Pocos aviones pueden presumir de haber atravesado el tiempo con la eficacia, fiabilidad y versatilidad del Northrop F-5. En un mundo donde los cazas se renuevan cada dos o tres décadas, el F-5 chileno sigue desafiando esa lógica, combinando modernización, doctrina y una historia cargada de hitos. Desde su arribo a la Fuerza Aérea de Chile en el año 1976, esta plataforma ha sido mucho más que un interceptor ligero: ha sido un verdadero centinela supersónico, moldeando generaciones de pilotos, contribuyendo a la disuasión estratégica y participando en momentos clave de la defensa nacional.
Provenientes de Estados Unidos, los primeros F-5E Tiger II llegaron para formar el núcleo del Grupo de Aviación N° 7, con base en Antofagasta. La FACH adquirió un total de 15 unidades, entre monoplazas F-5E y biplazas F-5F.

Su incorporación coincidió con una etapa de modernización general de las Fuerzas Armadas chilenas, impulsada por el contexto geopolítico de la Guerra Fría, la tensiones internacionales y la necesidad de renovar material anticuado de origen británico o estadounidense de los años 50.
Pero no fue solo una compra de cazas: fue una transferencia doctrinaria. Pilotos, mecánicos ingenieros aeronáuticos y artilleros antiaéreos comenzaron a entrenarse intensamente en la lógica del combate supersónico, la intercepción de alta velocidad y las operaciones defensivas de reacción rápida.
Aunque su tamaño y silueta engañan —más similar a un entrenador que a un caza—, el F-5E ha demostrado una notable polivalencia. Diseñado para operar desde pistas cortas, con bajo mantenimiento y alta disponibilidad, el F-5 ofreció a la FACH una plataforma confiable, económica y ágil.

Su motor doble General Electric J85 lo dota de un empuje sobresaliente en relación a su peso. En el aire, esto se traduce en una capacidad y maniobrabilidad que sorprendió incluso a pilotos experimentados de cazas más pesados como el Mirage, llegado al país en 1980.
Además, el F-5 fue una verdadera “escuela de combate supersónico”. Gran parte de los actuales altos mandos de la aviación de combate en Chile forjaron su carácter en la cabina del F-5. A diferencia de cazas modernos con cockpits “glass”, el F-5 exigía instinto, técnica y una lectura fina de instrumentos analógicos.
Proyecto Tigre III
A fines de los años 90, con la llegada inminente de nuevas plataformas como el F-16, el destino del F-5 parecía sellado. Sin embargo, una decisión estratégica lo cambiaría todo: nació el Proyecto Tigre III.
Con participación directa de ENAER y asesoría internacional, los F-5 chilenos comenzaron una profunda modernización estructural, electrónica y operativa. El objetivo era mantenerlos operativos más allá del 2020 y garantizar que siguieran siendo relevantes en un entorno cada vez más digitalizado.

El Tigre III incorporó radar multimodo Elta EL/M-2032 (de origen israelí), capacidad para emplear misiles BVR (Beyond Visual Range) como el Derby, nueva aviónica digital, HUD moderno, HOTAS (Hands On Throttle And Stick), IFF actualizado y mejoras estructurales que prolongaron su vida útil. En suma, el F-5 chileno dejó de ser un interceptor ligero y pasó a operar como un caza multirrol limitado, pero efectivo.
Disuasión y operatividad real
Mientras algunos países retiraban sus F-5 sin mayores miramientos, Chile mantuvo y actualizó su flota. Esto tuvo impacto directo en la capacidad disuasiva del país: F-5, operando en Cerro Moreno y, luego en Punta Arenas, permitió mantener presencia constante en el norte y sur del país, cubrir el amplio espacio aéreo chileno y entrenar en combate aire-aire y aire-superficie con estándares modernos.
Su presencia durante distintas tensiones regionales, no fue decorativa. Aunque nunca entró en combate real, el F-5 chileno estuvo listo. Y eso, en términos estratégicos, vale tanto como “enganchar a un adversario”.
Un ejemplo concreto fue su rol en ejercicios como Salitre o integraciones binacionales con la USAF, donde pilotos chilenos en F-5 demostraron capacidades competitivas frente a plataformas más modernas gracias a su entrenamiento y doctrina.

El F-5 fue parte de una transformación cultural. La “escuela F-5” imprimió en generaciones de oficiales una forma de volar, de pensar el combate aéreo y de entender el rol de la Fuerza Aérea como actor estratégico, no solo táctico.
Su bajo costo operativo permitió acumular miles de horas de vuelo que habrían sido imposibles con otros cazas. Sirvió como plataforma de entrenamiento avanzado, base para ejercicios de guerra electrónica, pruebas de armas nacionales y hasta como punto de partida para el desarrollo de simuladores y doctrina de combate propia.
Hoy, con más de 45 años de servicio en Chile, el F-5 sigue volando, aunque su retiro se proyecta para la segunda mitad de esta década. Su reemplazo —aún no anunciado oficialmente— deberá llenar zapatos grandes: los de un caza que, sin pretensiones, defendió los cielos de Chile con coraje y eficiencia.

A pesar del paso del tiempo y la irrupción de tecnologías de última generación generación, el F-5 se mantiene como un símbolo de resiliencia, adaptabilidad y estrategia bien pensada.
El día que el último F-5 chileno toque pista por última vez, no será solo el final de un ciclo técnico. Será el cierre de una etapa formativa y doctrinaria.
*Fotografías: Fuerza Aérea de Chile (FACh).
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