En enero de 2026, el punto más alto de América volverá a ser escenario de algo más que una proeza física. La expedición binacional “Aconcagua 2026”, que prepara en conjunto el Ejército de Chile y el Ejército Argentino, representa un ejercicio de cooperación militar, confianza estratégica y memoria histórica entre dos países cuya relación fronteriza ha evolucionado desde la tensión hacia la colaboración activa.
La reciente reunión de coordinación realizada en la Compañía de Cazadores N°8 “Teniente Ibáñez”, en la provincia de Mendoza, marca un hito clave en la planificación logística, administrativa y operativa del ascenso al cerro Aconcagua, que con sus 6.960 metros de altura no solo exige excelencia técnica, sino también una coordinación fina entre instituciones con doctrinas, procedimientos y realidades nacionales distintas.

Preparar la cumbre: mucho más que alpinismo
El encuentro reunió a autoridades de alto nivel de ambos ejércitos. Por Argentina, encabezó la delegación el General Gonzalo Rodríguez E., comandante de la VIII Brigada de Montaña, una de las unidades más experimentadas del país en operaciones en terreno extremo. Por Chile, participó el Coronel Felipe Olea P., director de la Escuela de Montaña del Ejército de Chile, centro formador de especialistas en ambientes de alta complejidad geográfica y climática.
Junto a ellos estuvieron comandantes de operaciones, guías de montaña y líderes de cordadas, quienes no solo escalarán el Aconcagua, sino que serán responsables directos de la planificación y ejecución de cada fase de la expedición: aclimatación, seguridad, logística de altura, comunicaciones, evacuación y toma de decisiones en condiciones límite.
“El Aconcagua exige el máximo nivel técnico”, señaló el coronel Olea tras la reunión. No se trata de una frase protocolar. A casi siete mil metros de altura, los errores se pagan caro y la improvisación no existe. Cada paso se planifica con meses de anticipación.
Una historia que vuelve a la montaña
La expedición “Aconcagua 2026” no surge de la nada. Tiene un fuerte componente simbólico: conmemorar los 25 años de la última travesía conjunta realizada por tropas de montaña chilenas y argentinas. Aquella experiencia, desarrollada a comienzos del siglo XXI, fue parte de un proceso mayor de acercamiento bilateral que se consolidó tras décadas de desconfianza mutua durante el siglo XX.
Durante buena parte de la historia, la Cordillera de los Andes fue vista como una frontera dura, una barrera natural asociada al conflicto y a la defensa territorial. Hoy, esa misma cordillera se ha transformado progresivamente en un espacio de encuentro, entrenamiento conjunto y cooperación estratégica.

Las tropas de montaña de ambos países han sido protagonistas de ese cambio. Ejercicios combinados, intercambios académicos y operaciones conjuntas han contribuido a construir un lenguaje común, basado en la confianza profesional y el respeto mutuo.
Desde una mirada geopolítica, la expedición tiene una lectura que va más allá del montañismo militar. En un contexto regional marcado por desafíos comunes —desastres naturales, cambio climático, seguridad fronteriza y cooperación antártica—, este tipo de iniciativas refuerzan la interoperabilidad entre fuerzas armadas vecinas sin generar suspicacias ni mensajes de confrontación.
Chile y Argentina comparten una de las fronteras terrestres más extensas del mundo. Mantener esa frontera como un espacio de estabilidad requiere mecanismos de confianza activa, y la cooperación militar en ambientes extremos cumple un rol clave en ese objetivo.
Además, la operación se inscribe en los acuerdos de cooperación fronteriza vigentes, que buscan fortalecer capacidades conjuntas sin perder soberanía ni autonomía nacional. En ese sentido, la montaña funciona como un laboratorio natural donde se prueban liderazgos, procedimientos y capacidades humanas bajo condiciones reales de exigencia.
El Aconcagua no es solo una cumbre: es un símbolo continental. Alcanzarlo en forma conjunta, con una expedición planificada, ejecutada y liderada por especialistas de ambos ejércitos, envía un mensaje claro dentro y fuera de la región: la cooperación es una decisión estratégica sostenida en el tiempo.
Más allá del éxito deportivo o técnico, la expedición “Aconcagua 2026” refuerza una narrativa distinta en Sudamérica: la de fuerzas armadas que colaboran, se entrenan juntas y comparten desafíos comunes, sin perder identidad ni misión.
Cuando las cordadas chilenas y argentinas avancen hacia la cumbre el próximo enero, no solo estarán enfrentando el frío, la altura y el viento. Estarán caminando sobre una historia compartida y proyectando una relación bilateral que, paso a paso, sigue encontrando en la montaña un terreno fértil para el entendimiento
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