Al igual que los frágiles aviones de tela y madera de la Primera Guerra Mundial –que al inicio solo servían para observar los movimientos del enemigo, las trincheras y corregir los tiros de artillería–, los drones nacieron como una promesa técnica y táctica: plataformas ISR, sin armamento, sin protagonismo, destinadas a “ver sin ser vistos”. Pero como entonces, la tecnología no se detuvo.

Aquellos aviones, primero auxiliares, luego armados, terminaron creando una nueva forma de guerra: la aérea. Hoy, más de un siglo después, la historia se repite. Los drones han dejado de ser ojos y se han transformado en puños. Ya no es ciencia ficción: es doctrina, es combate real. Y está ocurriendo frente a nuestros ojos.

Desde Ucrania hasta Colombia, pasando por Siria, el Cáucaso y las fronteras de Hispanoamérica, los sistemas aéreos no tripulados (UAS, por sus siglas en inglés) están reescribiendo las reglas del enfrentamiento moderno. El cielo ya no es dominio exclusivo de los cazas supersónicos. También lo es de pequeños vectores desechables, autónomos, y –en muchos casos– mortales.

Del ojo en el cielo al puño de acero

Durante décadas, el poder aéreo fue sinónimo de aviación tripulada, de plataformas multimillonarias, de pilotos entrenados durante años. Hoy, un dron puede realizar misiones de ataque, inteligencia, guerra electrónica o designación de blancos por una fracción del costo y sin arriesgar vidas humanas propias. Pero el verdadero cambio es político: bajo costo, alta precisión, baja exposición.

Lo vimos primero en conflictos periféricos. Luego, en guerras híbridas. Y hoy, en enfrentamientos de alta intensidad. La superioridad aérea ya no se mide solo en cazas multipropósito, también en capacidad de saturar defensas desde abajo, con drones suicidas, enjambres FPV o sofisticados sistemas MALE como el Bayraktar TB2 o el MQ-9 Reaper.

Drones en el frente: de Nagorno-Karabaj a Ucrania

El conflicto entre Azerbaiyán y Armenia en 2020 fue la señal de alerta. La combinación de drones kamikaze Harop, TB2 armados y plataformas ISR permitió a Bakú desmantelar defensas antiaéreas, destruir blindados y abrir corredores sin comprometer fuerzas terrestres. No fue solo una victoria táctica: fue una revolución.

Pero fue Ucrania quien llevó el fenómeno al extremo. Enfrentando a una superpotencia, combinó drones comerciales adaptados con sistemas militares para saturar defensas, guiar artillería y golpear con precisión. El uso de drones FPV, Switchblade, Shahed-136 y TB2 fue tan eficaz como mediático: cada ataque filmado, editado y difundido en redes sociales como parte de una guerra psicológica.

El resultado: el dominio aéreo ya no es patrimonio exclusivo de grandes potencias. Con creatividad, inteligencia táctica y capacidad de adaptación, un país en inferioridad tecnológica puede inclinar la balanza.

La tecnología detrás de los drones ha evolucionado de forma vertiginosa. Hoy se observan al menos cuatro tendencias clave:

  • Autonomía operativa: drones capaces de navegar sin GPS, usando visión computarizada y algoritmos de evasión.
  • IA militar: identificación automática de blancos, análisis de video en tiempo real y decisiones sin intervención humana directa.
  • Miniaturización y sensores: pequeños drones con capacidades EO/IR, SIGINT o incluso LIDAR, que antes eran exclusivas de grandes plataformas.
  • Enjambres coordinados: docenas de drones actuando como un solo sistema, saturando radares, confundiendo defensas o flanqueando posiciones.

En lo doctrinario, se consolida el uso del dron como nodo táctico. No solo ataca: extiende la conciencia situacional, integra sensores con tiradores o artillería, y permite una guerra más conectada, persistente y distribuida.

Colombia: el dron como amenaza real

La transformación no es solo estatal. En Colombia, grupos armados ilegales han convertido drones comerciales en armas de guerra. El 20 de julio de 2025, tres drones cargados con explosivos atacaron a una patrulla militar en El Carmen (Norte de Santander), matando a tres soldados e hiriendo a ocho.

Y no fue un caso aislado. En lo que va del año, se han registrado más de 230 ataques con drones, con un saldo de 15 militares muertos y 90 heridos. Las cifras son alarmantes: solo la Tercera División del Ejército ha sufrido casi 200 eventos. La Segunda, Cuarta y Quinta también han sido blanco de ataques.

La respuesta militar ha sido urgente: adquisición de sistemas antidrones, reformulación de patrullajes, mayor empleo de guerra electrónica. Pero el escenario es claro: el dron ya no es futuro, es presente. Y es enemigo.

Hispanoamérica: entre el rezago y la oportunidad

Brasil, México, Chile y Colombia ya operan drones ISR –principalmente de origen israelí o desarrollos propios– para vigilancia fronteriza, control del narcotráfico o apoyo logístico. Brasil desarrolla el Falcão y opera Hermes 450. Chile ha desplegado drones tácticos para patrullaje costero y vigilancia de frontera. Colombia ha utilizado drones armados en campañas contrainsurgentes.

Pero el salto doctrinario aún no ocurre. En la mayoría de los países, los drones siguen siendo herramientas complementarias, no vectores transformadores. La integración con artillería, fuerzas especiales o sistemas de combate terrestre sigue siendo puntual y reactiva.

Y, sin embargo, la oportunidad está servida: bajo costo, alta efectividad, y un entorno operativo que exige inteligencia táctica, no volumen de fuego.

La proliferación de drones ha modificado no solo el combate, sino las políticas de defensa, el derecho internacional y la cultura estratégica:

  • ¿Quién autoriza un ataque autónomo en territorio extranjero?
  • ¿Qué ocurre si un actor no estatal (cartel, guerrilla, grupo insurgente) emplea drones armados?
  • ¿Cómo regular el uso de IA en decisiones letales?

Además, la capacidad de atacar de forma remota, con baja firma y alta letalidad, crea un nuevo tipo de disuasión. En un continente históricamente alejado de conflictos interestatales, esto podría tener consecuencias inesperadas. El “cielo abierto” ya no es solo comercial o civil: es un espacio de poder.

Así como los biplanos de 1914 marcaron el nacimiento del poder aéreo, los drones de hoy están redefiniendo el modo de combatir. Ya no basta con tener cazas, tanques o fragatas. Quien controle el cielo en esta nueva era lo hará desde una consola, una nube de datos y un enjambre que ni siquiera necesita volver a casa.

En Hispanoamérica, la decisión es urgente. No se trata de comprar drones, sino de construir capacidades, integrar doctrinas, formar operadores y asumir la guerra del siglo XXI. Porque no se trata de una amenaza ficticia, sino de una realidad que se aproxima a nuestras fronteras de manera vertiginosa.

*Fotografía de portada empleada a modo de ilustración.

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Rodolfo Neira Gachelin
Periodista bilingüe, Magíster en Comunicación y Diplomado en Seguridad y Defensa de las academias de Guerra del Ejército y de la Fuerza Aérea de Chile.

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