En medio del auge de los drones y la proliferación de misiles de largo alcance, algunas voces plantean que el concepto tradicional de superioridad aérea debería ser revisado. Sin embargo, pensadores del Mitchell Institute for Aerospace Studies sostienen que, lejos de estar superada, la superioridad aérea sigue siendo un factor decisivo para lograr la victoria en conflictos a gran escala.

Es cierto que la innovación tecnológica nos obliga a reevaluar supuestos y doctrinas, pero eso no implica renunciar a los principios que la historia y la experiencia han validado. El verdadero reto consiste en integrar nuevas capacidades —como vehículos aéreos no tripulados, sistemas autónomos o municiones inteligentes— sin perder de vista los fundamentos operativos que garantizan el éxito militar.

La negación del acceso aéreo al adversario (A2/AD, Anti-Access/Area Denial), aunque importante, no equivale a la superioridad aérea. Esta última implica alcanzar un grado de control del espacio aéreo que permita llevar a cabo operaciones propias, en el momento y lugar deseados, sin una interferencia significativa por parte del enemigo. Es una condición clave para la libertad de acción y la iniciativa operativa. No hay que confundir soluciones tácticas adoptadas por necesidad —como ocurre en Ucrania— con transformaciones estratégicas en la naturaleza de la guerra.

En el caso particular de Ucrania, la abrumadora disparidad de medios hacía inviable alcanzar la superioridad aérea frente a Rusia. No obstante, al adoptar un enfoque centrado en la negación del acceso y del uso del espacio aéreo (A2/AD), respaldado por los sistemas de defensa aérea proporcionados por la Unión Europea y Estados Unidos, logró mantener una superioridad aérea local en determinadas zonas de su territorio. Por su parte, Rusia, al carecer de una capacidad sostenida para llevar a cabo operaciones SEAD (Suppression of Enemy Air Defenses) a gran escala, y sin una evaluación de daños (Battle Damage Assessment, BDA) eficaz, se vio obligada a limitar sus operaciones aéreas principalmente a espacios controlados desde su propio territorio.

La realidad es que la superioridad aérea sigue siendo esencial. Su ausencia, como muestra el conflicto entre Rusia y Ucrania, conduce a guerras prolongadas, maniobras limitadas y una elevada vulnerabilidad para las tropas en tierra.

Ucrania recurre a drones pequeños y económicos para compensar la escasez de personal, municiones y sistemas de alta precisión. Rusia, por su parte, emplea su aviación principalmente como complemento de la artillería terrestre, sin lograr dominio del aire. En ambos casos, han adoptado una actitud de negación de área por incapacidad de lograr la superioridad aérea, lo que les ha impedido alcanzar decisiones estratégicas rápidas.

Los drones han transformado ciertas dimensiones del campo de batalla, eso es indiscutible. Pero su impacto debe analizarse con equilibrio. Muchos discursos actuales tienden a exagerar su efecto, confundiendo innovaciones tácticas con cambios en el carácter fundamental de la guerra.

En la guerra actual, los pequeños drones ofrecen a los soldados acceso asequible a municiones guiadas de precisión (Precision-Guided Munitions, PGM). También se ha popularizado el uso de drones “kamikaze” o unidireccionales (One-Way Attack, OWA), que no son más que misiles de crucero de bajo costo utilizados para reemplazar a las plataformas tripuladas.

El término “dron” se ha vuelto tan general que ha perdido precisión. Hoy en día, abarca desde juguetes modificados hasta plataformas militares sofisticadas, pasando por misiles y municiones guiadas. Esta ambigüedad genera confusión y lleva a malinterpretar las verdaderas capacidades y limitaciones de cada sistema.

Además, la verdadera necesidad no radica en redefinir el espacio aéreo, sino en asegurar que las defensas aéreas terrestres estén adecuadamente integradas con las fuerzas aéreas para enfrentar con eficacia amenazas modernas, como grandes volúmenes de misiles de crucero, municiones guiadas portátiles y enjambres de drones.

Cuando no se alcanza la superioridad aérea, se presentan consecuencias significativas:

  • Las aeronaves de ataque no pueden penetrar las defensas enemigas para realizar misiones estratégicas, de interdicción u otras tareas críticas.
  • Las misiones de ISR (Inteligencia, Vigilancia y Reconocimiento), reabastecimiento en vuelo y transporte aéreo pierden eficacia.
  • Las fuerzas marítimas y las bases terrestres se vuelven vulnerables a ataques aéreos.
  • La maniobra de las fuerzas en tierra se restringe severamente, y las líneas logísticas quedan expuestas.

Algunos proponen la “negación del aire” como objetivo suficiente. Renunciar a estrategias probadas como el ataque aéreo estratégico o la ofensiva de supresión de defensas enemigas (SEAD) abriría la puerta al fracaso militar. La innovación tecnológica debe complementar la doctrina, no reemplazarla.

