El 7 de febrero de 2025, se cumplieron 100 años de creación de la Aviación Naval como rama operativa de la Armada Nacional de la República Oriental del Uruguay. Cualquier organización que llegue a su centenario de existencia ya es un hito suficientemente importante para celebrar a lo grande. El actual Ministro de Defensa, Armando Castaingdebat resaltó «cuando algo en Uruguay institucionalmente cumple 100 años, quiere decir que es parte importante de la historia de este país». Pero en este caso, la particular circunstancias que dieron vida a su creación y los diferentes momentos que debieron enfrentar en su sinuosa derrota, dan pautas claras del alto grado de resiliencia, lo que potencia aún más el motivo que tiene la Armada y el país en festejar sus primeros 100 años.

Todo comienza a gestarse en 1912 con la visión del entonces Alférez de Navío Atilio Frigerio, quién habiendo ido a Europa a un curso de especialización de electrotecnia, descubre las prestaciones del empleo del avión como elemento táctico de combate. Ya demostrando su esencia, el joven oficial informa a su mando de esta nueva capacidad militar, y solicita autorización para ingresar a la Escuela de Aviación italiana, siendo el primer extranjero en ser aceptado a realizar dicho curso. El 8 de agosto de 1912 obtiene el brevet número 154 de la Federación Aeronáutica Internacional. Es así que su nombre figura en la lista oficial de los pioneros de la aviación editada por el Ministerio Aeronáutico de Roma; convirtiéndose en el primer aviador militar (y civil) del Uruguay. Luego de su regreso al país en 1913, el Presidente de la República, don José Batlle y Ordoñez, le solicita un proyecto de creación de una Escuela Militar de Aviación, la que fue aprobada por una Comisión integrada por importantes personalidades (entre ellos Juan J. Amézaga quién fuera posteriormente Presidente de la República), pero el inicio de la Gran Guerra de 1914 interrumpiría su concreción. Pero nada detendría al entonces Teniente de Navío Frigerio, que con su espíritu de soñador y luchador incansable, hizo posible vencer todas adversidades inimaginables para nuestra época, y crear en 1925 el Servicio de Aeronáutica de la Marina -luego denominado Comando de Aviación Naval- que comenzó con un campamento y subsistió por años precariamente. Finalmente, en 1932, Frigerio quién comandaba dicho servicio, logra obtener la autorización para construir una Base Aeronaval en la Isla Libertad, que no dejaba de ser un peñasco abandonado en el medio de la Bahía de Montevideo. Esta base que es conocida como la Base Aeronaval Nº1, fue inaugurada en 1934, y contó con hangares, planchadas, rampa para los hidroaviones, talleres, alojamientos, muelles, espejo de agua balizado, hasta un Centro de Control de Tráfico Aéreo en la Torre del Palacio Salvo (edificio emblemático de la ciudad de Montevideo). Esta etapa -como dijo el actual Comandante de la Aviación Naval Capitán de Navío Nicolás Sanguinetti en su discurso del 100 aniversario- fue la de “origen, creación y organización”, que pasó desde ocupar un antiguo comedor en el viejo Ministerio de Guerra y Marina, a un campamentos a orillas del Río Santa Lucía, hasta tener una Base, luego en la década del 40 tener una segunda Base Aeronaval -en la Laguna del Sauce departamento de Maldonado- más completa jamás construida en el país.

