García, hasta que este día de acción fue interrumpido por una tormenta.

Al día siguiente, mientras las fuerzas de Sena Pereira fueron aisladas y sistemáticamente destruidas, la División Auxiliar, creada para prevenir exactamente lo sucedido, permaneció a distancia como espectadora. Mariath estaba claramente convencido que la combinación de las aguas poco profundas, incertezas sobre el tiempo y la amenaza de las baterías de Martín García hacían muy riesgoso tentar el pasaje por la isla. El piloto de la nave estaba convencido de que el paso vía Canal del Infierno era posible, pero Mariath rehusó correr ese riesgo. En lugar de eso, permaneció donde estaba hasta el 10 de febrero, entonces se retiró, enviando a la goleta Conceição a Colonia con sus informes.

La inactividad de Mariath durante la batalla de Juncal causó una ola de críticas, desde el Almirante Rodrigo Pinto Guedes hasta la opinión pública en Montevideo. Y cuando él retornó a Colonia, una semana después, a pesar
de su apariencia corpulenta, rostro sonroseo y aspecto saludable, inmediatamente se apartó diciéndose enfermo. Emilio Sena Pereira en una biografía de su padre fue crítico de Mariath, como muchos historiadores navales brasileños.

Guillermo Brown o James Norton seguramente habrían procedido de otra manera y habrían tentado sustituir al Capitán Mariath de su comando, cualquiera fuera el riesgo. Pero la cautela de Mariath no fue vista como irresponsable por las autoridades de Río o suscitó su desagrado. Realmente, el 1º de agosto, el Ministro de Marina escribió al Almirante Pinto Guedes para estar seguro de que Mariath estaba todavía en servicio. Ninguno de los
dos dijo que el incidente afectara su carrera naval, que continuó desembarazada hasta alcanzar el grado de Almirante, en 1857.

En Colonia, las autoridades imperiales lentamente fueron informadas de la extensión del desastre. A las 0400 del 12 de febrero, ocho sobrevivientes del Oriental llegaron con las noticias de la captura de los tres grandes barcos. Al mediodía en un bote donde estaba embarcado el Teniente Pedro Antonio Carvalho y otros tripulantes del Dona Januária trajeron la confirmación.
Dos días después el Dona Paula, Vitoria de Colonia y Atrevido, los únicos barcos brasileños que lograron escapar, entraron en la bahía con nuevas malas noticias. Las goletas Liberdade do Sul, 7 de Março e Itapoão fueron incendiadas para evitar ser capturadas y sus tripulaciones transferidas, mientras las cañoneras Brocaio, Paraty e Iguapé fueron sorprendidas y capturadas luego de un combate, en el cual el Teniente de Artillería Luis Cipriano Gonçalves fue muerto. Los restantes cinco barcos –tres pequeños yates y dos cañoneras– se batieron en retirada aguas arriba del Uruguay.

En esos momentos, el Comodoro Brown completó su reorganización; la división de Mariath había desaparecido. El 14 de febrero, por consiguiente, izó su bandera en la Maldonado y lideró siete barcos hacia el norte en procura de sobrevivientes de Juncal. Al arribar a Fray Bentos al día siguiente, Brown fue sorprendido al saber que el resto de los barcos brasileños ya estaban en manos argentinas. Horas antes, el oficial imperial sobreviviente más antiguo,
Teniente Germano de Souza Aranha, había arrojado sus cañones por la borda y rendido sus barcos al gobernador de Entre Ríos, completos, con pertrechos, municiones y provisiones.

El teniente, juntamente con 351 hombres, entre oficiales y tripulantes, fueron hechos prisioneros de guerra. Hubo un breve y cortés intercambio de cartas en las cuales Brown reclamó que los barcos enemigos debían serle entregados, y las autoridades de Entre Ríos categóricamente se negaron
a hacerlo. Entonces, viendo que no iba a llegar a nada, Brown ocupó sus botes con hombres armados, abordó los barcos brasileños y los capturó donde se encontraban.

El 20 de febrero volvió a las afueras de Martín García con las cinco nuevas presas. Los informes de Brown sobre la batalla de Juncal, escritos el 9 y 10 de febrero de 1827, fueron recibidos en Buenos Aires con alivio y deleite. El Comodoro había llevado a cabo sus órdenes al pie de la letra y había eliminado la Tercera División de la Armada Imperial.

Brown y sus hombres habían demostrado osadía, arrojo y coraje en numerosas acciones en los doce meses anteriores, pero ninguno de ellos hizo más que un impresionante y apreciable efecto sobre la abrumadora superioridad de la Armada Imperial. Ahora, por fin, tiene los mismos términos y ha tenido una victoria tan espectacular que no hubo necesidad de exagerar o “manejar” las noticias. Los brasileños fueron profundamente derrotados y 10 nuevos barcos fueron incorporados a la Armada Argentina (2).