La superioridad aérea no ha perdido relevancia. Por el contrario, sigue siendo un principio central del éxito militar. Se define como el grado de control del espacio aéreo que permite a las fuerzas operar sin interferencia significativa por parte de amenazas aéreas o de misiles. La supremacía aérea, en un nivel superior, implica la eliminación casi total de tales amenazas.

Entre los objetivos operativos clave se encuentran:

  • Asegurar la libertad de acción para todas las fuerzas conjuntas.
  • Conducir operaciones ofensivas contra aéreas (OCA) para destruir activos enemigos de forma proactiva.
  • Realizar operaciones defensivas (DCA) para detectar y neutralizar amenazas aéreas como cazas, misiles y drones.
  • Asegurar la libertad de maniobra y operación de las fuerzas propias y aliadas.
  • Minimizar bajas mediante el control del espacio aéreo.
  • Proteger la infraestructura logística y las capacidades de ataque de largo alcance.

Si bien los pequeños UAV han cambiado el combate terrestre —proporcionando reconocimiento táctico, ataque de precisión y guerra electrónica (EW)—, no representan una amenaza a la superioridad aérea en términos estratégicos. De hecho, refuerzan la relevancia de la Fuerza Aérea al exigir respuestas más ágiles e integradas.

Pero la creciente intervención de drones en el campo de batalla exige la asignación de responsabilidades de acuerdo con sus capacidades y contexto operativo:

  • Las fuerzas terrestres deben gestionar UAV de Grupos 1 a 3 (más pequeños y tácticos).
  • La Fuerza Aérea debe controlar los UAV de Grupos 4 y 5 (más grandes, con mayor alcance y capacidad de combate).
  • La coordinación debe realizarse por excepción, para garantizar eficiencia y evitar fricciones entre las Fuerzas.

Gráfico de grupos de UAS del Departamento de Defensa (Crédito de la imagen: DroneShield)

En el entorno terrestre, los drones están transformando la dinámica del combate. Esto ha provocado un resurgimiento de sistemas M-SHORAD (defensa aérea de corto alcance móvil) y DE-SHORAD (basados en energía dirigida), con soluciones como:

  • Iron Beam: sistema láser israelí de bajo costo por disparo.
  • Dronebuster: solución portátil contra UAV.
  • THOR: sistema estadounidense de microondas de alta potencia para destruir enjambres.

Frente a todos estos desafíos, el principio se mantiene: el dominio aéreo sigue siendo una condición imprescindible para el éxito militar en conflictos de alta intensidad.

La meta estratégica no debe ser simplemente resistir al adversario en el espacio aéreo, sino dominarlo por completo. Para lograr ese dominio, es indispensable contar con una arquitectura aérea moderna, resiliente e integrada, que incluya:

  • Cazas de penetración de quinta y sexta generación, capaces de operar en entornos altamente disputados.
  • Bombarderos sigilosos de largo alcance, con capacidad para realizar ataques estratégicos repetidos y efectuar interdicciones profundas.
  • Bombarderos de alta capacidad de carga armados con misiles de largo alcance, que amplíen el alcance y la persistencia del poder aéreo.
  • Aviones de combate colaborativos (CCA), diseñados para actuar en red con plataformas tripuladas, aportando masa, adaptabilidad y redundancia operativa.
  • Capacidades avanzadas de guerra electrónica y herramientas cibernéticas, tanto ofensivas como defensivas, esenciales para cegar, engañar o desorganizar al adversario.
  • Sistemas móviles e integrados de defensa aérea y antimisiles, que aseguren la protección de bases, fuerzas desplegadas y centros de comando.
  • Vehículos aéreos no tripulados escalables, con roles ofensivos y defensivos, adaptados al contexto operativo.
  • Un sistema de gestión de batalla aérea por capas, resistente y flexible, que permita integrar todas estas capacidades en tiempo real, maximizando su efecto conjunto.

Frente a estas exigencias, la idea de una “negación del espacio aéreo” como alternativa a la superioridad resulta inadecuada, ya que implicaría renunciar a enfoques comprobados de supremacía aérea: destruir las defensas del enemigo, degradar su capacidad de proyección de poder y neutralizar sus fuerzas antes de que puedan emplearse con eficacia. La negación del aire es, en esencia, una postura defensiva y reactiva, que no permite tomar la iniciativa ni asegurar la libertad de acción de las fuerzas conjuntas.

La superioridad aérea sigue siendo una condición indispensable para el éxito militar en cualquier conflicto de gran escala. Lo que exige el entorno actual no es abandonar los principios que han demostrado su eficacia a lo largo del tiempo, sino integrarlos con las capacidades emergentes, adaptándolos a los nuevos desafíos tecnológicos y operativos. La innovación, lejos de invalidar la doctrina, debe reforzarla.

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Angel Rojo
Oficial retirado de la Fuerza Aérea Argentina. Aviador Militar. Piloto de Caza Bombardeo. Oficial de Estado Mayor. Analista Universitario de Sistemas (UTN). Licenciado en Sistemas Aéreos y Aeroespaciales (IUA). Especialista en Conducción y Gestión Estratégica (IESE). Investigador Adjunto (UNDEF).

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