Ni el mismo Frigerio hubiera imaginado que el desarrollo de la Aviación Naval del Uruguay pasara a tener un papel preponderante en la política nacional y menos que alterara el contexto geopolítico de la región. Es que, luego de la Batalla del Río de la Plata y hundimiento del acorazado alemán “Graff Spee”, y en general con el impacto de la Segunda Guerra Mundial; el gobierno del Presidente Juan José de Amézaga tuvo una fuerte impronta de alineamiento con el bando aliado -pese a la histórica posición de Uruguay de mantenerse neutral-, donde particularmente con los Estados Unidos negociaba un plan defensivo. Washington por su parte, consideraba al Uruguay como un importante enclave geopolítico en América del Sur, y necesitaba que su aliado en el Río de la Plata tuviera una infraestructura mínima para poder utilizarlo como base geoestratégica de operaciones. Todo esto se daba en un contexto donde a su vez la República Argentina, con una convulsionada situación de quiebre democrático, mantenía sus claras diferencias con los intereses y posición diplomática norteamericana. Según sostiene los historiadores Serrato Carolina y Lopez D´alesandro Fernando, el mayor interés militar norteamericano estaba en la Base Aeronaval de Laguna del Sauce y cómo los aviones estadounidenses podrían emplearla. En 1944, esto trajo aparejado un debate político nacional, donde por un lado el Ministro de Relaciones Exteriores de Uruguay José Serrato, defendió la posición de la construcción de la Base, y que Uruguay podía encarar las obras para su Defensa sin la necesidad de obtener un aval de la Argentina o de otro vecino. Esto debido a los reclamos hechos por vecino del Plata de conocer los pasos que Uruguay iba a dar en su nuevo vínculo con Washington, y de que no lo ignoraran en un tema tan delicado. Además, el oficialismo sostenía que el país estaba en “total indefensión” y señalaban con preocupación de cómo la Argentina “incrementaba su política armamentista”. Pero, por otra parte, estaba el partido de oposición que cuestionaba las obras; el senador Eduardo Victor Haedo – principal orador en uno de los debates realizado en la Asamblea General- manifestó que con ese paso se ponía en riesgo el desequilibrio en el Río de la Plata y era una amenaza para la paz. Finalmente, la Base Aeronaval Nº 2 “CC Carlos A. Curbelo” se construyó como estaba proyectada.    

En los años inmediatamente posteriores de finalizada la 2º Guerra Mundial -en la que Uruguay terminaría declarando la guerra a Alemania y Japón- hasta la década de 1970, se dio lo que Sanguinetti en su discurso calificó como la etapa de “consolidación” y que la coyuntura hizo “notar al país que para tener la defensa necesaria se debía tener aviones especializados en le guerra en el mar, y así los tuvo”. Es así que en una sola década -donde la estrecha cooperación diplomática con Washington continuó- la Armada incorporó 39 modernas aeronaves de origen norteamericano, como los bombarderos torpederos TBM “Avenger”, los cazas navales F6F “Hellicat”, los hidroaviones PBM (botes voladores), y donde en su mayoría vinieron volando en ferry desde los EE.UU. Esto posicionó a la Aviación Naval de Uruguay, como una de las más importantes de América. También como consecuencia del hundimiento y la compleja operación de rescate del pesquero “Isla de Flores”, que causó un gran número de pérdida de vidas humanas (donde no fue posible utilizar los hidroaviones) se incorporaron los primeros helicópteros para tareas de rescate. Según Sanguinetti, “esta etapa fue la que se adquirió una capacidad operativa completa, con la capacidad técnica de mantener, capacidad de enseñar con la creación de su propia escuela de pilotos navales, desarrollando los procedimientos y doctrina del uso de aeronaves.” En 1971 como hito, pero también como demostración de lo antes dicho, una aeronave de la escuadrilla antisubmarina Tracker-S2A realizaría por primera vez operaciones con el portaviones ARA “25 de Mayo”, siendo la primera vez que la Armada Argentina operaba a bordo de su portaviones con una aeronave de otro país.