Entonces, tres semanas después llegaron noticias de otra victoria, esta vez por tierra. En febrero el General Carlos de Alvear lideró una fuerza combinada de 10.000 soldados argentinos y voluntarios uruguayos en una invasión al sur de Brasil a través de Rosario. El nuevo comandante imperial, el General Caldeira Brant, Marqués de Barbacena, marchaba confiado al encuentro, al
frente de una fuerza de 7.000 hombres, mal equipados, y los dos ejércitos entraron en combate el 20 de febrero en Ituzaingó –Corrientes–. Los brasileños fueron derrotados y su ejército tuvo una retirada desorganizada.

El General Caldeira Brant acabó además con su gran sueño de reconquistar la Banda Oriental. Así tambien su lacónica carrera militar. Un mes después fue transferido a una función más apropiada para él, la diplomacia (3). La victoria argentina no fue, sin embargo, seguida por una triunfante marcha en territorio brasileño. Alvear eligió el camino de la cautela y permaneció donde estaba, prefiriendo emitir una sucesión de pomposos boletines proclamando sus conquistas.

En Buenos Aires, el gobierno quedó encantado con la doble victoria. El Presidente Bernardino Rivadavia publicó ampliamente las noticias de Juncal e Ituzaingó en los periódicos, jubiloso por este doble triunfo de la República y deseando que este entusiasmo apagara la oposición provincial a la centralización del poder.

Mientras, ya era tiempo que Guillermo Brown retornara desde el Uruguay. El 23de febrero dejó Martín García con la intención de hacer un airoso arribo a Buenos Aires. A pesar de que la división de Sena Pereira había sido eliminada, todavía estaba la amenaza por la actitud del escuadrón brasileño bloqueando la capital, bajo el comando del veterano Capitán John Charles Pritz –danés–.

Al amanecer del 24 de febrero, Brown levó anclas por última vez y emprendió el regreso a casa con un convoy de 27 barcos, el Maldonado, General Balcarce, Unión, Sarandí, Guanco, 9 cañoneras y 13 presas. Bastante seguro, las velas del bloqueo imperial podían ser vistas en las afueras de Punta Quilmes custodiando el canal sur, entre Buenos Aires y la boca del estuario. El Capitán Pritz tenía en total 10 barcos, la fragata Imperatriz de 1.000 t y 50 cañones, la corbeta Liberal de 22 cañones, los bergantines Pirajá, 29 de Agosto, Real João y Río da Prata y 4 goletas. Ésta era una formidable fuerza
considerando el número de cañones y compactas y pesadas bordas, excediendo en mucho a los numerosos pero pequeños barcos opositores. Bien conducidos en mar abierto el poderoso escuadrón de Pritz podía hacer “picadillo” a los bergantines y goletas argentinos, pero
en las rasas aguas del Plata, sus pesos y dimensiones eran una desventaja. El calado de la Imperatriz, por ejemplo, era de 17 pies y la del Liberal y Pirajá eran de 14 pies. Comparando, el barco más grande de Brown, el bergantín General Balcarce de 200 t podía maniobrar en sólo 11 pies de agua y sus goletas con menos aún.

El astuto Brown, por este hecho, tenía una ventaja total, custodiando las bajas aguas al oeste del canal. Entonces, cuando los brasileños amenazaron aproximarse, la Imperatriz encalló y el ataque se malogró. Pritz inevitablemente se retiró para aguas más profundas, Brown lo persiguió
con sus goletas, dando la impresión para la ansiosa multitud aglomerada en la ribera de Buenos Aires, asediada por una fuerza superior imperial, que era rechazada ahora por su intrépido comandante.

Mientras, las cañoneras y sus presas se dirigían para alcanzar con seguridad el fondeadero de Los Pozos. El bombardeo a larga distancia causó pocas bajas y pequeñas averías en ambos lados, pero sucedió una consternadora tragedia. La goleta imperial 2 de Dezembro llegando a Colonia con 30 barriles de pólvora fue alcanzada por una bala de cañón de 24 libras desde la cañonera argentina Nº 12, comandada por el Subteniente Henry Wildblood
y voló con una estruendosa explosión y una nube de humo. De los 120 tripulantes, sobrevivieron solamente tres.

