El resurgimiento del conflicto fronterizo entre Afganistán y Pakistán también se desarrolla en el aire. Pese a la marcada disparidad entre ambas fuerzas aéreas, la reciente difusión de material visual que mostraría un A-29 Super Tucano de la Fuerza Aérea del Emirato Islámico del Afganistán (EIA) en operaciones de ataque contra posiciones paquistaníes, junto con reportes sobre un bombardeo de la Fuerza Aérea de Pakistán (FAP) contra la base aérea de Bagram, sugiere una escalada bilateral significativa que amenaza con desestabilizar aún más el ya frágil equilibrio en Asia del Sur.
Contexto histórico y geopolítico
Desde la caída del gobierno apoyado por Occidente en agosto de 2021, el Emirato Islámico de Afganistán fue proclamado el 8 de septiembre de ese mismo año por el grupo talibán, que conformó el nuevo gobierno. Desde entonces, el régimen ha buscado consolidar su control territorial y reorganizar fuerzas armadas funcionales a partir de los remanentes del antiguo aparato militar afgano. Entre las herencias más significativas se encuentra el material aéreo dejado por las fuerzas entrenadas por la OTAN, incluidos los aviones de ataque ligero Embraer A-29 Super Tucano, diseñados para misiones de contrainsurgencia y apoyo aéreo cercano.
Pakistán, por su parte, ha mantenido una posición ambigua: aliado táctico del Talibán durante la insurgencia, pero adversario operativo tras la reinstauración del Emirato y el restablecimiento de la Línea Durand como frontera efectiva pero no reconocida por Afganistán. Esta línea, trazada en 1893 durante el dominio británico, continúa siendo una frontera disputada y foco de fricciones recurrentes, donde se entrelazan factores étnicos, tribales y geopolíticos.

Empleo aéreo en el conflicto
A mediados de octubre de 2025, foros de inteligencia abierta (OSINT) con origen en Jordania difundieron un video donde se observaría una aeronave Super Tucano realizando ataques aéreos en zonas montañosas del este afgano. Analistas especializados identificaron la plataforma por rasgos técnicos específicos: la configuración del fuselaje, el perfil del tren de aterrizaje retráctil y el sonido característico turbina Pratt & Whitney PT6A-68C.
La calidad de las maniobras y la precisión en los impactos registrados sugieren la participación de pilotos entrenados en programas previos a 2021, posiblemente formados en la base de Moody (EE.UU.) o en instalaciones de la OTAN en Emiratos Árabes Unidos. La evidencia sugiere que elementos remanentes de la antigua AAF fueron absorbidos por la estructura aérea del EIA, manteniendo una operatividad restringida pero suficiente para acciones tácticas puntuales.
En términos comparativos, el balance de poder aéreo es absolutamente desigual. El EIA dispone de un número ínfimo de aeronaves operativas —entre ellas un único A-29 Super Tucano confirmado— mientras que la PAF cuenta con más de 400 cazas activos, incluyendo F-16, JF-17 Thunder y Mirage III/V. A ello se suman sistemas integrados de radar, defensa aérea, alerta temprana y apoyo logístico que consolidan una superioridad aérea estructural sobre Afganistán.

La PAF, además, posee una amplia experiencia de combate real, demostrada en operaciones recientes contra India y en misiones antiterroristas en las zonas tribales del noroeste. En contraste, el componente aéreo del Emirato apenas logra mantener la operatividad básica, enfrentando escasez de combustible, repuestos y personal técnico calificado.
Incidentes recientes y escalada fronteriza
Entre 2021 y 2025 se registraron más de 700 violaciones del espacio aéreo afgano por parte de aeronaves paquistaníes, según fuentes afganas y registros OSINT. De ellas, al menos 16 correspondieron a ataques aéreos directos, ejecutados mediante cazas y drones armados sobre las provincias de Nuristán, Kunar, Nangarhar, Khost y Paktika. Islamabad justifica estas incursiones como operaciones preventivas contra refugios del Tehrik-i-Taliban Pakistan (TTP), organización insurgente responsable de múltiples atentados en territorio paquistaní.
En paralelo, diversos foros OSINT y redes sociales han reportado supuestos bombardeos paquistaníes sobre la base aérea de Bagram (60 km al norte de Kabul), hoy controlada por el Emirato. Esta instalación, que durante dos décadas fue el principal centro operativo de Estados Unidos y la OTAN, conserva infraestructura para albergar aeronaves de combate y sistemas de radar de alcance medio.