En la década de 1970, Uruguay entra en un período complejo por la inestabilidad interna que generaron los movimientos subversivos, es así que en el año 1972 la Asamblea General declarara situación de “guerra interna”. En febrero de 1973, se produce una insurrección militar liderada por el Ejército. En respuesta, la Armada que estaba al mando del Contralmirante Juan José Zorrilla, se opone a la sublevación declarándose leal a las instituciones, aislando la Ciudad Vieja de Montevideo. Esto produce tensiones en la interna militar, que lleva a que existan movimientos hostiles por parte de las otras fuerzas contra los componentes que se mantuvieron leales al CA Zorrilla, y estos respondieron para disuadir y evitar una escalada de las acciones y defender la posición de la Armada. Haciendo referencia a ese contexto, es que el Comandante de la Aviación Naval mencionaba lo siguiente en su discurso:

La década del 70 fue una década muy dura para todos, en especial para la Aviación Naval. Y ahí fue donde esta Institución marcó a fuego todo lo que habíamos aprendido en las aulas de la Escuela Naval y en nuestra historia de marinos; honor, lealtad y respeto. También tuvimos antagonistas, que no tenían honor, no tenían lealtad y por supuesto no nos tenían respeto. Antagonistas que fueron personas no fueron instituciones, y la Aviación Naval con líderes realmente formidables estableció que ninguna solución que implicaba la deshonra iba a ser aceptable, ni por la Armada, ni por la Aviación Naval”.

Se finalizaba la década del 70 con la incorporación de 12 aeronaves provenientes de la Armada Argentina, y el apoyo técnico y de instrucción de vuelo brindado por su aviación naval, hizo posible que 9 aviones T-28 fueran traídas por solo 3 pilotos uruguayos en un solo día, hito sin precedentes. Este hecho también tuvo una significancia política, ya que el Comandante en Jefe de la Armada de la época, el Vicealmirante Hugo Márquez, dispuso que se trajeran sin el conocimiento de las máximas autoridades del gobierno Cívico-militar, porque éste estaba convencido que las capacidades bélicas de dichas aeronaves generaban un desbalance de poder con las otras fuerzas. La demostración de ello fue que, la Aviación Naval se debió acuartelar y activar sus sistemas de defensa por el asedio que recibió de la Fuerza Aérea Uruguaya. Una vez más quedó demostrado la firmeza y convicción de sus hombres para actuar con responsabilidad y profesionalismos sin calibrar especulaciones.

Entrada la década de los 90, con el fin de la Guerra Fría, desaparecía lo que hasta ese momento había sido el eje principal de la Armada, mantener capacidades operativas que el paraguas de la Seguridad Hemisférica exigía para estar en condiciones de integrar una Fuerza Multinacional Marítima junto a países del continente. Al mismo tiempo irrumpía la ratificación del país y luego entrada en vigor de la “Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar” (CONVEMAR). Esto llevó a que la Armada y por ende la Aviación Naval, debió evolucionar y adaptarse de alguna forma, las prioridades dejaron de ser las capacidades tradicionales de la guerra en el mar, y el enfoque prioritario estuvo en la vigilancia y protección que la nueva extensión del Territorio Marítimo imponía para salvaguardar los intereses marítimos nacionales. Aunque el Uruguay ya en 1969 había establecido por ley nacional una jurisdicción de sus aguas hasta las 200 millas marinas, para lo cual la patrulla marítima aeronaval con el propósito de ejercer soberanía ya existía, ahora el eje estaba en esa tarea y la búsqueda y rescate marítimo (1987 se adhiere al Convenio Internacional sobre búsqueda y salvamento marítimo).