Las noticias de la victoria en Juncal y el espectáculo de Brown en la batalla produjeron en Buenos Aires un delirio de alegría y entusiasmo. Un pueblo emocionado leyó los informes de la batalla en el British Packet y otros periódicos y observaron con satisfacción los prisioneros que comenzaban a llegar, incluyendo el Teniente Broom y el Capitán Sena Pereira, ambos portando cartas de Brown elogiando su bravura y recomendando para ellos ser
tratados con consideración y generosidad en su cautiverio. Incluso diplomáticos extranjeros fueron contagiados en sus sentimientos por este proceder de Brown. Escribiendo a Londres, el embajador británico en Buenos
Aires, Lord John Ponsonby, se mostró entusiasta con elogios a Brown por su “prudencia y coraje” que él había presentido y ahora recibía su justa recompensa, y en los comunicados del cónsul estadounidense en Buenos
Aires, Coronel John Forbes, colmó de alabanzas a Brown diciendo: “este bravo y extraordinario hombre que ha duplicado su propia fuerza por su osadía y bien ejecutadas operaciones”.

El pueblo sintió lo mismo. Cuando el Comodoro Brown desembarcó fue recibido con banda de música, que ejecutaba el Himno Nacional, por los miembros de las tripulaciones de su escuadrón, que dieron para él tres hurras, y por una entusiasmada multitud que lo cargó hasta el Palacio Presidencial en una litera. Luego insistieron en subirlo y llevarlo hasta su residencia en un carruaje del cual habían sido removidos los caballos. Los periódicos, que eran leídos con avidez por las noticias y comentarios y rápidamente impresos con el retrato del héroe, eran buscados y guardados por un pueblo ansioso e impaciente.

El gobierno de Bernardino Rivadavia ya estaba decidido sobre el camino más apropiado para conmemorar la victoria. El 27 de febrero decidió que todos los que habían luchado en la batalla debían ser homenajeados con un escudo oval de honor –de oro para Brown, plata para los oficiales y bronce para la tripulación–. Éstos debían ser usados en el brazo izquierdo y llevaban la leyenda “Gloria a los vencedores de las aguas del Uruguay” con la fecha 9
de febrero de 1827.

A la semana siguiente, cada participante fue recompensado con una bonificación de dos meses de sueldo. Y la recompensa más considerable: el valor de las presas tomadas a los brasileños en acción, a dividir entre Brown, sus oficiales y tripulaciones y que estaban evaluadas en 196.000 pesos o 24.500 libras esterlinas.

La batalla de Juncal fue indudablemente un triunfo para la Armada Argentina.
Historiadores han presentado numerosas explicaciones de la victoria, pero la
razón no es difícil de ver. En términos de tamaños y números de los barcos
envueltos, los dos lados eran igualmente equilibrados. De la misma manera
tenían poca diferencia con sus artillerías, aparte de la preponderancia de los
cañones de poco peso y largo alcance de los barcos argentinos, en oposición
de los brasileños que prefirieron las carronadas pesadas de corto alcance.

La crucial diferencia consistía en la comparativa experiencia y la habilidad y pericia de los oficiales. En el escuadrón argentino, las operaciones marítimas y zafarranchos que llevaban horas en su base y eran un hábito en su pequeña armada. Los 15 capitanes de Brown eran competentes y capaces marinos. Cinco (Seguí del General Balcarce, Mason del Uruguay, Granville del Guanco, Lee de la cañonera Nº 7 y Drummond del Maldonado) tenían una sustancial y previa experiencia –los primeros cuatro desde la época de la independencia– y otros seis (Coe, Maximin, Silva, Shannon, Wildblood y Zupitch) habían luchado como tenientes en la mayoría de las batallas e incursiones rápidas contra el enemigo en los últimos doce meses.

Por otro lado, los brasileños habían luchado en un remoto teatro de operaciones por una armada que fue atormentada por grave carencia de oficiales y tripulaciones. Solamente cuatro oficiales del Capitán Sena Pereira tenían más de tres años de experiencia (Broom del Bertioga, Wenceslao da Silva Lisboa del Liberdade do Sul, Pedro Antonio Carvalho del Dona Januária y Souza Aranha del 9 de Janeiro). Siete eran jóvenes con pequeños servicios previos y cinco no eran marinos sino tenientes de artillería o sargentos designados para completar las dotaciones. Estos hombres eran capaces de efectuar sus trabajos normales de transportar cargas y perseguir o atrapar pequeños corsarios, pero carecían de habilidad, pericia y experiencia para dirigir sus barcos con la precisión necesaria para una flota en acción.

Realmente, la Tercera División nunca tuvo la esperanza de desempeñar ese papel. Por recusarse a luchar simplemente en una batalla defensiva, Sena Pereira cometió un error. Como el transcurso de la acción demostró, sus barcos tenían poca oportunidad cuando se enfrentaron con experimentados y agresivos enemigos como Brown, y oficiales británicos, irlandeses y estadounidenses que dominaron su escuadrón. Las autoridades brasileñas minimizaron la importancia de Juncal. Para una armada que consistía de 69 barcos de guerra y 22 barcos para el transporte de pasajeros, carga y correo conducidos por 10.600 oficiales y tripulantes, la pérdida de 13 de sus pequeños barcos armados hacía poca diferencia en el balance definitivo del
poder naval.

