En medio del creciente clima de tensiones con Venezuela, el Cuerpo de Marines de los Estados Unidos (USMC) llevó a cabo un ejercicio anfibio de gran envergadura en el Caribe, con un amplio despliegue de medios navales, aéreos y terrestres. Las maniobras, desarrolladas en Puerto Rico durante las primeras semanas de septiembre, se enmarcaron en las operaciones del Comando Sur (SOUTHCOM) y respondieron a las directrices del Departamento de Defensa. El entrenamiento se realizó en un contexto marcado por la intensificación de los operativos contra embarcaciones procedentes de Venezuela, acusadas de transportar drogas hacia territorio estadounidense.
El ejercicio contempló ensayos de desembarco anfibio a cargo de la 22ª Unidad Expedicionaria de Marines (SOC), que puso a prueba la capacidad de proyección rápida de fuerzas en escenarios de crisis. El despliegue incluyó el uso de helicópteros de ataque AH-1Z Viper, cazas furtivos F-35B del USMC y helicópteros pesados CH-53K para el traslado de tropas y equipos. Estas operaciones, además de reforzar la preparación de combate de los Marines, constituyeron un claro mensaje político y estratégico dirigido a Caracas, que ha denunciado la creciente militarización del Caribe por parte de Washington.
La tensión escaló notablemente en las últimas semanas tras los ataques contra dos lanchas “narco” procedentes de Venezuela. El primero, ocurrido el 2 de septiembre, dejó once tripulantes muertos, presuntamente vinculados al grupo criminal “Tren de Aragua”. El segundo, ejecutado el 16 de septiembre, culminó con la destrucción de otra embarcación y la muerte de tres personas. En ambos casos, el presidente Donald Trump aseguró que las operaciones respondieron a la necesidad de proteger la seguridad nacional frente al tráfico de drogas y fentanilo, marcando un cambio doctrinal al emplear fuerzas militares regulares en lugar de la Guardia Costera.
Luego del primer ataque, el gobierno de Nicolás Maduro ordenó el despliegue de cazas F-16 que realizaron vuelos rasantes sobre el destructor USS Jason Dunham (DDG-109), uno de los buques de la clase Arleigh Burke presentes en la zona. Además, el Ministerio de Relaciones Exteriores venezolano denunció la retención de una embarcación pesquera por parte de Estados Unidos, calificando la acción como un acto hostil destinado a “provocar un incidente” que justificara una escalada bélica. Para el gobierno bolivariano, la presencia militar estadounidense en el Caribe constituye una amenaza directa a su soberanía.
El componente naval de la operación estuvo encabezado por el buque de asalto anfibio USS Iwo Jima (LHD-7), acompañado por el USS San Antonio (LPD-17) y el USS Fort Lauderdale (LPD-28). En conjunto, transportan más de 4.500 efectivos, incluidos 2.000 Marines, respaldados por destructores, el buque de combate litoral USS Minneapolis-St. Paul (LCS-21), el crucero USS Lake Erie (CG-70) equipado con el sistema AEGIS y el submarino de ataque USS Newport News (SSN-750). Se trata de una de las mayores agrupaciones anfibias desplegadas por EE.UU. en el Caribe en los últimos años, lo que subraya el carácter disuasivo de la operación.
El despliegue aéreo complementó esta demostración de fuerza. Seis cazas furtivos F-35B fueron enviados a Puerto Rico, consolidando la superioridad aérea estadounidense en la región. A ellos se suman drones MQ-9 Reaper, empleados en patrullas de vigilancia y seguimiento de rutas ilícitas, que proporcionan inteligencia en tiempo real a las unidades de superficie. En conjunto, estas acciones reflejan la determinación de Washington de mantener un control estratégico sobre el Caribe, aumentar la presión sobre Venezuela y garantizar la seguridad de sus líneas marítimas en un escenario cada vez más volátil.
*Créditos de las imágenes: Cuerpo de Marines de EE.UU.-
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