Ya entrado en siglo XXI hasta nuestros días, aparecen nuevos y mayores desafíos que testearon la resiliencia de la Aviación Naval. Están los desafíos endógenos, como los recortes presupuestales que los gobiernos le han impuesto sistemáticamente a la Armada. También el problema de personal, donde el cuerpo de oficiales de la Armada se redujo casi en un 50% de la dotación alistada en 2009, lo que impacta significativamente a una rama tan especializada como la Aviación Naval. Respecto a los desafíos exógenos, vemos como globalmente los asuntos marítimos vienen creciendo en relevancia estratégica, y Uruguay no es la excepción. La confirmación de la extensión del límite exterior de la Plataforma Continental hasta las 350 millas náuticas, convirtió a Uruguay en aquellos pocos países que la extensión de su territorio marítimo es superior (+139%) al del territorio continental. Al mismo tiempo se evidencia un aumento de las actividades que se desarrollan en toda esa extensión del Territorio Marítimo Nacional por mayores intereses económicos. También aumenta el interés por la seguridad que se le debe dar a esa actividad, así como la protección ambiental del mar. La aparición de nuevos actores antagónicos no estatales, aumentando las actividades ilícitas, como el tráfico ilícito trasnacional, pesca ilegal, investigación científica no autorizada, etc., llevó que la Armada pasara a centrarse en misiones orientadas a la Seguridad Marítima. A todo este desafiante escenario, la Aviación Naval respondido con eficiencia, aplicando una planificación estratégica rigurosa para adquirir aeronaves polivalentes, desarrollando un alto nivel técnico para el mantenimiento y la actualización de las mismas con instalación de nuevo equipamiento, permitiendo operar con autonomía y a un costo optimizado logrando obtener una de las horas de vuelo más económicas de Sudamérica.

El CN Sanguinetti en su discurso de la celebración del centenario mencionaba que “la Aviación Naval siempre se adaptó a la necesidad real del país de acuerdo a la coyuntura que estaba viviendo” y lo cerraba de esta manera: “la Aviación Naval sigue siendo importante para la Armada, los mismos principios que hicieron que se creara en 1925, hoy no solamente siguen existiendo, hoy hay más razones todavía para que la Armada cuente con esta Aviación Naval”.

Uno de los hechos destacados que coronó los festejos de la celebración fue la inauguración del “Punto Centenario”, ubicado en el centro geográfico de la Base Aeronaval Nº2 “CC Carlos A. Curbelo. En este punto se levantó una escultura de cemento, donde se aprecia un “águila pescadora” (majestuosa y decidida encarna la vigilancia incansable y la capacidad de adaptación de la alas de la Armada a los entornos marítimos), posada sobre una “bita” (sólido punto de amarre, que conecta inseparable a la Marina y da firmeza a las convicciones y raíces navales); a su lado la “Constitución de la República” (refleja el juramento realizado en defender los valores supremos de la libertad, justicia, soberanía, así como el honor e integridad de la República y sus instituciones democráticas); al otro lado el “ancla” (símbolo histórico de la Armada, que representa la fortaleza, la solidez, lealtad y la esperanza, para mantenerse firme en tiempos de adversidad). Posturalmente, el águila se encuentra vigilante y celosa, con las alas desplegadas, portando viento, lista a volar, lista como ha estado la Aviación Naval en sus 100 años de vida. Cabe destacar que el águila pescadora fue el símbolo utilizado por su fundador el CC Frigerio, con el lema “Ciudadanos, Dad alas a la Patria”; símbolo que también recuerda y congrega su incansable espíritu, que se ha trasmitido de generación en generación de Aviadores Navales, como cultores de su fé, esa que ha permanecido inquebrantable a pesar de los avatares de todas las épocas, esos, que caprichosos, aparecen como testigos desde el comienzo, para dar crédito de su resiliencia.

Salud por el centenario, hecho que enorgullece a todos los marinos de la Armada Nacional, que como dijera el Comandante de la Aviación Naval, “después de todo no somos nada más ni nada menos que marinos que vuelan, y la Aviación Naval no es nada más ni nada menos que las alas de la Armada

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Diego Grolero
Capitán de Navío en retiro de la Armada Nacional de ROU, Licenciado en Sistemas Navales, Magister en Relaciones Internacionales de la Universidad Salve Regina de Newport-RI, EEUU, diplomado cuatro cursos de Estado Mayor (Uruguay, China y dos en EE.UU), docente en la Escuela de Guerra Naval de Uruguay en Oceanopolítica y Estrategia Marítima.

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