A 25.000 pies de altitud, donde el oxígeno escasea y el margen de error es nulo, los futuros pilotos de los cazas F-16 de la Fuerza Aérea Argentina se enfrentan a uno de los desafíos más silenciosos y peligrosos de la aviación militar: la hipoxia. Con el objetivo de preparar a sus tripulaciones para operar bajo condiciones extremas, el Instituto Nacional de Medicina Aeronáutica y Espacial (INMAE) llevó a cabo un riguroso entrenamiento en su cámara hipobárica, simulando las exigencias de vuelo a gran altitud.

Entre los participantes se encontraban oficiales del Programa F-16 Peace Condor, que se preparan para operar con aeronaves de combate de última generación como el F-16 Fighting Falcon. El ejercicio, lejos de ser un mero procedimiento médico, es una instancia crítica en la formación táctica y operativa de los pilotos de caza, quienes deben reconocer de forma inmediata los síntomas individuales de hipoxia para actuar antes de perder la conciencia.

“Creés que estás bien hasta que te piden escribir tu nombre y ni siquiera podés sostener la lapicera”, relató uno de los aviadores al salir de la cámara, visiblemente impactado por la experiencia.

La hipoxia, que se produce cuando el cuerpo recibe menos oxígeno del necesario, puede alterar rápidamente las funciones cognitivas, motoras y sensoriales del piloto. Mareos, visión borrosa, euforia y desorientación son apenas algunos de los síntomas que, a más de 20.000 pies, pueden aparecer en cuestión de segundos. En esas condiciones, el llamado “Tiempo Útil de Conciencia” (TUC) puede reducirse a menos de un minuto.

Durante el ejercicio, cada piloto fue expuesto de manera controlada a una altitud simulada de 25.000 pies, con monitoreo continuo de sus funciones cerebrales, cardíacas, respiratorias y musculares. El objetivo no es resistir, sino identificar los signos personales de hipoxia que, en pleno vuelo, pueden ser la única advertencia para reaccionar a tiempo.

“En mi caso, empiezo a sentir hormigueo en los dedos. Ya sé que ese es mi aviso. En vuelo, esa señal me puede dar los segundos que necesito para ponerme la máscara y recuperar el control”, explicó otro de los pilotos.

La cámara hipobárica del INMAE, equipada con dos compartimentos presurizables de forma independiente, permite una simulación realista y segura, incluyendo maniobras rápidas de descompresión. Este entrenamiento se realiza bajo estricta supervisión de un equipo técnico y médico multidisciplinario, que incluye médicos aeronáuticos, psicofisiólogos, instructores físicos y especialistas en evaluación vestibular.

Aunque se trata de una práctica simulada, la concentración y el compromiso de los pilotos es absoluto. Porque en el aire, a velocidad supersónica y en condiciones operativas reales, no hay margen para la improvisación. Este tipo de preparación, silenciosa pero vital, representa una ventaja táctica clave para la Fuerza Aérea Argentina, que sigue fortaleciendo sus capacidades en vistas a la incorporación de los cazas F-16 en los próximos meses.

Además de los integrantes del Peace Condor, la práctica forma parte del entrenamiento habitual de aviadores de distintas unidades de combate. Porque, sin importar qué aeronave se pilotee, los efectos fisiológicos de la altitud son un factor universal que puede marcar la diferencia entre regresar a base o no hacerlo.

*Imágenes de la Fuerza Aérea Argentina.

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2 COMENTARIOS

  1. Soy un ferviente defensor del programa F-16 y creo q se eligió una de las mejores opciones (personalmente hubiera preferido Gripen), pero de ahi a decir que son aeronaves de «última generación» es mentir. Los daneses son de los mejores F-16 (de esos bloques) que hay, pero reconozcamos que son viejos. No obstante los A4 Fightinghawk tambien lo eran y con las actualizaciones sirvieron muy bien y durante mucho tiempo.

  2. No se olviden de los ejercicios en centrifuga, fundamentales para tolerar y operar bajo la intensa fuerza G qué tiran estos aviones, hipoxia y muchas G son un enemigo feroz.

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