De la misma manera, si bien Buenos Aires controlaba el Uruguay, esto no era una cosa de mayor importancia estratégica. La Argentina, ahora libre para comerciar y comunicarse sin impedimentos con los rebeldes del oeste de la Banda Oriental, fue un inconveniente para los brasileños, pero presagiaba una seria influencia en el curso de la guerra, especialmente en las acciones
imposibles o inútiles, en impasses o empates que seguirían a Ituzaingó.

La derrota fue una desgracia para el prestigio y moral del Imperio, y representó el primer serio desafío para la supremacía naval brasileña en el Plata. Y no sería la última (4).

BIBLIOGRAFÍA
n A War Betwixt Englishmen, Brian Vale, London 2000.
n Páginas de Historia, Marchas Militares Argentinas, Circulo Militar, Buenos Aires.
n Evocación Hacia el Futuro, Centro Naval, Buenos Aires, 1985.
n Enciclopedia Larousse, Río de Janeiro, São Paulo, 1988.



Combate de Juncal


Capitan Francisco Segui


Pedro I


Ciudad y rada de BsAs


Escudo reconocimiento a Brown y tripulaciones


Proclama



* El Teniente de Navío Contador (RE) Jorge Luis Toscano egresó de la Escuela Naval Militar en 1953 como Guardiamarina Contador (Promoción 41
de Intendencia). Prestó servicios en: Base Aeronaval Punta Indio, Base Naval
Río Santiago, Hospital Naval Buenos Aires, Arsenal Naval Buenos Aires, BDT ARA Cabo San Bartolomé, Base Naval Puerto Belgrano, Dirección de Electrónica Naval, portaaviones ARA Independencia, Escuela de Mecánica de la Armada. Se desempeñó como Teniente de Navío Contador retirado en
Servicio, hasta su retiro efectivo, en la Fuerza Aeronaval Nº 3.

(1) Nombrado para comandar la Tercera División, creada en lugar de la Flotilla del Uruguay para controlar los movimientos de la provincia argentina por un lado y la Banda Oriental por el otro. La fuerza consistía inicialmente de once pequeños barcos: las goletas Oriental (11 cañones), Bertioga (8), Dona Paula (4), Itapoão (1) y Liberdade do Sul (1). Los yates armados 9 de Janeiro, 7 de Setembro, 12 de Outubro y Leal Paulistana.

(2) Las presas fueron integradas a la Armada Argentina bajo los siguientes nombres: 29 de Diciembre (Oriental), 8 de Febrero (Dona Januária), 9 de Febrero (Bertioga), 18 de Enero (12 de outubro), 30 de Julio (Brocaio), 11 de Junio (9 de Janeiro) y las cañoneras 6 (Paranaguá), 7 (Cananea), 4
(Iguapé) y 13 (Paraty).

(3) En esta batalla fue hallada la partitura de una marcha, verdadero
trozo de historia, y aunque se sabe que es de origen brasileño, se desconoce su autor. Algunas versiones atribuyen su autoría al mismo Emperador D. Pedro I, quien era aficionado a la música y que daba por descartado el triunfo brasileño, habiéndola compuesto anticipadamente para celebrar la victoria. También se dijo que la partitura fue encontrada en el cadáver de un soldado brasileño. Como sea que fuere, fue considerada como botín de guerra y denominada como se la conoce actualmente: Ituzaingó. Por decreto del General Bartolomé Mitre, es utilizada para rendir honores al Presidente de la
Nación y a la Bandera Nacional de Guerra.

(4) Paradójicamente, en la Grande Enciclopedia Larousse Cultural editada en Brasil por Nova Cultural Ltda. en 1998 – Tomo 4, refiriéndose a la biografía de Guillermo Brown dice: “[...] participó en la guerra contra Brasil, siendo derrotado en Colonia, Quilmes y Juncal y derrotado finalmente en mayo de 1827”.
 
Espectacular el informe. Me lo leí todo con entusiasmo. Definitivamente ello demuestra el ilustre porte del la figura del Padre de Nuestra Marina, y hace aún más despreciable la traición de Rivadavia.

Quien sabe lo que hubiese sido de Nuestra Patria si en lugar de malgastar vidas en guerras intestinas, hubiésemos aunado nuestros esfuerzos en contra de los enemigos comunes.

Viva la Patria por Brown y los Héroes de Juncal e Ituzaingó!!!

Saludos!
 
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