En las últimas semanas, fuentes periodísticas especializadas han deslizado la posibilidad de que Chile participó en negociaciones avanzadas para entregar 30 vehículos de combate de infantería (IFV) Marder 1A3 a Alemania. El acuerdo permanece rodeado de hermetismo institucional y sin confirmación formal por parte del Ministerio de Defensa. Sin embargo, múltiples antecedentes apuntan a que el destino final de estos blindados podría no ser Europa Occidental, sino Ucrania, a través de un mecanismo de transferencia indirecta que Berlín ha utilizado previamente con otros países.

El eventual envío abre un flanco sensible para Santiago: la posibilidad de contravenir la política declarada públicamente por el propio Estado chileno, que prohíbe que material bélico nacional termine en un conflicto activo.

Desde la primera década del siglo, Chile opera una de las flotas más amplias de Marder 1A3 fuera de Alemania, con más de dos centenares de unidades. Estos blindados constituyen el núcleo de movilidad de infantería de varias brigadas acorazadas, particularmente en el extremo norte del país, donde la geografía y el despliegue regional han reforzado la relevancia de mantener capacidades mecanizadas plenamente operativas.

En los últimos años, el Ejército emprendió un proceso de modernización de parte de su flota. Actualizaciones en sistemas de observación, designación de blancos y mejoras en componentes electrónicos fueron presentadas públicamente durante visitas de autoridades de Defensa. Paralelamente, Chile ha explorado paquetes de modernización con empresas extranjeras —incluyendo consorcios turcos— con el objetivo de extender la vida útil del sistema por al menos una década adicional.

La importancia táctica del Marder en Chile hace que cualquier sustracción de unidades tenga impacto directo en la operatividad de brigadas completas. Por esa razón, la posible entrega de 30 vehículos constituye un hecho de alto peso estratégico.

Las negociaciones con Alemania habrían estado a cargo de representantes del Ejército de Chile y delegados técnicos de defensa alemanes. La operación se maneja bajo un nivel de reserva superior al habitual para transacciones de material dado de baja o en recambio.

Elemento central del acuerdo es la naturaleza triangular de la operación. En apariencia, Chile entrega los Marder directamente a Alemania; sin embargo, la intención de Berlín sería integrarlos a su programa de apoyo militar a Ucrania, ya sea reacondicionándolos y enviándolos directamente o usándolos como parte de un “ring exchange”: Alemania recibe los Marder chilenos y a cambio libera unidades propias o modernizadas para Ucrania.

Este mecanismo ha sido recurrente en Europa desde 2022, permitiendo a Alemania y otros países reforzar a Kiev sin debilitar sus inventarios.

Consultado por la prensa nacional, el Ministerio de Defensa evitó entregar detalles, alegando que las decisiones relacionadas con “capacidades estratégicas” son reservadas. El Ejército tampoco ha ofrecido una posición pública, limitándose a remitir cualquier consulta al ministerio.

Este nivel de opacidad contrasta con la magnitud de la operación. Tradicionalmente, cuando Chile enajena material blindado, se publica información general una vez completado el proceso administrativo. En este caso, la absoluta falta de claridad ha generado inquietud entre analistas de defensa respecto de los motivos de la entrega, las contraprestaciones comprometidas, el impacto en el orden de batalla chileno y el cumplimiento de la normativa nacional de exportación de armamento.

La postura de Cancillería: una línea roja explícita

A diferencia del silencio del ámbito de defensa, la Cancillería chilena, encabezada por el ministro Alberto van Klaveren, sí se refirió públicamente a la situación, aunque sin confirmar ni desmentir la operación. La frase que marcó el eje del debate fue categórica: “No puede haber armamento chileno en el teatro de conflicto en Ucrania.”

El canciller recordó además que la legislación nacional impide proveer armas a países envueltos en un conflicto activo y que toda exportación bélica exige un certificado de destino final visado por el Estado chileno. Esta advertencia deja en evidencia el riesgo político para el gobierno si los Marder, aun indirectamente, arribaran a Ucrania.

En términos simples, aunque el mecanismo alemán pueda cumplir formalmente con la transferencia a un país distinto, el espíritu de la política chilena —expresado explícitamente— sería vulnerado si los blindados terminan involucrados en un conflicto.

Alemania, Ucrania y la urgencia por material blindado

Para Alemania, el interés en los Marder chilenos es comprensible desde una óptica operativa y geopolítica, ya que el Marder sigue siendo relevante en el frente ucraniano, Alemania ha enviado varios lotes de Marder a Ucrania desde 2023 y la industria alemana puede modernizarlos rápidamente y mantenerlos en línea.

Además, el stock alemán es limitado y la Bundeswehr ha reducido drásticamente sus inventarios en las últimas décadas, al reponer material mientras se atienden compromisos con Kiev es un desafío estructural.

Por otra parte, la transferencia indirecta reduce costos políticos internos, ya que la opinión pública alemana sigue dividida respecto al envío de armamento pesado, por lo que reutilizar material adquirido a terceros genera menos resistencia parlamentaria.

En este contexto, los Marder chilenos —operativos, modernizados y en buen estado— resultan especialmente atractivos.

De acuerdo con fuentes abiertas, la operación no consistiría simplemente en una venta, sino en un intercambio por capacidades que Chile considera prioritarias, principalmente en el ámbito antiaéreo.

Para el país, esto podría representar incorporar sistemas modernos para defensa de punto o defensa de área, fortalecer la disuasión y avanzar en estandarización con aliados occidentales. Sin embargo, el secreto en torno a los detalles dificulta evaluar el equilibrio real del acuerdo.

Los riesgos para la política de defensa chilena

La salida simultánea de 30 Marder impactaría directamente en unidades del norte y centro-sur que dependen de ellos para su movilidad y apoyo a la infantería mecanizada, generando un vacío táctico inmediato.

Por otro lado, si los Marder terminan en Ucrania, incluso de forma indirecta, el gobierno quedaría expuesto a cuestionamientos internos e internacionales por contradecir su postura declarada, en un escenario de segunda vuelta electoral.

Por lo demás, Chile podría quedar incorporado de facto a un mecanismo de apoyo militar a un conflicto donde no ha tenido participación directa, algo que podría ser interpretado negativamente por actores extrahemisféricos y la ausencia de información oficial alimenta sospechas y dificulta el control  sobre las decisiones políticas y sus adquisiciones a meses del término del actual gobierno.

En definitiva, la negociación por los Marder abre un capítulo complejo para Chile. En el plano estrictamente militar, desprenderse de 30 vehículos estratégicos es una decisión significativa, solo justificable si las capacidades obtenidas a cambio representan un salto cualitativo real. En el plano político, el gobierno deberá conciliar la reserva operativa propia del sector defensa con la obligación de mantener la coherencia de su política exterior y cumplir estrictamente la legislación nacional.

En un mundo donde las líneas entre proveedor, intermediario y beligerante se difuminan a través de mecanismos como el ring exchange, Chile enfrenta una situación en la que cada movimiento es observado por socios, aliados y competidores. El país deberá decidir si la opacidad actual es sostenible o si es necesario un ejercicio de transparencia para asegurar que esta operación, cualquiera sea su alcance final, no termine erosionando la confianza en una política de defensa históricamente prudente

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