Actores externos y lógicas de poder
La base de Bagram conserva un alto valor estratégico y ha sido objeto de interés de varias potencias. Recientemente, la administración Trump reiteró su interés en recuperar el control de la base aérea y expresó su preocupación por el destino de la instalación tras la retirada en julio de 2021, advirtiendo sobre el riesgo de que fuese utilizada por actores rivales.
En años recientes, informes no verificados mencionaron inspecciones técnicas de delegaciones chinas en el lugar, posiblemente con el fin de analizar la infraestructura o recopilar información sobre equipamiento occidental abandonado. Si bien no existen confirmaciones oficiales, tales visitas encajan con la lógica de la competencia geopolítica entre China, Estados Unidos y Pakistán por el control del espacio estratégico afgano, sin dejar de lado los intereses de la India en la región.
En el tablero geopolítico de Asia Central, Afganistán reaparece como un nodo crítico de ambiciones divergentes. Rusia busca consolidar corredores energéticos hacia el sur, China proyecta su Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés) a través del territorio afgano rumbo al océano Índico, y Estados Unidos —según recientes declaraciones del presidente Donald Trump— reafirma su interés en mantener capacidad de proyección en el corazón del continente. Por su parte, India busca mantener influencia y estabilidad en Afganistán para contrarrestar a Pakistán y evitar que el país se convierta en un refugio de grupos extremistas que amenacen sus intereses regionales.
Tampoco hay que dejar de lado a Pakistán, que históricamente ha mantenido “profundidad estratégica” en Afganistán como amortiguador frente a India, y que hoy enfrenta un escenario complejo donde los talibanes hostiles podrían activar un frente occidental mientras India permanece al este. La extensa frontera con Afganistán, la naturaleza guerrillera y descentralizada de los talibanes, y el apoyo local de comunidades pastunes aumentan la vulnerabilidad paquistaní, convirtiendo la frontera occidental de Pakistán en un campo de batalla impredecible y volátil.
Esta convergencia de intereses convierte al espacio afgano en un escenario de competencia estratégica de alto voltaje.
Afganistán y Pakistán: del conflicto fronterizo al tablero geoestratégico asiático

Más allá del alto el fuego inmediato —mediado por Qatar y Turquía— destinado a contener la reciente escalada fronteriza iniciada tras las acusaciones de Pakistán a Kabul por permitir ataques de militantes desde su territorio, mientras los talibanes negaron albergar grupos armados y responsabilizaron a Islamabad de desinformación, el eje Afganistán–Pakistán continúa siendo una de las zonas de fricción más sensibles de Asia. En este espacio convergen tensiones étnicas, intereses energéticos, rutas estratégicas y la proyección de poder de actores globales.
En este contexto, los enfrentamientos aéreos entre el EIA y la PAF no deben interpretarse como episodios aislados, sino como manifestaciones visibles de una reconfiguración estratégica regional. Afganistán, más que un Estado en reconstrucción, se ha convertido nuevamente en un tablero de competencia geoeconómica y militar donde las dinámicas locales adquieren una resonancia global.
¿Estamos, entonces, ante el preludio de una nueva arquitectura de poder en Asia Central, donde Afganistán deja de ser periferia para convertirse en epicentro?
Imagen de portada ilustrativa. Créditos: USAF – Staff Sgt. Larry E. Reid Jr
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